Quantcast
Channel: negritasycursivas
Viewing all 575 articles
Browse latest View live

De premiados y premios (divertimento autobiográfico)

$
0
0

A Nona, en el seu aniversari.

El jueves 26 de septiembre tuve el inmenso placer de conducir un acto de homenaje al poeta y editor Josep Janés i Olivé (1913-1959) con motivo de haberse cumplido su centenario. Confiaba en poder controlar los nervios, pero no hay mejor manera de desbaratar ese propósito que advertir de pronto que uno se encuentra en una zona con tantos premiados por metro cuadrado.

Momento de la intervención de Jordi Gracia captado por Pilar Mengual.

Momento de la intervención de Jordi Gracia captado por Pilar Mengual. (Clicando en ella se amplía la imagen)

Tenía a mi izquierda a un galardonado con el Premio Nacional de la Crítica (Antoni Marí) compartiendo su análisis de la lengua poética de Josep Janés i Olivé, a una galardonada con el Premio de Investigación Enrique García y Díez de la AEDEAN (Jacqueline Hurtley) dispuesta a disertar sobre la lucha contra la censura apoyándose en imágenes de galeradas tachadas por censura y de ejemplares de la colección Grano de Arena que pasaría entre los asistentes, a un premio Anagrama de Ensayo (Jordi Gracia) que esbozó un retrato de la relación de José Janés con la literatura española de su tiempo, y si miraba a mi derecha veía al último ganador del Premio Nadal (Sergio Vila-Sanjuán) cruzando lo que me parecieron miradas de complicidad con alguien que, al Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural y una Creu de Sant Jordi, añade una Targa d´Argento y es Commandeur de l´Ordre des Arts et des Lettres y Honorary Officer of the Order of the British Empire (Jorge Herralde).

Foto de la escritora Carme Barba que recoge un instante de la Intervención de Jorge Herralde durante el homenaje.

Carme Barba recogió un instante de la intervención de Jorge Herralde durante el homenaje.

Supuse que esa densidad de premios era ya insuperable, hasta que subió al escenario, para poner el colofón al acto con la lectura de un poema –y leerlo muy bien– una Premio Nacional de Traducción que además ha obtenido en dos ocasiones el Premio Ciudad de Barcelona (Clara Janés). Desde mi situación en el escenario apenas podía distinguir los rostros de los asistentes, pero en cuanto concluyó la lectura tuve ocasión de abrazar a un Chevalier dans l´Ordre des Palmes Academiques y Officier des Arts et des Lettres (Manuel Serrat Crespo), enterarme de que allí estaba un ganador del Premio Internacional de Cuentos Max Aub y de novela Ciudad de Barbastro (Javier Quiñones), conocer a la última ganadora del Premio de Relato Corto Eugenio Carvajal para jóvenes escritores (Elisenda Hernández Janés), estampar un par de besos a quien, entre otros reconocimientos, cuenta con una Flor Natural en los Jocs Florals de la Gent Gran del Vallès Occidental (Pilar Català)…¿Es que estaban todos allí?

Foto de David Trías de un momento en la lectura de Clara Janés.

Antes de abandonar la Sala de Actos (la de la Biblioteca Sagrada Familia de Barcelona), la galardonada con el Premi de Recerca Humanística, el Premi Rafael Cornellà y el Premi Crítica Serra d´Or Montserrat Bacardí me presentó a quien se ganó a pulso un Premio Carles Rahola con un espléndido libro sobre el editor Josep Pedreira (Mireia Sopena) y a un poeta y editor que este mismo año ha sumado a su nutrida colección de galardones el Llibreters de narrativa (Francesc Parcerisas), y a continuación me obsequió con un ejemplar del discurso leído por el archipremiado e insigne traductor Ramon Folch i Camarasa en la ceremonia en que fue investido doctor honoris causa por la Universitat Autònoma de Barcelona. Más reconocimientos.

Ramon Folch i Camarasa entre Miquel Truyols y Montserrat Bacardí durante la presentación de un libro en el Castell de Plegamans.

Esa noche, acelerado como estaba no lograría conciliar el sueño, así que abrí el elegante y sobrio ejemplar que me habían regalado, que se inicia con la presentación del investido a cargo de Montserrat Bacardí, y por ella me enteré de que en una de las novelas de Folch i Camarasa, La visita (por cierto, Premi Sant Jordi 1964), aparece como personaje un trasunto de Josep Janés i Olivé, de nombre Sirvent. En una de esas extrañas asociaciones de ideas a que inducen la falta de sueño añadida al subidón adrenalínico, recordé un pasaje de las llamémoslas memorias de Antonio Rabinad (El hombre indigno) en que se evocan algunos encuentros entre ellos en la sede de José Janés Editor. Escribe acerca de su primera conversación Rabinad (añado: Premio Internacional de Primera Novela):

 –¿Folk? –vacilo yo–. ¿Cómo folklore?

–Folch, Folch –repite él–. ¿Ha oído usted hablar de Folch i Torres, ese escritor de novelitas cursis?

Yo sonrío.

–Inevitablemente.

–Era mi padre –añade él, con sonrisa también inevitable.

Folk, digo Folch, espera algún día independizarse, dejar la editorial. Se está construyendo en el campo una casita, nada, un techo, unas paredes, pero a él le gusta.

–Además –me guiña un ojo–, sé dónde está el agua.

El deliberado cinismo de Folch, que es una manera de esconder la ternura que parece ser vitalicia en la familia, de huir de la cursilería paterna y decir las mismas cosas en el fondo, pero de otro modo.

A la mañana siguiente, mal dormido, me levanté a una hora idónea para ir a dar un garbeo –de un humor honesto y vago, que diría Vila-Sanjuán parafraseando a Pla–, por la Fira del Llibre Antic i d´Ocasió, instalada a cuatro o cinco paradas de autobús de donde vivo, y, con tiempo por delante, me dediqué a un escrutinio parsimonioso. Confieso que últimamente me pasa como a las embarazadas: que siempre les parece que cuando ellas lo están abundan más de lo normal las mujeres encintas, sólo que en mi caso lo que veo por todas partes son ejemplares publicados por Janés. Así, vi y toqué ejemplares de la colección Al Monigote de Papel (entre ellos La señora Panduro sirve pan blando), una pila de los Quaderns Literaris a sólo 3 euros cada uno, un ejemplar del primer y único volumen de Presencia de Catalunya (1938), que seleccionó Janés para los Serveis de Cultura al Front durante la guerra… Sin embargo, es fácil suponer que lo que me llevé bajo el brazo fue la primera edición de La visita (publicada como número 370 de la Biblioteca Selecta dirigida por Josep Mª Cruzet), y, como es áun más fácil de suponer, la devoré persiguiendo la sombra del tal Sirvent. Me topé además con la casita en el campo a la que alude Rabinad, que el protagonista de la novela, un atribulado traductor que trabaja episódicamente en una editorial, tiene en gran estima.

Carme Barba fotografió el ejemplar de Mig minut de silenci que Hurtley pasó al público.

Carme Barba fotografió el ejemplar de Mig minut de silenci que Hurtley pasó al público.

Debo reconocer que mi lectura apresurada no hizo justicia al interés que tiene la novela de Folch i Camarasa, pero me pareció que en el tal Sirvent no es inequívocamente reconocible José Janés, a no ser que uno sepa de antemano que la obra de Folch i Camarasa suele tener una fuerte impronta autobiográfica y que, además de traducir al castellano con seudónimo para Janés, desde 1951 trabajó en su editorial con intermitencias (en las que se dedicó a traducir como colaborador externo).

Un grano de arena (de Huxley nada menos) recogido por Carme Barba.

Un grano de arena (de Huxley nada menos) recogido por Carme Barba.

Repasando luego la enorme y exigente obra como traductor de Folch i Camarasa que se detalla en la ya mencionada edición de la UAB, me di de bruces con un título de Paco Candel, quien también coló a Janés como personaje en alguno de sus libros (¡Dios, la que se armó!, Patatas calientes). Y caí en la cuenta de que lo mismo hizo José M. Camps en El corrector de pruebas. Y, como es muy natural, Josep Janés –como también Nona– aparecen asimismo en las memorias de infancia y juventud de Clara Janés que en 1990 publicó la benemérita editorial Debate con el título Jardín y Laberinto. Y en las iconoclastas de Víctor Alba, y en las de Juan Arbó, y en las de Rafael Borràs Betriu, y en las de Carles Pi i Sunyer…. Se me ocurrió entonces que Josep Janés como personaje literario era un tema que podría dar mucho juego –quizás abordándolo un poco a la manera del brillante maestro Sergi Beser en el artículo  “La novel·la d´un personatge sense novel·la. El Josep Rodón de Narcís Oller” –, y que bien pudiera desarrollarlo en este blog.

David Trías captó la portada del Stevenson que pasó J. Hurtley.

Cuando me senté frente al ordenador con el propósito de ponerme a ello, descubrí en la bandeja de entrada de mi correo electrónico unos cuantos mensajes (no pocos) elogiando con genuino entusiasmo el encuentro de janesianos y adjuntando incluso algunos de ellos fotografías tomadas durante el transcurso del mismo. Miré la hermosa planta que al concluir el acto de homenaje a Janés me había regalado la superagente literaria Maru de Montserrat. Entrañable. Sólo puedo añadir: De todo corazón, muchas gracias a todos los que participasteis, ¡menudo premio!

Por razones de salud, no pudimos contar con la anunciada presencia de Javier Aparicio Maydeu.

Algunas ideas y sugerencias:

Información curiosa sobre el homenaje a Josep Janés puede consultarse en la etiqueta #JanésEditor, aquí.

Sergi Beser, “La novel·la d´un personatge sense novel·la. El Josep Rodón de Narcís Oller”, Serra d´Or, Any IX, Núm. 3 (marzo de 1967), pp. 53-58.

José M. Camps, El corrector de pruebas, Barcelona, Tartessos, 1946.

Francisco Candel, ¡Dios, la que se armó!, Barcelona, Ediciones Marte, 1964.

Francisco Candel, Patatas calientes, prólogo de Joan J. Gilabert, Barcelona, Ronsel (Colección Pérgamo, serie Crónicas 65), 2003.

Edición con la cubierta de Ballestar.

Ramón Folch i Camarasa, La visita, Selecta, 1965. En Círculo de Lectores existe una edición de 1965 de la traducción al castellano (o reescritura), de Ramón Hernández (seudónimo del propio Folch i Camarasa), con un excelente diseño de cubierta del buen amigo Vicente Ballestar (Puede vérsele dibujando aquí).

Ramon Folch i Camarasa. Doctor Honoris Causa, incluye la presentación de Ramon Folch i Camarasa por Montserrat Bacardí, que actuó como padrina (“Ramon Folch i Camarasa, la dèria de (re)escriure”), el discurso del doctor Folch i Camarasa (“La traducció, el país i les circumstàncies”) y un currículun vitae, Bellaterra, Servei de Publicacions de la UAB, s.f. (2006). Puede verse un vídeo completo de la ceremonia de investidura, celebrado en la sala de actos del Rectorado el 26 de octubre de 2006, aquí.

Clara Janés, Jardín y Laberinto, Madrid, Debate (Literatura 43), 1990.

Antonio Rabinad, El hombre indigno. Una vida de posguerra, Barcelona, Alba Editorial (Colección Literaria), 2000.

Victor Alba, Sísisf i el seu temps I. Costa avall, Barcelona, Laertes, 1990.


Tagged: José Janés, Josep Janés, Josep Janés i Olivé

Lara, el tahúr, y notas sobre el Premio Planeta

$
0
0

A menudo se han señalado paralelismos entre editar y el juego, generalmente referido a juegos de azar. Beatriz de Moura (n. 1939) lo comparó con la ruleta, y de Esther Tusquets (1936-1912) es conocida su afición a las partidas de cartas y al bingo porque ella misma dejó constancia de ello en sus libros de memorias (así como en la novela ¡Bingo!). En cambio, a José Manuel Lara Hernández (1914-2003), al parecer, lo que le iban eran los juegos en los que el azar intervenía poco: el billar y más tarde el ajedrez.

Lara y Torrente Ballester.

En mayo de 2003, Salomé Machío dedicó un curioso reportaje a los orígenes de Lara Hernández en el pequeño pueblo sevillano de El Pedroso –por cierto, cuna de otro interesante editor, Antonio Herrero Romero–, y en él recogía algunas declaraciones no muy discretas de compañeros de infancia de quien en 1994 llegaría a ser nombrado Marqués de El Pedroso. Eloísa Neyra, por ejemplo, suelta allí que “Pepe era un golfo, yo no digo más que la verdad”, mientras que Pablo Muñoz recuerda haberle visto en sotana durante su breve etapa en el seminario, rememora que “a Pepe le gustaba mucho jugar, pero nunca pagaba” y añade que “era un poco fullero, porque en las canicas siempre hacía trampas, no le gustaba perder”. Se cuenta que, ya en Barcelona –adonde entró por la Diagonal como legionario con las tropas franquistas del general Yagüe–,  solía enviar a su chófer a buscar café cuando estaban a media partida de ajedrez y las cosas pintaban feas, y cuando regresaba, por ensalmo, la partida había tomado un giro inesperado (un giro favorable a Lara, por supuesto).

Félix Ros (1912-1974)

Félix Ros (1912-1974)

Sin embargo –y si bien sus éxitos son sobradamente conocidos–, en el juego de la edición Lara Hernández también perdió alguna que otra partida. Suele ocultarse que, tras comprar la editorial Tartsesos a Félix Ros y montar una editorial con su nombre (Editorial Lara), al acabar la guerra mundial y ante las consecuentes dificultades para pagar en divisas los derechos de autor Lara acabó vendiéndosela a José Janés para crear un almacén de papel. Según ha referido Manuel Lombardero, durante muchos años mano derecha de Lara Hernández, “Lara se había comprometido con Janés, puede que verbalmente, a dedicarse al negocio del papel y que no pondría una editorial. Pero el negocio del papel se liberalizó y dejó de ser tal negocio, con lo que Lara montó Planeta” (lo cuento con más detalle en A dos tintas, pp. 287-290).

De izquierda a derecha, Ángel González, Joaquina Hoyas, Manuel Lombardero hijo, Juan Marsé y Manuel Lombardero.

También son conocidos, por ejemplo, los fracasos en los intentos de contratar las memorias del futbolista Helenio Herrera, de conceder el Planeta a Delibes, o de fichar a autores tan dispares pero exitosos como Javier Marías o Arturo Pérez-Reverte.

Helenio Herrera (1910-1997)

Como se ha recordado en numerosas ocasiones, a Lara Hernández “le encantaba fotografiarse con sonrisa de oreja a oreja entregando el talón millonario –o un fajo de flamantes billetes de mil pelas encuadernados– al sonrojado ganador [del Premio Planeta]” (Manuel Rodríguez Rivero), y Antonio Prieto ha contado que, en su caso, “el Premio, vamos, el dinero, lo recibí en un acto que se celebró en el Ateneu Barcelonès. Me dieron las 10.000 pesetas en billetes de 100, puestos uno encima del otro en una bandeja de plata”. También es conocido que después de 1959 se produjo un relativo cambio en el modo de proceder a las votaciones del Premio Planeta, aunque quizá lo es menos el motivo de tal cambio. Ese año apoyaban como ganador al que fuera director de Abc Torcuato Luca de Tena (1923-1999), próximo al régimen pese a sus problemas con Arias Salgado, los miembros madrileños del jurado y el propio Lara, pero los barceloneses preferían a Julio Manegat (1922-2011), que quedaría finalista. Eso provocó que, al emplear el llamado método Goncourt (ir eliminado de la lista a los peor calificados en sucesivas votaciones) este enfrentamiento entre los miembros del jurado desembocara en la eliminación de los dos favoritos (y ganara Fernando Bermúdez de Castro con un título que ni hecho aposta, Pasos sin huellas). Escribió entonces Lara a Luca de Tena:

Torcuato Luca de Tena (1923-1999)

He decidido cambiar el sistema de votación por ser éste peligrosísimo y prestarse a cosas como la acontecida en esta última edición del premio, donde una novela como la tuya [Edad prohibida] , que llevábamos como ganadora cinco de los miembros del jurado, fue eliminada en la tercera votación.

Un poco más complicado fue el lío que se produjo unos años después, en 1962, cuando entre 178 obras un jurado formado por Ignacio Agustí, Joaquín de Entrambasaguas, Ricardo Fernández de la Reguera, José María Gironella, Sebastián Juan-Arbó, Carmen Laforet, José Manuel Lara y Manuel Lombardero (secretario) eligió como vencedora una novela de Concha Alós (El sol y las bestias) que con el título Los enanos tenía comprometida ya con la colección de Plaza & Janés Selecciones Lengua Española que dirigía Tomás Salvador (ganador del Planeta en 1960, por cierto), quien montó un pollo al anunciarse el fallo y la publicó ese mismo

Concha Alós (1926-2011) vista por Manuel del Arco (1909-1971)

año 1962. Como es de suponer, el asunto se resolvió al estilo Lara: Alós ganaría el Planeta en 1964 con Las hogueras y todos contentos.  De hecho, el Premio Planeta, entre cuyos galardonados se encuentran también firmas del renombre de Santiago Lorén (1953), Andrés Bosch (1959), Ángel Vázquez (1962), Rodrigo Rubio (1965), Marta Portal (1966), Manuel Ferrand (1968), Marcos Aguinis (1970) o Jesús Zárate (1972), le permitió a Lara Hernández alguna que otra buena jugada. Así, en 1957, cuando apenas hacía un año que Lombardero (n. 1924) había montado para Lara Crédito Internacional del Libro, obtuvo un gran éxito al conseguir que el Ministerio de Trabajo les hiciera una importante compra de libros de consulta y enciclopedias destinadas a las universidades laborales. El problema era que el susodicho ministerio retrasaba mucho el pago, lo que ponía a Planeta en jaque, así que ese año ganó el Planeta La paz empieza nunca, de Emilio Romero (por entonces director de Pueblo y personaje influyente tanto en el Sindicato Vertical como, de rebote, en el Ministerio de Trabajo). Antes de acabar el año, la deuda estaba –¿milagrosamente? – saldada.

Emilio Romero (1917-2003)

Es bastante dudoso, como se ha proclamado machacona e insistentemente desde Planeta (y la prensa ha repetido) que el premio haya contribuido a acrecentar los hábitos de lectura de los españoles, sino que más bien les ha vendido algo parecido a melones –melones que debían rentabilizar el oneroso esfuerzo de promoción, eso sí–, porque al fin y al cabo hay que abrirlos para saber si son buenos o putrefactos, incluso cuando el autor es alguien con una carrera ya hecha y de cierta solvencia (pienso en los Planeta de Cela o de Vargas Llosa, por ejemplo). Con lo cual, sin duda, se distorsiona el papel prescriptor que los premios literarios acostumbran a tener en las sociedades más o menos cultas.

 Fuentes:

Anónimo, “José Manuel Lara”, Qué Leer, junio de 2003, p. 20.

Rafael Borrás Betriu, La guerra de los Planetas, Barcelona, Ediciones B, 2005.

Antoni Capilla, “Medio siglo creando mitos”, suplemento Libros de El Periódico, 12 de octubre de 2001, pp. 1-3.

Màrius Carol, “José Manuel Lara Hernández”, en Noms per a una història de l´edició a Catalunya, Barcelona, Gremi d´Editors de Catalunya, 2001, pp. 9-40.

Manuel del Arco, “Mano a mano. Concha Alós“, La Vanguardia Española, 16 de octubre de 1962.

Ignacio Echevarría, “El tinglado de los premios“, Babelia, 10 de mayo de 2003.

Julio Fernández, “José Manuel Lara: Quisiera empezar de nuevo”, El Periódico, 31 de agosto de 1981.

Fernando González Ariza, Literatura y sociedad: El premio Planeta, tesis de doctorado presentada en la Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid en

Josep Maria Huertas, “El Premio Planeta no viene de París”, suplemento Libros de El Periódico, 13 de octubre de 2000, pp. 1-3.

Josep Maria Huertas (1939-2007)

Josep Maria Huertas, “Las obras favoritas de Lara”, suplemento Libros de El Periódico, 13 de octubre de 2000, p. 4.

Óscar López, “Planeta, el oro de la familia Lara”, suplemento Libros de El Periódico, 28 de mayo de 1999, pp. 4.

Óscar López, “La última morada del gigante”, suplemento Libros de El Periódico, 16 de mayo de 2003, pp. 20-21.

Salomé Machío, “Una vida de best-seller”, suplemento Libros de El Periódico, 16 de mayo de 2003, pp. 18-19.

Claudi Pérez, “Un astro que amplía su universo”, suplemento Libros de El Periódico, 16 de mayo de 2003, p. 19.

Manuel Rodríguez Rivero, “La muerte del faraón”, suplemento Blanco y Negro de Abc, 17 de mayo de 2003.

Julio Rodríguez-Puértolas, Historia de la literatura fascista española, Madrid, Akal, 2008.

Ricard Ruiz Garzón, “Las 5 bases del premio”, suplemento Libros de El Periódico, 6 de enero de 2005, pp. I-III.

José Serrano Belmonte, “Los premios literarios: la sombra de una
duda”, en José Manuel López de Abadía, Neuschäfer Hans-Jörg López Bernasocchi Augusta eds., Entre el ocio y el negocio: industria editorial y literatura en la España de los 90, Madrid, Verbum, 2001, pp. 43-53.

Julio Trenas, “Veinte años de historia de un premio literario“, Abc, 15 de octubre de 1971,

José Manuel Lara Hernández (1914-2003).


Tagged: Editorial L.A.R.A., José Manuel Lara Hernández, Planeta, Premio Planeta

Los libros de Cristal

$
0
0

A Anna Portabella,

que entenderá el guiño del título.

Al poco tiempo de concluir la guerra civil española, el por entonces aún joven editor José Janés (1913-1959) consiguió reunir en una misma colección (Cristal) a algunos de los más interesantes artistas del libro que habían permanecido en Barcelona tras la entrada de las tropas franquistas en la ciudad. Una de las descripciones más interesantes que tenemos del nacimiento de esta colección es la que hizo el estrecho colaborador de Janés Fernando Gutiérrez en el curso de la conferencia “Recuerdo de José Janés” en 1960, en la que establecía un claro vínculo entre el uso del papel de barba y la carencia de papel en la inmediata posguerra.

[Janés] Creó colecciones para la falta de papel, valga la frase. Hizo libros con recortes y postetas. Así salió la colección que llamó Grano de Arena, y los hizo también con el único papel asequible: el papel de barba. En lugar de pegarle una póliza de 1,50 le imprimía El baile del conde de Orgel, de Radiguet, y le ponía un nombre a la colección: Cristal.

Masako en la colección Cristal, un placer para la vista y para el tacto.

La presentación que hacía el propio editor describe muy sucinta pero claramente el público al que va destinada esta colección, el grado de exigencia estética y la forma que tendrán los volúmenes: “Una colección de novelas especialmente seleccionadas para un público femenino. La originalidad y riqueza de la presentación va unida a la calidad excepcional de sus textos. Todos los volúmenes están impresos a dos tintas y decorados con orlas especiales para cada uno de ellos”.

El señor de Halleborg en la colección Cristal.

El señor de Halleborg en la colección Cristal.

Vistos hoy, y teniendo en cuenta la fecha en que aparece esta colección y el modo en que se publicaba por entonces, resulta doblemente asombrosa la opción de Janés de editar este tipo de libros con semejante esmero y buen gusto. Estos pequeños volúmenes de 16 x 12 cm, encuadernados en cartoné y con sobrecubierta ilustrada y con relieves e iluminados por artistas del rango de Pedro de Valencia, Clavé, Mallol Suazo, Miquel Planas i Bach, Narro o Francesc Domingo, eran realmente una rareza en el panorama de la edición española de 1942 sólo equiparable a otra colección janesiana de por entonces, Grano de Arena (encantadores volúmenes de 6 x 9 cm, pequeñas joyitas menos suntuosas que albergaron textos de Goethe, Heine, Bocaccio, Flaubert, Balzac, Dostoievski, Poe, E.T.A. Hoffman, Conrad, Stevenson, De Amicis, H.G. Wells…).

Treinta años, de Marise Ferro

Treinta años, de Marise Ferro

El primer número aparecido en Cristal en 1941 es Treinta años, de Marise Ferro (María Luisa Ferro, 1907-1991), una novela que había aparecido originalmente en italiano el año anterior y que tradujo el poeta catalán Agustí Esclasans (1895-1967). Resulta una coincidencia bastante asombrosa, pero treinta años es precisamente la pena que en octubre de 1940 el fiscal franquista pedía a Esclasans por su “auxilio a la rebelión”. Afortunadamente, Esclasans se libró de esa pena y en octubre de ese año salía de prisión, por lo que es muy probable que esta traducción fuera uno de los primeros trabajos que llevó a cabo una vez liberado. La relativa originalidad de la obra de Ferro es que, siendo una novela centrada en el tema del amor, no se trate del amor pasional, ni siquiera del amor romántico, sin duda mucho más novelescos, sino del amor en el seno del matrimonio: “¡Oh!, lo sé muy bien: el amor, cuando es verdadero, no termina nunca. Pasados los tumultos juveniles, la adoración de los cuerpos, la avidez, los celos, los miedos, me quedará la parte más bella del amor, aquella que parece más imaginada que verdadera”, dice en un momento la protagonista.

Frontispicio de Treinta años

Frontispicio de Treinta años.

El pasaje citado puede hacer pensar que estaba en la línea de novelas de tema amoroso que el régimen, apuntalado por Falange y por la Iglesia católica, podía aceptar sin censura, pero el hecho es que incluso en 1948 esta novela de Ferro aparecía en el Índice de Libros prohibidos entre las “novelas inmorales o dañosas que no deben leerse”. Por otra parte, Ferro pertenece al nutrido grupo de escritores y periodistas (Raffaele Calzini y Lanocita entre ellos) que dejaron de colaborar en el Corriere della Sera –en su caso alegando problemas familiares– cuando en los años cuarenta en este periódico empezó a hacerse notar la presión del fascismo.

Kikou Yamata (1897-1975) en una postal promocional.

El segundo número de Cristal, aparecido también en 1941, fue la traducción que Gabiel Miró había hecho de El señor de Halleborg, del destacado representante de la “Juventud Sueca” Alfred von Hedenstjerna (1879-1906), y que la barcelonesa Editorial Domènech había publicado ya en 1910. Y a continuación se publica en Cristal una traducción firmada por Berta Curiel de Masako, la historia de la joven japonsesa que, tras su paso por un internado católico, se enamora del muchacho que sus tías le eligen como marido. A la autora de esta novela, la escritora japonesa de expresión francesa Kikou Yamata (1897-1975), le había publicado Janés ya antes de la guerra en sus Quaderns Literaris (número 62), donde le presentaba del siguiente modo: “Yamata tiene treinta y ocho años. Su obra está traducida al inglés, al noruego y al alemán. Hoy entra en Cataluña  con su libro más característico, Masako”, que se había publicado originalmente en 1925 y que tradujo al catalán Ramon Xuriguera. En su momento, a raíz de la publicación de Masako, en Éditions Stock habían apostado fuerte por Yamata y habían inundado París de postales que la mostraban en el típico quimono japonés. En 1953 obtendría un gran éxito Yamata con La Dame de Beauté (finalista del premio Femina que se llevó Zoe Oldenbourg con La piedra angular), pero hoy, como Marise Ferro, es una autora bastante olvidada.

El baile del conde de Orgel

El baile del conde de Orgel

También de 1941 es el mucho más conocido y reeditado El baile del conde de Orgel, de Raymond Radiguet (1903-1923), traducido por Luis Igancio Bertrán, con ilustración de cubierta a color y frontispicio de Pedro de Valencia y relieves y capitulares obra de Enric Cluselles. Sin duda uno de los libros más cuidados y bellos de esta colección. Repito para no  perder la referencia: ¡hablamos de 1941! El siguiente título que aparece en Cristal es Victoria. Una historia de amor, del Premio Nobel de 1920 Knut Hamsun (1859-1952), que en 2009 recuperó la editorial Nórdica en traducción de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo. La edición de Janés, obviamente empleando una edición puente (quizá francesa), aparecía en una traducción firmada por Berta Curiel.

