Al igual que la «literatura de cordel» o el «folletín», existen y empleamos habitualmente algunas categorías que –tradicionalmente o por lo menos en su origen– han sido fronterizas entre la descripción de los principales rasgos de los texto, por un lado, y su soporte, su forma de distribución o incluso sus puntos de venta principales por el otro, como es el caso por ejemplo de la literatura de quiosco, que tal vez para generaciones distintas alude a un tipo de novelas, relatos o textos de divulgación sensiblemente distintos (sicalípticas, de literatura juvenil, de relatos del oeste, etc.).
En un libro panorámico centrado en la literatura revolucionaria (otro término conflictivo) publicada con destino a este sistema de venta, y titulado como no podía ser de otra manera, La novela revolucionaria de quiosco (1905-1939), Gonzalo Santonja rescató de las tan poco leídas memorias de Eduardo Zamacois (1873-1971) su testimonio acerca de los avatares del que suele considerarse el primer ejemplo de este género, subgénero o categoría literaria, El Cuento Semanal. Previamente, Alfonso Sastre (n. 1926) se refiere en el prólogo a este libro a la «fórmula Zamacois», pero el caso es que en realidad esta tardó en encontrar la financiación y la infraestructura necesaria para poder ponerse en marcha. La visionaria idea de una colección de muy bajos coste, de libros muy breves, ilustrados, de periodicidad semanal y cuyos potenciales lectores, no necesariamente habituales de las librerías, pudieran encontrar en puntos de venta que frecuentaban para otros menesteres fue rechazada sucesivamente por Ramón Sopena (1869-1932), Gregorio Pueyo (1860-1913) y también por el filósofo y periodista de origen cubano José del Perojo (1850-1908), de Mundo Nuevo, antes de que, gracias a la participación como inversor del también periodista Antonio Galiardo (en agradecimiento a su entrada en el periódico La Publicidad, merced a la intervención de Zamacois), pudiera convertirse en realidad esta colección, que se estrenó el primer día del año 1907 con Desencanto, del escritor y pintor Octavio Picón (1852-1923), quien por aquel entonces tenía a sus espaldas ya una formidable obra como narrador de títulos más o menos inequívocos (La hijastra del amor, 1884; La honrada, 1890; Dulce y Sabrosa, 1891; Drama de familia, 1903…).
El contenido del libro de Santonja es fiel al título que figura en la portada de la primera edición –por cierto: no coincidente con el de la cubierta, que a su vez sí coincide con el subtítulo de una edición del año 2000 SIAL Ediciones–, «Notas para la historia de la novela revolucionaria de quiosco en España (1905-1939)», pues en este breve volumen el autor se centra en unos cuantos casos muy significativos de esta «categoría» o «subcategoría» literaria: El Cuento Semanal de Zamacois, La Novela Roja de Fernando Pintado, La Novela Ideal de la familia Montseny, La Novela Política de Prensa Gráfica, La Novela de Hoy de Artemio Precioso (1891-1945) y unos pocos más, así como en algunas iniciativas nacidas anejas a este tipo de ámbitos editoriales, como es el caso en particular de ciertas novelas de autoría colectiva.
La relativa insatisfacción que pudiera tener el lector interesado en esta materia procede precisamente de ese carácter de notas un poco inconexas, valiosas y útiles en sí mismas pero que constituyen una serie de capítulos escasamente engarzados o articulados para dar respuesta a las preguntas implícitas que se derivan de la lectura del libro.
Pero más allá de quedar esa historia de la literatura revolucionaria en una eterna promesa de la que sin embargo han ido llegando aproximaciones parciales (muchas de ellas del propio Santonja, que recupera fragmentos de este texto en otros títulos y artículos suyos, pero también debidas a José Carlos Mainer, José Esteban, Marisa Siguán, Amelina Correa Ramón y Martínez Arnaldos, entre otros), uno de los mayores intereses de este tipo de aproximaciones es, además de ofrecer listados de las obras publicadas (muy útiles en ausencia de catálogos) y de aportar cuantiosa información acerca del funcionamiento de empresas, obras y autores poco y mal conocidos (en ocasiones debido a la proliferación del empleo del anonimato y de seudónimos en esa época y en esos géneros), no limitarse al estudio de los textos, sino también a establecer los vínculos entre una determinada ideología, unos géneros literarios con unos rasgos bastante bien definidos (y deudores de unas tradiciones fácilmente identificables) y unos determinados sistemas de producción y distribución estrechamente relacionados si no deudores de la configuración de las empresas periodísticas, de la reestructuración de la industria papelera y de los avances y crecimiento de los servicios de impresión. En otras palabras, ofrecer una imagen que tienen tanto en cuenta el sistema editorial como el campo literario.
En realidad este breve libro de Santonja, reeditado en 2000 con diferente título, es una pieza más en la explicación del modo en que se concebía el libro en España en las primeras décadas del siglo XX que resulta indispensable para comprender mínimamente la eclosión posterior de las llamadas –probablemente mal llamadas– «editoriales de avanzada (Ediciones Oriente), cuyo objetivo central era la difusión de la literatura y el pensamiento social y revolucionario a finales de los años veinte y en la década de los treinta», en palabras de Martínez Martín, y cuyos protagonistas en muchas ocasiones ya se habían fogueado en labores editoriales o empresariales en estas mismas iniciativas de los primeros años del siglo.
Una de las claves para ofrecer a un precio asumible por el lector al que iban destinado estos libros es evidente que fue relegar los procesos de preimpresión (la corrección de galeradas, en particular) a un lugar muy secundario si no inexistente (y agravado además por una premura en el proceso que era más propia de la prensa que de la edición de libros), y de ahí las erratas y transposiciones de renglones de los que Santonja ofrece algunos ejemplos jugosos en este pequeño volumen. El riesgo cultural que estaban asumiendo alegremente esta serie de editores emprendedores, que Santonja no comenta ni el objetivo de su libro propicia, era acostumbrar a los nuevos lectores que indudablemente estaban haciendo aparecer este tipo de iniciativas a un tipo de ediciones adocenadas en las que tenía más importancia la elección de un título y unas ilustraciones llamativos que la corrección o incluso la legibilidad del texto. Y todo por la causa.
Es evidente, para desgracia del lector de nuestros días, que esa es una tradición editorial que en España sigue contando con entusiastas epígonos (aunque sus «causas» son muy distintas), si bien a veces se parapetan tras la coartada del más glamuroso adjetivo «independientes».
Gonzalo Santonja, La novela revolucionaria de quiosco, 1905-1939, Madrid, La Productora de Ediciones-El Museo Universal, 1993.
Fuentes adicionales
AA.VV., Monteagudo, núm. 12 (2007), monográfco dedicado al centenario de El Cuento Semanal.
Fernández Menéndez, Raquel (2015). «Semblanza de Gregorio Pueyo (1860-1913)». En Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes – Portal Editores y Editoriales Iberoamericanos (siglos XIX-XXI) – EDI-RED.
Manuel Martínez Arnaldos, Jesús A. Martínez Martín, «La edición moderna», en Historia de la edición en España, 1836-1936, Madrid, Marcial Pons, 2001, pp. 167-206.
Rivalan Guégo, Christine (2015). «Semblanza de Ramón Sopena López (1869- 1932)». En Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes – Portal Editores y Editoriales Iberoamericanos (siglos XIXXXI) – EDI-RED.
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