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Primera aproximación a la obra de Joan Palet como ilustrador de libros

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En la vieja sede de Plaza & Janés hubo en un tiempo un enorme cuadro al óleo, casi un mural, que bajo el título Los importantes de la literatura catalana presentaba una escena imposible, un encuentro entre Jacint Verdaguer (1845.1902), Joan Maragall (1860-1911), Ángel Guimerà (1845-1924) y Carles Riba (1893-1959), que nunca pudieron coincidir por razones cronológicas obvias. Es un misterio, al menos para mí, dónde fue a parar ese cuadro cuando se abandonó la sede, pero tiene mucho sentido que se tratara de una obra fechada en 1970 por el pintor y excelente dibujante Joan Palet Batiste (28 de marzo de 1911-19 de agosto de 1996), pues su labor como ilustrador de libros y su papel en la edición española es extraordinaria e, incomprensiblemente, muy poco reconocida.

Autorretrato de Joan Palet (1911-1996) en 1976 (óleo sobre madera, 30 x 41 cm).

Nacido en el seno de una familia de escultores y tallistas de la madera con taller en Barcelona, Palet se inició muy pronto en el mundo artístico en la pequeña empresa familiar, y su precocidad le llevó con apenas dieciocho años a participar en la Exposición Internacional de Barcelona (1929) y a hacer unas primeras colaboraciones para la celebérrima revista infantil Patufet.

A la derecha, cabecera de Joan Palet para Patufet.

Matriculado en 1930 como alumno nocturno en la Escola de Belles Arts de Barcelona, conocida popularmente como La Llotja, no tardó en formar grupo, una “colla”, con algunos jóvenes que no tardarían en destacar en el mundo de la ilustración y el diseño, como Josep M. Mallol Suazo (1910-1986), Manuel Ricart Serra (1913-2014) o Ricard Giralt-Miracle (1911-1994), entre otros. Dos años después, el fallecimiento de su padre le llevó a iniciarse profesionalmente en el mundo de la publicidad en una de las agencias pioneras catalanas, Publicitats, al tiempo que, sin abandonar los estudios nocturnos en La Llotja, se hizo socio del Reial Cercle Artístic de Barcelona y del Cercle de Sant Lluc.

Giralt per Palet

Ricard Giralt-Miracle (1951), retratado por Joan Palet (pluma sobre papel, 14 x 11 cm).

Como sucedió a tantos miembros de su generación, la guerra civil española hizo picadillo su prometedora carrera ascendente. Tras ver morir a su hermano en sus propios brazos en los primeros compases de la contienda, fue movilizado y pasó la guerra en el servicio cartográfico, para cruzar en febrero de 1939 la frontera con Francia y ser internado en el campo de refugiados de Barcarès. No volvió a cruzarla, en sentido contrario, hasta cinco meses después.

Janés per Palet

Retrato de Josep Janés i Olivé, grabado a la punta seca (1952).

A su regreso, al parecer, el reencuentro con sus compañeros, y en particular con el poeta y editor Josep Janés i Olivé (1913-1959), fue fundamental para su integración en el entonces muy asfixiado mundo editorial y cultural catalán. Según lo cuenta perfectamente su hija Olga:

Palet encuentra en el oficio de ilustrador una salida a sus necesidades artísticas, pero con Janés y su círculo también descubre una calidez humana y cultural que, recién terminada la guerra, parece un milagro. Conoce un ambiente que, a pesar de las dificultades del momento, se mantiene fuerte gracias a la colaboración entre pintores, poetas y escritores catalanes […] Janés se rodeó de colaboradores de gran valía artística y con inquietudes y cualidades manifiestas que habían quedado un poco huérfanos tras la guerra. Grau Sala, Giralt-Miracle, Mallol Suazo… los viejos amigos de la Llotja son algunos de los artistas que coinciden en aquella época en torno al editor; entre todos potencian un interesante clima creativo. Fruto de este ambiente son las ediciones de bibliófilo en las que colaborarán artistas plásticos –que realizan los grabados– y escritores. Todos ellos son hijos de una tradición novecentista, cuentan con un gran bagaje literario y cultural y son grandes lectores y amantes de la poesía, con Maragall y Carner como referentes.

En la década de los cuarenta Palet se dedica más a ilustrar libros y portadas de libros comerciales que a la edición propiamente de bibliófilo (en la que trabajará sobre todo a partir de los años cincuenta), pero fue muy destacada ya en la inmediata posguerra su edición de Retrato en un espejo, de Charles Morgan, que en El Español Darío Fernández Flórez describió como “un libro perfecto que acaso hoy día valga la capitanía maestra, la flor espléndida de la edición actual española”.

Forntispicio y portada de Retrato en un espejo.

Sin embargo, más interesante e ilustrativo de la singularidad de esta edición resulta el relato que hizo el muy estimado impresor Joan Bonet acerca del momento en que el libro se puso a la venta:

 Un libro caro, de literatura, una maravilla de presentación, a dos tintas, el precio del cual pronosticaban los entendidos en la materia que era inaccesible a la disponibilidad del público al que iba destinado. Lo miraban [a Josep Janés] como si fuera un demente. Era Retrato en un espejo, de Charles Morgan, con estuche y celofán, y, en el interior, unas ilustraciones exquisitas [litografiadas] de Joan Palet. El libro llevaba una sobrecubierta que era una maravilla. En apenas un mes se agotó esa edición.

A esta edición seguirían algunas otras muy notables, como las muchísimas sobrecubiertas que ilustró para la colección Leda, diseñada por Giralt Miracle para la editorial Lauro también de Janés, o las excelentes ilustraciones para el libro de Planas i Bach La meva vida en el llac (de la renacida colección Rosa dels Vents), o la sobrecubierta y el fronstispicio de Elisabeth vuela conmigo, Walter Ackerman, de la colección La Pleyade, que incorporaba en el interior dibujos de Ernst Daniel, o tantos otros títulos de colecciones janesianas como La Rosa de Piedra, La Pleyade o de las Ediciones de la Gacela para las que dibujó memorables forntispicios.

Portada de La meva vida en el llac (José Janés, 1948).

La labor de Palet para las ediciones de Janés y algunos otros editores en la década de los cuarenta (Aymà, Selene) fue enorme, pero, además de para su obra pictórica, aun encontró tiempo para intervenir además en algunas de las más destacadas ediciones emprendidas por la resistencia cultural catalana, como es el caso de la obra de Ramon Tor L´hereu Riera, de la que, con prólogo de Maria Aurèlia Capmany, variaciones melódicas de Joan Massip y cuatro láminas coloreadas a mano por Joan Palet, salieron de la Imprenta Joan Sallent 500 ejemplares numerados y falsamente fechados en 1938 (con lo que se pretendía engañar a la censura haciéndolo pasar por un libro anterior a la derrota republicana).

Interior de La meva vida en el llac.

De unos pocos años después es la colaboración con Josep Palau i Fabre (1917-2008), que conoció a Palet a través de Janés, para la revista clandestina Poesia, de la que entre marzo de 1944 y diciembre de 1945 (aunque evidentemente sin indicación de fechas) se publicaron veinte números con pie editorial de La Sirena impresos en la imprenta Gràfica Catalana, de cien ejemplares numerados en papel de hilo Guarro. De Palet es el diseño y realización de la cabecera, así como alguna que otra ilustración de esta mítica revista.

Cubierta de Novenari líric, con unas golondrinas que recuerdan las de los Quaderns Literaris de Janés.

De 1945 es la muy singular edición que hizo Aymà de Tú y yo, de Paul Géraldy, con cuatro láminas a color de Palet y de la que se tiraron tan solo 36 ejemplares. Por esas mismas fechas, ya mediada la década y gracias a una ayuda económica del Instituto Francés, se planteó salir clandestinamente del país y establecerse en París, donde contaba con reunirse con sus amigos Josep Palau i Fabre y Antoni Clavé (1913-2005), pero el contacto que debía ayudarle a traspasar los Pirineos no se presentó a la cita y Palet ya nunca más volvió a intentarlo.

A los trabajos ya mencionados puede añadirse aún la colaboración con la revista clandestina dirigida por Josep Romeu (1917-2004) Ariel. Revista de las Arts, o su participación como uno de los diversos ilustradores del Primer llibre de goigs firmado por Hilari, pare d´Arenys de Mar, publicado en 1949 por Montaner y Simón.

Quizá sea muy osado o ambicioso en exceso pretender crear un registro de todos los trabajos editoriales llevados a cabo por el muy prolífico Joan Palet, y son de prever ya grandes dificultades para localizar sus trabajos de preguerra, pero probablemente en algún momento, alguien, debería intentarlo para poder justipreciar la labor de un hombre importante en la ilustración de libros en los años cuarenta y cincuenta, tanto en ediciones de bibliófilo como en ediciones corrientes.

 Fuentes:

Joan Palet. Una mirada íntima, libro catálogo con textos de Josep Palau i Fabre (“Presentació”), Olga Palet (“Joan Palet. Una mirada íntima” y “Joan Palet. Notes biogràfiques”), y Pere Secorún (“Un estiu a Mallorca”), con bibliografía y traducciones de los textos al español y al inglés de Discobole, Caldes d´Estrac, Fundació Palau-Centre d´Art, 2006.

Página web a medio crear dedicada a la memoria y obra de Joan Palet Batiste.

Fernando Gutiérrez, “Juan Palet en Galería Anglada”, La Vanguardia, 6 de abril de 1974, p. 49.

Joan Bonet i Martorell, Josep Janés i Olivé: Poeta i editor present en el record de l´amistat. Dietari de les hores grises, Barcelona, Imprenta Moderna, 1963.

Darío Fernández Flórez, “Trance y fortuna de la edición actual española”, El Español, 2 de enero de 1943, p. 11.

Juan Ramón Masoliver, “Salones jóvenes, “Artes y Artistas”, La Vanguardia, 29 de septiembre de 1949, p.40.

J.V., “El facsímil de Poesía, primer revista clandestina impresa en català”, La Vanguardia, 13 de enero de 1977, p. 40.

Ignacio Vidal-Foclh, “Palet, Palau i Picasso”, El País, 26 de diciembre de 2011.

Plaza & Janés Editores, S.A.”, en el blog Fotogramas del Pasado.

 

 


Tagged: Joan Palet, Josep Janés i Olivé, Josep M. Mallol Suazo, Josep Palau i Fabre, Ricard Giralt Miracle

Joan Palet y la bibliofilia entre amigos en los años cincuenta.

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A la altura de 1950 Joan Palet era uno de los ilustradores de libros barceloneses más conocidos, y por entonces empezó además a ampliar el número de editores para las que trabajaba. Es posible que su primera exposición individual, en otoño de 1949 en la Galería Argos y presentada por el crítico y estrecho colaborador de Janés Fernando Gutiérrez, algo tuviera que ver en ello.

Joan Palet pintando al aire libre en 1973.

Para Josep Janés al abrirse la década continúa ilustrando las sobrecubiertas de la excelente colección Leda (Los Escritores de Ahora), cuyas cubiertas diseña su amigo Ricard Giralt-Miracle, y que responde perfectamente a las características de edición noble y hasta cierto punto lujosa pero destinada al comercio regular que caracterizó buena parte de la obra editorial de Janés ya desde la década anterior. De 1950, por ejemplo, son las sobrecubiertas de La máquina de leer los pensamientos, de André Maurois, Vientos de terror, de Hodding Carter, Galahad, de John Erskine, Sangre de rey, de Sinclair Lewis, El sello que naufragó (luego editada como El sello de Antigua), de Robert Graves…

Robert Graves, El sello que naufragó, trad. de Manuel Bosch Barrett, José Janés Editor (Los Escritores de Ahora), 1950.

De muy distinto signo, en cambio, es la edición ese mismo año de 25 ejemplares numerados de Retorn a la vall, de Maria Dolors Orriols, con ilustraciones en el texto de Palet e impreso sobre papel de hilo y presentado con funda y petaca, con  el sello de Editorial Juris.

Joseo Romeu i Fugueras (1917-2004).

Para la admirable empresa de Josep Pedreira (iniciado como editor al lado de Janés) Edicions de l´Óssa Menor ilustra Palet también en 1950 un volumen de poesías del director de la revista clandestina Ariel. Revista de las Arts, Josep Romeu i Figueras, que se publica con un prólogo del reputado crítico Jaume Bofill i Ferro y con el título Sonets. Elegia del mite. Nits. Més enllà del somni.

Y del año siguiente es otra interesante edición con uno de sus grandes amigos de juventud en La Llotja, Ricard Giral Miracle, con quien ilustra La pedra de toc, de Rabindranath Tagore, para el sello Filograf que había puesto en marcha su viejo amigo.

De su también buen amigo y en cierta medida mentor Josep Janés prepara una edición muy cuidada del poemario Combat del somni que se publica en 1952 en la colección de Pedreira Els Llibres de les Quatre Estacions. Son apenas 73 páginas de 31 x 24 con dibujos en el texto y siete aguafuertes a página, de la que se hizo una tirada de 215 ejemplares numerados, impresos en papel de hilo royal Annan (con filigrana Fénix) por Horta y presentada también en funda y petaca.

También 200 ejemplares numerados se tiraron de una de las ediciones más legendarias ilustradas por Palet, Poemes de l´alquimista (19529 de Josep Palau i Fabre, que se publicó en la editorial de éste, La Sirena, y para cuya portada Palet toma como referencia el motivo del hombre alquímico de El Bosco.

 

En gran formato, tapa dura e ilustraciones a color a página completa (impares) se publica al año siguiente en José Janés Editor La princesita que tenía los dedos mágicos, de Maria Luisa Gefaell, que había obtenido Premio Nacional de Literatura en 1952 y que acababa de publicar un artículo importante sobre la materia, “Hay que dar dignidad al libro infantil”, en Correo Literario. Como “una de las ediciones más cuidadas” de Janés describe Jaime García Padrino esta obra en gran formato y encuadernada en tapa dura cuyas páginas impares incorporan a sangre ilustraciones a color de Joan Palet. (Jaime García Padrino, “Libros infantiles y juveniles”, en Jesús A. Martínez Martín, dir., Historia de la Edición en España, Madrid, Marcial Pons, 2015, pp. 699-721).

Paralelamente, va creciendo en la sombra la obra pictórica de Palet, que no sería ampliamente divulgada hasta su muerte, pero vale la pena mencionar aún la edición del libro de Miquel Coll i Alentorn La llegenda de Guillem Ramon de Montcada, publicada en Aymà como número 12 de la colección Guió d´Or en 1958. Con capitulares de Giralt-Miracle y grabados a la madera de Palet, ocho de ellos fuera de texto, se publicó una tirada de 330 ejemplares numerados en papel de hilo verjurado romaní.

Con estos antecedentes tan espectaculares, no es de extrañar que las barcelonesas Ediciones Comar confiaran en Palet para que ilustrara su conocida edición ilustrada de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1964).

Joan Palet, “Mujer con marionetas javanesas” (1940), óleo sobre tela (80 x 65 cm).

Fuentes:

Joan Palet. Una mirada íntima, libro catálogo con textos de Josep Palau i Fabre (“Presentació”), Olga Palet (“Joan Palet. Una mirada íntima” y “Joan Palet. Notes biogràfiques”), y Pere Secorún (“Un estiu a Mallorca”), con bibliografía y traducciones de los textos al español y al inglés de Discobole, Caldes d´Estrac, Fundació Palau-Centre d´Art, 2006.

Germán Masid Valiñas, La edición de bibliófilo en España (1940-1965), Madrid, Ollero y Ramos, 2008.

 


Tagged: Aymá, Joan Palet, Josep Janés i Olivé, Josep Palau i Fabre, Lauro, Ricard Giralt Miracle

Joan Palet y los libros, una desenfadada coda sobre la censura franquista

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Jacqueline Hurtley, cuyos trabajos sobre el editor Josep Janés (1913-1959) no me cansaré de recomendar, ya en su tesis doctoral analizó y describió la censura a la que fue sometida la traducción al español de Portrait in a mirror, y en un apéndice reproducía además algunas páginas del mecanoscrito con las tachaduras censorias; realmente, el de esta novela de Charles Morgan es un caso bastante singular, en el que además el ilustrador Joan Palet (1911-1996) tuvo un papel que, pasado el tiempo, resulta bastante gracioso.

En 1942, cuando Janés acababa de disolver la asociación que en la inmediata posguerra había intentado con Félix Ros (1912-1974) para llevar adelante la editorial Emporion, una de las primeras iniciativas que llevó a cabo fueron las Ediciones Lauro, conocidas sobre todo por su colección Aretusa (inicialmente encuadernada en rústica). En esta colección se publicó Retrato en un espejo (Premio Fémina 1930), pero con la singularidad de ser editada con ilustraciones, de Palet, encuadernada en tapa dura y con punto de lectura en tela. Recordando experiencias recientes de Janés con la censura, Hurtley aventura con mucho tino que muy probablemente este trato excepcional a la novela de Morgan respondía quizá a la voluntad de pasar el filtro de la censura franquista, que se mostraba más flexible con las ediciones lujosas por considerar que, dado su precio más elevado, difícilmente caerían en manos “poco convenientes” (es decir, las clases populares, a las que se suponía maleables).

Josep Janés.

La obra tuvo una inesperadamente buena acogida y recepción, y fueron muy elogiadas las ilustraciones de Palet. De hecho, la idea de los libros ilustrados o decorados fue una de las grandes iniciativas de Janés en aquellos años de la inmediata posguerra, aunque comportaran algunos inconvenientes, problemas de producción y retrasos. Así, explica Janés en su estupenda conferencia «Aventuras y desventuras de un editor»:

Solían ilustrar muchas veces los libros sin leerlos. Joan Commeleran me ilustró una vez una novela de veinte capítulos con veinte escenas, todas ellas referentes al primero. Pedro Pruna dibujó unos personajes que, según la obra, eran niños de ocho o nueve años, y me los representó, él, con bigote, y ella, con una figura que resultó un retrato anticipado en doce años de esa señora, de tanto relieve en la pantalla de hoy, que se llama Gina Lolobrigida. […] Había excepciones, claro está. [Josep M.] Mallol Suazo, [Joan] Palet [Evarist] Mora, Eduardo Vicente y muchos otros eran de una seriedad impecable.

Pere Pruna (1904-1977).

En Retrato en un espejo –«una novela perfecta», en palabras quizá demasiado entusiastas de Ricardo Gullón, que la emparenta con Jane Austen y Henry James– el joven pintor Nigel Frew rememora en primera persona el momento en que siendo muy joven se enamoró de Clare Sibright (cuando ésta estaba a punto de casarse), más por cómo se la imaginaba que por cómo era ella realmente, y su posterior frustración al negarse Clare a acompañarlo cuando, en un arrebato de pasión, le propuso una muy novelesca huida. El quid de la novela sin embargo, reside en el hecho de que Nigel se enamora de la idea que se ha hecho de Clare, y ello se pone de manifiesto cuando intenta pintar un retrato al óleo de su amada. Sólo consigue retazos, esbozos de sus manos, de su pelo, de su cuello, porque lo que en realidad parece desear es poseerla desde un punto de vista artístico, estético y muy romántico, y cuando comprende eso su pasión se apaga. En una segunda parte, convertida Clare en la esposa de Ned Fullaton en un aburrido matrimonio, es ella quien no puede quitárselo de la cabeza, y el desenlace es, efectivamente, el que es fácil suponer y que muy poca gracia le haría a la censura franquista.

Sin embargo, y resumiendo el relato que hace Hurtley del caso, la censura obligó sobre todo a tachar:

unas alusiones a los monjes y a Dios que se interpretarían como irreverentes e, incluso, heréticas, por lo que se refiere a Dios y, luego, la versión de la obra autorizada revela la supresión o sustitución de lenguaje explícitamente físico o sensual y la comparación cruda de los labios de la protagonista con los de una prostituta.

Sin embargo, la censura dejó pasar la escena en que Nigel se imagina el cuerpo desnudo de Clare y eso despierta su deseo, quizá sin tener en cuenta que esa escena se desarrolla en el interior de una iglesia.

Portada de la edición de 1957 .