Darby y Joan

Darby y Joan

Ya de 1942 es Darby y Joan, de Maurice Baring, traducido por Alfonso Nadal, con cubierta y frontispicio pintado a mano por Francesc Domingo y portada y capitulares de Enric Cluselles. Maurice Baring (1874-1945) es otro de los autores que Janés había publicado ya en catalán en los Quaderns Literaris antes de la guerra civil (Mig minut de silenci, en traduccion  de Ros-Artigues) y que a lo largo de las décadas siguientes, pese a las dificultades con la censura, se convertiría en uno de los autores más reiteradamente publicado por Janés.

Carme Barba fotografió el ejemplar de Dos minutis de silenci que Jacqueline Hurtley pasó entre el púbico durante el Homenaje a Josep Janés celebrado en la Biblioteca Sagrada Familia (Barcelona) el 26 de septiembre de 2013.

Dos minuts de silenci. Foto de Carme Barba (se amplía al clicar en ella).

El caso de la fama de Baring en los años cuarenta, incluso en Gran Bretaña, es bastante extraño y merecedor de análisis más detenido. Ricardo Gullón acababa un artículo que le dedicó ese mismo año 1942 con las siguientes palabras:

La sencillez es la más admirable característica del Baring escritor; el optimismo y salud espiritual, la más consoladora cualidad del hombre: Ni la ironía de un Meredith, ni la violencia de D. H. Lawrence, ni la fuerza de evocación de un Conrad; pero a todos ellos les supera en el sentimiento de optimismo vital, en fe en las posibilidades del hombre, en la dignidad de la lección ofrecida.

Cuando alguien como Joseph Epstein escribía en Criterion en 1992 de este muy popular autor que, “si hoy aún viviera, los editores no tendrían nada que hacer con él, no encontraría plaza en ninguna universidad e incluso es dudoso que consiguiera algunos centenares de lectores”, es que algo pasa. Valga como último dato añadido por ahora que Miracle publicó de este autor Dafne Adanae en 1941 y que por esas fechas Salavador Pérez Valiente lo definía como “el novelista extranjero más leído en España”. A Baring le publica también en esta colección La solitaria de Dulwich, que Janés ya había publicado en la editorial que había creado con Félix Ros, Emporion, como primer número de la colección La Rosa de Piedra (en 1940). Ambas contienen la traducción firmada por José Aguirre (seudónimo de Janés) y las ilustraciones de Evaristo Mora.

Los tres grandes polemistas católicos: Conversation piece (G.K. Chesterton, Maurice Baring e Hilaire Belloc) (1932), de Sir James Gunn, en la página de la National Portrait Gallery de Londres.

También aparece en 1942 en Cristal El amor es mucho más que el amor, en traducción de José Luis del Río, en el que se recopilan frases sobre el amor entresacadas del conjunto de la obra de Jacques Chardonne (1884-1968), un Sido, de Colette (1873-1954) traducido por Julio Gómez de la Serna, con frontispicio pintado a mano por Mauricio de la Torre de Javea y cubierta de Cluselles y las Cartas de una novicia de quien fuera marido de Marise Ferro, Guido Piovene (1907-1974), que se publica en traducción de Luis Horno Liria, con frontispicio a mano pintado por la hija de Feliu Elias, Elvira Elias, y cubierta y decoración de Cluselles. Ya de 1943 el Luciana de Jules Romains (1885-1972), con cubierta de Cluselles y frontispicio de Clavé; la traducción es la que en 1926 publicara Biblioteca Nueva, que aquí se atribuye a Antonio Marichalar y a un J.B que oculta a José Bergamín (por entonces exiliado).

Se podrían hacer todo tipo de reflexiones y comentarios sobre los autores publicados en esta colección, en apariencia inocua para la censura de la época, pues incluye a un miembro de los húsares, a un autor bienquisto por el régimen como era Hamsun, y a autores italianos en lugar de los tan habituales ingleses en las colecciones de Janés (algo que le afeaban por estar Inglaterra en plena guerra contra Hitler), e incluso podría debatirse acerca del hecho de que sea una colección destinada “a mujeres”. De todos modos, más interesante parece constatar cómo, recién acabada la guerra civil, era posible hacer libros tan bellos con tan poco medios. Por lo menos, Janés lo hacía posible. Y quizá sea una lección para el presente.

Fuentes:

Joseph Epstein, “Maurice Baring and the good high-brow”, The New Criterion, octubre de 1992.

Ricardo Gullón, “El novelista Mauricio Baring”, Escorial, Año 6, núm. 15 (enero 1942), pp. 145-149.

Fernando Gutiérrez, «Recuerdo de José Janés», conferencia pronunciada en la Biblioteca Central de la Diputación de Barcelona con motivo de la Exposición de la Fiesta del Libro de 1959 y publicada como anexo al Catálogo de la Producción Editorial Barcelonesa comprendida entre el 23 de abril de 1958 y el de 1959, Barcelona, Diputación de Barcelona,1960. Una versión muy abreviada de esta conferencia se publicó con el mismo título en La Vanguardia Española.

Pier Pauls Read, “What becomes of Baring?“, The Spectator Magazine, octubre de 2007.

Salvador Pérez Valiente, “Seis Delfines”, Cuadernos de Literatura Contemporánea, núm. 5-6, p. 317, citado en José María Martínez Cachero, La novela española entre 1936 y el fin de siglo. Historia de una aventura, Madrid, Castalia (Literatura y Sociedad 59), 1997, p. 85.


Tagged: Cristal, Enric Cluselles, Jacques Chardonne, José Janés, Kikou Yamata, Marise Ferro, Maurice Baring

El maquetista (o diagramador) creativo y sus excesos

$
0
0

 

La colección de Lumen Palabra e Imagen es sin duda una de las cumbres de la edición española del siglo xx, una colección casi legendaria, y probablemente han contribuido a ello dos motivos en particular. Por un lado, como dejó escrito su editora, a que “fue seguramente, sobre todo por el diseño, la más hermosa que se hizo en Lumen”, pero también porque el planteamiento general por el que se regía era original, acertado y tan atinado como oportuno en los años sesenta, y que explicado por un compañero generacional de Tusquets, Jorge Herralde, se resume en que fue “una estupenda y gloriosa colección en la que el texto, programáticamente, tendría igual importancia que la imagen, una colección que sólo una editorial amateur, amateur en el mejor sentido, podría atreverse a emprender”.

Lomos de Palabra e Imagen

Lomos de Palabra e Imagen

En un análisis más detenido y técnico de la colección, Pedro Fernández Melero (bibliotecario de la Real Sociedad Fotográfica) lo explica del siguiente modo:

Lo más novedoso de la colección es que los autores literarios y los fotográficos no mantienen una relación de dependencia de los unos sobre los otros, los literatos no acompañan con sus palabras unas fotografías mejor o peor elegidas, ni los fotógrafos ilustran unos textos de grandes escritores, que lo son; la cuestión es más bien que ambos artistas, con sus medios, nos dan su visión personal, a veces complementaria pero nunca uniforme, de los temas elegidos, la mayoría de ellos políticamente incorrectos (caza, boxeo, putas, toros…), sobre todo si tenemos en cuenta la época.

Uno de los libros emblemáticos de esta colección, crème de la crème, es el número 17 con el que se cerró durante varios años la colección, Luces y sombras del flamenco, con 144 páginas con texto de José Maria Caballero Bonald (n. 1926) impreso en papel de color naranja teja, y 108 de fotografías en blanco y negro de Colita (Isabel Steva, 1940) sobre papel cuché. Galderich destacó recientemente la fuerza expresiva de las imágenes, la belleza del libro en su conjunto y el interés sociológico de la obra en Luces y sombras del flamenco, de Caballero Bonald i Colita, l´essència del flamenc, donde pueden verse varias, muy buenas y espléndidamente reproducidas imágenes del libro.

Cubierta de la primera edición

En el año 1988, la editorial sevillana Algaida hizo una edición sólo del texto, revisado, ampliado y actualizado por el autor (149 pp. 20 cm), y en 2006, la Fundación José Manuel Lara llevó a cabo una auténtica nueva edición de esta obra, con fotos adicionales fechadas hasta en 2003 y una nueva actualización del texto publicado por Algaida (344 pp. 26 cm). Sin embargo, menos conocida es una segunda edición el Lumen de 1997 (281 pp+ fe de erratas, 31 cm) que una sentencia del 10 de septiembre de 2001 de la Audiencia Provincial de Barcelona obligó a retirar y destruir.

Tras una primera sentencia del Juzgado de Primera Instancia n. 43 de Barcelona dictada por Juan F. Garnica Martín, el 10 de septiembre de 2001 José Ramón Ferrándiz Gabriel firmaba una sentencia en la sección 15 de la Audiencia Provincial de Barcelona en base al peritaje que habían llevado a cabo el técnico editorial Antoni Campaña y el ingeniero Pere Arderiu. La demanda oartía del hecho de que, contraviniendo la Ley de la Propiedad Intelectual vigente, Colita no había tenido oportunidad de ver pruebas de la maqueta, y por consiguiente no se había podido corregir ni la alteración del orden de las fotografías, que respondía al criterio de un nuevo maquetista, ni los errores en algunos pies de foto, ni la modificación del encuadre de varias imágenes, así como una impresión en la que se había perdido la escala de grises de las fotografías originales.

Francisco Hidalgo

La fotógrafa había aportado informes sobre los errores en el texto del flamencólogo y director de la colección de frlamenco de Ediciones Carena Francisco Hidalgo, sobre las deficiencias de la impresión del director de la editorial Focal (especializada en fotografía) Salvador Rodés y sobre las alteraciones en los encuadres del reputado fotógrafo Miquel Galmés, y, tras el peritaje aludido, además de declarar resuelto el contrato, se aceptaba la petición de retirada y destrucción de los ejemplares existentes de esa edición, así como una indemnización a la autora, por vulneración del derecho moral al haber alterado su obra tal como ella la había concebido.

Como consecuencia de todo ello, a las especiales circunstancias que rodean tanto la colección como este título en particular, el hecho de que de esta segunda edición de Luces y sombras del flamenco fuera retirada de circulación hace que sea más rara y vaya más buscada incluso que la primera.

Fuentes:

Marcelo Caballero, “Palabra e Imagen: una combinación iniciática”, en Miradas complices el 12 de diciembre de 2011.

Pedro Espinosa, “Los buenos tiempos del arte“, El País, 2 de febrero de 2007.

Pedro Fernández Melero, “Serie Palabra e Imagen. Editorial Lumen” (Noviembre de 2008).

Galderich,  Luces y sombras del flamenco, de Caballero Bonald i Colita, l´essència del flamenc, PiscolabisLibrorum, 5 de julio de 2013.

Jorge Herralde, “Esther Tusquets editora”, texto leído en el homenaje de la Asociación Colegial de Escritores de Catalunya y publicado en Cuarto Poder aquí.

Galletas conmemorativas del cincuentenario de Lumen (1960-1910), de Florentine Cupcackes & Cookies. Tipografia perfecta sobre chocolate blanco.

Nota adicional:

Las sentencias a que se hacen referencia aluden a los artículos 14.4 (daño moral infligido a la reputación deñ autor por alteración de la obra original sin su consentimiento) y 64.2 (obligación de somenter las pruebas a la aprobación del autor) de la Ley de la Propiedad Intelectual. Sólo he hallado una nota de la redacción de L´Agenda de la Imatge (año VII, n. 26, cuarto trimestre de 2001, p. 49-50), publicación de la Unió de Profesionals de la Imatge i la Fotografia de Catalunya, que se hiciera eco en su momento de la resolución final de este conflicto. Para una descripción más detallada de cada uno de estas ediciones me he servido del catálogo de la Biblioteca Nacional de España.


Tagged: Colita, Esther Tusquets, José Manuel Caballero Bonald, Lumen, Palabra e Imagen

Las esperadas memorias de Beatriz de Moura

$
0
0

Historiar hoy la edición española –y en particular la barcelonesa– de la segunda mitad del siglo XX es relativamente sencillo gracias sobre todo –además de al imprescindible Pasando página de Sergio Vila-Sanjuán– a los numerosos testimonios de que disponemos de los protagonistas de esa época, ya sea en forma de memorias (Carlos Barral, Rafael Borrás Betriu, Esther Tusquets…), ya sea en forma de compendios de textos fragmentarios, temáticos o parciales (Mario Muchnik y Jorge Herralde, en particular). No estaría mal, por ejemplo, que la entrada en el Gremio de Editores conllevara el compromiso de registrar mediante algún sistema (no necesariamente por escrito) la labor de las editoriales que alcanzaran un cierto recorrido, porque sería un modo de conocer mejor y contribuir a conservar el patrimonio y la historia editorial.

Portada de Doce relatos de mujeres, antología a cargo de Ymelda Navajo.

Resulta llamativo en este sentido, por la trascendencia de su labor, que nunca –hasta ahora por lo menos– haya logrado nadie que Beatriz de Moura lleve a cabo una labor semejante, más allá del por otra parte muy interesante vídeo que puede verse en la web de Tusquets Editores, y que ni tan siquiera se hayan recopilado los diversos textos más o menos dispersos que ha ido dejando a lo largo de su recorrido al frente de la editorial. Por poner algunos ejemplos, el discurso al recibir el Premio al Mérito Editorial en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (1999), el títulado “Cómo se hace una editorial” que leyó en 2003 en El Escorial y publicó Letras Libres  o el discurso en el cierre del curso 2012-2013 del Màster en Edición de la Universitat Pompeu Frabra, a los que podrían añadirse, sin escarbar mucho, algunas conversaciones tan interesantes como divertidas (las que mantuvo con Juan Cerezo y Óscar López en la Biblioteca Fuster de Barcelona, su conversación con José Huerta en el ciclo Editores en Primera Persona en 2006 publicada por la Fundación Germán Sánchez Ruipérez o su charla sobre el “Pasado, presente y futuro de una editorial independiente” el 5 de mayo en el Auditorio del Centro Metropolitano de Diseño de Buenos Aires el 5 de mayo de 2011).

Cubierta de Suma, de Beatriz de Moura

No sirve además, en el caso de Beatriz de Moura, el pretexto de su inexperiencia como escrritora, pues ya en 1974 publicó en la colección Palabra Menor de Lumen la novela Suma, en cuyo texto de contraportada explicaba que estaba escribiendo algunos cuentos, de los que el más famoso y divulgado es sin duda “Quince de agosto”, que se antologó tanto en los Doce relatos de mujeres que preparó Ymelda Navajo para Alianza en 1982 (donde acompañaba a textos de Clara Janés, Rosa Montero o Carme Riera) como en los Diez relatos de la mar (en una tripulación en que figuraban Donoso, Cabrera Infante, Katherine Mansfield y Cortázar entre otros grandes nombres de la literatura internacional).

Contraportada

Hay testimonio en cambio, de que eso no responde a una falta de conciencia de la importancia que  podría tener un la creación de un muy deseable equivalente hispano del Institut Mémoires de l’Editions Contemporaine, pues es sabido que en Tusquets Editores se han conservado las facturas, cartas y documentación que genera el proceso de edición de un libro.

La trayectoria tanto de la editorial como de su fundadora justifican sobradamente una atención a ese legado. Tras cursar el bachillerato francés y licenciada en Traducción Literaria y Filosofía y Letras Ginebra en 1958, en cuanto llega a Barcelona Beatriz de Moura se inicia en el mundo editorial en uno de los sellos más emblemáticos y exigentes de la época, Gustavo Gili, donde en sus propias palabras pasó las mañanas en la “sala de los sabios” traduciendo libros técnicos, mientras que por las tardes trabajaba en una enciclopedia literaria en Salvat en colaboración con el hoy famoso poeta Miquel Bauçà. Despedida de ambos trabajos, se dedica un breve tiempo a la traducción hasta que entra en Lumen, donde hace un poco de todo, “desde ayudar en la criba de manuscritos o traducir las cartas hasta promocionar y gestionar los derechos de autor en el extranjero”. Finalmente, y tras comprobar que algunos de sus proyectos no tienen  cabida en Lumen, en 1968 decide poner en pie Tusquets Editores con las colecciones conocidas popularmente como “la colección de plata” y “la colección de oro”: Cuadrenos Ínfimos y Marginales (esta última, con nuevo diseño, aún en activo). En 1970 participa en la creación de uno de los proyectos más interesantes de esa época, las Distribuciones Enlace (con Barral Editores, Edicions 62, Laia, Cuadernos para el Diálogo, Fontanella, Edhasa, Anagrama y Lumen), cuatro años más tarde pone en marcha la colección Acracia, que le conlleva una pugna con censura (que de una lista en la que se proponía publicar a clásicos como Kropotkin, Bakunin o Malatesta sólo le tumbaron, ¡qué cosas!, La escuela Moderna de Francesc Ferrer i Guardia), en 1977 nace la muy célebre La Sonrisa Vertical, y en 1980 la celebérrima y elegante Andanzas. Describir en pocas palabras el inmenso catálogo de Tusquets Editores y la riqueza de sus colecciones no es cosa fácil, pero una de las caracterizaciones más perspicaces es la que en 1999 hizo el gran Herbert H. Lottman (autor de la casa, todo sea dicho) en Publishers Weekly:

[El catálogo de Tusquets] es una lista ecléctica en la que el único denominador común parece ser la calidad (Georges Simenon, Malcolm Lowry, Gertrude Stein, George Steiner). En una creciente lista de jóvenes talentos españoles, su estrella es el veterano exiliado antifranquista Jorge Semprún, que regresó a casa para convertirse en ministro de Cultura.

Es sabido –porque ella lo ha contado– que una de las piedras en el zapato de Beatriz de Moura es no haber pescado a Patricia Highsmith, pero en esa lista, además de los señalados por Lottman, figuran Beckett, Cioran, Duras, John Irving, Kundera, Murakami…, y, entre los autores en lengua española, aparte de Gabriel García Márquez, aparecen Héctor Banciotti, Luis Landero, Almudena Grandes o Javier Cercas.

Portada de 10 relatos de la mar (Plaza & Janés, 1995)

El currículum en cuanto a premios y galardones no es tampoco cualquier cosa: Premio del Ministerio de Cultura 1985 por el Libro Mejor Editado (modalidad de Obras Generales y Divulgación), Premio del Ministerio de Cultura 1988 por el Libro Mejor Editado (modalidad de Libro de Arte), Premio Nacional 1994 a la Mejor Labor Editorial Cultural, en marzo de 1998 es nombrada Chevalier de l’Ordre des Arts et des Lettres por el Ministerio de Cultura francés, Medalla al Mérito Editorial en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara de 1999, Creu de Sant Jordi en 2006, Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes en 2009…

Lo que sin duda induce a pensar en lo entretenidas que resultarían unas memorias de Beatriz de Moura es el desparpajo y la agudeza que contienen algunas de las perlas que ha ido dejando tanto en las mencionadas charlas como en diversas entrevistas. A modo de ejemplos al azar: “Casi nadie me ha tomado nunca en serio, desde el principio de mi vida profesional”, o  “Somos especialistas en escritores raros”.  Sin embargo, también ha contado algunos aspectos de la profesión que permiten augurar que sus reflexiones, más desarrolladas, podrían dar lugar a un libro muy interesante e instructivo, como es el caso de sus precisiones (en 1999) acerca de sus fuentes de información: “Para el nivel de la información editorial, consultamos la publicación norteamericana Publishers Weekly o el Börsenblatt de Alemania. La orientación crítica, en cambio, proviene del The New York Review of Books. En el ámbito europeo, nos guiamos por los suplementos literarios de Le MondeThe Times o la revista alemana Frankfurter”. En el caso de los malos tiempos, también ha dejado algún comentario digno de mención (“Hasta mitad de la década de los ochenta hubo varios momentos en que pensé arrojar la toalla. Hubo años en que ni siquiera cobré. Pero lo soporté porque este trabajo es vocacional”). Y en cuanto a uno de los mejores momentos, no ha escatimado méritos a sus colaboradores más estrechos –entre los que, por cierto, se cuentan a lo largo de su carrera profesionales tan valiosos como Muñoz Suay, Antoni Marí o Jorge Wagensberg–, y ha explicado que tanto ella como Antonio López Lamadrid pensaban hacer una tirada de 5.000 ejemplares de Soldados de Salamina, y que fue la confianza de Juan Cerezo en la calidad de la novela la que los convenció para que se arriesgaran a hacer una tirada de 6.000 (en el momento de escribir estas líneas, esa novela se ha publicado en una treintena de países). También acerca de su política con respecto a las carreras de los autores que ha contratado ha sido muy clara, y, en esencia, como Esther Tusquets, puede decirse que es de las que prefieren publicar a un autor su primera obra que la última, pero puestos a elegir, prefiere publicarlas todas si el autor le interesa.

Seguiremos esperando, pues, sin perder la esperanza.

Beatriz de Moura y Jorge Herralde

Fuentes:

Beatriz de Moura: Como antes, como siempre, web Tusquets (vídeo)

Puede verse aquí El oficio del editor, con Sergio Dahbar y Beatriz de Moura, encuentro en la Biblioteca Luis Ángel de Arango (Colombia), en septiembre de 2012.

AA.VV., Conversaciones con editores en primera persona, Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 2006, pp. 173-206.

Yanet Aguilar Sosa, “Tusquets, entre la expansión y la independencia”, El Universal, 5 de junio de 2012.

Luisa Bonilla, “La vida de los libros. Entrevista con Beatriz de Moura“, Letras Libres, enero de 2010.

José Ignacio Fernández, “Beatriz de Moura, la chica de los leotardos negros”, Círculo Cultural Faroni, 24 octubre 1212.

Carles Geli, “Vivimos un Faraenheit 451” (entrevista a Beatriz de Moura), El País, 1 de julio de 2013.

Ángel S. Hardinguey, “El placer de vivir entre libros (entrevista a Beatriz de Moura)“, El País, 1 de ocutubre de 2006.

Juan Carlos Insúa y Ana Basualdo, “El buzón repleto de los editores”, La Vanguardia, 25 de febrero de 1986, pp. 36-37.

Óscar López, “Y que editen muchos más”, El Periódcio, 28 de mayo de 1999, pp. 1-3.

Herbert R. Lottman, “Spain: Looking for Latin Growth”, Publishers Weekly, 13 de diciembre de 1999, pp. 53-57.

José Ruiz Mantilla, “Beatriz de Moura: Editar es jugar a la ruleta”, El País, 25 de marzo de 2012.

Fernando Valls, “La fiesta de Tusquets”, La nave de los locos, 18 de junio de 2009.

Sergio Vila-Sanjuán, Pasando página. Autores y editores en la España democrática, Barcelona, Destino, 2003.


Tagged: Beatriz de Moura, Tusquets Editores

Planeta, el premio del Día de la Raza (y otros)

$
0
0

A Marta Fernández, una crack a prh

Cualquiera que haya buscado una fecha idónea para algún tipo de acto cultural sabe de la importancia de consultar primero el calendario futbolístico si pretende asegurarse una buena entrada. Aun así, hay unos cuantos premios literarios que desde el principio eligieron una fecha como día para su entrega sin preocuparse por estas menudencias.

Ignacio Agustí, creador del Nadal.

Ignacio Agustí, creador del Nadal.

Es el caso del Premio Nadal, por ejemplo. En sus memorias, Ganas de hablar, Ignacio Agustí (1913-1974) se entretuvo en justificar la elección de la fecha para este galardón:

Aquel año todavía no podía apreciar el acierto que había yo tenido al elegir la fecha del concurso. Me había costado algunos días de reflexión. Pero elegí la noche del día de Reyes considerando la enorme fatiga con que se llega al término de lo que llamamos Fiestas de Navidad. La burguesía llega al –el 6 de enero en que culminan hasta de pavo relleno, de champaña familiar, de aullidos de chiquillería, d regalos a la suegra, de llantos, quejidos, disparos de pacotilla, toques de corneta infantil y con ansia de desatar tantos lazos familiares… […) Yo estoy convencido de que la mitad del éxito del Premio Nadal y, por tanto,  de los premios literarios españoles, ha sido debido a la oportunidad gástrica y social de la fecha elegida.

Es sabido que la primera entrega del premio tuvo como escenario el hoy desaparecido Café Chino de la Rambla (Barcelona), y que se lo llevó Carmen Laforet (1921-2004) con Nada, con lo que el galardón iniciaba una carrera triunfal.

José Janés

José Janés

En la estela del Nadal se situó el Premio Internacional de Primera Novela de José Janés (1913-1959), cuya convocatoria apareció en la prensa en octubre de 1946. El lujoso jurado creado para la ocasión lo formaban  José Maria de Cossío, Eugenio d´Ors, Walter Starkie, William Somerset Maugham y Fernando Gutiérrez (secretario). En la primera convocatoria premió Turris Eburnea, de Rodolfo Lucio Fonseca, Sombras viejas, de Francisco González Ledesma, que chocó con la censura, y Sis o set sirenes, de Màrius Gifreda, a la que le pasó lo mismo. La fecha elegida para hacer público el resultado de estas votaciones, llevadas a cabo en el domicilio madrileño de D´Ors, fue el 6 de mayo, San Juan ante Portan Latinam, fecha en la que no sé ver ninguna simbología, a no ser que Janés pensara en la Real Cédula que con esa fecha declaraba en 1497 libre de impuestos el comercio con las Indias Americanas. Posible, pero raro. La irregularidad de este premio, empeñado en premiar obras que la censura se cargaba sin mayores contemplaciones, afecto también a las fechas de concesión, por lo que en este caso no parece que se puedan extraer conclusiones.

Yagüe en la Plaça Catalunya

El Premio Ciudad de Barcelona, creado en 1949 por el falangista Luis de Caralt Borrell (n. 1916) sí eligió una fecha muy simbólica, el 26 de febrero, para conmemorar la entrada de las tropas franquistas en Barcelona al término de la guerra civil española. No es de extrañar que en cuanto fue nombrado regidor del Ayuntamiento y creó el premio, Caralt eligiera esa fecha si se tiene en cuenta que ya antes de 1936 era jefe de centuria de la Falange y que pasó el período bélico en la centuria falangista Nuestra Señora de Montserrat (no confundir con el Tercio de requetés del mismo nombre).

Ex Libris de Luis de Caralt con el inequívoco lema “La fuerza de la razón, la razón de la fuerza”

Sólo el primer año se concedió únicamente en la categoría de novela (luego se ampliaría a otros géneros y disciplinas artísticas), y los afortunados fueron el falangista de primera hora Bartolomé Soler (1894-1975), con Patapalo (1949), y la reputada abogada falangista Mercedes Fórmica (1916-2002), por Monte de Sancha (1950). El año siguiente los galardones recayeron en Ricardo Fernández de la Reguera (1912-2000), que también había combatido en el bando nacional (en el regimiento de Cazadores de Ceriñola n. 6), con Cuando voy a morir, y como finalista Manuel Vela Jiménez, periodista y narrador muy próximo al grupo de la revista Azor de Luys Santa Marina, con La hora silenciosa.

José Manuel Lara Hernández también justificó en su día la elección del 12 de octubre como fecha de entrega del Premio Planeta, que no sólo es el Día de Nuestra Señora del Pilar, sino que esa Fiesta Nacional era también conocida por aquel entonces como Día de la Raza, una fecha, en palabras de Lara: “muy significativa para los valores espirituales de nuestro pueblo, y el libro escrito en lengua española es la mejor arma para expansionar la cultura hispánica en casi todo el mundo”. Lo que parece increíble es que, sabiendo hasta qué punto la actividad que generaba esa fiesta, con el Caudillo a la cabeza, copaba las páginas las páginas más importantes de todos los periódicos y el espacio en las emisoras de radio, a alguien tan perspicaz para estos asuntos como José Manuel Lara se le ocurriera que esa podía ser la fecha idónea para la entrega del galardón. También es cierto que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid (en este caso, que el 15 de octubre es Santa Teresa, y que así se llamaba quien desde 1941 era su esposa), a partir de 1955 el premio cambió a la fecha actual.

