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El arranque de una colección universal de bolsillo: El Cangur

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A la altura de 1974, con una trayectoria de más de una década, Edicions 62 lanzó la que en ocasiones se ha considerado la primera colección de bolsillo en lengua catalana. Obviamente, no se trata de la primera cronológicamente, pero su importancia es indiscutible y por lo menos doble. Por un lado, porque, gracias en buena medida a su precio de venta al público, fue eficaz en la difusión de obras y autores de la literatura universal entre los lectores en lengua catalana, pero, además, por el prestigio de los escritores que reunió.

A título orientativo, el mismo mes en que se estrenaba El Cangur, se ponía a la venta la quinta edición de la novela La punyalada de Joaquim Vayreda (1853-1903) en la Biblioteca Selecta (trescientas páginas, encuadernada en rústica con solapas) a un  precio de 150 pesetas. Los primeros ejemplares de El Cangur (18,5 x 11,5 encuadernados en rústica pero todos ellos de autores por entonces vivos), se vendían a 80: Narracions de Salvador Espriu (1913-1985), El pa dels anys joves, de Heinrich Böll (1917-1985) —la primera traducción  de Böll al catalán— y L’art d’estimar, de Erich Fromm (1900-1980), de 147, 108 y 149 páginas, respectivamente, y todos ellos con cubiertas diseñadas por Jordi Fornas.

La intención universalista explicitada ya en el nombre de la colección (Col·lecció Universal de Butxaca El Cangur) es evidente ya con estos títulos iniciales, como lo es también la voluntad de introducir entre los grandes nombres de la literatura universal contemporánea la de algunos autores insignes en lengua catalana que, implícitamente, se consideran de un rango similar o parecido, así como combinar el ensayo con la novela y el relato breve.

Aún en 1974 aparece un volumen con dos novelas de Aleksandr Solzhenitsyn (1918-2008) traducidas por Josep M. Güell, La casa de Matriona y Tot sigui per la causa; un columen con las entrevistas de Woodrow Wyatt (1918-1997) al filósofo Bertrand Russell (1872-1970), La meva concepció del món; el libro de cuentos de Mercè Rodoreda (1908-1983) La meva Cristina i altres contes; la novela de Georges Simenon (1903-1989) L´home que mirava pasar els trens, que se publicó como volumen doble (171 páginas), en traducción de Ramon Folch i Camarasa (1926-2019), quien se ocupó también del número siguiente y último aparecido en 1974, la recopilación de Francisco Candel (1925-2007) como volumen triple (217 páginas) Trenta mil pessetes per un home i altres contes. Lo cierto es que en sus primeros años, la colección parece mantenerse bastante fiel a la panorámica y la apertura de miras que parecen trazar estos primeros títulos, que procedían de colecciones previas de Edicions 62 pero a menudo tenían un atractivo adicional por sí mismas (más allá del precio y, por tanto, la mayor accesibilidad).

Las Narracions de Espriu, por ejemplo, se habían publicado originalmente en la colección Antologia Catalana y se habían hecho de ella once ediciones, pero se amplía en esta ocasión con nuevos textos. Entre los misterios aparentes de la colección se cuenta el caso del prólogo al mencionado libro de cuentos de Rodoreda, que en la edición de Antologia Catalana, en 1967, iba precedido de un prólogo firmado por Joaquim Batllori, mientras que en la de El Cangur quien figura como prologuista es Joaquim Molas. No hay misterio, o se aclara enseguida mediante el cotejo entre ambos prólogos: se trata de dos versiones de un mismo texto (la segunda más matizada y pulida), obra de quien era director de algunas colecciones en Edicions 62 (como Clàssics Catalans del Segle XX y la propia Antologia Catalana), Joaquim Molas i Batllori (1930-2015).

Además de Antologia Catalana, El Cangur se nutre de otras colecciones (La cua de palla, Trapezi), pero sobre todo de El Balancí, de donde procede por ejemplo la traducción de Carme Serrallonga de la novela ya mencionada de Böll, que se publicó originalmente en 1965 y fue una de las primeras traducciones que llevaba a cabo quien luego trasladaría al catalán a autores de la categoría de Brecht, Döblin, Dürrenmatt, Goethe, Handke, Schintzler… Así se anunciaba en 1965 El Balancí, que se estrenó con Crònica dels pobres amants, de Vasco Pratolini (1913-1991), y fue la principal colección a la hora de configurar la identidad de El Cangur:

 La colección de novelas más representativa de todas las corrientes mundiales de nuestros días: el noveau roman francés, la gran literatura de Estados Unidos, la moderna literatura alemana, el neorrealismo italiano, el establishment literario inglés y los actuales novelistas catalanes.

El año 1975 se inició con otra obra de Espriu (Primera historia d’Esther), de quien poco después se publicó Laia. Unes esvaides ombres del nostre mar (número 22) y se repitieron también enseguida otros nombres, como Simenon (La pell d’un home) y Fromm (Marx i Freud, en traducción de Jordi Solé Tura, que al año siguiente vería también en El Cangur su traducción de la Iniciació a la filosofía, de Bertrand Russell, como número 30). Sin embargo, uno de los autores más representados en la colección fue Manuel de Pedrolo (el que fuera director de la ya mencionada colección La Cua de Palla).

Ese año 1975 aparecieron de Pedrolo Avui es parla de mi (núm. 11) y Joc brut (núm. 15) y el año siguiente la distopía Mecanoscrit del segon origen (núm. 23), además de su traducción de La ruta del tabac, de Erskine Caldwell (1903-1987). Mecanoscrit del segon origen, había sido traducida de inmediato al occitano (1975), pero fue a partir de 1984, después de traducirla al español el pionero de la ciencia ficción española Domingo Santos (Pedro Domingo Mutiñó, 1941-2018) cuando desencadenó una retahíla de traducciones: al inglés (1985), al neerlandés (1986), al euskera (1989), al gallego (1992), al francés (1993)…, convirtiéndose en una de las novelas más leídas de la literatura catalana del siglo XX. A la altura de 1986, se habían hecho, sólo en catalán, más de veinticinco ediciones del Mecanoscrit.

Sin embargo, la importancia de la edición de El mecanoscrit del segon origen en El Cangur reside en que, a diferencia de la publicada en 1974 en la colección El Trapezi (destinada al público juvenil), en esta ocasión se publicó la versión íntegra, restituyendo los cortes que había impuesto inicialmente la censura franquista. La sorpresa, sin embargo, surgió con una edición de 1986. Por aquel entonces aún se conservaba una tradición —que hoy parece irremediablemente perdida— consistente en que todas las oficinas bancarias regalaban a sus clientes una rosa y un libro la Diada de Sant Jordi, lo cual suponía un estímulo para las editoriales, que hacían tiradas especiales (con el logo de la entidad bancaria bien visible) para cumplir con tal compromiso. La Caixa regaló ese año ejemplares del Mecanoscrit, pero para asombro de sus lectores se trataba de la versión censurada, cosa que es probable que se debiera a que se emplearon los fotolitos de la edición de Trapezi, en lugar de los de El Cangur, para ajustarse así a un determinado formato más resultón para los clientes de La Caixa.

Es también llamativa en esta colección la notable presencia entre los primeros números de textos en prosa no narrativa, como es el caso de Llengua i cultura als Països Catalans, del filólogo Antoni M. Badia i Margarit (1920-2014) o los ya mencionados de Russell y Fromm, y es muy notable el nivel de los autores extranjeros: Gorki (La meva infantesa, Caminant pel món, Les meves universitats), Cesare Pavese (El company, La lluna i les fogueres, La meva terra), William Saroyan (con el libro de cuentos Em dic Aram, de nuevo en traducción de Folch i Camarasa), así como la entidad de los escritores en lengua catalana (Avel·lí Artís-Gener, Prudenci Bertrana, Pere Calders, Joan Fuster, Montserrat Roig…), aunque tal vez puedan ponerse más reparos a la suerte que ha dispensado la posteridad a algunos de los escritores catalanes publicados en esos los primeros años (casos de Oriol Pi de Cabanyes o Pere Verdaguer, por ejemplo).

Años más tarde, superados ya los 150 títulos, mediada la década de los noventa el abanico de textos se amplió a diccionarios, atlas y sobre todo a una derivada de El Cangur, El Cangur Plus, destinada muy específicamente al ámbito escolar, donde la colección había entrado con cierta fluidez, sobre todo gracias a la exitosa novela de Pedrolo. Pero esa es ya otra historia.

Anexo: Los treinta primeros títulos de El Cangur

1- Salvador Espriu, Narracions, 1974.

2- Heinrich Böll, El pa dels anys joves, traducción de Carme Serrallonga, 1974.

3- Erich Fromm, L’art d’estimar, traducción de Jordi Monés, 1974.

4- Aleksandr Soljenitsin, La casa de matrona. Tot sigui per la causa, traducción de Josep M. Güell, 1974.

5- Bertrand Russell, La meva concepció del món, trad. Llorenç Carbonell i Torras,1974.

6- Mercè Rodoreda, La meva cristina i altres contes, 1974.

7- Georges Simenon, L´home que mirava pasar els trens, traducción de Ramon Folch i Camarasa, 1974.

8- Francesc Candel, Trenta mil pessetes per un home i altres contes, traducción de Ramon Folch i Camarasa, 1974.

9- Salvador Espriu, Primera història d’Esther, 1975.

10- Oriol Pi de Cabanyes, Oferiu flors als rebels que fracassaren, 1975.

11- Manuel de Pedrolo, Avui es parla de mi, 1975.

12- William Saroyan, Em dic Aram, traducción de Ramon Folch I Camarasa, 1975.

13- George Simenon, La pell d’un home, traducción de Gabriel Bas, 1975.

14- Maxim Gorki, La meva infantesa, traducción de Josep M. Güell, 1975.

15- Manuel de Pedrolo, Joc brut, 1975.

16- Antoni M. Badia i Margarit, Llengua i cultura als Països Catalans, 1975.

17- Cesare Pavese, El company, traducción de Francesc Parcerisas, 1975.

18- Friederich Durrenmatt, Grec busca grega, traducción de Lluís Solà, 1975.

19- Erskine Caldwell, La ruta del tabac, traducción de Manuel de Pedrolo, 1976.

20- Jaume Fuster, De mica en mica s’omple la pica, 1976.

21- Erich Fromm, Marx i Freud, traducció de Jordi Solé Tura, 1976.

22- Salvador Espriu, Laia. Unes esvaides ombres del nostre mar, 1976.

23- Manuel de Pedrolo, Mecanoscrit del segon origen, 1976.

24- Maxim Gorki, Caminant pel món, traducción de Helena Vidal, 1976.

25- Montserrat Roig, Ramona, adéu, 1976.

26–Baltasar Porcel, La lluna i el Cala Llamp, 1976.

27- Màxim Gorki, Les meves universitats, traducción de Josep M. Güell, 1976.

28- Dashiell Hammett, El falcó maltès, traducción de Marga García de Miró, 1976.

29- Manuel de Pedrolo, Tocats pel foc, 1976.

30- Bertrand Russell, Iniciació a la filosofía, traducción de Jordi Solé Tura, 1976.


Joaquín Almendros y Aristeo Andrés en Chile: la librería Séneca

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En una entrevista al magnate de las librerías chilenas Juan Aldea Vallejos, creador de la Feria Chilena del Libro (que en los dieciséis locales que en 2015 tenía por todo el país, concentraba el 40% las ventas en Chile), se cuenta que, tras hacer sus pintos como poeta, su entrada en el negocio de los libros se produjo «apadrinado por los refugiados españoles Joaquín Almendros y Aristeo Andrés [Cercós]», propietario y gerente, respectivamente, de la librería Séneca. Allí, en un primer momento como contador y más adelante como librero, aprendió Aldea Vallejos «los trucos del oficio», hasta que decidió establecerse por su cuenta y riesgo.

Joaquín Almendros.

De la trayectoria en el mundo del libro del editor, librero y distribuidor Joaquín Almendros (1904-¿?) son conocidos unos cuantos datos que permiten trazar una imagen de la misma, aunque sea incompleta, pero menos conocida es la enigmática historia de su socio en la librería Séneca, al igual que Almendros llegado a Chile como exiliado a bordo del legendario buque Winnipeg (que atracó en Valparaíso la noche del 2 de septiembre de 1939).

Algunos datos acerca de la actividad de Andrés Cercós durante la guerra civil española de 1936-1939 pueden recabarse de los ejemplares del Diario Oficial del Ministerio de Defensa republicano. De ellos se extrae que en junio de 1937 servía en el Batallón Montaña número 4, y el 17 de ese mismo mes fue ascendido a teniente de Infantería y destinado a la recién creada 97 Brigada Mixta del Ejército Popular de la República (constituida en las inmediaciones de Cartagena con mozos de los remplazos de 1932 a 1935), que partió de Almería con destino al frente de Teruel como unidad de refuerzo. Durante el verano de ese mismo año intervino en el fallido intento de recuperar las localidades de Villastar y Fuente Artesa y posteriormente sufrió muchas bajas por enfermedad y congelación como consecuencia del rigor de la batalla de Teruel (diciembre 1937-febrero 1938). Sin embargo, el 28 de diciembre de 1937 Aristeo Andrés Cercós había sido destinado al CRIM número 18 de Tarragona, y el 31 de mayo seguía en ese destino, pues según dice una circular con esa fecha firmada por el subsecretario de Defensa Antonio Cordón (1895-1969/1971): «He resuelto dejar sin efecto el destino adjudicado por orden circular de 16 de abril pasado (D. O. núm. 94) al teniente de INFANTERÍA profesional D. Aristeo Andrés Cercos, quedando subsistente el asignado al Centro de Reclutamiento, Instrucción y Movilización núm. 18 (Tarragona), por circular de 24 de diciembre anterior (D. O. núm. 311)».

En ese mismo periodo, Joaquín Almendros estaba también en Cataluña, donde fue el único representante de la Federación catalana del PSOE (Partido Socialista Obrero Español) en el primer Comité Ejecutivo del PSUC (Partit Socialista Unificat de Catalunya), partido creado el 24 de julio de 1936 y en cuyo comité estaban representados también la Unió Socialista de Catalunya (por Joan Comorera, como secretario general, y Pau Sirera), el Partit Comunista de Catalunya (por Miquel Valdés, Feilp Garcia y Pera Arcadia) y el Partit Català Proletari (Artur Cussó y Lluis Álvarez). Almendros fue durante la guerra secretario militar del PSUC y comisario de guerra del Ejército del Este —en los años setenta publicó unas memorias sobre esta época, Situaciones españolas, 1936-1939: el PSUC en la guerra civil (Dopesa, 1976), que en general no cuenta con mucho crédito por parte de los historiadores—, y no es demasiado arriesgado suponer que, si no fue ya a bordo del Winnipeg, por aquel entonces coincidiera con Aristeo Andrés Cercós.

Al poco tiempo de llegar a Santiago de Chile, Almendros empezó a trabajar como comercial y distribuidor para la revista y editorial Ercilla (jefe de circulación y propaganda), cuya revista homónima dirigía de facto el escritor peruano y político del APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana) Manuel Seoane (1900-1963) —aunque por ley un extranjero no podía figurar como director de un medio de comunicación—, que también se encontraba exiliado en Chile. Así lo contó el periodista Hernán Millás (1921-2016) ya a principios de los años noventa:

Tenía treinta y siete años cuando se embarcó [en el Winnipeg]. Era técnico en perforaciones mineras. Pero a los pocos días de llegar a Chile tropezó con Manuel Seoane (un peruano, otro exiliado), que era director de la revista Ercilla, y cambió la prospección por los libros. Tanto le apasionaron, que después se instaló con la librería Séneca, y más tarde fundó la editorial Orbe. […] Aún recuerdo con simpatía a este conversador andaluz [había nacido en Linares, Jaén] en el altillo gerencia de un local de la Galería Imperio, desapareciendo entre rumas de libros.

Por su parte, en un artículo de Liballe publicado en 1972 en el periódico chileno La Nación y dedicado a Joaquín Almendros, se cuenta del siguiente modo la relación entre ambos exiliados:«El periodista peruano había conocido al padre de Joaquln en Buenos Aires, cuando la familia Almendros estuvo exiliada en tiempos de la Dictadura de Primo de Rivera. Seoane sufría, a su vez, el exilio por Ia dictadura de Sánchez Cerro en Perú».

No está del todo clara la cronología de los acontecimientos, pues ya en 1941 aparecían libros de Ediciones Orbe. De ese año son, por ejemplo, Quince poetas de Chile, de Carlos Réné Correa (1912-1999), Cabo de Hornos, de Francisco Coloane (1910-2002) y con prólogo de Mariano Latorre (1856-1955), Ahumada 75, del boliviano Luis Toro Ramallo (1899-1950) e Historia de una derrota (25 de octubre de 1938), del escritor y por entonces diputado Ricardo Boizard (1903-1983), que dan buena muestra de la variedad de géneros que desde un principio acogió Orbe. Sin embargo, al parecer Almendros no adquirió la editorial hasta 1945 (de manos de Vega y Kamisnky).  Y unos pocos años antes, por lo menos antes del verano de 1944, estaba ya activa la Librería Orbe (en San Antonio 212), que se anunciaba como especializada en «ediciones chilenas, figurines y novedades extranjeras».

Al parecer, antes incluso de tomar los mandos de Orbe había fundado Almendros una librería llamada Mundi, pero en 1944 la vendió y creó la Séneca, domiciliada en Huérfanos, 836, a cuyo frente puso como gerente al eximilitar profesional Aristeo Andrés Cercós.

Según cuenta Aldea Vallejos en la entrevista mencionada, entre los clientes más o menos habituales de la Séneca se encontraban los escritores Mariano Latorre, Manuel Rojas, María Luisa Bombal (de quien Almendros se convirtió más adelante en editor), Benjamín Subercasseaux y Pablo Neruda (que, al parecer, casi nunca compraba nada en esa librería pero la frecuentaba).

Sin embargo, mediada la década Joaquín Almendros pasó a México, y ya en el año 1944 está fechada la edición mexicana en Orbe de la novela Caravana nazarena. El sudor de sangre del antifascismo español, del anarcosindicalista y escritor Ángel Samblancat (1885-1963). Al parecer, según el ya mencionado artículo en La Nación:

El editor tuvo que huir de nuestra tierra durante el gobierno de Gabriel González Videla, antes de ser detenido acusado de actividades extremistas Eran los tiempos de la Ley de Defensa de la Democracia y de la ofensiva anticomunista y Almendros, como muchos otros intelectuales de avanzada, traspasó las fronteras en forma clandestina, fue detenido en Bolivia, remitido a Perú y asilado en México.

De la actividad posterior del gestor de la librería Séneca, la única pista hallada hasta el momento es el registro de una edición del Libro de Buen Amor, en una versión modernizada y versificada por Clemente Canales y con un estudio preliminar de María Cristina Vergara, que publicó en Santiago de Chile la Editorial Renacimiento en su colección Delfín en 1980 (según indica José Jurado en Bibliografía sobre Juan Ruiz y su Libro de Buen Amor [CSIC, 1993]), que al parecer incluye en sus páginas 23 a 25 un breve prólogo de Aristeo Andrés Cercós.

Fuentes:

Manuel Aznar Soler y José-Ramón López García, Diccionario biobibliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, vol. 1 (Abad-Casalduero), Sevilla, Renacimiento (biblioteca del Exilio 30), 2016.

Diario Oficial del Ministerio de Defensa, 1936-1939.

Fernando Larraz, Editores y editoriales del exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento (Biblioteca del Exilio 36), 2018.

Liballe, «Joaquín Almendros: “Soy mucho más que un editor”», La Nación, 8 de octubre de 1972, p. 4.

Hernán Millás, Habráse visto, Santiago de Chile, Editorial Andrés Bello, 1993.

Juan Carlos Ramírez, «Juan Aldea, dueño de la Feria Chilena del Libro: Las batallas del librero más antiguo de Chile», La Segunda, 23 de enero de 2015.

Publicar contra la censura, el proyecto de Guillem Gally y Agustí Bartra

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A principios de la década de 1950 empezó a gestarse una curiosa colección literaria mexicana cuyo propósito era publicar aquellos títulos de literatura catalana que la censura española hubiera prohibido con argumentos realmente insólitos y/o delirantes, y acompañarlos además del pertinente documento de Censura. Lamentablemente, tan original proyecto no llegó a tomar mucho vuelo.

Guillem Gally Grivé.

Al frente del mismo se había puesto un veterano militante de la CNT, el impresor Guillem Gally Grivé (1906-1981), que en 1952 acababa de instalarse en el Callejón de San Antonio Abad de México. En el aspecto profesional, Gally Grive se había iniciado en Barcelona en las imprentas Clarassó y Vicente Ferrer, mientras que en el político había llegado a ser secretario del Front d’Esquerres de Catalunya (equivalente al Frente Popular en el resto de España) y durante la guerra civil española combatió seis meses encuadrado en la legendaria Columna Macià-Companys. En los momentos finales de la guerra pasó a Francia, donde inició un periplo por diversas ciudades (Perpiñán, Bédarieux, París, Amberes) antes de embarcarse con destino a México, adonde llegó en abril de 1939 en compañía de sus hermanos Hèctor (1910-1978) y Humbert (1915-1989). Hasta octubre de 1942 no consiguieron reunirse con él su esposa y su hijo.

En un primer momento, Guillem Gally adquirió una pequeña imprenta dedicada a las menudencias e impresos menores en la calle Aquiles Serdán, pero no tardó en asociarse con sus dos hermanos, residentes también en México, y crear la Imprenta Grafos. Entre sus clientes se ha podido identificar, por ejemplo, a las Ediciones Sol, para las que en 1951 imprimió la obra colectiva La teoría de la vida eterna (en traducción de Roberto Guzmán y con guardas ilustradas a sangre en blanco y negro) o en 1953 Un nuevo modelo del Universo, de Piotr Ouspensky (en traducción de Horacio Flores Sánchez y profusamente ilustrado) y Los signos. Desvelaciones del lenguaje de los signos, de Pedro Astete.

Sin embargo, ya previamente (por lo menos desde 1944) habían aparecido algunos volúmenes con pie editorial de Talleres de Imprenta Grafos, como es el caso de La flota republicana de España (1944), memorias del que fuera su comisario general, Bruno Alonso (1887-1977), por entonces exiliado en México tras su paso por el tremendo campo de prisioneros argelino de Maknassy; Guerra en España, 1936 a 1939 (1947), del que fuera coronel de la República Española Jesús Pérez Salas (1892-¿?) y que previamente había estado al frente de la columna Macià-Companys, acompañado de un prólogo de quien fuera l coronel del Estado Mayor Mariano Salafranca (1878-1946), exiliado como Pérez Salas en México; o ya en 1950 Max Nettlau, el herodoto de la anarquía, de Rudolf Rocker.

Mayor importancia aún, en relación al proyecto editorial de obras prohibidas tuvo la publicación en 1946 de L’arbre de foc. Poema de l’Home. Poema de Rut, ilustrado por el pintor barcelonés exiliado en Estados Unidos Joan Junyer (1804-194) en el caso de «L’arbre de foc», y por el hijo de Victor Serge, exiliado en México, Vlady (1920-2005), en el de «Poema de l’Home», y todo ello precedido de una ilustración de cubierta del ilustrador y escritor también exiliado en México Pere Calders (1912-1994). De esta edición de autor se hizo una tirada de 240 ejemplares, los diez primeros en papel Ameca Buff y el resto sobre papel Malinche, todos ellos firmados por el autor y distribuidos en buena parte por suscripción. El interés de esta edición reside sobre todo en el hecho de establecer una relación entre poeta e impresor, cuya continuidad explicó muy atinadamente la escritora Anna Murià (1904-2002), pareja de Bartra, en relación a la desaparición de la revista Lletres, de cuya impresión debía ocuparse Gally en cuanto dejó de hacerlo el incombustible el Bartomeu Costa-Amic (1911-2002):

Entonces, otro amigo impresor, Guillem Gally, se comprometió a continuar editando la revista y a cargar con el déficit; cuando nosotros nos marchamos [de México], a finales de 1948, tenía en prensa «Rèquiem», el poema de Bartra dedicado a la muerte de su padre, que debía aparecer como suplemento de Lletres. Pero sin Bartra la distribución falló y ya no fue posible que saliera el número 11 d la revista, que ya estaba compuesto.

