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Robert Gottlieb, hacedor de milagros, editor magistral

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La figura del editor Robert Gottlieb (n. 1931) se ha convertido en un punto de referencia para varias generaciones de profesionales, y gracias al testimonio de quienes trabajaron con él, ya hace años que su influencia y magisterio se había extendido mucho más allá del ámbito de la industria editorial estadounidense o incluso de la edición en lengua inglesa antes de la aparición de sus memorias, Avid reader. A Life (Farrar, Straus & Giroux, 2016).

Robert Gottlieb.

El también célebre editor Michael Korda (n. 1933) desempeñó un papel de primer orden en la divulgación de las enseñanzas de Gottlieb, a quien se encontró como mentor cuando entró en Simon & Schuster y al que retrata del siguiente modo en sus muy leídas memorias:

Una mañana, un joven alto que recordaba a uno de esos eternos estudiantes pobres de las novelas rusas llegó a mi oficina y se sentó en una esquina de mi escritorio. Usaba gafas de gruesos cristales y montura negra, y llevaba la larga y negra cabellera peinada como un joven Napoleón. Sus expresivos ojos denotaban astucia, pero poseían una chispa de humor amable que hasta entonces no había visto en Simon & Schuster. Vestía unos raídos pantalones oscuros de pana, mocasines y una camisa sin corbata; parecía más un estudiante graduado que un joven editor de genio. Bob Gottlieb aparentaba mi edad, pero transmitía cierta sabiduría y experiencia en el mundo editorial.

La laboriosa edición de la gran novela de Joseph Heller (1923-1999) Trampa 22, que satiriza el militarismo mediante la denuncia del pensamiento circular –y que en español se publicó originalmente en traducción de Francesc Elías en la colección de Plaza & Janés Novelistas del Día en 1962– suele mencionarse como uno de los grandes hitos en la carrera de Gottlieb, y por otra parte como argumento para subrayar la extrañeza que provocó que la excelente La conjura de los necios, de John Kennedy Toole (1937-1969), no llegara a publicarse finalmente bajo los auspicios de alguien tan dotado como Gottlieb, pero eso es en realidad otra historia distinta.

Graduado en la Universidad de Columbia en 1952 y tras completar su formación en la de Cambridge, en 1955 Gottlieb entró en Simon & Schuster como asistente de Jack Goodman, entre cuyos méritos destaca el haber descubierto al influyente escritor y humorista gráfico James Thurber (1894-1961), célebre por La vida secreta de Walter Mitty, pero cuando Gottlieb se enfrentó al reto de editar la novela de un por entonces desconocido Joseph Heller su gran apoyo, a tenor de las palabras de Korda, fue otra figura que dejaría una importante huella en la edición estadounidense, Nina Bourne, cuya campaña de promoción de Trampa 22 se ha convertido además en un ejemplo clásico para los estudiantes de publicidad:

Al ver a Bob Gottlieb trabajar –escribe Korda–, intuí que el truco consistía en tener una autoestima insolente. Él usaba un rotulador negro y no dejaba espacio para dudas o reconsideraciones. Bob y Nina Bourne no sólo tachaban mucho, sino que también ponían páginas enteras en sus máquinas de escribir y las reescribían por completo, y usaban tijeras y cinta adhesiva para eliminar frases y cambiarlas de lugar. El manuscrito de Trampa 22, interminablemente reescrito, parecía un rompecabezas, pues había pedazos y trozos del libro pegados en cada rincón del despacho de Gottlieb. Eso, pensé, es editar, y yo deseaba hacer lo mismo algún día.

Heller contó, para disgusto de Gottlieb, varios de los cambios argumentales y de orden de los episodios narrativos que introdujo a sugerencia de su editor, y John Le Carré (n. 1931) ha señalado la creación de personajes y las descripciones de espacios como los dos aspectos de sus novelas que más han mejorado en el proceso editorial. Es sabido también que muchas de las pugnas más minuciosas que Gottlieb ha tenido con sus autores han estado relacionadas con un aspecto en apariencia de minucia, como es la puntuación. Según cuenta Toni Morrison (n. 1931), sus conversaciones a menudo abordan el asunto de las comas, a las que Gottlieb concede mucha importancia: «Él se equivoca y yo tengo razón. Discutimos porque él concibe las comas desde el punto de vista sintáctico, mientras que yo puntúo en función de la musicalidad. Son discusiones que suele ganar él».

