El fenomenal equipo que reunió en Chile Arturo Soria y Espinosa (1907-1980) le permitió llevar a cabo una de las iniciativas editoriales más interesantes de cuantas intentaron los exiliados republicanos españoles. Nacía la editorial Cruz del Sur en un contexto en que las referencias eran editoriales como Nascimiento, la Ercilla de Laureano Rodrigo (argentino casado con una. peruana), Zig-Zag, Osiris, o la recién creada librería-editorial Orbe de Joaquín Almendros o la del teósofo barcelonés Ramón Maynade (que en Barcelona fundó una conocida Librería Orientalista y quien posteriormente se integraría en Ercilla), etc.
Cuando a principios de 1939 llega a Chile, Soria tenía una amplia experiencia en el mundo de la letra impresa, pues había participado en la fundación del periódico Luz (1934) y del semanario Diablo Mundo (1934), y, refugiado en la embajada chilena en Madrid al término de la guerra, participó en la revista Luna que allí elaboraron los escritores Antonio Aparicio y Pablo de la Fuente, los artistas Santiago Ontañón y Edmundo Barbero y los estudiantes José Campos y Luis Hermosilla, entre otros. Sin embargo, destacaba Soria sobre todo como organizador y gestor de grupos de intervención cultural, como acreditan la creación de los Comités de Cooperació Intelectual (1932), la fundación con Antoni Maria Sbert de la Federación Universitaria Española de Madrid, sus actividades en la Universidad Extraoficial y en la Sociedad de Interayuda Universitaria o su labor como secretario general del Ministerio de Propaganda durante la guerra civil (que Esteban Salazar Chapela recreó, atribuyéndola al personaje “Evaristo Segovia” en la novela En aquella Valencia).
Con estos antecedentes, no es raro que su ambicioso proyecto editorial estuviera muy bien concebido y planificado, excelentemente organizado y dejado en manos de espléndidos profesionales. Según cuenta uno de estos colaboradores, José Ricardo Morales, con la sabia socarronería que le caracteriza:
La confianza absoluta en sus colaboradores fue su norma, hasta el punto de que la planificación de la editorial, en sus diferentes campos especializados, la confió plenamente a quienes se hicieron cargo de ellos. Al fin y al cabo, de nada vale la mejor planificación si no se encuentran las personas adecuadas para efectuarla. Y aún más, en viceversa, es obvio que cualquier programa propuesto de antemano para su cumplimiento, también se debe a personas: las que lo propusieron. El muy sabio Perogrullo no hubiera dicho otra cosa.
Entre estos más que notables colaboradores se contaba, por ejemplo, Manuel Rojas (1896-1973), que, dentro de un proyecto amplio de Biblioteca Nuevo Mundo, se ocupó de la exitosa serie de autores chilenos (ver anexo), que rondaba las tiradas de mil ejemplares. Bien conocido como narrador y poeta, tras su paso por la Biblioteca Nacional, Manuel Rojas había sido nombrado en 1936 director de la imprenta de la Universidad de Chile, por lo que sus conocimientos tanto sobre literatura como sobre cuestiones editoriales estaban ya contrastados.

Enrique Espinoza, Carlos Droguet y Manuel Rojas.
José Santos González Vera (1897-1970) se hizo cargo de la Nueva Colección de Autores Chilenos, que se inició casi inmediatamente y es muy probable que como consecuencia del éxito de la primera serie y, por otra parte, en detrimento de otros proyectos que quedaron truncos. Es el caso de la Colección de Autores Argentinos, de la que sólo se llegaron a publicar tres de los nueve títulos previstos, o las colecciones de Autores Bolivianos, Peruanos y Colombianos, encargadas a Mariano Latorre, Ricardo A. Latchman y Eduardo Carranza, respectivamente, de las que no se publicó ningún título. González Vera, procedente como Rojas de un inicial anarquismo, había coincidido con él en la fundación de la revista La Pluma, y posteriormente creó Numen y colaboró en publicaciones como Claridad y Atenea.