No obstante, el germen de la original iniciativa editorial de Guillem Gally la contó perfectamente el escritor e ilustrador Pere Calders en una carta fechada en México el 19 de julio de 1953:

La historia del nuevo intento editorial en México es la siguiente: el impresor Guillem Gally, al saber que la censura [española] había prohibido el Odisseu de [Agustí] Bartra [1908-1982], obra de intención puramente literaria, tuvo la idea de editarla adjuntando el oficio de censura, sin ningún comentario. De ahí nació el propósito de editar todas aquellas obras de publicación imposible en Cataluña, pero esencialmente las de prohibición injustificable.

Pere Calders.

El epistolario de Calders es muy rico en datos acerca de este proyecto, y en otra carta, del 25 de agosto de 1953, explica que «Gally es un impresor que ha conseguido cierta posición con su trabajo, pero está lejos de las grandes posibilidades. Su propósito consiste en impulsar la colección invirtiendo el capital inicial y resignándose a no ganar nada, o incluso a perder dinero de forma moderada.» En cualquier caso, la edición del Odisseu fue muy esmerada, de nuevo con portada de Pere Calders y en este caso con ilustraciones del escultor, cartelista y pintor Josep Maria Giménez-Botey (1911-1974), y según se indica en su colofón (traducido): «Esta primera edición de  Odisseu, de Agustí Bartra, se ha impreso bajo el cuidado y dirección de Guillem Gally, en los obradores de Impresora Galve, S. A., de donde estuvo lista el día 19 de juliol de 1953». Efectivamente, para entonces se había producido un cambio de nombre y un nuevo traslado (al callejón de San Antonio Abad), pero con este título se estrenaba la colección Fonda (honda), nombre con el que en 1929 había existido en Sabadell una colección en cuya gestación había participado, entre otros, Amadeu Aragay i Daví (1886-1965), exiliado en México.

Rafael Tasis (1906-1966).

También gracias al espléndido epistolario de Calders es posible saber que la edición, de seiscientos ejemplares, tuvo un coste de 4.576 pesos y que el precio de venta era de 15, que el 40% del precio se lo llevaba el impresor y que el resto, una vez cubiertos los costes de redacción y producción, era para el autor, así como que la distribución fue un desastre, y de ahí en buena medida que no se diera continuidad al proyecto. En junio de 1954, le escribe Calders a Rafael Tasis: «La distribución de este libro ha sido un fracaso tan grande que me temo que la empresa empezará y acabará aquí». Así pues, quedaron sólo en proyecto El riu i els inconscients, de Maria Dolors Orriols (1914-2008), que poco antes había ganado el Premi Concepció Ravell en los Jocs Florals de Montevideo con Cavalcades y el Josep Trueta en los de Londres con Reflexos, y K. L. Reich, la impresionante novela sobre los campos de concentración nazis que Joaquim Amat Piniella (1913-1974) escribió basándose en su propia experiencia en Mauthausen  y que no conseguiría publicar hasta 1963 (en el Club Editor de Joan Sales).

Con todo, la relación Bartra-Gally tuvo continuidad con la edición de un poema dedicado a Maria Companys (hermana de quien fuera presidente de la Generalitat y esposa de Hèctor Gally), «Coral a Lluís Companys per a moltes veus», acompañado de un dibujo de Joan Junyer, que salió también con pie de Galve.

Cubierta de Misioneros con boina, diseñada por Manuel Rivera.

Otras obras editadas por Galve fueron Estampas de México (1954), de la etnóloga estadounidense Doris Stone; Hágase la luz (La novela de un filósofo existencialista) (1955), de la feminista cubana Ofelia Rodríguez Acosta (1902-1975); Misioneros con boina. La vida de los españoles en América (1954), novela del exiliado español Felipe Morales (1913-1987); Personalidad de la mujer mexicana (1961), de Margarita Loreto Hernández o una carpeta con tres libros de romances del poeta mexicano José Maria Gurría Urgell (1889-1965): Romancero del recuerdo, Romancero de Veracruz, Romancero de los tres dioses (1966).

Paralelamente, la empresa fue adquiriendo algunas empresas, como Encuadernación Leal, así como editoriales preexistentes, casos de la veterana Árbol (dedicada a la pedagogía, la psicología o la medicina alternativa, pero también al teatro y la arquitectura), Concepto (en la que se publicaron clásicos tan variados como El Príncipe de Maquiavelo o el Popol Vuh) o la editorial Pax, en la que se inició como redactor y corrector de estilo Héctor Gally Companys (1942-2010) y donde publicó los libros de cuentos Diez días y otras narraciones (1963), Los restos (1966) y Cuentos a Orfeo (1967), preparó la edición y prologó 30 cuentos de autores mexicanos jóvenes (1967) y publicó la novela Fuego negro (197).

A la muerte de Guillem Gally Grivé pasó a dirigir la empresa su hijo Guillem Gally Amorós, nacido en España pero llegado de niño a México. Su hermana Elisenda, nacida en 1945 ya en México, publicó en Concepto una edición comentada de la novela Juanita la Larga, de Juan Valera.

Fuentes:

Manuel Aznar Soler y José Ramón López García, eds., Diccionario biobibliográfico del exilio republicano de 1939, vol. 2 (Casanovas-Guerra), Sevilla, Renacimiento-Gexel (Biblioteca del Exilio. Anejos 30), 2016.

Pere Calders, «L’Odisseu d’Agustí Bartra», Pont Blau, 11 (setembre 1953), pp. 212-213.

Teresa Ferriz Roure, La edición catalana en México, Guadalajara (Jalisco), El Colegio de Jalisco, 1998.

Anna Murià, Crònica de la vida d´Agustí Bartra, Barcelona, Publicacions de l´Abadia de Montserrat (Biblioteca Anna Murià. Obres completes), 2004.

Josefina Sabaté, «Análisis de las variantes autógrafas en la “Nota de l’Autor” de Joaquim Amat-Piniella en K. L. Reich», Represura, núm 3 [nueva época] (2018), pp. 39-70.

Josep Vall, coord., L´Esquerra a Mèxic, 1941-1980, Barcelona, Fundació Josep Irla, 2016 (ed. corregida y ampliada).

 

Los primeros diez años de Contraseña Editorial

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Desde los años finales del siglo xx, las entonces llamadas nuevas tecnologías propiciaron que empezaran a surgir en España una buena cantidad de pequeñas editoriales con específica vocación literaria alejadas geográficamente de la que tradicionalmente había sido la capital editorial en este ámbito, Barcelona: Renacimiento en Sevilla, Pre-Textos en Valencia; Hoja de Lata en Gijón, Menoscuarto en Palencia, El Olivo Azul entre Córdoba y Sevilla… A ellas se unió en 2010 la editorial Contraseña, que venía a reforzar un panorama editorial aragonés de edición literaria que albergaba, entre otras, a Xordica, Certeza, Gara, Libros del Innombrable, Mira Editores, Sariñena, la editorial de libro infantil y álbum ilustrado Cosquillas y las extintas Eclipsados y Tropo Editores.

Portada de la edición de Pelletan.

De un vistazo a los diez primeros años de la trayectoria de Contraseña, destacan, junto a la evidente voluntad de crear y fortalecer en Aragón una comunidad interesada en el libro, una muy potente ambición estética que se manifiesta no solo en la selección de títulos sino también en la forma que estos adquirieron desde el primer momento, y en particular en unas características y esmeradas cubiertas que enseguida llamaron la atención del sector y que ilustraron algunos de los artistas más destacados en la materia.

Del primor con que edita Contraseña ya fue buena muestra su estreno, una edición de El procurador de Judea, el irónico cuento que Anatole France (1844-1924) publicó originalmente en Le Temps en 1891 y que luego incluiría en la compilación El estuche de Nácar (1892), pero que dignificó en 1902 el impresor y editor Edouard Pelletan (1854-1912) con una lujosa edición que incorporaba catorce dibujos de Eugène Grasset (1841-1917) grabados por el artista también suizo Ernest Florian (1863-1914). Ya a finales del siglo XX, el célebre escritor italiano Leonardo Sciascia (1921-1989) contribuyó de un modo decisivo a un resurgir del interés por este cuento —en el que se ha identificado una de las principales inspiraciones del cuento de James Joyce incluido en Dublineses «Los muertos»—, mediante la traducción y escritura de un prólogo para la edición de esta obra de Anatole France en Sellerio Editore.

Interior de la edición ilustrada de Pelletan.

La edición de Contraseña no sólo incorpora el texto de Sciascia, sino que le añade otro de uno de los narradores aragoneses más leídos en el cambio de siglo, Ignacio Martínez de Pisón, pero aun así el primer impacto para el lector es la ilustración de cubierta, en este caso de Alberto Aragón (quien tras pasar por la prestigiosa Escuela de Arte de Zaragoza, se convirtió en diseñador gráfico del Heraldo de Aragón y ya en 2007 se llevó el concurso al cartel de las fiestas del Pilar). También la traducción se puso en manos de profesionales expertos y ampliamente reconocidos, María Teresa Gallego Urrutia (Premio Nacional Fray Luis de León en 1997, Orden de las Letras y las Artes en 2003, Premio Nacional en 2008, Premio Mots Passants en 2011, Premio Esther Benítez en 2013…), en el caso del texto en francés, y Pepa Linares (Premio Ángel Crespo en 2014), en el de Sciascia.

Afortunadamente, este esmero en el modo de editar obtuvo enseguida reconocimiento, y aún no habían llegado a la decena de títulos publicados cuando con el segundo, Eugene Pickering, de Henry James (1843-1916), traducido por Ismael Attrache (Edith Wharton, Dickens, Stevenson, Bruce Chartwin…), prologado por el cineasta y escritor Vicente Molina Foix e ilustrado a color por el artista aragonés afincado en México Jesús Cisneros (Premio Lazarillo 2007), Contraseña se llevó primero el Premio al Libro Mejor Editado en Aragón en 2010 y luego el premio equivalente, en la categoría de obras generales y de divulgación otorgado por el Ministerio de Cultura al Libro Mejor Editado.

A la vista de ello, a nadie sorprenderá que los fundadores e impulsores de la editorial, Alfonso Castán y Francisco Muñiz, se hubieran formado ambos como filólogos en la Universidad de Zaragoza, donde el supermaestro José Carlos Mainer era desde 1982 un faro y ejemplo. Precisamente Mainer prologó dos libros para Contraseña, pero, quizá contra lo previsible o cómodo, ninguno de los que la editorial publicó de Ramón J. Sender (autor que Mainer conoce al dedillo y al que ha dedicado amplia y jugosa bibliografía), sino los del narrador ruso Vsévolod Garshin (1855-1888)  La señal y otros relatos (2010) y Los osos (2012), ambos traducidos por Sara Gutiérrez y con cubiertas ilustradas por Alberto Aragón e Isidro Ferrer, respectivamente.

En cuanto a los prólogos a las obras de Sender, del de El bandido adolescente (2013) se ocupó el filósofo Fernando Savater (quien ya en 1995 había dedicado a esta novela su intervención en el Primer Congreso sobre Ramón J. Sender en Huesca), mientras que el de Contrataque (2016) corrió a cargo del historiador aragonés Alberto Sabio Alcutén, y en ambos casos el diseño de las cubiertas quedó en manos del ilustrador y pedagogo alcañizano Alberto Gamón (formado en la Escuela de Artes Aplicadas de Zaragoza).

Alberto Gamón es también el responsable del diseño de cubierta de la antología de cuentos con la que Contraseña recuperó la obra del guionista y narrador británico John Collier (1901-1980) Fiesta en una botella (2011). Ya en 1975 Anthony Bugess (1917-1993) había llamado la atención sobre el talento literario de este escritor prologando su The best of John Collier (Pocket Books), y más tarde insistió en ello Ray Bradbury (1920-2012) prologando con evidente empatía en 2003 la compilación reiteradamente reimpresa Fancies and Goodnights (New York Review Books Classics), que originalmente había aparecido en 1951 en Doubleday; en la edición de Contraseña el breve texto de Bradbury aparece como postfacio, de modo que en esta ocasión el prólogo va a cargo del escritor peruano Fernando Iwasaki. Quizá sea el único caso en que la traducción, en este caso de Daniel Gascón, ha sido objeto de reparos, pues si bien Vicente Molina Foix la califica de «brillante», no hay unanimidad en cuanto a esta valoración. Pero del mayor interés es también el bello texto ilustrado que Alberto Gamón dedicó en su blog al proceso de concepción y elaboración de esta espléndida cubierta. También de Gamón son, por ejemplo, las dos cubiertas de obras de Dorothy Baker (1907-1968) publicadas en Contraseñas, El chico de la trompeta (2013) y Cassandra en la boda (2015), traducidas ambas por Isamel Attrache, y de la primera de las cuales, inspirada en la biografía del cornetista y compositor de jazz Bix Beiderbecke (1903-1931), existe una célebre versión cinematográfica protagonizada por Lauren Bacall (1924-2014), Doris Day (1922-2019) y Kirk Douglas (1916-2020). Otra excelente cubierta de Gamón de tema más o menos musical es la de la novela La acompañante, de Nina Berbérova (1901-1993), traducida por Marta Rebón, autora también del epílogo, con Ferran Mateo.

 

Nella Larsen.

También Sara Morante, quizá conocida sobre todo por sus cubiertas de los libros Carson McCullers para la editorial Seix & Barral, ha ido dejando un buen número de excelentes muestras de su trabajo en Contraseña, como es el caso de la traducción de Elena Gallego de Amistad, de Saneatsu Mushanoköji (1885-1976) o las de Pepa Linares de Xingú, de Edith Warthon (1863-1937), La abadesa de Crewe, de Muriel Spark (1918-2006), Claroscuro, de Nella Larsen (1891-1964)…

Menos prolífico ha sido, por ejemplo, el escritor y magnífico ilustrador Iban Barrenetxea, pero no menos excelentes son sus cubiertas de La señora Jenny Treibel, de Theodor Fontane (1819-1898), en traducción de la muy prestigiosa Carmen Gauger (Premio Nacional de Traducción en 2018), y Buen comportamiento, de Molly Keane (1904-1996), vertida al español por el no menos fiable y excelente Gregorio Cantera.

En el ámbito de la literatura española, Sender al margen, destaca sobre todo en el catálogo de Contraseña la edición de los relatos de Emilia Pardo Bazán (1851-1921) reunidos en Encaje roto. Antología de cuentos de violencia contra las mujeres, en edición y prologados por la profesora de la Universidad de Santiago Cristina Patiño Eirín y con una expresiva ilustración de cubierta obra de Elisa Arguilé (Premio Nacional de Ilustración Infantil y Juvenil en 2007 y Premio Junceda en 2008, entre otros),.

Aun así, como reza la declaración de intenciones de los editores en su web (de muy recomendable visita), lo que caracteriza a Contraseña es el equilibrio entre la recuperación de obras poco menos que olvidadas de autores muy famosos (Henry James, Dumas, E.T.A. Hoffmann, etc.), con el descubrimiento para el lector en lengua española de escritores de diversos ámbitos que permanecían inéditos en español, y todo ello con la ayuda del deslumbrante equipo de colaboradores que han ido forjando a lo largo de estos diez primeros años de una historia brillante.

Fuentes:

Web de Contraseña Editorial

Olivia Carballar, «Y colorín colorado, este cuento no ha acabado», LaMarea 19 de diciembre de 2018.

Alberto Gamón, «Fiesta en una botella», Gamonadas (blog), 6 de junio de 2011.

Javier, «Editorial Contraseña consigue el Premio Nacional al Libro Mejor Editado», La librería de Javier (blog), 23 de mayo de 2011.

Myriam Martínez, «Alfonso Castán y Francisco Muñiz lanzan la Editorial Contraseña», Diario del Alto Aragón, 2 de abril de 2010.

Alberto Ojeda, «Una contraseña para salir del olvido literario», El Cultural, 1 de diciembre de 2010.

Las Ediciones Chapultepec de Barcelona

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El 10 de mayo de 1962 se acabó de imprimir en Barcelona una tirada de sesenta ejemplares numerados de La luna nueva y Regalo de amante, del premio Nobel Rabindranath Tagore (1861-1941), con un pie editorial un tanto curioso, Ediciones Chapultepec, en referencia al bosque más famoso de Ciudad de México. El texto de La luna nueva se ofrece en la traducción ya por entonces clásica de Zenobia Camprubí (1887-1956) cuya primera edición había aparecido en 1915 en la Imprenta Clásica Española, mientras que la de Regalo de amante, también de Camprubí, se había publicado ya en 1919 en la también madrileña imprenta Fortanet y en esta ocasión se acredita como «versión de Zenobia Camprubí de Jiménez, en colaboración con Juan Ramón Jiménez».

De izquierda a derecha, Emilia Llanos, Federico García Lorca, Zenobia Camprubí, Isabel García Lorca, Juan Ramón Jiménez y Concha García Lorca.

La iniciativa de publicar la obra había surgido de dos jóvenes alumnos del Conservatorio de las Artes del Libro (Escola La Llotja), Miquel Vilà Burgos (n. 1940), que ese mismo 1962 obtenía un accésit en grabado de la Real Academia de Bellas Artes Sant Jordi, y Juan José Torralba García (1937-2010), quien había llegado a Barcelona en 1958 procedente de México (donde se había formado en la Escuela Superior de Bellas Artes y que, además, posiblemente da razón del enigmático nombre elegido como pie editorial de esta empresa).

Para llevar a buen puerto su proyecto se pusieron en contacto con el sobrino y albacea del poeta de Moguer, Francisco Hernández-Pinzón Jiménez (1919-2010), que les cedió los derechos a cambio de un determinado número de ejemplares, y con el estudioso de la obra juanramoniana y también poeta de Moguer él mismo Francisco Garfias (1921-2010), y mientras Miquel Vilà se ocupó de crear diez xilografías para La luna nueva y de componer a mano el texto en Bodoni, Torralba ilustró Regalo de amante con otras diez xilografías a color. Se estampó a mano en el propio Conservatorio en una prensa tipográfica que databa del siglo XVIII.

Entre los compradores de la edición se encontraban el escultor y coleccionista, y exalumno de la Llotja, Frederic Marés (1893-1991) y el coleccionista barcelonés Miguel Lerín (1914-1984), así como la pintora y grabadora Maria Josepa Colom (n. 1924), exalumna también de La Llotja, y el crítico de arte, traductor y poeta Rafael Santos Torroella (1914-2002), miembro de la Real Academia Catalana de Belles Arts de Sant Jordi, pero también la Biblioteca Nacional de México y el músico e historiador del arte Salvador Moreno (1916-1999), un mexciano muy vinculado a los ambientes culturales catalanes desde que se trasladó a Barcelona para convertirse en uno de los más conocidos discípulos de David Segovia y Cristòfor Taltabull y que en 1983 ingresaría también en la Real Academia Catalana de Belles Arts de Sant Jordi.

 

A iniciativa de Hernández-Pinzón, Chapultepec tuvo continuidad al año siguiente (1964) con una obra de Juan Ramón Jiménez, Poemas revividos del tiempo de Moguer, del que se tiraron un ejemplar único que se acompaña de los originales de los dieciocho dibujos de Torralba que contiene (xilografiados al hilo, en madera de cerezo), quince ejemplares numerados del II al XVI que contienen las pruebas xilográficas antes de su versión definitiva, 184 ejemplares numerados del 17 al 200 y cinco ejemplares destinados a los colaboradores e identificados de la A a la E. El texto, de nuevo compuesto a mano, se imprimió en Gráficas Gravil y sobre papel de hilo Luis Guarro y los grabados en la misma prensa tipográfica a brazo, del siglo XVIII. No sorprenderá tampoco que en este caso el prólogo lo firme Francisco Garfias, que enseguida se convirtió en colaborador habitual.

De hecho, el tercer título con el sello Chapultepec del tándem Vilà-Torralba fue el poemario de Garfias Cerro del Tío Pío (1964), en el que se empezó a trabajar en agosto de 1963 y se culminó en diciembre del año siguiente. Se hizo de este libro una edición de 560 ejemplares distribuidos del siguiente modo: diez numerados del I al X, que contienen un dibujo original y una prueba de cada uno de los grabados; otros diez del 11 al 60, todos ellos sobre papel de hilo Guarro, y los restantes impresos sobre papel offset de Torras Tuvinyá encuadernados en rústica, a los que hay que añadir los destinados a colaboradores (en este caso, veinticinco).  Este tercer título de Chapultepec iba ilustrado con diez xilografías al hilo coloreadas, obra de Vilà, y de nuevo con el texto compuesto a mano, estampado en los barceloneses talleres de C. N. Gisbert

Paralelamente, los creadores de Chapultepec decidieron crear su propio taller de estampación, que pronto alcanzó cierta fama y no tardó en ocuparse de la estampación de obra de artistas de la importancia de Antoni Clavé (1913-2005), Antoni Tapies (1923-2012), Roser Bru (n. 1923), Joan Ponç (1924-1984), Montserrat Gudiol (1933-2015), etc. La distribución de las ediciones de Chapultepec la llevaban en buena medida a cabo los propios directores de las ediciones aprovechando sus contactos entre artistas, literatos, críticos y coleccionistas, pero también a través de un corredor, por lo que la inmensa mayoría de estos ejemplares quedaron en Barcelona, y buena parte de las matrices de las xilografías de Miquel Vilà fueron donados por él mismo a la Biblioteca de Catalunya en 2013.

Con posterioridad a estas tres obras, aún aparecieron con el sello de Chapulepec dos carpetas de tiradas aún más cortas: Valle de México (1965), con diez grabados a punta seca de Torralba, y los tres sonetos de Santos Torroella agrupados como Trilogía del vagabundo, el soñador y el solitario (1966), para la que Vilà creó una docena de aguafuertes. Llegados a este punto, Torralba inició una prestigiosa carrera como grabador, que le llevaría a trabajar con Joan Miró (1893-1983) y Henry Moore (1898-1986), entre otros, mientras que Vilà se centró sobre todo en su obra pictórica, pero ilustró ocasionalmente algunos libros, entre los que suelen destacarse los treinta grabados de Barcelona, front de mar (Edicions Rosembach, 1992), con textos de Joan Perucho y Salvador Oliva.

En palabras de Germán Masid Valiñas, que es sin duda quien mejor ha analizado estas ediciones y su historia:

Los libros de Chapultepec supusieron una clara novedad en las ediciones barcelonesas de la época en lo que se refiere a las ilustraciones: por su estilo renovador y, sobre todo, por el carácter y frescor de las xilografías al hilo, que fueron una clara novedad en medio de la auténtica inundación de xilografías a la testa que poblaron gran parte de las ediciones de bibliófilo de esos años. Fue un anticipo de la técnica que se impondría entre los artistas en las dos décadas siguientes.

Sobrará ya decir que nada tiene que ver este proyecto con las Ediciones Chapultepec que ya desde los años cuarenta estaban en activo en México (en 1945 publicaron unos famosos Sonetos mexicanos) y en las que trabajó Francisco González Guerrero (1889-1963), antes de hacerse cargo de la Imprenta Universitaria (1952-1957).

Fuentes:

Antonio Campoamor González, Bibliografía general de Juan Ramón Jiménez, Madrid, Taurus, 1982.

Associació Cultural Catalano Mexicana, «Ens deixa Juan José Torralba», 24 de octubre de 2010.

Germán Masid Valiñas, La edición de bibliófilo en España (1940-1965), Madrid, Ollero y Ramos, 2008.

