En fecha aún por determinar, a principios del siglo XX la barcelonesa editorial Maucci, creada en 1892, publicó un par de antologías que parecen poner de manifiesto un cierto interés de los lectores peninsulares por la literatura que en el cambio de siglo se estaba produciendo en los diversos países americanos, más allá de los consabidos Rubén Darío (1867-1916), José Enrique Rodó (1871-1917) o José Martí (1853-1895). Al decir de Leona Martín:
Con estas publicaciones, se continuó la nutrida tradición de obras antológicas que aparecieron en las nuevas repúblicas americanas en el siglo XIX a partir de las guerras de independencia. Representaron al mismo tiempo una reacción frente a la hegemonía cultural expresada en La antología de poetas hispano-americanos (Madrid, 1893-1895) del gran erudito español Marcelino Menéndez Pelayo, obra que fue comisionada para la celebración del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América.
Los títulos de estas obras, sin embargo, no permitían la más mínima esperanza de innovación o modernidad, sino más bien un apego a los usos y modos más marcadamente romanticoides: Parnaso boliviano, Parnaso ecuatoriano y Parnaso costarricense.
En el primero de ellos, que se presenta como una «selecta antología de poesías, coleccionadas por el Dr. Luis F. Blanco Meaño y con prólogo de Rafael Bolívar Coronado», se incluyen algunos nombres de poetas colombianos que, quizá muy justificadamente, han caído en el olvido: Rosendo Villalobos, Felisa A. Eguez, Enrique Arce Velarde, Fernando Acha y Aguirre… Ninguno de ellos ha dejado el menor rastro ni en antologías ni en estudios posteriores sobre la poesía colombiana. De hecho, tampoco al doctor Luis F[elipe] Blanco Meaño se le conocen estudios literarios de ninguna entidad, pero, paradójicamente, esta mención sirve para fechar el libro antes de 1920.
Ese año, en el número del 6 de diciembre de la edición venezolana de la revista Billiken, se publicaba un anuncio en el que se advertía que Luis Felipe Blanco Meaño, hermano del poeta y abogado Andrés Eloy Blanco (1896-1955), jamás había escrito el prólogo que se le atribuía. No hace falta una perspicacia prodigiosa para sospechar que la retahíla de nombres que componen la antología tampoco escribieron jamás los textos que se les atribuía en la edición de Maucci, pero acaso ponen de manifiesto la versatilidad estilística de quien fuera su autor. Que Maucci no debió de estar metido en el ajo puede deducirse del hecho mismo de que publicara dos Parnasos más, aunque uno de ellos, el dedicado a la poesía ecuatoriana, firmado no por Bolívar Coronado sino por un enigmático José Brissa (que al parecer se había iniciado hacia 1910 en Maucci con El libro de la raza, escrito a cuatro manos con Enrique Leguina), al que luego siguieron, siempre en Maucci, la confección de antologías de textos como La revolución de julio en Barcelona (1910), sobre el proceso a Ferrer i Guàrdia, así como las que componen La revolución portuguesa (1911), La guerra italo-turca (1911-1912) (1913), La guerra de los Balkanes (1913), etc., si bien ya en 1888 su firma aparece episódicamente en Madrid Cómico; pero más jugoso resulta que, al parecer, actuara como asesor literario de Maucci.
Con todo, la historia interesante es sobre todo la del venezolano Rafael Bolívar Coronado (1884-19249, que cuando empieza a trabajar para Maucci ya tenía una trayectoria notable a sus espaldas. Tras unas iniciales colaboraciones en diversos periódicos americanos (los venezolanos El Cojo Ilustrado y El Universal, pero también el nicaragüense El Nuevo Diario), su nombre saltó a la fama por el texto de la zarzuela Alma llanera, si bien el dinero que la pieza generó se la llevó su coautor, el músico Pedro Elías Gutiérrez (1870-1954).
Aun así, le sirvió a Rafael Bolívar para obtener una beca gubernamental para viajar a España, donde uno de sus primeros trabajos fue como corrector de pruebas en Cervantes, la «revista mensual ibero-americana» que por entonces dirigían el poeta y dramaturgo modernista Francisco Villaespesa (1877-1936), el escritor mexicano Luis G[onzaga] Urbina (1864-1934) y el polifacético ensayista italoargentino José Ingenieros (1877-1925), donde el dramaturgo José Dicenta (1962-1917) fungía como subdirector y en la que colaboraron, en esa primera etapa y en lo que se refiere a autores americanos, César E. Arroyo (1887-1937), José María Vargas Vila (1860-1933), José Enrique Rodó, Rubén Darío, etc. A Bolívar Coronado lo despidieron al cabo de muy poco tiempo, y no sólo por la cantidad de erratas que se le pasaban por alto sino porque, además ‒cabe suponer que para desesperación o regocijo de los filólogos‒, coló en la revista algunos textos suyos como obra de insignes escritores latinoamericanos.
Casi inmediatamente empezó a colaborar en la empresa que en 1915 había fundado el venezolano afincado en Madrid Rufino Blanco Fombona (1874-1944), Editorial América, y su cometido era copiar ciertos ejemplares de la Biblioteca Nacional para su posterior edición. Lo más curioso es que el propio Bolívar Coronado contara en el prólogo a Parnaso boliviano cómo le tomaba el pelo a este editor, a quien entre 1917 y 1920 entregó diversas falsificaciones no sólo de supuestas crónicas de Indias sino también libros engañosamente atribuidos al historiador Rafael María Baralt (1810-1960) y al ingeniero y cartógrafo Agustín Codazzi (1793-1859):
Estuve dos largos años en Madrid escribiendo libros a nombre de Juan de Ocampo, Albéniz de la Cerrada, Concepción Zapata, Montalvo de Jarama, nombres que yo inventaba y ponía en mis escrituras como cosas de mucha gloria y fama. ¿Que cómo pude engañar a los editores? Muy sencillo. La explicación la ha dado el altísimo Emilio Carrere en una frase: «en España viven del libro los que no saben leer».