Por si esto fuera poco, ya el traductor (Alfonso Nadal) o quien corrigiera la traducción se ocupó de atenuar el lenguaje, dando en la versión española “belleza física” como traducción de the body o traduciendo como “amor” lo que en el original era passion.

Con todo, lo más jugoso de esta historia queda para el final, que ya en la resolución definitiva de la Delegación Nacional de Propaganda (del 30 de junio de 1942) se pedia que el traductor «suavizara». Lo que decía la primera versión de traducción, y de lo que se deducía que se había consumado el acto sexual, era lo siguiente: «de modo que mi cabeza descansó en su pecho y sus cabellos cayeron sobre mí», frase que fue muy convenientemente tachada por el censor de turno.

Joan Palet pintando al aire libre en 1973.

Lo jocoso del caso es que esa fue precisamente la imagen que Plaet concibió, y Janés hizo imprimir, como última ilustración de la obra. Cabe discutir, sin fundamento ni pruebas, si fue un modo intencionado o no de torear a la censura, pero en cualquier caso no deja de tener su gracia.

Tambien la tiene que, visto lo visto, Gullón rematara su reseña con el siguiente comentario, en el que pone de manifiesto lo arriesgado que resulta hablar de las tracucciones cuando no se ha llevado a cabo un cotejo mínimamente serio del original con su versión traducida:

Es un deber fácil y gustoso de cumplir consignar que la versión castellana de Retrato en un espejo se presenta en esmerada y bella edición de la colección Aretusa que dirige José Janés. La traducción de Alfonso Nadal, cuidadosa y poética, es fiel trasunto del original inglés. Lleva ilustraciones muy delicadas de Juan Palet. En conjunto el libro resulta digno por su presentación de la obra con que, si no me engaño, se da a conocer a Charles Morgan al lector español.

Portada de la edición de 1942.

Fuentes:

Ricardo Gullón, «Retrato en un espejo», Escorial, núm 32 (junio de 1943), pp. 449-453.

Jacqueline Hurtley,La literatura inglesa del siglo xx en la España de la posguerra: la aportación de José Janés, tesis de doctorado, Universitat de Barcelona, 1983.

La profesora Jacqueline Hurtley tras recibir el Premio de la European Society of the Study of English por su biografía de Walter Starkie.

Jacqueline Hurtley, «La obra editorial de José Janés: 1940-1959», Anuario de Filología (Universitat de Barcelona), n. 11-12 (1985-1986), pp. 293-329.

Jacqueline Hurtley, Josep Janés. El combat per la cultura, Barcelona, Curial (Biblioteca de Cultura catalana 60), 1986.

Jacqueline Hurtley, Josep Janés, editor de literatura inglesa, Barcelona, Promociones y Publicaciones Universitarias (Letras, Ciencias, Técnica 28), 1992.

Josep Janés i Olivé, «Aventuras y desventuras de un editor», conferencia pronunciada en la Biblioteca Central de la Diputación de Barcelona con motivo de la Exposición de la Fiesta del Libro de 1955 y publicada como anexo al Catálogo de la producción editorial barcelonesa entre el 23 de abril de 1954 y el de 1955, Barcelona, Diputación de Barcelona,1955.

Josep Mengual, A dos tintas. Josep Janés, poeta y editor, Bareclona, Debate, 2013.

Eduaro Ruiz Bautista, coord., Tiempo de censura. La represión editorial durante el franquismo, Gijón, Ediciones Trea (Biblioteconomía y Administración Cultural 188), 2008.


Tagged: Alfonso Nadal, Charles Morgan, Joan Palet, José Janés, Lauro

De la sandez de Wert a los “libros que españolean”, pasando por Miss España

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En Historia de la edición en España, 1939-1975, Jesús A. Martínez menciona un poco de pasada una editorial que forjó un eslogan publicitario antológico que hubiera hecho las delicias del exministro de Educación, Cultura y Deporte español Juan Ignacio Wert: “Boris Bureba, libros que españolean”.

José Ignacio Wert, autor del guerracivilista y muy insultante “Nuestro interés es españolizar a los niños catalanes”.

Para quienes no la conocían, de entrada pudiera parecer un poco extraño que semejante lema lo adoptara una editorial con un nombre de tan escasa raigambre hispánica como Boris Bureba, pero el caso es que tras ese nombre se ocultaba Isidoro Bureba Muro (1892-1972), quien lo empleó ya en los años veinte y treinta cuando ejercía el periodismo.

A finales de los años veinte, Boris Bureba era el especialista en temas internacionales en El Imparcial, y de esas mismas fechas es su colaboración como secretario de redacción en la revista vanguardista Atlántico. Revista mensual de la vida hispanoamericana (18 números entre 1929 y 1933), que merece comentario aparte. El director de esta publicación era un personaje bastante singular, el exmilitante de la anarquista CNT Francisco Guillén Salaya, novelista y autor luego de una de las primeras, si no la primera, historias de la organización de ultraderecha JONS (en la cual militó).

Edición reciente (2011) del libro de Salaya en Ediciones Nueva República.

En febrero de 1930, la Editorial Atlántico, que publicaba la revista, creó un jurado para elegir a la primera Miss España, idea que surgía en la estela de la “Señorita España” que el año anterior había convocado el periódico Abc con un jurado presidido por su director (Torcuato Luca de Tena) y en el que figuraban el escultor valenciano Manuel Benedito (1875-1963) y el pintor también valenciano Mariano Benlliure (1862-1947). No es de extrañar, pues, que la galardonada fuera una valenciana, Pepita Semper (que ese año se convirtió en fallera mayor avant la lettre).

El jurado de la primera Miss España, convocado por Atlántico, lo formaron la actriz Carmen Ruiz Moragas (1896-1936), la modista Brígida Bedesc, el médico Dr. Piga, el célebre compositor de zarzuelas Federico Moreno Torroba (1891-1982), el escultor Emiliano Barral (1896-1936), de quien es bien conocida su amistad con Pablo Iglesias y con Antonio Machado, el pintor, dramaturgo, guionista cinematográfico y crítico de arte Manuel Gutiérrez Navas (190-1971), el escritor Benjamín Jarnés (1888-1949) junto con los ya mencionados Salaya y Bureba. La galardonada fue otra valenciana, Elenita Pla (también fallera mayor), a la que la revista dedicó un amplio e ilustrado reportaje.

Pepita Semper.

Además de infatigable traductor del francés, desde 1931 y hasta 1933 Bureba fue redactor en el periódico del Partido Socialista Obrero Español, El Socialista, donde se ocupó de Cines y Teatros y escribía una sección muy popular llamada “Últimas lecturas”. Posteriormente pasó al El Sol, periódico fundado por Nicolás Urgoiti (director de La Papelera Española), en la época en que en sus páginas convivían algunos de los intelectuales republicanos más prestigiosos con algunos de los fundadores del partido de extrema derecha Falange Española (Pedro Mourlane Michelena, Eugenio Montes, José María Alfaro, Ernesto Giménez Caballero).

Posteriormente, sin abandonar su faceta de traductor,  trabajó en la Editorial Calleja (en la época en que la dirigía Saturnino Calleja Gutiérrez) como librero y formó parte del comité organizador de la Feria del Libro de Madrid de 1936, que se celebró a las puertas de la guerra civil española, entre el 24 de mayo y el 2 de junio. Y a esta experiencia hay que añadir en la preguerra también su paso por la Sociedad General Española de Librería (SGEL), del que se le recuerda sobre todo por haber intermediado para que Calleja publicara las obras que en esos años (1935-1936) le presentó la luego famosa escritora Carmen Conde (1907-1996).

En los años cuarenta y en menor medida en los cincuenta la de Boris Bureba fue una editorial importante, en particular en el ámbito de la literatura infantil, y promovió diversas iniciativas para dignificar y subrayar el papel de los libros en la formación de nuevos lectores. En esta voluntad se inscribe por ejemplo el Premio Boris Bureba, que se concedió a algunos autores relevantes en su momento, como José Mª Sánchez Silva (célebre sobre todo por su traducidísimo Marcelino Pan y Vino) en 1946 o el pintor e ilustrador de libros barcelonés Pedro Serra Farnés (1890-1974), considerado por la crítica especializada uno de los principales maestros de la escuela paisajística catalana, galardonado en 1948.

“Paisaje rural”, de Serra Farnés.

Y en la misma línea debe situarse la convocatoria en 1946 de un concurso de carteles que tenían como tema el fomento de la lectura entre las jóvenes generaciones. Se presentaron cincuenta y ocho obras y con ellas se organizó una exposición en la Sala Marabini, y se premiaron los carteles de  Castillo y Bost (primer premio). Juan Antonio Ancha (segundo) y accésits a Lorenzo Goñi y Antonio H. Palacios.

Uno de los carteles más conocidos de Lorenzo Goñi durante la guerra civil española.

Boris Bureba tuvo un papel pues muy importante en el salto cualitativo que hizo la edición de libros infantiles en la posguerra española, y en la Historia de la edición ya mencionada Jauime García Padrino destaca, por ejemplo, que junto a libros de un cierto empaque y riqueza:

supo conjugar una barata presentación con toques de cierta originalidad formal, como demostraba Arquita de Noé (1946) de Alfredo Marquerie, con n sencillo cuadernillo grapado y en rústica, y un fino cordón de seda anudado en el lomo.

En su propia editorial pudo Boris Bureba publicar por fin a Carmen Conde (Un conejo soñador rompe con la tradición), así como, también en la colección Cuentos Españoles para Mí, a Francisco J. Martín Abril (Un hombre bueno), José Montero Alonso (La perra Pitti), Leonor de Noriega (El libro de las siete hadas), José María Sánchez Silva (Bokumba, rey de los negros), Fernando Castán (Un mundo de papel), Ángeles Villarta (Los membrillos), Carmen Nonell (El ramillete de la paz)…

Ilustraciones de Goñi para “Elisa y las flores”, de Manuel Díez Crespo.

Muestra del interés de Boris Bureba por las artes plásticas es que figure entre los socios de honor de la Asociación Española de Pintores y Escultores. Entre los ilustradores de la editorial destacan [Mariano] Zaragüeta, conocido sobre todo como uno de los creadores del entrañable personaje de Antoñita la Fantástica, junto a la escritora Bora Casas, e ilustrador de algunos de los últimos títulos de la serie de Celia de Elena Fortún, y sobre todo de Serny (Ricardo Summers Isern, 1908-1955), de quien destacan sus trabajos como ilustrador también de Celia (ya en la revista Gente Menuda) y en la posguerra sus colaboraciones en la Revista Bazar (de la Sección Femenina de FET y de las JONS y dirigida por Elisa de Lara) y Lorenzo Goñi, considerado uno de los mejores ilustradores españoles de todos los tiempos y antes de 1939 famoso sobre todo por un célebre cartel republicano durante la guerra civil y por una chiste aparecido en 1937 la revista L´Esquella de la Torratxa que anticipa la broma pesada proferida por Wert en el Congreso de los Diputados.

Viñeta de Goñi publicada en la revista satírica L´Esquella de la Torratxa en 1937, durante la guerra civil.

A estos méritos de Boris Bureba hay que añadir su encomiable enciclopedia, así como la serie de patrióticas Biografías Amenas de Grandes Figuras (donde publicaron Luis de Armiñán, Manuel Díez Crespo, Alfredo Marquerie y Luis Astrana Marín, entre otros), pero en definitiva si merece ser recordada es sobre todo por su labor de difusión y dignificación de la literatura infantil y juvenil y por haber ofrecido a los autores y autoras españoles dedicados al género algunas de las pocas oportunidades con que contaron en aquellos años para dar a conocer su obra.

Fuentes:

Diversos números de Abc y El Socialista.

Marcelino pan y vino, de Sánchez Silva, ilustrado por Lorenzo Goñi (Editorial Cigüeña, 1955, 9º ed.).

Marisol Dorao, Los mil sueños de Elena Fortún: Celia, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz,2000.

José-Carlos Mainer, “Presagios de tormenta. La Revista Atlántica (1929-1933)“, en Fidel López Criado, ed., Voces de vanguardia, Universidade da Coruña, 1995, pp. 123-143.

Jesús A. Martínez Martín, Historia de la edición en España, 1939-1975, Madrid, Marcial Pons, 2015.

 


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Vintila Horia, mentor de Carmen Balcells

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A raíz de la muerte de la superagente Carmen Balcells (1930-2015), se han escrito y dicho muchas cosas no rigurosamente ciertas o acaso un poco exageradas sobre la aparición en España de las primeras agencias literarias.

Gabriel García Márquez y Carmen Balcells.

En la década de los cincuenta nacen por lo menos tres agencias literarias importantes: International Editors, ACER (creada por Vintilia Horia) y, desgajada de ésta, ya a finales de la década, la encabezada por Carmen Balcells. Aun así, en los años cuarenta hay testimonio de las gestiones del también traductor y editor de origen húngaro Ferenc Oliver Brachfeld (1908-1967) como representante ante los editores españoles de diversos escritores europeos (sobre todo húngaros, franceses y suecos, con varios premiados con el Nobel entre ellos). En el Arxiu Nacional de Catalunya se conserva un epistolario que permite reconstruir algunos de los conflictos que tuvo Oliver Brachfeld en su labor de gestión de los derechos, en particular la de autores que, durante la guerra mundial, quedaron un tanto aislados del mundo editorial, como es el caso en particular de André Maurois.

Vintila Horia.

La trayectoria zigzagueante del rumano Vintila Horia (1915-1992) se inicia, tras su graduación en Derecho por la Universidad de Bucarest, como diplomático. Sus destinos como agregado cultural en las embajadas rumanas en Roma y Viena los aprovechó para cursar estudios de Filosofía y Letras en las universidades de Perugia y Viena, al tiempo que se iniciaba en el periodismo cultural en las páginas de Gandirea con artículos acerca de personajes tan diversos como Spengler o Cervantes. Cuando, durante la Segunda Guerra Mundial, mientras ejercía en esa última ciudad, la integración de su país al bando de los Aliados hizo que en agosto de 1944 las autoridades nazis lo arrestaran y, tras su paso por Karpacz, fue a recalar al campo de Mariapfarr, adonde también fue a parar otro ilustre rumano, el músico y director de orquesta Ionel Perlea (1900-1970), célebre sobre todo por haber seguido dirigiendo tras la pérdida de la movilidad del brazo derecho como consecuencia de un derrame cerebral en 1957.

Liberados por las tropas británicas en mayo de 1945, tanto Perlea como Horia se establecieron episódicamente en Italia, donde ambos hacen amistades importantes. En el caso de Perlea, el compositor Nino Rota (1911-1979), cuya fama ha quedado asociada a la música de películas como El gatopardo o El padrino; en el de Horia, el escritor Giovanni Papini (1881-1956), quien en 1937 ya había sido honrado con un puesto en la Real Academia de Italia y en 1942 se había convertido en vicepresidente de la Federación Europea de Escritores. Ni uno ni otro intelectual rumano tenían ninguna posibilidad de regresar a un país en proceso de “socvietización”, y en el caso concreto de Horia, pesaba sobre él una condena in absentia a “trabajos forzados de por vida” que naturalmente no estaba dispuesto a cumplir.

Así pues, se inicia un exilio que le llevará a un periplo cuya primera etapa fue Argentina, adonde llegó en 1948 y donde, tras una etapa como escribiente en un banco, impartió clases de lengua y literatura rumanas en la Universidad de Buenos Aires. Según sus propias declaraciones, fue a partir de 1952 cuando empezó a pensar en la que acabaría siendo, en francés, una de sus novelas más famosas, Dios ha nacido en el exilio (Destino, 1960), donde se sirve de la historia personal Ovidio para plantear el tema del desgarro interior de los refugiados.

Vintila Horia.

Sin haber publicado aún ningún libro, se embarcó en el Monte Udala con destino a España en 1953, inicialmente becado por el Instituto de Cultura Hispánica y luego con un puesto como profesor en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid (llegaría a ser catedrático de Literatura Universal en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Alcalá de Henares), al tiempo que empezaba una extensísima obra como colaborador en periódicos, a veces firmando como Juan Dacio (el argentino Bahía Blanca, el chileno El Mercurio, el francés Nouvelle Vie, el español El Alcázar…).

Rafael Gutiérrez Girardot.

Mediada la década, Horia entra en contacto con el núcleo fundador de la editorial Taurus, el editor de origen argentino Francisco Pérez González (1926) y el colombiano Rafael Gutiérrez Girardot (1928-2005), y les convence de la necesidad de crear una agencia literaria, y a partir de ahí nace en 1956 A.C.E.R. (Argentina, Colombia, España, Rumanía), centrada en la representación de autores extranjeros y entre cuyos primeros y principales colaboradores se encuentran Miguel Sánchez López (procedente de Editora Nacional e implicado también en la fundación de Taurus y en su exitosa colección humorística El Club de la Sonrisa) y, como corresponsal en Barcelona, Carmen Balcells.

En el ámbito del ensayo, Horia se dio a conocer en la editorial Escélicer con la recopilación Presencia del mito (1956), pero su actividad se amplió a la traducción (sobre todo en la colección ya legendaria Ser y Tiempo, de Taurus) y a la dirección de una colección tan influyente en su época como Omega (de Ediciones Guadarrama), que en 1957 consiguió publicar los tres tomos de la mítica Historia social de la literatura y el arte de Arnold Hauser (en traducción de Antonio Tovar y F. P. Varas-Reyes).

Sin embargo, decida trasladarse a París, cuando en 1960 (en plena Guerra Fría) se le concede a su novela Dios ha nacido en el exilio, el Premio Goncourt, galardón al que tuvo que renunciar debido a una intensa campaña encabezada por L´Humanité, que centraba sus críticas en unos poemas de juventud que consideraba antisemitas y en el hecho de haber participado en revistas de la extrema derecha rumana (como, por otra parte, también hicieran Ionesco, Mircea Eliade o Cioran, por poner tres ejemplos célebres). Al parecer, el agregado cultural de la embajada rumana fue quien, tras solicitarle una declaración de adhesión al régimen soviético de Rumanía –a lo que Horia se negó–, se ocupó de divulgar esas pretendidas pruebas de filofascismo, que algunos intelectuales franceses acogieron con entusiasmo.

Vintila Horia.

El hecho es que cuando Horia decide trasladar su residencia a París, inicia gestiones para vender la agencia. Carmen Balcells tuvo que renunciar a comprarla por no disponer de las 100.000 pesetas que pedía por ella, así que finalmente la agencia pasó inicialmente a manos del aristocrático coleccionista y agente francés Marcel Laignoux. Por su parte, Balcells aprovechó su aprendizaje y, con un enfoque distinto, centrado en la representación de autores en lengua española, se lanzó a la aventura de crear una agencia literaria que hoy es una institución histórica y un punto de referencia ineludible al hablar de agencias literarias.

Al cabo de cuatro años en París, Horia se reintegró a su labor académica e intelectual en España, y alternó en el francés y el español en su notable y variadísima producción literaria (Journal d´un paysan du Danube, La septième letre, Literatura y disidencia, Persecutez Boèce, Un sepulcro en el cielo…), además de fundar la revista cultural Futuro presente (41 números entre 1971 y 1978) en la que se publicaron artículos eruditos de Konrad Lorenz, García Durango, Marinetti, Alain de Benoist, etc. Y posteriormente aun contribuiría a la creación de otra revista, Punto y coma (1983-1989), de Isidro-Juan Palacios (vinculado al grupo neonazi CEDADE).

De izda. a dcha., Luis Bollarin, Aurelio Rauta, Vintila Horia, Alexandru Gregorian, Radu Enescu y Mihai Fotin Enescu, en 1983.

Vintila Horia murió víctima de un derrame cerebral en la casa que tenía en Collado Villalba en 1992, dejando tras de sí una extensísima producción literaria que abarca todos los géneros.

Fuentes:

Julia Escobar “Dragones y mazmorras. Algunas quisicosas”, en Silva de varia lección, 28 de mayo de 2000.

María González Rouco, “”Rusos” en la Argentina”, en monografías.com.

Elisa Martín Mayo, Los agentes literarios en España, ISSUU.