Jordi Rodríguez Amat, artículos sobre Juan José Torralba publicados en la revista Bonart y para un díptico de una exposición y recogidos en su web.

Web de Miquel Vilà.

 

 

Pérez Galdós en la guerra civil española

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El 4 de enero de 1939, en los días ya finales de guerra civil española, Altavoz del Frente (dependiente del Comité de Agitación y Propaganda del Partido Comunista de España) organizó en sus locales de la madrileña Alcalá un homenaje a Benito Pérez Galdós (1843-1920) con motivo de cumplirse dieciocho años de su muerte, y además de una serie de conferencias (de Bernardo G. de Cardamo, Diego San José, María Teresa León y Rafael Alberti) se puso en escena la poco conocida obra del escritor canario La fiera (que, a tenor del enfrentamiento entre liberales y realistas, bien puede interpretarse como una diatriba galdosiana contra el fanatismo ideológico).

De hecho, Galdós fue uno de los escritores que con más asiduidad tuvo presencia en los escenarios españoles durante la guerra, y ya el 19 de febrero de 1937 la compañía García Lorca que dirigía Manuel González (¿?-1946) repuso el incisivo alegato contra el poder de la Iglesia católica Electra en el Teatro Español madrileño, que a partir del 14 de octubre alternaría con la Mariana Pineda de García Lorca (1898-1936) y que en la temporada siguiente combinaría con el Juan José de José Dicenta (1862-1917) y con la Yerma lorquiana. También en Madrid, Pepe Romeu presenta en junio y julio de 1938, en el Teatro Ascaso, otra obra de Galdós de corte bastante distinto, La loca de la casa.

En Barcelona, en abril de 1937 se puso en cartel en el teatro Poliorama El Vell Albrit, traducción de Agustí Collado (1895-1942) de El abuelo galdosiano (que publicó enseguida La Escena Catalana) y el célebre actor Enric Borràs (1863-1957) presentó la esta misma obra en el Liceu durante varias tardes en octubre del año siguiente y, en diciembre de ese mismo 1938, fue la actriz Esperanza Ortiz quien en el Orfeó Gracienc presentó La voluntad, una obra que plantea la necesidad de una profunda regeneración de los valores morales. Un ejemplo más de la abundante presencia de la dramaturgia galdosiana en los escenarios peninsulares durante la guerra civil sería, en Valencia, la puesta en escena a partir de enero de 1937 de El abuelo a cargo de la compañía de Enrique Rambal (1889-1956).

En las páginas del periódico La Vanguardia escribía el 11 de marzo de 1938 Max Aub (1913-1972) acerca de cómo crear un repertorio acorde con los confusos y decisivos tiempos que corrían: «Ahí esta Galdós, nuestro abuelo, ¿cuántas comedias suyas se han repuesto en Barcelona? Galdós debe ser un galardón de nuestra lucha, el primer nombre que llevemos en alto». Lo cierto es que la presencia de Galdós es también muy frecuente en la prensa cultural durante la guerra, y suelen recordarse sobre todo los artículos que publicaron en la primorosa revista Hora de España Rosa Chacel (1898-1994) en febrero de 1937 («Un hombre al frente: Galdós») y María Zambrano en septiembre de 1938 («Misericordia»), por ejemplo, pero podrían mencionarse otros muchos escritores, como Manuel Andújar (1913-1994), que le dedicó bajo el nombre de Manuel Culebra otros dos artículos: «Don Benito» (UHP, 14 de enero de 1937) y «Pérez Galdós» (La Calle, 5 de enero de 1939). También en el ámbito de los estudios universitarios, Galdós estaba siendo objeto de atención por parte de destacados filólogos, como es el caso del insigne Joaquín Casalduero (1903-190), que en 1937 ve publicado su «Ana Karenina y Realidad» en el número XXXIX del Bulletin Hispanique, o el del reputado galdosianista H. C. Berkowitz (1895-1945), que en 1936 había publicado «Los juveniles destellos de Benito Pérez Galdós» en el número 8 del Museo Canario y en febrero de 1939 su más importante «Galdos’ Electra in Paris», en el número XXII de Hispania.

No es de extrañar, pues, que Pérez Galdós fuera uno de los escritores de los que más libros se publicaron en ese período, pues además parte de su obra (en particular la serie de los Episodios Nacionales) encajaba muy bien con la interpretación que los partidos comunistas (PCE; PSUC) hacían de la guerra civil española como una guerra de liberación frente a las potencias extranjeras (Alemania, Italia, Portugal y los Grupos de Fuerzas Regulares del Protectorado de Marruecos). La desdeñosa pero célebre diatriba de Valle-Inclán contra Galdós —en boca de Darío de Gádex en la escena cuarta de Luces de Bohemia («Precisamente ahora está vacante el sillón de Don Benito el Garbancero»), consecuencia en buena medida de la oposición que, como director artístico de El Español, el escritor canario mostró al estreno de una obra de Valle—, había quedado ya olvidada.

En este contexto cobra todo su sentido que ya durante la batalla de Madrid, el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes se apresurara a arrancar en 1936 unas Ediciones de la Guerra Civil con las novelas de Galdós El 2 de mayo y Napoleón en Chamartín, en cuyo prologuillo se subraya además el paralelismo entre la actitud de las clases populares madrileñas ante la invasión francesa y la que muestran en el momento de publicación de estas obritas frente a la invasión del fascismo. Se trata en ambos casos de apenas 94 páginas con un formato de 17,5 x 12.5 que se vendían al muy modesto precio de 0,50 pesetas.

Paralelamente, la histórica editorial Hernando, que venía publicando la obra de Galdós desde hacía ya décadas, reeditó en el período bélico algunas obras de los Episodios Nacionales, que desde la proclamación de la República lucían en sus cubiertas la bandera tricolor, en lugar de la rojigualda con la que se habían hecho famosas estas ediciones (y con la que volvería a publicarse desde el final de la guerra hasta bien entrada la década de 1960).

No hay duda de que este fue el modelo del que partió el brillante diseñador Mauricio Amster (1907-1980) cuando eligió el fondo para la ilustración de los primeros volúmenes de la primera serie de Episodios Nacionales que la editorial comunista Nuestro Pueblo publicó en 1938 y que es, según se indica en la portadilla, una «Edición especial en homenaje a nuestro glorioso Ejercito Popular en la segunda guerra de la independencia de España»: Trafalgar, La corte de Carlos IV y El 19 de marzo y el 2 de mayo. Para todos ellos escribió el gran crítico y traductor literario Enrique Díez-Canedo (1879-1944) los prólogos, el de Trafalgar más general y con mayor atención a la biografía y la obra galdosiana y en el que, en relación a la vigencia del texto, escribe:

La guerra desencadenada por unos generales facciosos en julio de 1936 no es más que una nueva fase de las que desgarraron a España desde las postrimerías del siglo XVIII y comienzos del XIX. De un lado absolutismo y tiranía, monarquía y religión, como atavíos tradicionales de España, intentando sofocar los anhelos de libertad que germinaron en nuestro pueblo, como definitivas conquistas del tiempo, sólidamente asentadas por la Revolución francesa. De otro lado, esas nobles aspiraciones, apoyándose primero con toda candidez en la monarquía y confundiendo su dudosa aceptación de los principios liberales con la indignada protesta contra los invasores del suelo, que la monarquía misma entregaba, humillándose ante un Napoleón o recabando la ayuda de un Luis XVIII.

Acaso sea casualidad, pero poco después de la aparición del primero de estos libros publicaba Benjamín Jarnés (1988-1949) un artículo dedicado a Trafalgar en su sección de «Literatura Española» en el periódico bonaerense La Nación (el 6 de noviembre de 1938).

Se trata de unos volúmenes encuadernados en rústica con sobrecubierta ilustrada a dos tintas—y ostensiblemente firmada— por Amster, con un formato de 17, 5 x 12,5 y entre doscientas y trescientas páginas, de los que se hicieron unas muy generosas tiradas (Trapiello menciona la cifra de cien mil), que se pusieron a la venta a un precio de seis pesetas. La coincidencia de formato permite aventurar que quizá se emplearon las tripas de las ediciones de Hernando, pero la numeración en arábigos desde el prólogo descarta a priori, a falta de datos concluyentes, esa posibilidad.

El interés editorial que tenía Galdós, pues, seguía respondiendo en muy buena medida, como casi siempre, a unos planteamientos indudablemente ideológicos.

Fuentes:

Detalle de la cubierta de un ejemplar de Trafalgar en el que puede leerse como fecha de edición el “año de la victoria”.

Max Aub, «Acerca del teatro. El repertorio», La Vanguardia, 11 de marzo de 1938, p. 3, reproducido y anotado en Manuel Aznar Soler, Max Aub y la vanguardia teatral (Escritos sobre teatro, 1928-1938), València, Aula de Teatre de la Universitat de València (Palmiremo 1), pp. 217-223.

Robert Marrast, El teatre durant la guerra civil española. Assaig d’història i documents, Publicacions de l’Institut del Teatre-Edicions 62 (Monografies de Teatre 8), 1978.

Andrés Trapiello, Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936-1939), Barcelona, Destino (Imago Mundi 167), 2010.

Dolores Troncoso Galán, «Galdós y la guerra civil española», en Yolanda Arencibia, María del Prado Escobar Bonilla y Rosa María Quintana Rodríguez, eds., VI Congreso Internacional Galdosiano. Galdós y la escritura de la modernidad, Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo Insular de Gran Canaria, 2003, pp. 559-564.

 

 

Xoc, la librería como dinamizadora de barrio

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A los amantes del aigua de València

 

Que las librerías no son meros comercios dispensadores de libros y que pueden incluso ser algo más que un lugar donde obtener recomendaciones adecuadas para lectores intensivos y fieles es una verdad incontrovertible pese a que la idea de «crear comunidad» pueda hacer que parezca cosa reciente.

Salida del metro en Vila Picina.

En uno de los barrios obreros más característicos de Barcelona, Vila Picina i la Torre Llobeta (uno de los trece que conformarían el distrito de Nou Barris), se abría en 1972 una librería cuya vocación combativa y asociativa quedó clara desde el primer momento, la Xoc (choque).

Su cabeza visible fue Conxa Torrent i Murall, que lo contó del siguiente modo:

Un grupo de amigos […] con el proyecto de acercar la cultura a los barrios me lo proponen […]. Gente joven, con ganas de ofrecer conocimientos, sobre todo en ciencias sociales, a lugares de la periferia urbana, que en aquella eépoca quedaban totalmente al margen de los circuitos de inquietudes culturales y sociales que empezaban a manifestarse abiertamente en el centro [de Barcelona]. En aquellos momentos me había quedado sin empleo, empezaba estudios de sociología, y la propuesta me pareció muy interesante. […] Los libros eran el arma, la librería el medio y el barrio el objetivo del trabajo.

En ese grupo inicial que dio el primer empujón se encontraba por ejemplo Isabel Monteagudo, que por entonces ya trabajaba en International Editors (IECO) y muy poco después impulsaría también LaSal Edicions Les Dones, pero la presencia constante en la librería, ubicada en el número 325 del passeig Fabra i Puig, fue Torrent, más adelante con el apoyo de Toni Munné.

Màrius Serra.

Uno de los más devotos clientes, el escritor Màrius Serra (que presentó todos sus libros en la Xoc mientras esta estuvo abierta), ha evocado (y reivindicado) en varias ocasiones ese local, atiborrado de libros por todas partes (pero también inicialmente de juguetes y discos), y el ambiente que en él se generó, sobre todo en los años ochenta, mediante presentaciones de libros, exposiciones de arte gráfico y fotografía, lecturas poéticas, coloquios, debates, e incluso se convirtió en uno de los principales impulsores de lo que sería la asociación de vecinos del barrio, liderando los primeros estudios rigurosos acerca de los equipamientos existentes en la zona y aglutinando a quienes estaban interesados en formar parte de ella.

En ese contexto de los años setenta previos a la muerte del dictador, uno de los aspectos chocantes era la predilección de la librería por los títulos en catalán, e incluso el hecho de que todo en la librería estuviera escrito en esta lengua y fuera el medio de expresión habitual, echando así por tierra el prejuicio de que el catalán era el vehículo de comunicación solo de la burguesía y/o que no existía una clase obrera catalanoparlante. En una entrevista publicada en la revista Via fora!! la propia Conxa Torrent explicaba la reacción de sus convecinos del siguiente modo:

Afortunadamente, por parte de la gente corriente del barrio, el modo de proceder de Xoc fue recibido con  absoluta normalidad, aunque pudiera sorprender. Las únicas reacciones contrarias llegaron por parte de gente adepta al régimen y de dogmáticos españolistas, incluso de izquierdas, muchos de ellos apelando a un supuesto internacionalismo.

Por otra parte, en un momento en que aún era habitual la prohibición de mostrar en escaparates determinados libros publicados en catalán, eso, añadido al hecho de que la librería se convirtió a menudo en almacén de material impreso «subversivo», la convirtió no sólo en uno de los objetivos de la policía, sino también de los grupos ultranazionalistas. Tampoco podía ser ajeno a ello que, como hacían otros comercios en barrios y pueblos menos expuestos o susceptibles de generar ese tipo de reacciones, la Xoc había establecido por costumbre mantener abierto los 12 de octubre, conocida sucesivamente como Día de la Raza, Día de la Hispanidad y Fiesta Nacional de España.

Pasada la transición, en el paso de la década de los setenta a los ochenta, la Xoc fue pionera en Barcelona en añadir a la librería un minúsculo servicio de bar, en el que cada viernes se servía una muy popular «aigua de València», y que en su caso tenía todo el sentido como ampliación y acondicionamiento a las funciones de lugar de reunión y tertulia que había adoptado desde el principio.

Así lo describía Màrius Serra, en un artículo muy intencionadamente titulado ‒por contraste con la contemporánea gauche divine‒ «La “gauche humaine”»:

Jamás un espacio tan reducido albergó tantas especies de espacios a la vez: un vestíbulo con revistas, un aparador temático, tres mesas de café aptas para todo tipo de discusiones, otra inundada por las novedades editoriales, rodeada en tres de sus cuatro lados por altas estanterías con libros de fondo, una pared y media capaces de acoger fotografías o dibujos o tapices o pinturas para exposiciones sin ínfulas ni inflación de precios, un rincón de libro infantil rodeado de expositores y una barra con tres taburetes en la que cada viernes se servía auia de València.

Avel·lí Artís-Gener.

Como no podía ser de otra manera, a medida que avanzaba la década la viabilidad económica de una librería de estas características y en ese contexto se hizo cada vez más difícil, por lo que finalmente, acabó por cerrar en septiembre de 2007, según las cuentas siempre fiables de Serra, «treinta y cinco años, tres meses y ocho días» después de haberse puesto en funcionamiento. De aquí que pasara a ser conocida como la librería con bebidas.

Entre los hitos de la librería Serra suele evocar el momento en que allí, tras la presentación de L’home del sac, Tísner (Avel·lí Artís-Gener, 1912-2000) le propuso ser su sustituto como creador de los crucigramas de La Vanguardia, pero a este podría añadirse, por ejemplo, el primer homenaje al joven militante del Partit Comunista d´Espanya (internacional), el PCE(i), Jordi Martínez de Foix i Llorenç, Lino, (1957-1978), en cuya memoria se publicó en el año 2003 un libro-dossier preparado por su familia y editado por la Xoc y la papelería La Tinta, así como numerosas exposiciones (como es el caso de la pintora Luisa Fortes) o visitantes de tanto fuste como Maria Mercè Marçal o Joan Brossa; «En estas tres décadas y un lustro de precaria economía Conxa ha montado mil y un saraos», escribe Serra en el ya citado artículo.

Fuentes:

Àngels, «Conversa amb Conxa Torrent i Murall», Via fora!!, núm. 51, volum VI (verano de 1996), pp. 54-60.

Màrius Serra, «La “gauche humaine”», La Vanguardia, 6 de septiembre de 2007.

Màrius Serra, «Hoy llega la gripe E», La Vanguardia, 12 de octubre de 2009.

Màrius Serra, «Els llibres són tímids si no tenen qui els prescrigui», Ara, 24 de abril de 2016.

Joan Josep Isern, «El dia que Tísner va nomenar el seu sucesor», Núvol, 29 de mayo de 2012.

Los Pliegos Sueltos de Marte

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Es posible que haya que atribuir a la azarosa y prematuramente truncada trayectoria vital de Carmen Mieza (Carmen Farrés Sirvent, 1930-1976) que su obra literaria haya quedado en el olvido, pese a algunos esfuerzos de estudio y recuperación —como por ejemplo el de Luis A. Esteve «El exilio en las novelas de Carmen Mieza (desde fuera y desde dentro)»— y que en particular su novela de 1962 La imposible canción (cuyo título alude al famoso verso de León Felipe) fue profusamente reeditada y aún es fácil encontrarla en el mercado de segunda mano. También Una mañana cualquiera (Prisma, 1964) fue objeto de reediciones, por Prisma en 1956 y, con prólogo firmado [Federico Carlos] S [áinz] de R [obles Correa], por el Círculo de Amigos de la Historia, pero menos suerte tuvo el libro de entrevistas póstumo La mujer del español (Ediciones Marte, 1977).

Menos conocida aún, por supuesto, es su condición de copropietaria y abnegada editora en las Ediciones Marte, con Tomás Salvador (1921-1984), quien actuaba como director gerente, y donde trabajaría como corrector más o menos fijo el escritor valenciano Raúl Carbonell Sala. Las Ediciones Marte se ubicaban en Galerías Comerciales 18 de la calle Concilio de Trento de Barcelona y acaso empezaron su andadura en 1964. Sin embargo, la existencia de una serie de títulos de tema bélico con ese mismo pie editorial con domicilio en la calle Casanova 136 (y recuérdese que Salvador pasó por la División Azul) suscita la duda de si se trató de la compra de una editorial preexistente a la que se cambió por completo el rumbo. Véanse los casos de El alamein (1962), de Hernert Eschbach; V-2 La muerte silenciosa (1962), de Hans Reburg; El Alcázar de Toledo. El cerco de Madrid (1962), de Volker Nerburg, todos ellos encuadrados en una colección llamada Relatos de soldados, dirigida por Tomás Salvador.

Una de las primeras colecciones de lo que tiene pinta de ser más bien una nueva etapa, fue la destinada a publicar ediciones ilustradas a color y numeradas de grandes clásicos de la literatura universal, que se inició con el volumen colectivo (Paul Féval, Gogol, Joseph Le Fanu) Vampiros, con textos adaptados y prologados por Javier Tomeo (1932-2013) e ilustrados por el popular Serafín (Serafín Rojo Caamaño, 1926-203), y Poemas satíricos, de Francisco de Quevedo (1580-1645) ilustrados por quien fuera célebre cartelista durante la guerra civil Lorenzo Goñi (1911-1992).

En 1965 aparece la versión de Albert Manent de La tragedia de Romeo y Julieta de Shakespeare (la misma que en 1960 publicaría la editorial Juventud), con ilustraciones obra de Raimundo Cobos, de la que se hace una tirada de 5.000 ejemplares numerados en papel offset ahuesado de Papelera Catalana, una decisión un tanto sorprendente, no sólo porque las ediciones de lujo y las ediciones de bibliófilo habían entrado ya por entonces en un marcado declive, sino por la aparente contradicción entre el hecho de numerar los ejemplares y la enormidad de la tirada. Ese mismo año se publicaba en Pliegos de Cordel la Carmen de Merimée, de nuevo con ilustraciones de Serafín, y una compilación de Comedias de Aristófanes (Lisístrata y La Asamblea de las Mujeres), acompañadas de un prólogo de su traductor, Jesús Lizano (1931-2015), y en ambos casos con ilustraciones de Serafín y con tiradas numeradas de 5 000 ejemplares.

Interior del Heptamerón.

La producción parecía haberse establecido en tres títulos anuales, que en 1966 fueron el Hamlet ilustrado por Cobos, el Heptamerón de la reina Margarita de Navarra, en versión de Josefina Martínez Gastoy, y La vida del buscón llamado don Pablos, de Quevedo, ilustrado por Goñi, pero a partir del año siguiente se incrementó el número de títulos y, además, una parte de la tirada de cada título empezó a comercializarse con los libros encuadernados en rústica pero estuchados, como es el caso del Retrato de la lozana andaluza de Francisco Delicado, la Obra completa del Conde de Villamediana preparada por Juan Manuel de Rozas y acompañada de 67 ilustraciones de Rafael Munoa (1930-2012) o las Aventuras del barón de Munchausen, y además a hacerse aparte tiradas de mayor empaque, encuadernadas en goflex e igualmente comercializadas en estuche.

De este modo se presentaba por ejemplo el compendio de relatos breves Floresta varia de gracias y desgracias Joaquin Buxó Montesinos, conocido también como Braulio Sigüenza, prologado por un ficticio Fabián Tuño y con un comentario de Joan Perucho e ilustrado por A. Claube, que luego tendría varias reediciones (para mayores aclaraciones sobre el juego de autorías y prologuistas, véase el cuento de Perucho «Noticia de Madama Edwarda y un desconocido escritor»); así como también El libro de sonetos antologados por Jesús Lizano e iluminado por el escultor, pintor e ilustrador de selectas ediciones de bibliófilo Òscar Estruga Andreu (n. 1933), o la traducción de Josefina Ferrer de Los cuentos de Canterbury de Chaucer, presentados con ilustraciones a color del pintor Ramon Aguilar Moré (1924-2015). Con la Floresta… se abría una cierta fisura en el criterio mantenido hasta entonces de publicar textos clásicos y antiguos, que enseguida se ensancharía.

Las tiradas se habían reducido a unos 3000 aproximadamente, y todo hace suponer que ya no todos los ejemplares se numeraban, pero por su significación en el contexto de la España franquista y por la ampliación del criterio de la colección, mayor relevancia tiene la edición en 1968 de la Antología poética de Antonio Machado (1875-1939), seleccionada, editada y prologada por el poeta madrileño José Hierro (1922-2002) e ilustrada por el muy prestigioso Will Faber (1901-1987). De ese mismo año es la edición de La Celestina, adaptada por el escritor y editor Antonio Prieto (n. 1929) —que toma como guía el texto crítico establecido por Manuel Criado del Val— y con ilustraciones que firma F. Ezquerro, así como una edición en dos volúmenes de El libro de Buen Amor, en versión modernizada, con prólogo y notas de Nicasio Salvador Miguel e ilustraciones de nuevo de Òscar Estruga.

No es de sorprender que el final de la década marcara el parón en esta iniciativa, pero ya en 1972 se recuperaba con la publicación del conocido como Quijote de Avellaneda, ilustrado por Cobos, Rubaiyat, de Omar Kheyyán, y —acaso el título más sorprendente— Estación sin nombre, una compilación de sonetos de la escritora y política mexicana Griselda Álvarez (1913-2009), estos dos últimos ilustrados por Estruga, y en todos los casos con tiradas de unos 3 000 ejemplares.

Los cuentos de Canterbury, encuadernados en goflex y en estuche.

Finalmente, tras un nuevo año en blanco, en 1974 aparecieron los Nuevos Pliegos de Cordel, de los que puede deducirse, por los títulos publicados, que se enfocaba más en la poesía y preferentemente por los nuevos autores: Apuntes para otra historia (1965-1974), del poeta Florentino Huerga Martín (1935-2005) e ilustrado por Antonio Beneyto, Canto por vosotros, de Matías Sánchez Carrasco (1929-1998) ilustrado por Bartolomé Liarte, y, ¿en 1975?, una Antología romántica de José de Espronceda preparada y prologada por Jordi Mustieles y Mercedes Salvador con ilustraciones de Liarte.