6a01156f7ea6f7970b01538ed9bca4970b-250wiComo es bien conocido, el primer Premio Planeta, que se entregó por única vez en el restaurante Lhardy de Madrid se lo llevó Juan José Mira (seudónimo de Juan José Moreno Sánchez, 1907-1980), con la novela En la noche no hay caminos. La voluntad de premiar a un autor nuevo se cumplía sólo a medias, porque Juan José Moreno, con el seudónimo Juan José Morán o Juan José Mira, tenía ya una obra a sus espaldas (El gran bazar antes de la guerra, y luego El misterio de las siete trompetas, La pluma verde, Así es la rosa, Rita Suárez, El billete de cien dólares…), pese a las declaraciones que había hecho Lara a Enrique A. Llop (“He querido que este concurso fuera honesto. Me importa, sobre todo, el descubrimiento de nuevos valores, ya que esta es la finalidad de todos los concursos”), que luego reafirnaría alguien de fiabilidad tan dudosa como César González-Ruano en una carta al director de El Alcázar: “El general criterio de todos, del editor el primero y también el mío, es que, a ser posible, las cuarenta mil pesetas sean para un novel”. No deja de ser paradójico, que Moreno, activista político en la clandestinidad con una trayectoria anterior a 1936, cayera en la famosa redada que en 1957 llevó a la detención de cuarenta y nueve miembros del Partit Comunista Unificat de Catalunya (PSUC). Ese año el Planeta lo ganaba Emilio Romero con un título demoledor que parecía una declaración de intenciones, La paz empieza nunca.

Imagen de la adaptación cinematográfica de La paz empieza nunca, dirigida por León Klimovsky y estrenada en 1960, que ese año se llevó el Premio Especial del Sindicato.

Fuentes:

Fernando González Ariza, Literatura y sociedad: El premio Planeta, tesis de doctorado presentada en la Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid en 2004.

César González-Ruano, “Carta al director”, El Alcázar, 10 de octubre de 1952, pág. 3.

Joaquín Montaner, “Anoche fueron entregados los premios Ciudad de Barcelona”, 27 de enero de 1956.

Juan Francisco Puch, “Entrevista a José Manuel Lara”, Pueblo, 9 de octubre de 1954, p. 2.


Tagged: Destino, Ignacio Agustí, José Janés, José Manuel Lara Hernández, Luis de Caralt, Planeta, Premio Planeta

Cela en la escudería José Janés Editor

$
0
0

El 23 de octubre de 2013, se celebró en la Sala Prat de la Riba del Institut d´Estudis Catalans una apretada e intensa jornada dedicada a “Josep Janés i l´edició del seu temps (1913-1959)” que, a tenor sólo de las intervenciones de la mañana, puede decirse ya que fue realmente muy fructífera para el esclarecimiento de algunos detalles muy relevantes acerca d la vida y la obra de Josep Janes i Olivé (1913-1959). Imponderables a todo punto inaplazables me impidieron asistir a la sesión de tarde, en la que como colofón se programó un recital a cargo de Eulàlia Ara, con Manuel García Morante al piano, de poesía de Josep Janés i Olivé musicada por Frederic Mompou y García Morante.

Dos ponencias destacaron particularmente en la sesión matutina, “Janés, editor del joven Camilo José Cela”, de Adolfo Sotelo, y “Carles Riba i Josep Janés (1941-1943)”, de Carles-Jordi Guardiola. Me limito de momento a comentar la primera de ellas, no porque sea menos jugosa la dedicada a la relación entre el exiliado Riba y el regresado Janés, sino sólo para no extenderme más de lo habitual y razonable.

Camilo José Cela, perfiles de un escritor (2008)

Adolfo Sotelo, inmerso en la investigación que ha de culminar con la publicación de una biografía de Cela, expuso algunos aspectos bastante reveladores de la práctica editorial en los años cuarenta, tomando como base principal el fluido intercambio epistolar entre Janés y Cela que se abraza de 1945 a 1948 y que actualmente se conserva en la Fundación Pública Gallega Camilo José Cela y cuya importancia ya destacó en su libro Camilo José Cela, perfiles de un escritor (Renacimiento, 2008).

El tema de este epistoalrio es muy predominantemente profesional, lo que quizá pudiera contrastar con el hecho de que en los catálogos de Janés figure una única obra de Cela –y tampoco se cuenta entre las más importantes del autor–, El bonito crimen del carabinero y otras invenciones (1947), volumen compuesto con material narrativo publicado anteriormente en prensa (en la revista Fantasía y el periódico Arriba), precedido de unos textos que fueron oportunamente glosados, “Notas para un prólogo” (paradójicamente, en apariencia, con la novela como tema) y “Habla el autor”.

Camilo José Cela (1916-2002)

Entre los pormenores que Sotelo sacó a la luz, la autoría del texto de solapa de este volumen, que el colaborador de Janés Lluis Palazón solicitó al autor y que el propio editor se entretuvo en justificar ante Cela que no lo escribiera él personalmente. Dice así el texto en cuestión:

He aquí el último libro del autor español más apasionadamente discutido de estos tiempos. Nadie como él ha oído mayores elogios a su obra, ni escuchado mayores diatribas contra sus páginas. Camilo José Cela maneja un lenguaje directo y dice las cosas como son. Sería difícil marcar, a través de los seis libros publicados por él hasta la fecha, una directriz que los unificase. Su autor, que parece complacerse en el juego, acaso involuntario, de desorientar al lector, ha tocado con singular maestría los registros más variados de la literatura, consiguiendo siempre levantar una gran polvareda entorno suyo. Alguien lo ha entroncado con Saroyan, con Steinbeck y con Elio Vittorini; alguien ha escrito de Camilo José Cela que posee los medios narrativos más sencillos y eficaces de las letras españolas contemporáneas. Alguien creyó encontrar en sus novelas un lenguaje y un talento de escritor, realmente impresionantes y excepcionales. De hecho, es uno de los pocos escritores españoles que, de 1936 hasta hoy, ha hecho oír su voz no solamente en España, sino también fuera de España. Es recentísima la selección de la traducción inglesa de La familia de Pascual Duarte como el libro de la semana. Tampoco ha faltado, ciertamente, quien pensase que los libros de Cela, lo mejor que hubieran podido hacer, era no haberse escrito. Con El bonito crimen del carabinero y otras invenciones, vuelve Camilo José Cela a un género, aparentemente sencillo, por el que siempre mostró especial predilección: el cuento, faceta literaria un tanto vaga e imprecisa, pero que para ser abordada precisa de gran firmeza expresiva. Va el libro precedido de la primera declaración estética del autor, hasta ahora inédita. Camilo José Cela, poco amigo de pensar cómo deben ser las cosas, y muy aficionado a que las cosas, por principio, “empiecen por ser”, no había atendido a fijarse un rumbo estético que, sin embargo, su gran talento literario ya intuía. Los seguidores de este escritor encontrarán particularmente gratas estas primeras páginas, clave de las promesas que tácitamente viene haciéndonos Camilo José Cela.

Incluso hoy es práctica muy habitual que sea el propio autor quien escriba los paratextos de sus libros, aunque no deja de tener su interés conocer fehacientemente la autoría, por lo que siempre es de agradecer que estos textos aparezcan firmados (que no es éste el caso). No sé si, a la vista de su bibliografía, debieramos contar la “especial predilección” de Cela por el cuento como una de las exageraciones que contiene este texto, pero más curiosas incluso resultan algunas debilidades estilísticas (“entorno suyo”, “no solamente en España, sino también fuera de España”, puntuación y sintaxis…).

Josep Pla y C.J. Cela.

Otro dato curioso que aportó Adolfo Sotelo es la enorme cantidad de libros justificativos que recibió Cela, ¡cien!, que se explica por haber entre Janés y el escritor el acuerdo de que, dadas las estrechas relaciones de Cela con los medios periodísticos madrileños, el propio escritor se ocuparía de hacer llegar ejemplares a los críticos idóneos. Aun así, ¿no sigue pareciendo cien una cifra excesiva?

Por supuesto, en su intervención Sotelo precisó detalles acerca de propuestas de anticipos, tiradas y precios de venta al público de diferentes ediciones, que serán oportunamente publicadas en el Anales Celianos de 2013.

Más interesante que todo ello, incluso, es conocer la intención inicial de ambos, frustrada, de establecer una relación profesional continuada, duradera, que podría haber convertido a Cela en el buque insignia de la escudería de autores españoles de Janés, quien en esos años, sobre todo mediante la creación del Premio Interancional de Primera Novela, estaba intentando dar brillo a esa sección de su catálogo (que debía competir sobre todo con el atractivo de Destino).

Cela ofreció a Janés por lo menos tres títulos (entre ellos La colmena), e incluso llegaron a ponerse por escrito ofertas, y si, por ejemplo, Janés renunció a La colmena, no fue tanto por el montante que le pedía (2.000 pesetas por una tirada de 5.000 ejemplares, con un PVP de 35) –ni por los previsibles problemas con censura–, sino por la intención de Cela de cobrar esa cantidad en el momento de la firma del contrato, en lugar de hacerlo a la publicación de la obra, o cuando menos a la entrega del original mecanoscrito.

Cela, on the road.

Aceptó en cambio Janés contratar Apuntes carpetovetónicos con las mismas condiciones que El bonito crimen…, antes incluso de leer la obra, pero no sin un cambio de título, que pasó a ser El gallego y su cuadrilla y otros apuntes carpetovetónicos, y fue el con que lo publicó Ricardo Aguilera en 1949, con prólogo de Antonio Rodríguez Moñino. Escribe el prologuista a esa edición que «Quien traza estas líneas recaba orgullosamente el honor de haber insistido en que aparecieran, recogidos en volumen, tan magnífico haz de artículos periodísticos». Sin embargo, en las palabras con que se abre la edición que del mismo título hizo Destino en 1955, dice el propio Cela acerca del “apunte carpetovetónico” que «pudiera ser algo así como un agridulce bosquejo, entre caricatura y aguafuerte, narrado, dibujado o pintado, de un tipo o de un trozo de vida peculiares de un determinado mundo: lo que los geógrafos llaman, casi poéticamente, la España árida», y subraya, contradiciendo a su primer prologuista, que no es artículo porque no necesita articularse con ninguna otra cosa, por lo que parece más cercano al cuadro de costumbres decimonónico, en ocasiones con un cierto dinamismo.

En cualquier caso, el original que recibió Janés era tan exiguo que enzarzó a escritor y editor en un diálogo en el que, a la petición del pago por parte del gallego, el catalán respondía solicitando la prometida ampliación del original, y así podrían haber seguido indefinidamente si antes no se hubiera ido atenuando su relación hasta la completa extinción. Vale la pena recordar que finalmente la edición de Ricardo Aguilera llega a las 242 páginas y la posterior en Destino (en la colección Ánfora y Delfín en 1955), a las 291, lo que induce a suponer que Janés recibió menos textos de los que finalmente compusieron el volumen. A la luz de estos datos, pueden reevaluarse los textos introductorios a El bonito crimen… (en letra de cuerpo muy generoso y con muy amplios márgenes), un volumen de apenas 164 páginas.

Y en el ámbito de la política editorial de Janés, se puede identificar en el de Cela el que tal vez sea el primer caso en que el editor catalán pretende fidelizar como “autor de la casa” a un escritor que llegaría a ser muy importante. En este mismo objetivo fracasaría en el caso del más comercial Santiago Lorén (por ambición económica del autor), en el de Francisco González Ledesma y Antonio Rabinad (debido a la censura, entre otros factores) y no triunfaría plenamente hasta la publicación de las primeras novelas de Francisco Candel.

La suposicion de qué hubiera sucedido si Cela y Janés hubieran llegado a un acuerdo resulta muy sugerente, pero no deja de tener su interés que este escritor, como muchos de los dilectos de Janés (los mencionados Rabinad, Candel y González Ledesma, pero también Jorge Ferrer-Vidal o Juan Goytisolo, por ejemplo) era exponente de un tipo de realismo de cierta brusquedad, aspereza y contundencia que a menudo chocaba con la censura por el hecho de mostrar la cara menos amable de la España franquista. Cela, autor de Janés, suena estupendo.

De izda. a dcha.: Dámaso Alonso, Antonio Rodríguez Moñino, Camilo José Cela y Guillermo Díaz Plaja.

Nota adicional: Es muy conocido que La colmena, presentada por primera vez a censura en enero de 1946, no se publicó hasta 1951 (sometida a la censura peronista), en la colección Grandes Novelistas que dirigía Eduardo Mallea para la editorial argentina Emecé. Menos conocido es que cuando ese mismo año 1951 se presentó una solicitud de importación, censura denegó el permiso para que esa edición de Emecé la importara y distribuyera en España Edhasa.

 Programa completo de “Josep Janés i Olivé i l´edició del seu temps (1913-1959)”:

Inauguración, con la intervención de Manuel Llanas, Xavier Mallafré, Adolfo Sotelo, Alfonsina Janés y Jacqueline Hurtley.

Adolfo Sotelo Vázquez, “Janés, editor del joven Camilo José Cela”.

Enric Gallén, “Teatre i món editorial català. Dels anys republicans a la postguerra franquista”.

Agnès Toda Bonet, “L´edició en català a Reus durant el franquisme”

Thiago Mori, “Josep Janés, àlies José Janés”.

Xus Ugarte i Ballester, “Algunes versions franceses de l´Editorial Maucci”.

Carles-Jordi Guardiola, “Carles Riba i Josep Janés (1941-1943)”

Anna Caballé, “Auto/biografies d´editors” Anunciado con este título, finalmente su intervención versó sobre la recepción de Donde la ciudad cambia su nombre, de Francisco Candel y publicada por Josep Janés.

Manuel Llanas, “L´editor Josep Janés a la postguerra. Alguns testimonis”

Mesa Redonda con Miguel Aguilar (“Genealogía editorial”), Jordi Cornudella (“Grans editorials”), Josep M. Muñoz (“Editorials que depenen de revistes”), Jordi Raventós (“Editorials independents”) y Mireia Sopena (“Editorials i tradició al segle XX). En realidad, se sustituyeron las exposiciones anunciadas por un debate acerca de la situación del sector editorial en nuestros días.

Clausura, con la participación de Joandomènec Ros, Maria Campillo y Clara Janés i Nadal.

Hemingway y Cela.

Fuentes adicionales:

Antonio Rodríguez Moñino, prólogo a El gallego y su cuadrilla y otros apuntes carpetovetónicos, Madrid, Ricardo Aguilera, 1949.

Alonso Zamora Vicente, “Camilo José Cela. (Acercamiento a un escritor)”, Gredos (Campo Abierto 5), 1962.


Tagged: Antonio Rodríguez Moñino, Camilo José Cela, José Janés, Ricardo Aguilera

Domingo Viau, primer editor de Cortázar

$
0
0

Julio Cortázar

En una conversación a tres voces con Pierre Lartigue (1936-2008) y Saúl Yurkievich (1931-2005), recogida luego por este último en Julio Cortázar: mundos y modos, decia el escritor argentino: “Los dos primeros libros que publiqué fueron de poesía, una colección de sonetos y Los Reyes, que siempre consideré como un poema en prosa.” Y más adelante, añade: “Que yo tenga una conciencia vergonzosa respecto a la poesía procede de que ninguno de mis amigos gustara de mis poemas y que se entusiasmaran inmediatamente con mi prosa. Ellos, al igual que los críticos argentinos, me clasificaron como prosista. Eso me hizo considerar mi poesía como actividad privada”.

Ese primer libro de Julio Cortázar (1914-1984) es uno de los más buscados y cotizados de su bibliografía: una reducida edición del poemario Presencia (1938), compuesto por cuarenta y tres sonetos dispuestos en 104 páginas y que firma con uno de los seudónimos tras los que se ocultó inicialmente, Julio Denis. En cuanto su obra narrativa contó con el reconocimiento internacional de lectores y críticos, Cortázar intentó hacer olvidar ese libro, cosa no muy difícil porque se tiraron apenas doscientos cincuenta ejemplares. Entrevistado por J. G. Santana en 1971, lo calificaba de “un pecado de juventud que nadie conoce y que a nadie le muestro. Está bien escondido…”. Es de suponer que en el marco de los actos de conmemoración del centenario de Cortázar en el Salón del Libro de París, habrá ocasión de ver en Europa ésta y otras joyas de la bibliografía cortazarariana.

Ejemplar de Presencia

Quizás el “Julio Denis” que aparece en la portada de Presencia no fuera el primer nombre que empleó el jovencísimo Julio Cortázar, pues en los dos números que aparecieron en 1934 de la revista Addenda (del Centro de Estudiantes Normal de Profesores Mariano Acosta) aparece en calidad de subdirector de la misma como J. Florencio Cortázar, y en los números de 1935 (con dibujos en la portada de su amigo Jonquières) en calidad de director, y el mismo nombre aparece al pie del poema “Bruma” que se publica en el número 11 de esta revista. Pero en los años finales de la década de 1930 y siguientes Cortázar firma como Julio Denis varios textos: en 1941 un artículo sobre Rimbaud en la revista Huella, el año siguiente el cuento “Llama el teléfono, Delia” (en el periódico El despertar de Chivilcoy) y el prólogo a Erques y Cajas (poemas de un indio), así como numerosas cartas dirigidas a Mercedes Arias y a Narecela Duprat, lo que ha llevado a pensar en Julio Denis como un heterónimo de Cortázar, más que en un seudónimo.

Domingo Zerpa, Erques y Cajas (poemas de un indio), (con prólogo de Julio Denis), Ed, Ateneo, 1942. Cubierta de madera con cartón grabado

Por otra parte, sus traducciones de los años cuarenta (obras de Giono, Gide, Chesterton, etc.) sí los firma como Julio Cortázar. Y en 1944 el cuento “Bruja”, en El Correo Literario, va firmado como Julio F. Cortázar, mientras que del mismo año es el poema “Distraída”, firmado como Julio Denis en la revista Oeste. Así pues, en el mismo período alternan las diversas firmas. Y no será hasta 1949 cuando firme su primer libro, el poema dramático Los Reyes, publicado por Ediciones de Ángel Gulab y Aldabahor (sello creado por Daniel Devoto y Luis M. Baudissone), como Julio Cortázar.

Dedicatoria de Jules Supervielle a Julio Denis en el ejemplar de la biblioteca de Cortázar de Oblieuse Memoire (Gallimard, colección Metamorphoses, 37).

En cualquier caso, en los inicios de la carrera literaria de Cortázar parece que desempeñó un papel importante el gran poeta, editor y erudito Daniel Devoto (1916-2001), quien –a decir del catálogo del librero Alberto Casares correspondiente a las Navidades de 1998–antes de llevar a cabo la edición de algunas obras primerizas de Cortázar, había contribuido a financiar, junto a Freddi Guthman, la edición de Presencia, que apareció bajo los auspicios de la Librería El Bibliófilo, sita en la calle Florida, e impresa en los talleres de Plantié y Cía. Según declaraciones del propio Cortázar, sin embargo, “la costeó a medias con un amigo que había llegado a ser gerente de una librería” (alusión muy probablemente a Jorge D’Urbano Viau), pero la fiabilidad de estas evocaciones es dudosa, pues fecha el libro en 1940 o 1941. Es difícil no recordar respecto a esta cuestión el comentario, en apariencia impersonal, que hizo Cortázar a Luis Harss en el famosísimo libro fundacional del boom (Los Nuestros, 1968): “un jovencitio de veinte años que había escrito un puñado de sonetos, se precipita a publicarlos; si un editor no los aceptaba, él pagaba la edición”.

Cortázar y Jonquières

El grupo de amigos que se formó en la Escuela de Profesores Mariano Acosta de Buenos Aires (Devoto, Cortázar, Francisco Reta…) rondaba a menudo por la mencionada librería, punto de curioseo y de tertulia habitual en la época en que empieza a popularizarse el término “floridear”. También los primeros libros de Eduardo Jonquières (1918-2000) estuvieron vinculados a esta casa: La sombra (Viau, 1941) y Permanencia del ser (El Bibliófilo, 1945). El fundador de esa librería, o uno de ellos,  era uno de los más excepcionales y legendarios hombres del libro del siglo XX, Domingo Viau (1884-1964), quien bajo su propio nombre se creó un enorme prestigio como editor de libros de lujo, de coleccionista o de bibliófilo. En un trabajo tan diligente como esmerado, Max Velarde ofreció en El editor Domingo Viau y otros escritos las principales claves para conocer a quien tuvo a su cargo la edición del primer libro que publicó Cortázar.

Nacido el 30 de julio de 1884 en el seno de una familia de origen francés, Domingo Juan Ramón Viau llegó de muy joven a Buenos Aires y se formó en el Colegio Nacional de Buenos Aires y en la Asociación Estímulo de Bellas Artes. En 1911, obtuvo una beca de estudios para viajar por Europa que le llevó a España, Italia, Francia Bélgica e Inglaterra, Francia, y a lo largo de su vida adulta viajaría anualmente a París, donde en algunas etapas pasaba nueve meses al año, y se convirtió en el impulsor de un sólido puente cultural entre la capital francesa y la argentina. Pintor, dibujante, crítico de artes plásticas, marchand, empresario cultural, Domingo Viau empieza a destacar en el mundo cultural bonaerense cuando en 1925 crea con Alejandro Zona la empresa Zona y Viau, que se concreta en la librería El Bibliófilo, y que antes de un año crea el Salón de Arte, un espacio destinado a la exposición y subasta de libros y obra gráfica que Viau traía de sus viajes a París. No tardan en asociarse con los hermanos Antonio y Ramón Santamaría para crear Viau y Zona (una simple inversión de los factores), empresa que abre una galería-librería en Florida 530, que en los años cuarenta sería muy frecuentada por intelectuales del calibre de Pedro Henríquez Ureña (1884-1946), Ezequiel Martínez Estrada (1895-1964), Jorge Luis Borges (1899-1986), Adolfo Bioy Casares (1914-1999)… En 1926 arriendan el edificio de Florida 637-641 (sótano, planta y cuatro pisos), y se intensifican las exposiciones de artistas tanto extranjeros como locales, al tiempo que se convierten en representantes de la galeria parisina de George Petit y en uno de los principales focos de introducción del gusto francés en Buenos Aires.

Decía la publicidad de la librería:

El Bibliófilo. Librería Antigua y Moderna. Ediciones antiguas y raras. Libros de lujo. Obras de arte. Literatura en general. Publicaciones nacionales, españolas y francesas. El verdadero lujo de un libro se debe entender en la superioridad de la obra escrita; de la belleza en la ilustración; de la apropiación de la tipografía; de la perfección del tiraje; del papel y del número limitado de ejemplares.

De 1927 es la primera edición de Viau, que editará bajo distintos sellos, Crítica estéril, de Ricardo Victoria (como Viau y Zona), a las que siguen entre otras La gloria de Don Ramiro, de Enrique Larreta, con ilustraciones de Alejandro Sirio e impreso en las prensas Frazier-Soyer de París, una edición de los Recuerdos de provincia de Sarmiento y una curiosa Fuga de Navidad, de Alfonso Reyes, ilustrada por Norah Borges de Torre (1901-1998), hermana de Jorge Luis y esposa de Guillermo de Torre (1900-1971).

Poco antes de la aparición de estas últimas ediciones mencionadas, en 1928 se había hecho realidad uno de los proyectos más ambiciosos de Viau, la creación de una Sociedad de Bibliófilos Argentinos, que cuenta inicialmente con 95 socios con la intención de hacer tiradas de cien ejemplares de libros particularmente lujosos. En palabras de Buonocuore, “Textos en gran papel, con amplios márgenes, caracteres exclusivamente diseñadors, tintas de calidad a dos o más colores e ilustraciones originales a cargo de artistas de notoria reputación”. Seguramente esa misma pasión por la vertiente estética de la edición es la que le llevaría más adelante a convertirse en director del Museo Nacional de Bellas Artes (entre 1941 y 1944, período durante el cual se remodeló y amplió el edificio y la institución adquirió carácter público).

Los orígenes de la escritura, de Ghino Fogli

Como siempre en estos casos, parte del acierto de Viau fue atraerse la colaboración de los mejores profesionales del momento, como el pintor y grabador Héctor Basaldúa (1895-1976), el pintor Enrique Fernández Chelo (1907-¿?), el pintor, ilustrador y escenógrafo Alfredo Guido (1892-1967), el dibujante,  acuarelista y autor del Vocabulario y refranero criollo (1942) Tito Saudibet (1891-1953) o el asturiano que acabaría haciéndose famoso por sus dibujos en la muy popular revista Caras y Caretas Alejandro Sirio (Nicanor Álvarez Díaz, 1890-1953). Sin embargo hay que destacar sobre todo la labor del impresor Ghino Fogli (1892-1954), del Atelier de Artes Gràficas Futura, que había llegado a Buenos Aires en 1923 y que se convertiría en mano derecha de Viau, quien curiosamente nunca llegó a disponer de taller propio. A ellos cabe añadir, en el ámbito de El Bibliófilo, a Josefa Puga e Isabel Torrese, que eran sus principales colaboradoras en la librería (que no cerró hasta 1989).

En el somero balance que hace Velarde en su tan necesario librito, contabiliza las siguientes obras en que intervino Domingo Viau:

-Entre 1927 y 1937, como Viau y Zona publica 68 libros.

-Entre 1934 y 1942, como Domingo Viau y Cía, publica 22 libros.

-Entre 1937 y 1947, como Domingo Viau Editor, publica 35 libros.

-Entre 1937 y 1945, como El Bibliófilo, publica 19, una de ellas el primer libro de quien se convertiría en uno de los narradores más importantes del siglo xx y que, como Viau, establecería estrechos vínculos con París.

Aún hay otro libro en el que aparecen juntos estos dos artistas, la bella edición del Robinson Crusoe de 1945 (en la traducción, incompleta como demostró Enrique de Hériz, de Cortázar), con ilustraciones a color y en blanco y negro de Carybé (Héctor Julio Páride Bernabó, 1911-1947).

Firma de Julio Cortázar.

En 1955, después de sufrir un ataque con adoquines (por motivos políticos) que destrozó las cristaleras y la entrada del local, Domingo Viau trasladó la librería a un primer piso de la calle Esmeralda, número 1262. La policía prohibió tomar imágenes de los destrozos, pero, según testimonio de sus empleadas, Domingo Viau fotografió el estado en que quedó el local con una pequeña cámara, y cabe la posibilidad de que algún día salgan a la luz.

Firma de Julio Denis. No hacen falta conocimientos de grafología para deducir lo evidente.

Fuentes:

Jean L. Andreu, “El primer aquelarre de Julio Cortázar”, Cahiers du monde hispanique et luso-brasilien, núm. 31 (1978), pp. 179-180.

Rafael Conte, “Julio Cortázar, entre la tierra y el cielo”, Informaciones, 2 de septiembre de 1967, p. 16. Recogido en Joaquín Marco y Jordi Gracia, eds., La llegada de los bárbaros. La recepción de la literatura hispanoamericana en España, 1960-1981, Barcelona, Edhasa (El Puente), 2004, pp. 456-459.

María Eugenia Costa, “Tradición e innovación en el programa gráfico de la editorial Guillermo Kraft: Colecciones de libros ilustrados (1940-1959)”, Actas del Primer Coloquio Argentino de Estudios sobre el Libro y la Edición (Universidad Nacional de la Plata, noviembre de 2012).

Silvina Friera, “Yo a veces me pregunto si coleccionar es cronopio o fama” (entrevista a Lucio Aquilanti, coleccionista de libros de Cortázar), Buenos Aires, Pagina 12, 2 de noviembre de 2013.

Cynthia Gabbay, “La poesía de Julio Cortázar: primera fundación intertextual”, IberomaericaGobal, The Hebrew University of Jerusalem, vol I, nº 2 especial, pp. 94-102.

Ernesto González Bermejo, Conversaciones con Cortázar, Barcelona, Edhasa, 1978.

Luis Harss, “Julio Corázar o la cachetada metafísica”, Los Nuestros, Buenos Aires, Sudamericana, 1968.

Daniel Mesa Gancedo, La emergencia de la escritura: para una poética de la escritura cortzariana, Kassel, Reichenberg (Problemata Iberoamericana 13), 1998.

J. G. Santana, “La vuelta a Cortázar en 80 rounds”, Triunfo, n. 477 (20 de noviembre de 1971. En La llegada de los bárbaros, ob. cit., pp. 785-798.

José Luis Trenti Rocamora, Cuando firmó Julio Florencio Cortázar antes que Julio Denis.

Max Velarde, El editor Domingo Viau y otros escritos, Alberto Casares Editor, Buenos Aires, 1998.

Saúl Yurkievich, Julio Cortázar: mundos y modos, Barcelona, Edhasa (Ensayo), 2004.


Tagged: Daniel Devoto, Domingo Viau, Julio Cortázar, Julio Denis

Victor Gollancz, el editor raro de Orwell

$
0
0

A Miguel Aguilar, editor orwelliano en el mejor sentido

orwell250George Orwell (Eric Blair, 1903-1950) llevaba ya unos cuantos años haciendo sus pinitos literarios, tanto en prosa como en verso, cuando entró en contacto con uno de los editores más fascinantes y extraños de su tiempo, Victor Gollancz (1893-1967), a quien se puede considerar su descubridor para la literatura.