“Francisco Pérez González conversa con Federico Ibáñez”, en Felicidad Orquí, ed., Conversaciones con editores en primera persona, Madrid, Siruela, 2007, pp. 65-88.

Rodica Popa, “Vintila Horia y el escándalo del Premio Goncourt”, Radio Romania International, 8 de abril de 2014.

Marta Portal, “Sin palabras”, Abc, 5 de abril de 1992.

Santiago Rivas, “Vintila Horia o el pensamiento detrás de lo visible”, en Abril. Anotaciones de pensamiento y crtítica.

Pueden leerse algunos artículos de prensa escritos por Horia, aquí.


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Doctorow en España I. Un recorrido por la publicación de su obra

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A raíz de la muerte de E[dgar] L[awrence]. Doctorow (1931-2015) se generó en twiter un interesante debate en el que intervinieron, entre otros, los editores Pere Sureda y José Antonio Millán y las editoras Patricia Escalona y Julieta Lionetti, acerca de las causas o motivos de la desproporción existente entre la enorme calidad de la obra de este escritor estadounidense y la muy modesta repercusión que ha tenido siempre su obra entre la crítica literaria española y sobre todo las exiguas ventas que han tenido sus libros.

Más con la intención de proseguir un debate que las limitaciones de twiter estrangulaba que con el ánimo de hallar una única respuesta, las dos editoras que más constantes han sido en la publicación de Doctorow aceptaron trasladar y proseguir ese diálogo a Negritas y cursivas, replanteándolo a partir del modo en que esta obra fue dándose a conocer en España (y por extensión en los países de habla hispana).

El aterrizaje de Doctorow en España se produce en 1976 con una edición en Grijalbo de Ragtime, que el año anterior había obtenido el Premio del Círculo Nacional de Críticos  (National Book Critics Circle Award)  en la categoría de ficción en la que era su primera convocatoria. Por aquel entonces, Doctorow hacía ya unos cuantos años que había abandonado su puesto como director editorial (editor-in-chief) en Dial Press (en 1964), e incluso había publicado ya en Estados Unidos tres novelas (y entre ellas The Book of Daniel).

Tras esta primera traducción en España, obra de la escritora Marta Pessarrodona, aún en Grijalbo aparecieron dos traducciones de Antoni Puigrau, las de El libro de Daniel (1979) y El malo de Brodie (1981; Welcome to hard times), pero es muy probable que los resultados no satisficieran las expectativas, porque la siguiente obra de Doctorow en España la publica Argos Vergara en una de las ingeniosas colecciones creadas por Mario Lacruz, Las Cuatro Estaciones, y se trata de Loon Lake, que apareció en traducción de Iris Menéndez como El lago.

Julieta Lionetti se sirve de una comparación que ilustra muy bien los motivos que pudieron llevar a los editores de Grijalbo a desistir de proseguir con la apuesta por Doctorow:

Julieta 01

Julieta Lionetti FOTO: © M. Campins.

Tratemos de imaginar por un instante –aunque hará falta un esfuerzo de imaginación casi extenuante– que los flujos editoriales no se iniciaran casi exclusivamente en la industria editorial concentrada de Nueva York. O simplemente que no fueran unidireccionales.

En ese caso, habría scouts en Madrid y Barcelona que podrían ganar bien su vida haciendo recomendaciones de traducción a las grandes editoriales de Nueva York.

Ahora imaginemos a una scout bisoña en 1966. El editor de Nueva York para el que trabaja ha visto que Cinco horas con Mario ha trepado al número 1 en las listas de más vendidos (porque como el flujo editorial no es unidimensional, se mira las listas de más vendidos en España) y le pregunta a la scout bisoña: “¿Deberíamos tener en cuenta este libro para su traducción?” Y ella, entusiasmada, traslada las cifras de venta de España a la escala americana y le da un sí rotundo. El editor de Nueva York ha ganado un gran escritor y un gran agujero en su cuenta de resultados.

Los lectores americanos se acercarían a la obra con la expectativa de un bestseller y se sentirían defraudados. No conocerían en absoluto la tradición con la que dialoga Miguel Delibes. Además, la mitad de su poder literario se habría perdido en la traducción.

La obra de E. L. Doctorow entró en España con esa expectativa de bestseller por parte de sus primeros editores, que a su vez la trasladaron a sus departamentos de márketing, y estos a los libreros y, finalmente, al lector. Fue un fracaso.

Aparecen aquí por lo menos dos elementos sobre los que valdrá la pena volver, el desconocimiento de la tradición en la que se inserta la obra de Doctorow y los problemas de traducir a determinados autores literarios. Sin embargo, acaso los cambios de editor no expliquen gran cosa:

La política de autor ayuda a consolidar a un escritor –señala Patricia Escalona–, pero no lo crea a ojos del público. Es decir: si Doctorow hubiera tenido uno o varios best sellers que lo hubieran situado en el Olimpo de los autores literarios vendedores, no hubiera importado que su obra hubiera estado diseminada en tres o veinte editoriales. Su nombre hubiera sido reconocido por los lectores y hubiera tenido el suficiente tirón vendedor de por sí.

Pero, siguiendo con la progresiva llegada de la obra de Doctorow a España, el inicio de los años ochenta es interesante porque coincide con el estreno de las primeras adaptaciones cinematográficas. Cuando en 1982 se estrena Ragtime, dirigida por Milos Forman y de la que dijo Doctorow que “durante los primeros diez minutos era una película brillante, pero por desgracia tenía muchos más”, Grijalbo publica una reedición de esta obra, pero a partir de entonces se inicia un silencio que durará casi seis años y que coincide más o menos con un silencio de Doctorow como novelista, si bien es un autor que siempre se ha tomado su tiempo para publicar, ajeno –caso de haberlas– a las presiones de agentes, editores y de la industria del libro en general.

Por supuesto, el estreno en 1983 de Daniel, la película que Sidney Lumet dirigió a partir de un guión del propio Doctorow, quien la definió como “uno de los mayores desastres comerciales de todos los tiempos”, nada hizo por revitalizar la presencia de la obra del escritor estadounidense en España.

Resulta un tanto curiosa la trayectoria de la obra de Doctorow cuando se reemprende su publicación tras ese silencio: en 1988 Anagrama publica una recopilación de sus cuentos que había aparecido en EE.UU. cuatro años antes (Vidas de los poetas. Seis cuentos y una novela breve) y en 1990, además de aparecer en la colección El Espejo de Tinta de Grijalbo una nueva reedición de Ragtime, es en Planeta donde se publica otra de sus novelas más famosas, Billy Bathgate, que el mismo año publica Círculo de Lectores precedida de un prólogo de Javier Tomeo. Ese año 1990 Doctorow no paraba de recibir importantes galardones (el National Book Critics Award, el PEN/Faulkner, la William Dean Howells Medal), sobre todo por Billy Bathgate, precisamente. Además, es probable que actuara como estímulo la versión cinematográfica que preparaba Robert Benton (conocido sobre todo por su oscarizada Kramer contra Kramer) a partir de un guión del célebre dramaturgo Tom Stoppard y con un reparto de lujo en que figuraban Dustin Hoffman, Nicole Kidman, Steven Hills y Bruce Willis, entre otros, que se estrenó en  1991 coincidiendo con la segunda y última novela de Doctorow en Planeta, La feria del mundo. ¿Cómo influyeron las adaptaciones cinematográficas?

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Patricia Escalona.

En 2014 –explica Escalona– asistí en Washington a una ponencia en que Doctorow, junto a otros autores cuyas obras habían sido llevadas al cine, como Paul Auster o Alice McDermott, hablaba de esto precisamente. Su respuesta era más o menos la que se puede esperar de alguien sensato: depende. Depende de tantas cosas como que la película sea buena, que la novela sea buena, que los actores lo hayan hecho bien, que el guion sea una adaptación adecuada y que se escojan los fragmentos que se dejan fuera y los que entran con acierto. Es decir: ni idea. A él le gustó Ragtime, no tanto Daniel ni Billy Bathgate, pero en ninguno de los tres casos les achacaba el éxito o el fracaso de sus novelas. A lo mejor ayudaron a hacer su nombre algo más reconocido y ganar algunos lectores, pero para cuando las películas llegaron en Estados Unidos él ya era un autor reconocido por la crítica y apreciado por los autores

A partir de 1991, un nuevo silencio, que se rompe fugazmente en 1995 con una reedición en Círculo de Lectores de Ragtime (de nuevo con prólogo de Tomeo), pero sobre todo con la entrada en escena de Julieta Lionetti, que lo cuenta del siguiente modo:

Entré con la obra de Doctorow en la contienda editorial en el año 1995. Fue con El arca de agua y, a partir de allí, me dediqué a la recuperación de una obra que estaba agotada y dispersa. Me interesaba especialmente El libro de Daniel, que es en mi opinión uno de sus mejores logros. Tuve que pagar un anticipo que estaba en los límites de las posibilidades de una editorial literaria aunque exitosa. Porque la expectativa bestsellerística también la compartían sus agentes literarios y el autor. Fue distinto luego.

De El arca de Agua tiramos 5.000 ejemplares, de los cuales vendimos poco más de 3.000. Para mí eso es un éxito en términos de autores literarios. Que es como había decidido publicarlo. Todo lo que supere la mitad de la edición es un éxito en la edición literaria. Se hizo una edición especial para América Latina, que funcionó peor: unos 900 ejemplares vendidos, aproximadamente: hace ya muchos años e Hispanoamérica nunca fue un mercado que trabajamos a fondo.

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Julieta Lionetti FOTO: © M. Campins.

A partir de ese momento, Julieta Lionetti publicó continuadamente en Muchnik Editores S. A. (no confundir con Anaya/Mario Muchnik), además de El arca de agua (1995), las traducciones del muy reputado Jordi Arbonés (1929-2001) de Poetas y presidentes (1996), y El libro de Daniel (1997). A esas alturas de su vida, Arbonés contaba con un currículo impresionante que incluía traducciones, al catalán y al castellano, de autores como Faulkner, Nabokov, Bowles o Bellow, aunque siempre quedará asociado a sus elogiadas traducciones de Henry Miller al catalán. Por su parte Mª José Rodellar se ocupó de una nueva versión de Ragtime (1996) y Damián Alou de La ciudad de Dios (2002) que apareció ya en Muchnik-El Aleph, que además reeditó ese mismo año la traducción de Lionetti de El arca de agua. Sin embargo, a partir de ese momento se abrió otro paréntesis de silencio.

En esta ocasión, fue Patricia Escalona quien reanudó en Roca Editorial la publicación de Doctorow, con enorme satisfacción, como ella misma cuenta, pues además pudo acabar reuiniéndola en Miscelánea:

Si mañana dejara de ser editora, me iría con la satisfacción de haberle publicado, lo que bien vale una carrera. Cuando Roca Editorial comenzó su andadura en 2003, fui a las oficinas de sus agentes con Blanca Rosa Roca. Hojeando su catálogo bromeé con la posibilidad de publicarlo si es que alguna vez quedaba libre y aunque todo se quedó en unas risas, su agente me llamó un par de años después: La gran marcha no tenía editor y ella había apuntado mi interés. Negocié la recuperación de toda su obra anterior y publicamos todas las novedades que nos iban enviando. Para una editora tan joven como yo era entonces, era un sueño hecho realidad contar con un maestro como él en mi lista, alguien a quien había leído de todavía más joven y que había contribuido a crear en mi cabeza a Nueva York, una ciudad mítica literariamente hablando.

Así, se sucedieron las traducciones en Puzzle y en Miscelánea que Isabel Ferrer y Carlos Milla hicieron de las novelas La gran marcha (2006), que les valió el Premio Esther Benítez 2007, El libro de Daniel (2009), Homer y Langley (2010), Todo el tiempo del mundo (2012) y El cerebro de Andrew (2014), además de las traducciones preexistentes de Billy Bathgate (2006), Ragtime (2006) y  El arca de agua (2014), a las que aún deben añadirse, también en Miscelánea, la antología Creadores. Ensayos escogidos 1993-2006 (2007).

Por esos años, además, con una intención muy similar las Edicions de 1984 de Josep Cots habían empezado a ofrecer en catalán Història de la dolça terra (2007), Ragtime (2008), Tot el temps del món (2012) y El cervell de l´Andrew (2014), con lo que se completa esta panorámica de la obra de Doctorow en español, a la que recientemente se ha añadido una antología de los cuentos, precedida de un prólogo de Eduardo Lago, aparecida en 2015 en Malpaso, de la que Patricia Escalona es ahora editora:

Un análisis pormenorizado podría, supongo, arrojar datos concretos sobre por qué algunos autores llegan a tener éxito cuando otros, con las mismas cualidades o calidad, se quedan a medio camino, pero muchas veces es una cuestión de estar en el momento justo con la novela adecuada, y no hay esfuerzo de marketing, de prensa o de prescripción que pueda arreglar eso.

No creo que esté descubriendo América cuando digo que el tiempo es, en realidad, el que decide qué puesto le reserva a cada quién. […] Creo que muchos lectores más tendrán el placer de “descubrirlo” en años venideros.

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Patricia Escalona.

 


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Doctorow en España II: Traducciones y recepción

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A la memoria de Josep M. Castellet (1926-2014)

E.L. Doctorow (1931-2015).

La desproporcionada frialdad con que los lectores españoles recibieron la obra de Doctorow no parece que pueda explicarse por haber sido publicada por editoriales desprestigiadas, con mala distribución o desconocidas (pues, como se vio en la entrada anterior, no fue el caso sino más bien todo lo contrario). Además, pronto se advirtió que Doctorow no era un autor que se pudiera publicar con el piloto automático o dejarlo en manos de traductores inexpertos y no tardaron en ocuparse de ello traductores literarios reputados o concienzudos.

Para la traducción de El arca de agua –explica Lionetti–, además de trabajar mano a mano con el autor, tuve que usar la segunda edición del diccionario Webster’s, la que se publicó en 1913, pero cuyos trabajos habían comenzado a fines del s XIX. Porque la obra era de una gran sutileza usando neologismos de aquella época que hoy han caído en desuso. La reconstrucción léxica y del ritmo que hace Doctorow en esta novela (y en muchas otras) es algo admirable.

Las traducciones hechas con ánimo bestsellerístico necesitaban revisión, cuando no una traducción completamente nueva.

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Patricia Escalona.

Doctorow es capaz de trabajar con muy diversos registros lingüísticos, y lo hace de un modo muy consciente y premeditado, con un propósito estrechamente vinculado con su concepción de la novela. También Patricia Escalona tuvo que estar muy encima de este aspecto al editar sus obras o al recuperar las preexistentes:

Los dos casos que recuerdo en que no se han utilizado las primeras traducciones que se hicieron son Ragtime y El libro de Daniel. Cuando las recuperamos para Miscelánea fuimos incapaces encontrar o llegar a un acuerdo con el traductor en cuestión… En el resto, se procuró respetar las ediciones consolidadas.

Recuerdo, como algo gracioso, que los excelentes traductores, Isabel Ferrer y Carlos Milla, habían suavizado el tono de algunas de las palabras malsonantes del La gran marcha, y que yo, conociendo a Edgar, me dediqué a devolver todos los tacos a su sitio, en toda su crudeza.

Orta cuestión que apuntaba Julieta Lionetti quizá explique mejor esa extraña recepción de la obra de Doctorow, el “desconocimiento de la tradición con la que dialoga”. En el reciente prólogo a la recopilación de los cuentos del autor estadounidense (Cuentos completos, Malpaso, 2015), escribe Eduardo Lago:

la clave del hacer de Doctorow como cuentista no se encuentra en Poe, sino en alguien de talante muy distinto: Jack London, por quien el autor de los cuentos que ahora presentamos, sintió siempre una adoración sin límites. Los seres solitarios que pueblan las narraciones de London tienen una íntima afinidad espiritual con los personajes modelados por la imaginación de Doctorow: el paisaje social en que se mueven, la profundidad de su trazado psicológico, su asombrosa capacidad para hacerse a sí mismos, la forma que reviste la lucha por la vida en que se ven envueltos, la misma que entraña el difícil trabajo de dar cuenta del mundo en el que viven por medio del poder de la palabra, reflejan una concepción muy similar de la escritura.

No puede decirse que Jack London (1876-1916) sea ajeno al acervo cultural del común de los lectores españoles, que siempre han tenido a su disposición la obra de este autor, pero quizá no pueda decirse lo mismo de algunas otras de las referencias clave en la novelística de Doctorow, como es el caso de Nathaniel Hawthorne (1804-1864), Bernard Malamud (1914-1986), Henry Roth (1906-1995) o Saul Bellow (1915-2005), cuyo conocimiento ayuda a situar la obra de Doctorow y a aquilatar su importancia y que en español han sido poco o mal publicados. En cualquier caso, la crítica literaria se desconcertó ante las primeras traducciones de obras de Doctorow.

Bernard Malamud con Cynthia Ozick (n. 1928).

Cuando estuvieron listas las primeras galeradas encuadernadas de El arca de agua –recuerda Lionetti–, las envié a los mejores críticos de España. Y aquí hay una anécdota que muestra hasta qué punto nadie, o muy pocos, sabían (y saben) de qué iba Doctorow.

Suena el teléfono de casa a media mañana, una prueba de la buena relación con el director del suplemento, y del otro lado me anuncian que la crítica de El agua de agua no saldrá hasta que se hayan mojado otros periódicos.

–¿Por qué?

–Porque no me ha gustado. Me ha sabido a poco, es bastante infantil y no quiero perjudicarte abriendo el fuego con una crítica que no será del todo favorable.

–Muchas gracias. ¿Qué no te gustó?

–Es poca cosa, ya te dije. Y además ahora, con el estreno del Drácula de Coppola, ya no

queda nada que decir sobre estos temas.

 

A ese mismo desconcierto tuvo que enfrentarse más adelante Patricia Escalona, aunque obras como La gran marcha tuvieron una buena acogida:

La crítica lo abordó como pudo. Algunos pillaron sus intenciones y otros no; algunos consiguieron ir más allá de la excusa histórica que le servía para entender la actualidad de un país que amaba y le exasperaba a partes iguales, y de unos compatriotas que a ratos le parecían de Marte.

La gran marcha funcionó muy bien a nivel de ventas, fue la primera vez que tuvimos una portada en Babelia, y la crítica fue unánime en alabar sus virtudes.

La gran marcha permite como pocas novelas de Doctorow plantear la cuestión del género literario, pues la raigambre histórica de esta obra proporcionó un agarradero (peligrosísimo) para afrontarla: la novela histórica.

Marguerite Yourcenar (Marguerite Cleenewerck de Crayencour, 1903-1987).

La más o menos agobiante moda de la novela histórica de finales del siglo XX trajo aparejada una profusión abrumadora de obras de muy escaso valor literario que se limitaban a repetir esquemas, que empleaban el pasado (no siempre reproducido con rigor) como simple telón de fondo de argumentos que podrían haber situado en cualquier otra época y que no eran sino novelas de aventuras, de misterio o incluso policíacas situadas en el pasado. Nada que ver con quienes, como Yourcenar (cuyas Memorias de Adriano quizá sean, en mi opinión, la primera novela posmoderna) o Robert Graves (que lanzó interesantes hipótesis históricas mediante novelas como La hija de Homero o Yo, Claudio), que dieron un impulso realmente renovador al género. Prueba de hasta qué punto se había pervertido el género es la visión de Escalona.

Jamás se me ocurrió clasificarlo [a Doctorow] de novelista de género histórico. La Historia es su excusa pero él va mucho más allá. Es un novelista de personajes, un analista excepcional de la realidad que le tocó vivir y algunos episodios históricos le venían como anillo al dedo para lo que quería contar, pero no son lo que yo destacaría dentro de su obra ni muchísimo menos. Thorton Wilder o Robert Graves, aparte de la propia Yourcenar a quien mencionas son ejemplos comparables, más bien.

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Julieta Lionetti. FOTO: © M. Campins.