A tenor de la estrecha amistad e incluso colaboración que mantuvieron durante muchos años Josep Janés (1913-1959) y Tomás Salvador, es casi inevitable advertir que tanto algunos de los títulos como las características de las ediciones bien podrían estar inspiradas en el modo de enfocar algunas de las primeras colecciones de postguerra janesianas, como es el caso de Cristal (rustica ilustrada) o El Libro del Mes (tapa dura, estuchado), pero no parece que, ni en lo estético ni en lo comercial, la empresa de Mieza y Salvador obtuviera resultados similares, entre otras cosas, acaso porque los parámetros y el mercado de la bibliofilia se había distanciado ya muchísimo de las ediciones corrientes, y estas iniciativas pretendían situarse a medio camino.

Ilustración de Aguilar Moré para Los cuentos de Canterbury.

Fuentes:

Francisco Candel, Patatas calientes, prólogo de Joan J. Gilabert, Barcelona, Ronsel (Colección Pérgamo, serie Crónicas 65), 2003.

Versión en rústica de Los cuentos de Canterbury.

José Cruset, «Tomás Salvador: Generoso discípulo de la vida», La Vanguardia Española, 20 de junio de 1968.

Luis A. Esteve, «El exilio en las novelas de Carmen Mieza (desde fuera y desde dentro)», en Manuel Aznar Soler, ed., Las literaturas del exilio republicano de 1939. Sesenta años después, Sant Cugat del Vallès, Gexel, 2000, vol. 2, pp. 261-272.

Cristina Fanjul, «Este es un libro de epifanías (entrevista a Marcos Ordóñez)», Diario de León, 28 de febrero de 2013.

Marcos Ordóñez, «Me acuerdo de Tomás Salvador», en Bulevares periféricos, 15 de febrero de 2012.

Javier Tomeo, «Primera memoria», El Cultural, 27 de diciembre de 207.

Y los catálogos de la Biblioteca Nacional de España.


Chomsky, Herman y la censura de Warner Books

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El término «censura económica» es un poco resbaladizo cuando se aplica a la edición y publicación de libros, quizá debido al abuso que de él han hecho escritores que, tergiversando su sentido original y pese a la enorme cantidad de títulos que se publican cada año, no han sido capaces de encontrar ninguna editorial dispuesta a trabajar y apoyar sus textos y han encontrado en este término consuelo.

Sin embargo, quizá sin recurrir a él sea difícil calificar el caso de Counter-Revolutionary Violence: Bloodbaths in Fact and Propaganda, del economista y analista de medios de comunicación de la Warton School de la Universidad de Pensilvania Edward S. Herman (1925-2017) y el lingüista, filósofo e historiador del MIT (Massachusetts Institute of Technology) Noam Chomsky (n. 1928) y publicado con un prólogo de Richard Falk (de la Universidad de Princeton) originalmente en 1973, unos cuantos años antes de otra importante obra escrita al alimón por estos dos intelectuales pero con la que está emparentada: Manufacturing Consent: The Political Economy of the Mass Media (1988), publicada en español por la editorial Crítica, en traducción de Carme Castells, como Los guardianes de la libertad. Propaganda, comunicación y consenso en los medios de comunicación de masas.

De Counter-Revolutionary Violence hubo una fugaz edición en español ‒probablemente a partir de la traducción francesa‒ mediante las efímeras A. Q. Ediciones de Agustín de Quinto en 1976 con el título Baños de sangre, pero tanto esta empresa como la distribuidora homónima cerró por suspensión de pagos al año siguiente y su propietario desapareció dejando una estela de deudas (que El País cifró en su momento en unos sesenta millones de pesetas). No resulta del todo fácil encontrar hoy ejemplares de esa edición, profusamente ilustrada con fotografías en blanco y negro.

Quizá vale la pena detenerse sucintamente en los protagonistas del asunto Counter-Revolutionary Violence, más allá de los autores.

El editor Claude McCaleb obtuvo cierta notoriedad cuando en diciembre de 1960, estando al frente de John Willey & Sons Inc., fue contratado como editor en Bobbs-Merril Company (creada en 1938 y por entonces subsidiaria de Howard W. Sams and Company Inc.), cuando esta empresa decidió empezar a focalizarse en el libro universitario y creó en Indianápolis un equipo directivo en el que entraron, además de McCaleb (especialista en ciencias y con el cargo de executive editor), Leo Grans (de American Books), Ranald P. Hobbs y William H. Y. Hacket Jr. (procedentes de Khinehart ambos, y el segundo de ellos nombrado director) y Lucius Lamar (de Charles Scribners Son’s).

Una década más tarde,  McCaleb trabajaba como editor en Andover (Massachusetts) de Warner Modular Publications, que había empezado a crear una serie de panfletos, revistas y breves monografías acerca de los temas sociológicos, culturales y políticos más candentes destinados sobre todo a los por entonces muy inquietos estudiantes universitarios. El Watergate le llevó a ver la necesidad de explicar y divulgar qué eran y cómo actuaban las principales instituciones del país y los principales acontecimientos nacionales e internacionales mediante una colección de monografías, y en esta línea debía incluirse el libro de Hermann y Chomsky, cuya tesis principal era que Estados Unidos, en su intento por sofocar los movimientos revolucionarios en los países subdesarrollados (el libro se centra en los países del sudeste asiático), había acabado por convertirse, con la anuencia y el silencio cómplice de los grandes medios de comunicación, en el principal generador de violencia en el mundo.

Warner Modular era entonces propiedad de Warner Communications, cuyo presidente, William Sarnoff, era uno de los sobrinos de David Sarnoff (célebre pionero en la radiodifusión y uno de los primeros presidentes de RCA, Radio Corporation of America). Tras su paso por las universidades de Stanford y Harvard, William Sarnoff, sobradamente cualificado como gestor, seguía sin tener ninguna experiencia en el mundo de la edición de libros. Tras su paso como tesorero del Club Razor Blade Manufacturing Company (fabricantes de cuchillas de afeitar en Newak) entre 1955 y 1962, se había convertido ese mismo año en vicepresidente de Warner Communications ‒que en 1972 colaboraría con la campaña presidencial de Richard Nixon (1913-1994)‒, y sobre él recaía la responsabilidad de todas las operaciones que tuvieran que ver con libros.

En el verano de 1973 estaba ya en marcha una tirada de 20.000 ejemplares de Counter-Revolutionary Violence y se diseñaron una serie de anuncios publicitarios destinados a periódicos y revistas de ámbito nacional como el New York Times, la New York Review of Books, New Republic, The Nation y Saturday Review, y una copia de los mismos se le remitió a William Sarnoff, quien el 27 de agosto se apresuró a llamar a McCaleb para saber de qué iba el libro, temiéndose que fuera producto de una nueva filtración de documentos del Pentágono del tipo que había propiciado el Watergate y del que la Warner pudiera tener que avergonzarse luego. McCaleb le explicó que se trataba de un estudio llevado a cabo por reputados miembros de la comunidad academica, pero eso no tranquilizó por completo a Sarnoff, que dos horas después de su primera llamada volvía a comunicarse con el editor y pedía que le trajera esa misma noche una copia de las pruebas que se habían preparado para mandar a algunos periodistas.

Edward Herman.

McCaleb voló de inmediato a Nueva York y a la mañana siguiente dejaba en la oficina de la Warner un ejemplar para Sarnoff, que unas horas después le convocaba de urgencia en su oficina y, según palabras del editor, le soltó una violenta diatriba por considerar que el libro era «una sarta de mentiras» y «un ataque escandaloso contra ciudadanos reputados» impropio de un editor respetable, a lo que McCaleb le retó a señalar algún pasaje que pudiera sostener una denuncia por injurias o difamación. Pero ese no era el problema para Sarnoff, que había llamado ya a la imprenta para que detuvieran su trabajo (se calcula que llevaban ya impresa la mitad de la edición, de 20.000 ejemplares). Mc Caleb le recordó al vicepresidente de la Warner que, en virtud del contrato que les unía, él y su equipo tenían absoluta independencia para elegir los títulos que publicaba y que sólo debería rendir cuentas por las ventas de los libros y por la solvencia financiera de la empresa, pero Sarnoff replicó que eso no regía para los libros «que no valían nada y estaban repletos de mentiras», así que se le obligó a reimprimir el catálogo de novedades eliminando el título de Hermann y Chomsky y detener toda la operación de comunicación acerca de esta obra. De nada sirvió que McCaleb propusiera publicar un nuevo libro que contrastara y diera una visión contrapuesta a ese mismo asunto ni que advirtiera del desprestigio en el ámbito académico que una operación de esas características conllevaría para una editorial enfocada precisamente al libro universitario. Obviamente, las razones de la Warner se impusieron, pues a Sarnoff no pareció importarle lo que pudieran pensar McCaleb, sus empleados y colaboradores, los propios autores o la comunidad científica en general.

De hecho, poco después McCaleb y su equipo abandonaron el proyecto, Warner vendió la empresa a MSS Information Corporation (que no tenía servicio de distribución) y Warner Modular no tardó en desmantelarse por completo.

Mc Caleb pasó entonces una temporada conduciendo un taxi en Boston (antes de reincorporarse al negocio editorial), mientras que Sarnoff obtenía en 1975 una presidencia en Warner.

No deja de ser curioso que Warner Books no sólo se convirtiera uno de los principales editores de los libros de Richard Nixon (The Real War, Leaders y sus volúmenes de memorias), sino que además el Nixon v. Warner Communications sea el más célebre caso en que se puso en tela de juicio ante el Tribunal Supremo de Estados Unidos los límites de la libertad de prensa.

Ha contado Herman que consultaron la cuestión de Counter-Revolutionary Violence ante la ACLU (American Civil Liberties Union), pero que al tratarse de una decisión empresarial (y no gubernamental) el asunto no tendría ningún recorrido en el improbable caso de que alguien se atreviera a llevarlo ante los tribunales. Así pues, ¿acaso debe considerarse este uno de los casos más célebres de censura económica? ¿O bien se entreveran lo económico y lo político y es más preciso el término censura corporativa que emplea Schivone?

Fuentes:

Robert F. Barsky, Noam Chomsky. Una vida de discrepancia, traducción de Isabel González Gallarza, Barcelona, Península (Atalaya 202), 2005.

Noam Chomsky, vídeo de la conferencia «Manufacturing Consent The Political Economy of the Mass Media», campus de Madison de la Universidad de Wisconsin, 15 de marzo de 1989.

Alan McLeod, «Noam Chomsky: The Real Election Medding Isn’t Coming from Rusia», Truth Dig, 20 junio 2019.

Michael Moore, «The Media Monopoly», The Multinational Monitor, septiembre de 1987.

Agustín Mosreal, «La censura económica», Revista de la Universidad de México, núm. 66 (2009), pp. 79-81.

Gabriel M. Schivone, «Corporate Censorship Is a Serious, and Mostly Invisible, Threat to Publishing», Electric Literature, 17 de enero de 2019, recogido también en el Pen Sydney Magazine de mayo de 2019, pp. 19-22.

Manuel Altolaguirre, editor durante la guerra civil española

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En un pasaje de la novela Campo de los Almendros (1968), el escritor valenciano Max Aub (1903-1972) dejó constancia, en el estilo vivaz y preciso que le caracteriza, de la existencia de un libro editado durante la guerra por el sello creado por Manuel Altolaguirre (1905-1959) que luego ha dado mucho que hablar:

Georgette y César Vallejo por las calles de Madrid en 1931.

–Se llamaba Abraham de segundo nombre. Lo suelen olvidar.

–¿Era judío?

–¡A qué santo! Nieto –por ambas partes– de curas españoles.

–¿De quién estáis hablando?

–De un peruano que dice éste que era muy importante.

–¿Murió?

–Sí, en París.

–¿Cuándo?

–El año pasado.

–¡Ah!

Como si ya diera lo mismo: la muerte pasada carece de importancia, está ahí, alrededor, con la lluvia fría y el mar. Alfredo se relaja, las manos hundidas a más no poder en los bolsillos de su chaquetón de cuero raspadísimo. Vuelve.

–¿Cómo se llamaba?

–Vallejo.

–¿César?

–¿Le conocías?

–Sí, estábamos haciendo la edición de un libro suyo. Lo estarán leyendo los fachas. No sé si [José Herrera] Petere salvó algunos ejemplares. Creo que no.

Efectivamente, no consta que el también escritor José Herrera Petere (José Herrera Aguilera, 1909-1977) lograra conservar ningún ejemplar, o en cualquier caso que este no se extraviara enseguida durante su exilio en el campo de Saint Cyprien, antes de salir con destino a México (gracias a la ayuda de Picasso) y Suiza. Este libro de César Vallejo (1892-1938), el tercero y último de las Ediciones Literarias del Comisariado del Ejército del Este (tras España en el corazón. Himno a las glorias del pueblo en la guerra, de Pablo Neruda, y Cancionero menor para los combatientes (1936-1938), de Emilio Prados) era España, aparta de mí ese cáliz, que según el colofón se terminó de imprimir el 20 de enero de 1939; es decir, dos días antes de que los organismos oficiales de la Generalitat fueran evacuados de Barcelona y a una semana de la llegada del Cuerpo del Ejército Navarro y el Cuerpo marroquí a la montaña del Tibidabo.

Se trataba de un librito de 64 páginas de texto, que incluye un dibujo original de Pablo Picasso (1881-1973) y el texto introductorio de Juan Larrea (1895-1980) «Profecía de América», del que se imprimieron 1.100 ejemplares, 250 de ellos numerados. La impresión se llevó a cabo en el monasterio de Montserrat, donde la Generalitat de Catalunya había establecido el Hospital del Ejército del Este y Unidad de Imprentas, aprovechando la infraestructura con la que ya contaba el monasterio (un taller que databa del siglo XV).

Vallejo retratado por Picasso.

Juan Larrea cuenta los alguno de los prolegómenos de este libro, en los que también desempeñó un papel importante la buena predisposición y la gestión de la viuda del poeta, Georgette Marie Philippart Travers (1908-1984):

Picasso no conocía a Vallejo. Apenas se produjo la muerte de César, me reuní, una larga tarde, con el pintor y le leí un buen puñado de versos vallejianos. Picasso, profunda y visiblemente emocionado, exclamó: «A éste sí que le hago el retrato». Allí mismo, Picasso, en cosa de diez minutos, acabó varios dibujos del poeta.

En cuanto a las circunstancias en que se llevó a cabo este trabajo, quedan sucinta pero adecuadamente explicadas en la portada del mismo libro:

Soldados de la República fabricaron el papel, compusieron el texto y movieron las máquinas. Ediciones Literarias del Comisariado. Ejército del Este. Guerra de la Independencia. Año de 1939.

Aun así, más jugosas resultan las explicaciones que da Altolaguirre en sus memorias acerca del proceso para fabricar papel empleando unos viejos molinos de la barcelonesa localidad de Orpí, cerca de Capellades (donde actualmente existe un museo-molino papelero) para poder llevar a cabo todas esas ediciones, y, según dice, obtuvo:

un papel precioso. Los trapos viejos triturados y blanqueados se transformaban en hojas blanquísimas de papel de hilo con transparentes marcas de agua. Papel que salía hoja a hoja y que eran colgadas de los cordeles con los mismos ganchos con que las lavanderas cuelgan la ropa limpia. Producción limitada pero sorprendente. El Boletín del Cuerpo de Ejército y su suplemento literario fueron impresos en ese papel de lujo. También editamos varios libros. Entre ellos España en el corazón, de Pablo Neruda; como materia prima para ese libro se usaron banderas enemigas, chilabas de moros y uniformes de soldados italianos y alemanes.

Manuel Altolaguirre y Emilio Prados.

Y en una carta de noviembre de 1941, que probablemente le sirviera en el momento de redactar sus memorias, incluso aporta Altolaguirre algún detalle más:

el día que se fabricó el papel del libro de Pablo [Neruda] fueron soldados los que trabajaron en el molino. No sólo se utilizaron las materias primas (algodón y trapo) que facilitó el Comisariado, sino que los soldados echaron en la pasta ropas y vendajes, trofeos de guerra, una bandera enemiga y la camisa de un prisionero moro. El libro de Pablo, impreso bajo mi dirección, fue compuesto a mano e impreso también por soldados.

Juan Larrea.

Se suponía que la entrada de los franquistas en el monasterio en febrero de 1939 acabó con todas las ediciones que allí se habían llevado a cabo durante los años de guerra civil. Sin embargo, en 1983 Julio Vélez y Antonio Molino localizaron en el Monasterio de Montserrat cuatro ejemplares de esta obra de Vallejo, que se daba ya por completamente perdida, y al año siguiente la reprodujo en la editorial madrileña Fundamentos (y de 2013 hay un segundo facsímil de la cooperativa Árdora Ediciones, con un epílogo de Alan Smith Soto).

Este texto parafrasea, resume y abrevia las páginas 70-72 de mi A dos tintas. Josep Janés, poeta y editor, Barcelona, Debate, 2013.

Fuentes:

Manuel Altolaguirre.

Manuel Altolaguirre, El caballo griego, en Obras Completas I, edición de James Valender, Madrid, Istmo (Col. Bella Bellatrix), 1986.

Manuel Altolaguirre, Las vidas de Pablo Neruda, México, Grijalbo, 1973.

Max Aub, Campo de los almendros, edición de Francisco Caudet y Lluis Llorens Marzo, en Obras completas, vol. III-B, València, Institució Alfons el Magnànim, 2002. El pasaje citado, en p. 337.

Marco Aurelio Torres H. Mantecón, «Poetas en guerra: Neruda, Prados y Vallejo en un curioso sello editorial: las “Ediciones Literarias del Comisariado del Ejército del Este” (1938-1939)”», en Congreso Internacional La Guerra Civil Española 1936-1939, celebrado en Madrid el 27, 28 y 29 de mayo de 2006, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, edición electrónica.

Gonzalo Santonja, Un poeta español en Cuba: Manuel Altolaguirre, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 1995.

Manuel Altolaguirre.

James Valender, Manuel Altolaguirre y Concha Méndez. Poetas e impresores, Madrid, Residencia de Estudiantes, 2001.

James Valender, «Pablo Neruda y Manuel Altolaguirre. Notas sobre la primera edición española de España en el corazón», que acompaña la edición facsimilar de este texto, Sevilla, Renacimiento, 2004.

Marko Zouvek, «Los libros perdidos de la República Española», blog personal de Marko Zouvek, 15 de mayo de 2014.

LaSal Edicions de les Dones, pionera del feminismo postfranquista

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¿Cuántos proyectos editoriales no se habrán gestado en un bar? Lo curioso y meritorio es que algunos de ellos incluso llegaron a hacerse realidad, como es el caso de la editorial feminista LaSal Edicions de les Dones.

Aunque registrada oficialmente en 1978, los orígenes de esta iniciativa editorial se remontan al 6 de julio de 1977, cuando en el número 8 de la barcelonesa calle Riereta (en el barrio del Raval) abre las puertas un peculiar establecimiento gestionado por mujeres y que Katia Almerini —que lo contextualiza con una ajustada panorámica del feminismo barcelonés inmediatamente posterior a la muerte del dictador—, ha descrito como «una experiencia híbrida a medio camino entre el bar, el centro cultural y el espacio de reflexión feminista». Teatro (el Teatrí de les Dones), performances, pases de cine (Boy meets Girl, de Eugènia Balcells), conciertos y recitales (Txiky con Anna Subirana y Teresa, la Titi, el grupo La Traca) y exposiciones de arte pictórico fueron la sal de unos tiempos un poco sosos que no tardarían en amenizar también, en una onda parecida, la Tribuna Feminista de la editorial Debate.

Apenas había transcurrido un año desde su inauguración cuando la activista Mari Chordá, Mariló Fernández, Isabel Martínez y la luego importante agente literaria Isabel Monteagudo se rascaron el bolsillo y un poco más allá para poder abrir casi justo enfrente (en Riereta, 13) una librería y editorial, LaSal Edicions de les Dones, un proyecto al que una vez empezó a andar se unieron la poeta mallorquina Maria Bauçà, Mª José Quevedo, Carme Cases, la poetisa Montserrat Abelló (1918-2014), la escritora y traductora catalana nacida en Chile Mireia Bofill, Mercè Fernàndez, Isabel Segura y Goya Vivas.

Los propósitos y ambiciones quedaron claramente establecidos en lo que puede considerarse poco menos que un manifiesto fundacional:

Somos una editorial feminista: LaSal Edicions de les Dones. Publicaremos libros escritos por mujeres que sean expresión de las mujeres. En este sentido, queremos recuperar textos de autoras ya reconocidas por otras publicaciones, pero olvidadas en su creación literaria más íntima. También iremos sacando a la luz, en la medida en que lleguen a nuestras manos, los textos de tantas mujeres que se expresan silenciosamente, sin posibilidades de ser conocidas y leídas. Sacaremos novela, ensayo, actualidad, testimonio, cuento, poesía, libros gráficos, y mantendremos una periodicidad de publicación.

En buena medida gracias al éxito de la Agenda de les Dones, que empezó a publicarse ese mismo año 1978 (y lo hizo hasta 1990, con una segunda etapa entre 1996 y 2009), añadido al apoyo y las colaboraciones desinteresadas, se pudo dar continuidad a la iniciativa. Uno de los primeros libros publicados fue La bolchevique enamorada, de la activista marxista Aleksandra Kolontái (1872-1952), una edición de 170 páginas encuadernada en rústica de la traducción firmada por Vasilisa Malyguina publicada en 1928 por Ediciones Oriente (y reeditada en laSal por lo menos en dos ocasiones), a la que siguió el libro de artista Quadern del cos i l’aigua, con poemas de Mari Chordá e ilustraciones de la pionera del cómic español Montse Clavé (que ese mismo año había ilustrado el Cuaderno feminista. Introducción al self-help, de Leonor Taboada, publicado por Fontanella).

De 1979 es el ensayo de la periodista alemana y directora de la revista Emma Alice Schwarcer La pequeña diferencia y sus grandes consecuencias. Las mujeres hablan de sí mismas. Comienzo de una liberación y la novela Pan de boda, de Nuria Amat, y del año siguiente el poemario con el que Rosa Fabregat había ganado el Premio Vila de Martorell 1978, Estelles, así como Poemas encintos, de Carmen Ruiz y una traducción de Mari Chordá de La Celina, de la escritora, periodista y acrtiz feminista (e hija de un brigadista internacional) Christianne Rochefort (1917-1998).

Se creó enseguida un sistema de suscripción, de poco más de mil pesetas, que se reembolsaba con libros, y eso aseguró además la continuidad de las ediciones, que se distribuían en varios apartados o colecciones: la muy popular Agenda, Poesía, Narrativa, Ensayo, Cuadernos Inacabados y una interesantísima colección de Clàssiques Catalanes, dirigida por Isabel Segura, en la que aparecieron, entre otros títulos (hasta un total de catorce), L’Abisme/L’Huracà (1983), de Carme Monturiol i Puig (1892-1966); La infanticida i altres textos (1984), de Victor Català (Caterina Albert, 1869-1966); Del mon (1983), de Dolors Monserdà de Macià (1845-1919); Cartes a l’Anna Murià, 1939-1956 (1985), de Mercè Rodoreda (1908-1983); Contraclaror. Antologia poètica (1985), de Clementina Arderiu (1889-1976), seleccionada y precedida de un prólogo de Maria Mercè Marçal (1952-1998); Contes (1985), de Rosa Leveroni (1910-1985), con una introducción de Helena Valentí (1940-1990); Les aigües roges (1986), de Maria Teresa Vernet (1907-1974), con introducción de Maria Campillo; Paradisos oceànics (1988), de Aurora Bertrana (1892-1974), con prólogo de Maria Aurèlia Capmany (1918-1991)…

A partir de principios de los años ochenta, otra colección muy combativa fueron los Cuadernos Inacabados, en los que se publicó El no de las niñas. Feminario antropológico (1981), de Martha I[sabel] Moia —a quien sin duda recordarán los lectores de los diarios de Alejandra Pizarnik—, y, bastante más adelante, El arquetipo viril protagonista de la historia: ejercicio de lectora no androcénrica, de Amparo Moreno. Esta peculiar colección no tardó en encontrar quien le diera continuidad, la editorial madrileña Horas y Horas (otra interesante iniciativa del grupo de trabajo de la Librería de Mujeres, Lola Pérez López, Elena Lasheras Pérez y Ana Domínguez Loschi, creada con el arranque de la década de 1990).