Victor Gollancz (1893-1967).

Gollancz se había formado como editor en Benn Brothers, que publicaba sobre todo revistas como The Fruit Grower y Gas World, y no tardó en convencer a sir Ernest Benn (1875-1954) para que le permitiera desgajar la división de libros (además de obtener una comisión y acciones en la compañía). La gran apuesta de Gollancz fue entonces la promoción y publicidad tremendamente agresiva para los tiempos que corrían, y obtuvo dos grandes éxitos en Benn Brothers. Por un lado, lo que se ha considerado luego uno de los antecedentes más claros de la serie Penguin, la Benn´s Sixpenny Library (cuyo impresionante catálogo puede consultarse aquí) y por otro lado los suntuosos libros ilustrados y de arte, como de The Designs of Léon Bakst for The Sleeping Princess (1923), uno de cuyos principales modelos eran las colecciones de Albert Skira, pero que según  declaraciones de su colaborador Douglas Jerrold salían muy baratos de producción porque las láminas de colores eran fotografías de copias hechas por miniaturistas.

Dorothy L. Sayers (1893-1957).

A ello cabe añadir que captó para Benn Brothers a autores como la hoy llamada “abuela de Harry Potter”, Edith Nesbitt (1858-1924), o el gran H.G. Wells (1866-1946). Pese a llegar a ganar 5.000 libras al año, Gollancz ambicionaba convertirse en socio, e incluso empezaba a hablar ya de la empresa como Benn & Gollancz, pero al contar con la oposición de sir Benn y surgir algunas diferencias políticas con varios miembros de la familia Benn, en 1927 acabó marchándose de la editorial, llevándose consigo a una de las autoras más importantes de la casa, Dorothy L. Sayers (1893-1957), de quien a principios de este siglo Lumen recuperó algunas obras (El misterio del Bellona Club, Veneno mortal, Cinco pistas falsas, Un cadáver para Harriet Vane…).

Logo de Victor Gollancz

La política empresarial de Gollancz al montar su propia editorial pasaba por destinar el grueso de los ingresos a la publicidad, pagar a sus empleados sueldos muy bajos –incluso para los estándares del sector editorial–, acceder a dar préstamos o pagas extras cuando alguien se quejaba de ello, contratar preferentemente a mujeres (que tenían sueldos aún más cicateros), ofrecer a sus autores anticipos y porcentajes por derechos muy muy bajos (siempre a cambio de una publicidad extraordinaria) y recomendar a sus autores quitarse de encima a sus agentes, si los tenían, sirviéndose de la calumnia cuando era necesario. Por otra parte, fue un maestro (en el peor sentido) de los scouts más agresivos. De sus colaboradores en esas tareas ha quedado la imagen de una red de espionaje cuya principal función, al parecer, era detectar autores de cierto éxito que estuvieran descontentos con sus editores, y cuando los tenía en el punto de mira, Gollancz se lanzaba a por la presa sin muchos escrúpulos.

Stanley Morison (1889-1967) con James Wells (de Newberry) en los años sesenta.

No obstante, en el campo de la edición sabía muy bien lo que se hacía, y desde el primer momento contó con un maestro de maestros como diseñador de portadas, el gran Stanley Morison (1889-1967), que ha pasado a la historia por haber creado el tipo New Times Roman y ser autor de Principios fundamentales de la tipografía. Así, pues, los volúmenes producidos a muy bajo coste iban siempre con unas llamativas sobrecubiertas en un estilo muy moderno y rompedor, en los casos más conocidos con tipografía en rojo sobre fondo amarillo.

Ejemplo del diseño de sobrecubierta de Morison para Victor Gollancz.

Por su parte, en octubre de 1931 Eric Blair había acabado el libro en el que contaba sus experiencias por París, y al que, a instancias de T.S. Eliot (1888-1965), había añadido una segunda parte referida a la capital inglesa, Down and Out in Paris and London,  libro que en español se ha traducido como Sin blanca en París y Londres (José Miguel Velloso, Destino) y como Vagabundo en París y Londres  (Carlos Villar Flor, Menoscuarto). Ya en la concreción del título definitivo intervino Gollancz, que se cuenta entre los editores más intervencionistas de su tiempo, y además con una orientación muy determinada (en los años treinta, estalinista sin matices). Sin embargo, Gollancz no era la primera opción de Orwell, quien previamente había recabado las negativas de los editores Edward Garnett (de Jonathan Cape) y T.S. Eliot (de Faber & Faber), pero Mabel Fierz había hecho llegar una copia al agente literario Leonard Moore que acabó en manos de Gollancz, y durante el verano de 1932 se reúnen autor y editor para concretar, además del cambio de título, algunos aspectos del texto (en particular, la supresión de palabras malsonantes y la sustitución de nombres propios de personas que podían sentirse ofendidas) y un anticipo de sólo 40 libras esterlinas, con las que Gollancz hacía justicia a su fama de editor ultratacaño.

Edición del Left Book Club (destinada sólo a socios).

El libro apareció finalmente en enero de 1933, y pese a la favorable reacción de la crítica (JB Priestley fue uno de los críticos que se ocuparon del libro), sus ventas fueron muy modestas. Eso no desanimó a Gollancz, y si bien Harper & Brothers se le adelantó en Estados Unidos con la edición de Días en Birmania, en los años sucesivos le publicaría a Orwell La hija del reverendo (1935) y Que no muera la aspidistra (1936).

Sin embargo, las cosas se empezaron a torcer entre ellos a raíz de El camino de Wigan Pier, que Orwell envió a su editor en enero de 1936, unos meses antes de marcharse con destino a la guerra civil española. Ese mismo mes de enero se gestaba, durante un encuentro entre Gollancz, Stafford Cripps y John Strachey, uno de los proyectos más conocidos y exitosos de Gollancz, el Left Book Club (grandes tiradas de panfletos políticos disfrazados de ensayos a precios populares), una colección de marcada orientación estalinista que sin embargo pretendía presentarse como independiente de izquierdas. Significativo de ello es la norma que aplicaba Gollancz (de la que hay diversos testimonios, entre ellos el de Leonard Woolf), de cambiar siempre que era posible “la izquierda” por el “Partido Comunista”.

Portada de la primera edición de la biografía de Ruth Dudley Edwards.

En la interesantísima biografía que dedicó a Gollancz –de la que no tengo noticia que se haya publicado nunca en español–, Ruth Dudley Edwards (n. 1944) ofrece una explicación bastante convincente del debate interno que El camino de Wigan Pier  provocaba en el editor (por entonces muy comprometido con el Partido Comunista, que a su vez estaba encantado con la existencia en Gran Bretaña del Left Book Club):

Victor [Gollancz] no podía soportar la idea de dejar escapar este libro, ni siquiera cuando Orwell rechazó su sugerencia de eliminar la segunda parte de la obra, que consideraba “repugnante”, antes de incluir la obra en el Club [el Left Book Club]. En este caso concreto, Victor, aunque eso le ponía bastante nervioso, decidió hacer caso a su instinto editorial y pasar por alto las objeciones del Partido Comunista. El compromiso al que llegó fue publicar el libro con una introducción repleta de apreciaciones positivas, críticas injustas y medias verdades.

Victor Gollancz

Es importante no perder de vista el contexto, los años treinta en Gran Bretaña, para entender hasta qué punto era importante para alguien como Gollancz la opinión del PC, pero cuando Orwell supo de la existencia del prólogo se encontraba ya en Barcelona, y desde el Hotel Continental de esa ciudad le escribía una interesante y quizás irónica carta fechada el 9 de junio de 1937 en la que le agradece este texto y lamenta no haber podido discutir las críticas que en él se plantean por encontrarse en la España en guerra.

Lo que tampoco sabía Orwell cuando escribe esa carta, en la que confiesa no haber visto todavía el libro, es que, a diferencia de la edición del Lef Book Club (marzo de 1937), la destinada al público en general (de febrero de 1937) incluía unas fotografías en cuya elección no había intervenido en absoluto. Por otra parte, ya había tenido que batallar para que el editor no le suprimiera las partes de la obra que consideraba más “conflictivas”. Eso, a tenor de la bibliografía manejada, parece responder bastante al modo de Gollancz de llevar los negocios.

George Orwell (Eric Blair)

A todo eso, si bien la previsión de Gollancz era un lanzamiento fulminante del Left Book Club que le permitiera alcanzar los 2.500 suscriptores en mayo de 1936, en esa fecha la cifra de suscriptores era de 9.000 y llegaría a tener a 57.000 que cada mes compraban un libro por media corona de entre los que elegían Gollancz, Strachey y el profesor de la London School of Economics Harold Laski, además de un número de Left Book News y el derecho a participar en diversas actividades culturales que organizaban. Por otra parte, es bueno saber que a mediados de los treinta, Gollancz disponía de diez criados en su casa de Ladbroke Grove, una casa de campo en Brimpton con tres jardineros a su cargo y un chófer siempre a punto.

Visto por Robert Stewart Sheriffs en la revista satírica The Punch.

El siguiente libro de Orwell (Homenaje a Cataluña) sería incluso más polémico para Gollancz y, en palabras de Miquel Berga, puso “definitivamente a prueba los precarios equilibrios entre autor y editor”. De hecho, al parecer en esos años Orwell se estaba ganando una reputación de buen escritor cuya integridad  le convertía en problemático para los editores. Raymond Mortimer (1895-1980) rechazó algunos de los textos periodísticos de Orwell referentes a España en guerra destinados al New Statesman, Kingsley Martin (1897-1969) hizo exactamente lo mismo y a posteriori lo justificó con palabras bastante duras (“No lo hubiera publicado de ninguna manera, como tampoco hubiera publicado a Goebbels durante la Segunda Guerra Mundial”). Así pues, y pese al contrato que les ligaba por tres novelas más, Gollancz se apresura a advertir a Orwell que no está dispuesto a publicar “algo que podía perjudicar la lucha contra el fascismo”, aunque confía en que eso sea un caso singular en la relación que han establecido. Pese a que hasta entonces Orwell no ha obtenido ningún gran éxito de ventas, Gollancz no renuncia al que considera uno de sus descubrimientos.

Roger Senhouse y John Strachey.

Homenaje a Cataluña, de cuya primera edición (con una tirada de 1.500) aún había ejemplares a la muerte del autor, la publicó pues Secker & Warburg, una compañía recién creada a partir de una OPA de Fredric Warburg (1898-1981) y Roger Senhouse (1899-1970) sobre una editorial de quien había sido editor de D.H. Lawrence, Henry James y Norman Douglas,  Martin Secker (1882-1978), que se encontraba en situación de quiebra. Además, intentaron, a veces con éxito, “robarle” a Gollancz otros autores de izquierdas que chocaban con la intransigencia de su editor.

Fredric Warburg

Sin embargo, los dos siguientes libros de Orwell, la novela Subir a por aire (1939) y los ensayos de Dentro y fuera de la ballena (1940), los publica de nuevo Gollancz, cosa que desconcertó un poco al escritor, quien pareció advertir en su primer editor un cierto cambio de rumbo ideológico. Y eso pareció confirmarlo The Betrayal of the Left: An Examination and Refutation of Communist Policy (1941), recopilación de ensayos de Gollancz, Harold Lasky, Strachey y Orwell, entre otros. En este libro, el editor confesaba haber publicado en Left Books Club libros de escaso valor sólo por el hecho de que respetaban la ortodoxia del PC y haber rechazado otros de izquierdistas valiosos sólo por el hecho de apartarse de la linea del Partido, y remataba: “Estoy completamente convencido, y lo estaba ya en aquellos tiempos, de que todo eso fue un error garrafal”.  Por su parte, en Secker & Warburg intentaron retener a Orwell, y en 1940 le encargaron la edición de una colección de textos de pensamiento (“panfletos largos o ensayos breves”) mano a mano con T.R. Fyvel (1907-1985), que dio lugar a los Searchlight Books. La colección se estrena con El león y el unicornio (1941) del propio Orwell.

Bernard Crick ha contado sucinta pero solventemente los avatares que llevaron a la ruptura, más o menos amistosa aunque a regañadientes, entre Gollancz y Orwell a raíz de Rebelión en la granja. Eso no quita que más tarde Gollancz declarara que Orwell estaba “excesivamente sobrevalorado” (cosa que puede interpretarse como un modo de ejercer el derecho a pataleta). Orwell ya preveía que a Gollancz no le gustaría esa parabólica sátira del totalitarismo estalinista (enviárselo, tras el rechazo de Homenaje a Cataluña, le parecía “una pérdida de tiempo”), y así fue: “Me resulta imposible –escribió Gollancz– publicar un ataque tan general [a Rusia] de esa naturaleza”. Hubo unos contactos alentadores con Whitmann  Press, la editorial del poeta Paul Potts (1911-1990), durante los cuales surgió la idea de añadirle el prólogo “La libertad de prensa”, que no saldría a la luz hasta 1971. Pero esos contactos no llegaron a buen puerto, y, en palabras de Bernard Cricks:

Fue entonces cuando Orwell visitó a Jonathan Cape, quien, después de leer la novela, reconoció que era magnífica, pero también que sería imposible publicarla en aquel momento. […] Cape expresa las esperanzas de publicar cualquier otra obra de Orwell, por más que éste estaba […] ligado a Gollancz por contrato.

Herbert Jonathan Cape

También Eliot elogió Rebelión en la granja, y en 1969 su viuda (Valerie Eliot, 1926-2012) publicó en The Times la luego muy citada carta en la que el poeta califica la novela de “destacada obra literaria y que la fábula está muy inteligentemente llevada gracias a una habilidad narrativa que descansa en su propia sencillez, cosa que muy pocos autores habían logrado desde Gulliver”. Como era de suponer, pues, Rebelión en la granja lo publicó Secker & Warburg, y lo hizo además con el apoyo de un muy elogioso informe de lectura escrito por Fyvel (codirector con Orwell de Searchlight), y fue también Secker & Warbug donde más adelante se editó el otro gran éxito de Orwell, 1984, después de que se produjera la ruptura con Gollancz, que Miquel Berga ha relatado con mucha precisión.

Martin y Kingsley Amis.

A partir de ese momento, coincidente con el final de la Segunda Guerra Mundial, Gollancz entra en una progresiva decadencia como editor que le lleva, por pura y simple ignorancia, a airar innecesariamente a Ludwig Wittgenstein, a ir perdiendo progresivamente a sus mejores autores o a poner por escrito que Lolita era “una novela de entretenimiento espiritual muy rara”, sin apenas valor literario ninguno y a rechazarla con cajas destempladas, aunque ello no fuera óbice para menospreciarla y atacarla por “pornográfica” en Bookman. La publicación de la primera novela de Kingsley Amis (La suerte de Jim, 1953), la de John Updicke Corre, conejo (1960) o el ensayo The Outsider (1956) de Colin Wilson hay que situarlos en el otro lado de la balanza de Gollancz.

En cambio, obtuvo un notable éxito como autor de libros y como activista político, pero esa ya es otra historia. Como también lo es la de la empresa, Victor Gollancz Ltd, hoy conocida sobre todo por haber publicado en los últimos años, además de grandes éxitos del manga como Dragon Ball, a autores como Terry Pratchet, Gene Wolfe o George R.R. Martin.

Calle Henrietta, n. 14 (Londres)

Fuentes:

Miquel Berga, “Orwell y sus editores. Apuntes para una historia sintomática”, en George Orwell, Homenaje a Cataluña, traducción de Miguel Temprano, Barcelona, Debate, 2011.

Miquel Berga, prólogo a Orwell en España (“Homenaje a Cataluña” y otros escritos sobre la guerra civil española), Barcelona, Tusquets, 2003. Texto consultable en la Fundación Andreu Nin.

Bernard Crick , “Como fue escrito el prólogo [a Rebelión en la granja], en George Orwell, Rebelión en la granja, traducción de Rafael Abella, Barcelona, Destino, 1973, pp. 9-25.

Edición en Faber & Faber (2012).

Ruth Dudley Edwards, Victor Gollancz. A biography, Londres, Faber & Faber, 2012. Hay una edición anterior: Londres, Victor Gollancz Ltd., 1987, que ganó el prestigioso James Tait Black Memorial Prize 1987.

Sheila Hodges, Gollancz. The Story of a Publishing House, 1928-1978, Londres, V. Gollancz, 1978.

John Simkin ha reconstruido el interesante catálogo de Left Book Club.

Alberto Lázaro, “La sátira de George Orwell ante la censura española”, en M. Falces Sierra, M. Díaz Dueñas y J.M. Pérez Fernández, eds., Actas del XXV Congreso AEDEAN (Universidad de Granda 13-15 diciembre de 2001), 2002.

Ed. en Menoscuarto.

George Orwell, Vagabundo en París y Londres, prólogo (“El bautismo literario de San Jorge (Orwell)”) y trad. de Carlos Vilar Flor, Palencia, Menoscuarto (Cuadrante Nueve, 16), 2010.

George Orwell, “La libertad de prensa”, en Rebelión en la granja, traducción de Rafael Abella, Barcelona, Destino, 1973, pp. 27-46.

Hilary Spurling, Sonia Orwell. La chica del departamento de ficción, trad. de Xoán Abeleira, Barcelona, Circe (Testimonio), 2005.

Todolibroantiguo, entrada dedicada a Stanley Morison.

Unos Tipos Duros, “Grandes Maestros de la Tipografía. Stanley Morison”, unostiposduros 10 de septiembre de 2002.

No he visto (y me he quedado con las ganas) los volúmenes Dear Timothy. An autobiographical letter to his grandsome by Victor Gollancz y More for Thimothy, being the 2 volume of the autobiographical letter by Victor Gollancz, Londres, Victor Gollancz, 1952 y 1953, que Ruth Dudley Edwards menciona y cita a menudo pero con suma prudencia.


Tagged: Faber & Faber, George Orwell, Jonathan Cape, Left Book Club, Secker & Warburg, T.S. Eliot, Victor Gollancz

Germán Plaza y la Pulga

$
0
0
Germán Plaza

Germán Plaza Pedraz

A Silvia Sesé

 

El milagro está hecho: en el metro (hasta ahora gabinete de lectura de esas infranovelas fundamentadas en las hazañas del gángster, de la niña ñoña y del héroe estúpido), en el metro decimos, se lee ahora a don Tirso de Molina y a don Leónidas Andreiev y a cualquiera de sus esclarecidos colegas […] Conmovidos, agredidos y turulatos, manifestamos a los inventores de la Enciclopedia Pulga nuestro asombro y nuestro reconocimiento. ¡Enhorabuena!

Mario Lacruz

Así se saludaba en la revista humorística La Codorniz la que quizá sea una de las colecciones más entrañables de los años cincuenta, y que en cierto modo era una respuesta del editor Germán Plaza (1903-1977) a las carencias de papel que se dieron en España en la posguerra española. Acerca de esos “inventores” de los minúsculos volúmenes de tamaño muy similar al de un paquete de cigarrillos (10,5 x 7,5) que albergaron todo tipo de obras importantes, explicó a Rai Ferrer el que fuera su editor, Mario Lacruz (1929-2000):

Hacía algunos años que don Germán había comprado una rotativa Man de seis cuerpos [las célebres Manroland] parecida a una máquina de tren. Un buen día, con la rotativa parada por la caída de los tebeos, tomó uina hoja d papel que imprimía la máquina y comenzó a doblarla una y otra vez. El resultado fue un minúsculo cuadernillo de 64 páginas que lanzó sobre mi mesa diciendo: ¿Qué podemos hacer con esto? A los pocos meses, la Enciclopedia Pulga se convertía en un gran éxito editorial.

Algo tuvo que ver en ello la decidida apuesta por la agresiva y amplia publicidad, en consonancia con unas tiradas amplísimas, que llegaban en algunos casos de obras clásicas (La perfecta casada y obras de Tirso, Cervantes, Dostoievski o Oscar Wilde) a más de cien mil ejemplares. Así lo contó el propio Germán Plaza en una interesantísima conferencia en 1955:

Si bien era condición importante el contar con imprenta propia, no lo era suficiente. Precisábamos tener confianza en la reacción del público y efectuar tiradas lo suficientemente numerosas para que mereciera la pena imprimirlas en rotativa, procedimiento gráfico que, en ediciones de este carácter, permite una apreciable reducción del coste.

Era necesario también mecanizar al máximo el proceso de encuadernación, operación que por lo general invierte una considerable mano de obra. Y la importación de una maquinaria adecuada nos permitió lograrlo. Y además, una tradición editorial desarrollada sobre todo con una colección de tanta popularidad como en su tiempo lo fue El Coyote, nos permitió crear una organización distribuidora en España que nos facultaba para hacer llegar a todos los rincones del país las nuevas colecciones.

La Pulga tenía sin embargo  un muy noble antecedente en Grano de Arena, la colección creada e impulsada entre 1941 y 1942 por José Janés (1913-1959) de un modo mucho más artesanal (era una época incluso más dura, en la que todo estaba por hacer y ni hablar de importar maquinaria). Los pequeños volúmenes de 9 x 6 de Janés albergaron breves textos (pero completos) como Pollock, de H.G. Wells, Satyro, de Goethe, Intermezzo, de Heine, Inocencia reconocida, de Boccaccio, Heroídas, de Flaubert, Una tragedia, de Balzac, Una novela en nueve cartas, de Dostoievski, La modistilla, de Eugenio Heltai, Margarita de Escocia, de Mateo Bandello, Ética del contrabajo (Premio Viareggio 1939), de Orio Vergani, Elogio del gastrónomo, de Anthelme Brillat-Savarin, y obras igualmente breves de Edgar Allan Poe, E.T.A. Hoffmann, Joseph Conrad, R.L. Stevenson, Mark Twain, Edmundo de Amicis, Walt Withman, Oscar Wilde, D.H. Lawrence, Knut Hamsun, Luigi Pirandello o James Joyce.

Interior de Sor Beatriz, de Charles Nodier, en Grano de Arena (1942)

Los criterios de la Enciclopedia Pulga en cuanto a la selección de temas, autores y títulos también los expuso pormenorizadamente su creador:

No vamos a darle a este público, hasta hoy yermo de buena semilla, una literatura sofisticada o de proporciones grandiosas. Sería lo mismo que ofrecer un banquete pantagruélico a quien ha sufrido un ayuno prolongado. En vez de ello, hay que proporcionarle lo que, dentro de un tono de cierta elevación y ambición cultural, guarde proporción con la limitada preparación de que hasta el momento ha adolecido. Éste es otro de los secretos a voces de la Enciclopedia Pulga. No asusta al lector con volúmenes de gran extensión o de contenido abstracto, sino que le ofrece temas sencillos, de interés permanente, expuestos en un lenguaje llano e inteligible.

La selección de títulos llevada a cabo por Mario Lacruz para La Pulga presenta más de un punto de coincidencia con la de Janés en cuanto a algunos autores (Goethe, Wilde, Stevenson, Twain…), si bien una diferencia importante la constituye la presencia de autores españoles. Si en el proyecto de Janés sólo aparecen Eduardo Aunós (con París en el siglo) y Eugenio d´Ors (Historia de enfermos y de viejos), en la de Lacruz se dio cancha a varios escritores destinados a ocupar un lugar importante en la historia de la literatura española, como es el caso de Dolores Medio, César González Ruano, Miguel Delibes, Camilo José Cela o el propio Mario Lacruz, de quien en 1955 se publicó un volumen titulado Un verano memorable que incluía Ana y los niños, La comunidad, La mujer forastera y solitaria, Los brazos y el relato que le daba título (y del que el año 2000 Debate publicó una edición no venal numerada de 500 ejemplares). Por otra parte, y según explica Plaza en la misma conferencia ya citada, lo que más se vendía, y en este orden, eran los encargos hechos por el editor a autores no muy conocidos de obras referidas a temas importantes (Sevilla, Los Estados Unidos al sprint, ¿Jesucristo es Dios?, La religión, ¿para qué?…), autores clásicos como los ya mencionados, los temas de divulgación científica o de humanidades (La energía atómica, Beethoven, Islandia, entre fuego y hielo…) y por último “relatos y narraciones de autores contemporáneos y de “campanillas””. Es notable también la presencia en Pulga de versiones de obras llevadas con éxito a la gran pantalla (Mogambo, de Wilson Collinson, El prisionero de Zenda, de Anthony Hope o Ben-Hur, de Lewis Wallace, obviamente en una versión abreviada a 223 páginas).

23c47-imageproxy-mvc

Si se ha recordado hasta la saciedad el eslógan de que se sirvió esta colección (“El saber no ocupa lugar”), menos leída ha sido la publicidad que aparecía al final de cada uno de ellos, obviamente destinada a evitar que libros tan baratos como estos fueran objeto de préstamo:

La muerte acecha…

Piense por un momento en los males que puede acarrearle la lectura de novelas que hayan pasado por varias manos.

No olvide que el papel es uno de los vehículos portador de las más terribles enfermedades.

¡Huya de ellos como del mismo demonio!

Ahora ya no necesita usted pedir novelas prestadas porque en la Enciclopedia Pulga encontrará lo que necesita y a un precio sumamente económico. Cada volumen de 64 páginas, con un promedio de 60.000 espacios y cubierta en cartulina, 1’50 Ptas.

Desde luego, se trata de una colección que dice muchas cosas acerca de cómo eran los años cincuenta en España, pero lo que quizá pueda parecer extraño es que los publicistas de dispositivos de lectura digital no hayan empleado todavía ese sagaz argumento…

Fuentes:

El Abuelito, “Pulgas fantásticas” y “Pulgas gigantes”, en El Desván del Abuelito, 11 de febrero de 2009 y 15 de marzo de 2011, respectivamente.

Francisco Lacruz, “Mario, mi hermano”, reproducido en el apéndice a Mario Lacruz, Trilogía de la culpa (El inocente. La tarde.El ayudante del verdugo), Madrid, Funambulista, 2009.  (Colección LiteraDura), pp.609-616.

Laura López Sánchez, “La culpa en la novela de Mario Lacruz”, reproducido en el apéndice a Mario Lacruz, Trilogía de la culpa (El inocente. La tarde.El ayudante del verdugo), Madrid, Funambulista, 2009.  (Colección LiteraDura), pp. 595-608.

Ll. M., “Germán Plaza, el introductor del libro de bolsillo”, La Vanguardia, 17 de marzo de 1984, p. 27.

Xavier Moret,”Plaza y Janés”, en Tiempo de editores. Historia de la edición en España, 1939-1975, Barcelona, Destino (Imago Mundi 19), pp. 168-174.

Germán Plaza, “Los problemas del libro popular en España”, conferencia pronunciada en la Biblioteca Central de la Diputación de Barcelona con motivo de la Exposición de la Fiesta del Libro de 1955 y publicada como anexo al Catálogo de la producción editorial barcelonesa comprendida entre el 23 de abril de 1954 y el de 1955, Barcelona, Diputación de Barcelona, 1956.

Pop Ediciones, “Por un puñado de pulgas”, Cultura impopular, 23 de abril de 2012.


Tagged: Camilo José Cela, César González Ruano, Germán Plaza, Grano de Arena, José Janés, Mario Lacruz, Miguel Delibes, Pulga

Guillermo Schavelzon. Casi cincuenta años de edición en lengua española

$
0
0
Guillermo Schavelzon, fotografiado por Daniel Mordzinski.

Guillermo Schavelzon, fotografiado por Daniel Mordzinski.

Pocas presentaciones necesita Guillermo Schavelzon, testigo privilegiado de los últimos años de la edición en lengua española y de su evolución, en la que ha desempeñado además un papel muy destacado y ha vivido desde primera fila algunos acontecimientos importantes, tanto en Argentina como en México y España.

Si no me equivoco, entraste en contacto con el mundo editorial –después de pasar por la escuela de Cine de la Universidad de La Plata– a través de la editorial de Jorge Álvarez, que en su momento suponía una novedad respecto a lo que venía haciéndose en Argentina, ¿no? Conocerás su libro de memorias (publicado por Libros del Zorzal), pero la imagen que en la distancia transmite ese proyecto de Jorge Álvarez es la de una empresa dominada un poco por el azar, sin un plan a largo plazo, que sin embargo acertó a descubrir algunos autores importantes (Copi, Rodolfo Walsh, Piglia, Manuel Puig o Juan José Saer) y que surgió en el momento oportuno pero cuando el llamado boom de la narrativa hispanoamericana ya estaba gestándose.

