«Desvirgar un libro» era una expresión —acaso hoy políticamente incorrecta— que en otros tiempos solía usarse para aludir a la acción de abrir un libro intonso, es decir, aquel al que no se le habían hecho todos los cortes necesarios para poder pasar las páginas, sino que se componía de cuadernillos de pliegos a los que no se le habían hecho los cortes pertinentes. A menudo el lector se servía de un abrecartas o similar (un cúter entre los cutres), y la operación podía llevar un ratito y dejar pequeñas motas de papel por todas partes, pero era el único modo de poder acceder cómodamente al texto (o a las imágenes). Al parecer, la expresión procede del corte del pelo de la parte superior de la cabeza que el obispo aplicaba a quien asumía el primer grado sacerdotal (la zona pelada era la tonsura); el libro intonso, pues, es aquel que todavía no ha sido cortado.
Con el tiempo, los libros intonsos han sido cada vez más raros, salvo en algunos géneros minoritarios por exquisitos (o viceversa); o en iniciativas como la de la editorial mexicana El Tucán de Virginia que dirige Victor Manuel Mendiola, que produce libros intonsos e impresos con tipos móviles, o la de la revista International Designers Network, que incluye en todos sus números un pliego sin cortar.
Decían las malas lenguas que la práctica de hacer esos cortes que facilitaban la lectura inmediata era menos frecuente en los libros de poesía porque, dado que estos a menudo tardaban mucho tiempo en venderse, así se evitaba que el polvo o los insectos bibliófagos se acumulara entre sus páginas. Tal explicación pudiera parecer poco convincente —pese a su mala leche—; sin embargo, cobra bastante sentido cuando se recuerda una extraordinaria aportación de Max Aub a la paremiología en lengua española: «Murió intonso».
Y hablando de Max Aub, su grado de consciencia de la relación entre el objeto libro y el significado y el sentido de de los textos — «en ediciones diferentes los libros dicen cosas distintas», había aprendido de Juan Ramón Jiménez—, era enorme y se puso de manifiesto, por ejemplo, en su discurso de ingreso en 1956 en la Real Academia Española (El teatro español sacado a la luz de las tinieblas de nuestro tiempo, Madrid, Tipografía Archivos), por no hablar siquiera de la biografía que dedicó a Jusep Torres Campalans (México, colección Tezontle del FCE, 1958).
Esa misma conciencia parecer ser la que haya inspirado a Alter Ediciones a la hora de crear Nacidos para molestar, del músico y letrista punk uruguayo Hugo Gutiérrez, y publicarla en su colección Fuera de Serie en diciembre de 2024, añadiéndole además una muy oportuna herramienta como extra ball. En la elección del título cabe la posibilidad que influyera el álbum homónimo del grupo punk alavés Jake Mate (a saber).

El hecho de publicar este libro intonso se inserta, o se justifica, mediante una advertencia similar a la que empezaron a añadirse a las fundas de discos musicales que contuvieran «lenguaje explícito», en la que puede leerse:
Este libro no es defectuoso; tiene sus páginas cortadas de forma incompleta. Nos obliga a participar, a ser parte de su creación. Nos recuerda el espíritu del hazlo tú mismo. Cada ejemplar será único. Cada corte en sus hojas dejará una marca, una pequeña imperfección que lo hará singular. Si este libro te molesta o incomoda, no sos la persona indicada para leerlo.

Otros elementos que inequívocamente remiten a lo que podría llamarse underground vintage (elemento cohesionador de la colección) es el diseño mismo de la cubierta, que reproduce el modo en que las ediciones baratas de aquellos años envejecían y se descolorían.

La autoría de la edición de Nacido para molestar cabe atribuirla en buena medida al diseñador gráfico, editor y docente en la Facultad de la Cultura del CLAEH Manuel Carballa, que empezó por convencer a Hugo Gutiérrez de la conveniencia de convertir en una crónica de esos años lo que originalmente había sido creado como un anecdotario más o menos autobiográfico que había ido publicándose sobre todo en Solo Rock Uruguay, con algunas entrevistas —al compositor italoargentino Luca Prodan (1953-1987), al periodista musical Enrique Symns (1945-2023) y al músico Renzo Teflón (Renzo Guridi Piñeyro, 1962-2018)— a modo de entreactos refrescantes. Pero además figura como responsable de la edición y de la supervisión de la impresión en la página de créditos. Allí mismo se informa también de que la corrección corrió a cargo de Ana Claudia de León y que del diseño se ocupó la empresa de servicios editoriales Manosanta Desarrollo Editorial, de la que Carballa es uno de los socios.

Lo interesante es esa coherencia entre el contenido textual e ilustrativo del libro y la forma que se le ha dado, que remite a unas mismas época y filosofía. Se dice que los viejos rockeros nunca mueren; los punkarras, al parecer, tampoco. Ni los intonsos.