A mediados de los años ochenta, tanto la editorial como la librería se trasladaron a una zona más céntrica, en la calle València (al número 226), y en 1988, coincidiendo con la primera década de LaSal, cuando las libreras feministas se encontraban en un proceso de asociación que cristalizó en la Asociación de Librerías de Mujeres, a ojos del común de los lectores tuvieron visibilidad con la convocatoria del Primer Premio de Narrativa de Mujeres Una Palabra Otra, en cuya primera edición un jurado formado por Maria José Obiols, Dolors Ollé, Soledad Puértolas y Elena Soriano, otorgaron el galardón a Carmen Gómez Ojeda por La novela que Marien no terminó, que se le entregó en un acto presidido por Rosa Montero y cuya publicación recayó en LaSal. En las siguientes convocatorias fueron premiadas Teresa Pámies (por Cómo nos fregaron, Dora, en 1989), publicada también por LaSal, y Elisabeth Bertran (por Nadie sabe, en 1990).

Otro ejemplo de la colaboración entre colectivos feministas en esos años es la edición de 1789-1793. La voz de las mujeres en la Revolución Francesa. Cuadernos de quejas y otros textos, con una introducción de Isabel Alonso y Mila Belinchón y un prólogo de Paule Maie-Duhet, traducido por Antònia Pallach i Estela, que se publicó gracias a la cooperación entre LaSal, el Institut Valencià de la Dona y las Éditions des Femmes Antoinette Fouque.

Sin embargo, con el inicio de la década de los noventa, tanto la librería como la editorial tuvieron que echar el cierra —por razones de insostenibilidad económica, como no podía ser de otra manera— si bien hay quienes interpretan el nacimiento poco después de la Llibreria Pròleg (que abrió el 22 de mayo de 1991 en la calle Sant Pere Més Alt, 46) como la continuidad natural del espacio que ocupaba laSal, entre otras cosas porque entre el colectivo de jóvenes feministas que la pusieron en marcha se cuenta Núria Monrós (hija de Àngels Grases, muy vinculada en su momento al grupo de laSal).

Fuentes:

AA.VV., «Racons i raconets: laSal, bar-biblioteca feminista», Ca La Dona, núm. 53 (junio de 206), pp. 20-21.

Katia Almerini, «La Sal, bar-biblioteca feminista en Barcelona. Empoderamiento femenino y cultura visual», Boletín de Arte (Departamento de Historia del Arte, Universidad de Málaga), núm. 35 (2014), pp. 83- 100.

Centre de Documentació de Ca La Dona, Dossier Els llibres de laSal i les nostres lectures, 9 de abril de 2014. 

Rosa María Piñol, «Cierra laSal, única editorial feminista que existía en España», La Vanguardia, 10 de marzo de 1990, p.

Edición fachista durante la guerra civil española: Jerarquía

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Es muy probable que las enormes diferencias entre las características físicas de los libros y revistas editados durante la guerra civil española en la zona controlada por el gobierno y las capturadas por las fuerzas sublevadas merezca un análisis más pormenorizado de los que, al parecer, se han publicado hasta el momento, pues la mayoría de los estudios en este ámbito se han centrado sobre todo en los títulos, los autores y la ideología subyacente en los textos que se publicaban en una y otra zona. Pero quizá no sea menos indicativo que mientras en la zona republicana abundaron los libros en encuadernados en rústica, en papel barato y de mala calidad, en la controlada por las fuerzas rebeldes se pusiera mayor esmero en el libro como objeto, en la calidad del papel y la impresión, en el uso del color, al margen de que el diseño tomara también como referentes tradiciones muy distintas.

La revista Jerarqvía, fundada y dirigida en Pamplona por el cura falangista Fermín Yzurdiaga (1903-1981) inspirándose en la Gerarchia de Mussolini y subtitulada «Revista Negra de la Falange», es un excelente ejemplo de atención a esos detalles de impresión y encuadernación. Además de una muy característica cubierta en riguroso color negro y con el título estampado en oro, el primoroso cuidado en la tipografía, el empleo del color y la generosidad en los márgenes convierten esta publicación en algo muy fuera de lo común. Así lo resume Antonio Duplá Ansuategui:

 Ofrecía una presentación muy cuidada, con impecable tipografía de fuerte impronta clasicista (versales muy cesáreas y romanas, sustitución de las U por V, números romanos, etc.), formato de infolio, cuatro tintas (rojo, azul, negro y purpurina) y buen papel, de modo que su precio era alto (5 ptas. cada número).

 Se publicaron cuatro números con una cadencia irregular, sin duda como consecuencia de los avatares de la guerra: invierno 1936-1937, octubre de 1937, marzo de 1938 y el último fechado simplemente 1938. A Yzurdiaga lo caracteriza Andrés Trapiello como «un cura energúmeno» y añade que «más que un cura, era un curita, joven gerifalte, pálido e inquisitorial, violento y remontado, con mucha afición a echar sermones» , mientras que, según José-Carlos Mainer, «en la figura de Yzurdiaga confluían elementos falangistas y simplemente reaccionarios pero expresados en un tono de exaltación mística que llegaban a lo ridículo». Sin embargo, también hay que atribuir buena parte del mérito de la revista al periodista y escritor Ángel María Pascual (1911-1947), que se había formado como tipógrafo en el Diario de Navarra y que en Jerarqvia actuó como editor. Ese mismo 1937 se acabó en la Imprenta de Regino Bescansa (de Pamplona) un libro ornamentado y con viñetas de Pascual que se cuenta entre sus méritos más reconocidos, El coqueto don Sancho Sánchez, del diplomático de origen uruguayo Gabriel de Biurrun Garmendia (1889-1969). También el resto del equipo de colaboradores de Jerarqvia (autodenominado «escuadra») tenía cierto fuste y prestigio: Agustín de Foxá, Rafael García Serrano, Ernesto Giménez Caballero, Pedro Laín Entrando, Eugenio Montes, Eugenio d’Ors, Dionisio Ridruejo, Luis Rosales…

En esta revista está el origen de la editorial homónima, cuyo plan de publicaciones se anuncia en las páginas finales desde el primer número y que se planteó la creación de cuatro colecciones o líneas: La Sabiduría, Las Letras, Las Artes y La Vida Nueva, bajo la dirección del poeta Luis Rosales (1910-1992), con Francisco García Valdecasa como segundo. Si bien no completamente, el plan anunciado se cumplió en cierta medida, y en 1937 ya aparecieron con pie de Jerarquía Discurso al silencio y Voz de la Falange, discurso pronunciado por Yzurdiaga en Vigo en diciembre de 1937, y Exaltaciones sobre Madrid hechas a los pueblos de España y a los pueblos del mundo, de Giménez Caballero. Sin embargo, poco tenían que ver formalmente con el cuidado puesto en la revista y, en general, ya el diseño de las cubiertas, incluso cuando aludía inequívocamente a la orientación ideológica de los textos, era más sobrio y alejado del churriguerismo cargante de la revista.

Al año siguiente, 1938, se publicó media docena larga de títulos, entre ellos la famosa novela de Agustín de Foxá (1903-1959) Madrid de corte a cheka, en abril, que se publicó simultáneamente en la Librería Internacional de San Sebastián pero impresa en Aldus, S. A. de Artes Gráficas de Santander, y Genio de España. Exaltaciones a una resurrección nacional, y del mundo, de Ernesto Giménez Caballero, que al mismo tiempo aparecía en Zaragoza en las prensas del periódico El Heraldo de Aragón; según ha explicado Ana Martínez Rus:

 Este fenómeno fue muy común en la zona sublevada debido a la fragmentación de la industria editorial. El mismo título salía en prensas de distintos lugares para fomentar su difusión, y además, según iban conquistando nuevas localidades, iban ampliando su radio de acción para contrarrestar la enorme labor editora de la España controlada por el gobierno republicano.

 También de ese mismo año es el primer libro de Gonzalo Torrente Ballester (1910-1999), la pieza teatral El viaje del joven Tobías, «milagro representable en siete coloquios», de cuya primera lectura pública dejó escrito Laín Entralgo que durmió a todos sus amigos; se publicó con ilustraciones de Juan Cabanas y su colofón reza del siguiente modo: Gundisalvus auctor fecit * Ioannes Cabanas pinxit * Typis Griielmi in Bilbao * Anno Dom. MCMXXXVIII

Aún de 1938 es el Poema de la Bestia y el Ángel, de José María Pemán (1897-1981), ilustrado con diez láminas alegóricas a plumilla fuera de texto del ilustrador tangerino Carlos Sáenz de Tejada (1897-1958), impresas en Industrias Gráficas Uriarte Zaragoza. Y de 1939 destaca sobre todas la Corona de sonetos en honor de José Antonio Primo de Rivera, impresa en el Instituto Gráfico Oliva de Vilanova y del que se hizo la siguiente tirada:

Uno, numerado con el núm. 1 editado en papel de hilo verjurado agarbanzado dedicado al Excelentísimo señor don Francisco Franco Bahamonde, Jefe del Estado y Caudillo de España.

Uno, numerado con el núm. 2, editado con el mismo papel que el anterior y dedicado al Excelentísimo señor don Ramiro Serrano Suñer, Ministro de la Gobernación.

Uno, numerado con el núm. 3 editado también papel de hilo verjurado agarbanzado dedicado el Excelentísimo señor don Raimundo Fernández Cuesta, Ministro de Agricultura y Secretario General de Falange Tradicionalista y de las J.O.N.S.

250, numerados del 4 al 253, editados en papel de hilo blanco verjurado y encuadernados en tela.

6000, sin numerar y con márgenes reducidos, editados en papel dibujo superior acremado alisado.

La producción de las Ediciones Jerarquía prosiguió hasta un poco más allá del fin de la guerra, hasta que en 1941 se subsumió en la Editora Nacional, al igual que pasaría con las Ediciones Fe que dirigía Luis Felipe Vivanco (1907-1975). Es muy probable que el último de los títulos publicados fuera el segundo volumen de las obras completas de José Antonio Primo de Rivera (1903-1936) Frente el Parlamento (1941).

 Títulos identificados:

Fermin Yzurdiaga Lorca, Discurso al silencio y Voz de la Falange, discurso pronunciado en Vigo en diciembre de 1937, Pamplona, 1937 (tuvo cinco ediciones).

Ernesto Giménez Caballero, Exaltaciones sobre Madrid hechas a los pueblos de España y a los pueblos del mundo, 1937.

Rafael García Serrano, Eugenio o proclamación de la Primavera [ésta es como la historia del muerto que yo hubiera querido ser], 1938.

Paul Claudel, El libro de Cristóbal Colón, versión de Felipe Vivanco, dibujos de Pedro Pruna, Bilbao, 1938.

José María Pemán, Poema de la Bestia y el Ángel, ilustrado con láminas fuera de texto con diez alegóricos plumilla de Carlos Saez de Tejada, Industrias Gráficas Uriarte Zaragoza, 1938.

José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, Discursos, prólogo de Raimundo Fernández Cuesta, ilustrado con un retrato de José Antonio Primo de Rivera y un autógrafo facsímil de Francisco Franco, Santander, Aldus, junio de 1938. (1938).

Gonzalo Torrente Ballester, El viaje del joven Tobías. Milagro Representable en Siete Coloquios, ilustraciones de Juan Cabanas, Bilbao, 1938.

Agustín de Foxá, Madrid de corte a checa. Episodios Nacionales I, simultáneamente en Librería Internacional de San Sebastián, Aldus, S. A. de Artes Gráficas de Santander abril de 1938.

Ernesto Giménez Caballero, Genio de España. Exaltaciones a una resurrección nacional, y del mundo, 1938, simultáneamente en Zaragoza, Heraldo de Aragón, 1938.

José María Castroviejo Blanco Cicerón, Altura. Poemas de guerra, introducción de Juan Aparicio, 1939.

Ernesto Giménez Caballero, Roma madre, Madrid, Talleres Gráficos E. Giménez, 1939.

Luis Rosales y Luis Felipe Vivanco, La mejor reina de España. Figuración dramática en un prólogo y tres actos en verso y en prosa, Madrid, Imprenta de Silverio Aguirre, 1939.

Constantino Bayle, S. I., España en Indias, Barcelona, 1939.

Germán Prado, Antología litúrgica de las distintas liturgias orientales y occidentales, Burgos, Imprenta Aldecoa, 1939.

Ramón de Basterra, Antología poética, Los navíos de la ilustración, Papeles inéditos y dispersos, edición de J.M.B. [¿José Manuel Blecua Teijeiro?] y prólogo de José María de Areilza, Barcelona, 1939.

Fuero del Trabajo, Ed. Jerarquía en el colofón y Ed. Nacional en la cubierta poste, Barcelona, 1939. También: Pamplona, 1938. 54 p, 1 h. Cuidada impresión a dos tintas.

Varios autores, Corona de sonetos en honor de José Antonio Primo de Rivera, Barcelona, 1939. Autores: Antonio Tovar, Ignacio Agustí, José María Alfaro, Manuel Augusto, Álvaro Cunqueiro, Gerardo Diego, Manuel Díez Crespo, Carlos Foyaca, Román Jiménez de Castro, Pedro Laín Entralgo, Eduardo Llosent y Marañón, Manuel Machado, Eduardo Marquina, Eugenio Montes, Alfonso Moreno, Eugenio D Ors, Leopolso Panero, José María Pemán, Fray Justo Pérez de Urbel, P. Pérez Clotet, Dionisio Ridruejo, Félix Ros, Luis Rosales, Juan Sierra, Adriano del Valle, Luis Felipe Vivanco.

Varios autores, Dolor y memoria de España en el segundo aniversario de la muerte de José Antonio, con textos de José Mª de Areilza, Francisco Casares, Melchor Fernández Almagro, Raimundo Fernández Cuesta, Agustín de Foxá, Rafael Garcerán, Ernesto Giménez Caballero, Antonio Goicoechea, José Antonio Jiménez Arnau, Pedro Laín Entralgo, Lula de Lara, Luis Legaz, José Féliz de Lequerica, Juan Ignacio Luca de Tena, Manuel Machado, J. Miquelarena, Eugenio Montes, José Pemartín, José Mª Pemán, Dionisio Ridruejo, Samuel Ros, Nieves Sáenz de Heredia, José Mª Salaverría, Ramón Serrano Suñer, Antonio Tovar, Mercedes Werner, Felipe Ximénez de Sandoval, y Barcelona, 1939.

de Iriarte, S. I., El doctor Huarte de San Juan y su examen de ingenios. Contribución a la Historia de la Psicología Diferencial, 1940.

Luis Rosales y Luis Felipe Vivanco, antología y prólogos, Poesía heroica del imperio, dos volúmenes, Barcelona, Institución Gráfica Oliva de Vilanova y Madrid, Gráficas Ultra, 1940-1943.

Dionisio Ridruejo, Poesía en armas, Madrid, 1940.

Manuel Machado, Poesía. Opera Omnia lyrica, contiene elogios, en forma poética de Gerardo Diego, Enrique Frax, Pedro Laín Entralgo, Eduardo Llosent y Marañón Alfonso Moreno, Leopoldo Panero, José María Pemán, Luis Rosales, Dionisio Ridruejo, Luis Felipe Vivanco y Antonio de Zayas 1940.

José Antonio Primo de Rivera, Obras completas tomo II, Frente el Parlamento, 1941.

Fuentes:

Antonio Duplá Ansuátegui, «La revista falangista Jerarqvia y el modelo imperial romano», Vasconia, núm. 38 (2012), pp. 813-837.

José-Carlos Mainer, Falange y literatura, Barcelona, Labor, 1971.

Índice de autores de la Corona.

Ana Martínez Rus, «Expolios, hogueras, infiernos. La represión del libro (1936-1951)» Represura, núm. 8 (febrero de 2013).

Eduardo Ruiz Bautista, «La Editora Nacional (1941-1945): primeros pasos y traspiés», Historia y política: ideas, procesos y movimientos sociales, núm. 13 (2005), pp. 99-120.

Andrés Trapielo, Las armas y las letras. Literatura y guerra civil, Barcelona, Destino (Imago Mundi 167), 2010.

Andrés Trapiello, Imprenta moderna. Tipografía y literatura en España, 1874-2005, València, Campgràfic, 2006.

 

 

La edición —casi— imposible («El hombre acecha»)

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El resultado de la guerra civil española, con quema de libros incluida, hizo que algunos libros no llegaran a completar su proceso de producción y, por tanto, quedaran en diversas fases de elaboración. Se hace difícil conocer el detalle de todos los libros que no llegaron a ver la luz como consecuencia de los desmanes franquistas, pero han quedado testimonios interesantes de unos cuantos.

Para ceñir el asunto solo a la edición en lengua catalana, valgan como algunos de los muchos ejemplos posibles el compendio de Carles Pi i Sunyer (1881-1971) Una veu, que recogía los textos más importantes durante su etapa como conseller (artículos,

Pere Bohigas.

conferencias, discursos) y que la Conselleria de Cultura tenía ya listo y en prensa cuando fue ocupada Barcelona; afortunadamente, Francesc Vilanova pudo reconstruir este libro a partir del guión e índice de puño y letra de su autor y lo publicó en 1992 la Fundació Pi i Sunyer. Del insigne historiador Jaume Vicens Vives (1910-1960) se sabe de una Geopolítica catalana que también estaba a punto de salir, y Pere Bohigas (1901-2003), que entre 1922 y 1925 había estado trabajando intensamente con Higini Anglès y Josep Barberà en la preparación de un Cançoner popular català, cuyo primer volumen se completó en 1938, pero antes de que llegara a ponerse a la venta la edición fue destruida (sin embargo, se salvó por lo menos un ejemplar que sirvió a las Publicacions de l´Abadia de Montserrat para elaborar una reedición ya en 1983).

Sin embargo, ninguno de estos casos tenía la importancia literaria del poemario de Miguel Hernández El hombre acecha, impreso en la Tipografía Moderna de Valencia (propiedad de Vicente Soler y por entonces incautada por la Subsecretaría de Propaganda) y auspiciado por la Secretaría de Publicaciones del Comisariado del Cuartel General del Grupo de Ejércitos.

Miguel Hernández.

El libro se componía de una prolija dedicatoria a Pablo Neruda en prosa y una serie de dieciocho poemas, algunos de los cuales había recitado ya en marzo de 1937, algunos otros escritos probablemente durante su viaje a Rusia entre agosto y octubre de 1937 o inmediatamente después (como es el caso de «La fábrica-ciudad», «Los hombres viejos» o «Rusia») y finalmente otros que acaso haya que fechar ya en 1938. Hernández había reunido los poemas y se los había hecho llegar en el otoño de 1938 al pintor y cartelista Rafael Pérez Contel (1909-1990), que por entonces era quien estaba a cargo de la dirección artística de las ediciones del Subsecretaría de Propaganda, y se programó la aparición del libro para febrero o marzo de 1939 con una tirada de, según se ha escrito, 50.000 ejemplares. (Sirva como término de comparación que por aquellas mismas fechas la editorial Nuestro Pueblo tiró 25. 000 ejemplares tanto del Contrataque de Ramón J. Sender, y como de La tierra de Alvargonzález y Canciones del Alto Duero de Antonio Machado, ilustrado por su hermano José).

La elaboración de este libro coincidió en la Tipografía Moderna con la de la recopilación que firmó Carlos Palacio de una Colección de canciones de lucha («Himno de Riego», «Els Segadors», «La Marsellesa», «La Internacional», «El Trágala», «Guernikako Arbola»…), con ilustraciones de Eduardo Vicente, Antoni Ballester, Francisco Carreño y Pérez Contel, del que salió un único ejemplar en febrero de 1939, así como un número de la revista mensual Comisario (que había albergado textos de Antonio Machado, Rafael Alberti y Pedro Garfias entre otros y a la que singularizaba la publicación de partituras musicales) y que tampoco llegaron a distribuirse. El libro preparado por Palacios pudo darse a conocer gracias a una edición facsímil hecha en 1980 por Ediciones Pacific a partir del único ejemplar conocido gracias a que el impresor que guillotinó los ejemplares conservó un juego de pruebas.

Es muy probable que en la elaboración de El hombre que acecha de Miguel Hernández tuviera un papel destacado el tipógrafo y linotipista Vicente Ortizá, de quien en los créditos de Canciones de lucha se dice que se ocupó del «ajuste tipográfico».

En cuanto a la corrección de las primeras pruebas, de las que al parecer el poeta sólo pudo ocuparse parcialmente, ha escrito su amigo el poeta y dramaturgo Antonio Aparicio (1916-2000), quien gracias a la intercesión de Rafael Alberti había visto publicado su primer libro (Elegía a la muerte de Federico García Lorca, con dibujos de Santiago Ontañón) ese mismo año 1938:

Este libro lo componen poemas escritos en la segunda mitad de la guerra y su aparición estaba fijada para febrero o marzo de 1939. Tuve ocasión de corregir con Miguel algunas pruebas del libro y hasta de revisar algunos cuadernillos ya impresos, pero el derrumbamiento de la República arrastró hacia el abismo, entre otras cosas, esta obra de especial significación dentro de la poética de su autor.

Otro poeta, Ramón de Garcíasol (seudónimo de Miguel Alonso Calvo, 1913-1994), recuerda también haber recibido el encargo del propio poeta de corregir pruebas de este libro, y así asegura haberlo hecho, y a ellos aún hay que añadir al propio Pérez Contel, quien aseguró haber colaborado con el poeta en una corrección en la que éste no tocó ni un solo versó y apenas señaló alguna que otra errata. Si las tres declaraciones son certeras, podría plantearse como hipótesis que Hernández dejó en manos de sus amigos poetas una primera corrección e intervino solo en una segunda; por ejemplo.

En cuanto a la cubierta, y muy en consonancia con el contenido del poemario, al parecer el autor insistió en que esta fuera muy sobria y sin ningún tipo de ilustración ni viñeta. Según Garciasol el encargo recayó en el pintor y prolífico ilustrador de libros en esos años Eduardo Vicente (1909-1968), si bien Pérez Contel confesó su intención de llevarla a cabo él mismo, e incluso que el poeta le había pedido que en la cubierta «dominase un color rojo, más tierra que carmín» y que la realizó mediante un cliché invertido a dos tintas (rojo y negro), de modo que el título quedara en el blanco y el nombre del autor en negro.

En cualquier caso, con la llegada de las tropas franquistas a Valencia en la primavera de 1939 todo se fue al garete, la Tipografía Moderna fue confiscada y muy buena parte de su contenido expurgado y destruido (muy probablemente por los hombres bajo el mando del censor Joaquín de Entrambasaguas).

Aun así, en 1952 se publicó en las Obras escogidas de Miguel Hernández preparadas por la editorial Aguilar y prologadas por el lexicógrafo y editor Arturo del Hoyo (1917-2004) muy buena parte de El hombre acecha a partir de manuscritos, y lo mismo puede decirse de las Obras completas reunidas por el poeta paraguayo Elvio Romero (1926-2004) y prologadas por la crítica literaria María de Gracia Ifach (Josefina Escolano, 1905-1983) publicadas por Losada en Buenos Aires, que desde 1948 disponía de un mecanuscrito incompleto. No fue hasta la aparición de las Poesías completas (1979) editadas y prologadas por Agustín Sánchez Vidal cuando se publicó por primera vez uno de los poemas clave —y asombroso— del libro, «Los hombres viejos», y dos años después se pudo publicar por primera vez una edición facsímil de El hombre acecha, preparada por Rafael Gómez de Tudanca y extensamente estudiada y prologada por Leopoldo de Luis y Jorge Urrutia (que previamente, en 1976 habían preparado en la editorial Zero la Obra poética completa, donde reconstruían El hombre acecha a partir de mecanuscritos), que partía de un juego de capillas.