Enrique Espinoza, que dirigió la colección de Autores Argentinos, había nacido en Kishinev (Rusia) con el nombre Samuel Glusberg (1898-1987), pero en Buenos Aires desde 1905, había establecido un contacto muy fluido con escritores y artistas como Leopoldo Lugones u Horacio Quiroga, a raíz de la fundación en 1919 de la revista Cuadernos América, de la que llegó a publicar cincuenta números. A continuación había creado Babel, que publicaba tanto libros como una revista homónima, lo que le permitió entrar en contacto con una nueva generación de autores (Mariano Picón-Salas, Jorge Mañach Marinello, Arturo Uslar Pietri…). A través de su implicación en la más vanguardista Martín Fierro, la revista creada por Oliverio Girondo, contactó también con Jorge Luis Borges o Macedonio Fernández, entre otros. En cualquier caso, parece evidente que, una vez instalado en Chile (1935), era una persona muy adecuada para ocuparse de la colección que se le encomendó.

Mariano Latorre.
El chileno de origen vasco Mariano Latorre (1886-1955) es figura clave en el paso del criollismo al mundonovismo, y vio reconocida su labor como novelista en 1944 con el Premio Nacional de Literatura. Por su parte, Latchman (1903-1965) venía ejerciendo la crítica literaria desde los diecisiete años, primero en El Chileno y luego en la Revista Católica. Había publicado ya un Escalpelo (1925), que reúne ensayos acerca de Pedro de Oña y Jotabeche, entre otros, cuando viajó a Europa, donde se formó en Historia Medieval y Literatura, antes de regresar a Chile (1935), y allí prosiguió su labor crítica y desarrollo una importante labor como docente en la Universidad de Chile.
El poeta colombiano Eduardo Carranza (1913-1985), por último, tenía a sus espaldas una amplia experiencia como fundador de revistas culturales (Altiplano, Revista de Rosario, Revista de la Universidad de los Andes, suplemento literario de El Tiempo, etc.) que le proporcionaba un profundo y actualizado conocimiento de la literatura de su país.
El conocidísimo filósofo catalán José Ferrater Mora (1912-1991), que residió en Chile entre 1943 y 1947, antes de trasladarse a Buenos Aires, dirigió las colecciones Tierra Firme, “decidida a rescatar del pensamiento universal de todas las épocas aquellas obras en las que se defienden esas cosas frágiles que están siempre zozobrando, y que en nuestros días bracean desesperadamente para no hundirse: el respeto a la verdad, la tolerancia, la libertad de la persona”, así como la colección Razón de Vida.

Gonzalo Rojas, José Ricardo Morales, Armando Cassigoli (de pie) y Nicanor Parra.
Uno de los colaboradores más importantes y activos fue el dramaturgo, ensayista y profesor José Ricardo Morales (n. 1915), que además de seleccionar una interesante antología de Poetas en el destierro (1943) y estar a punto de ver publicada El embustero en su enredo (de la que incluso llegó a corregir pruebas), dirigió las colecciones dedicadas a las figuras menos conocidas del Siglo de Oro español (La Fuente Escondida) y la dedicada, con irónico y valleinclanesco título, a la poesía sacra (Divinas Palabras). A él se debe además la que sin duda es una de las mejores y más sentidas caracterizaciones de la editorial:
Cruz del Sur significó la mayor empresa colectiva efectuada por los desterrados españoles en Chile, de manera que asumió la función de la auténtica política, consistente en convertir a la masa en colectividad, porque las masas se amasan y configuran a coluntad del que las convierte en tales para poder dominarlas, mientras que la colectividad implica la posibilidad de colectar, cosechar o cultivarse en cuanto convivimos con los demás.