Jorge Álvarez

Así es. Jorge Álvarez fue un hombre muy audaz con una gran intuición, percibió que algo tenía que cambiar en un país con muchos escritores y lectores, donde sólo estaban las editoriales tradicionales (Losada, Emecé, Sudamericana) que hacían una edición que estaba quedando anticuada. En esos años comienza a publicarse el primer magazine semanal estilo Newsweek, llamado Primera Plana. Lo fundó un periodista mítico y genial, Jacobo Timerman, y el jefe de redacción era un periodista y joven escritor también genial, Tomás Eloy Martínez. Primera Plana marcaba todas las tendencias culturales, y por primera vez en el sigo xx dio portada a escritores: así fue lanzado Cien años de soledad, de García Márquez, y Paradiso, de Lezama Lima, dos autores apenas conocidos que se convirtieron en lo que hoy son. Es cierto que no había un proyecto coherente ni podía haberlo, los años setenta eran convulsos y así fue la editorial. Álvarez supo rodearse de gente de muchísima capacidad creativa, entre ellos Rogelio García Lupo, el primer periodista de investigación en Argentina, que comenzó a acercar ideas, Alberto Ciria, un cientista político que terminó de catedrático en Canadá, Pirí Lugones, una relaciones públicas y asesora literaria de primer nivel, Chiquita Constenla, otra intuitiva que inventaba éxitos, Ricardo Piglia, un joven escritor de veinte años que había llegado a Buenos Aires buscando trabajo, y algunos otros.  La editorial era ante todo una librería, centro de reunión de la izquierda progresista y una elite de la derecha más culta, debido a que estaba en la zona de los Tribunales de Buenos Aires. También fue el primero en publicar libros de humor ilustrado, Mafalda, el Manual del Gorila (en referencia a los antiperonistas furibundos) de Carlos del Peral, y narradores que andaban perdidos porque sus propuestas no parecían comerciales: Manuel Puig, Germán Rozenmacher (cuya muerte prematura cortó su prometedora carrera), Juan José Saer, Rodolfo Walsh y muchos otros.

Las memorias de Jorge Álvarez, de reciente publicación, son caóticas como era él, muy acotadas; yo mismo podría agregarle otro tanto con mis propios recuerdos, que él olvida. Este es un tema de discusión permanente que tengo con autores de la agencia, a quienes digo que no se puede dejar las memorias para después de los 80, cuando la memoria flaquea demasiado.

Realmente, ¿la editorial suponía un proyecto rompedor con el panorama editorial argentino de esos años? Jorge Álvarez ha dicho en alguna ocasión que trabajaba más “a la americana” en lugar de hacerlo “a la europea” como hacían Emecé, Sudamericana o Losada, pero eso no queda muy bien explicado y parece aludir a los fundadores de esas editoriales (Mariano Medina del Río y Álvaro de las Casa, Antonio López Llausàs y Gonzalo Losada, respectivamente). ¿En qué sentido se distinguía del modo de hacer “europeo”?

No me parece. Los estadounidenses son muy planificadores, Jorge Álvarez era puro impulso, una editorial que crecía sin orden, sin presupuestos, sin posibilidades ni planificación financiera, pagando mal a los proveedores y casi nunca a los autores, siempre al borde de la quiebra, como finalmente terminó.

Jorge Álvarez

En ese contexto, uno de los recuerdos importantes de tus inicios me parece el referido al encuentro en enero de 1966, en México, con Gabriel García Márquez, que contaste en 2001 en Lateral con motivo de la publicación de “La odisea literaria de un manuscrito”. ¿Puedes resumir ese encuentro, u otros que para ti fueran indicativos del llamado boom?

Jorge Álvarez fue el primer editor de Vargas Llosa (Los Jefes) y casi de García Márquez (Los funerales de la mamá grande, que no se llegó a publicar). Me tocó a mí, en un viaje a Lima y México, contactarlos y contratarlos, pero el verdadero mérito fue de Ángel Rama, el crítico literario del semanario uruguayo Marcha, que nos dio los datos: “vean a estos chicos, están haciendo cosas interesantes”. Me sorprende qué olvidado está Rama, a quien se debe una parte fundamental del boom, y las editoriales Arca (Montevideo) y la Biblioteca Ayacucho (Caracas).

Siempre de izquierda a derecha: Sentados: Pablo Neruda y Mario Vargas Llosa; de pie: el músico Jorge Aravena Llanca, Roger Caillois y Ángel Rama.

¿Cómo se gesta Galerna, que creo que inicialmente era sólo una librería en la calle Tucumán y que hoy reúne editorial, distribuidora y librerías? ¿Puedes trazar un poco su historia e importancia y definir el papel de Ángel Rama en esos inicios?

Los jefes en la edición de Jorge Álvarez.

Mi convivencia con Jorge Álvarez, aunque yo apenas tenía veinte años, era muy difícil, al final insoportable. Una vez viajó a España por dos meses, en los que yo organicé con mi ignorancia la editorial, contraté un asesor que nos enseñó a hacer un presupuesto, planificamos, descubrimos que ganábamos dinero pero nunca sabíamos dónde estaba; tuve el apoyo del equipo interno de base: Juan José (Chungo) Lecuona (encargado de la librería, es decir de generar la caja diaria), Jorge M. López (encargado de la exportación, que era mucha), Yaco Capeluto (“el contador”, quien llevaba la administración). El regreso de Álvarez era esperado porque tenía que traer cientos de miles de pesetas que había ido a cobrar a España. Llegó, pero el dinero ¡se lo había gastado todo! Vino con maletas repletas de regalos, cortes de tejido para la madre (su gran debilidad) y cosas para todos nosotros. Pero ni una peseta. En dos semanas desbarató lo organizado, era algo más fuerte que él. Yo para entonces tenía un porcentaje de la sociedad y decidí irme: Jorge me compró esa parte con una enorme cantidad de letras, con las que decidí abrir Galerna. Comencé con una editorial,  luego fue una pequeña librería, y cuando crecí me asocié con un “hombre de números”, Julio Martín Alonso, que había sido director de la sede local de Planeta. Vino el golpe militar de 1976, fui amenazado, me pusieron una bomba, tuve que exiliarme en dos días y me marché a México.

Alberto Manguel

Otro encuentro importante o cuanto menos curioso me parece el que tuviste con Alberto Manguel, que se produce en la época en que éste acudía a casa de Borges a leerle, ¿no es así? El hecho de que hoy seas su agente literario hace suponer que hay una cierta sintonía y que quizá compartís una visión acerca de la industria editorial o del mundo del libro.

Manguel llegó siendo un chico de dieciocho, lleno de ideas, amigo cercano de Enrique Lynch, cuya madre Marta era una escritora muy exitosa. Propuso cosas, y publicamos muchos libros, Alberto era inmensamente culto y políglota. Al poco tiempo Alberto entendió que eso no era para él, ¡y qué razón tuvo! Ya no volvió nunca a la Argentina, por eso es lo que es hoy.  Llevamos más de cuarenta años de amistad y trabajo conjunto.

La revista Los libros. Un mes de publicaciones en Argentina y el mundo (1969-1976), de la que fuiste colaborador y en la que apareció también Ricardo Piglia, parece un poco en consonancia con la estética de Jorge Álvarez y con el auge del estructuralismo francés. El hecho de que la Biblioetca Nacional hiciera una edición facsimilar en cuatro tomos es indicativa de su importancia e interés. ¿Te parece significativa de un momento cultural en Argentina, o por lo menos en Buenos Aires?

Los Libros fue una idea que trajo un intelectual argentino de los más serios que regresaba de vivir muchos años en París, el semiólogo Héctor (Toto) Schmucler. Traía lo mejor del estructuralismo, lleno de ideas. Diseñamos la revista, de la que yo fui el editor, Toto el único creador y director. Luego se incorporó Ricardo Piglia, Beatriz Sarlo…, fue cambiando con las polémicas de la izquierda argentina que miraba siempre a la francesa. El momento en toda la Argentina era excepcional, no sólo en Buenos Aires. En Córdoba José María (Pancho) Aricó publicaba los Cuadernos de Pasado y Presente, una revista modélica de línea marxista gramsciana, y luego una editorial. Pancho, que también se exilió en México, fue la parte oculta de Siglo XXI México, la editorial más importante de los años setenta y ochenta, fundada por Arnaldo Orfila Reynal, cuando fue despedido por cuestiones políticas de la dirección del Fondo de Cultura Económica. Orfila es otro personaje que no hay que olvidar: argentino emigrado a México a raíz de la Reforma Universitaria en 1921, fue “fichado” por el fundador del Fondo, Daniel Cossío Villegas, que reunió para hacer la editorial y el centro de estudios El Colegio de México a todo el exilio republicano español.  Fue también el fundador de EUDEBA (Editorial Universitaria de Buenos Aires), todo un período muy excepcional.

De izquierda a derecha Homero Aridjis, Fernando del Paso, Arnaldo Orfila Reynal y Alí Chumacero.

El vínculo entre Los libros, inicialmente dirigida por Héctor Schmucler, y Galerna se deshace hacia 1971, momento que coincide con el cambio se subtítulo a “Para una crítica política de la cultura”. ¿Había una coincidencia más allá de la relación comercial, ya sea de amistades, estética, ideológica o de propósitos e inquietudes culturales?

Toto Schmucler

La discusión y el enfrentamiento ideológico de esos años lo marcaba todo, y Galerna no podía cubrir el déficit económico que siempre tuvo Los Libros. Los desacuerdos entre Toto Schmucler, Beatriz Sarlo, Ricardo Piglia y otros no los conozco como para contarlos con el respeto que merecería.

Has vivido contextos sociales y políticos muy diversos, en Argentina, en México y en España, pero ¿podrías contar un poco el caso de Los vengadores de la Patagonia trágica (o La Patagonia rebelde) de Osvaldo Bayer y sus consecuencias? En España la publicó en 2009 Txalaparta, pero me parece un texto y una historia muy poco divulgados, y que cuando se dio a conocer en Argentina tuvo una enorme repercusión. Y que además te afectó de un modo personal.

Edición del primer tomo en Galerna.

Un día aparece un historiador y periodista con el manuscrito de Los vengadores, era Osvaldo Bayer. Lo publiqué y fue un éxito excepcional. Dos directores de cine bastante comerciales aunque inquietos la llevaron al cine. La venta explotaba, los cines tenían colas interminables. En 1976 Bayer tuvo que escapar a Alemania, llegó al aeropuerto escondido en el maletero del coche oficial del embajador de Alemania, en un momento en que los militares detenían el tránsito para revisar los coches y la gente desaparecía sin dejar rastros. Yo me fui una semana después. Alcanzamos a publicar tres de las cuatro partes que constituían la obra de Bayer, el cuarto tomo salió en Alemania, publicado en castellano por Klaus Dieter Vervuert.

En México, donde pasarías más de diez años, ¿fue como director editorial de Nueva Imagen tu primer trabajo? Cuando el boom se internacionaliza, tú ya habías estado en contacto profundo con el mundo editorial de dos de sus capitales principales, Buenos Aires y México. ¿Qué contexto editorial te encuentras cuando llegas a México y a qué transformaciones asistes en ese ámbito editorial?

Sealtiel Alatriste

Nueva Imagen fue mi primer proyecto, con un socio mexicano que aceptó el desafío, Sealtiel Alatriste. México para mí representó la internacionalización de mi mirada editorial, viajaba mucho y aprendía más. Curiosamente, nuestros mayores éxitos fueron Mafalda y la obra de Mario Benedetti y de Julio Cortázar.

¿Era perceptible aún entonces la impronta de los intelectuales exiliados a raíz de la guerra civil española? Me refiero por ejemplo a casos como Joaquín Mortiz, Era o incluso el Fondo de Cultura Económica.

Los exiliados españoles, más los chilenos y al final los argentinos eran una presencia importante en México. Toda la industria editorial se modernizó con la llegada de los republicanos a la edición y a la enseñanza. Joaquín Mortíz era una editorial excepcional, y el socio local de Seix Barral cuando la censura todavía era durísima en España.  ERA fue otro caso, fundada por tres exiliados: Neus Espresate, Vicente Rojo y José Azorín. Las tres iniciales de ERA. Neus era la editora, el pintor Vicente Rojo el diseñador (fue la editorial más moderna de América), y Azorín el industrial, habían montado la Imprenta Madero, la más moderna de México, la que hizo escuela. Sesenta años después ERA todavía vive de ese período de gloria. Joaquín Díez Canedo, fundador de Mortiz, había trabajado en el Fondo de Cultura hasta que éste se transformó en una empresa propiedad del Estado, es decir de duración “sexenal”, como los gobiernos. Pese a ser una empresa del Estado mexicano, hoy es la única multinacional del libro totalmente latinoamericana y plenamente activa, con sucursales en todo América y España.

Neus Espresate y Vicente Rojo en las oficinas de ERA.

Pareces ser muy sensible al asociacionismo, al trabajo colaborativo, y quizás en ese ámbito el caso más llamativo o conocido sea el de Cepromex, el Centro de Promoción del Libro Méxicano (organismo de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana). ¿De qué necesidades surge ese proyecto y qué balance puede hacerse de su trabajo?

Había una gran necesidad de exportar los libros que se hacían en México, así que propuse a la Cámara del libro crear un “organismo” (figura extraña) que se dedicara a eso. Lo dotaron de un presupuesto generoso y me nombraron director. Así fue que iba a todas las ferias del mundo promoviendo los libros mexicanos, y el personal de las embajadas locales se sorprendía al ver a un argentino al frente de eso, pero todos daban su apoyo. Es curioso, dicen que México es un país muy nacionalista…, no me imagino algo así en Catalunya, por ejemplo.

Tu llegada a España coincide más o menos con la “movida madrileña”, de la que surgirán figuras como Pedro Almodóvar, y es el momento en que, a través sobre todo de editoriales como Anagrama Tusquets, Seix Barral o la propia Alfaguara, se están asentando una serie de nuevos novelistas españoles que empiezan a ser leídos en todo el mundo (Muñoz Molina, Julio Llamazares, Juan José Millás, Javier Marías…). ¿Advertiste una cierta convivencia armónica entre las grandes editoriales y las llamadas independientes? Aunque lo conocieras desde la distancia, ¿qué te sorprendió de la edición española?

Yo tenía mucha relación con España, viajaba varias veces al año. Anagrama, Tusquets y otras ya eran editoriales muy establecidas, pero todo se lo debo a quien fue mi maestro (y de muchos otros jóvenes editores latinoamericanos), Javier Pradera, que en ese momento dirigía Alianza. Teniendo a Pradera de guía todo era fácil. ¡Cómo lo echo de menos!

Javier Pradera (1934-2011)

Desde tu puesto en Alfaguara supongo que conocerías más a fondo el panorama de agencias literarias en España, un tipo de empresa que en varias ocasiones has explicado ya por qué no existe en Argentina o México.

Carmen Balcells, desde el primer momento, me trató con cariño y respeto. Fue la primera en entender que para que los grandes autores circularan en Latinoamérica, había que publicarlos allí. Y eso hizo.

¿Qué te lleva a regresar a Argentina y, en el ámbito editorial, qué cambios percibes a tu llegada? Después de estar en un gran grupo en España (Alfaguara), pasas a otro gran grupo en Argentina (Planeta) ¿Hay modos de hacer o de funcionar propios de los grandes grupos? Cómo valoras el proceso de concentración al que asististe.

Los grandes grupos permiten grandes posibilidades, pero a los espíritus rebeldes les cuesta adaptarse a la disciplina corporativa. Yo tenía un jefe –que nunca leyó un libro– que se molestaba de que mi colega y amigo Alberto Díaz (también discípulo de Pradera) y yo fuéramos a trabajar sin corbata.

Ricardo Piglia

¿Tienes ganas de decir algo más acerca del Premio Planeta Argentina concedido en 1997 a Ricardo Piglia por Plata quemada? Has repetido por activa y por pasiva que nada tuvo que ver en tu salida de Planeta, y también Piglia ha dado todo tipo de expliciaciones, pero el hecho de que hayas tenido que hacerlo ya es indicativo del ruido que hizo en su momento esa polémica. ¿Te apetece dar, una vez más, tu versión o contar si te afectó en algún aspecto?

No me importa repetirlo, el escándalo ocasionado por ese premio fue consecuencia de un “ajuste de cuentas” que unos pocos intelectuales resentidos hicieron con Piglia. Tampoco me importa que me crean o no. Yo había anunciado a mi jefe local, al jefe internacional (hoy director general del Barça) y al propio José Manuel Lara, en una comida en La Dama de Barcelona, que me iría a finales de año, y eso hice. Nadie quiso creerme, pensaban que había fichado por otra empresa, o que era una estrategia para ganar más (ya ganaba muchísimo), pero luego todos lo vieron: me hice agente literario, no volví a hacer presupuestos, no tuve que usar más corbata. Por eso conservo la magnífica relación que tengo con todos en el grupo Planeta. Nunca hubo engaño, siempre me trataron muy bien, nada tuvo que ver con el premio a Piglia, aunque debo reconocer que sirvió para fortalecer mi relación personal y profesional con Ricardo. Los que montaron el escándalo ya desaparecieron del mundo del libro.

Posteriormente, una vez instalado como agente literario importante y con una cartera de autores de primer orden, participaste en 2006 en la creación de ADAL (Asociación de Agencias Literarias). ¿Puedes hablar un poco de ese proyecto?

Me parecía absurdo que cuando el 75% de la contratación de libros pasa por las agencias literarias, y estando el 90% en Barcelona y el 10% en Madrid, no existiera un foro en que compartiéramos nuestras cosas. El resto fue fácil, las primeras entusiastas fueron Mercedes Casanovas, Antonia Kerrigan y Silvia Bastos. Sigo sin entender por qué la agencia Balcells es la única que no pertenece a Adal. Carmen debería ser la presidenta de honor.

A las puertas del centenario de Julio Cortázar, es casi obligado preguntar por tu relación con él. Has escrito en más de una ocasión sobre él, y recuerdo bien haber leído en el periódico mexicano Unomasuno una entrevista que le hiciste en la que hablasteis muy en profundidad de diversos temas, y en particular me interesó mucho la extensa parte dedicada al exilio. ¿Cuál fue tu trato con Cortázar?

Lo conocí en París por Carlos Gabetta, comencé a publicarlo en México, donde tuvo un éxito inimaginable. Lo demás se debe a su ternura, capacidad de afecto y humildad.  Tuvimos mucha relación, muchos veranos compartidos.

Julio Cortázar y Gabriel García Márquez

Algún día se publicarán las cartas, que en esa época se escribían y se enviaba por correo postal y por eso se conservan. Tengo muchísima correspondencia (mía, de él, algunas de él a su madre),  que curiosamente no aparece en los volúmenes de epistolarios publicados.

 

(entrevista realizada en Barcelona en noviembre de 2013)

Fuentes:

WEB DE LA AGENCIA.

 Silvina Friera, “Un lugar no apto para autores sensibles”, Pagina 12, 17 d octubre de 2009.

Martín Gómez, “Entrevista a Guillermo Schavelzon. Con un ojo puesto en los negocios y el otro en la literatura”, El Ojo Fisgon, 27 de febrero de 2007.

Ariel Idez y Juan J., “Jorge Álvarez, el eslabón perdido”, Clarín, 2 de diciembre de 2012.

Felicidad López, “Entrevista a Guillermo Schavelzon: Agente Literario”, ElLibrepensador.com, 2009.

Alberto Manguel, Conversaciones con un amigo, introducción de Paul Rouquet y traducción de Pedro B. Rey, Madrid, La Compañía 16, 2011.

Ángel Rama, “El boom en perspectiva”, Signos Literarios, núm. 1 (enero-junio 2005), pp. 161-208.

Guillermo Schavelzon, “Cuando Gabriel García Márquez no podía pagar el alquiler”, Lateral, diciembre de 2001, p. 7.

Guillermo Schavelzon,  “La función del agente literario”, Ponencia presentada al Encuentro Iberoamericano de Mujeres Narradoras,Lima, agosto 1999.

Guillermo Schavelzon, “La nacionalidad de Julio Cortázar”, Unomásuno, 3 de agosto de 1981.

Guillermo Schavelzon, “Entrevista digital de los lectores de El País”, 31 de mayo de 2011.

Guillermo Schavelzon, “Decálogo del agente literario”, El Malpensante, núm. 125 (noviembre de 2011). También en Trama & Texturas, 19 (diciembre de 2012).

Guillermo Schavelzon, “Bienvenida la crisis”, Trama & Texturas, núm. 19 (mayo de 2009).

Guillermo Schavelzon, “Cómo hacer para ser publicado”, La Balandra digital, n. 4. Versión en vídeo.

Guillermo Schavelzon, “Julio Cortázar: el exilio (entrevista)”, Unosmásuno.

Patricia Somoza y Elena Vinelli, “Historia oral de los libros”, Página/12, 8 de abril de 2012.

Carlos Ulanovski, Héctor Yánover, Guillermo Schavelzon. “Los que viven de los libros”, La Nación, 19 de marzo de 2000.

Jaime Arturo Vargas Luna, “Entrevista a Guillermo Schavelzon”, El hablador, núm.14.


Tagged: Ángel Rama, Guillermo Schavelzon, Jorge Álvarez, Julio Cortázar, Planeta, Ricardo Piglia

Los inicios de Grijalbo

$
0
0

Juan Grijalbo Serrés

Juan Grijalbo (1911-2002) fue un editor autodidacta, y quizás resulte un poco asombrosa la brillantez de su carrera como editor al recordar el hecho de que abandonó la escuela con poco más de quince años  y se formó sobre todo con la lectura de periódicos (El Sol, Abc, La Vanguardia y La Veu de Catalunya). En más de una ocasión dijo que se convirtió en editor por casualidad. Sin embargo, su Gandesa natal es tierra de editores. Allí nacieron Josep Lluís Monreal (n. 1932), que creó Danae y más tarde el Grupo Océano, y Enric Borras Cubells (1920-1985), que trabajó en Teide, con Grijalbo y posteriormente fundó la editorial El Llamp.

Su primer empleo, a los dieciséis años, fue en el Banc de Reus, donde su principal ocupación era registrar letras, y de allí pasó al cabo de pocos años al Banco Zaragozano. La militancia en el Partit Unificat de Socialistes de Catalunya (PUSC) le llevó más tarde a ocupar importantes cargos en el Consell d´Economia de la Generalitat (en representación de UGT) y a ser director general de Comercio, y en calidad de tal Estanislau Ruiz Ponsetí (1889-1967) le pidió ayuda para evitar que durante la guerra civil un grupo de anarquistas quemara un stock de libros de tema religioso de la editorial en la que trabajaba, Gustavo Gili. A raíz de su decisiva intervención en este asunto, Ramón Sopena, Santiago Salvat y el propio Gustavo Gili le avalaron como delegado de la Generalitat en la Cámara del Libro de Barcelona.

Joan Comorera

Una vez acabada la guerra, estando en Francia con la pensión que recibía de la Generalitat compró una máquina para abrir cartas, y ello le permitió convertirse en jefe de correspondencia del Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (SERE). También en París interviene en la creación por parte del PSUC de la editorial Atlante, cuya gestación resume Martín Ramos citando un informe titulado “EL PSUC en el exranjero” atribuido al dirigente comunista Joan Comorera (1894-1958):

A primeros de mayo [de 1939] era inminente la fundación de una editorial francesa para la publicación de nuestra prensa y propaganda ordinaria y de una editorial americana de tipo comercial para publicar nuestros libros y ver la manera de rehacer el tesoro del partido.

Estanislau Ruiz i Ponsetí

Para llevar a cabo esta labor, Comorera recabó la colaboración del geógrafo Leandro Martín Echevarría (1894-1958) y del abogado Manuel Sánchez Sarto (1897-1980), que había sido director de la Editorial Labor y quien a su vez cooptó a Grijalbo. La marcha de Comorera a Moscú retrasó la fundación de esta empresa, que se formalizó finalmente el 1 de julio de 1939 en la sede del Consulado de los Estados Unidos Mexicanos con un capital inicial de medio millón de pesos mexicanos aportados por el partido y con Ruiz Ponsetí y Miquel Serra Pàmies (1902-1968) como directores-gerentes, Martín Echevarría como subdirector, Serra Pàmies como representante del capital aportado y Grijalbo como administrador.

Miquel Serra i Pàmies en 1937.

Con las 6.000 libras esterlinas (algo más de millón y medio de pesetas) que Ruiz Ponsetí entregó a Grijalbo, éste se ocupó de la creación definitiva de Atlante en México, el 25 de septiembre, a la espera de recibir el resto del capital, que quedó en la Banque Commerciale de París y no tardó en ser bloqueado. Aun así, Atlante no se desvió de un ambicioso plan inicial que se explicitaba del siguiente modo en el artículo segundo de la sociedad:

La sociedad tendrá una finalidad productiva y su objetivo será editar por cuenta propia o en administración, obras de reconocida valía, mediante las cuales se contribuya a elevar el nivel de la cultura, y con cuyo rendimiento económico, obtenido conforme una rigurosa observancia de los costos, queden justamente remunerados todos los colaboradores intelectuales y materiales, y se asigne a quienes aporten los medios de financiación, una participación proporcionada de los posibles beneficios.

Portada de Destierro (1942) de Domenchina en Atlante. 17,5 x 12, 124 pp.

Atlante ayudó en los primeros años del exilio a muchos intelectuales españoles, pero cuando Comorera llegó a México la empresa ya estaba al borde del abismo. El 18 de septiembre el consejo de administración censuró por ello a Ruiz Ponsetí, que tuvo que dimitir como gerente (más tarde sería gerente de la editorial UTEHA), y, en palabras de Martín Ramos:

La empresa del PSUC recompuso su situación financiera mediante el artificio de la recompra de la mitad de las acciones por parte de un supuesto nuevo grupo encabezado por Abel Martín Echevarría [hermano de Leandro] que no hizo otra cosa que actuar como testaferro del partido, y en la práctica del propio Comorera, que iba a asumir el pleno control.

En Atlante predominaron las obras afines a la ideología del partido “desde clásicos del marxismo hasta las obras literarias rusas, traducidas con frecuencia de la lengua original”, según Maite Férriz, pero también tuvo espacio para una prestigiosa y deficitaria revista científica (Ciencia. Revista hispanoamericana de ciencias puras y aplicadas), para las dos primeras ediciones del fundamental Diccionario de Filosofía de José Ferrater Mora (1941 y 1944) e incluso para algunas obras de creación literaria, como la Antología de la poesía española contemporánea, 1900-1936, preparada por Juan José Domenchina (1898-1959), varias obras del propio Domenchina o los mayores éxitos de Atlante: El motín del “Caine” (1952), de Herman Wouk, y las memorias del duque de Windsor. Entre las curiosidades, la colección de biografias Gandesa, cuyo logo diseñó Pere Calders basándose en el guante que aparece en el escudo de la ciudad natal de Juan Grijalbo.

Portada de Acolmán, un convento del siglo XVI. Texto y fotografías de Pere Calders y dibujos de Tísner y Pere Calders (Atlante, 1945)

Ante nuevas dificultades, la aportación de cincuenta millones de pesos por parte del director del Banco de México, Eduardo Villaseñor, y del muy célebre galerista y publicista Alberto Misrachi, añadido a un crédito de la Comisión Técnica de Ayuda a los Refugiados Españoles permitieron alargar unos meses la trayectoria de Atlante. Fue entonces cuando Grijalbo compró a plazos las acciones de la compañía (en manos de Villaseñor, Misrachi y Matilde Legorreta), liquidó las deudas y puso en pie Exportadora de Publicaciones Mexicanas, germen de la Editorial Grijalbo.

De izquierda a derecha, Carlos Barral, Juan Grijalbo y José Martínez Guerricabeitia (Ruedo Ibérico) en la Feria de Frankfurt en 1976.

Fuentes

Fundación Juan Grijalbo Serrés, cuyo lema es “Impulsamos el desarrollo de lo futuros editores y de los lectores del mañana”, aquí.

Juan Escalona, “Editores españoles en el exilio”, en Catálogo de la Exposición Editores del Exilio Republicano de 1939, Sant Cugat del Vallès, Associació d´Idees-Gexel, 1999, pp. 7-40.

Josep Maria Espinàs, Entrevista a Juan Grijalbo en el programa de TV3 Personal i intransferible, 28 de abril de 1994. Con documentación gráfica muy interesante y poco accesible de su archivo personal.

Teresa Férriz Roure, La edición catalana en México, Jalisco, Colegio de Jalisco, 1998.