Se tiene noticia de tres juegos que salieron de la Tipografía Moderna antes de caer en manos de la censura franquista: uno de ellos en posesión del bibliófilo y filólogo Antonio Rodríguez Moñino (1910-1970) compuesto de 72 páginas de 22 x 16 cm encuadernado en rústica; otro encuadernado artesanalmente en posesión del polígrafo José María de Cossío (1892-1977), que tal vez lo obtuvo de Rodríguez Moñino y es la que emplearon De Luis y Urrutia, y una tercera que la tuvo el poeta y crítico de arte Enrique Azcoaga (1912-1985), quien al parecer tenía la intención de publicarlo en Melilla pero acabó por perderlo.

Acaso a partir de epistolarios, memorias y diarios sería posible, por lo menos, llegar a algún día a catalogar todos los libros que se destruyeron y en muchos casos desaparecieron como consecuencia del resultado de la guerra civil española.

Fuentes:

Carlos Alcorta, «El hombre acecha, 75 aniversario del poemario no nato», Carlos Alcorte- Literatura y Arte, 3 de febrero de 2017.

Ramón Fernández Palmeral, «El hombre acecha» como eje de la poesía de guerra, prólogo de Manuel Roberto Leonis Ruiz, Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2006.

Ramón Fernández Palmeral, «Apuntes sobre El hombre acecha», Miguel Hernández. Multimedia-Centenario, 6 de diciembre de 2015.

José Carlos Rovira, «Introducción» a Miguel Hernández, Antología poética. El labrador de más aire, Taurus (Clásicos 3), 1990, pp. 7-45.

Victor Ynfantes de Miguel, «Una incógnita desvelada: El hombre acecha, de Miguel Hernández», El País. Arte y Pensamiento, año III, núm. 79 (11 de febrero de 1979), p. 1.

El novelista, traductor y editor Ricardo Bastid Peris (1919-1966)

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Si por alguna cosa aparece el nombre de Ricardo Bastid Peris en los libros de historia de la cultura, a menudo ocupando apenas una mención en alguna nota a pie, es por su obra pictórica, pese a que tuvo un momento de modesta gloria a raíz de la publicación en 1959, en la editorial bonaerense Losada, de la novela Puerta del Sol.

Formado como pintor en la Real Academia de Bellas Artes San Carlos de Valencia y afiliado muy pronto a la Federación Universitaria Escolar (FUE), en la primavera de 1936 entró en el Partido Comunista de España y, al producirse el levantamiento nazifascista que desencadenó la guerra civil, se alistó en el Ejército Republicano y sirvió en el frente de Madrid. Al concluir la guerra, con el grado de teniente, permaneció durante casi seis años confinado en Valencia ocultándose de las autoridades franquistas, hasta que en 1945 se trasladó con Ricardo Muñoz Suay (1917-1997) a Madrid y colaboró en la clandestinidad en la reconstrucción de la FUE (con Nicolás Sánchez Albornoz, Manuel Lamana y Manuel Tuñón de Lara, entre otros). Como consecuencia de ello, en 1946 la policía `franquista los detuvo a casi todos por «rebelión y auxilio a la rebelión» y, además de torturado, Bastid pasó tres años encerrado en la cárcel de Alcalá de Henares a la espera de juicio. Una vez celebrado el juicio, en el penal de Ocaña, fue encarcelado de nuevo en Alcalá donde, gracias a redimir pena como profesor de presos comunes, en marzo de 1949 obtuvo el «certificado de liberación provisional».

Empezó entonces a trabajar como grafista (cartelista y ayudante de decoración) en los Estudios Sevilla Films, creados en 1941 y cuyo primer proyecto, frustrado, había sido una adaptación de la obra de Juan Ignacio Luca de Tena (1897-1975) A Madrid 682 (exaltación del golpe falangista, publicada en 1938 por Santarén en Valladolid con ilustraciones de Kemer). También en esa época, además de dedicarse a la pintura, diseña Ricardo Bastid la publicidad de la librería madrileña Club Clan (en Espoz y Mina, 15).

Sin embargo, durante el estado de excepción de 1955 fue detenido de nuevo y hasta diciembre de ese año no obtuvo la libertad condicional, así que en julio de 1956 viajó hasta la frontera y, con el pretexto de pintar al natural, obtuvo un permiso por una hora para dedicarse a su arte y cruzó la frontera con pasaporte falso con un caballete y los enseres de pintar por todo equipaje. Se desplazó enseguida a París y, al cabo de un año, a Buenos Aires, donde sabía que podría contar con la ayuda de algunos de sus antiguos compañeros de la FUE. Así lo explica Nicolás Sánchez Albornoz en Cárceles y exilios:

Finalizada la guerra europea sin caer Franco, muchos refugiados varados en Francia aprovecharon la reanudación de las comunicaciones transatlánticas para emigrar a América cumpliendo un sueño frustrado […] Varios compañeros de la FUE acabamos por reunirnos en Buenos Aires. El segundo en recalar fue Manuel Lamana, mi socio de fuga. A él siguieron Manuel de Rivacoba, el mencionado delegado de la FUE en Barcelona, y Ricardo Bastid, ambos después de cumplir su condena y salir de la cárcel.

En Argentina, además de exponer su obra pictórica y dar conferencias, colaboró como ilustrador con varias editoriales, y desempeñó también labores editoriales diversas, en particular con Códex, Losada y Compañía Fabril Editora. Fernando Larraz identifica precisamente en la entrada de jóvenes españoles como Bastid en Losada una de las principales razones de un marcado cambio de rumbo en la línea editorial de esa empresa:

En el catálogo de Losada vemos cómo hacia 1956, coincidiendo con la cesión de responsabilidades de [Guillermo] de Torre, el predominio de la «literatura responsable» cede en favor de la «literatura comprometida». […] Durante varios años, De Torre no tendrá sustituto claro. [Gonzalo] Losada toma las riendas de la editorial, pero lo hace con un criterio principalmente mercantil, que lo lleva a rechazar la publicación de libros que él considera riesgosos desde el punto de vista comercial. Al mismo tiempo, se apoyará en algunos jóvenes que, casi siempre por su disidencia política, han salido de la España franquista: Ricardo Bastid, Manuel Lamana, Fernando Morán y Víctor Sainz.

Además de asesoraría literaria, en Losada publica Bastid su primera y única novela, Puerta del Sol (1959). El año anterior, la editorial había convocado el Premio Internacional de Novela Editorial Losada, a la que se presentó por ejemplo el español exiliado en Inglaterra Esteban Salazar Chapela con Desnudo en Picadilly pero ganó el también español, y falangista, Cecilio Benítez de Castro con La iluminada, y el jurado recomendó asimismo la publicación de las obras de los argentinos David Viñas (Los dueños de la tierra) y Mundin Schaffter (La otra mejilla), el colombiano Manuel Mejía Vallejo (Al pie de la ciudad) y la mencionada de Ricardo Bastid, que apareció publicada en 1959. También ese año presenta al barcelonés Premio Nadal (que ganaría Ana María Matute con Primera memoria) la novela Los años enterrados, que hasta el momento de escribir estas líneas permanece inédita.

El año siguiente se publican la traducción, debida también a Bastid, del ensayo de René Bulman Introducción a la política en la colección de la Compañía General Fabril Los libros del Mirasol. Una entrada del diario de Rosa Chacel fechada asimismo en 1960 (concretamente del 4 de abril) permite confirmar que por aquel entonces desarrollaba labores de edición para Losada, pues consigna Chacel que Peris le ha solicitado una foto y un resumen biográfico para su inclusión en el boletín de novedades de esta editorial.

Rosa Chacel.

Por último, de 1961 es la publicación de Alemania, un libro de texto de Joseph Rovan aparecido también en la Fabril, traducido por Ricardo Bastid, pero, sin bien prosiguió con su obra pictórica y con la escritura literaria de diversas obras que siguen inéditas, no parece que firmara Bastid nuevas traducciones.

De nuevo es Larraz quien mejor ha analizado la trascendencia del trabajo de los exiliados españoles en Losada, y en particular del de Ricardo Bastid, que en cierto modo lastran el papel renovador que había tenido esta editorial en el panorama novelístico americano:

 Lo cierto es que los jóvenes mencionados, además de ver publicados sus propios libros, promueven la publicación de los autores del interior [de la España franquista], como José Hierro, y otros cuyo valor es muy cuestionable. […] Pese a su afán de novedad, estos jóvenes carecen de la cultura literaria de De Torre. Se han educado en los axiomas del realismo social y, aunque en las novelas que escriben en el exilio y publican en Losada se alejan de las consignas objetivistas que, en aquellos finales de los cincuenta, están en pleno auge en España, no se despojan de un compromiso fuerte con la coyuntura de su tiempo.

Y más adelante, en relación al discurso de Bastid con motivo de la entrega del premio de 1960 a Augusto Roa Bastos por Hijo del hombre, añade: «Encarece más que la potencialidad artística de su lenguaje, su compromiso con los oprimidos por el poder». Así pues, parece bastante palmaria la incidencia de este grupo de profesionales de la cultura en industria editorial argentina y en la divulgación de la literatura española y de un determinado tipo de narrativa.

La muerte en accidente de tráfico, cercenó en 1966 la trayectoria de Ricardo Bastid Peris.

Fuentes:

Rosa Chacel, Diarios, en Obra completa, vol. IX, edición de Carlos Pérez Chacel y Antonio Piedra, prólogo de Ana Rodríguez-Fischer, Dueñas, Fundación Jorge Guillén, 2004.

Fernando Larraz, «Guillermo de Torre y el catálogo de la editorial Losada», Kamchatka. Revista de Análisis Cultural, núm. 7 (junio 2016), pp. 59-71.

Fernando Larraz, «Bastid Peris, Ricardo (1919-1966)» en Manuel Aznar Soler y José-Ramón López García, eds., Diccionario biobibliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento (Biblioteca del Exilio), 2016, vol. 1, pp. 306-307.

Fernando Larraz, Editores y editoriales del exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento (Biblioteca del Exilio), 2018.

Nicolás Sánchez Albornoz, Cárceles y Exilios, Anagrama (Biblioteca de la Memoria), 2012.

 

El editor de la juventud argentina en los años veinte del siglo XX.

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En 1936, la Federación Gráfica Bonaerense publicó la primera edición de un libro que tuvo un notable impacto en el ambiente poético español, La rosa blindada, de Raúl González Tuñón (1905-1974), compuesto inspirándose en la Revolución de Asturias de 1934, como indica el título (Homenaje a la insurrección de Asturias y otros poemas revolucionarios) y con una xilografía de Juan Carlos Castagnin (1908-1972) ilustrando la cubierta. Prueba señera de este impacto es, por ejemplo, el soneto que dedicó al poeta argentino Miguel Hernández (1910-1942), con el que había establecido amistad en Madrid.

Para entonces, González Tuñón tenía ya a sus espaldas una obra poética en marcha —además de un bien ganado prestigio como periodista—, que había iniciado en 1926 con El violín del diablo en la Editorial Gleizer y, con el intervalo de una edición de autor (Poema del conventillo, 1926), había proseguido su carrera en la misma editorial con Miércoles de ceniza (1928) y La calle del agujero en la media (1930), al tiempo que iba haciéndose un nombre en la prensa (particularmente en el vespertino Crítica y en Clarín) .

No fue este el único autor al que «descubrió» e impulsó la editorial Gleizer, que había empezado su actividad en 1922 con la publicación de las crónicas y retratos Cómo los vi yo, del famoso periodista y crítico y director teatral Joaquín de Vedia (1877-1936); para ello, solicitó un crédito bancario para poder pagar al autor el 10% del precio de venta al público (se hizo una tirada de 1800 ejemplares, que se pusieron a la venta a 2,50 pesos).

Nada permitía suponer que Manuel Gleizer (1899-1966), llegado a Argentina a los doce años procedente de Rusia, acabaría por convertirse en el editor de los nuevos valores literarios de su país de acogida, pues había empezado trabajando de peón agrícola en Entre Ríos, antes de dedicarse a la venta ambulante en el barrio de Villa Crespo de Buenos Aires. El peculiar origen de esta editorial lo explicó perfectamente Ana Ojeda Bär en el espléndido artículo de síntesis que dedicó a Gleizer sirviéndose de diversos testimonios de quienes lo trataron:

 Puso un negocio de venta de billetes de lotería, pero tuvo la mala suerte de que le quedaran sin vender unos enteros que no pudo devolver. Debió afrontar el pago de unos 300 pesos, que en ese tiempo eran una fortuna. Para saldar la deuda, llevó de su casa 230 libros de la Biblioteca Blanca de Sempere y les puso un cartelito que decía: «0,40 el ejemplar». Los vendió enseguida. Al día siguiente, repitió la operación, pero al revés: puso un cartelito que rezaba «Compro libros». Así se convirtió en un librero de viejo.

Luego de tres años de compraventa de libros, Gleizer se trasladó a una casa que quedaba enfrente, en Triunvirato 537, donde abrió por primera vez sus puertas la librería La Cultura.

No tardó esa librería en convertirse en uno de los puntos de contacto más importantes entre gente de las artes y las letras de la capital argentina, pues allí tertulieaban Leopoldo Lugones (1874-1938), Samuel Eichelbaum (1894-1967), Jorge Luis Borges (1899-1986), Leopoldo Marechal (1900-1970), el mencionado González Tuñón y César Tiempo (1906-1980), entre otros muchos.

A González Tuñón le publicó su primer poemario El violín del diablo (con ilustración de cubierta de Valentín Tibon de Libian) porque había salido vencedor de un certamen literario promovido por Gleizer y del que formaban el jurado Evar Méndez, Carlos Alberto Leumann y Alfonsina Storni, pero ese mismo año 1926 le publicaba a otro de los contertulios, Leoopoldo Lugones, la primera edición de Lunario sentimental, con una ilustración de cubierta de José Bonomi (1903-1992), Cuentos para una inglesa desesperada de un veinteañero Eduardo Mallea (1903-1982), que Guillermo de Torre reseñó enseguida en la prestigiosa revista española Revista de Occidente, y en 1928 No toda es vigilia la de los ojos abiertos, de Macedonio Fernández, así como el primer libro de relatos del historiador chileno Juan Luis Espejo Tapia (1888-1983), Los amigos de Gómez Barbadillo. Poco después le publicaba a Borges diversos artículos de crítica literaria que habían ido apareciendo en prensa con el título El idioma de los argentinos (1928), al que seguirían Evaristo Carriego (1930) y, como título inicial de una colección muy explícitamente llamada Nuevos Escritores Argentinos, Discusión (1932).

Además de arriesgar el capital que lograba reunir para tales propósitos, Gleizer se esforzó por buscar medios de dar a conocer y promocionar la obra de los escritores a los que publicaba sirviéndose de las sinergias entre los autores y los medios de comunicación. Según explica Fabio Espósito en la semblanza del editor disponible en el portal de EDI-RED:

La fórmula tantas veces probada de llevar al circuito del libro una firma popularizada en los grandes diarios le permitió a Gleizer editar libros baratos destinados a un público nuevo y siempre ávido de temas de actualidad, que había crecido y se había diversificado al amparo de grandes periódicos como La Nación, La Prensa y Crítica.

Tanto los precios como las tiradas presentaban notables oscilaciones, y si los primeros podían ir de los cincuenta centavos a los tres pesos y medio de aquel entonces, las tiradas de los primeros títulos alcanzaron los 1.8000 ejemplares, pero luego se estabilizaron entre los 300 y los 500, si bien es cierto que la presentación y encuadernación también era diversa y que hubo algunas excepciones: de El hombre que está solo y espera (1931), del pionero periodista de investigación Raúl Scalabrini Ortiz (1898-1959), se hizo en octubre una primera tirada de 3.000 ejemplares y aun así en diciembre de ese mismo año se hacía una segunda.

Al margen de la línea más literaria, tenía también otra más centrada en libros de tema judío y una dedicada a la actualidad política que al parecer dejaron menos poso pero no de menor éxito en su momento. La aventura se extendió todo a lo largo de la década de 1930 y llegó hasta 1945, e incluso tuvo una segunda y menos productiva etapa entre 1954 y 1957.

Sin embargo, todo aquel que se ha acercado a la obra editorial de Gleizer le destaca como uno de los principales renovadores del papel del editor en la industria argentina y la persona que más contribuyó a la creación de una estructura literaria robusta poniendo a disposición de los lectores de escasos recursos la obra de escritores previamente fogueados y popularizados en las páginas de la prensa periódica. No menor es el logro de haber si no creado, sí por lo menos ampliado y fortalecido a una red de lectores interesados en la literatura argentina.

María de los Ángeles Marechal recoge en el librito que con Víctor García Costa dedicaron a Manuel Gleizer unas palabras que escribió Nicolás Olivari (1900-1966) poco antes de su propia muerte en las que hace una aguda caracterización de este singular puntal de la edición argentina:

Manuel Gleizer fue el editor de la juventud, de los audaces, de los nuevos. Los editó sin leerlos, confesión que lo honra, porque de otra manera hubiera cambiado a tiempo la profesión. Le ha quedado este hermoso laurel de haber sido el primero que lanzó a los jóvenes en época de bárbara incomprensión, de absoluto desprecio a todo lo nacional en literatura. Es posible que alguna vez, en el justiciero homenaje que se le debe, esto sea dicho. Por ahora, quede aquí adelantado.

Fuentes:

Fabio Espósito «Semblanza de Manuel Gleizer (Ataki, 1889 – Buenos Aires, 1966)». En Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes – Portal Editores y Editoriales Iberoamericanos (siglos XIX-XXI) – EDI-RED, 2018.

Víctor O. García Costa y María de los Ángeles Marechal, Manuel Gleizer, librero y editor, Buenos Aires, Peña del Libro Trenti Rocamora (Folletos), 2008.

Gabriel Luna, «El editor que amaba exactamente los libros», VAS, 24 de agosto de 2018.

Ana Ojeda Bär, «Manuel Gleizer, el último de los editores románticos», La Nación, 2 de abril de 2006.

 


Tras la pista de Pizkunde, editores en euskara en México

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Es lógico que una empresa de vida efímera como fue la editorial vasca establecida en México Pizkunde no haya dejado en su estela una profusión de datos, pero poco a poco se han ido conociendo algunos detalles acerca de su historia.

José Ramon Zabala Aguirre, en su enjundioso «La lengua desterrada. Literatura del exilio en euskara» (1995), subraya con énfasis el carácter pionero de la edición de libros en euskara en el exilio republicano del poemario de Telesforo de Monzón (1904-1981) Urrundik. Bake oroi (Desde lejos. Recuerdos de paz), publicado por Pizkunde en 1945, y añade en una nota que la publicación de lo que podría ser considerada la segunda parte de este libro, Gudarien egiñak (Hechos de los soldados vascos), había sido anunciada inicialmente por la misma editorial mexicana con el título Urrundik. Guda Oroi (Desde lejos. Recuerdos de guerra), si bien finalmente apareció en Biarritz en 1947 con pie de la Imprimerie Moderne (lo que permite suponer que quizá se tratara de una edición  a cargo del autor).

La entrada de esta editorial euskomexicana en el grandioso Diccionario biobliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939 (volumen 4) presenta cierta desunificación en cuanto a la escritura del nombre de la empresa (Pizkunda/Piskunde/Pizkunde), pero quizá ofrezca la información más completa al respecto, y añade datos acerca de lo que parece haber sido el segundo título, Goldaketan (1946), de Jokin Zaitegi (1906-1979), que combina traducciones de Baudelaire, Horacio, Maragall, Musset o Jacint Verdaguer con obra propia de Zaitegi.

Jokin Zaitegi.

Cazando al vuelo una alusión en este blog a la tercera obra publicada por Pizkunde, el primer volumen de la traducción que Zaitegi hizo de las tragedias de Sófocles, Lluis Agustí se lanzó en su exhaustiva tesis sobre la edición española en el exilio en México a una investigación que le permitió sistematizar y poner orden a una serie de datos dispersos y plantear como hipótesis la responsabilidad que tanto Monzón como Zaitegi pudieron tener en la creación de Pizkunde, pero aun así quedaron algunos huecos por rellenar acerca de esta insólita iniciativa de publicar en euskara en México.

Son muchas las dudas pendientes antes de poder reconstruir la creación y recorrido de Pizkunde, pero alguna certeza queda también a partir de los tres títulos hasta ahora identificados, y ofrecen además algún que otro hilo del que tirar o caminos posibles por los que proseguir la investigación.

Urrundik se publicó como volumen de doscientas páginas con cuatro hojas de partituras musicales, con once láminas fuera de texto obra del pintor, ilustrador y muralista vizcaíno Juan Aranoa (1901-1973), fallecido en Argentina tras un exilio iniciado en 1937 que le llevó por muy diversos países americanos. Se acompaña el texto de su traducción al español, de la que fue responsable Germán Maria de Iñurrategui (1908-1979), quien al iniciarse la guerra civil española había sido fiscal del Tribunal Popular de Euzkadi y luego lo fue del Tribunal de Alta Traición en Cataluña; entre su obra destaca el texto memorialístico Al servicio de la justicia en tiempo de guerra, recuperado en 2005, además de numerosas colaboraciones en la prensa mexicana. Según indica el pie editorial, Urrundik se imprimió en los talleres de la conocida editorial Cultura (durante mucho tiempo escrita significativamente Cvltvra).

En cuanto a Goldaketan, se trata también de un volumen encuadernado en rústica e igualmente de unas doscientas páginas, pero en este caso, al igual que en el caso del siguiente (y en aparente último) libro de Pizkunde, se indica como impreso en Bolibar Irarkolan, es decir, en la imprenta Bolívar, que —a la espera de un estudio más a fondo— casi con toda seguridad se refiere a los Talleres de la Editorial Bolívar, que si bien no es muy conocida tiene algún que otro superéxito de ventas, en esos mismos años trabajó para otras editoriales y, además, tuvo vínculos con una de las editoriales más importantes del exilio republicano español en México, la Sénéca de José Bergamín (1995-1983), para la que imprimió La enormidad de España, de Miguel de Unamuno, el 31 de enero de 1945, y La agonía del mundo, de José María Gallegos Rocafull, el 24 de marzo de 1947. Este tipo de vínculos con los exiliados republicanos podría ser acaso esclarecedor.

En la época de sus trabajos para Pizkunde, quedaban lejos los días en que los talleres de la Editorial Bolívar (domiciliada en Revillagigedo 37), habían publicado con notable éxito las obras de Alfonso Taracena (1896-1995) En el vértigo de la Revolución Mexicana (1930), Mexicanas modernas (1930), Diez personajes extravagantes (1930), La tragedia zapatista (1931) y Carranza contra madero (1934), lo cual podría hacer pensar que la editorial nació con el propósito de publicar la obra de este autor, pero hacía menos tiempo de una obra quizá significativa para ver los vínculos entre esta estos talleres y el exilio republicano, España unida contra Franco (1944), de la Federación de Organismos de Ayuda a la República Española en México (FOARE), si bien por esa misma época se ocuparon también de las Tendencias actuales del Estado (1944), de Jesús Reyes Heroles, de El estudio dirigido (fundamentos pedagógicos) (1945), de Jesús Román Mastache, de las Semblanzas tabasqueñas (1946), de Francisco J. Santamaría, de Veracruz en el ensueño y el recuerdo. Apuntes de la vida de un jarocho (1946), de Rafael Domínguez, o de Semblanza mexicana (1948), de Alfredo Ramos Espinosa, todos ellos con sello de la Bolívar.