Más tajante incluso en este aspecto es Lionetti, que además deja lo que me parece una muy feliz definición de su narrativa:

Doctorow no escribió novelas históricas. Lo que lo obsesionaba era hacer el retrato de su país y en el boceto entraban tanto acontecimientos de los que fue contemporáneo como momentos clave anteriores a su vida que sellaron lo que hoy es Estados Unidos. Esta es una preocupación de muchos escritores americanos, y me refiero a “las dos” Américas, esos territorios fluctuantes, donde todo el mundo está siempre de paso y las identidades se confunden, renuevan e inventan cada diez años.

Doctorow fue un posmoderno que no le hizo ascos a trama y argumento. Con esto se ganó el desprecio de los hipsters españoles de aquel momento, que no recuerdo cómo los llamábamos. Y a la gente que iba por una lectura liviana o por una novela histórica le parecía que “este tío es un tostón complicadísimo”.

Quizá convenga distinguir entre obras como Billy Bathgate o La gran marcha, que pueden hacer disfrutar a lectores de unos conocimientos históricos y literarios muy diversos (y que por tanto admiten con facilidad unas interpretaciones de distinto calado o grado), de otras novelas de Doctorow más evidentemente difíciles o que requieren una mayor experiencia lectora. Explica Patricia Escalona:

Algunas de sus novelas sí que tienen esa virtud (Homer y Langley, La gran marcha, Ragtime, Billy Bathgate, La feria del mundo) pero otras son tan complejas estilísticamente que ni los lectores avezados las encuentran entretenidas. Son difíciles y un reto, pero mágicas también, porque abren la puerta a una literatura que existe pero que permanece ampliamente inexplorada.

Escribió su primera novela, Cómo todo acabó y volvió a empezar con la clara intención de dignificar un periodo histórico que Hollywood había prostituido hasta más no poder, el western. Quiso entrar en la psique de los que se instalaban en esos territorios salvajes, asediados por sociópatas. Y ahí supo encontrar espacio para que sus personajes mostraran violencia y compasión, coraje y cobardía, belleza y destrucción. Una sinfonía de opuestos que no hace más que repetir en todas sus novelas.

 

Poco después de la muerte de Doctorow, el joven crítico de la Universidad de York Adam Kelly dedicaba un agudo, penetrante y espléndido ensayo a la diversa suerte del escritor entre los lectores americanos y los colegas de profesión, por un lado, y a la relativa dejadez del mundo académico por otro, que puede servir de colofón a este texto, pues nos remite de nuevo al personalísimo estilo Doctorow, por mucho que, como cuenta Escalona, “Él siempre decía que no tenía estilo como escritor, pero que sus novelas sí”.

¿Cómo explicar –escribe Kelly  la disparidad entre el enorme interés de los escritores y los lectores por la ficción de Doctorow (y a las ventas sostenidas me remito, a los elogios generalizados de la crítica, antes incluso de la efusión provocada por su muerte) y una aparente falta de interés de la academia como institución. Puede haber muchas respuestas, pero voy a plantear una hipótesis: esa disparidad radica en el estilo de Doctorow.

Las editoras y traductores han hecho su trabajo, es pues “la hora del lector” (de nuevo).

 

Fuentes adicionales:

Eduardo Lago, “Un cuentista en el Bronx”, en E.L. Doctorow, Cuentos completos, Malpaso, 2015.

Adam Kelly, “E.L. Doctorow´s Postmodernist Style”, Los Angeles Review of Books, 9 de octubre de 2015.


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Aún más delfines. Joan Gili i Serra y sus Dolphin Books

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A Francesc Parcerisas, un cop més, agraït.

Cuando se habla de los libreros que a lo largo del siglo XX divulgaron el libro español en Europa, suele ocupar un lugar preeminente el valenciano Antonio Soriano (1913-2005) y su Librería Española de París, que, junto con la editorial de José Martínez Guerricabeitia Ruedo Ibérico, no sólo aglutinó a buena parte de los intelectuales antifranquistas residentes o de paso por París, sino que facilitó además su contacto con los españoles y latinoamericanos que recalaban en la capital francesa, y a este mérito no menor hay que añadir su labor como editora de unos pocos pero importantes y oportunos libros.

PoemsLorca

 

Muy distinto es el enfoque que dio a la divulgación del libro español Joan Gili i Serra (1907-1998) –no confundir con Joan Gili i Montblach (1850-1905) origen de Editorial Litúrgica Española, S.A.–, que constituye un eslabón importante en una de las estirpes más insignes de la edición moderna. Con el modesto pero importante apoyo de Henry Warren, que aportó cincuenta libras, en octubre de 1934 Joan Gili fundó en la Cecil Court de Londres, no lejos de Charing Cross Road, la editorial The Dolphin Book Company y la librería The Dolphin Bookshop –no confundir tampoco con la histórica librería independiente Dolphin Bookstore, creada en Port Washington (Nueva York) en 1946–, empresas ambas que más adelante Joan Gili se llevaría consigo a Oxford, en cuya universidad se encontraban buena parte de sus compradores potenciales en Inglaterra.

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One hundred manuscripts relating to Latin America, Oxford, The Dolphin Book Co. Ltd. (Catálogo n.º 35, 1957).

La Dolphin Bookshop se especializó en bellos y buenos libros ingleses (“those English books which you will not only want to read but to keep”, según anunciaba) y sobre todo en obras en lengua española, tanto penínsulares como americanas, y en lengua catalana. Y ya con la primera edición que llevó a cabo subrayó esa personalidad de la empresa: Prosa diversa, de Miguel de Unamuno (Londres, 1938), seleccionada por el propio Gili y con un texto de presentación de quien fuera el primer profesor de español de la Universidad de Cambridge e insigne musicólogo John Brande Trend (1887-1958), al que seguiría un volumen de poemas de Federico García Lorca, traducidos por Gili y Stephen Spender, cuya selección e introducción corrió a cargo del eminente crítico lorquiano Rafael Martínez Nadal (1903-2001).

De un carácter muy distinto es otra edición de 1938, una carpeta (520×400) con veinte dibujos con grabados del pintor de la generación del 27 Gregorio Prieto (1897-1992), más portada, página de dedicatoria (“A los estudiantes españoles”) y justificación de tirada (100 ejemplares sobre papel de hilo) firmada por el autor.

La carpeta Prieto.

Sin embargo, el estallido de la segunda guerra mundial y los primeros bombardeos sobre Londres llevaron a Gili, recién casado con Elizabeth McPherson, a trasladarse a Oxford (14 de Fyfield Road), hay quien dice que por las amenazas recibidas por la embajada franquista (que sabía muy bien que la librería era un punto de encuentro de notables republicanos y que entre sus clientes estuvieron Juan Negrín, Pere Bosch Gimpera, Salvador de Madariaga, Josep Trueta, Luis Araquistáin y Carles Pi Sunyer), hay quien lo vincula con la voluntad de proteger la impresionante biblioteca del bibliógrafo e hispanista francés Raymond Foulché-Delbosc, fundador de la célebre Revue Hispanique, que se había subastado entre el 12 y el 17 de octubre de 1936 en el Hotel Drouot de París y de la que Gili se había hecho con una parte (en total se subastaron cerca de once mil volúmenes, además de trescientos cincuenta manuscritos, tres mil folletos y un número indeterminado de dibujos, estampas, mapas, planos, etc.).

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Imagen central del pliego de “One hundred…”, que muestra un nombramiento del arzobispo Juan de los Barrios fechado en 1556.

Al margen de la muy asombrosa labor de la editorial, entre la que se cuentan por ejemplo la primera edición, a cuenta del autor,  del Ocnos (1942), de Luis Cernuda, con 31 poemas; la Anthology of catalan lyric poetry (1953) preparada por Joan Triadú (1921-2010), la traducción de William y Mary Roberts del Platero y yo (1956) del Nobel español Juan Ramón Jiménez, con dibujos de Baltasar Lobo (1910-1993), o la alucinante obra en diez volúmenes del bibliógrafo y filólogo Antonio Rodríguez Moñino Floresta: joyas poéticas españolas (1953-1966),  o incluso de su más extraordinaria faceta de traductor de poesía catalana (Josep Carner, Carles Riba, Salvador Espriu), es sobre todoo muy notable la labor de Gili como divulgador y promotor de la lengua, la literatura y los libros españoles y catalanes.

La edición de Ocnos de 1942.

Si bien ya en 1937 había participado en la exposición bibliográfica anual que organizaba el Sunday Times con un stand de libros catalanes, una de las herramientas más importantes que empleó para ello, y para extender su radio de acción, fueron los encantadores catálogos que publicó (de los cuales por lo menos una parte fueron impresos en la Tipografía Moderna de Valencia), que no sólo reflejan el buen gusto de la Dolphin, sino que dan fe también de unas existencias realmente excepcionales.

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Catálogo de 1959.

Sólo a título de ejemplos ilustrativos tomados casi al azar, en el número 38 de Old and rare books relating to Latin America and Spain Overseas (including many unrecorded ítems), puede encontrarse la descripción de un ejemplar de la Despedida del Libertador [Simón Bolívar] a los Guayaquileños, impresa por la Imprenta de la Ciudad [Guayaquil], 1822; un Repertorio pintoresco sobre Yucatán obra del editor y litógrafo José Espinosa Rendón y redactado por Crescencio Carrillo, fechado en Mérida en 1863 profusamente ilustrado con litografías coloreadas; el Primer ensayo de Gramática de la lengua Yap (Carolinas Occidentales), con un pequeño Diccionario y varias frases, fechado en Manila (Filipinas) en 1888, o los catorce volúmenes de una Historia General de Philipinas, de Juan de la Concepción, ampliamente ilustrada con mapas e impresa también en Manila entre 1788 y 1792.

El número 40, A fine collection of old and rare Spanish Books and books relating to Spain ofrece un ejemplar impreso en Salamanca en 1542 de El cortesano, de Baltasar Castiglione, en la muy celebrada (por Garcilaso entre otros) traducción de Boscán; una primera edición de la Parte perfecta de las comedias del Fénix de España [Lope de Vega], impresa por la Viuda de Juan González en Madrid en 1635; un ejemplar de la Idea de un Principe Politico Christiano de Diego de Saavedra Fajardo impreso en Mónaco por Nicolao Enrico en 1640 (salvo los grabados, impresos en Munich) con la peculiaridad de conservar dos páginas de fe de erratas al final; una edición impresa en 1543 por Carles Moros Prouençal de Les Obres de Mossen Ausias March, que se tiene por la primera completa, o una primera edición del Tesoro de la Lengua Castellana (Luis Sánchez, 1611) de Sebastián de Cobarrubias, entre otras muchas y asombrosas joyas.

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Catálogo de 1961.

No es extraño que en la posguerra la librería de Joan Gili se convirtiera en punto de referencia ineludible de los más tenaces bibliógrafos y bibliómanos españoles y americanos, y buena prueba de ello la tenemos, por ejemplo, en el hecho de que el poeta Carles Riba le dedicara la tercera de las Elegies de Bierville, que testimonia no sólo la amistad que les unía sino también el agradecimiento por los libros extraordinarios que le consiguió, y de lo que hay rastros también en el magnífico epistolario preparado por Carles-Jordi Guardiola entre el poeta y el librero.

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Interior del “One hundred…” (1957), que alterna fichas descriptivas con imágenes de las obras referenciadas.

También en los diarios personales de Max Aub hay constancia de su conocimiento, y en una entrada del 12 de octubre de 1956 lo describe como uno de los “catalanes con vista” y consigna que “su mujer, inglesa, habla catalán, pero no español”. Y no sólo en la España franquista o en los países latinoamericanos eran difíciles de encontrar esos libros que sólo Joan Gili parecía poseer ejemplares, sino que también para muchos hispanistas estadounidenses y canadienses la Dolphin Bookshop se convirtió en irradiadora de libros raros a los más diversos puntos del planeta (mediante un cuidado sistema de envíos postales y cobros mediante cheque o transferencia bancaria, en función del país del destinatario).

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Interior del “One hundred…” (1957).

A nadie sorprenderá, por tanto, que en su rico epistolario aparezcan personajes como F. J. Norton, bibliotecario de la Universidad de Cambridge y autor de Printing in Spain (1501-1520) (1967), Two spanish verse chap-books (1969) y el monumental A descriptive catalogue of printing in Spain and Portugal 1501-1520 (1978), que por sí solo justificaría la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio que se le concedió en 1983, junto a los escritores Pablo Neruda, Carmen Conde o los hispanistas Peter Russell, André Belamich o Frank Pierce (primer presidente de la Anglo-Catalan Society, que también presidió más tarde Gili).

Cambridge- Londres-Nueva York-Melburne, Cambridge University Press, 1978.

Sin duda, la labor de Joan Gili i Serra como editor exquisito y concienzudo, traductor sensible y preciso de la mejor poesía de nuestro tiempo o impulsor de organizaciones divulgadoras de las letras hispánicas bastarían para justificar que ocupe un lugar destacado en la historia del libro español, pero su vertiente de anticuario y coleccionista especializado en libro hispánico (tenía en su colección particular ejemplares de Els usatges de Barcelona, de 1490, y la edición de 1507 del Llibre del Consolat del Mar) lo convierten en un personaje singular, cuya memoria se mantiene, por ejemplo, con la beca que lleva su nombre y que la Universidad de Oxford concede anualmente a un proyecto de investigación en la lengua y la cultura catalana. Muy apropiado.

Fuentes:

Los archivos tanto de Joan Gili i Serra como de la Dolphin Books se hallan en la Senate House Library de la Universidad de Londres, salvo excepciones, como su correspondencia con su tío Gustau Gili i Roig, que se conserva en el fondo de la Editorial Gustavo Gili de la Biblioteca de Catalunya.

oan Gili i Serra.

Max Aub, Nuevos diarios inéditos, 1939-1972, edición, prólogo y notas de Manuel Aznar Soler, Sevilla, Renacimiento (Biblioteca del Exilio. Memoria del Exilio. Anejos 4), 2003.

Cartes de Carles Riba III: 1953-1959, edición y notas de Carles-Jordi Guardiola, Institut d´Estudis Catalans (Biblioteca Filològica XXVIII), 1993.

Manuel Llanas, El  llibre i la edició a Catalunya. Apunts i esbossos, Barcelona, Gremi d´Editors de Catalunya, 2001.

Ian Michael, “Obituary: J.L. Gili“, The Independent, 8 de mayo de 1998.

Luis Monferrer Catalán, Odisea en Albión: Los repubicanos españoles exiliados en Gran Bretaña, 1936-1977, Madrid, Ediciones de la Torre, 2007.

Rosa Mª Piñol, “Oxford premia a Joan Gili, difusor de las letras hispanas en Inglaterra”, La Vanguardia, 26 de mayo de 1987.

“The J.L Gili Travel Bursary in Catalan Studies”, Exon. The Exeter College Magazine, núm. 6 (otoño de 2003), pp. 10-11.

 


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En el centenario de Germán Bleiberg, crítico, poeta y editor en Tamesis Books

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Germán Bleiberg (1915-1990) parece haberse ganado un lugar secundario en la historia cultural española, pero no sería justo desdeñar su papel como editor en Tamesis Books, otro de esos casos célebres de empresas que publicaron algunos de los mejores libros en lengua española fuera de España.

Germán Bleiberg.

Formado en la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, el momento en que Bleiberg se dio a conocer y la época que le tocó vivir contribuyen a explicar que no tuviera mejor suerte. Tras firmar con seudónimo (Germán Plomonte) el poemario Árbol y farola (1934), aparecido en Poesía Nueva con ilustraciones de Consuelo Calzada (¿Consuelo Sáenz de Calzada?), se estrena con su nombre en 1935 con El cantar de la noche, un librito de 35 páginas aparecido en la colección La Tentativa Poética de Concha Méndez (1898-1986), de nuevo con viñetas de Consuelo Calzada. Con apenas veinte años publica nada menos que en la Revista de Occidente “Oración de la muerte”, y poco después aparece su poemario Sonetos amorosos (1936) en la colección Héroe del afamado Manuel Altolaguirre (1905-1959), donde ese mismo año se publican libros en su misma tendencia de sonetos amorosos de cierto tinte conceptista, como Misteriosa presencia, de Juan Gil-Albert (1904-1994) o El rayo que no cesa, de Miguel Hernández (1910-1942). Pero enseguida la guerra civil da un vuelco a esa prometedora trayectoria, que le lleva por el camino del teatro que ya había explorado en 1934 como miembro del grupo dirigido por Federico García Lorca La Barraca.

El domingo 12 de diciembre de 1937 se presenta en una sesión matinal su poema dramático Sombras de héroes (la primera obra artística en que se menciona el bombardeo de Gernika), seguida de El Bulo, de Santiago Ontañón, con música de Jesús G. Leoz, y posteriormente entra a formar parte del repertorio del Teatro de Arte y Propaganda de Rafael Alberti i María Teresa León, que la pone en escena entre el 14 y el 20 de diciembre junto con la obra ya mencionada de Ontañon y una versión de El duelo de Chejov.

Al año siguiente obtuvo un accésit en el Premio Nacional de Literatura en la categoría de Teatro por la obra en tres actos La huida, hoy perdida, por la que se le concedían 2.000 pesetas de premio, del mismo modo que a Altolaguirre y Miguel Hernández se le concedían 3.000 por Ni un solo muerto y Pastor de la muerte, respectivamente. Como explicó el mismo Bleiberg, nunca llegaron a cobrar ese dinero:

Conocí a Miguel Hernández […] en 1935. Le traté durante la guerra civil y más intensamente cuando nos citábamos con cierta frecuencia en Valencia, en la segunda mitad del año 38, para intentar cobrar el importe del Premio Nacional de Literatura, lo que, naturalmente, no conseguimos.

[…]al terminar la guerra, coincidimos también –incluso creo recordar que yo llegué antes– en la prisión habilitada en la calle de Torrijos (hoy del Conde de Peñalver). Miguel Hernández llegó tres o cuatro días después y allí convivimos durante cinco meses, cuando Hernández salió para una efímera libertad. En esta prisión es donde escribió las Nanas de la Cebolla y creo que fui el primero en leerlas.

Miguel Hernández (1910-1942).

Con estos antecedentes y una vez obtuvo en 1943 la libertad, si bien Bleiberg publicó modestamente su obra poética en la España franquista (Más allá de las ruinas, en Revista de Occidente, en 1947; La mutua primavera, en Cuadernos de Poesía Norte, 1948, y El poeta ausente, 16 páginas con ilustraciones de Gregorio Prieto, publicadas por Manuel Cardenal también en 1948), además de traducciones e importantes obras de referencia (Diccionario de literatura española, con Julián Marías, en 1949; Diccionario de historia de España, 1952), no es de extrañar que en 1961, tras haber logrado finalmente doctorarse con una tesis sobre Alejandro Humboldt y España (1959), abandonara la Península y con el tiempo se convirtiera en prestigioso profesor en Estados Unidos.

De izquierda a derecha, Donald Allen Randolph, J. E. Varey, C. B. Morris, A. S. Trueblood, Marcel BatailIon, Antonio Rodríguez Moñino, José López Toro y Kenneth H. Vanderford en Madrid.

Fue entonces cuando su camino se cruzó con el de John Earl Varey (1922-1999), prestigioso especialista en el Siglo de Oro y fundador del Departamento de Español en el Westfield College de la Universidad de Londres, con quien en 1963 fundó Bleiberg y a partir de entonces codirigió una de las más importantes editoriales dedicadas a la filología hispánica, Tamesis Books. Entre las primeras obras que publicó esta editorial inglesa se cuentan la edición de J.S. Cummins del Triunfo de la fee en los reynos del Japón, de Lope de Vega (1562-1635), Et in Arcadia Ego. A study of the poetry of Luis Cernuda, de Philip Silver, la edición crítica de R.B. Tate de Generaciones y semblanzas, de Fernan Pérez de Guzmán  (h. 1370 – h. 1460) o las Cartas Marruecas de José Cadalso (1741-1782) en la edición prologada y anotada por Lucien Dupuis y Nigel Glendinning.

Londres, Tamesis Books, 1983.