No obstante, Blanco Fombona pronto tuvo pistas para saber que le estaban engañando, pues su amigo el banquero y erudito Vicente Lecuna (1870-1954) no tarda en escribirle poniendo de manifiesto su extrañeza acerca de algunos anacronismos que ha detectado en las obras que publica (en particular el reiterado empleo del término “burdel” en un texto supuestamente del siglo XV).
Así las cosas, y advertido por Villaespesa de cómo se las gastaba Fombona (se decía que había ganado doce duelos a espada), Bolívar se trasladó a Barcelona y empezó diversas colaboraciones que resumió del siguiente modo en una carta al historiador y filólogo Julio Cejador (1864-1927) y a las que hay que añadir sus trabajos como prolífico redactor de artículos para la Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo Americana de Espasa-Calpe y las crónicas como supuesto corresponsal de guerra en África que escribía desde Barcelona para La Publicitat, El Noticiero y El Diluvio:
He ganado aquí unos ciento ochenta duros haciéndole cuentos para niños a Sopena y dos antologías de poetas ecuatorianos y bolivianos a Maucci. Lo hice todo en poco menos de veinte días; ¡considere usted cómo habrán quedado!… la necesidad carece de ley… y yo carecía de todo… recordará usted al gran López que en horas veinticuatro, hacía comedias malas para el teatro.
Las reediciones de estas obras dan fe de una muy buena y sostenida acogida por parte de los lectores, lo cual explica la continuidad con el Parnaso costarricense, «selección esmerada de los mejores poetas de Costa Rica», en cuyo liminar el autor lo subraya con énfasis:
Mi estudio sobre la literatura boliviana fue el blanco escogido por aquel rebaño de cínicos y lacayuelos para lanzar su baba con el propósito de adular a la bestia de los Andes colombianos. Pero su baba no llegó hasta mí; el éxito del libro fue ampliamente franco, y ello ha dado motivo para que la Casa Maucci me haya encargado este trabajo.
El libro en cuestión contiene una curiosa y sorprendente dedicatoria (fechada en Barcelona en octubre de 1921) que quizá valga la pena reproducir: «Al eximio americanista don Rafael Vehils. Señor: Va este libro amparado con el nombre de usted. ¡Glorioso palio, el nombre férvido enaltecedor de la América Española!»
Rafael Vehils (18861-959) era, aparte de diputado y hombre de confianza del entonces ministro Francesc Cambó (1876-1947), el presidente de la Casa América de Barcelona y un entusiasta de América, a cuya industria editorial dedicaría pocos años después el informe El libro en Uruguay. La industria editorial. El libro español. El libro de texto. El régimen de propiedad intelectual (1927) y, más importante aún, sería en la postguerra uno de los principales accionistas de la bonaerense Editorial Sudamericana y el responsable de conseguir que se pusiera al frente de la misma Antoni López Llausàs (1888-1979).
De la prolijidad de Bolívar en su etapa barcelonesa aún da fe Euclides Perdomo al destacar su colaboración (¿?) con el anarquismo catalán de esos años:
Rafael Bolívar Coronado siempre se mantuvo firme en su individualismo solidario y racionalista. Quizá por ello, en Barcelona escribe habitualmente en no menos de cuatro publicaciones anarquistas: Solidaridad Obrera, Resistencia (donde firma como Federico Nietzsche, L. A. Grand Eboa y M. A. Puri Teaurb), Idea (como Agustín de Montemayor, Alberto Calígula, Alberto Ferega Zombona, Arimán Roguea, Arión Guemara, Armando Chirveches y Luis Hine Saborío) y Savia (R. Monasterios).
Pese a sus reiterados intentos de ganarse holgadamente la vida con la pluma, Bolívar Coronado murió en la miseria, en Barcelona, el 31 de enero de 1924 y durante una epidemia de gripe. Aunque quizás sus parnasos inspiraran a Max Aub su Antología traducida…
Fuentes:
Nathalie Bouzaglo, «Los irreverentes plagios de Rafael Bolívar Coronado», Taller de Letras, núm. 66 (2020), pp. 119-124.
Ernesto Cazal, «Los seiscientos nombres de Rafael Bolívar Coronado», Visconversa, 8 de diciembre de 2017.
Juan Pablo Gómez Cova, «Rafael Bolívar Coronado, la levedad del escritor múltiple. Cauces para el estudio de la falsificación como estrategia literaria», Akademos, vol. 18, núm. 1 y 2 (2016), pp. 101-113.
Manuel Llanas, «Notes sobre l’editorial Maucci i les seves traduccions», Quaderns: revista de traducció, núm. 8, pp. 11-16.
Euclides Perdomo, «Un hombre con más de 600 seudónimos. Bolívar Coronado, anónimo por su prodigalidad».
Óscar Reyes, prólogo a Un hombre con más de seiscientos nombres (Rafael Bolívar Coronado), de Rafael Ramón Castellanos Villegas, edición del autor, 1993; reproducido en El Globo (Caracas), 10 de febrero de 1993.