Además, los mismos talleres de la Editorial Bolívar venían por aquel entonces de preparar, para la Editorial Polis, la obra colectiva El gran despojo nacional (1945) y la novela de María Boettiger de Álvarez Alma y ensueño, por ejemplo, y para el Fondo de Cultura Popular (Editorial Popular), la novela En la tormenta, de Alfonso Fabila, con portada de Marichal y de la que, por el colofón, podemos saber que corrigió un personaje insigne, Camilo Cámara. A Cámara lo describía Andrés Molina Enríquez en una carta a Vicente Lombardo Toledano fechada el 3 de abril de 1937, cuando trabajaba para las publicaciones del Museo Nacional de Historia, como «un corrector de pruebas como yo creo que no hay otro en la República, por su práctica y sus conocimientos de lenguaje», y en 1947 se ocupó de la corrección que Ediciones Fuente Cultural publicó de la monumental Biblioteca Hispano Americana Septentrional. Y hete aquí que de 1946 es una edición de la obra de Gonzalo Aguirre Beltrán  La población negra de México, 1519-1810: Estudio etno-histórico, que también se publicó bajo el sello de Ediciones Fuente Cultural y cuya impresión, según consta en su colofón, se llevó a cabo en los Talleres de Editorial Bolívar.

Telesforo de Monzón.

Acaso se trate de simples coincidencias, porque también es cierto que desde la primera mitad de los años treinta más o menos venía produciéndose una progresiva concentración de los trabajos editoriales en unos pocos grandes talleres, según documenta Sebastián Rivera Mir, y quizá estos talleres, simplemente, fueron uno de los beneficiarios de este proceso. Por otra parte, además, como subraya Agustí, sigue sin estar claro quién fundó y de quién era propiedad Pizkunde y con qué apoyos contó, más allá de que algunas coincidencias en las trayectorias biográficas de Monzón y Zaitegi permitan aventurar alguna hipótesis.

Aun así, otro hilo del que tal vez convendría tirar es el de esa acaso no bien identificada Editorial Bolívar, pues cabe la posibilidad de que, en el peor de los casos, alguna relación tuviera con la Editorial Bolívar colombiana de la que era dueño el todavía poco conocido periodista español exiliado Fernando Martínez Dorrien, a quien se tiene por el introductor en Colombia, procedente de México, de la técnica del rotograbado (o huecograbado), que en 1939 le permitió ya estrenar con todos los honores la revista cultural Estampa (de la que se sabe que intentó exportar a México) y la humorística Guau Guau. En definitiva, queda mucho trabajo por hacer y muchas piezas por encajar, pero parece que pistas que seguir algunas hay.

Fuentes:

Lluís Agustí, L’edició espanyola a l’exili a Mèxic: 1936-1956. Inventari i propostes de significat, Facultat de Biblioteconomia i Documentació, Universitat de Barcelona, 2018.

Gorka Aulestia, Estigmatizados por la guerra, Bilbao, Euskaltzaindia (Euskaltzainak 8), 2008.

Manuel Aznar Soler y José-Ramón López García, eds., Diccionario biobliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, Sevilla, Gexel-Renacimiento, 2016.

Antonio Cajero Vázquez, «Gilberto Owen en la revista Estampa (1938-1942): Textos desconocidos», Literatura Mexicana vol. XXII, núm 2 (2011), pp. 101-119.

José Ramón Zabala, «”La lengua desterrada” Literatura del exilio en euskara», en Manuel Aznar Soler, Las literaturas exiliadas en 1939, Sant Cugat del Vallès, Cop d’Idees-Gexel (Sinaia 1), 1995, pp. 51-58.

José Ramón Zabala Agirre, «Contra el silencio impuesto. Las publicaciones en lengua vasca del exilio de 1936», en Iker González-Allende, ed., El exilio vasco: Estudios en homenaje al profesor José Ángel Ascunce Arrieta, Bilbao, Universidad de Deusto, 2016, pp. 99-116.

«El público» de Federico García Lorca y su azarosa historia editorial

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Resulta asombrosa la cantidad de años que pasaron entre el asesinato del artista multidisciplinar que fue Federico García Lorca (1898-1936) y el momento en que se pudo tener acceso a su obra literaria completa, si bien por el camino se publicaron compendios que se pretendían y presentaban como tales.

Federico García Lorca.

Al margen de poemas de juventud que en su día el poeta prefirió no publicar y de los textos y entrevistas que pudieran quedar dispersos en publicaciones periódicas, más interesantes parecen los casos de las obras teatrales Yerma,  La casa de Bernarda Alba (publicada en Losada en 1945 por iniciativa del editor español Guillermo de Torre y estrenada en el Teatro Avenida de Buenos Aires ese mismo año), Así que pasen cinco años y, sobre todo, El Público, cuya primera edición tardó muchos años en estar a disposición de sus lectores, si bien unos breves pasajes se habían publicado ya en junio 1933 en el tercer número de la revista Cuatro Vientos (pp. 61-78), con la indicación «De un drama en cinco actos» que durante mucho tiempo se dio por inacabado o por perdido. Es más, a partir de la correspondencia entre Dámaso Alonso y Jorge Guillén, el lorquista Antonio Monegal reconstruye un proyecto de publicación de la obra en la editorial Signo, que quedó en el aire debido a que un viaje a la Argentina impidió a Lorca llegar a firmar el contrato.

Rafael Martínez Nadal.

En la revista mexicana Residencia, Rafael Martínez Nadal (1903-2001) publicó en 1963 un importante y polémico artículo titulado «El último día de Federico García Lorca en Madrid» en el que cuenta la jornada que pasó con Lorca ante la inminencia del golpe de Estado de julio de 1936, y cómo el poeta, antes de viajar a Granada, le entregó una serie de papeles personales con instrucciones de destruirlos si le pasaba algo, y entre los que se encontraba el único manuscrito conocido de El Público, que ha sido objeto de enrevesados debates acerca de si le falta o no un cuadro. A su vez, Martínez Nadal puso en manos de un amigo el manuscrito y no lo recuperó hasta 1958, cuando se encontraba ya exiliado en Londres. Ya entonces proyectó una edición facsímil y mostró el manuscrito a la familia Lorca, en particular a su hermano Francisco García Lorca (1902-1976), pero este se opuso, al parecer con la esperanza de localizar una versión más definitiva de la obra (de cuya existencia tampoco había datos fiables).

La aparición de ese artículo en México debió de desatar todo tipo de pesquisas para publicarlo, y uno de los que se puso a ello fue el grafómano y editor Max Aub (1903-1972), que por entonces había puesto en marcha una original y espléndida revista internacional, Los Sesenta, cuyo propósito era publicar inéditos sólo de autores que hubieran cumplido cuanto menos esa edad, y entre los que se contaron a Juan Ramón Jiménez (1881-1958), León Felipe (1884-1968), Américo Castro (1885-1972), Julio Torri (1898-1970), Vicente Aleixandre (1898-1984), André Malraux (1901-1976), Ramón J. Sender (1901-1982), Rafael Alberti (1902-1999), Salvador Novo (1904-1974), Manuel Altolaguirre (1905-1959), etc.

Un auténtico lujo, la revista Los Sesenta, que se publicaba en los años sesenta y en la que sólo podían colaborar quienes hubieran cumplido esa edad (cosas de Max Aub y su sentido del humor).

Lo primero que intentó Max Aub fue recabar información a través de su amigo Esteban Salazar Chapela (a quien escribe al respecto en octubre de 1964), que al igual que Martínez Nadal se encontraba exiliado en Londres, así como del propio Martínez Nadal, de quien recibe respuesta en diciembre de ese mismo año y a quien en el cuarto número de Los Sesenta publicó «Dos viñetas» acerca de Unamuno.

Arturo del Hoyo.

Salazar Chapela, después de abordar directamente el tema con Martínez Nadal, informa a Aub de que el crítico no deseaba que la obra se incluyera en las Obras completas de Lorca –que venía preparando Arturo del Hoyo (1917-2004) en Aguilar a partir de las ediciones de Losada– porque la consideraba una versión no definitiva, deficiente, y que, puesto que esa editorial tenía por contrato (desde mayo de 1952) derecho a publicar cualquier obra que saliera a la luz del escritor granadino, estaba dispuesto a esperar a que ese contrato venciera.

Sin embargo, hay testimonios también de que en los círculos literarios del exilio republicano se rumoreaba acerca de otras motivaciones, que resultan también bastante plausibles. En la entrevista que Max Aub mantuvo con Rafael Alberti mientras preparaba lo que debía ser su biografía del cineasta Luis Buñuel, le preguntó con falsa ingenuidad si él creía que El Público existía realmente, a lo que Alberti responde que él cree que si Francisco García Lorca no autoriza su publicación es simplemente porque la obra es expresión inequívoca de la homosexualidad de su hermano, razón que, en la misma entrevista, Aub da por buena.

Sin embargo, en la misma extensa carta de diciembre de 1964 ya aludida, Martínez Nadal ofrece a Aub la posibilidad de cederle un texto que está preparando sobre El Público, si puede publicarlo antes de que aparezca en Inglaterra. Según dice, este estudio exige largas y abundantes citas de la obra, lo que confía en que obligue a los hermanos de Federico, o bien a autorizar la edición íntegra del manuscrito, o bien a publicar la edición íntegra si ésta realmente existe. El caso es que cuando Martínez Nadal estuvo en disposición de mandar a México el primer capítulo de su estudio, en 1968, Los Sesenta había desaparecido.

Aun así, Aub no se había quedado de brazos cruzados al respecto, y el 30 de marzo de 1965 había escrito directamente a Francisco García Lorca para tantearlo y, además de pedirle alguna colaboración para la revista, le dice: «Supongo que es inútil preguntarte si tienes algún inédito de Federico».

Como es bien sabido, este silencio se rompió en 1970 con la publicación del libro de Martínez Nadal «El Público». Amor, teatro y caballos en la obra de Federico García Lorca, que editó lujosamente en Gran Bretaña el exiliado catalán Joan Gili i Serra (1907-1998) en sus Dolphin Books Co. (que publicaron otros facsímiles de autógrafos de García Lorca en los años siguientes, preparados también por Martínez Nadal), y apenas pasaron cuatro años antes de que se publicara en México, gracias a la editorial Joaquín Mortiz, «El Público». Amor y muerte en la obra de Federico García Lorca, que era una versión corregida, ampliada y más asequible de la edición de Doplhin.

La primera edición destinada al gran público corrió a cargo de nuevo de Martínez Nadal y se ocupó de ella Seix Barral en marzo de 1978, en la que El Público aparecía acompañada de la inacabada Comedia sin título, según se indica, con «introducción, transcripción y versión depurada por Rafael Martínez Nadal y Marie Laffranque [1921-2006]»

No obstante, mayor fortuna comercial tuvo la edición que María Clementa Millán preparó para la colección Letras Hispánicas de Cátedra, casi inmediatamente después de que la revista Cuadernos de El Público dedicara un número monográfico a esta obra lorquiana con contribuciones de Ángel García Pintado, Ian Gibson, Ángel Sahquillo, Juanjo Guerenabarrena, Rafael Martínez Nadal y la propia María Clementa Millán. Es significativo en este caso que en Cátedra se eligiera como ilustración de la cubierta un dibujo coloreado del propio García Lorca, «Hombre y joven marinero», fechado en Nueva York  entre 1929 y 1930 y perteneciente a la colección personal de Camilo José Cela, porque a Clementa Millán debemos la catalogación y estudio de buena parte de la obra gráfica lorquiana, de la cual se intercalan también algunos otros ejemplos en el interior del libro.

Dos años después se incluyó como número 32 en la Colección Teatral de Autores Españoles de la Biblioteca Antonio Machado de Teatro, y en los años sucesivos se publicó en compañía de otras obras de García Lorca, más o menos pertinentes (en 1993, por ejemplo, Derek Harris preparó como número 32 de la colección Clásicos Taurus una edición muy divulgada que incluía el Romancero gitano, Poeta en Nueva York y El Público).

Tal vez las últimas ediciones importante de esta serie sean la preparada por Miguel García Posada para su inclusión en el segundo volumen de las Obras completas de Lorca (desde luego, bastante más completas que las de Aguilar) que coeditaron Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores en 1997, y la del mencionado Antonio Monegal para Alianza en el año 2000, que pone título a la conocida hasta entonces como Comedia sin nombre: Sueño de la vida.

Fuentes:

María José Blas Ruiz, «Las obras completas de Federico García Lorca en Aguilar», Blog Antigua Editorial Aguilar, 5 de junio de 2013.

Mariano de Paco, «El teatro en las revistas de vanguardia: Los Cuatro Vientos», Monteagudo, núm. 7 (2002), pp. 115-124.

Federico García Lorca, El Público, edición de María Clementa Millán, Madrid, Cátedra (Letras Hispánicas 272), 1987.

Ian Gibson, «El insatisfactorio estado de la cuestión», Cuadernos de El Público, núm. 20 (enero de 1987), pp. 12-17.

Rafael Martínez Nadal, «El público»: Amor y muerte en la obra de Federico García Lorca, edición de Enrique Ortiz Aguirre, Comunidad de Madrid, 2019.

Josep Mengual, «Historia de “un maduro Litoral”: Los Sesenta», en Cecilio Alonso, coord., Max Aub y El laberinto español, Ajuntament de València, 1996, vol. 2, pp. 715-724.

Álvaro Arauz y la edición de teatro en México

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Del polifacético Álvaro Arauz (1911-1970) suelen destacarse sus facetas como dramaturgo, crítico y director de teatro, o incluso las de traductor de literatura francesa y periodista cultural, pero también es difícil exagerar la importancia que tuvo como difusor y promotor del arte teatral en México a través de la edición de libros.

Se dio a conocer como poeta en el círculo de la revista Isla con 33 canciones (1929) y más tarde con la publicación en la editorial Plutarco de Voz y cuerda (1935), a la que seguiría ya durante la guerra civil española Madrugada de cal, publicada por la barcelonesa Catalonia en 1938. Sin embargo, en los años treinta quizás Arauz despertó mayor atención debido a la preparación de una obra coordinada por el director de la revista Isla, Pedro Pérez Clotet, titulada Antología parcial de poetas andaluces. 1920-1930 (publicada en la colección de la mencionada revista gaditana y de la que se tiraron quinientos ejemplares), pues en algunos casos se interpretó como una reivindicación del origen andaluz de buena parte de los poetas de la generación del 27 y de los que se movían en sus aledaños.

Quizá menos conocidas sean sus primeras incursiones en el ámbito de la traducción ya durante los primeros años de los años treinta, concretamente en una serie titulada Documentos de la nueva Rusia, publicada con el sello de Imprenta y Editorial Castro. Ya al principio de esa década, la Castro, ubicada en Carabanchel Bajo, había pasado de publicar literatura sentimental, folletinesca y de aventuras (que incluso servía a domicilio y por suscripción y ofreciendo la opción de encuadernar los volúmenes), a difundir a precios muy reducidos a los pujantes autores de lo que se dio en llamar literatura social, como por ejemplo Joaquín Arderíus (1885-1969), Fermín Galán (1900-1930), Alicio Garcitoral (1902-2003) o Hildegart (1914-1933). Ya en los años treinta aparece Arauz acreditado como autor de algunas traducciones, como es el caso de Cinco aspectos de la nueva mujer (Imprenta y Editorial Castro, 1933), El seguro obrero y los despidos en la URSS, de Désider Bokanyi, A. Isaev y E, Zetcuskaya (publicado en esa misma edición en Chile por la editorial Ercilla) y Un mes con los niños rusos, de Célestin Freinet (1896-1966).

El resultado de la guerra le llevó originalmente a Francia y posteriormente, en 1942, a México, donde desarrolló el grueso de su intensa labor creativa. Del año siguiente son ya La guerra al día, publicada por la Sociedad Mexicana de Publicaciones, y título también de un programa diario que conducía Arauz en la cadena Radio Nacional en el que comentaba la situación bélica en Europa. Aún de 1943 es el breve Sobre El Greco, Goya y Picasso, en Tenochtitlán, editorial para la que luego traduciría Juana de Arco en la hoguera (1945), de Paul Claudel (1868-1955).

Un tiempo después, en 1948, aparecen tres traducciones firmadas por Arauz en las que es posible que pueda identificarse el origen de su labor como editor de textos teatrales: A puerta cerrada y La prostituta respetuosa, de Jean Paul Sartre (1905-1980), y ya al año siguiente Entre camaradas, de Colette, englobadas todas ellas en una Colección de Teatro Francés Contemporáneo, con «Taller de El Libro Perfecto» por todo pie editorial. Teniendo en cuenta que con ese mismo pie se publicaron libros muy heterogéneos y muy espaciada e irregularmente –el poemario en prosa El mayab resplandeciente (1940), de José Díaz Bolio (1906-1998); las Actas del Primer Congreso Antifascista en México (1942); el Código Militar de la República de Guatemala (1951); Espérame en Siberia, vida mía (1952), de Enrique Jardiel Poncela…– , es posible aventurar como hipótesis que quizá se tratara de ediciones de autor, y que fue el modo en que Arauz pudo dar salida a unas traducciones cuyos derechos, por algún camino, consiguió más o menos directamente del propio Sartre. Es sólo una hipótesis, pero como jefe de prensa en la embajada de Francia en México que era, no parece que ese camino tuviera que ser complicado en exceso. Muy poco después, además, la editorial Cicerón publicaba un volumen de Teatro de Jean Paul Sartre, en 1949, que incluía las dos traducciones de Arauz, así que posiblemente se aseguraba de sacarles rendimiento.

En cualquier caso, el primer proyecto editorial que sabemos fehacientemente que Arauz pone en pie fue la Colección de Teatro Contemporáneo, que muy significativamente publica ya en 1951 Las bocas inútiles, de Simone de Beauvoir (1908-1986), en traducción del propio Arauz, y a la que más tarde se irán añadiendo La función de despedida (1952), del mexicano Rodolfo Usigli (1905-1979), la Yerma (1952) del español Federico García Lorca (1898-1936) y, ya más adelante, La guerra de los hijos de la luz (1958), del israelí Moshe Shamir (1921-2004), en traducción directa del hebreo de Isaías Austri-Dunn (traductor de Neruda al yidish) en colaboración con el dramaturgo mexicano Wilberto Cantón (quien en 1956 había publicado en la misma colección Escuela de cortesanos), y la traducción del propio Arauz de La cantante calva (1958), de Eugene Ionesco (1909-1994).

Poco posteriores y de trayectoria simultánea son las otras seis en que Arauz figura como director: Colección Teatro Español, Colección Teatro Mexicano, Colección Teatro Universal, Colección Teatro de Bolsillo, Colección Temas Teatrales (destinada al ensayo) y lo que parece haber sido una efímera Colección Teatro Mexicano en el Extranjero (donde en 1969 se publicó el ensayo El mito de pigmalión en Shaw, Pirandello y Solana, de Alyce de Keuhne).

Inicialmente, y durante buena parte de la década de los cincuenta, la producción de los libros corrió a cargo de los Talleres Gráficos de la Editorial Helio, como es el caso por ejemplo de los primeros títulos de la Colección Teatro Mexicano, que se estrenó con Estrella que se apaga (1953), de Rafael Solana (1915-1992) y al que siguieron, en orden de aparición, Hidalgo (1953), de Federico S. Inclán (1910-1981), Los Signos del Zodíaco (1953), de Sergio Magaña (1924-1990), Doña Beatriz (1954), de Carlos Solórzano (1919-2011), Lorenzo (1954), de Dagoberto de Cervantes (1914-1967) –recordado sobre todo por sus doblajes para Disney pero traductor también de Stanislavski (Un actor se prepara)–, Las Islas de Oro (1954), de nuevo de Solana, El Solterón, de Xavier Villaurrutia (1903-1950) y Primero es la luz (1955), del exbrigadista en la guerra civil española Juan Miguel de Mora (1921-2017).

Como se advierte enseguida en este somero repaso, la colección destinada a la dramaturgia mexicana acoge a escritores de diversas generaciones y estéticas. Además de a Villaurrutia, Arauz publicó a otro de los componentes del grupo de Los Contemporáneos, Salvador Novo, si bien en ese caso lo hizo en la Colección Teatro de Bolsillo (Cuathémoc, en 1968). De entre los dramaturgos del llamado Nuevo Ciclo, Arauz publicó en esta misma colección, al margen de a Magaña, a Emilio Carballido (Nueve obras en un acto, 1957) y a Carlos Prieto y Carlos Solórzano, que compartieron el volumen Dos obras (1957), El crucificado y El lepero, respectivamente, o María Josefina Hernández, a quien incluyó en la cuarta antología de obras en un acto, mientras que a otros, como Héctor Azar, los publicó en la de Teatro de Bolsillo (Higiene de los placeres y de los dolores, 1968). No obstante, como es lógico, los autores más representados son aquellos que en esa década estaban ocupando los escenarios mexicanos, como es el caso también de Miguel Barbachano Ponce (Las lanzas rotas, 1959), Luis G. Basurto (Los reyes del mundo, 1959) o el ya mencionado Wilberto Cantón (Malditos, 1959), a quien además de la mencionada Escuela de cortesanos (1956) más tarde publicaría un volumen con su Teatro breve (La niña de cristal, El juego sagrado, 1968).

Caso significativo es la inclusión en esta serie de teatro mexicano de la dramaturga nacida en Barcelona Maruxa Vilalta (1932-2014), que si bien colaboró con publicaciones del exilio en catalán como Pont Blau o Xaloc, se integró plenamente como directora escénica y dramaturga en el panorama teatral de su país de acogida (donde además ocupa un lugar muy destacado). La obra elegida en este caso fue la adaptación dramática de su novela Los desorientados, que se publicó en 1960 y constituía su estreno en el género (se publicó simultáneamente en Libro Mex Editores, y en 1965 en las ediciones Ecuador 0º 0’ 0’’ del también exiliado republicano español Alejandro Finisterre [1919-2007]), lo que contribuye a señalar a Arauz como impulsor de la incorporación de nuevos autores a la literatura dramática mexicana.

También son de interés los cuatro volúmenes de antologías de obras en un acto, que se presentaba del siguiente modo en la solapa del primer volumen:

La Colección Teatro Mexicano ha encargado a Maruxa Vilalta, la joven y destacada escritora, que preparara y seleccionara estas Antologías de Obras en un Acto.[…]

Posteriormente, en ediciones que aparecerán de forma regular, iremos reuniendo obras de más autores mexicanos, y de aquellos escritores que, por residir en el país desde hace tiempo, pueden considerarse como formados, o que han continuado su labor, en México.

Estas Antologías de obras en un acto intentan presentar, sin dependencia de grupo, escuela o tendencia ideológica, todo el panorama del teatro mexicano actual.

Los autores compilados en estas antologías, en algunos casos con obras previamente incluidas en otros volúmenes de la colección, fueron los siguientes: en la primera (de 1959), Héctor Azar, Celestino Gorostiza, Sergio Magaña, Octavio Paz y Rafael Solana; en la segunda (1960), Álvaro Arauz, Emilio Carballido, Federico S. Inclán, Salvador Novo y Xavier Villaurrutia; en la tercera (1960), Wilberto Cantón, Elena Garro, Carlos Solórzano y Rodolfo Usigli, y en la cuarta (1965), Luisa Josefina Hernández, Luis Moreno, Alfonso Reyes y Fernando Sánchez Mayáns. Desde este punto de vista, parece haberse conseguido en un alto grado el propósito de crear una panorámica representativa de las diversas tendencias y generaciones que convivían (o competían por) el espacio escénico mexicano, y sobre todo el de de consignar la aparición de lo que el propio Carlos Solórzano llamó «la generación de los cincuenta».

En algún momento de los años sesenta, de la producción de estas colecciones de Arauz parece que empezó a ocuparse Rafael Peregrina Editor, pero manteniendo una misma presentación: encuadernación en cartulina con solapas, cubiertas impresas a color o a dos tintas con una ilustración central muy sobria a modo de marco y con portadilla a dos tintas. Las tiradas solían ser de quinientos ejemplares numerados, si bien hubo alguna excepción notable, como es el caso por ejemplo del Retablillo de Don Cristóbal, de Federico García Lorca en la Colección Teatro de Bolsillo, del que se hizo una tirada de mil ejemplares (pero igualmente, numerados).