La colección Tamesis se estructuraba en dos grandes series, una dedicada a monografías (Seria A) y otra a ediciones críticas de textos (serie B), y si bien inicialmente, como consecuencia de los intereses particulares de sus fundadores, predominaba el teatro del Siglo de Oro y los textos medievales, abrieron espacio tanto a los principales obras de la Ilustración como a las grandes novelas decimonónicas o a los estudios sobre escritores aún vivos –y, como es natural, algunos de los primeros estudios sobre los escritores del exilio republicano de 1939–, e incluso más adelante a la cultura americana, tanto en español como en portugués y a la catalana. Por el camino, fueron creando además una amplia red de asesores y colaboradores entre los que el primero fue el medievalista Alan Deyermond (1932-2009), al que posteriormente fueron añadiéndose nombres tan ilustres como los de Dámaso Alonso, Manuel Alvar o Enrique Anderson-Imbert, entre otros muchos.

Alan Deyermond.

Particular audacia y utilidad (dentro de un proyecto de una ambición deslumbrante que iba más allá de la de proyectos como los de Taurus, Castalia, Cátedra o incluso Gredos en España) fue la creación de las Fuentes para la Historia del Teatro en España, una colección o serie de publicaciones que desde principios de los años setenta alberga documentos sobre los más diversos aspectos de la vida teatral española (compañías, edificios, actores, repertorios, escenografía, etc.), precedidos de estudios introductorios a la documentación, y que inicialmente se nutrió del abundante material depositado en el Archivo de la Villa de Madrid. Creada y dirigida inicialmente por el propio Varey, en colaboración con sus discípulos Norman D. Shergold hasta 1983, y Charles Davis (que actualmente sigue al frente de la misma), ha recibido tanto el reconocimiento como el apoyo de diversas instituciones académicas, como la Union Académique Internationale o la British Academy.

Con semejante trayectoria, ambiciones y rigor, no es de extrañar tampoco que, por ejemplo la primera gran obra sobre un autor como el republicano exiliado en Estados Unidos Ramón J. Sender, la tesis del también republicano Francisco Carrasquer (exiliado en Holanda) “Imán” y la novela histórica de Sender, que tantos caminos abrió a estudios posteriores, se publicara en 1970 en los Tamesis Books de Varey y Bleiberg, a los que tanto debe la filología y tan poco se lo reconoce.

Fuentes:

Página web de Tamesis Books.

Elena Cueto Asín, “Sombras de héroes de Germán Bleiberg o el primer Guernica sobre el escenario“, Revista Hispánica Moderna, año 58, núm.. 1/2 (junio-diciembre de 2005), pp. 93-106.

Alan Deyermond y Melveena McKendrick, “John Earl Varey, 1922-1999“, en F.M.L. Thompson, ed., Proceedings of the British Academy, vol. 15: Biographical Memoirs of Fellows, I, British Academy Scholarship, 2013.

Bernardo J. García García, “Historia del teatro y los teatros en la España Moderna: Investigación y Bibliografía”,  Cuadernos de Historia Moderna, núm. 23 (1999), pp. 163-222.

Ángel S. Hardinguey, “El fenómeno más importante antes de la guerra civil era la universidad” (Entrevista a Germán Bleiberg), El País, 14 de enero de 1977.

Robert  Marrast, El teatre durant la guerra civil espanyola. Assaig d´història i documents, Institut del Teatre-Edicions 62 (Monografies de Teatre 8), 1978.


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Jaume Vallcorba y la prehistoria de la editorial Acantilado

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Que Jaume Vallcorba (1949-2014) fue un editor excepcional y uno de los mejores con que contó la cultura catalana en el siglo xx es algo que ni siquiera sus enemigos íntimos –que los tuvo–, ha negado nunca. Y probablemente se debe a que Vallcorba emprendió los proyectos que mayor fama le dieron (Quaderns Crema, Sirmio, Acantilado) con un bagaje que lo singularizaba en el panorama editorial de su entorno y lo convirtió en muy poco tiempo en un punto de referencia.

La más que sólida formación filológica y ecdótica, así como el exquisito gusto literario que demostró proceden sin duda de su carrera académica (doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Barcelona) y del ejercicio de la docencia (Universidad Autónoma de Barcelona, Universidad de Burdeos III, Universidad de Barcelona, Universidad Pompeu Fabra) y se pusieron de manifiesto también en su obra de investigación (con títulos como Lectura de la Chanson de Roland, 1989; Nocentisme, mediterraneisme i classicisme, 1994; J.V. Foix, 2002, o De la primavera al Paraíso, 2013).

José Antonio Millán, La memoria (y otras extremidades), Sirmio, 1990.

Sin embargo, su acerada sensibilidad como grafista es quizá menos conocida pero de semejante importancia para que acabaran cristalizando sus proyectos editoriales, y se forjó en paralelo a la literaria. Vallcorba no es sólo referencia en cuanto a selección rigurosa, audaz e imaginativa de los textos que publicó, sino también, y por lo menos en igual medida, en cuanto a modernizador de las artes gráficas en el sector editorial del que la edición catalana estaba muy necesitada cuando surgió. En palabras del prestigioso diseñador Juli Capella: “el modelo por aquel entonces eran las cubiertas de Jordi Fornas para Edicions 62, Enciclopèdia Catalana, Edigsa… que sin embargo ya suponía un paso adelante respecto a la ramplona gráfica española el momento, salvo en el caso de Daniel Gil y sus originales cubiertas para Alianza y El Libro de Bolsillo”.

Ya en 1972 creaba Vallcorba, con la colaboración de Pucci Vilurbina y Oriol Treserra, el taller de diseño y serigrafía Aiguadevidre, experiencia que se mantuvo en activo hasta 1975 y que él mismo evocaba después en los siguientes términos:

Pau Riba, Ena, Quaderns Crema, 1987.

Fue una experiencia que hizo que me preocupara por un montón de cosas en las que quizá nunca hubiera pensado. Por otra parte, ya allí empezamos una colección de libros un poco vanguardistas. A mí se me había ocurrido que se podría hacer una revista interdisciplinar, en la cual pudiera haber películas, música, cosas muy diversas. Pero en aquellos tiempos había una “Ley de Publicaciones Unitarias” que no lo permitía. Había que pasar diferentes tipos de censura, y todo se hacía tan complicado que al final pensamos en hacer una revista convencional. Salió un primer número, pero enseguida pasamos a hacer libros monográficos, dedicados a diversos artistas.

En 1974 aparece con pie editorial de Edicions 62 (por préstamo) el volumen colectivo y multidisciplinar El parking de les feres (con obra literaria y gráfica de Fina Miralles, Arcadio Reynes, Oriol Pi de Cabanyes, Wendy Granger, Fernando Trias, Junoy y el propio Vallcorba, entre otros), que constituye el origen de lo que serían una serie de volúmenes atribuidos a Edicions 62 por cuestiones legales pero llevadas a cabo por unas efímeras Edicions 1068: Anotacions-31 de desembre de 1974 (1975), de Bigas Luna; Exercicis de cal·ligrafia (1975), de Alexandre Ferrer i Pucci Vilurbina, y  Notes nocturnes (1976), de Albert Ràfols Casamada.

Página de Pol·len d´entrecuix, con un poema de Murgades.

Vallcorba forma entonces, con Narcís Comadira y Quim Monzó, el trío coordinador de una revista underground de la que aparecen en 1977 sólo dos números simultáneos en forma de hojas sueltas recogidas en una carpeta, con textos y dibujos también de Biel Mesquida, entre otros. De la misma época es una muy poco conocida revista Tarotdequinze, salida también de Aiguadevidre. Pocos años después da sus primeros pasos la revista Quaderns Crema (con una primera serie de siete números y una segunda de dos más), entre los que destaca el iconoclasta tercer número (mayo de 1980), que con el título Pla, i català, reúne textos de algunos de los personajes que formaban el entorno más próximo de este proyecto: Dolors Oller, Josep Murgades, Francesc Parcerisas, Salvador Oliva, Antoní Marí, etc., encabezados por un texto del propio Pla (“Suplement al clima: les tramuntanes”) y un cierre de Eugeni d´Ors (“Discurs presidencial”); por otra parte, el quinto número (septiembre de 1981) tiene la particularidad de publicar la que muy probablemente sea la primera traducción publicada por Quim Monzó (los relatos aparecidos en el New Yorker “The standard of living” y “The Waltz”, de Dorothy Parker). Tampoco deja de tener su punto irónico el papel de contrapeso que esta publicación tenía respecto a la hegemónica Els Marges, donde por otra parte Vallcorba acababa de publicar unas muy interesantes notas sobre la cultura underground catalana que siguen siendo punto de partida para cualquier estudio sobre la materia.

Por esas mismas fechas, con el diccionario gráfico-satírico ABCdari il·lustrat (1978), de Mariscal, Vallcorba había puesto ya en marcha las Edicions dels Quaderns Crema, inicialmente amparadas bajo la protección de Antoni Bosch Editor. Al título de Mariscal seguirían otros dos de poesía, El corb (1979), de Vicent Andrés Estellés, y Territori del temps (1979), de Ràfols-Casamada, con prólogo de Josep M. Castellet.

Joan Ferraté (1924-2003).

Sin embargo, la presentación en sociedad de Quaderns Crema como editorial independiente se produce en diciembre de 1979 (en el barcelonés restaurante La Balsa), en que Francesc Parcerisas glosó los libros con que se estrenaban las colecciones Poesia dels Quaderns Crema (El preludi, de Antoni Marí, que en realidad era el número 4)  y Sèrie Gran (Les poesies d´Ausiàs March, en edición de Joan Ferraté). A Joan Ferraté, como al gran Gustau Gili, lo destacó Vallcorba como otro de los hombres importantes en los inicios como editor:

Me transmitió el interés por hacer una editorial de tono europeo y por la tipografía. De él aprendí mucho. No porque me dijera esto ha de ser así o asá, sino ofreciéndome modelos. Me prestó unos manuales de tipografía alemanes del XVII y me enseñó cuestiones que a él le habían preocupado cuando trabajaba en Seix Barral. También Gustau Gili me dejó hojear los bodonis y didots de su biblioteca de la calle de la Princesa.

Presentación de Self Service, porrón mediante, en la Ramblas de Barcelona en el Sant Jordi de 1978. De izquierda a derecha: Biel Mesquida, Pepa López, Pep-Maür Serra, dos personajes no identificados, Claudi Montayá i Quim Monzó.

A esos títulos iniciales hay que añadir enseguida el libro de cuentos Uf, va dir ell, de Quim Monzó, quien hasta entonces sólo había publicado L’udol del griso al caire de les clavegueres (Premi Prudenci Bertrana 1976 y publicado en Edicions 62) y, con Biel Mesquida, Self service (Iniciativas Editoriales, 1977), porque será quizás el autor más representativo de una de las líneas fuertes de Quaderns Crema, el descubrimiento de una corriente renovadora de la narrativa catalana. Con autores como Monzó, Ferran Torrent y Sergi Pàmies, pero también con ediciones de clásicos universales y catalanes y de los principales vanguardistas catalanes, Vallcorba sentó las bases de una de las editoriales culturalmente más sólidas de su entorno y, tras el pequeño tropezón que supuso la creación de Sirmio (donde publicó a José Antonio Millán, Machado de Assís, Francesc Trabal, Javier Cercas o Joseph Roth, entre otros), irrumpió en 1999 en el ámbito de la edición en lengua española con Acantilado, en un momento en que llevaba a sus espaldas un bagaje que sólo podía suponer buenos augurios. La retahíla de premios y reconocimientos –algunos tan significativos como la Medalla de Oro del Fomento de las Artes Decorativas 2001 o el Reconocimiento al Mérito Editorial de la FIL de Guadalajara en 2010– son un buen indicador de la influencia que ejerció Vallcorba como editor y de la importancia que tiene su legado.

Vallcorba con Mauricio Wiesenthal, uno de sus últimos fichajes (si no el último).

Fuentes:

Julià Guillamon, ed., L´estil Quaderns Crema. Trenta anys d´edició independent, 1979-2009, Barcelona, Quaderns Crema, 2010. Incluye textos de Jordi Martí, Jaume Vallcorba, Julià Guillamon, Juli Capella, Oscar Tusquets Blanca, Jordi Llovet y Anton M. Espadaler, además de abundante material gráfico.

Escáner_20151105 (2)Julià Guillamon, “Vallcorba antes de Vallcorba”, La Vanguardia, 24 de agosto de 2014.

Isabel Obiols, “No tinc cap vocació de minoritari” (entrevista a Jaume Vallcorba), Quadern de El País, 9 de septiembre de 2004, p. 4.

Zeneida Sardà, “Jaume Vallcorba, l´èxit de l´editorial d´editor”, en Retrats, Publicacions de l´Abadia de Montserrat (Biblioteca Serra d´Or), 2007, pp. 135-142.

Jaume Vallcorba, “La pasión del editor”, en Trama & Texturas, núm. 25 (diciembre de 2014), pp. 7-12.

Jaume VallcorbaPlana, “Underground vol dir metro”, I y II, Els Marges, núms. 11 (1978), pp. 114-117, y 12 (1978), p. 131-137.


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Valeria Bergalli y una minúscula esperanza hecha realidad.

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“El prestigo de una editorial literaria lo determinan el rango de sus autores, la influencia y las distinciones de éstos, el grado de interés que sus libros suscitan y las consecuencias que tienen.”

Siegfried Unseld

 “The classic is the local fully realized: words marked by a place.”

William Carlos Williams

William Carlos Williams (1883-1963).

Suele decirse a veces de los editores “de raza” –por lo menos de los que no se han pasado con armas y bagajes a la edición digital– que tienen “tinta en las venas”. En el caso de Valeria Bergalli, es probable que lo que tenga en las venas sean tintas de colores.

En una muy interesante entrevista que le hizo en 2007 Martín Gómez, contaba Bergalli que su pasión por el libro se la inoculó su abuelo materno (ilustrador y personaje decisivo en esta historia, como se verá):

Mi abuelo era pintor e ilustrador, y tenía su estudio en casa. Cuando yo era muy pequeña, incluso antes de ir al colegio, leí La isla del tesoro ilustrada por mi abuelo. Todas esas cosas clásicas que uno lee o comienza a hojear de pequeño. Yo veía cómo mi abuelo trabajaba en casa y cómo luego eso que él hacía regresaba en forma de libro. Él me explicaba todo el proceso por el que habían pasado sus dibujos, lo cual al final era una explicación de cómo nace un libro.

Esta edición de La isla del tesoro, adaptada para el público juvenil e ilustrada por Athos Cozzi (Trieste, 1909-Barcelona, 1989), la publicó la veterana editorial bonaerense Sigmar, creada en 1941 y destinada al libro infantil y juvenil, pero a esas alturas Cozzi había cubierto ya varios capítulos de una vida de lo más novelesca. A finales de los años treinta aparece como uno de los colaboradores de Il Vittorioso (1937-1970), donde se dieron a conocer algunos de los dibujantes de cómics italianos más importantes del siglo XX (Benito Jacovitti, Claudio Nizzi, Stelio Fenzo…), pero poco tiempo después, durante la guerra civil española, colabora en la revista infantil Pelayos, donde pone imágenes a los guiones A. Benjamín (el sabadellense José María Canellas Casals,1902-1977) y coincide con una galería de personajes fascinantes entre los que se cuentan Josep Serra Massana (1896-1980), pionero del cine animado español, la editora Consuelo Gil (1905-1955) o el escurridizo humorista, escritor y dibujante Valentí Castanys (1898-1965).

Athos Cozzi.

Al concluir la guerra Cozzi se desplaza a Barcelona, donde, además de completar su formación como acuarelista con Ricardo Tárrega Viladons, alterna la ilustración de tema religioso para el Arzobispado con colaboraciones en las Ediciones TBO (con obras de aventuras), en la revista Chicos de Consuelo Gil, en las Hispano Americana Ediciones de Jorge Parenti Vecchi y desde 1945 en Molino, entre otras. También asiste en Barcelona a la represión franquista y, al igual que otros compañeros de profesión, como Arturo Moreno (1909-1993), Emilio Boix (Barcelona, 1908-Caracas, 1976), el guionista y editor Joaquín de Haro (Viladecans, ¿?-Caracas, 1973) (uno de los pioneros en las agencias de dibujantes y guionistas de cómics) o el ya mencionado Canellas Casals, decide emprender la aventura americana.

En Buenos Aires Cozzi se hace enseguida un nombre sustituyendo al barcelonés Carles Freixas (1923-2003) como ilustrador de la serie “Tucho, de canillita a campeón” en el mítico semanario Patoruzito, y además trabaja para las editoriales Atlántida, Columbia, Codez y Kapelutz, entre otras, hasta que en 1966 se traslada a Milán y, gracias al acuerdo con un agente (Giolitti), su obra empieza a publicarse en Gran Bretala y Alemania. En 1973, sin embargo, regresa a Argentina, y debió de ser en esa época cuando se sitúan las evocaciones de su nieta Valeria, que creció además en un ambiente políglota (español, italiano e inglés).

Tarjeta gauchesca, en cuyo margen inferior izquierdo puede verse la firma de Cozzi.

Pasaron los años, entre viajes y añadiendo al poliglotismo imparable el alemán y el catalán, se fogueó hacia 1982 haciendo informes de lectura, traduciendo (al profesor de derecho e historiador Roberto Bergalli, que además es su padre, o al historiador de la pedagogía Carlo Pancera, por ejemplo), con una licenciatura en Antropología y un posgrado en edición en 1997, con una breve experiencia en una editorial de prestigio (1997-1998), se le presentó por fin la posibilidad de lanzarse a la aventura editorial, como contó en Jotdown, de nuevo gracias a Athos Cozzi:

 …falleció mi abuelo, y me dejó algo de dinero, no muchísimo, pero sí una cierta cantidad; además, y dado que de siempre me ha gustado ir a librerías, por mi relación con los libros, iba mirando, siguiendo a determinados autores, fijándome en lo que hacían las editoriales. Había un interés, una curiosidad. Fue un momento este, finales de los noventa, en que me parecía que imperaba cierta uniformidad: había una presencia bastante significativa de los grandes grupos  y, por otra parte, las editoriales independientes, las que hoy llamamos medianas, que eran a las que yo, evidentemente, seguía más.

Firma de Athos Cozzi.

En 1999 crea minúscula, y en otoño del año siguiente sale a la palestra con una colección deslumbrante (Paisajes narrados), que tanto por su concepción como por la calidad de las obras que publica capta enseguida la atención tanto de los profesionales como de los comentaristas culturales, y sobre de todo de unos lectores que no disponían de una oferta ni remotamente similar: Por un lado, Verde agua, de Marisa Medieri, con un posfacio de Claudio Magris y traducida por la propia Valeria, y junto a ella Las ciudades blancas, de Joseph Roth, en traducción de Adan Kovacsics (Premio Nacional de Traducción 2010); dos libros cuyo pequeño formato hizo que en su momento los libreros más entusiastas los situaran en los expositores destinados a postales (que suelen estar cerca de la caja registradora).

Ilustrativo de su forma de preparar las cosas antes de ponerlas bajo los focos es que Valeria aprovechara las vacaciones del año 2000 “para visitar la isla de Cres, en el Adriático, y tomar la fotografía que aparece en la cubierta de Verde agua, libro en el que esta isla ocupa un lugar destacado”.

Ya entonces, y aun cuando se trataba de una empresa unipersonal, Valeria se había rodeado de un equipo de colaboradores de primer orden que han tenido continuidad, con Pepe Far ocupándose desde el primer momento del diseño, o la correctora y traductora Marta Hernández o la traductora Rosa Pilar Blanco, entre los más fieles.

Al año siguiente aparecía la colección Alexanderplatz, destinada a “traducciones de novelas y ensayos acerca de la realidad alemana y de las áreas geográficas sobre las que esta cultura ha ejercido su influjo”, y posteriormente Con Vuelta de Hoja (2005), que alberga ensayos, biografías y autobiografías; las primeras ediciones en catalán en Microclimes (2010), entre las que destacan las de Chéjov y Panait Istrari; Tour de Force (2011), con obras de Jennifer Egan, Jon Bauer y David Vogel, entre otros, y la más reciente Micra (2015) “dedicada a textos breves y singulares”. Paralelamente, ha ido incorporando a algunos autores de singular personalidad en las letras en lengua española, como es el caso del cosmopolita asturiano Jesús del Campo, el chileno Gonzalo Maier, la catalana cosmopolita Mercè Ibarz o el mallorquín José Luis de Juan.