Robert Gottlieb.

Michael Korda ha señalado lo extraordinario que supone esa doble habilidad de Gottlieb en el ámbito editorial, vinculándola con su capacidad para entusiasmarse tanto con la buena literatura como con las obras honestas y las historias potentes:

En el mundo editorial es muy corriente dividir a los buenos editores, que revisan un manuscrito con detalle, de los que se interesan más por el resultado total; pero Bob era bueno en ambas cosas. Al verlo trabajar uno aprendía pronto que de nada sirve una sin la otra, que en ocasiones es necesario hacer grandes arreglos, otras corregir cada línea, y a veces hacer ambas cosas. Uno sencillamente hace lo que tiene que hacer, y eso es todo.

Sin embargo, ningún editor, da igual lo bueno que sea, puede convertir un libro malo en uno bueno, así que debe trabajar sólo en aquellos libros que ama, sin importarle el motivo. Amar el libro hace que el trabajo tenga sentido y se consiga extraer algún valor de él. El que trabaja en un libro que detesta, que le disgusta o que le resulta indiferente, no logra nada.

Bob Dylan.

Cuando otro peso pesado de la edición estadounidense, Jason Epstein (n. 1928) describe a Gottlieb como: «el editor más dotado de mi generación, y quizás de todas», probablemente se está refiriendo a esa versatilidad, a este carácter de todoterreno que ha llevado a Gottlieb a editar con éxito tanto a novelistas y cuentistas como a celebridades que han escrito sus memorias o a historiadores académicos, de John Cheever, Ray Bradbury, Salman Rushdie y Doris Lessing, a Bob Dylan, Bill Clinton, Michael Crichton o Barbara Tuchman, por poner sólo algunos ejemplos. Algo que probablemente sólo es posible si uno es un muy buen lector desprejuiciado, y que le llevó a acuñar ese hallazgo que es «el buen libro malo».

Fue Bob [Gottlieb] quien impuso el patrón que aún se mantiene en la industria editorial según el cual se tiene la creencia general (correcta o incorrecta) de que el principal editor o editores de una editorial pueden hacer milagros al convertir un manuscrito en un libro de éxito si se lo proponen: el editor como hacedor de milagros. […] Bob fue el primer editor en convertirse en una celebridad, y aunque aseguraba sentirse apenado por el fenómeno, aceptaba la atención de todo el mundo. La historia sobre cómo había retitulado Trampa 22 se convirtió en una leyenda editorial, así como la forma en que promocionó de manera brillante a Roma Jaffe y su libro Mujeres en busca de amor. Lo que hacía de Bob una persona formidable era su combinación de refinada sensibilidad literaria con un criterio comercial infalible. No era un intelectual pretencioso. La palabra «comercial» no lo asustaba, y disfrutaba tanto con un buen libro como con un libro malo, siempre que fuera, como él decía con encanto, «un buen libro malo». […] Una novela tenía que estar escrita con sinceridad y pasión genuina; si lo estaba, entonces no importaba su calidad literaria, siempre y cuando fuera honesta.

Fuentes:

André Schiffrin con Jorge Herralde en el programa televisivo de Emili Manzano L´hora del lector.

Alexandra Alter, «Robert Gottlieb: Avid reader, reluctant writer», The New York Times, 23 de septiembre de 2016.

Michelle Dean, «Gotlieb, the editor who changed American literature», The Guardian, 27 de septiembre de 2016.

Jason Epstein, La industria del libro. Pasado, presente y futuro de la edición, traducción de Jaime Zulaika, Barcelona, Anagrama, 2001.

Robert Gottlieb, «Anatomy of a publisher. The history of Farrar, Straus & Giroux», The New Yorker, 12 y 19 de agosto de 2013.

Claire Kelley, «Remembering Nina Bourne, book advertising and publishing legend», Melville House webpage, 16 de abril de 2013.

Michael Korda, Editar la vida. Mitos y realidades de la industria del libro, traducción de Fernando González Téllez y revisión de Jonio González, Barcelona, Debate, 2005.

Melissa MacFarquhar, «Robert Gottlieb, The Art of Editing. No.1», The Paris Review, núm. 132 (otoño de 1994).

Jaime G. Mora, «Robert Gottlieb: legado de un editor», Abc, 8 de febrero de 2018.

Carrie Tuhy, «Robert Gottlieb is a Man of a Million words», Publishers Weekly, 19 de septiembre de 2016.


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