No obstante, quizá mayor interés en cuanto a la bibliografía lorquiana tenga la edición no venal de Yerma, incluida en la Colección Teatro Contemporáneo en 1952, en conmemoración del 26º aniversario de la muerte del poeta, y que incluye a continuación del texto de la obra las valoraciones y juicios de una pléyade de críticos literarios, entre los que se cuentan los más reputados de la prensa mexicana e incluye a los exiliados republicanos españoles Ceferino Avecilla (1880-1956), José Carbó González (c.1903-¿?), Antonio Espina (1894-1972) y Àngel Estivill (1908-¿?).

Esa sobriedad elegante que caracteriza estas colecciones se rompe un poco con las ediciones de la Colección Teatro Universal (La mandrágora de Maquiavelo en 1955, el Don Juan de Pushkin en 1956, El caballero de Olmedo de Lope de Vega en 1961, el Georges Dardin de Molière en 1964), que incluyen ilustraciones y grabados de David Antón, un escenógrafo que en 1956 sería premiado con el Ruiz de Alarcón al mejor escenógrafo del año y que precisamente en aquellos momentos estaba ganándose el aplauso de la crítica y el respeto de la profesión por sus trabajos en El Malentendido,  de Camus (1958), y al año siguiente en Así en la tierra como en el cielo, de Fritz Hochwealder, Detrás de la puerta, de Federico S. Inclán, La Bagatela, de Marcel Achard, The taming of the Srew de Shakespeare…

En cuanto a la presencia de republicanos españoles en estas colecciones, además de los ya mencionados, vale la pena consignar en la Colección de Teatro Mexicano la primera edición de Los Cazadores (1965), del polígrafo de origen asturiano Paco Ignacio Taibo I (1924-2008). Y es muy notable también la edición de Dos obras: La mordida. Tristán e Isolda, de León Felipe, en la Colección Teatro de Bolsillo en 1958. Se trata de dos textos con aire de cuento tradicional destinados originalmente a su emisión televisiva, pero que posteriormente pasaron a formar parte de El juglarón, que se estrenó en 1957 pero cuya primera edición publicó, de nuevo, Alejandro Finisterre en su colección Ecuador 0º 0’ 0’’. Acaso sería bonito e ilustrativo que alguien se animara a estudiar en profundidad las relaciones entre los editores Finisterre y Arauz, porque no se olvide que el primero fue editor de muy buena parte de la obra creativa de Arauz: la reedición de La carroza del virrey (1961), y las primeras de Medias palabras (1965), Morir de pie (1966), la trilogía Los leales (Morir de pie, Medias palabras y Doscientas veinte madrugadas) (1966) y Doce obras en un acto (1966), con prólogo de Wilberto Cantón.

 

Fuentes:

Montgrony Alberola, «Trayectoria dramática de León Felipe», en Manuel Aznar Soler, ed., El exilio teatral republicano de 1939, Sant Cugat del Vallès, Gexel (Sinaia 4), 1999, pp. 209-231.

José Paulino Ayuso, «Álvaro Araúz y su retablo dramático de la guerra y el exilio», en Fernando Doménech, ed., Teatro español: autores clásicos y modernos: homenaje a Ricardo Doménech, Madrid, Editorial Fundamentos. 2008.

Manuel Aznar Soler y José-Ramón López García, eds., Diccionario biobibliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento (Biblioteca del Exilio), 2016.

María Teresa Santa María, «Panorama de la dramaturgia española exiliada en México», Las puertas del drama, núm. 52 (2019).

Carlos Solórzano, «México», en Don Rubin, ed., The World Encyclopedia of Contemporary Theatre. Vol. II. Americas, London- Nueva York, Routledge, 1996. pp. 310-330.

De la librería Villalar a la colección Hoy es Siempre Todavía

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«Hoy es siempre todavía, toda la vida es ahora. Y ahora, ahora es el momento de cumplir las promesas que nos hicimos. Porque ayer no lo hicimos, porque mañana es tarde. Ahora.»

Antonio Machado

El ambiente teatral español inmediatamente posterior a la muerte del dictador experimentó una notable ebullición que parecía anticipar una etapa esplendor y de extensión de una dramaturgia más innovadora a las clases populares y en la que, en cualquier caso, desempeñaron un papel importante una miríada de colecciones editoriales dedicadas al teatro, algunas de las cuales de vida efímera.

Antonio Machado y la periodista Rosario del Olmo (a menudo eliminada de la foto).

En Valladolid se había abierto aún en dictadura, en 1972, una librería cuyo nombre era algo más que un guiño, en particular en una época en que los lectores avisados –sin duda por efecto de la censura–estaban muy habituados a leer entre líneas y a interpretar más allá de la literalidad: Librería Villalar. Como es bien sabido, en la batalla de Villalar, en el contexto de la Guerra de las Comunidades de Castilla, los comuneros se enfrentaron el 23 de abril de 1521 a las tropas afectas al rey Carlos I, y como consecuencia de la derrota el día siguiente fueron brutalmente decapitados los principales líderes revolucionarios, Juan de Padilla (1490-1521), Juan Bravo (1483-1521) y el capitán Francisco Maldonado (1480-1521). Por si el solo nombre no bastara, el mismo año en que se abrió la librería se presentó en ella el volumen Los Comuneros, del poeta Luis López Álvarez (n. 1930), que ese mismo año acababa de publicar Edicusa (la editorial de Cuadernos Para el Diálogo). Pocos años más tarde, y gracias sobre todo a la adaptación musical que el grupo de folk Nueve Mester de Juglaría hizo del poema «Canto de Esperanza», estos versos de López Álvarez se convirtieron en poco menos que el himno nacional castellano-leonés.

La cuestión del nombre, que también adoptó la empresa surgida de la librería, no pasó desapercibida al filósofo comunista Manuel Sacristán (1925-1985), quien en respuesta a una carta en la que la editorial le solicita un prólogo, escribe en septiembre de 1978:

Me interesa mucho su programa de publicaciones, y hasta el nombre de su editorial (en esta época de nacionalismo frenético los castellanos de la diáspora estamos un poco incómodos). Le ruego que, si tiene tiempo para ello, me mande información de lo que editan.

La librería Villalar venía entonces a sumarse más o menos explícitamente a una serie de librerías opositoras al régimen franquista de su entorno, como era el caso de Granado en Burgos, la Antonio Machado en Segovia o la soriana Librería SAS, que ampliaban sus actividades, a menudo contrarias a los intereses de las autoridades, mucho más allá de los habituales del comercio librero.

La iniciativa de crear esta librería había surgido de del grupo que formaron Isabel Gijón (de la Asociación Democrática de Amas de Casa), Carmen Delgado y Ana Carbajo (ambas de Izquierda Democrática), que se toparon inicialmente con la oposición del Arzobispado, pero que finalmente lograron encontrar un local adecuado en la plaza de la Universidad, de unas dimensiones suficientes como para, además de distribuir libros publicados en el extranjero (como era su intención principal), poder organizar encuentros y actividades con sus lectores ideológicamente más afines.

Cinco años después de creada la librería, ya durante la llamada transición a la democracia, Villalar se estrenaba como colección editorial con algunos títulos de signo inequívoco, como La Revolución rusa de 1917, del historiador y antiguo miembro de la Resistencia francesa Marc Ferro (n. 1924), o Socialismo: el derecho del hombre a la felicidad, del miembro de la SFIO (Section Française de la Internationale Ouvrière) Daniel Mayer (1909-1996), ambos en traducción a cargo de Manuel Olasagasti.

Sin embargo, no menos interés tenía el título con que se estrenó la colección Villalar, El niño, el teatro y la escuela, un volumen dirigido por la pedagoga Lazarine Bergeret y prologado por el escritor y periodista Robert Mallet (1915-2002) que contenía colaboraciones de las también pedagogas francesas Josette Voluzan e Yvette Jenger-Dufayet, así como de la actriz Catherine Dasté, y en este caso traducido por Isabela Aranzadi.

Si este fue el primer indicio del interés de Villalar por divulgar temas relacionados con el teatro, mayor presencia tuvieron estos en una colección también significativamente llamada, a partir de la cita de Machado, Hoy es Siempre Todavía, que se abrió con una elección un poco asombrosa, Estética política, una recopilación de conferencias y ensayos del filósofo alemán Friedrich Tomberg (n. 1932), en traducción de Carmen Hierro. Sin embargo, con la segunda entrega de la colección publicada ese mismo año empezaba a quedar un poco más clara la preferencia de la colección por los temas relacionados con la escena del momento: el Nuevo teatro español: Una alternativa social, del dramaturgo y director escénico Alberto Miralles (1940-2004), que venía a completar y actualizar su anterior Nuevos rumbos del teatro (1974). Por aquel entonces, Miralles había consolidado su reputación como docente en el Institut del Teatre barcelonés y acababa de consagrarse con la obtención del Premio de la Real Academia de la Lengua por CátaroColón, y en esta obra publicada por Villalar analizaba Miralles lo que se ha conocido también como teatro «underground», «vanguardista» o «del silencio» surgido a finales de los años sesenta, y del que el propio Miralles era uno de los principales representantes.

El profesor Mariano de Paco ha sintetizado y contextualizado bien la importancia de la crítica y el ensayismo sumamente combativos que por aquellos años caracterizaba los texos que estaba dando a conocer Miralles, tanto en prensa como en forma de libros:

En esos momentos se alimentaba una ilusión de grandes logros que resultó incumplida. La promesa de democracia que se imaginaba durante la transición despertó muchas esperanzas en el teatro español, atenazado por la dictadura; pero la confianza no tardó en nublarse ante lo que numerosas voces reclamaron el cambio que se les había sustraído y lo que en justicia consideraban suyo. Alberto Mitalles denunció, con el mismo vigor con que se había enfrentado a la dictadura, la situación de la política teatral de estos años de la transición señalando, entre otros aspectos, la oposición de los autores con cierta crítica empeñada en certificar la «la defunción de todo el teatro antifranquista».

Alberto Miralles.

Según el catálogo de la Biblioteca Nacional, siguió a este libro El hombre con dos memorias, del biólogo marxista y excombatiente en la guerra civil española J.B.S. Haldane (1892-1964), si bien todo parece indicar que más tarde se publicó también en otra colección de Villalar, Samburiel. La traducción la firma en este caso Rafael Lassaletta.

Al frente de la editorial Villalar se encontraba Rafael García González, que fue quien el 17 de noviembre de 1981 se responsabilizaría de disolver y liquidar la empresa en una junta general y universal de accionistas, y al parecer contó con algún tipo de colaboración de José Luis Díez Hoces, así como con el trabajo en preimpresión de Carmen Guisado Blázquez, pero no abundan los datos sobre el modo de funcionar y la organización de la librería o la editorial, por lo que se desconoce el nombre de muchos de los colaboradores.

Aun así, el peso que toma Alberto Miralles en la colección se pone de manifiesto cuando al año siguiente prologa y anota el volumen 4 de Hoy es Siempre Todavía, de nuevo traducido por Carmen Hierro, que está destinado al célebre e influyente estudio Spanish Underground Drama/Teatro Español Underground, del crítico y teórico estadounidense George E. Wellwarth, a quien en la edición española de 1973 de su Teatro de protesta y paradoja, en Lumen, la censura ya le había mutilado de cuajo el capítulo dedicado al teatro español.

Lo que parece ser el quinto y último volumen de la colección es, también en 1978, el airado e impactante Lo imposible, Historia de ratas seguido de Dianus y de La Oresteida, del antropólogo y escritor francés Georges Bataille (1897-1962), que se publicó en la traducción de Rafael Lassaletta.

Del mismo modo que la librería, también estas ediciones sobre el teatro español del momento se insertaban en un cierto ambiente de auge del libro de análisis de cuestiones relacionadas con la escena española del momento, del que son ejemplos algunas recopilaciones importantes de ensayos breves publicados originalmente en revistas como Pipirijaina. Yorick, Estudis Escènics o Primer Acto, así como los por razones diversas notables volúmenes Comentarios impertinentes sobre el teatro español (1972), de José María Rodríguez Méndez; Teatro, realismo y cultura de masas (1974), de Juan Antonio Hormigón; Diálogos del teatro español de postguerra (1974), de Amando Carlos Isasi Angulo; El teatro de los años sesenta (1974), de Ricard Salvat; Introducción al lenguaje teatral (1975), de Xavier Fábregas; El teatro español hoy (1975), de Luciano García Lorenzo;  El teatro español en el banquillo (1976), de Miguel A. Medina;  Temas y tendencias del teatro actual (1977), de Ignacio Elizalde; el colectivo Teatro español actual (1977)… Una vitalidad en lo referente a la publicación de libros sobre teatro que, en cuanto decayó, no parece que haya vuelto a recuperarse jamás.

Con todo, es escasa la información fácilmente accesible acerca tanto de la librería como de la editorial Villalar, así que habrá que seguir escarbando o esperando la publicación de testimonios de sus colaboradores.

Fuentes:

Anónimo, «La transmisión de la memoria histórica», El Norte de Castilla, 20 de noviembre de 2017.

Mariano de Paco, «El teatro español en los años de la transición», Las Puertas del Drama, núm 51 (2018).

Manuel Sacristán, «Sobre la cuestión nacional», Rebelión, 3 de diciembre de 2010.

El impresor-editor Artís i Balaguer, antes de extender las alas y alzar el vuelo

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El prestigio que llegó a adquirir Avel·lí Artís i Balaguer como impresor es perfectamente comparable al éxito del que durante unos años gozó como dramaturgo, gracias en particular a obras como Comèdia d’amor i de guerra (1921), Les noies enamorades (1924) y sobre todo Seny i amor, amo i senyor (1925), y que empezó a forjarse desde muy joven.

Según consigna Óscar Fernández Poza en la tesis que le dedicó, rondaría Artís i Balaguer los trece años cuando empezó a trabajar como aprendiz de cajista en una imprenta llamada Vidal Germans, ubicada en el número 12 de la Ronda de Sant Pere, que se dedicaba a pequeños trabajos para comercios e industrias, pero sin duda consolidó sus conocimientos con rapidez, al tiempo que hacía sus primeros escarceos como dramaturgo.

En 1904 crea junto a su hermano Manuel el semanario humorístico ilustrado Palla Nova, primer ejemplo de otra veta importante de Artís i Balaguer, la de fundador de iniciativas editoriales. De las posibles vicisitudes de esta efímera revista quizá sean indicativos algunos datos: El primer número, fechado el 1 de agosto, lo imprimió Francisco Badia, y aparece en color verde y en formato de octavo. Sin embargo, a partir del número 3 figura como impresor F. Baixeres y desde el número 6 en adelante se publica en papel color crema. En el octavo y último (con fecha del 28 de septiembre), que es el único en formato de cuarto, figura como impresor J. Ortega. No parace, pues, una trayectoria muy plácida, pese a su brevedad.

Muy poco posterior es Ep!, una publicación del mismo cariz e igualmente de corta vida (ocho números en 1906), a la que siguen entre octubre y diciembre de ese mismo año los diez números de Marramau…, que inicialmente se imprimen en Porcar (carretera Real, 11) y luego en la Imprenta de Monsonís, en el carrer de Ponent, 2, que es la misma dirección de la redacción de la revista. Ese mismo año, Artís i Balaguer se convierte en corrector de pruebas en la redacción de El Poble Català, que ese mismo año había pasado a dirigir Francesc Rodon y lo había convertido en diario y poco después pasaría a ser el órgano oficial del Centra Nacionalista Republicà de Jaume Carner i Romeu (1867-1934), así como en colaborador habitual de ese periódico.

El cambio de década viene marcado por su dedicación a la literatura dramática y a los estrenos teatrales, pero ello no le impide, a principios de 1912, ocuparse de la impresión de la revista humorística ilustrada de vida efímera Picarol, dirigida por el pintor Josep Aragay (1889-1973) y el ilustrador y grabador Xavier Nogués (1873-1941) y entre cuyos colaboradores se contaban el filósofo Francesc Pujols (1882-1962), pero más importante es sin duda la creación a finales de febrero de ese mismo año de la revista de referencia en su materia El Teatre Català (1912-1917).

Margarida Xirgu, en la portada del número del 4 de abril de 1912.

En la fundación de El Teatre Català, que pretendía tomar al pulso a la escena catalana mediante textos y fotografías, acompañaban a Artís i Balaguer el crítico teatral Francesc Curet (1886-1972), que se convirtió en su director, el editor de literatura sicalíptica y escritor anarquista Joan Sanxo Ferrerons (1887-1957) y el escritor y profesor de teatro Ambrosi Carrión (1888-1973), y entre sus colaboradores contó con firmas de la categoría y popularidad de Ángel Guimerà (1845-1924), Apel·les Mestres (1854-1936), Adrià Gual (1872-1943), Josep Pous i Pagès (1873-1952), Rafael Marquina (1887-1960), Alexandre Plana (1889-1940), Lluis Capdevila (1893-1980)…

En una nota al segundo número de esta revista, correspondiente al 7 de marzo de 1912, se publica una nota indicativa del esmero y escrupulosidad de Artís i Balaguer en sus labores de imprenta, y de la importancia que a ellas otorgaban en la revista:

El mucho trabajo que, por suerte para él, tiene Artís en su imprenta fue el motivo de que no pudiera ocuparse más que de componer el primer número de El Teatre Català y que tuviera que darlo a tirar fuera de casa. Esto fue motivo de que nuestro número anterior no quedara tan bien como nosotros esperábamos y Artís deseaba. Pero todo se arreglará poco a poco y, confiando en ello, los lectores sabrán disculparnos.

Avel·lí Artís i Balaguer.

Ese mismo año, en octubre, aun se ocupa Artís de la composición e impresión de otra revista interesante por su importancia histórica y por la complejidad que tenía en el aspecto gráfico, el Correo de las Artes & de las Letras, creación del poeta vanguardista Josep M. Junoy (1887-1955), en cuyo primer número aparecía, por ejemplo, una defensa del cubismo a cargo de Guillaume Apollinaire (1880-1918). También la presencia de esta revista en el panorama editorial catalán fue fugaz, apenas tres números, pero en ella pueden leerse textos del pintor y crítico Miquel Utrillo (1862-1934), del poeta Vicent Solé de Sojo (1891-1963), del empresario y crítico teatral René Blum (1878-1942), del crítico de arte y adalid del cubismo Maurice Raynal (1884-1954) o del ya mencionado Adrià Gual, junto a ilustraciones de Emili Casanovas (1929-2019) y Joaquim Sunyer (1874-1956). La sede de la redacción era la de la propia imprenta, Balmes, 54.

Que en aquellos años se encargara a Artís i Balaguer la composición e impresión de revistas de arte profusamente ilustradas como la Ars. Ilustración artística y literaria (1911-1912) o Vell i Nou (1915), así como los últimos números de la también muy ilustrada Iberia (1915-1919) de Claudi Ametlla (1883-1968) permiten presuponer que contaba ya con un prestigio entre quienes se embarcaban en proyectos semejantes, en los que además se estaba otorgando cada vez mayor relieve al diseño y la composición.

Sin embargo, quizá tenga mayor importancia histórica que, unos años más tarde, fuera el impresor de Un enemic del poble, la «fulla de subversió espiritual» del poeta Joan Salvat Papasseit (1894-1924), en cuyo primer número le acompañaban las firmas del pintor y escritor anarquista Josep M. de Sucre (1886-1969), el psiquiatra, filósofo y escritor Diego Ruiz (1881-1959), el pintor y teórico uruguayo-catalán Joaquim Torres García (1874-1949) y el librero y escritor izquierdoso Emili Eroles (1895-1983), autor luego de unas fascinantes Memòries d’un llibre vell. Cent anys de la vida d’un llibre (publicado por Pòrtic en 1971 y no reeditado). En los números siguientes alternarían los nombres del anarquista Ángel Samblancat (1885-1963), el dramaturgo Jaume Brossa (¿1869?-1919) y el ensayista y traductor Josep Farran i Mayoral (1883-1955) con los de los poetas Josep M. López Picó (1886-1959) y Joaquim Folguera (1893-1919), entre otros, así como con ilustraciones de Francesc Elías (1892-1991), Celso Lagar (1891-196) o Torres-Garcia. Inicialmente, la composición a tres columnas, con letra muy legible y con márgenes generosos, era en este caso particularmente dinámica, con cursivas que daban variedad a su aspecto general y acaso la única dificultad que presentaba era reproducir fielmente las ilustraciones, pero en números sucesivos la composición fue haciéndose más dúctil para acomodarse a la creatividad poética de Salvat Papasseit, y Artís i Balaguer supo corresponder a ella.

Pese a las muchas y muy diversas cabeceras de cuya impresión se ocuparon los talleres de Artís en esos mismos años –Butlletí de L’Aditorium (1913), Joventut téxtil (1914), Catalunya lliberal (1917), Gaseta Catalana d’Art Dramàtic (1917), o los últimos números del muy combativo semanario radical La Tralla (1922)–, es incuestionable que el siguiente gran hito en la carrera de Artís i Balaguer fue la remodelación gráfica de la revista humorística L’Estevet (en la que participaban figuras de primer orden como Gaietà Cornet, Feliu Elias y Junceda) y sobre todo la creación de la revista infantil La Mainada, cuyo éxito se prolongó desde su inicial número (del 10 de junio de 1921) hasta que, por orden gubernativa, fue clausurada en noviembre de 1923 (en el contexto de la persecución de publicaciones en catalán de la dictadura de Primo de Rivera). El éxito se explica bien por la variedad de secciones, con páginas con letra mayor para los más pequeños, por ejemplo, y por la auténtica pléyade de dibujantes y escritores jóvenes que reúne de Clementina Arderiu (1889-1976), Joan D’Ivori (Joan Vila [1890-1947]), Lola Anglada (1892-1984) y Josep Obiols (1894-1967) a los ya mencionados Apel·les Mestres, Elías o Junceda.

Entre sus peculiaridades más interesantes se cuenta la publicación en modo de folletín de algunas obras que luego se reunían en volumen, como es el caso por ejemplo del muy célebre Capcigrany, de Blai Einer (Francesc Maspons [1872-196]), El penjoll d’or y En Jan Petit, ambos firmados por Montserrat Puigmal (muy probablemente un seudónimo), en las colecciones Contes de La Mainada y Biblioteca de La Mainada, porque suponen el estreno de Artís como editor de libros, pero también la aparición entre sus colaboradores de Joan Salvat Papaseit, que publica por entregas las anécdotas o narraciones minimas que conforman «Els nens de la meva escala», sobre cuya publicación posterior en volumen vale mucho la pena leer el texto que se le dedicó en Piscolabis & Librorum.

Una vez cerrada esta exitosa revista infantil y juvenil, Artís i Balaguer se estrena como librero con la inauguración en el número 423 de la Gran Via (esquina Entença) de la Llibreria Renaixença, un nombre que era toda una declaración de intenciones en plena dictadura primorriverista, y poco después, hacia 1924, entra como colaborador en la exquisita revista de Antoni López Llausàs (1888-1979) D’Ací i d’Allà que dirigía Carles Soldevila (1892-1967), pero será en el mismo ámbito de su librería de donde surgirá su gran hallazgo editorial de preguerra, la colección Les Ales Esteses (1929-1930), que durante muchos años actuó como ejemplo de colección literaria a precios populares.

Fuentes:

Óscar Fernández Poza, Avel·lí Artís i Balaguer (1881-1954), comediógrafo e impresor-editor. Entre la plenitud del cambio de siglos y el exilio, tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid, 2016.

Teresa Fèrriz Roure, La edición catalana en México, Jalisco, Colegio de Jalisco, 1998.

Rafael Tasis, «Avel·lí Artís, home de teatre, periodista, editor i catalanista», Pont Blau, núm. 27 (enero de 1955), pp. 6-7; recogido en Lecturas de postguerra, edición de Montserrat Bacardí y Francesc Foguet, Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat (Biblioteca Serra d’Or 491), 2016.

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