Jorge Herralde, “Grijalbo, “homenot” del 90””, La Vanguardia, 3 de julio de 2001. Recogido en Por orden alfabético, Barcelona, Anagrama (Biblioteca de la Memoria), 2006.

Antonio Lago Carballo y Nicanor Gómez Villegas, eds., Un viaje de ida y vuelta. La edición española e iberoamericana (1936-1975), Madrid, Siruela (El Ojo del Tiempo 9), 2006.

Manuel Llanas, La edició a Catalunya. Segle XX (fins a 1939), Barcelona, Gremi d´Editors de Catalunya, 2005.

D.M., “El editor barcelonés Juan Grijalbo falleció ayer a los 91 años de edad“, Abc, 23 de noviembre de 2002, p. 63.

José Luis Martín  Ramos, Rojos contra Franco. Historia del PSUC, 1939-1947, Barcelona, Edhasa (Ensayo Histórico), 2002. El documento citado en el texto, y atribuido a Comorera, en el Archivo Histórico del Partido Comunista de España (Madrid).

Xavier Moret, “Muere a los 91 años Juan Grijalbo, editor de best sellers y de textos marxistas”, El País, 23 de noviembre de 2002, p. 36.

F.L. del Pino, “Juan Grijalbo. “Yo soy autodidacta”” (entrevista), Diario de Tarragona, 24 de octubre de 1995, p. 39.

Gonzalo Pontón, “Ocho líneas de enciclopedia”, El País, 23 de noviembre de 2002, p. 36.

Gonzalo Santonja, Los signos de la noche. De la guerra al exilio. Historia peregrina del libro republicano entre España y México, Madrid, Castalia (Literatura y Sociedad 76), 2003.


Tagged: Atlante, Grijalbo, Juan Grijalbo, Pere Calders, Tísner

Una editora a la sombra de Orwell

$
0
0

Sonia Brownell y Lys Lubbock

A Sardiflor, de veras agradecido.

Las viudas de grandes escritores, salvo contadas excepciones, nunca han gozado de muy buena fama entre los editores, y tampoco a menudo entre los lectores. Han corrido no pocos rumores acerca de las de Borges (María Kodama), Cela (Marina Castaño) o Bolaño (Carolina López) y, por ejemplo, acerca de la de Rafel Alberti, María Asunción Mateo –de quien se ha dicho que antes le tiró los tejos, sin fortuna, a Francisco Ayala–, Mario Muchnik ha detallado sus desafortunadas intervenciones en la edición del quinto volumen de memorias del poeta para borrar el nombre de Aitana Alberti, Luis García Montero o Luisito Muñoz, entre otras personas, y presionar para que se empleara como fotografía de portada una en la que aparecía ella particularmente favorecida junto a Alberti.

Hilary Spurling

Hilary Spurling, que probablemente quedará para siempre asociada a los dos impresionantes volúmenes en que recreó la vida del pintor Henri Matisse (The Unknown  Matise, 1869-1909, en 1989, y Matisse the Master: The Conquest of Colour, 1909-1954, en 2005), es autora de un interesante y revelador libro dedicado a la trayectoria de Sonia Brownell (1918-1980), quien ha pasado a la historia como Sonia Orwell, y que si no fuera por Spurling lo hubiera hecho sólo como otra viuda de escritor desalmada y avariciosa, dilapidadora de fortunas, que es poco más o menos como la retrataron Michael Selden (en Orwell. Biografía autorizada, publicada en 1993 en Emecé en traducción de César Aira) y Jeffrey Meyers (Orwell, la conciencia de una generación, Vergara, 2002, en traducción de María Dulcinea Otero).

Cyril Connolly

Sonia Brownell entra en contacto con el mundo editorial en otoño de 1939, cuando le llegan noticias de que Stephen Spender (1909-1995) y Ciryl Connolly (1903-1974) están preparando una revista hoy mítica (Horizon), que irrumpiría en el panorama de la Inglaterra en guerra en enero de 1940 y de la que se dice en la introducción a la Obra selecta de Connolly: “Sacar a la calle una publicación literaria mensual en plena Segunda Guerra, con escasez de medios, escritores exiliados y un país en ruina representó todo un reto”. En el comentario de presentación del primer número exponía el director las principales líneas rectoras de esta importante revista cultural de explícito subtítulo (“Una revista de literatura y arte”):

Una revista debería ser reflejo de su tiempo, y aquella que deje de serlo debería desaparecer. […] El objetivo de Horizon es ofrecer a los escritores un lugar donde expresarse, y a los lectores los mejores textos que podamos conseguir. Nuestros criterios son estéticos; nuestras opiniones políticas están en suspenso. No será siempre así, porque con el desarrollo de los acontecimientos las opiniones políticas de los artistas e intelectuales serán más evidentes.

A lo largo de su trayectoria, que se extendió entre 1940 y 1949, estamparon su firma en las páginas de Horizon escritores de la categoría de W.H. Auden, Paul Bowles, T.S. Eliot, Graham Greene, Arthur Koestler, Henry Miller, George Orwell, Vita Sackville-West, Dylan Thomas, Virginia Woolf…

Fue Spender, al encargar a Sonia el proyecto de un número sobre los jóevenes pintores británicos, quien le abrió las puertas de esta publicación. “Durante la primavera y el verano de 1940 –escribe Spurling–, Sonia pasaba textos a máquina, hacía recados y otras minucias para Spender, quien de vez en cuando le costeaba el billete de tren en lugar de darle algo de dinero para sus gastos”. Y según explicó Connolly en la introducción a La tumba inquieta (1944), Sonia y Lys Lubbock fueron quienes, “con una dedicación incomparable”, pusieron orden y dieron forma definitiva a “las treinta largas galeradas cortadas en pequeños trozos, como una ristra de morcillas, cubiertas por comentarios y tachaduras y extendidas por el suelo para ser colocadas y recolocadas en una especie de mosaico” que tenía Connolly.

Primera edición de La tumba inquieta, que Connolly firmó como Palinuro y publicó en Horizon.

Sonia, pues, se vio en la necesidad de compaginar otros empleos con el vocacional trabajo en Horizon, donde en una primera etapa publicó ensayos y artículos sobre arte hasta 1941 (coincidiendo con la salida de Spender de la revista), cuando se pasó a la Penguin New Writing de John Lehmann (1907-1987), quien habló de la “inteligencia tan certera y alegremente cínica” de Sonia. Después de la guerra, sin embargo, volvió como secretaria editorial a Horizon, a cuyo frente estaban entonces Connolly como cabeza pensante y Peter Watson como hombre de los cheques. El hecho de que ambos editores desaparecieran del mapa a menudo hizo que fuera Sonia quien, de facto, llevara adelante la revista en muchos momentos. Acabada la guerra, durante una estancia en París estableció amistad con lo más granado de la cultura francesa del momento: Raymond Queneau, Marguerite Duras, Georges Bataille, Jacques Lacan, Maurice Merleau-Ponty…, y hacia 1947 se había acostumbrado ya a ser ella quien llenara las páginas de la revista.

John Halas, Joy Batchelor, Bordon Mace y Sonia Orwell en el Hotel Dorchester.

En 1949 Sonia se comprometió con Orwell, que la había convertido ya en Julia, “la chica del Departamento de Ficción del Ministerio de la Verdad” en su distopía 1984, y quien estaba ya internado en el sanatorio de Gloucester. Posteriormente, trasladado al University College Hospital, se casó con Sonia el 13 de octubre, unos tres meses antes de morir (el 21 de enero de 1950). Pocos días antes Orwell pide a Sonia que nadie escriba su biografía y la nombra heredera y albacea. Fue ella quien, en colaboración con Ian Angus, se ocupó de la ingente tarea de publicar los cuatro volúmenes de textos de no ficción y cartas que componen The Collected Essays, Journalism and Letters of George Orwell, publicados originalmente en Nueva York por Harcourt, Brace & World en 1968: An Age Like This (1920–1940),My Country Right or Left( 1940–1943), As I Please (1943–1945) y In Front of Your Nose (1945–1950). En cierto modo, ero lo más parecido a una biografía que podía hacerse, dadas las estrictas indicaciones de Orwell.

Spurling hizo justicia finalmente a Sonia Orwell, investigando con la escrupulosidad que le caracteriza los pormenores de la creación y gestión de George Orwell Productions Ltd. y el papel que en esta empresa tuvo el asesor fiscal Jack Harrison. Quizá sea uno de los pasajes más clarificadores acerca de la relación entre la editora y el autor ya fallecido, y por si mismo justifica la lectura de este espléndido librito.

Tras la muerte de Orwell, Sonia se estableció en París y fue requerida por el gran editor de libros de arte Albert Skira (1904-1973), que conocía bien su labor en Horizon, y por George Weidenfeld (n. 1919), para quien trabajó como lectora y posteriormente editora de ficción en Weidenfeld & Nicolson, y en cuyo catálogo incorporó nombres del calibre de Mary McCarthy, Saul Bellow, Sybille Bedford o Norman Mailer. Tradujo además a Michel Leris y Marguerite Dumas al inglés, escribió en The Sunday Times y rechazó una oferta de la New York Review of Books por haberse comprometido previamente con Art and Literature (donde fue la responsable de que se dieran a conocer los primeros fragmentos de la “precuela” de la novela Jane Eyre Ancho mar de los Sargazos, de Jean Rhys).

Sonia murió completamente arruinada como consecuencia de los litigios que desde 1979 la enfrentaban a Harrison, destinados a recuperar el control de George Orwell Production y hacer valer las últimas voluntades del autor. Una muy triste historia con un final tardío.

Fuentes:

Cressida Connolly, “A woman and wife vindicated”, The Spectator, 18 de mayo de 2002.

Cyril Connolly, Obra selecta, (traducción de Miguel Aguilar, Mauricio Bach y Jordi Fibla), Barcelona, Lumen (Ensayo), 2005. En particular, la introducción y los artículos “George Orwell” (Sunday Times, 1968), pp. 748-754, y “Comentario (del primer número de Horizon)” (1939), pp. 809-813.

Jenn Díaz, “Viudas literarias“, ElDiaro.es, 2 de abril de 2013.

Jemi Diski, “Don´t think about it”, London Review of Books, 25 de abril de 2002.

La revista Horizon puede leerse en buena medida aquí.

Frank Kermode, “The Girl From the Fiction Department: A Portrait of Sonia Orwell” (reseña), The New Republic, 11 de agosto de 2003.

Hilton Kramer, “Ciryl Connolly´s Horizon”, The New Criterion, septiembre de 1989.

Mario Muchnik, “Rafael Alberti y las viudas”, en Lo peor no son los autores. Autobiografía editorial, 1966-1997, Madrid, Del Taller de Mario Muchnik, 1999 (3a ed.), pp. 17-25.

Mónica Maristain, “De profesión, viuda de escritor”, Planeta Ellas, 18 de junio de 2012.

Tom Rosenthal, “Orwell´s most ferocious defender” (reseña), The Sunday Times, 12 de mayo de 2002.

Trinidad Sotelo de León, “Sonia Orwell” (reseña), en Abc 16 de enero de 2006.

Hilary Spurling,  Sonia Orwell. La chica del departamento de Ficción (traducción de Xoan Abeleira), Barcelona, Circe (Testimonio), 2005.

Hilary Spurling, “In defense of Sonia Orwell”, Times Literary Supplement, 15 de mayo de 2002.

Peter Stanford, “Keppers of the flame. The literary widow´s lot“, The Independent, 25 de octubre de 2010.

D.J. Taylor, “The Girl From the Fiction Department: A Portrait of Sonia Orwell” (reseña), The Sunday Times, 12 de mayo de 2002.


Tagged: Cyril Connolly, George Orwell, Sonia Orwell

Albert Forment y la Editorial Ruedo Ibérico

$
0
0

Logo de Ruedo Ibérico

Tradicionalmente, y por lo menos hasta finales del siglo xx, en el ámbito hispánico los grandes editores han cumplido una función de extrema importancia en el descubrimiento y difusión de valores estéticos, ideológicos y culturales en un sentido muy amplio, por lo que es muy lógico que en los últimos años la historiografía haya empezado a ocuparse de ellos como un camino para comprender los motivos de los flujos y reflujos de tendencias, así como las causas de algunas influencias interculturales.

José Janés

José Janés

Cuando Jacqueline Hurtley publicó sus pioneros y utilísimos estudios sobre uno de los editores más importantes que ha dado España (Josep Janés. El combat per la cultura, 1986, y Josep Janés, editor de literatura inglesa, 1992), puso en evidencia hasta qué punto el conocimiento detallado de las empresas, los proyectos y los fracasos de los editores españoles, sobre todo contemplados desde fuera –es decir a través de biografías o memorias–, podía proporcionar unos fundamentos de inapreciable valor para analizar la cultura literaria española en su justa medida, especialmente en el período de la dictadura franquista.

Sin embargo, si interesantes eran los trabajos de Hurtley, uno tendía a sospechar que más sugestivas todavía podían ser las trayectorias de muchos editores españoles que, a raíz del desenlace de la guerra civil española, llevaron a cabo su labor en el exilio, y cuya biografía definitiva y completa, que yo sepa, está por hacer, pese a la existencia de algunos trabajos parciales que han puesto las bases para ello. Me refiero, por ejemplo, a editores establecidos en México como Juan Grijalbo, Joaquín Díez-Canedo (el intrépido Joaquín Mortiz) o el osado

Bartomeu Costa Amic (1911-2002)

Bartomeu Costa-Amic, o bien en Argentina Antonio López Llausàs (Editorial Sudamericana) o en Chile Arturo Soria (Cruz del Sur), por poner algunos ejemplos. Además, en los casos de editores, traductores y grafistas establecidos en países hispanoamericanos, sería muy útil conocer el alcance de su contribución al desarrollo de la industria cultural argentina, chilena, venezolana o colombiana (su repercusión en México quizá sea la más analizada). Baste recordar la importancia de la creación en 1958 de la colección Piragua de Editorial Sudamericana, que pasa por ser la primera colección de bolsillo en Argentina que triunfó, y que puso al alcance del gran público autores como Graham Greene, Germán Arciniegas, Arthur Koestler o William Faulkner entre otros muchos.

En Una historia transatlántica del libro, Fernando Larraz se planteaba, entre otras no menos pertinentes, una cuestión muy interesante: “Hasta qué punto podemos hablar de editoriales del exilio republicano?, ¿de cuántas y cuáles editoriales, colecciones o libros publicados en esos años [1939-1959) puede decirse que respondieran inequívocamente a alguna de las formas de la política del exilio?”. Podrían aducirse casos como los de Era –entre muchas otras–, interesada en publicar en México libros que la censura franquista no toreraría e intentar introducirlos en España, o bien el caso de las diversas editoriales que en América publicaban obras en catalán, lengua en la que en España estaba prohibido publicar (Costa-Amic en México, El Pi de les Tres Branques en Chile…). Sin embargo, si salimos del marco geográfico que establece Larraz en su estudio y trasladamos el foco a Francia, la editorial Ruedo Ibérico es uno de los casos más emblemáticos de editorial del exilio, y, afortunadamente existe una fuente espléndida para conocer tanto el funcionamiento de esa editorial parisina, como la vida de quien la puso en pie.

José Martínez Guerricabeitia (1921-1986)

Albert Forment, que se había ocupado ya de otro exiliado insigne (Josep Renau. Història d´un fotomuntador, 1997) trazó en José Martínez: la epopeya de Ruedo ibérico (finalista del Premio Anagrama de Ensayo 2000) una completa biografía del personaje, con todos sus claroscuros, rehuyendo la peligrosa tendencia a la mitificación y reconstruyendo con admirable minuciosidad una de las aventuras editoriales antifranquistas más apasionantes que se desarrollaron en Europa. Desde su creación en 1961 hasta su desaparición ya en la España democrática, Ruedo ibérico fue una de las editoriales más molestas para la dictadura franquista (¡el tábano socrático!), y José Martínez se mostró a lo largo de muchos años como un estratega político-cultural de primer orden que supo lidiar con todo tipo de problemas, entre los que no eran menores su propio carácter tempestuoso, su tendencia a embarcarse en proyectos sumamente arriesgados desde el punto de vista económico o su férrea pasión por el proceso editorial, aun a costa de su salud y de su equilibrio emocional.

A su tesón imprudente debemos el conocimiento de algunos títulos que en su día marcaron hitos en la historiografía del siglo XX, como La guerra civil española, de Hugh Thomas; El laberinto español, de Gerald Brenan;  Falange, de Stanley Payne; la primera versión del estudio de Ian Gibson sobre el asesinato de García Lorca, o la Breve historia de la guerra civil, de Gabriel Jackson, así como libros bellos e importantes en la historia de la literatura española, como los Episodios nacionales, de Gabriel Celaya; Que trata de España, de Blas de Otero, o Campo francés, de Max Aub, por poner sólo algunos ejemplos emblemáticos.

A partir de un trabajo de documentación exhaustivo, Albert Forment narra una doble epopeya: la de José Martínez Guerricabeitia y la de Ruedo ibérico (con su apéndice Cuadernos de Ruedo ibérico), dos aventuras trepidantes imposibles de deslindar, pues la identificación entre una y otra (la repercusión de los avatares personales y la evolución política de José Martínez sobre la trayectoria de Ruedo ibérico y la de las penurias económicas de la editorial sobre la salud y el ánimo del editor) fueron casi absolutas.

Martínez Guerricabeitia con Francisco Carrasquer (1915-2012)

La de José Martínez fue una pasión ejemplar, y el libro de Forment constituye una espléndida crónica de la andadura de una editorial que nació como instrumento de combate político y resistió heroicamente no sólo los embates de la censura franquista, sino que incluso supo imponerse a la paradoja de un mercado alejado y disperso entre la Península y América. Sin embargo, el autor no oculta la sangrante contradicción entre el pensamiento político del editor anarquista y la práctica a menudo implacable del empresario con sus colaboradores y empleados. Los juegos malabares (no siempre honestos) para conseguir financiar proyectos “imposibles”, los enfrentamientos con autores y distribuidores, la progresiva evolución de la identidad de Ruedo ibérico y sobre todo de sus Cuadernos y los contactos y acuerdos con editores y distribuidores franceses, españoles e italianos son quizás algunos de los aspectos mejor tratados en este libro, que, en su conjunto, agota casi por completo el tema que trata. El empleo tanto del epistolario (en particular el mantenido con Francisco Carrasquer) como de los textos escritos por el propio Martínez permiten a Forment ofrecernos una obra omnicomprensiva del tema que aborda y ofrecer al lector muy diversas perspectivas del objeto de estudio.

Quizás las páginas dedicadas a los antecedentes familiares y la infancia sean excesivas y estorben algunas reiteraciones innecesarias, pero Albert Forment cubrió (con tierra muy compacta) una laguna importante de la historia de la cultura española en el exilio.

Albert Forment, José Martínez: la epopeya de Ruedo ibérico, Barcelona, Anagrama (Argumentos 247), 2000. 696 pp.

Una primera versión más breve de este texto se publicó en Renacimiento. Revista de Literatura, núm. 27-30, dedicado a Literaturas del Exilio Republicano de 1939.

En 2008, la editorial Backlist (Grupo Planeta) estableció un convenio para crear una serie con  títulos originalmente publicados en Ruedo Ibérico, con un proyecto de tres títulos anuales con nuevos textos introductorios.

Fernando Larraz, Una historia transatlántica del libro. Relaciones editoriales entre España y América Latina (1936-1959), Gijón, Ediciones Trea /Biblioteca y Administración Cultural 224), 2010.

Fuentes sobre José Martínez Guerricabeitia y Ruedo Ibérico:

 Joan Martínez Alier, “Crítica de la Transición en los Cuadernos de Ruedo Ibérico“, sinpermiso.info, 24 de noviembre de 2011.

Éditions Ruedo Ibérico: web con muchísima información y enlaces.

Ana Rodríguez-Fischer, “Ruedo Ibérico”, en su blog, entrada del 11 de febrero de 2010.

Ruedo ibérico, radicalmente libre, documental de Francesc Ríos y Mariona Roca, con el asesoramiento histórico de Arantza Sarría y la colaboración de Marianne Brull.

María Aranzazu Sarría Brull, Cuadernos de Ruedo Ibérico (1965-1970). Exilio, cultura de oposición y memoria histórica, tesis en la Universidad de Zaragoza y Universidad de Burdeos 3, 2001.


Tagged: Albert Forment, Fernando Larraz, José Martínez Guerricabeitia, Ruedo Ibérico

Joaquín Maurín, agente literario de Ramón J. Sender

$
0
0
Cubierta de Cabrerizas Altas, en la que no aparece la J (que corresponde a José) en el nombre del autor.

Cubierta de Cabrerizas Altas, en la que no aparece la J (que corresponde a José) en el nombre del autor.

Como ya es sabido, la obra pseudoautobiográfica de Ramón J. Sender (1901-1982) Crónica del Alba se compone de nueve libros publicados a lo largo de más de veinte años, pero el material narrativo del que se sirvió para escribirlos había ido apareciendo parcialmente en obras como El verdugo afable (Santiago de Chile, Nascimiento, 1951), Los héroes (San Juan de Puerto Rico, Between Worlds, 1960) y Cabrerizas Altas (México, Editores Mexcianos Unidos, 1965), entre otras. La secuencia en que aparecieron los títulos que forman esta gran obra fue la siguiente:

  • 1942 Crónica del Alba (México, Nuevo Mundo)
  • 1954 Hipogrifo violento (México, Aquelarre)
  • 1957 La Quinta Julieta (México, revista Panoramas y Editorial Costa-Amic)
  • 1960 El mancebo y los héroes (México, Atenea)
  • 1963 Con el título Crónica del Alba, Las Americas Publishing Co. de Nueva York publica un primer tomo con los tres primeros libros y un segundo con El mancebo y los héroes y los nuevos La onza de oro y Los niveles del existir.
  • 1965: Aparecen en Delos-Aymà, bajo el título general Crónica del Alba dos volúmenes correspondientes a los publicados por Las Americas. Gana el Premio Ciudad de Barcelona 1966.
  • 1966: Delos-Aymà añade un tercer volumen con Los términos del presagio, La orilla donde los locos sonríen y La vida comienza ahora.

Cuando en octubre de 1953 Sender reanuda el proyecto iniciado en 1942, ya había tomado como agente para sus ensayos a Joaquín Maurín Julià (1896-1973), quien le animó a intentar publicar en España una obra que inicialmente, por su nulo contenido político, no era susceptible de chocar con las prohibiciones de la censura franquista. La interesantísima correspondencia entre Sender y Joaquín Maurín, editada y anotada por Francisco Caudet en 1995 y publicada por Ediciones de la Torre y el Instituto de Estudios Altoargoneses, permite ver cómo se gestó ese proyecto y el papel que en su forma definitiva tuvo Joaquín Maurín, quien en calidad de agente literario (en American Literary Agency) gestionaba los derechos de los artículos periodísticos de Sender, así como los de Miguel Ángel Asturias, Alfonso Reyes y Ramón Gómez de la Serna, entre otros.

El que fuera secretario general de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) entre 1921 y 1922, y posteriormente secretario general del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) entre 1935 y 1936 y diputado a Cortes por Barcelona entre febrero de 1936 y febrero de 1939, había llegado a Nueva York tras unas muy novelescas peripecias que le habían llevado, incluso de incógnito, por diversas cárceles franquistas.

Para evitar que lo expulsaran de Estados Unidos y poder crear una empresa (pues había entrado como turista), el por entonces presidente de Costa Rica, José Figueres (1906-1990), nombró a Maurín asesor de su país en la ONU. Por falta de recursos, Maurín estableció en 1948 su oficina en su apartamento frente al río Hudson. Lo gracioso es que pronto figuraron dos trabajadores en la empresa: Joaquín Maurín, como representante del director, y J.M. Julià (burdo seudónimo) como director. La idea rectora de esta agencia creada por Maurín era extender y generalizar entre los periódicos de habla hispana la costumbre en los periódicos europeos y estadounidenses de contar con artículos de fondo firmados por autores de prestigio. A los autores, por su parte, eso les permitiría unos ingresos adicionales y una mayor visibilidad en países donde su obra tenía escasa presencia o eran poco conocidos. Los primeros clientes de ALA fueron Maurín, Anderson (seudónimo de Maurín), Roy (seudónimo de Maurín), Mayo (seudónimo de Maurín) y el escritor colombiano Germán Arciniegas (1900-1999), a los que más adelante se fueron añadiendo, además de los ya mencionados, autores como Salvador de Madariaga, José Vasconcelos, Alejandro Casona,Víctor Alba, Pablo Neruda…

Joaquín Maurín

Inicialmente se ocupaba sólo de los derechos de artículos para prensa, pero no fue así en el caso de Sender. Resulta por tanto un poco sorprendente lo que escribe el escritor aragonés en carta a su agente del 26 de febrero de 1958:

Yo creo que no necesito agentes. La parte comercial de mi pequeña carrera nunca me ha proporcionado mucho. Algunos años me ha dado bastante dinero (para mis costumbres), otros poco. Pero no me siento capaz de atender la cosa como un negocio.

Aun así, en los años precedentes, Maurín había actuado “de hecho” como agente literario de Sender. Las intervenciones del agente en la publicación de libros de Sender fueron en realidad fruto de la amistad que fue surgiendo entre ellos, como lo demuestra el hecho de que, cuando se le ofreció, el agente rechazara un porcentaje por los derechos de las Novelas ejemplares de Cibola si conseguía colocarlas: “De lo de la comisión –escribe Maurín a Sender en octubre de 1953–, ni hablar. Se ha empeñado usted en hacerme comisionista y no quiero serlo de los amigos”.

Las Américas Publishing Co., 1961.

En agosto de 1953 Sender había intentado sin éxito que la argentina Editorial Sudamericana le publicara ese magnífico libro de relatos, y atribuía las dificultades con que se encontraba a la intervención del escritor español Guillermo de Torre (1900-1971), ante lo cual Joaquín Maurín le ofreció intermediar personalmente, puesto que mantenía una cierta amistad con uno de los accionistas de esta empresa. Posteriormente, en abril de 1954, intervendría también en el intento de colocar el libro en editorial chilena Zig-Zag. Al parecer, estas gestiones no tuvieron el éxito deseado, pues el libro no apareció hasta 1961 en las estadounidenses Las Americas Publishing. Si embargo, desde el primer momento, Maurín le planteó a Sender una posibilidad que el escritor aragonés no podía dejar escapar de ninguna manera:

A propósito: ¿Usted no ha pensado en la posibilidad de editar en España? Quizá la pregunta le sorprenda. A mi modo de ver, espiritualmente habría que ir entrando en España para ponerse en contacto con lo bueno de España, que es la mayoría… [carta del 7 de septiembre de 1953)]

Ramón J. Sender.

Aunque, ciertamente, a Sender pudiera sorprenderle la propuesta de intenar que la Censura framquista permitiera publicar en España la obra de un escritor exiliado como él, pocos meses después Maurín vio enseguida claro que el gran libro pseudoautobiográfico era la oportunidad idónea para intentar reintroducir a Sender en el ámbito editorial español. Sender le escribió a su agente acerca de sus planes el 7 de junio de 1955:

He pensado que mejor que escribir la novela histórica [Bizancio] por ahora, será escribir el tercer tomito de la serie que comencé con Crónica del Alba y con Hipogrifo violento. Creo que los tres volúmenes (el tercero se titulará La Quinta Julieta) podrías ofrecerlos con mi nombre (es decir, sin seudónimo) a alguien en España cuando llegue el momento. Como en esos libros no hay nada político, tal vez no tendrán inconveniente. Y los tres juntos en un solo volumen con el título general Crónica del Alba se venderían en España muchísimo.

El epistolario está lleno de pasajes en que vemos a Maurín informando a Sender acerca de circunstancias del mundo editorial español que Sender desconoce, dándole consejos referidos a su carrera literaria, y pidiéndole en consecuencia comprensión y paciencia, aclarándole las muchas dificultades a que se enfrentan los editores en España y subrayando la importancia de lograr que se publique algo suyo en España, lo cual puede abrir la puerta a otros libros. La respuesta a la última carta citada fue inmediata:

Creo que haces bien decidiéndote a editar en España. Los editores no son Franco y la Falange, sino empresas comerciales, la mayor parte de ellas –o ellos– adversarios de Franco y la Falange. Además, la industria editorial española ha vuelto a reconquistar el mercado de Hispanoamérica. Sólo editando en España se puede tener una difusión general en toda Hispanoamérica. Las editoriales de México, Buenos Aires y Chile han quedado rezagadas y ahogadas en su estrechez.