Mauricio Amster
Tan importante o más que todos los mencionados, sin embargo, es la participación sin duda decisiva de Mauricio Amster (1907-1980), auténtico motor y renovador del libro chileno, que en España se había estrenado con la portada del Poema del cante hondo de Federico García Lorca y participado muy activamente en editoriales como Cenit, Fénix, Renacimiento, Ulises, Dédalo, Zeus, Ediciones Oriente… y era además el maquetista (o diagramador) de la prestigiosísima editorial de la Revista de Occidente (se le atribuye, no sin polémica, el peculiar búho del logo). Soria y Amster se conocían desde los tiempos de Luz por lo menos, y habían coincidido además en otras cabeceras (Diablo Mundo, por ejemplo). Casi desde el mismo momento de su llegada a Chile, en 1940 (y hasta 1948), Amster se convirtió en director artístico de la editorial Zig-Zag (a cuyo frente se encontraba por entonces el español José María Souviron), para la que, según Andrés Trapiello, “realizó seguramente lo mejor de su carrera”, y luego vendrían Babel, Nascimiento, las ediciones de la Universidad de Chile, etc. En cualquier caso, es muy evidente que es Amster quien marca el tono de Cruz del Sur, quien le da una imagen característica, y el hecho de elegirlo como diagramador y diseñador de portadas de la editorial pone de manifiesto, una vez más, el talento de Soria en el momento de crear la editorial.
Los libros de Cruz del Sur –escribe Trapiello, probablemente refiriéndose a las colecciones de Morales– eran de formato pequeño, en rústica y de tipografía muy sobria, en tintas negra y roja sobre papel blanco como correspondía a la reedición de los clásicos que ellos llevaron a cabo. Había en esos libros algo de la tipografía tradicional, la de los siglos XVI y XVII, que Amster conocía como su propia casa, hasta el punto que su caligrafía recuerda los tipos góticos primitivos, y se parecen como dos gotas de agua a los que en ese momento hace Altolaguirre en La Habana y México.
A esta pléyade de colaboradores aún podrían añadirse los nombres de la esposa y el hermano del director (Conchita Puig y Carmelo Soria), Juvencio Valle, que tomó la responsabilidad de la primera edición de las obras completas de Neruda en formato económico, el poeta y editor Manuel Altolaguirre (1905-1959), que se ocupó de la impresión de La ironía, la muerte y la admiración, Santiago Ontañón (escenógrafo de tantas obras de Margarita Xirgu, entre otros méritos), el dibujante Arturo Lorenzo, la pintora y grabadora chilena nacida en Barcelona Roser Bru, el pintor Jaime del Valle-Inclán (quinto hijo del celebérrimo escritor)…
Anexo. Algunas colecciones literarias de Cruz del Sur
*Colección de Autores Chilenos (dirigida por Manuel Rojas)
José Santos González Vera, Alhué: estampas de una aldea, 1942.
Mariano Latorre, La epopeya de Moñi. Sandías ribereñas, 1942.
Pedro Prado, Los pajaros errantes, 1942.
Alfonso Vulnes, Viñetas, 1942.
Juan Guzmán Cruchaga, Canción, 1942.
Juvencio Valle, El libro primero de Margarita, 1942.
Tomás Lago, ed., Tres poetas chilenos, 1942. Son los poetas Nicanor Parra, Victoriano Vicario y Óscar Castro).
Vicente Huidobro, Temblor de Cielo, 1942.
Max Jara, Poemas selectos, 1942.
Guillermo Labarca Huberston, Mirando al océano. Diario de un conscripto, 1942.
*Nueva Colección de Autores Chilenos (dirigida por José Santos González Vera)
Jotabeche (José Joaquín Vallejo), Costumbres mineras, 1943.
Rafael Maluenda, Eloísa, 1943.
Ramón Laval, Cuentos de Pedro de Urdemalas, 1943.
Augusto d´Halmar, Mar (Historia de un pino marítimo), 1943.
Federico Gana, La señora, 1943.
Manuel Rojas, El Bonete Maulino, 1943.
Marta Brunet, Aguas abajo, 1943.
Sergio Atria, ed., Antología de poesía chilena (Guillermo Brest, Julio Vicuña Cifuentes, Diego Dublé, Francisco Contreras, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Manuel Rojas, Nicanor Parra…), 1946.
Luis Durand, Vino tinto y otros cuentos, 1943.
Amanda Labarca, Desvelos en el Alba, 1945.
*La Fuente Escondida (dirigida y prologada por José Ricardo Morales)
Josef de Valdivieso, Romancero espiritual, 1943.
Francsico de la Torre, Del crudo amor vencido, 1943.
Francsico de Figueroa, Ocio manso del alma, 1943.