Traducción italiana, de Alessandra Riccio, de Las últimas voluntades del caballero Hawkins, de Jesús del Campo, en nottetempo (2003).

Y ha tenido también la sagacidad y el buen tino de establecer relaciones de colaboración con editoriales afines. Fruto de ello surgieron las colaboraciones (visibles en la Feria de Frankfurt) con Les Allusifs, fundada por Brigitte Brochard en 2001 y en cuyo catálogo figuran Paul Bouyoucas, Sylvain Trudel Daniel Bélanger y sobre todo traducciones (Virginia Woolf, Horacio Castellanos Moya), y las italianas Voland, creada por la eslavista Daniela di Sora y con un catálogo impresionante (Topor, Turgueniev, Mia Couto, Karinthy, Amélie Nothom, Gogol, Maupassant, Cortázar, Baulenas…), que le valió el Premio alla Cultura 1999 y el Premio del Ministero per i Beni et le Attività Culturali 2003, y Nottetempo, creada Ginevra Bompiani y Roberta Einaudi en 2002, que cuenta también con un catálogo de lujo (Tariq Alí, Chejov, Robert Graves, Juan Marsé, Edward Said, Paul Celan, Guy Debord, Hannah Arendt, Bernardo Atxaga, Ingeborg Bachman, Pierre Bordieu, Erri de Luca, Jesús del Campo…).

No hay duda que el éxito y la continuidad de minúsucla surge de la invitación a leer una serie de obras y autores que una vez leídos nadie se explica cómo es posible que no estuvieran disponibles en español (Klaus Mann, Viktor Klemperer, Elio Vitorini, Esto es Nueva York, de E.B. White), pero también de una presentación y de un diseño de los libros (tanto interior como exterior) que los hace rápidamente reconocibles y los dota de una identidad colectiva. Un catálogo coherente de obras que dialogan entre sí sin atender a parámetros clásicos –como pudiera serlo el del género literario– y que, ni en ambición, ni en rigor, ni en exigencia ni en calidad literaria y editorial, fue nunca minúsculo. Como expliacaba Bergalli ya en 2002:

El reto es crecer, pero de forma articulada. Es tan importante no incluir en una colección títulos que no tengan un papel claro en la serie, por muy sugerentes que sean, como velar por mantener la coherencia entre las distintas colecciones. Ésta es la fórmula que intentamos aplicar para responder a los dictados de un mercado limitado para este tipo de obras y para que el crecimiento de la empresa no vaya en detrimento del proyecto intelectual.

 

Fuentes:

Web de minúscula.

Carlos A. Aguilera, “Conversación con Valeria Bergalli, fundadora del sello editorial Minúscula”, Suburbano, 13 de abril de 2014.

Valeria Bergalli, “Una minúscula esperanza”, Quimera núm. 223 (diciembre de 2002), pp. 18-20.

Valeria Bergalli “Editorial minúscula. Autorretrato en blanco y negro”, ponencia en el I Encuentro de Talento Editorial (Cartagena de Indias, 30 de enero de 2014).

Raquel Blanco, “Editar en tiempos revueltos: Valeria Bergalli, minúscula“, Jotdown, agosto de 2013.

Antón Castro, “Valeria Bergalli, diez años de libros de compañía“, en su blog, 12 de noviembre de 2010.

Martín Gómez, “Entrevista a Valeria Bergalli, editora de editorial minúscula”, El Ojo Fisgón, 10 de abril de 2010.

Matías Néspolo, “Mi fórmula fue apostar por un catálogo coherente” (entrevista a Valeria Bergalli), El Mundo, 20 de enero de 2010.

 


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El cachondo caso de los Versos de una…

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«Una editorial no debería ser una empresa comercial,

sino una especie de universidad popular»

Antonio Zamora

 

Antonio Zamora.

En 1926 la Cooperativa Editorial Claridad, fundada cuatro años antes en Buenos Aires por el periodista andaluz Antonio Zamora (1896-1976), el impresor anarquista gallego M. Lorenzo Rañó y el distribuidor Vicente Bellusci entre otros, era una editorial de izquierdas en rápido auge cuya ubicación (Boedo, 837) ha pasado a la historia de la literatura argentina por haber aglutinado a un grupo de jóvenes escritores y artistas entre los que se contaban el uruguayo Elías Castelnuovo (1893-1982), los argentinos Nicolás Olivari (1900-196), Álvaro Yunque (1889-1982), Leónidas Barletta (1902-1975), Raúl González Tuñón (1905-1974), Adolfo Bellocq (1899-1972), etc., y de los que no andaba lejos el intrépido prosista Roberto Arlt (1900-1942), si bien los especialistas parece que no están de acuerdo respecto a su pertenencia, en sentido estricto, al grupo.

Después de darse a conocer con la muy exitosa colección semanal de libro-revista Los Pensadores (un centenar de números, al precio de un desayuno completo cada uno: «café con leche con pan y manteca»), en 1924 Claridad se convierte en el portavoz del grupo mencionado sobre todo a través de la colección Los Nuevos: Versos de la calle (1924), de Yunque, la segunda edición de Tinieblas (1924) y la primera de Malditos (1924), ambos de Castelnuovo; Cuentos de la oficina (1925), de Roberto Mariani; Las bestias (1925), de Abel Rodríguez;  Tangarupá, (1925) del uruguayo Enrique A. Amorim,  Desventurados (1927), de Juan I. Cedoya; Miseria de Quinta Edición (¿1928?), de Alberto Pinetta y, el que aquí nos interesa, Versos de una… (1926), de Clara Beter.

Tangarupá, de Enrique Amorim, con cubierta ilustrada por Sirio.

Sin embargo, el director de la colección, Castelnuovo, seguramente es recordado en el ámbito editorial sobre todo por haberle rechazado para esta colección a un primerizo Roberto Arlt La vida puerca, que describió como «una mezcla de Máximo Gorki y Marcos Vila» y que le impulsó a escribir escribió que «[decir que Arlt] no sabía gramática significa un elogio. No sabía siquiera poner una coma para separar un párrafo de otro y difícilmente acertaba a colocar en su lugar una zeta o a sacar de su sitio una hache». Como es bien sabido, por intercesión de Roberto Güiraldes poco después la publicó la Editorial Latina de Adolfo Rosso con el título El juguete rabioso.

Cena de celebración del primer año de la imprenta que creó Claridad. Pueden verse, sentados y de izquierda a derecha, a Zamora (el primero) , a Roberto Arlt (el tercero) y a Castelnuovo (el séptimo).

Aun así, el espectacular éxito de la obra de Clara Beter, publicada con una portada de Manolo Mascarenhas, fue incontestable. Después de la publicación en la revista Claridad del poema “A Tatiana Paulova”, se solicitaron a Beter nuevos poemas y se emprendió la edición de las cuarenta y siete piezas que forman este libro firmado por quien dice ser una prostituta porteña judía, dato que hace más estremecedora aún la sensibilidad de la autora.

Me le entrego a todos, mas no soy de nadie;

Para ganarme el pan vendo mi cuerpo

¿qué he de vender para guardar intactos

mi corazón, mis penas y mis sueños.

Cuenta en el prólogo a la primera edición del volumen un tal Ronald Chaves –sin duda un seudónimo tras el que se ha identificado tanto con Castelnuovo como con el escritor de origen ucraniano César Tiempo (Israel Zeitlin, 1906-1980) – que «Clara Beter, hundida en el barro, no protesta: protesta el que la mira. Ella cayó y se levantó y ahora nos cuenta la historia de sus caídas. Cada composición señala una etapa recorrida en el infierno social de su vida pasada. Esta mujer se distingue completamente de las otras mujeres que hacen versos por su espantosa sinceridad», pero son pocos los datos que se ofrecen de su biografía. Menciona, por ejemplo en uno de sus poemas «los días felices de la infancia lejana / en el rincón humilde de la Ukrania natal» y evoca la amistad en aquella época con la actriz y luego directora teatral Tatiana Pavlova (1893-1975), pero poco más.

Tatiana Pavlova.

El conjunto de piezas van dejando aquí y allá retazos biográficos que permiten reconstruir el viaje de Clara Beter hasta las calles de Santa Fe y Buenos Aires, pasando antes por Hamburgo y Nueva York, lo cual traza una imagen del proceso de degradación moral en el que se ve arrastrada una hija de la migración que cuenta, sin embargo, con una formación y una sensibilidad como poeta muy poco común.

Se han cifrado en 100.000 los ejemplares que se vendieron rápidamente de esta obra, y la prensa cultural bonaerense inició enseguida una afanosa búsqueda de la autora, Alberto Zum Felde publicó en su sección de El Día de Montevideo una muy elogiosa reseña de estos poemas, e incluso se empezó a pensar en llevar su historia a la gran pantalla, que finalmente, pasados los años, quedó en una obra teatral, Clara Beter vive (1941), de César Tiempo, que posteriormente convertiría en Quiero vivir. En definitiva, fue un auténtico éxito que trascendió en mucho el ámbito de los lectores habituales de poesía, e incluso de literatura, y sin duda acrecentó la fama de los libros de Claridad.

No obstante, la conmoción duró poco, pues el escándalo que supuso la revelación de un hasta entonces inédito César Tiempo de que él era el auténtico creador de los versos eclipsó enseguida el revuelo provocado por la aparición de Clara Beter. Con esta compilación de poemas de una ficticia prostituta, César Tiempo se revelaba como un poeta bastante singular, que hasta entonces apenas había empezado a darse a conocer en las páginas de La Nación, y a partir de entonces encadenó una serie de poemarios, libros de cuentos, textos teatrales, guiones de cine, radio y televisión, etc-. además de particpar muy activamente en la vida cultural boanerense y ser uno de los fundadores de la editorial argentino-uruguaya Sociedad Amigos del Libro Rioplatense, que en los años treinta publicó unos ochenta títulos e instituyó un Premio de Poesía.

César Tiempo (Israel Zeitlin)

Durante años César Tiempo se negó a que este libro inicial que había firmado como Clara Beter se reeditara, pese al amplio acuerdo sobre su calidad, por considerarlo una “travesura de juventud”, si bien pasados los años acabó por contar en un texto autobiográfico su versión de este famoso episodio.

Según la juzga la profesora Estelle Irizarry:

La broma de César Tiempo viene a subrayar de un modo particularmente convincente el hecho fundamental reconocido por notables estudiosos del arte poético pero imperfectamente aceptado por muchos lectores, de que la poesía lírica sea en el fondo un género de ficción, y como tal, su éxito está determinado por la medida en que se toma por lo que no es: la verdad.

En cualquier caso, lo que no es ninguna ficción y no deja de tener su gracia es que Clara Beter fuese el nombre elegido por Gito Minore e Inés Martínez cuando en el año 2012 decidieron poner en pie en Buenos Aires una editorial independiente destinada a la poesía y la narrativa. Y que, tras el éxito del volumen de cuentos ilustrados por nuevos artistas Cuentos de amor, de locura y de muerte (2014), de Horacio Quiroga, con el que estrenaron la colección Fundadores, el título elegido para dar continuidad a  esta serie sea Los siete locos, de Roberto Arlt.

La Peña de Salta y Victoria: de izquierda a derecha: Pedro Juan Vignale, Salguera de la Hanty, Luis Emilio Soto, Alberto Hidalgo, Jorge Luis Borges, Alvaro Yunque, C. Delgado Fito, E. Orozco Zárate, Alfredo Chiabra Acosta, Martín Perea, Conrado Eggers-Lecour y César Tiempo.

Fuentes:

Juliana Cedro, «El negocio de la edición. Editorial Claridad 1922-1937», Primer Coloquio Argentino de Estudios sobre el Libro y la Edición, La Plata, 31 de octubre al 2 de noviembre de 2012.

Lidia Ferrari, «Clara Beter, ¿ente de ficción o fraude?», Revista Universitaria de Psicoanálisis (Universidad de Buenos Aires), vol. 4 (2004).

Lorenza Ferreira de Cassone, «Editorial Claridad, una revolución de los espíritus»,  Buenos Aires, Trapalanda, s/f.

Estelle Irizarry, La broma literaria en nuestros días, Nueva York, Eliseo Torres & Sons (Torres Library of Literary Studies), 1979.

César Tiempo, Clara Beter y otras fatamorganas, prólogo de José Barcia e ilustraciones de Julio Vanzo, Buenos Aires, A. Peña Lillo, 1974.

Néstor Tkaczek, «Clara Beter», Palimpsestos, 27 de junio de 2005.


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La injustificada modestia de un editor emboscado (homenaje a Carlos Pujol Jaumandreu)

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“Hacer libros divertidos pero secretos, esta es la fórmula.”

Carlos Pujol

Es casi inevitable, al referirse a lo que fue el grupo Planeta en el siglo XX, mencionar los nombres de José Manuel Lara (Lara Hernández y Lara Bosch), pero en lo que se refiere a la Editorial Planeta, es muy probable (y comprobable) que uno de los hombres más importantes de la casa fue Carlos Pujol Jaumandreu (1936-2012), que procedía del mundo universitario cuando entró en la órbita de lo que entonces era el gigante indiscutible de la edición española.

Carlos Pujol, que siempre reivindicó a Martí de Riquer como su gran maestro, al regreso de un lectorado en 1961 en Aberdeen (Escocia) se doctoró en Filología Románica con una tesis sobre Ezra Pound (1962) y empezó a ejercer la docencia de literatura francesa en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Barcelona, pero le flaqueaba la vocación para semejante empresa. Al poco tiempo de su regreso a Barcelona ya estaba colaborando en la preparación de la colección de Clásicos Planeta que dirigían los catedráticos de su universidad Martí de Riquer, José Manuel Blecua Tejeiro y José Mª Valverde, así como leyendo, seleccionando, evaluando, informando y editando originales para la misma editorial. “Ahí anduvo haciendo informes, emitiendo dictámenes, resolviendo admirablemente traducciones, mejorando manuscritos”, en palabras de Jordi Gracia.

De izquierda a derecha, Juan Eslava Galán, Rosa Regàs, Pere Gimferrer, Ángeles Caso, José Manuel Lara Bosch, Carmen Posadas, Carlos Pujol Jaumandreu y Alberto Blecua.

Cuando en 1963 José Manuel Lara Hernández decide poner en marcha la versión española de la Enciclopedia Larousse, y tras consultarlo con Riquer, pone la magna y ambiciosa obra en manos de Carlos Pujol, momento en que su carrera como editor, aunque no abandonara todavía la universidad, toma impulso y, además de desempeñar un papel de primer orden en la formación en el oficio de un por entonces joven José Manuel Lara Bosch, le llevará a formar parte del jurado del Premio Planeta (al jubilarse Manuel Lombardero en 1972) y a ocupar en Planeta episódicamente el puesto de director literario (1973), cargo al que, en palabras de su colega y sucesor Rafael Borràs Betriu, “había renunciado tras participar en una convención del departamento comercial con los vendedores de toda España, intervención que, por lo visto, no le resultó cómoda”.

A quienes tuvieron el privilegio de conocerle, no les extrañará esa incomodidad de un gentleman de la edición como él que agradecía mantenerse en la sombra, ocupándose de lo que le gustaba (los textos), al verse de pronto entre los “mercaderes de la literatura”; a quienes hayan leído su Voltaire, aparecido por esas mismas fechas (1973) les será también fácil hacerse una idea de qué poco encajaba él entre vendedores. Este ensayo, como los que le sucederían en los años siguientes (Balzac y La comedia humana, 1974; La novela extramuros, 1975; Abecé de literatura francesa, 1976; Leer a Saint-Simon, 1979…), así como su ingente labor como crítico literario en La Vanguardia, Abc, El Sol, El País y en numerosas revistas le acreditan como uno de los críticos más informados, finos y sensibles de su tiempo. Esta dedicación le llevó inevitablemente a abandonar la Universidad de Barcelona, en 1977, si bien volvería a las aulas entre 1997 y 2007 (en esa ocasión a las de la Facultad de Humanidades de la Universitat Internacional de Catalunya, de cuyo Consejo Académico formó parte).

Pero a esta imagen poliédrica añadió además la de prolífico y exquisito traductor con una versión del Moll Flanders (Planeta, 1978) de Defoe, al que se añadirían enseguida traducciones de  Pascal Lainé (La encajera, Argos-Vergara, 1978), Balzac (El primo Pons, Planeta, 1981) o Stendhal (La cartuja de Parma, Planeta, 1981), entre otros de semejante relumbre. Visto a una cierta distancia, la imagen que transmitía de crítico afilado, lector exquisito y traductor penetrante costaba de encajar con el ambiente planetario.

Para dar una vuelta de tuerca más, en 1981 se daba a conocer como novelista con La sombra del tiempo (y no hay que ser muy avispado para deducir de dónde procede el título del gran best séller de Ruiz Zafón), a partir de la cual se forjó una espléndida y brillante –si bien tan minoritaria como la de Patrick Modiano– obra novelística, en la que sobresalen títulos como El lugar del aire (Bruguera, 1984), Jardín inglés (Plaza & Janés, 1987), Los secretos de San Gervasio (Pamiela, 1994), Cada vez que decimos adiós (Seix Barral, 1999), Los días frágiles (Edhasa, 2003) o El teatro de la guerra (Menoscuarto, 2009).

También de los ochenta son su primer y sorprendente poemario (una biografía de Bernini en alejandrinos: Gian Lorenzo, Diputación Provincial de Málaga, 1987) y su primer libro de aforismos (Cuaderno de escritura, Pamiela, 1988), que contribuyen a perfilar una heterogénea obra literaria, en un sentido muy amplio, regida en todas sus vertientes por una técnica impecable, un dominio –sin exhibicionismos– de la lengua y una vastísima y profunda cultura literaria.

¿Qué hacía un hombre de letras de semejante categoría intelectual y ambición literaria proponiendo obras, evaluándolas, coordinando procesos editoriales y editando textos en un despacho de Planeta? Unas palabras del propio José Manuel Lara Bosch permiten atisbar una explicación:

No quiso nunca ni fue su objetivo fabricar bestsellers, pero no por ello despreció a los lectores de este tipo de obras; lo que hizo fue buscar aquel tipo de lector con el que él se sentía más identificado y con el que le resultaba más fácil comunicarse, y al final encontró al adecuado para su obra […] Supo distinguir perfectamente entre un tipo de obra, que es la que a él le gustaba crear, dirigida a un público exigente en los niveles literarios, y al mismo tiempo valorar perfectamente una novela que buscaba más los valores comerciales y el gran público. Y esto, que a primera vista parece muy fácil, ha sido siempre muy, muy difícil en el mundo editorial.

Sin embargo, más claro incluso fue su hijo, y también editor, Carlos Pujol Lagarriga, quien distinguió claramente entre su “oficio” y su “capricho”, y es evidente que se tomaban tan en serio el uno como el otro. Puedo dar fe de que cuando entregaba una de sus obras de creación, llegaba hasta tal punto revisada, con tal esmero corregida y comprobada hasta en sus más mínimos detalles que sus editores apenas podían desenfundar su lápiz rojo. Y eso es muy muy raro que suceda.

En su extensa trayectoria en el jurado del Premio Planeta, un galardón cuyo objetivo evidente nunca ha sido premiar la calidad literaria sino la comercialidad (dentro de unos mínimos de dignidad), Carlos Pujol era quien, en la práctica, lideraba y coordinaba el equipo de lectores, proporcionándoles unas pautas acerca de los rasgos o características deseados, y tras esa preselección las obras “finalistas” pasaban a manos del jurado (con la salvedad de las siempre supuestas injerencias de las agentes literarias con capacidad para ejercerlas, por lo que todo este trabajo podía ser casi en balde) y, en palabras del propio Pujol, “”salvo contadas excepciones, la decisión final se toma en la tradicional comida del jurado en un restaurante de Barcelona [Via Venetto]”. En cualquier caso, su participación y la de otros hombres de letras mesurado y muy consciente de su papel, como es el caso Alberto Blecua, siempre fue muy valorada por quienes formaron parte de esos jurados.