Me dispongo, pues, a buscarte editor para tus novelas. [carta del 9 de junio de 1955]

Ramón J. Sender.

Las gestiones fueron largas, llenas de tropiezos y dificultades, por razones sobre todo de censura, que era especialmente dura con los autores exiliados, lo que provocó periódicos momentos de desilusión del escritor y frecuentes palabras de aliento y estímulo del agente, quien concedía una enorme importancia al éxito de esa misión. Incluso intervino Maurín haciendo propuestas y sugerencias para conseguir salvar las previsibles objeciones de la censura al prólogo, que de haber sido aceptadas por el escritor hubieran ayudado además a clarificar la estructura de la obra:

Puesto que la novela va a tener tres partes y el título de la primera será Crónica del Alba, el de la segunda Hipogrifo violento y el de la tercera La Quinta Julieta, creo que debieras dar al todo un nuevo título.

A mi modo de ver, seria un error estratégico querer publicar el prólogo [de Lluis Capdevila], que se refiere, aunque indirectamente, a la guerra civil española. La presencia del prólogo puede matar la publicación sin más, por parte de la censura.

Si das a la novela un título general y pones como subtítulo Memorias de José Garcés, el prólogo ya no es necesario.

Tú verás. [carta del 15 de julio de 1955]

Joaquín Maurín.

Maurín era muy consciente, y acertaba de pleno, de cuán importante podía ser que Sender consiguiera publicar en alguna editorial española, y buscó los resquicios que podían facilitarlo sin perder la esperanza y buscando argumentos para convencer además a Sender de que Crónica del Alba era la obra idónea con la que hacerlo (como así se demostró, aunque años más tarde). A finales de enero de 1956, por ejemplo, Maurín seguía pidiendo paciencia y exponía cuál era la situación en España de los editores que seguían bregando con la situación económica y cultural impuesta por el franquismo:

Tú no sabes las dificultades en que se mueven los editores españoles: censura, papel, crédito, mercado de América, derechos de autor, etc. En principio, la mayor parte de los editores son anti-régimen, pero no son contra-régimen, lo cual es muy distinto.

Una imagen muy acertada de cómo, desde el exilio, se juzgaba el mundo editorial en España.

La edición, en tres volúmenes (y muy probablemente versión censurada), en Alianza.

La edición completa en Alianza. Muy sutil la alusión a la bandera republicana (rojo, amarillo, morado). La imagen se amplía al clicar en ella.

 Fuentes:

Víctor Alba, Sísif i el seu temps. II Costa amunt, Barcelona, Laertes, 1990.

Francisco Caudet, “Sender en Albuquerque: la soledad de un corredor de fondo”, en Juan Carlos Ara Torralba y Fermín Gil Encabo, eds., El lugar de Sender, Instituto de Estudios Altoaragoneses, 1995, pp. 141-159.

Francisco Caudet, ed., Correspondencia Ramón J. Sender-Joaquín Maurín, Madrid, Ediciones de La Torre (Nuestro Mundo), 1995.

Ricardo Crespo, “Cambio ideológico y trascendencia: Sender en la American Literary Agency, en José Domingo Dueñas Lorente, ed., Sender y su tiempo. Crónica de un siglo, Instituto de Estudios Altoaragoneses, 2001pp. 527-534.

Luis Antonio Esteve, “El destino de Pepe Garcés y Ramón J. Sender en la Crónica de 1942”, en ibídem, pp.237-248.

Joaquín Roy, ALA- Periodismo y Literatura, Madrid, Hijos de E. Minuesa S.L., 1985.

Jesús Vived Mairal, Ramón J. Sender. Biografía, Madrid, Páginas de Espuma (Voces clásicas 14), 2002.


Tagged: Delos-Aymá, Joaquín Maurín, Ramón J. Sender

La promiscuidad editorial de Manuel Andújar

$
0
0
Manuel Andújar (1913-1994)

Manuel Andújar (1913-1994)

Asombra la cantidad ingente de editoriales en que apareció la diversa y excelente obra de Manuel Andújar (Manuel Culebra Muñoz, 1913-1994), hasta que en 1977 recaló en Anthropos, donde publicó con cierta regularidad. Desde que en 1942 viera la luz el estremecedor testimonio St. Cyprien, plage… Campo de concentración en las mexicanas Ediciones Cuadernos del Destierro, sus textos se publicaron en las editoriales Isla, Centauro, Almendros, Costa-Amic, Fondo de Cultura Económica, Fournier, Ediciones de Andrea, Alfaguara, Alejandro Finisterre, Andorra, Helios, Al-Borak, Alianza Editorial, Emiliano Escolar, Laia…

Sin duda, esta misma promiscuidad editorial (probablemente no deseada) contribuye a explicar la flagrante desproporción entre la calidad estética de la literatura de Andújar y el clamoroso desconocimiento del que es objeto por parte de los lectores (que a su vez contrasta con los merecidos elogios de los críticos más prestigiosos). Ya Max Aub se hizo eco de esta desproporción entre calidad y fama, atribuyéndola a la modestia, al retratar a Andújar en La gallina ciega:

Es el hombre con menos altibajos en su manera de ser, de reaccionar, que conocí nunca. ¿Se “controla”? Tal vez, pero no lo creo: es así: calmado, sereno, modesto. Esto último no acabo de creérmelo, porque su obra le autoriza a algo más.

México, Almendros, 1949.

Refiriéndose exclusivamente a sus relatos y cuentos, Javier Quiñones apuntó una explicación a la poca repercusión de la obra de Andújar al llamar la atención sobre la:

Decidida voluntad de estilo y el simbolismo que los aleja de un realismo desgastado y empobrecedor. Esta narrativa breve supone desde su complejidad formal una reflexión sobre un mundo confuso, problemático, ante el cual no caben certezas absolutas, sino complejas incertidumbres.

También Rafael Conte, en el excelente ensayo que escribió como prólogo a la edición de Vísperas de 1979, insistió en este mismo asunto:

La literatura de Andújar, por su complejidad y afán de profundidad –y por venir de la marginación del exilio, y estar por tanto apartada de cualquier moda u operación mercantil–, es difícil y no se adapta a las necesidades de un mercado por lo demás muy deformado.

Sin embargo, uno de los comentarios más explícitos y directos es probablemente el que puso por escrito, en carta al autor, el escritor cubano César Leante:

Hay que leerte con cuidado extraordinario, necesitas más que un lector cómplice (que pedía Cortázar) otro tan creador como tú. Y lo haces porque huyes de los estereotipos de la narrativa, te arriesgas a ser innovador, y, por supuesto, esto me lleva a concluir que nunca, nunca, mi querido Manolo, serás un escritor tan conocido como Corín Tellado.

México, Costa Amic, 1949.

Ciertamente, Andújar no es un autor para distraerse en el tren, y su prosa requiere del lector concentración, pero la recompensa con densidad y riqueza de ideas. A veces se ha emparentado la obra de Andújar, siempre en constante progresión, con la atención a la prosa de un Benjamín Jarnés y con el realismo de gran calado de un Pérez Galdós, lo cual sin duda es una simplificación pero puede resultar útil para dar una idea orientativa a quien no haya tenido (aún) la suerte de leerlo.

La prehistoria del Manuel Andújar escritor se remonta a unas juveniles colaboraciones en el semanario malagueño El pregón, a las que seguirían durante la guerra la sección “Paréntesis” en el periódico leridano UHP y en la columna “El Farol” en el barcelonés Las noticias. Es lo que Antonio Mancheño Ferreras caracterizó como

relatos folletinescos y germinales efusiones métricas, sus iniciáticos escarceos malacitanos de crítica literaria […] y sus incursiones en el periodismo político, sin dejar nunca de ocuparse de problemas culturales y literarios.

M. Andújar

Pero, al margen de su vertiente como interesantísimo y obsesionante escritor, Manuel Andújar, que en los años treinta se había iniciado como editor de Iskra (órgano de las Juventuts Socialistes Unificades de Catalunya), se internó en el mundo editorial en su exilio en México una vez concluida la guerra civil española (1936-1939). Al poco tiempo de llegar se convirtió en gerente de la muy céntrica librería Juárez del Distrito Federal, desde donde pasó a ocuparse de la promoción y la publicidad en el Fondo de Cultura Económica, y temporalmente en el departamento de correcciones a cuyo frente estaba el gran editor Joaquín Díez-Canedo (1917-1999), en la época en que dirigía el Fondo Arnaldo Orfila Reynal (1897-1997) y hasta 1965. La salida de Andújar, pues, coincidió con la polémica y forzada salida de Orfila del Fondo de Cultura Económica (gracias a lo cual, por otra parte, Orfila crearía la imprescindible Editorial Siglo XXI).

Acerca de su labor en FCE escribió Max Aub a raíz de un encuentro en 1969 en Madrid con Andújar, Jaime Salinas y Javier Pradera, en que le solicitaron algún libro breve.

Gusto de volver a ver a Andújar, ya definitivamente instalado en las relaciones públicas que tan bien llevó en México con Orfila, en el Fondo de Cultuta Económica. Dice que no escribe –como de costumbre–, no le creo.

José de la Colina ha dejado también testimonio de la colaboración entre Joaquín Díez Canedo y Andújar en el FCE:

Era el brazo derecho de Joaquín, o al revés, no te lo puedo decir. Un hombre también escritor, dedicado absolutamente a todo lo relacionado con hacer libros. […] Manuel Andújar era un hombre menos público que Díez-Canedo, muy concentrado en su labor en el escritorio, pero también de una extraordinaria dedicación al libro.

México, Tezontle, 1959.

Por el camino, además, Andújar fundaría con el librero y escritor José Ramón Arana (1905-1973) la celebérrima revista Las EspañasFue de la mano del Fondo de Cultura (que en 1963 había creado una filial en Madrid que dirigía Javier Pradera), y una vez que Orfila tuvo que dejar el Fondo como consecuencia de presiones gubernamentales, como en 1965 Manuel Andújar volvió por primera vez a España desde 1939, y eso le permitió una primera exploración del terreno para un posible regreso. Ese mismo año publicó por primera vez un libro en España, el poemario Campana y cadena, en la Imprenta TPA de Alcalá de Henares (en la colección Aldonza) y el año siguiente una aún titubeante Editorial Alfaguara (fundada en 1964) le solicitó una novela para la ya aludida colección quincenal La Novela Popular (dirigida por Jorge Cela Trulock), que se estrenaría el 27 de abril de 1965 con El rapto (Francisco Ayala),  a la que seguirían El perrro loco (J.L. Castillo Puche), El suceso (J.A. Vizcaíno), Un balcón a la plaza (A. Zamora Vicente), La navaja (Vázquez Azpiri) y El paralelo 38 (Alfonso Sastre). La novela de Manuel Andújar La sombra del madero ocuparía el número 38, y pasaría totalmente desapercibida.

Madrid, Alfaguara, 1966.

Cuando entonces (marzo de 1967) Andújar decide regresar, intenta primero establecerse en Barcelona, donde no fructifican unos planes de crear una editorial acerca de los cuales no he localizado datos. Incorporado finalmente en octubre al departamento de promoción y publicidad de Alianza Editorial (fundada en 1966), no abandonó por ello ni su obra creativa ni su intención de editar, y de ese segundo impulso nacería la entrañable revista El Urogallo, financiada y dirigida por Elena Soriano (1917-1996) y en la que figuraban Eduardo Naval y Miguel Boyer.

Sería muy interesante que en algún momento fueran accesibles las Memorias del exilio y del regreso que se sabe que estaban en proceso de escritura cuando falleció, porque, además de prosista sobresaliente, Manuel Andújar es un personaje fascinante y quizás excesivamente “poco público”.

Manuel Andújar leyendo una conferencia en Úbeda, al lado de Rafael Bellón Zurita en 1982.

Fuentes:

Max Aub, La gallina ciega. Diario español, edición, introducción y notas de Manuel Aznar Soler, Barcelona, 1995.

Barcelona, Andorra, 1970.

Rafael Conte, “El realismo simbólico de Manuel Andújar”, prólogo a Manuel Andújar, Vísperas, Barcelona, Editorial Andorra (Valira), 1970.

Rafael Conte, “Las tres vidas de Manuel Andújar”, prólogo a Manuel Andújar, Secretos augurios, Madrid, Emiliano Escolar Editor (colección Bolsillo. Serie Aquí y Ahora, 58), 1981.

Antonio Lago Carballo y Nicanor Gómez Villegas, eds., Un viaje de ida y vuelta. La edición española e iberoamericana (1936-1975), Madrid, Suiruela (El Ojo del Tiempo), 2006.

Fernando Larraz, “Fichas de novelas presentadas a censura. Primera serie, 1937-1962”, Represura, n. 8 (febrero 2013).

Antonio Mancheño Ferreras, “Epílogo” a Manuel Andújar, St. Cyprien, plage… Campo de concentración, Huelva, Diputación Provincial (El fantasma de la Glorieta), 1990.

Javier Quiñones, “El cuento español en el exilio”, introducción a su antología Sólo una larga espera. Cuentos del exilio republicano español, Palencia, Menoscuarto, 2006.


Tagged: Alianza, FCE, Joaquín Díez Canedo, Manuel Andújar

Editorial Sudamericana, vista por “Joan Ferrer”

$
0
0

A David Paradela, traductor, profesor y bloguero Malapartiano.

Cèsar August Jordana (1893-1958) fue en los años treinta el detonante de una anécdota libresca bastante curiosa. Con una obra ya notable a sus espaldas, a finales de 1931 publicó lo que fue calificado por algún crítico como “pornografía literaria estéticamente digna”, Una mena d´amor (Proa, 1931) una novela que en la literatura catalana tenía pocos antecedentes (se ha meencionado Fanny, de Carles Soldevila, por ejemplo) y que se ha comparado en ciertos aspectos con la obra de D. H. Lawrence. Lo más interesante, sin embargo, no es que Jordana incursionara en ese género y lo dotara de cierta dignidad literaria (algo que en esa época estaba sucediendo también con otros géneros, como el policíaco), sino que esta obra fuera mencionada en una de las novelas catalanas de esos años que mejor han resistido el paso del tiempo, Aloma (1938), de Mercè Rodoreda (1908-1983). La protagonista de esa novela, de un nivel cultural limitado, compra el libro de Jordana en un quiosco, lo que ya resulta indicativo, y procura leerlo a escondidas. Pero Jordana recibiría otro inesperado impulso promocional cuando el esperantista Delfí Dalmau (primer descubridor de Rodoreda, a quien abrió las páginas de la revista Clarisme), publicó una réplica titulada Una altra mena d´amor (Edicions Clarisme, 1933). Poco después, en 1934, Jordana traduciría para las Edicions de la Rosa dels Vents de Josep Janés Flush, de Virginia Woolf (cuya primera edición en castellano es de 1944, en Destino), entre otras obras que requieren un buen traductor.

Jordana en Barcelona, antes de la guerra civil.

Sin embargo, mucho más interesante es la obra póstuma de Jordana, El món de Joan Ferrer, publicada originalmente por Joan Olivé en Aymà, en 1966, y no recuperada hasta 2009 por Edicions de 1984, que incorporó a Jordana a una colección (Mirmanda) en la que convive con Doctorow, Dino Buzzati, Hans Fallada, Claudio Magris o Ford Madox Ford; es decir, entre grandes autores de alcance universal y de interés permanente. Resulta un poco extraño que El món de Joan Ferrer no se haya publicado en lengua española (e idealmente en una editorial bonaerense), sobre todo a tenor de su tema (o más bien de su hilo conductor).

Joan Ferrer es un catalán que a raíz del resultado de la guerra civil, tras un paso episódico por Francia y Chile, se ha instalado como traductor literario y editor en Buenos Aires, para una editorial tras la cual se oculta (y se oculta muy poco) la Editorial Sudamericana de Antonio López Llausàs (hoy en el Grupo Penguin Random House). Como señala Maria Campillo en el texto introductorio, esta obra de Jordana propone muchos niveles de lectura, pero leerla como novela en clave resulta particularmente divertido, porque además Jordana sabe muy bien de lo que habla. Después de haber traducido durante mucho tiempo al catalán antes de la guerra civil (sobre todo para Barcino y Proa, donde publicó la de Mrs. Dalloway), en Chile y en Argentina Jordana tradujo muchos libros para Editorial Sudamericana, además de muchos otros para Poseidón (del exiliado catalán Joan Merli) y la chilena editorial Ercilla, lo que hace más evidente si cabe el fuerte componente autobiográfico de esta novela. De Jordana son por ejemplo las traducciones de La vida secreta de Salvador Dalí (Poseidón, 1944) o La filosofía perenne, Mono y esencia, Adonis y el alfabeto y otros ensayos y Esas hojas estériles, entre otras, de Aldous Huxley (Sudamericana, 1947, 1951, 1958 y 1959). Obra suya son también algunas de las traducciones que Sudamericana publicó de Thomas Merton, Will Durant, Hubert Wilkins, Roger Caillois, Julian Huxley…

Sede de Sudamericana en los años cuarenta.

Joan Ferrer escribe informes de lectura, traduce, e incluso rechaza, por razones de conciencia, un puesto en el servicio de prensa en la época en que la “Editorial Andina” (léase Sudamericana), que dirigen Pau Vallès (Antonio López Llausàs) y Arturo Rabínez (¿Rafael Vehils?) está lanzada en la lucrativa racha de libros de autoayuda (léase de Dale Carnegie), al tiempo que publica la obra literariamente más valiosa de aquellos autores británicos, franceses e italianos que la censura franquista impide que publiquen las editoriales españolas. De Vallès, se dice, por ejemplo, que lo concocía “desde hacía muchos años, había tenido tratos con él como escritor y sabía muy bien hasta qué punto se podía uno fiar de él, cuánto podía obtener o cuánto podía perder con él. Incluso cuando le prometía una cosa y hacía otra, Joan no se consideraba muy engañado, porque siempre se le veía venir y se lo esperaba” [la tarducción es mía].

Proa, 1966.

Las interioridades del funcionamiento de la editorial, las triquiñuelas de sus empleados para ascender, las pugnas entre los propietarios y las chapuzas del disparatado y enloquecido responsable del departamento editorial son fuente inagotable de carcajadas para quien conozca un poco el mundillo editorial por dentro. Las escenas, por ejemplo, en que el protagonista se ve en la necesidad de justificar un informe de lectura muy negativo acerca de un libro de viajes disparatado del autor estrella de la casa, ha lidiar con la revisión de una prueba de traducción que ha realizado una “enchufada” muy poco talentosa o tiene que defender su traducción, una vez ya publicada, que ha sido objeto de una corrección completamente absurda y torpe se cuentan entre las más graciosas de la novela. Y la cosa cobra más trascendencia y retranca si uno sabe que antes de la guerra Jordana fue jefe de la Oficina de Estilo de la Generalitat de Catalunya. Seguro que a más de un traductor o redactor de informes de lectura son escenas que le resultarán familiares y difícilmente podrá reprimir, cuando menos, una sonrisa.

Sin embargo, más interesantes si cabe son sus atinadas e irónicas reflexiones sobre la tarea de traducir, sobre la eufonía, sobre los “falsos amigos”, sobre la traslación del ritmo de la prosa, y sus asociaciones de ideas a partir de la comparación entre palabras de diferentes lenguas. Harán las delicias de los profesionales en la materia.

C.A. Jordana

Incluso tras los títulos y autores que menciona Jordana sería posible investigar si no se ocultarán a algunos escritores y libros reales: Un Don Felipe´s Heart, de un tal Cought, una Sikorsky´s New Theory: Superegos at Work, unas graciosas Réflexions sur la cuisine française, o La theorie de la relativité sans mathematiques, de Jean Remi, Christopher Sullivan… De lo que no hay duda es del carácter autobiográfico del pasaje en que Joan Ferrer, un poco a modo de balance, contempla su biblioteca de traducciones. Ahí están Marlow, Sterne, Lessage, Hugues, Charles Morgan, Martin de Gard…, e incluso sus propias obras como narrador, entre las que aparecen una recopilación de cuentos titulada Tot de misteris (Tot de contes, 1929), Els tripijocs dels inmortals, protagonizada por un tal detective Sam Weller (El collar de la Núria, 1927), una biografía de Plaerdemanvida (?), la recopilación de artículos Esplais i cabòries y unas Excursions literàries.

Carles Riba (1893-1959)

También en sus miradas retrospectivas al pasado encontramos algunos guiños bastante evidentes: un tal Carmel Margenat (Carles Riba), por ejemplo, o un antólogo tras el que es fácil reconocer a Joan Triadú y su Antologia de la poesia catalana. 1900-1950 (Selecta, 1951)

Sería interesante y divertido contar con una traducción al español de El món de Joan Ferrer, en la que se investigaran y anotaran todos esos guiños, que a menudo remiten a editores y escritores reales. Y la calidad de la obra, con sus espléndidas introspecciones joyceanas y sus pinceladas costumbristas bien distribuidas, lo justificaría sobradamente.

César August Jordana, El món de Joan Ferrer, prólogo de Maria Campillo, Barcelona, Edicions de 1984, 2009.

Fuentes:

En el Arxiu Nacional de Catalunya se conserva el epistolario de Cèsar August Jordana, que incluye abundante correspondencia entre la que se cuenta la mantenida con las editoriales Ercilla, Sudamericana y Aymà.

Miquel Adam, “El món de Joan Ferrer vist per un ignorant”, Núvol, 7 de febrer de 2013.

Montserrat Bacardí, La traducció catalana sota el franquisme, Lleida, Punctum-Trilcat-Gettcc (Quaderns 5), 2012.

Josep M. Benet i Jornet, “C.A. Jordana, més enllà de la pulcritud”, Els Marges, núm 1 (1974), pp. 110-114.

Helena Bonals, “Ressenya d´El món de Joan Ferrer, Anticànons, 1 de agosto de 1007.

Lluis Busquets i Grabulosa, “Epistolaris d Xavier Benguerel. Un pou d informacions”, en Manuel Aznar Soler, ed., El exilio literario español de 1939.  Actas del Primer Congreso Internacional (Bellaterra, 27 de noviembre-1 de diciembre de 1995), Barcelona, Gexel, 1998.

Lluis Busquets i Grabulosa, «Cèsar August Jordana, un epistològraf a l’exili», Revista de Catalunya, n. 178 (octubre de 1993), pp. 103-112.

Maria Campillo, “Situació i sentit d´ Una mena d´amor”, Els Marges, n. 11 (1977), pp. 101-109.

Maria Campillo, “Cèsar-August Jordana, El món de Joan Ferrer,  Quaderns. Revista de Traducció, n. 16, (2009), pp. 29-42.

Júlia Costa, “Cèsar August Jordana, oblits i recuperacions“, La panxa del bou, 5 de abril de 2013.

Cèsar August Jordana, “L’art de traduir. Justificació d’un assaig“, Revista de Catalunya, n. 88 (15 de julio de 1938), reproducido en Montserrat Bacardí, Joan Fontcuberta y Francesc Parcerisas, eds., Cent anys de traducció al català (1891-1990). Antologia, Vic, Eumo, 1998, pp. 117-125.

Montserrat Majó i Ubach, Cèsar-August Jordana i la traducció. Repàs biobibliogràfic, trabajo de investigación dirigido por Montserrat Bacardí y fechado en septiembre de 2004.


Tagged: Antoni López Llausàs, Cèsar August Jordana, Ercilla, Joan Merli, Poseidón, Sudamericana

Vinyoli & Viñoly, traduttore, traditore (malgré lui?)

$
0
0

Joan Vinyoli

Es lógico y justo que las conmemoraciones del centenario de Joan Vinyoli (1914-1984) se concentren sobre todo en su obra poética, porque se cuenta entre las más importantes que ha dado la literatura catalana del siglo xx. Sin embargo, no es en absoluto desdeñable su impresionante trayectoria como editor y, en menor medida, su obra como traductor al catalán y al español también tiene puntos de interés.

Al tratar este último aspecto de la obra de Vinyoli suele mencionarse y ponderarse sobre todo la calidad de sus traducciones de Rainer Maria Rilke al catalán: Versions de Rilke (Proa, 1984) y, póstumamente, en edición de Xavier Folch y Feliu Formosa, Noves versions de Rilke (Empúries, 1985), que obviamente firmaba con su nombre. Pero rara vez se aborda su ingente producción como traductor al español, que, si bien variada, es particularmente cuantiosa en el ámbito de la novela policíaca que publicó Barral Editores a principios de la década de 1970.

Sin embargo, ya durante la guerra había participado como cotraductor, al español, con Ernesto Martínez Ferrando y José María Quiroga, en la Historia de la literatura. Maravillosa síntesis de historia universal, de Klabund (Arthur Henschke, 1890-1928), firmando “Juan Viñoly”, y con el mismo nombre, ya en la posguerra, Aquí debieran florecer rosas, del autor danés Jens Peter Jacobsen (1847-1885), en la colección Euro de José Janés y Félix Ros.

Aun así, en los primeros años de la década de 1970 y coincidiendo con una etapa muy difícil en la editorial en que trabajaba (Labor), aparece el grueso de su producción como traductor, que se prolongará más allá del año de su jubilación como director editorial (1979). En 1971 se publica en Seix Barral, firmada por Juan Viñoly y José Elías, la traducción de Las guerrilleras, de Monique Witting; en la misma editorial, en 1973, aparece Lectura de Brecht, de Bernard Dort, y en la Serie Negra de Barral Editores se publican en 1973 sus traducciones de La hermana pequeña, de Raymond Chandler (número 18); Las princesas de Acapulco, de Giorgio Scerbanenco (número 20); Max y los chatarreros (en colaboración con Josep Elías), de Claude Néron (núm. 23); Sinfonía para una masacre, de Alain Reynaud-Fourton (núm. 36) Tierra al asunto, de Jean Laborde (núm. 37) y El traficante de cadáveres, de Dominique Fabre (núm. 38). Poco después traduciría también a Céline (Casse-Pipe. Conversaciones con el profesor Y), a Josep Pla (Vida de Manolo contrada por él mismo), la antología de Van Hageland Las mejores historias de fantasmas y toda una serie de traducciones pro pane lucrando (Carlos Semprún Maura, Dominique Cacoub, Aldo Rizzo, Philippe de Jonas, etc.).

Dado que Vinyoli no se jubiló de Labor hasta 1979, cabe suponer que el grueso de estas traducciones, y en particular las que hizo para su amigo Carlos Barral, las compaginaba además con su jornada laboral, lo cual hace doblemente increíble la prodigalidad de Vinyoli (o Viñoly) como traductor.

De izquierda a derecha, Carlos Barral, Max Aub y Carlos Fuentes.

Los valiosísimos estudios que Daniel Linder ha dedicado a las traducciones en España de los clásicos de la novela negra dan algunas pistas para entender semejante rapidez. En un trabajo dedicado a la novela de Chandler The Big Sleep, por ejemplo, Linde establece la siguiente concatenación de traducciones:

  1. 1949: Con el título Una dama tenebrosa, en traducción firmada por el prolífico Juan G. de Luaces y publicada en Mateu.
  2. 1957: El mismo texto y la misma firma con el título Una mujer en la sombra, en Mateu de nuevo.
  3. 1958: Entre las Novelas Escogidas de Chandler, en traducción firmada por Inés Navarro y Antonio Gómez, en Aguilar. Inés Navarro era secretaria ejecutiva en Aguilar y Antonio Gómez su marido. Pese a no ser traductores profesionales, llevan su firma muchos de los títulos de series como las del inspector Maigret o las de Fantomas, por ejemplo.
  4. 1972: Como El sueño eterno, en traducción de un inexistente José Antonio Lara (¿una broma antiPlanetaria?), en Barral Editores, cuyo texto es el de Navarro-Gómez “maquillado”, es decir con cambios de estilo.

Bastará este ejemplo para advertir la escasa consideración que tenía Barral hacia la novela policíaca, y la cosa quizá no tendría mayor trascendencia si ese mismo texto no hubiera tenido más de una veintena de reimpresiones y de ediciones en Bruguera, Planeta y RBA, entre otras.

