La ciudad de València es una de las de mayor tradición impresora entre las editoriales europeas, y en su historia destacan algunos hitos, como la brillante etapa de la Tipografía Moderna de la estirpe de los Soler iniciada con Manuel Gimeno Puchades, el auge de la Sempere y Compañía de Francisco Sempere i Marsà (1859-1922) o la bulliciosa y fructífera pero brevísima etapa en que fue capital de la República Española (noviembre de 1936-octubre de 1937), que sin embargo no sirvieron para situarla como la principal capital europea en el ámbito de la edición.
Se ha identificado como la primera imprenta en Valencia la que puso en pie el comerciante alemán (representante de la familia Ravensburg) Jacobo Vitzlán en las inmediaciones del portal de la Valldigna, en cuyo talleres se imprimió un libro liminar como las Troves en Lahors de la Verge Maria (1474), si bien eso sucedía cuando al frente de los mismos se encontraba ya Lambert Palmart. Y no es arriesgado considerar que en el siglo XV y principios del XVI València sí atrajo a impresores importantes y ocupó un lugar muy destacado en este ámbito, hasta el punto de convertirse en núcleo de entrada del humanismo italiano e irradiador del mismo en el resto de la Península.
Quizá eso explique la existencia a veces no muy longeva pero a menudo culturalmente importante de editoriales exigentes en la capital valenciana, entre las que pueden mencionarse a bote pronto las Edicions Tres i Quatre fundadas por Eliseu Climent (n. 1940) a finales de los años sesenta, la Pre-Textos de Manuel Borrás Arana (n. 1952) o Campgràfic, de Xavier Llopis, José Luis Martín y Fèlix Bella. Y es también el caso deMedia Vaca, creada por el matrimonio formado por Vicente Ferrer Azcoiti (n. 1963) y Begoña Lobo Abascal (n. 1963) en 1998.
El primer libro publicado por Media Vaca aparece en diciembre de 1998 firmado por el ilustrador y portadista editorial barcelonés Arnal Ballester (n. 1955), y de hecho su firma y el título, No tinc paraules, es casi lo único del volumen que no es imagen. El libro apareció en compañía de Narices, buhitos, volcanes y otros poemas ilustrados, obra de Carlos Ortín y con textos de autores en apariencia tan heterogéneos como son Francisco de Quevedo, Heinrich Heine, Jacques Prévert, Gloria Fuertes o Pere Quart, entre otros muchos, y Pelo de zanahoria, de Jules Renard, traducido por Álvaro Abós e ilustrado por Gabriela Rubio.
Como es evidente, Media Vaca otorgó desde el principio un protagonismo estelar a la ilustración, y ya con sus primeras obras obtuvo el reconocimiento de la crítica tanto nacional como internacional, así como importantes galardones al libro infantil y juvenil mejor editado (por Pelo de zanahoria), el segundo premio a las Mejores ilustraciones de libros infantiles y juveniles (por Narices, buhitos…) o selecciones en la Internationale Judgend Bibliothek, el Banco del Libro de Caracas o el Salon du Livre de Jeunesse de Montreuil (en el caso de No tinc paraules).
La importancia otorgada a la imagen es fácilmente comprensible al saber que ya desde los quince años Vicente Ferrer se autopublicaba mediante fotocopias y que, cuando le regalaron una motocicleta, la vendió para poder imprimir en offset doscientos ejemplares de un cómic que había escrito y dibujado. Pero la exitosa heterogenia de Media Vaca se explica probablemente tanto por la calidad de las ilustraciones como por la concepción de los libros en tanto que objetos bellos, con textos divertidos e inteligentes y combinados con audacia con las ilustraciones, que surge de un planteamiento relativamente radical acerca de la función que debe desempeñar la imagen en el libro y un replanteamiento moderadamente revolucionario de la tradición que asocia perezosa y absurdamente el libro ilustrado con ese invento no tan viejo llamado «literatura infantil (o juvenil)».
Con independencia de que sirvan para orientar el consumo, ¿tienen algún sentido establecer compartimentos estancos entre las edades de los lectores? –se pregunta Vicente Ferrer en un texto publicado en La vida secreta de los libros, y prosigue–: Desde cierto punto de vista esta clasificación es una restricción, una forma de censura; desde otro punto de vista da a entender, a mi juicio de manera engañosa, que existe una progresión en las lecturas y que según crecemos en edad aumenta nuestra exigencia como lectores. ¿Son los poemas de Benjamin Pérec lecturas adultas? ¿Son las lecturas de Alejando Dumas lecturas juveniles? ¿Son los cuentos de Hans Christian Andersen lecturas infantiles?
También es cierto que Media Vaca tiene una colección bautizada muy explícitamente Libros para Niños, pero los títulos y autores que en ella publican están muy alejados de los tópicos trasnochados que la editorial pretende dejar atrás: El arroyo, del geógrafo anarquista Eliseo Reclus (1830-1905), con dibujos del artista brasileño Eloar Guazzelli; Los niños tontos, de Ana María Matute, ilustrado por Javier Olivares; Cien greguerías [de Ramón Gómez de la Serna] ilustradas por César Fernández Arias, el Alfabeto de la literatura infantil de Bernardo Atxaga con dibujos de Alejandra Hidalgo…
Y junto a ellos colecciones cuyos nombres también denotan el espíritu juguetón, pero de juego muy serio, que anima estos libros: Mi hermosa ciudad, El Mapa de Mi Cuerpo, Libros para Mañana, Últimas lecturas (que se estrenó con una impresionante edición de los Crímenes ejemplares de Max Aub)…, o, fuera de colección, una edición de la Declaración de los Derechos Humanos, en coedición con el Centro de Acogida a Refugiados de Mislata, ilustrados por Diego Bianki, Cesc, El Roto, Forges, Yukari Miyazawa, Jaume Perich, Saul Steinberg, Roland Topor, Isabelle Vandenabee, Sempé…
Tamaña ambición, rigor en la concepción de los libros como un entramado de ilustración y texto y la originalidad y cuidado en el diseño y confección de los libros explican seguramente que Media Vaca sólo publique tres novedades anuales, pero la cantidad de reconocimientos (coleccionan distinciones de la Feria del Libro de Bolonia), la difusión de sus libros en otros países (traducidos al coreano, francés, italiano…) y la fidelidad de un número apreciable de lectores, de todas las edades y mayoritariamente en América, parecen justificar sobradamente este comedimiento en el número de títulos anuales. Al parecer, cosa difícilmente censurable, priman la calidad por encima de la cantidad.
Fuentes:
Web de Media Vaca, en el que puede leerse el texto de Vicente Ferrer citado.
AA. VV., La vida secreta de los libros. Media Vaca: 1998-2003, València, Col·legi Major Rector Preset (Universitat de València), 2003.
Anónimo, «Entrevista a Media Vaca», Crean, 17 de enero de 2013.
Toni Esteve, «Es bueno que un niño aprenda que los libros no son objetos de usar y tirar», nonada, 2 de marzo de 2016.
Vicent Molins, «Media Vaca, la editorial en miniatura que conquista el planeta de los libros», Valencia Plaza, 4 de mayo de 2017.
Rafa Rodríguez Gimeno, «La alegría lectora de Media Vaca», Verlanga.
Tagged: Arnal Ballester, Begoña Lobo, Campgràfic, Media Vaca, Pre-Textos, Vicente Ferrer Azcoiti