Otro de los méritos innegables de Carlos Pujol fue su capacidad para crear y liderar discreta y eficientemente equipos de trabajo, y es bien conocida la alineación del que formaban Maite Arbó (hija de Sebastià Juan Arbó), Laureano Bonet, Jordi Estrada, Marcel Plans (autor de los editings de buen número de títulos de la colección Espejo de España) y Xavier Vilaró. Por todo ello, no es de extrañar que Carlos Pujol, apreciado y estimado por sus colegas, respetado cuando no admirado por los autores y a quien no se le conocen enemigos, dejara un hueco importante en Planeta, aunque sea difícil precisar si quienes más lo echarán de menos serán los propietarios de la empresa o los lectores.

Es cierto que profesionalmente quizás hubiera podido dar más de sí en el ámbito de una editorial más eminentemente literaria, nunca lo sabremos con certeza por mucho que lo intuyamos, pero no es menos cierto que el nivel de exigencia y rigor estéticos en cuanto a traducciones y ediciones en Planeta quizás hubiera sido otro (en cualquier caso no más alto) sin su ojo avizor. Se le echa de menos.

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Dedicatoria de Carlos Pujol al autor del blog en su ejemplar de “Cada vez que decimos adiós” (Seix Barral, 1999): “Al amigo Josep Mengual, esta fantasía, con un abrazo”. ( abril 2003).

Fuentes:

Alberto Blecua, “Recuerdo de Carlos Pujol”, Fábula, núm. 32 (primavera- verano de 2012), pp. 54-55.

Rafael Borràs Betriu, La batalla de Waterloo. Memorias de un editor, Barcelona, Ediciones B, 2003.

Jordi Gracia, “Elogio intempestivo de Carlos Pujol“, Letras Libres, marzo de 2012.

José Manuel Lara Bosch, “Carlos Pujol, un hombre tranquilo”, Fábula, núm. 32 (primavera-verano de 2012), pp. 59-62.

Fernando Valls, “Carlos Pujol, sabio clandestino“, El País, 24 de enero de 2012.

 

 


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Augusto Vivero y la Biblioteca de los Sin Dios

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Augusto Vivero (1882-1939).

Augusto Vivero (1882-1939) pertenece a esa galería de personajes que, pese a no ocupar páginas destacadas en la historia, si tuvo un protagonismo destacado en algunos procesos, episodios y anécdotas importantes.

Nacido en La Habana y residente desde muy joven en Almería y Murcia, inicia muy pronto una carrera ascendente en el periodismo que le lleva a convertirse en director del Heraldo de Murcia en 1897, redactor del Diario Universal y colaborador de El Liberal, redactor jefe de Nueva España entre 1905 y 1911, fundador ese mismo año y director de España Libre, redactor jefe de El Imparcial desde 1913, y poco después fundador y director de África Española (1913-1917), órgano oficial de la Liga Africanista Española (constituida en enero de 1913) con el militar Fernando Gillis Mercet (1879-1939) como redactor jefe, que era más conocido por el seudónimo Claridades en su vertiente de crítico taurino. En años sucesivos, Vivero escribió reiteradamente sobre la colonización de África y desarrolló en forma de libro algunas de las ideas apuntadas en esta revista: España y Francia en Marruecos; la cuestión de Tánger (Ediciones de África Española, 1919), Los Alemanes en África (Tipografia Moderna, 1919), El derrumbamiento. La verdad sobre el desastre del Rif (Caro Raggio, ¿1922?). Se insertaba así, en una línea de literatura que todo a lo largo del cambio de siglo abordaría las relaciones entre España y sus colonias africanas, y en la que sobresalen los nombres de Pedro Antonio de Alarcón, José Díaz Fernández y Ramón J. Sender.

Muy a menudo, a esta fotografía de Antonio Machado en el café Salesas se le suprime la imagen de la periodista Rosario del Olmo.

Si bien ya en 1910 había publicado Amelia en la célebre colección de quiosco El Cuento Semanal, de esos años es su dedicación a la dramaturgia, que se materializa en el estreno de Las espinas del bien y de la zarzuela Amores reales (premiada por la Sociedad General de Autores), ambas en Murcia.

A finales de los años veinte se encuentra más o menos establecido en Madrid (en cuya Universidad Central se había licenciado en Filosofía y Letras) y capitanea una heterogénea tertulia política en el célebre café de las Salesas –escenario de una conocidísima foto de Antonio Machado–, que bajo el nombre de los Salesianos reunía a gente ideológicamente tan diversa como el comunista Marino García, el socialista Eduardo Ortega y Gasset (1882-1964) y el derechista Francisco Olías. Sin embargo, en la primavera de 1931 se pone al frente de una efímera pero activísima Izquierda Republicana Anticlerical (IRA), en la que le acompañan Daniel Ruiz Baena, José Nakens (Antonio Zamora Fernández), Eduardo Barriobero y Carmen de Burgos, entre otros.

Es entonces cuando Augusto Vivero empieza a desempeñar también un papel destacado en las Ediciones Libertad, de las que suele describírsele como el “hombre clave”. Uno de los buques insignia de esta editorial, muy propia de esos tiempos, fue la colección dirigida inicialmente por Alfonso Martínez Carrasco y publicada entre abril de 1932 y principios del año siguiente Novela Proletaria (que no debe confundirse con la homónima de Editorial Cénit, dedicada a traducciones y obras de César Vallejo y Ramón J. Sender, entre otros, que se publicó entre finales de 1929 y 1932, y tampoco con la de 1935 creada alrededor del Partido Comunista de España), y también en ella publicó algunas novelas Vivero (Sindicalista en acción, A tiro limpio, El enchufista y La guerra que viene), contribuyendo a conformar un catálogo en el que figuraban también obras de Eduardo Barriobero, Àngel Samblancat, César Falcón, Eduardo Guzmán, José Antonio Balbotín, Ángel Pestaña, Rodrigo Soriano…, para pasar posteriormente, a partir del octavo número y hasta el vigésimo segundo y último, a dirigirla.

En palabras de Gonzalo Santonja, quizá quien mejor la ha estudiado:

La Novela Proletaria representa un magnífico exponente de los dudosos resultados que acostumbra a producir la desdichada aventura de asignar a las letras un papel reducido a lo propagandístico, aunque por eso mismo también suponga un valioso testimonio acerca del descontento experimentado por un nutrido grupo de intelectuales y políticos radicales.

Àngel Samblancat (1885-1963).

Entre las principales singularidades de esta colección se cuenta el hecho de imprimir inicialmente los textos en tinta roja, cosa que se abandona después del quinto número. Se trataba siempre de novelas muy breves de inequívoca intención de propaganda política, muy acordes con lo que fue la edición de quiosco en España en los años treinta.

La otra colección destacable de Ediciones Libertad fue obra unipersonal de Vivero, la Biblioteca de los Sin Dios, una colección de folletos de 32 páginas furibundamene anticlericales, que no sólo tuvieron que enfrentarse a las críticas más duras de las fuerzas clericales, tanto en España como en el extranjero, sino también, al parecer, con el boicot de las distribuidoras. Santonja la emparenta con el movimiento bezbojniki ruso, encabezado por la Liga de los Militantes Ateos y que a través de publicaciones como como Bezbojnik (1922-1941) y Bezbiojnik ou Stanka (1923-1931) lideró campañas para, por ejemplo, sustituir las fiestas religiosas por otras del hombre y la civilización. En un ámbito más próximo, para explicar su genealogía ideológica Santonja resume la historia de la efímera revista Sin Dios (recordada solo, cuando lo es, por haber publicado el poema de Alberti “Sequía”) y sobre todo la Sociedad de los Sin Dios, presentada en la revista Vida y Trabajo el 13 de junio de 1931 y de cuya comisión formaban Pedro de Répide (1882-1948), Rafael Cortés del Rosal, Luis de Tapia (1871-1937), Créspulo Ruiz, Sixta Carrasco, José Antonio Balbotín (1893-197), Concha Méndez (1898-1986)…, pues si bien la colección de Vivero se inscribe en una cierta tradición de literatura anticlerical, como bien demuestra la sola mención de sus títulos (véase apéndice), formaba parte principal de una campaña de lucha contra las creencias acríticas, contra el poder de la Iglesia Española y a favor de una estricta separación entre Iglesia y Estado.

Portada del sexto número de Bezbojnik ou Stanka.

El lanzamiento de la Biblioteca (cuyo éxito dependía de tiradas enormes) fue ampliamente promocionado, y a los anuncios reproducidos por Santonja puede añadirse este ejemplo también ilustrativo procedente de una curiosa publicación de Manzanares, El Cauterio Social del 23 de julio de 1932, que se describe como un “Periódico quincenal, órgano de todos los que puedan decir y probar verdades. Cauterizará las llagas sociales sin distinción”:

¡Estudiosos!

¿Creeis en Dios de buena fe, sin fanatismo? Ah, entonces deberíais saber que creéis en una absurda ficción.

Para persuadiros de ello habéis de leer las indiscutibles obritas que publica la

BIBLIOTECA DE LOS SIN DIOS

Que dirige el consecuente anticlerical Agusto Vivero y veréis cosa seria y conveniente.

¿No creéis en Dios? Pues también habéis de leer esos pequeños-grandes folletos para solazaros con esa instructiva lectura y para reforzar vuestros conocimientos contra esa funesta hipótesis. A toda persona libre del embrutecedor fanatismo le conviene leer la

BIBLIOTECA DE LOS SIN DIOS

Los delirantes y estrafalarios temas que anuncian ya los títulos de estos folletos se exponen maniqueamente mediante una serie de diálogos entre un creyente a pies juntillas que ofrece la versión comúnmente transmitida por la Iglesia católica entre sus fieles y lo que quizá pueda interpretarse como un trasunto del autor, quien, como no podía ser de otra manera, desmonta toda la argumentación y se regodea en ello.

Imagen de la toma del cuartel de la Montaña (Madrid, julio de 1936).

No hay duda que esta colección tiene su interés principal en ser reflejo de un determinado momento y de una tradición de prensa de sátira anticlerical, más o menos disfrazada de ensayo (aquí bastante) cuyos orígenes se remontan por lo menos a la pléyade surgida en España a remolque del proyecto constituyente que debía culminar con la Constitución de 1812, pero lo curioso del caso es que su artífice, pocos años después, acabara rocambolescamente dirigiendo un periódico como ABC, y eso se explica también sólo por el contexto histórico y político, el inicio de la guerra civil. Quien sería el sucesor de Vivero al frente de este periódico lo contó del siguiente modo:

Por arte de birlibirloque el Consejo Obrero de ABC dio con don Augusto Vivero, viejo periodista de los años veinte, que en aquellos días había alcanzado notoriedad en la toma del Cuartel de la Montaña [20 de julio de 1936], y que, según repitió muchas veces un relato transmitido por la radio, cambió la pluma por el fusil. Con otros compañeros suyos y los tres supervivientes de la redacción anterior se formó la primera del ABC republicano, pudiendo volver a salir el 25 de julio con unas primeras ediciones de aspecto precario.

Una de las imágenes más célebres sobre la toma del cuartel de la Montaña (Madrid, 1936).

No deja de tener su aquel que, con cincuenta y cuatro años cumplidos Vivero participara activamente en el asalto al cuartel de la Montaña. Pero en cualquier caso no duró como director de ABC, pues pese a ponerse bajo la protección de la Unión Republicana de Martínez Barrio (que carecía de periódico propio), los estrepitosos errores cometidos y el hecho de ir y opinar por libre, haciendo abstracción de que se estaba librando una guerra de implicaciones internacionales, acabaron pronto con la aventura (a mediados de agosto). Publicar en portada imágenes de quemas de conventos y milicianos junto a cadáveres de religiosos, ante lo que la propaganda franquista seguramente se frotaba las manos, acabó con una destitución fulminante, y poco se sabe del destino posterior de Augusto Vivero hasta el momento en que, al término de la guerra, fue fusilado por las fuerzas franquistas.

La página del ABC madrileño que, probablemente, más hizo para que Vivero perdiera el puesto de director.

 

 

Apéndice. Biblioteca de los Sin Dios (1932)

Jesucristo mala persona

Las alegres abuelas de Jesucristo

La absurda virginidad de María

¡Eso de las hostias!

La farsa de Cristo Rey

Los chirimbolos del altar

La ignorancia de Jesucristo

¡Vaya un cielo el de la Biblia!

Jesucristo santifica el matrimonio civil

El pobre diablo en ridículo

Origen nefando de los conventos

Dios padre, pedrusco

Cristo no fue cristiano

El Sacramento Vaginal

Jesucristo homosexual

El santo revoltillo de la Misa

Adán, Eva y Compañía

3 decálogos x 30 = 30 mandamientos

Pilatos echa las muelas

El cuento de las vírgenes que paren

Magos, pastores y otros belenes

El Papa que parió

Los Apóstoles y sus concubinas

La sagradas garras de la Santa Iglesia

El extravío sexual de los Bonaparte. Una familia extraña. Estudio documental y anecdótico acerca de la vida, costumbres, intrigas, aberraciones y degeneración de la estirpe napoleónica.

Fuentes:

Efidio Alonso Rodríguez, “Mi testimonio como director de Abc en Madrid (1936-1938)”, en José Manuel Martínez, ed., Periodismo y periodistas en la guerra civil, Madrid, Fundación Banco Exterior (Colección Seminarios y Cursos, 1987, pp. 91-112.

María Ángeles Naval, La Novela de Vértice y la Novela del Sábado, Madrid, CSIC, 2000.

Almudena Sánchez Camacho, “Augusto Vivero, un periodista represaliado por el franquismo”, Historia y Comunicación Social, 14 (2009), pp. 143-156.

Gonzalo Santonja, La República de los Libros. El nuevo libro popular de la II República, Barcelona, Anthropos (Ámbitos Literarios/Ensayo), 1989.

Gonzalo Santonja, La novela revolucionaria de quiosco, 1905-1939, Madrid, La Productora de Ediciones (El Museo Universal), 1993.

 


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Un momento álgido de la edición en Sabadell

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A Xavi Junyent i Xavier Bernadí, amb qui em vaig patejar, de dia i de nit, els carrers que aquí es mencionen.

 

La ciudad de Sabadell, cocapital de la comarca del Vallès Occidental (con Terrassa) y situada a unos 25 kilómetros de Barcelona, atesora una tradición como centro editor poco desdeñable y, además de algunas gentes de letras  notables como Francesc Trabal (1899-1957), Pere Quart (Joan Oliver, 1899-1986), Armand Obiols (Joan Prat, 1904-1971), Feliu Formosa (n. 1934), el librero y editor Joan Sallarès i Castells (1893-1971) o el pintor y editor Andreu Castells (1918-1987), es cuna de nombres importantes y acaso menos conocidos en el mundo de la edición, como los de Joan Sallent (1879-1936) y Ricard Marlet (1896-1976).

Imagen de la Escola Industrial de Arts i Oficis de Sabadell en 1928.

Muestra de la importancia que Sabadell tuvo como centro impresor es el hecho de que Joan Sallent i Prat, hijo de pequeños agricultores, se formara como aprendiz en una de las mayores imprentas que a principios de siglo había en España, la de Joan Comas i Faura (creada en 1885 y que contaba con unos setenta operarios), que durante muchos años estuvo situada en el número 7 de la calle Lacy, desde donde distribuía sus trabajos a toda la península e incluso al extranjero. Otro sabadellense notable, el mencionado Joan Sallarès, también pasó por la Comas, después de iniciarse a los doce como aprendiz en el taller de Magí Ribera y pasar por la Tipografía Vives, al margen de ser autor de obra sobre la historia del oficio (D´impremtes i d´impressors de Sabadell, 1963).

Antigua ferreteria en la Rambla, esquina Lacy (Sabadell).

Sin embargo, en 1912 Joan Sallent aparece ya documentado con un taller propio, dotado con una Minerva, ubicado inicialmente en Horta Nova, y en 1913 en la calle Sant Quirze (muy cerca, por tanto, de la imprenta de Joan Comas). En muy poco tiempo, esta imprenta se convirtió en un punto de referencia de la edición noucentista y empezó a recibir encargos de editoriales barcelonesas importantes, entre las que destacan la Librería Verdaguer (fundada en 1835 por Joaquim Verdaguer Bollich en las Ramblas) y la Catalonia de Antoni López Llausàs (situada en la plaza Catalunya), a las que en los años veinte se añadieron la Barcino y los principales proyectos surgidos en Sabadell.

Fueron los veinte una década bastante movida en la ciudad en cuanto a actividad editorial. En septiembre de 1920 surgía Garba (35 números hasta diciembre de 1922), una revista de arte y literatura impresa en Sabadell por Noográfica y dirigida por Ramon Ribera i Llobet (1882-1957) que no debe confundirse con la homónima barcelonesa de Josep Baguñà; en julio de 1921 aparecía, bajo la dirección de Armand Obiols y Esteve Serra, un único número de la revista de aires renovadores y vanguardistas Vibracions. Primera fulla de gimnàstica espiritual; en 1924 se publica por primera vez el Almanac de les Arts, impreso por Sallent y con grabados de Ricard Marlet, quien a esas alturas ya se había establecido como uno de los principales recuperadores del grabado al boj que había impulsado el noucentisme, y se añadía de ese modo a la pléyade que estaban conformando Xavier Nogués (1873-1941), Enric-Cristòfol Ricart (1893-1960) y Josep Obiols (1894-1967).

Página del Almanac de 1925, que recoge un poema de Joan Oliver y una acuarela de Narcís Giralt (Impreso por Sallent).

A mediados de la década, nace, por el impulso de la Lliga Regionalista, la Biblioteca Sabadellenca, un proyecto formalmente ambicioso que desde el primer volumen, en 1925, imprimió siempre la Sallent. Hasta 1936 publicó treinta  cuatro volúmenes, bajo la dirección del periodista y director del Diari de Sabadell Joan Costa i Déu (1883-1938), quien contaba con la colaboración y el asesoramiento del ya mencionado Joan Sallarès. Se estrenó con una antología seleccionada por Costa y Sallarès, y a ella siguieron poemarios de la compositora y pianista Agnès Armengol (1852-1934), del escritor vanguardista Joaquim Folguera o de Joan Trias Fàbregas (este último prologado por Joan Oliver), entre otros.

Sin embargo, el gran acontecimiento en aquellos años fue la gestación del conocido como Grup o Colla de Sabadell, pues de allí surgió otro proyecto en el que se lució Sallent, La Mirada, una de las editoriales más influyentes en la modernización tanto de la literatura como de las artes gráficas catalanas, y cuya huella puede percibirse todavía en determinados aspectos de algunos proyectos en activo (y quizá particularmente en Quaderns Crema). Ese conjunto de ejemplares, cuyo diseño sigue asombrando por su modernidad, con sus cubiertas en tela en color plano (diferente en casa caso) y con un formato casi cuadrado, o bien los de la colección de teatro, en rústica y con elegantes cubiertas a dos tintas, ha acabado por convertirse en poco menos que una serie de culto.

Uno de los integrantes del grupo, Pere Quart (Joan Oliver), dejó en 1960 una intensa y elocuente evocación de la génesis de la editorial, que tuvo por escenario la entrada al Marquet de les Roques, un pequeño castillo «al fondo de la Vall d´Horta, bajo el Montcau».

Un anochecer, alrededor de esas mesas, nos reunimos Josep Carner, Jaume Bofill i Mates, Carles Riba, Francesc Trabal, Armand Obiols y yo. Los maestros hablaban y los jóvenes escuchábamos; se nos hizo de noche. Habíamos comido en el castillo; en aquel ágape quedó constituida una empresa editorial modesta, pero significativa: La Mirada. De los seis, hoy sólo quedamos tres, y dos de ellos están muy lejos.

Imagen actual del Marquet de les Roques.