Acerca del Chandler que tradujo Vinyoli, evidentemente del francés, vale la pena remontarse a los antecedentes de ese original. Como es bien sabido, al término de la Segunda Guerra Mundial, Marcel Duhamel fundó en el seno de la editorial Gallimard la célebre colección de novela policíaca Serie Noire, y, para acomodarse a 180 o 240 páginas como máximo, decidió suprimir de las novelas estadounidenses todo lo que fuera psicología o no contribuyera a hacer avanzar la acción. Era además una práctica común en esos años de escasez de papel, y en un artículo también muy recomendable Jerôme Dupuis cuantifica los cortes a menudo en un 25 % del original o, en el caso de Cible mouvante, de Ross Macdonald (en Presses de la Cité) en un tercio del original. Más sangrante incluso es el caso de Dead Weight, de Frank Kane, de la que se publicó con el título Envoyé, c´est pesé! una versión en  la que los crueles chinos rojos del argumento original se habían convertido en los buenos y los simpáticos chinos nacionalistas en tipos deleznables. Tal despropósito parecería proceder de un fervoroso comunista, pero es que tras el Luc-Paul Dael que firmaba la traducción se ocultaba ni más ni menos que Paul Claudel (1868-1955).

Como es fácil suponer a estas alturas del texto, efectivamente, el Raymond Chandler que firmó Vinyoli lo tradujo a partir una edición muy incompleta, mutilada, que había publicado Gallimard con el título Fais pas ta rosière! (1950), traducida por Simone Jacquemont y J. G. Marquet. Y en sus excelentes trabajos Linder señala tanto la atenuación que Viñoly lleva a cabo de los pasajes de lenguaje demasiado crudo o de tema sexual (sin duda para evitar la censura franquista), como los errores en que incurre al traducir del francés. Ello lleva indefectiblemente a pensar en cuántas novelas negras publicadas en España en esa época presentarán, además de los efectos de la censura, ese mismo problema derivado del uso de traducciones-puente. En el caso concreto de La hermana pequeña, esa misma traducción mutilada que tradujo Viñoly tuvo además varias ediciones en Bruguera, Orbis y Plaza & Janés, hasta que en 1995 Juan Manuel Ibeas Delgado corrigió esa traducción y restituyó los pasajes suprimidos para la edición de Debate.

Fuentes:

Jérôme Dupuis, “Romans americains, la traduction était trop courte”, L´Express, 24 de octubre de 2012.

Daniel Linder, The American Detective Novel in Translation. The translations of Raymond Chandler´s novels in Spanish, tesis doctoral, Universidad de Salamanca, 2008.

Daniel Linder, “Classic Chandler translations published by Barral Editores (Barcelona)“, 1611. Revista d´Història de la Traducció, núm. 5.

Daniel Linder, “The Censorship of Sex: A Study of Raymond Chandl er’sThe Big Sleep in Franco’s Spain”, TTR (Traduction, terminologie, redaction) vol. 17, numero 1 (1er semestre de 2004), pp. 155-182.

Wollanup, “Raymnond Chandler, les enquêtes de Philip Marlowe“, Moonwalker.


Tagged: Barral Editores, Carlos Barral, Gallimard, Joan Vinyoli, Raymond Chandler

Joaquín Maurín, el traductor y su sombra

$
0
0

Acerca de lo que David Paradela llamó “Todos los hombres de Janés”, es decir la pléyade de ilustradores, correctores y sobre todo traductores a los que el editor catalán auxilió encargándoles trabajos en lo más duro de la posguerra, siguen habiendo algunos de los que sabemos poco más que el nombre, pese a que es un tema que se explora y analiza en casi todos los libros y artículos que se han dedicado a Josep Janés, y sobre el que aparece también referencias dispersas en numerosos textos memorialísticos y autobiográficos.

J. Maurín.

En el rico espistolario entre quien fuera secretario general de la CNT y del POUM, Joaquín Maurín (1896-1973), y el escritor exiliado Ramón J. Sender (1901-1982) que editó Francisco Caudet, hay una anotación interesante en este sentido. Cuando en funciones de agente literario no oficial, Maurín estimulaba a Sender a intentar publicar su obra en España, le dice en dos cartas separadas por casi dos años:

Podría ver si algún editor con el que yo estuve en contacto en España –hacía traducciones– podría interesarse por algo suyo. Usted verá, y podría ser algo a explorar, sin que me atreva a prever los resultados. [Carta del 7 de septiembre de 1953]

Creo como tú –más que tú– que tus novelas en España se venderían –se venderán– muchísimo.

La primera proposición la haría al editor de Barcelona –José Janés– que edita el libro de Bertram D. Wolfe [Tres que hicieron una revolución, 1956, traducido por Manuel Bosch Barrett y Fernando Barangó Solís]. Es un antiguo amigo mío: me dio trabajo cuando salí de prisión. Espero que –si no hay “veto” político– acepte la propuesta que le haga. [Carta del 9 de junio de 1955]

Ramón J. Sender.

Esa amistad entre Janés y Maurín, que explica que el editor barcelonés estuviera en un tris de convertirse en el editor en España de la obra de Sender –si la censura no se hubiera interpuesto– hay que situarla en el año 1946, cuando, después de un periplo por cárceles españolas (ocultando su auténtica identidad para evitar males mayores), Maurín, condenado a treinta años por inducción a la rebelión, fue indultado y salió en libertad vigilada y con la obligatoriedad de residir en Madrid.

Fue la madre de otro militante del POUM que traducía para Janés ya en la cárcel (Víctor Alba) quien propuso a Maurín que se pusiera en contacto con el editor y aprovechara sus amplios conocimientos lingüísticos para ofrecerse como traductor.

Sherwood Anderson

Naturalmente, el nombre de Joaquín Maurín no figura en ningún libro publicado por Janés, pero hay un buen indicio para identificarlo, por lo menos, como el traductor de una obra del corresponsal de guerra e historiador Alan Moorehead (1910-1983), un conjunto de relatos del narrador escocés A.J. Cronin (1896-1981), una novela de Phyllis Bottome (1884-1963) y otra semiautobiográfica del maestro de la pieza breve Sherwood Anderson (1876-1941).

En una entrevista publicada originalmente en 1977, Luis Portela recordaba haber coincidido con Maurín en 1946 y, ante el ofrecimiento de ayuda económica del partido para paliar las evidentes estrecheces por las que pasaba, Maurín la rechazó alegando que iba defendiéndose a base de traducciones. Preguntado acerca de los títulos en los que podía estar trabajando, declara Portela: “Una de las cosas que tradujo fue un libro sobre el mariscal Montgomery, porque me habló justamente del tipo, del personaje. Otras cosas no sé”.

Inédita, 2009.

Para un conocedor de los catálogos janesianos esa referencia remite sin duda posible a la biografía de Alan Moorehead que publicó Janés en el año 1947 en la colección Los Libros de Nuestro Tiempo, que apareció firmada por un inexistente Mario G. Alcántara. Ese mismo título, Montgomery, fue mucho más recientemente publicado en la editorial Inédita (en traducción firmada, curiosamente, por “Mario G. Alcántara y Miquel Salarich“) en 2009.

Los otros tres libros existentes en los catálogos de Janés firmados por Mario G. Alcántara son: Señal de peligro (1947), de Phyllis Bottome, el libro de relatos Las aventuras de un maletín negro (1947), de A. J. Cronin, y la novela de Sherwood Anderson Tar (en el original inglés, con el subtítulo “A Midwest Childhood”), publicada ya en 1948.

Sobrecubierta de Joan Palet para Señal de peligro.

Por tanto, de entrada podemos añadir un nuevo pseudónimo a los que hasta ahora se le conocían a Maurín (Silivio Kosti, Máximo Uriarte, J.M. Julià, etc.).

Por otra parte, en carta a Manuel Sánchez fechada el 12 de marzo de 1947, escribe Maurín:

Recibí tu carta a su debido tiempo. Perdóname que te conteste con algún retraso. La verdad es que no me queda materialmente tiempo. El trabajo de traductor es absorbente. Lo hago por fuerza, porque no me queda otro remedio.

Teniendo en cuenta la extensión de las obras firmadas como Mario G. Alcántara, y si tan intensamente trabajaba Maurín en estas labores, cabe incluso la posibilidad (tampoco muy probable) de que sea también el autor de alguna otra traducción firmada con otro seudónimo o sin indicación del traductor.

Sin embargo, cuando finalmente ese año 1947 Maurín consigue salir de España y establecerse definitivamente en Nueva York, no cesa el contacto con Janés. Francisco Caudet reproduce un fragmento de una carta de Maurín a Janés, que fecha en enero de 1950, que pone de manifiesto la participación del entonces agente literario y periodista en el Premio Internacional de Novela que Janés había instituido (y que se caracterizó por premiar obras que luego eran censuradas e imposbles de publicar: Rabinad, González Ledesma, etc.):

Tal como le dije verbalmente, deseo que mi novela Los compañeros de prisión vaya al concurso organizado por usted llevando la firma Mario Tiznel. En caso de salir premiada, si por razones editoriales fuese más conveniente darla con mi nombre, podríamos estudiarlo.

Janés, 1947.

En 1999, el Instituto de Estudios Altoaragoneses recuperó dos obras narrativas de Maurín,¡Miau!: historia del gatito Miscelánea (narraciones escritas en la prisión de Jaca) y May: rapsodia infantil (escrita en las de Salamanca y Modelo de Barcelona), y en 2003 la exquisita colección Larumbe publicó Algol en edición preparada por Anabel Bonsón Aventín, pero se sabe además de otras obras narrativas escritas en esos años por Maurín, entre ellas: “Valentín”, el primer relato de En las prisiones de Franco (México, Costa-Amic, 1974, con prólogo de Germán Arciniegas), y Amor y comedia (manuscrito en la Biblioteca del  Bryn Mawr College).

Víctor Alba (1916-2003), correligionario y buen amigo de Maurín, con quien coincidió en la Modelo, dejó escrito en sus memorias acerca de uno de sus primeros encuentros en la prisión:

Un día Kim [Maurín] me dijo que estaba escribiendo un libro (en hojas de papel higiénico, para poder ocultarlo si era preciso). Pude leerlo unos años después (me encargué de sacarlo del país) y lo encontré acertado en muchos aspectos”.

Victor Alba

Víctor Alba no menciona ningún título, pero es posible que aluda a lo que entonces era Los compañeros de prisión y que acabaría publicándose en México como En las prisiones de Franco.

De ello puede deducirse que Maurín y Janés seguían en contacto ininterrumpido, y permite interpretar razonablemente el ofrecimiento que Maurín hizo de la obra narrativa de Sender precisamente a Janés como un modo de agradecer la ayuda que en su día el editor prestó al político recién excarcelado (y con muy pocas posibilidades de ganarse el sustento). Como tantas otras cosas, la censura impidió que ese bello gesto de Joaquín Maurín llegara a buen puerto. E incluso cabe atribuir a la censura el empleo del pseudónimo y, por consiguiente, que estemos tardando tanto en conocer la obra de quienes llevaron a cabo su labor en la España en tiempos de Franco.

Fuentes:

Víctor Alba (Pere Pagès i Elias), «Quan Janés donava feina a escriptors malvistos», Avui dels Llibres IV, 17 de septiembre de 1986, p. 18.

Víctor Alba, Sísif i el seu temps. II. Costa amunt, Barcelona, Laertes, 1990.

Joan Bonet i Martorell, Josep Janés i Olivé: Poeta i editor present en el record de l´amistat. Dietari de les hores grises, Barcelona, Imprenta Moderna, 1963.

Carlos Bravo Suárez, “La faceta literaria de Joaquín Maurín“, en su blog personal el 23 de febrero de 2003, y previamente en el Diario de Alto Aragón.

Francisco Caudet, ed., Correspondencia Ramón J. Sender-Joaquín Maurín, Madrid, Ediciones de La Torre (Nuestro Mundo), 1995.

Ricardo Crespo, “Cambio ideológico y trascendencia: Sender en la American Literary Agency”, en José Domingo Dueñas Lorente, ed., Sender y su tiempo. Crónica de un siglo, Instituto de Estudios Altoaragoneses, 2001, pp. 527-534.

Severino Delgado Cruz, “Dos obras nuevas de Joaquín Maurin escritas en el exilio sin salir de España”, en José María Balcells y José Antonio Pérez Bowie, eds., El exilio cultural de la Guerra Civil (1936-1939) (vol. VI de la serie 60 años después), Universidad de Salamanca-Universidad de León, 2001, pp. 295-322.

Pepe Gutiérrez Álvarez, “Joaquím Jorda: Recordando a Maurín en una entrevista con Luís Portela“, Kaos en la Red, 9 de julio de 2012.

Jacqueline Hurtley, Josep Janés. El combat per la cultura, prólogo de Jordi Castellanos, Barcelona, Curial (Biblioteca de Cultura catalana 60), 1986.

Albert Manent, “Josep Janés i Olivé, promotor cultural i poeta”, Serra d´Or, núm. 643-644 (julio-agosto de 2013), pp. 34-35.

Josep Mengual Català, A dos tintas. Josep Janés, poeta y editor, Barcelona, Debate (Biografías), 2013.

David Paradela, “Todos los hombres de Janés“, Malapartiana, 18 de junio de 2013

José Ramón López, “Joaquín Maurín”, en Diccionario biobibliográfico de los escritores del exilio republicano de 1939.

Rius VilaRius i Vila, Joan, El meu Josep Janés i Olivé, prólogo de Manuel Cruells, L´Hospitalet de Llobregat, Ajuntament de L´Hospitalet de Llobregat, 1976.

Joaquín Roy, ALA- Periodismo y Literatura, Madrid, Hijos de E. Minuesa S.L., 1985.

s.f., “Asuntos laborales nada “inéditos”“, Adenda&Corrigenda, ¿febrero de 2009?


Tagged: Joaquín Maurín, José Janés, Ramón J. Sender, Víctor Alba

García Lorca, Genet, Tolstói y Bukowski en París

$
0
0

A Mauricio Wiesenthal, gran escritor, gran amigo.

Cuando en septiembre de 2012 el presidente del Grupo Planeta aseguró que, en el caso hipotético de que Catalunya se independizara de España, su grupo editorial tendrían que marcharse de Barcelona, fue difícil no evocar de inmediato unos cuantos casos de editoriales que a lo largo de la historia han publicado en lenguas que no eran oficiales en los países en que estaban domiciliadas. Circunscribiéndose al siglo xx, un ejemplo paradigmático sería la enorme cantidad de editoriales creadas por los exiliados republicanos que tras la guerra civil publicaron en catalán, gallego o vasco en países como México, Argentina o Chile; no muy distinto sería el de José Martínez Guerricabeitia o las numerosas pequeñas editoriales anarquistas que en Francia publicaban en español por las mismas fechas; otro ejemplo, más cercano en el tiempo, podría ser el de editoriales como Lynx Edicions, de Barcelona, cuyas obras más emblemáticas y exitosas

La edición de Trópico de Cáncer en Obelisk Press, con la advertencia de prohibición de exportarla a EE.UU. Y Gran Bretaña.

son Handbook of the Birds of the World y Handbook of the Mammals of the World, y aun otro caso curioso es el de la notable cantidad de pequeñas editoriales en inglés que se han establecido a lo largo de la historia en París: Las Contact Press de Robert McAlmon (1896-1956), The Three Mountains Press de William Bird (1988-1963), The Hours Press de Nancy Cunard (1896-1965), Obelisk Press, de Jack Kahane (1887-1939), que los fans de Henry Miller tan bien conocen por haber publicado la primera edición de Trópico de Cáncer (1934), o las Olympia Press del hijo de Kahane Maurice Girodias (1919-1990), a quien corresponde el honor de haber publicado la primera edición de El almuerzo desnudo (1959), de William Burroughs, y a éstos podrían añadirse aún el caso de las ediciones de librerías como la celebérrima Shakespeare & Co…

Anuncio de Portfolio.

Quizás uno de los casos más emblemáticos de editoriales en inglés establecidas en París sea sin embargo Black Sun Press, fundada por el matrimonio formado por Harry y Caresse Crosby, entre cuyas joyas se cuenta una revista, Portfolio, con unos índices realmente excepcionales. Esta revista, de la que tan sólo aparecieron seis números, no se editó íntegramente en París. El primer y tercer volúmenes están editados en Washington, el segundo y quinto, en París; el cuarto en Roma y el sexto en Delfos (Grecia). Esta dispersión, añadida a unas tiradas reducidas contribuyen a explicar el precio que puede alcanzar una edición completa de esta revista (una en buen estado pero con algunas hojas perdidas, se vendió en 2008 por algo más de mil dólares, y en 2010 se valoró la colección completa en unos 3.000 dólares). Los escritores, fotógrafos, ilustradores e impresores que intervinieron en esta publicación son la principal explicación del interés que despierta Portfolio, y hacen más sangrante la anécdota de Bukowski, obviamente borracho, dejando que el viento se llevara las hojas del ejemplar que recibió por su colaboración cuando apenas contaba veinticuatro años (en el número de primavera de 1947).

Caresse Crosby con un ejemplar de Portfolio bajo el brazo.

Porfolio. An International Quaterly es una creación de Caresse Crosby (Mary Phelps Jacob, 1891-1970), quien con su marido Harry (1898-1929) había fundado en 1928 la editorial Éditions Narcisse, que rápidamente cambiaría el nombre a Black Sun Press. Previamente, en 1914, Caresse Crosby había patentado el invento al que debe la fama, el sostén de copa, y había fundado la Fashion Form Brassière Company, de la que obtuvo pingües beneficios sobre todo cuando vendió la patente a The Warner Brothers Corset Company.

El matrimonio Crosby había hecho posibles hasta entonces algunas ediciones bastante singulares y esmeradas, como una de 300 ejemplares de The Fall of the House of Usher, de Edgar Allan Poe, con una nota introductoria de Arthur Symons e ilustraciones del polifacético artista alemán Alastair (Hans Henning van Voight, 1887-1969), Tales Told of Shem and Shaun (tres fragmentos de la obra en marcha Finnegans Wake), de James Joyce, en 1929, con un prefacio de C. K. Ogden y un retrato en el frontispicio obra de Constantin Brancusi (1876-1967), del que en 1928 se tiraron 500 copias (100 de ellas en papel japón) o una muy impresionante edición de Alice in Wonderland fechada en octubre de 1930, con seis litografias a color de Marie Laurencin (protegidas con papel de seda) y profusamente decorado, que se presentaba en una edición en piel y dentro de una caja (se tiraron 790 ejemplares, algunos en rústica pero siempre en caja). Pero también editaron una serie formalmente más modesta de ediciones en rústica, World-wide Masterpieces in English, que se estrenó en 1932 con Torrents of Spring (Torrentes de primavera), de Ernest Hemingway.

Litografía a color de Marie Laurencin para Alice in Wonderland (Black Sun Press, 1930).

Portfolio hacia honor a su nombre, era una carpeta con hojas sueltas de diversos tamañas, impresas en diferentes tipografías y sobre papeles diversos (debido a las restricciones para comprar papel), y en cuanto al contenido, respondía a la línea editorial más interesante que estaba desarrollando paralelamente Black Sun Press: dar a conocer y apoyar a autores emergentes de talento, añadiéndoles además ilustraciones de artistas no menos importantes. El equipo que lleva a cabo el primer número (de 26 hojas), lo componían el escritor Harry Thornton Moore (1884-1975), profesor y autor de estudios pioneros sobre D.H. Lawrence, Henry James, John Steinbeck y Lawrence Durrell, como asistente editorial; el escritor Henry Miller (1891-1980), como asesor en el terreno de la prosa; Selden Rodman (1909-2002), antólogo y autor de numerosos libros sobre arte caribeño, como asistente de poesía, y Sam Rosenberg (1912-1996), conocido sobre todo por ser uno de los primeros alpinistas que culminó el Everest y por su estudio sobre Sherlock Holmes Naked is the Best Disguised (1974), como asistente de fotografía.

De izquierda a derecha, Gala, Salvador Dalí y Caresse Crosby.

Se presentaba como una revista sin ánimo de lucro con vocación de convertirse en crisol de todas las disciplinas artísticas (tipografía, impresión, pintura, dibujo, grabado, fotografía, ensayo, relato breve, poesía en prosa y en verso…), y en todos estos aspectos el nivel de exigencia era muy alto. En cuanto a la periodicidad, pronto quedó abandonado el propósito inicialmente anunciado de cuatro números por año, y finalmente acabó por falta de financiación cuando, metida ya de lleno en la creación de un Centro por la Paz Mundial en Delfos, Caresse Crosby no obtuvo suficientes suscriptores para mantener el proyecto en marcha. De cada número se publicaban alrededor de mil copias, si bien los primeros cien ejemplares siempre contaban con un valor adicional, que bien podía ser obra de artistas del calibre de, por ejemplo, Henri Matisse.

Portada del núm. 2 de The Outsider.

A lo largo de los años siguientes se vivió un auge, tanto en Europa como en Estados Unidos, de pequeñas revistas literarias mimegrafiadas (ciclostiladas) que permitieron que muchos autores tuvieran la oportunidad de ver su obra impresa en letras de molde, y su importancia no es desdeñable en relación al nacimiento y afirmación de la cultura underground. Un ejemplo insigne de ello es el que pusieron en marcha Jon (1905-1971) y Louise Webb (n. 1916), Outsider, que en su primer número (otoño de 1961) publicó obra de Henry Miller, Allen Ginsberg, William Burrouhgs, Gregory Corso, LeRoi James, Gary Snider, Michael McClure, Diane di Prima, Charles Olson y Ed Don; en el segundo, textos de Miller, Burroughs, Corso, Kenneth Patchen, Jean Genet, Jack Kerouac, Jack Micheline y Charles Bukowski, o en el tercero, de McClure, Snyder, Bukowski, Patchen, Genet, Robert Geeley, Carl Solomon, Harold Norse o Diane Wakoski. El matrimonio Webb había comprado una antigua prensa a mano Chandler & Prince, y su revista gozaba de una presentación fastuosa, impresa a mano sobre papel de seda de diferentes colores, con fotografías y dibujos. Posteriormente incluso publicarían algunos libros a Henry Miller y Charles Bukowski, entre otros, bajo el sello Loujon Press.

Edición de Loujon Press de It catches my heart in its hands” (1963), de Bukowski.

Muchas de estas publicaciones que surgen sobre todo en Estados Unidos a finales de los años cincuenta y en los sesenta no tienen hoy otro interés que el histórico, pues tanto su forma como su contenido literario es mayoritariamente de una tosquedad desoladora. Quizás a más de uno (es mi caso) le hagan pensar en la diferencia entre publicar en una editorial o autopublicarse sea dónde y cómo sea…

Retomando la cita inicial de José Manuel Lara Hernández, y aunque eso no haga más comprensible su razonamiento, en cualquier caso no creo que estuviera pensando en iniciativas equiparables a Portfolio.

Apéndice. He aquí una somera y parcial descripción (con los datos recabados de descripciones de números sueltos en las webs de algunos anticuarios y librerías especializadas en libro antiguo) de cada uno de los números de Portfolio:

  • Volumen I (Washington, 1945):
  • Prosa: Henry Miller (“The Staff of Life”), Caresse Crosby, René Clevel (fragmento de “Babylong”), David Daiches, Jérome Weidman (“Sam”), Harry Thornton Moore (reseñas de libros).
  • Poesía: Gwendolyn Brooks, Alex Comfort, Karl Shapiro (sonetos de Place of Love), Kay Boyle, Louis Aragon, Ruth Herschberger, Demetrios Capetanakis (“Emily Dickinson”), Coleman Rosenberger (“Manet in the Sale Mines at Merker”) y Romaire Bearden (“The Nativity”).
  • Ilustraciones: Jean Helion, Caresse Crosby (“Anatomy of Flight”, una fotografía de Harry Crosby, un retrato de Kay Boyle), Jean Helion, Romare Bearden, Henry T. Moore, Pietro Lazzari, Lilian Swab Saarinen (“Tygers at Play”), Sam Rosenberg (“Practical Joker” y “Retrato de Max Ernst”), Pete Sekaer, Sam David y Naomi Lewis.
  • Volumen II (París, Navidades de 1945)
  • Prosa: Albert Camus, Jean-Paul Sartre, Valdi Leduc, Robert Lannoy, Mireille Sidoine, Claude Morgan, Louis Martin-Chauffier, Harry Thornton Moore.
  • Poesía: Paul Éluard, René Char, Francis Ponge, Robert Lowell, Claude Roy, Myron O´Higgins, Weldon Kees, Selden Rodman,
  • Ilustraciones: Pablo Picasso, Francis Gruber, Henri Matisse, Giacometti, Dora Maar, Kristians Tonny, Henri Cartier Bresson, Paul Grimault, Jerome Snyder.
  • Página de “20 thanks for Kasseldon”, de Charles Bukowski, en Portfolio.

  • Volumen III (Washington, primavera de 1946; Romare Bearden se añade como asesor)
  • Prosa; Jean-Paul Sartre, Henry Miller, Charles Bukowski (20 thanks from Kasseldown”), Jean Genet, Kayle Boyle, Harry Crosby, Selden Rodman (reseñas de libros).
  • Poesía: Kay Boyle, Harry Crosby, Stephen Spender, Feederico Garcia Lorca, David Daiches, Kenneth Rexroth,
  • Ilustraciones: Hans Richter, Wilfredo Lam, Pierre Tal-Coat, Dorothea Tanning,  
  •  Volumen IV (Roma, verano de 1946; editado por Henry Miller)
  •  Prosa: Caresse Crosby, Harry Crosby, Giorgio de Chirico, Alberto Moravia, Bruno Zevi, Payanotis Tetsis (ensayo).
  • Poesía:: Elio Vittorini, Eugenio Montale, Giuseppe Ungaretti.
  • Ilustraciones: Giorgio Morandi (fotografía a color), Carlo Levi, De Chirico, Giorgio Morandi, Carra, Campigli, Guttuso, Pier Luiggi Nervi, Luigi Moretti, Giacomo Manzù, Corrado Cagli, Panayotis Tetsis.
  • Volumen V (París, primavera de 1947)
  • Prosa y poesía: Leon Tolstói (“The Law of Love and the Law of Violence”), Harry Thornton Moore, Harry Goode, Conrad Moricand, Edwin J. Becker, Anaïs Nin, Emanuel Carnevali, Albert Cossery, George Mann, Rene Batigne, Harry Crosby, Merle Hoyleman, Selden Rodman, Mason Jordan Mason, Rene Belance, Vera Inber, George Leite,
  • Poesía: Charles Olson
  • Ilustraciones: Modigliani, Max Ernst, Roberto Fasola, William Calfee, James Poe, Scipione, Justin Locke, Mirko, Man Ray, Carmelo y Meraud Guevara.
  • Incluye una breve biografía de cada uno de los autores.
  •  Volumen VI (Atenas, verano de 1947)
  • Prosa: Caresse Crosby (texto introductorio), K. T. Dimaras (“Contemporary Greek Literature”, en el índice pero no hallado en ningún ejemplar), Nikos Hadjikiriakkos-Ghikas.
  • Poesía: Andrea Cambas (“The Woman of Crete”, en traducción de Derek Patmore), Nikos Egonopoulos.
  •  Illustraciones: Athina Tarsouli (“Island Sketches”), Yannis Moralis, Kanellis, Kapralos, Diamantopoulos.

Fuentes:

Fragmento del documental Always, yes, Caresse, sobre la vida de Caresse Crosby con imágenes de época.

Web del film de Wayne Ewing sobre Loujon Press

Web de Lynx Ediciones

Entrada dedicada a Portfolio en Wikipedia.

Redacción/Agencias, “José Manuel Lara: “Si Catalunya fuera independiente, el Grupo Planeta se tendría que ir“, La Vanguardia, 28 de septiembre de 2012.

Bhob, “A Valentine for Gypsy Lou“, Potrzebie, 14 de febrero de 2012.

Abel Debritto, “Charles Bukowski, el mejor poeta de América“, Revista de Letras, 9 de abril de 2012 (previamente publicado en francés en La Quinzaine Littéraire (enero de 2012) y en castellano en Nerter (febrero de 2012).

Doug Mac Cash, “Jon and Gypsy Lou Webb, Bukowski and the 1960s French Quartet“, The Times Picayune, 29 de agosto de 2013.

Mario Maffi, La cultura underground, Barcelona, Anagrama, 1975. 2 vols.

Barry Miles, Charles Bukowski, traducción de Ángela Pérez, Barcelona, Circe (Biografía), 2006.

Michel Mitrani, Conversación con Albert Cossery, traducción de Diego Luis Sanromán, Logroño, Pepitas de calabaza, 2013.


Tagged: Black Sun Press, Caresse Crosby, Charles Bukowski, Henry Miller, Loujon Press
Viewing all 575 articles
Browse latest View live