Juan de Jáuregui, Orfeo. Poema en cinco cantos, 1943.
De tal árbol, tal fruto, florilegio de canciones anónimas del siglo XV al XVII, 1944.
Luis Barahona de Soto, La dulce lira, 1944.
Conde de Villamediana (Juan de Tasis y Peralta), Por la región del aire y del fuego, 1944.
Salvador Jacinto Polo de Medina, La vena rota, 1944.
Francisco de Medrano y Francisco de Rioja, Jardines compuestos, 1946.
Pedro Espinosa, Admiración de maravillas, 1946.
*Colección de Autores Argentinos (dirigida por Enrique Espinoza)
Domingo F. Sarmiento, Diario de un viaje, 1944.
Esteban Echeverría, El matadero, 1944.
Juan B. Alberdi, Mi vida privada, 1944.
*Raíz y Estrella
José Ferrater Mora, España y Europa, 1942.
José Ricardo Morales (ed.), Poetas en el destierro, 1943. Incluye poemas inéditos o no recogidos en libro de Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, León Felipe, José Moreno Villa, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Juan Larrea, Emilio Prados, Rafael Alberti, Luis Cernuda y Manuel Altolaguirre.
Joaquín Casalduero, Jorge Guillén. Cántico, 1946.
José Ferrater Mora, La ironía, la muerte y la admiración,1946.
Américo Castro, Aspectos del vivir hispánico. Espiritualismo, mesianismo, actitud personal en los siglos XIV al XVI, 1949.
*Divinas Palabras (dirigida por José Ricardo Morales)
San Juan de la Cruz, Poesías completas. Aforismos. Cartas, edición de Pedro Salinas, 1946.
Fray Luis de León, El Cantar de los Cantares, edición de Jorge Guillén, 1947.
Alejo Venegas, Agonía y tránsito de la muerte.Con los avisos y consuelos que cerca de ella son provechosos, 1948.
*Colección Residencia en la Tierra. Obra poética de Pablo Neruda (dirigida por Juvencio Valle)
La canción de la fiesta. Crepusculario, 1947.
El hondero entusiasta. Tentativa del hombre inifinito, 1947.
Veinte poemas de amor y una canción desesperada, 1947.
El habitante y su esperanza. Anillos, 1947.
Residencia en la tierra (1925-1931), 1947.
Residencia en la tierra (1931-1935), 1947.
Las furias y las penas y otros poemas, 1947.
España en el corazón, 1948.
Dura elegía, 1948.
Elegía y regreso, 1948.
Fuentes
Juan Escalona Ruiz, Editores del Exilio Republicano de 1939 (catálogo de la Exposición celebrada en la Universitat Autònoma de Barcelona en diciembre de 1999), Sant Cugat del Vallès, Associació d´Idees-Gexel, 1999.
Juan Escalona Ruiz, “Una aproximación al exilio chileno: La Editorial Cruz del Sur”, en Manuel Aznar Soler, ed., El exilio literario español de 1939, Sant Cugat de Vallès, Associació d´Idees-Gexel, 1998, vol. I, pp. 367-378.
Esther López Sobrado, “En el centenario de Santiago Ontañón. Luces y sombras del exilio”, en Manuel Aznar Soler, ed., Escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, Sevilla, Gexel-Renacimiento (Biblioteca del Exilio. Anejos IX), pp. 1109-1119.
José Ricardo Morales, “Razón y sentido de la Editorial Cruz del Sur”, en Manuel Aznar Soler, ed., Escritores, editoriales y revistas del exilio repulicano de 1939, Sevilla, Gexel-Renacimiento (Biblioteca del Exilio. Anejos IX), 2006, pp. 553-563.
Bernardo Subercaseaux, Historia del Libro en Chile (alma y Cuerpo), Santiago de Chile, Lom Ediciones (Colección sin Norte), 2000.
Bernardo Subercaseaux, “Editoriales y círculos intelectuales en Chile, 1930-1950″, Revista Chilena de Literatura, núm. 72 (abril de 2008), pp. 221 – 233.
Andrés Trapiello, Imprenta moderna. Tipografía y literatura en España, 1874-2005, València, Campgràfic, 2006.
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