Al parecer, inicialmente se pensó en una colección de libros de arte para los cuales se barajaron como los tres primeros protagonistas Pablo Picasso, Salvador Dalí y Joan Miró, pero esa idea pronto fue sustituida por una actividad próxima a la de una cooperativa en la que los escritores implicados darían a conocer una serie de textos destinados a provocar no poco escándalo y a unas ciertas tensiones con los sectores culturalmente más conservadores de la ciudad (y, por extensión, de Cataluña), mientras otros sectores más jóvenes, que podrían perfectamente ejemplificarse en la redacción del periódico Avui (Pere Calders, Tísner, Àngel Estivill, Sebastià Juan Arbó, Lluis Palazón, Ignasi Agustí), se entusiasmaban con esa bocanada de aire fresco.

Joan Oliver en 1932.

El logo de la editorial fue obra de Marlet, miembro de la Colla de Sabadell (conocida en su ciudad también como Coro de Santa Rita), y el primer libro en el que apareció fue en L´any que ve, un volumen que firmaba Francesc Trabal pero en el que participaron también otros miembros del grupo, tanto en los textos como en las ilustraciones (Antoni Vila Arrufat, Ricard Marlet, Lluis Parcerisa, Josep Maria Trabal, Joan Oliver, Armand Obiols y Miquel Carreras). Se trataba de un libro de chistes en los que, bajo una apariencia decorosa, elegante e incluso distinguida pero moderna, elitista al fin y al cabo, se ocultaba un tipo de humorismo de lo más explosivo, en un tipo de juego que ponía ya de manifiesto las poderosas raíces vanguardistas de la propuesta de La Mirada. Este aspecto de juego un poco provocativo (épater le bourgeois) se reforzaba además por ir encabezado por un prólogo del reputado poeta Josep Carner (1884-1970), que ya con quince años había ganado su primer premio en los Jocs Florals de Barcelona y a principios de siglo era conocido como el príncep dels poetes, pues le avalaba el hecho de ser uno de los pocos escritores profesionales.

Francesc Trabal.

En realidad –y esto lo descubría el comprador una vez retirado el celofán que protegía el volumen–, los dibujos no hacían ninguna justicia al prestigio de sus autores, sino que más bien se trataba de ilustraciones de trazo desgarbado, intencionadamente naïf en el peor sentido. En cuanto al texto, los chistes ponen en cuestión la validez del lenguaje como herramienta para entendernos (en algunos momentos puede recordar algunos diálogos del teatro del absurdo), desmontan los clichés lingüísticos inservibles ya para transmitir nuevas ideas, ponen en entredicho las frases hechas y las muletillas, para poner de este modo de manifiesto su carácter absurdo e irracional, en lo que puede interpretarse como un juego bastante más serio de lo que pudiera parecer a un lector descuidado (que fue lo que en realidad sucedió a buena parte de los lectores de su tiempo).

Durante la guerra civil, entre otras cosas Marlet diseñó los billetes de uso local que se imprimieron por entonces en Sabadell.

Con este primer perdigonazo (al que siguieron una serie de títulos también muy dignos de mención de autores como Carles Riba, Cèsar August Jordana o Josep Pla), se acentuaron las diferencias y rencillas con el sector editorial más asentado en Sabadell y más conservador, particularmente con la Biblioteca Sabadellenca (vinculada a la Lliga Regionalista), si bien en la segunda mitad de  la década de los veinte no se había iniciado aún el acercamiento de los principales miembros de esta generación al pensamiento ni a las organizaciones marxistas, como sí se pondría muy claramente de manifiesto a raíz de la sublevación de julio de 1936.

En cualquier caso, ajenos a todo ello, tanto Marlet como Salllent (a cuya muerte le sucederían su hijo Eugeni y Francesc de P. Custodio) continuaron trabajando con todos ellos, acrecentando su prestigio, bien conocido y reconocido no sólo en Barcelona, sino en toda España y allende sus fronteras.

Colofón a dos tintas de uno de los 188 ejemplares de El Poema de Montserrat, de Josep Maria de Sagarra, firmados por el autor, ilustrados por Ramon de Capmany i Muntaner, e impresos por Sucesores de Joan Sallent en 1950.

Fuentes:

Joan Alsina i Giralt, «Joan Sallarès i Castells, 1893-1971. Assaig de biografia», Arrahona, tercera época, núm. 6 (primavera de 1990), pp. 47-64.

Miquel Bach, L´indiscret encant de La Mirada, La Colla de Sabadell, entre el Noucentisme i l´avantguarda (catálogo de la exposición), Sabadell, Fundació La Mirada, 2002.

Lluis Bonada, «Industrial i lletraferida», El Temps, núm. 1471 (21 de agosto de 2012), pp. 50-52.

Josep Lluís Martín i Berbois, «La Biblioteca Sabadellenca Una editorial al servei d’un partit», El Marges, núm. 80 (2006), pp. 31-48.

Joan Oliver-Pere Calders, conversación transcrita por Xavier Febrés, con fotografías de Pilar Aymerich, Barcelona, Ayuntamiento de Barcelona-Laia (Diàlegs a Barcelona, 2), 1984.

Joan Oliver, Temps, records, ed. de Miquel Bach y prólogo de Pere Calders, Sabadell, Fundació La Mirada (Ragtime 3), 1991.

Joan Sallarès, A l´ombra del campanar, Sabadell, Comissió de Cultura de I’Ajuntament de Sabadell, 1970.


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Un vistazo a la editorial La Mirada (1925-1930)

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El arranque de la editorial sabadellense La Mirada a finales de 1925 con L´Any que ve, un libro de chistes ilustrados prologado por Josep Carner, llamó mucho la atención de la crítica, de los lectores y de los profesionales, y en la misma editorial, cuyo logo era obra de Ricard Marlet (uno de los grandes artistas que estaban recuperando en aquellos años del grabado al boj), salieron otros títulos libros de parejo interés que revitalizaron el panorama editorial.

Página de L´any que ve.

Al año siguiente aparecía con el mismo sello Ofrena rural, de Guerau de Liost (Jaume Bofill i Mates, 1878-1933), en el que la crítica ha visto confirmado un desplazamiento de la influencia de Ruskin a la de Francis Jammes que ya se apuntaba en su poemario previo Selvatana d´amor (1920). A éste seguiría en 1927 Tres estels i un ròssec, un conjunto de textos firmados por Bellafila, que es el seudónimo que desde 1902 (y hasta 1928) empleó el poeta Josep Carner (1884-1970) para firmar sus comentarios políticos en el benemérito periódico La Veu de Catalunya (1880-1937).

 

En 1928 la cadencia de publicación cobró por fin un ritmo más sostenido. Del gran poeta Carles Riba (1893-1959) se recogieron una serie de cuentos destinados al lector infantil que previamente, después del éxito de Aventures d´en Pierrot Marrasquí (1917), habían aparecido en 1918 publicados individualmente en la Editorial Muntañola ilustrados por Xavier Nogués, Joan G. Junceda y Apa (Feliu Elías), y a los que en esta ocasión se añade, a modo de prólogo, unas «Paraules a la gent gran». De Josep Carner se publica el libreto de la ópera El giravolt de maig, que con música de Eduard Toldrà (1895-1962) i figurines de Xavier Nogués (1873-1941) se estrenó en el Palau de la Música de Barcelona el 27 de octubre de ese año (se repuso durante la guerra civil, el 12 de abril de 1938 y, más recientemente, en diciembre de 2003, por els Amics de l´Òpera de Sabadell) y una reedición de Els fruits saborosos, poemario que en su momento (1906) supuso la confirmación de Carner, junto con Eugeni d´Ors, como una de las puntas de lanza del noucentisme, y que en esta nueva versión aparece casi reinterpretado y reescrito por completo desde la madurez, como advierte el propio poeta en el prólogo.

Entre los autores consagrados y procedentes de la órbita del noucentisme que se publican ese mismo año en La Mirada se cuentan también Antoni Rovira i Virgili (1882-1949), de quien aparece la recopilación de prosas Teatre de la natura: paisatges i marines, botánica i zoología, conformada con textos procedentes de publicaciones periódicas como La Nau (que él mismo había contribuido a fundar y en el que sería un asiduo Armand Obiols) y La Publicitat;  Josep Maria Millàs-Raurell (1896-1971), de quien se publica la primera edición de la obra teatral estrenada en 1924 el Romea Els fills, que constituye una punzante crítica de la burguesía barcelonesa; a Carles Soldevila (1892-1967),  también la primera edición de la comedia La tia d´Amèrica, cuyos dardos apuntan a la misma clase social.

Francesc Trabal.

Por su parte, Agustí Esclasans (1895-1967) se puso en contacto con Trabal para intentar publicar su primer libro de cuentos al cerrársele otras puertas, y el editor sabadellense aceptó la propuesta si reducía la selección inicial de treinta a veinte cuentos. El éxito de este libro, Històries de la carn i de la sang, hizo que el año siguiente Avel·lí Artís i Balaguer hiciera una segunda edición, como número 11 de su colección Les Ales Esteses, y durante la guerra lo recuperó Josep Janés (1913-1959), como número 152 de sus excelentes Quaderns Literaris, quien además durante la posguerra publicó la traducción al español en su colección Lauro (Historias de la carne y de la sangre, 1946).  Si bien el arriesgado proyecto de hacer una edición en gran lujo, durante la guerra civil, con ilustraciones de Xavier Nogués, nunca llegó a materializarse, los diez cuentos descartados al conformar el volumen de La Mirada constituyeron después el cañamazo de Miquel Ángel i altres proses, que Janés publicó como tercer número de los Quaderns Literaris con una portada a pluma de Emili Grau Sala (1911-1975) y grabados del artista vidriero Jaume Muntasell (1915-¿?), en una de las muy escasas colaboraciones editoriales de este artista que parecen haber dejado rastro.

Igualmente notable es la presencia en La Mirada de un prosista muy conscientemente alejado del noucentisme y de cualquier atisbo de elitismo que le pudiera ser connatural como fue Josep Pla, de quien aún en 1928 se publica una primera y luego mítica edición –porque suele considerarse que las posteriores refundiciones estropearon el texto– de Vida de Manolo, contada per ell mateix, con 25 grabados fuera de texto (en 1930 apareció la traducción de Juan Chabás en la editorial Mundo Latino, precedida de un prólogo de Carles Riba, que hizo que en los años cincuenta Dionisio Ridruejo lo describiera como «uno de los mejores libros que se han publicado en España durante los últimos treinta años).

El resto de obras publicadas en 1928 en La Mirada responden a la segunda línea editorial, la de dar a conocer los primeros libros de los jóvenes que formaban o se movían alrededor de la conocida como Colla de Sabadell, y que puede interpretarse como un modo de responder a la situación que muchos autores consideraban injusta de las relaciones económicas entre escritores y editores:  L´home que es va perdre, de Francesc Trabal, y Una tragedia a Lil·liput, de Joan Oliver. De Armand Obiols (Joan Prat i Esteve, 1904-1971), el otro puntal del proyecto, se anunció en varias ocasiones un poemario de raigambre simbolista, Deucalió, del que al parecer nunca llegó a quedar suficientemente satisfecho como para darlo a imprimir. La misma combinación aludida se seguiría más o menos en los años sucesivos.

En 1929 aparece la obra de Josep Maria de Sagarra (1894-1961) Judit, la recopilación Tot de contes, de Cèsar August Jordana (1893-1958) y, más difícil de situar estéticamente, Vida i mort dels barcelonins, un conjunto de relatos muy concisos de Joan Sacs (Feliu Elias, 1878-1948) en la que el lenguaje humorístico y salpicado de coloquialismos y frases hechas desemboca en una visión amarga de la condición humana. Y a ellos seguirían en 1930, por un lado, el  Llibre d´estances. Llibre segon, precedit de la reedició del primer, de Carles Riba, y, por el otro,  Judita, de Francesc Trabal, que durante la guerra civil Josep Janés recuperaría en sus Quaderns Literaris. Depués de Judita, y tras publicar Quo vadis Sànchez? (1931) en Edicions de La Rambla, Trabal entró en el catálogo de la editorial Proa con Era una dona com les altres (1932) y Hi ha homes que ploren perque el sol es pon (1933), y por esos mismos años La Mirada acabó por convertirse en una colección de esa editorial, donde, en lo formal, se perdió el diseño original y, en cuanto a la selección de títulos, se introdujeron una serie de matices que como es muy lógico rompieron ese relativo equilibrio entre autores cuya obra había evolucionado a partir (y en algunas ocasiones contra) el noucentisme y los nuevos autores surgidos en los aledaños del Grup de Sabadell (a los que Carner se refirió quizá acertadamente como «escola sabadellenca»).

Al margen de este comentario han quedado una gran cantidad de hojas sueltas de poemas ilustrados, poemas visuales, grabados, estampas, etc. publicadas también por La Mirada que no son fáciles de documentar.

Fuentes:

Biblioteca de la Fundació La Mirada.

Miquel Bach, «L´indiscret encant de La Mirada», en La Colla de Sabadell, entre el Noucentisme i l´avantguarda (catálogo de la exposición), Sabadell, Fundació La Mirada, 2002.

Josep Mengual, A dos tintas. Josep Janés, poeta y editor, Barcelona, Debate, 2013.

Joan Oliver-Pere Calders, conversación transcrita por Xavier Febrés, con fotografías de Pilar Aymeric, Barcelona, Ayuntamiento de Barcelona-Laia (Diàlegs a Barcelona, 2), 1984.

Joan Oliver, Temps, records, ed. de Miquel Bach y prólogo de Pere Calders, Sabadell, Fundació La Mirada (Ragtime 3), 1991.

Apéndice: La Mirada (salvo error u omisión)

Francesc Trabal L´Any que ve; prólogo de Josep Carner e ilustraciones del autor, d’Antoni Vila Arrufat, Ricard Marlet, Lluis Parcerisa, Josep Maria Trabal, Joan Oliver, Armand Obiols i Miquel Carreras, 1925.

Guerau de Liost (Jaume Bofill i Mates), Ofrena rural, 1926.

Bellafila (Josep Carner), Tres estels i un ròssec, 1927.

Josep Carner, El giravolt de maig, 1928.

Carles Riba, Sis Joans, 1928.

Francesc Trabal, L´home que es va pedre, 1928.

Joan Oliver, Una tragedia a Lil·liput, 1928.

Josep Pla, Vida de Manolo, contada per ell mateix, 1928.

Antoni Rovira i Virgili, Teatre de la natura: paisatges i marines, botánica i zoología, 1928.

Josep Carner, El giravolt de maig, 1928.

Josep Maria Millàs-Raurell, Els fills, 1928.

Agustí Esclassans, Histories de la carn i de la sang, 1928.

Josep Carner, Els fruits saborosos, 1928.

Carles Soldevila, La tia d´Amèrica, 1928.

Joan Sacs, Vida i mort dels barcelonins, 1929.

Josep Maria de Sagarra, Judit. Poema, 1929.

C.A. Jordana, Tot de contes, 1929.

Carles Riba, Llibre d´estances. Llibre segon, precedit de la reedició del primer, 1930.

Francesc Trabal, Judita, 1930.


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Influencia de las artes gráficas francesas en España: la Agrupación de Amigos del Libro de Arte (1927-1935)

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Louis Jou trabajando en su taller en Baux-de-Provence.

Si bien la introducción e influencia de las artes del libro francesas en las peninsulares puede muy bien remontarse a la segunda mitad siglo XVIII, es evidente que esa tendencia se intensifica con hechos como el establecimiento en Barcelona de la Fundación Neufville el siglo siguiente, la creación por Mariezcurrena del primer establecimiento dedicado al fotograbado en Barcelona (tras un aprendizaje en París con Guilllot) o las estancias más o menos prolongadas en Francia de ilustradores como Daniel Urrabieta Vierge (1851-1904), Louis Jou (Luis Felipe-Vicente Jou i Senabre, 1881-1968) o Josep Simont Guillén (1875-1968) o bien de tipógrafos impresores y diseñadores de tipos como Julià Grifé, José Mendoza y Almeida (n. 1926) y Enric Crous-Vidal (1908-1987). En un comentario acerca de la edición en Francia de la traducción en verso que el poeta Jorge Guillén hiciera de Le cimetière marin de Paul Valéry, Andrés Trapiello hace una puntualización interesante al respecto:

Aunque ciertamente formaba parte de una edición para bibliófilos afortunados, está tan cerca del ideal dorsiano de la «obra bien hecha» que sin duda su ejemplo acabó irradiando hacia libros y ediciones destinadas a un público mayor […] Todos los [libros] de esta colección venían con sus estuches de papel charol, su envoltorios en papel cristal y sus indelebles tipografías en inmejorables tintas. Sus formatos discretos y sus encuadernaciones los hacen aptos para ser leídos, no sólo para ser admirados como suele ser habitual en esta clase de ostentosos despliegues bibliofílicos.

Eugeni d´Ors.

La colección a la que hace referencia es la que entre 1927 y 1935 puso en circulación, en tiradas muy limitadas (de trescientos ejemplares) la Agrupación de Amigos del Libro de Arte (ALA), a cuyo frente se encontraban el filósofo catalán Eugeni d´Ors (1881-1954) y la mecenas y activista cultural argentina Adelia de Acevedo, apoyados por una Comisión Directiva en la que figuraban, entre otros, los profesionales y coleccionistas argentinos Eduardo J. Bullrich (1895-1951), Carlos Marcelo Mayer (1879-¿?) y Alfredo González Garaño (1886-1969), algunos de los cuales se vinculaban a través del legendario editor bonaerense Domingo Viau (1884-1964). El propio d´Ors lo contaba del siguiente modo:

En el invierno de 1921 nos reuníamos el grupo de siempre [en París], amigos de las manifestaciones diversas del vivir espiritual, en las casas amigas, y por turno. Ocasión a cada una de la reuniones daba una conferencia, una lectura, la visita al estudio de un pintor…

Inicialmente la asociación adoptó el nombre de La Rueda, que cambió en 1922 por el de Sociedad para el Estímulo de las Artes, antes de tener el definitivo al año siguiente. Los libros se editaron gracias sobre todo a la colaboración de algunos de los más prestigiosos profesionales y artistas del libro franceses, y el primero de ellos fue una obra poco conocida del dramaturgo español Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), aparecida inicialmente en Flores del Parnaso, cogidas para el recreo del entendimiento por los mejores Ingenios de España en loas, entremeses y mojigangas (Zaragoza, 1708), La mojiganga de la Muerte, en un texto establecido por el filólogo Ángel Valbuena Prat (1900-1977). Se trata de una obra que muy probablemente no se había vuelto a dar a la imprenta desde 1850, cuando el editor madrileño Manuel Rivadeneyra (1805-1872) la publicó en el volumen de Comedias de Don Pedro Calderón de la Barca, en edición de Juan Eugenio Hartzenbusch (1806-1880), dentro de su muy ambiciosa aunque filológicamente poco fiable Biblioteca de Autores Españoles.

La edición de ALA, publicada en 1927 y destinada a sus socios, se acompaña de un breve texto de presentación de Azorín y se cierra con un apéndice del hispanista J.B. Trend, y sus páginas están salpicadas de grabados de Maxime Dethomas (inmortalizado por su amigo Toulouse-Latrec en un cuadro célebre y también por Opisso), que el prestigioso Léon Pichon se ocupó de grabar al boj, además de haber diseñado e impreso la obra.

A éste siguió en 1929  un breve librito (43 pp.) del escritor uruguayo (por azar) Jules Supervielle (1884-1960), Trois Mythes, con un boj en el frontispicio del ilustrador y humorista Pierre Falké (1884-1947), que el año anterior había ilustrado una famosa selección de los Contes de Charles Perrault para Au Sans Pareil (la editorial creada por René Hilsum, que fue el primer impulsor de los surrealistas y del Dadá). Trois Mythes se terminó en la distinguida imprenta de Robert Coulouma, en la que por entonces era director artístico el ilustrador Henri Barthélemy (1884-1977), en colaboración con Le Service Typographique.

Héctor Basaldúa.

También a un escritor latinoamericano se dedicó la siguiente obra, Los consejos del Viejo Vizcacha y de Martín Fierro a sus hijos (1928) de José Hernández, precedido de un prólogo de Eugenio d´Ors e ilustrado con grabados al cobre de Héctor Basaldúa (luego famoso por sus ilustraciones de libros borgeanos).

La ya mencionada edición bilingüe de El cementerio marino, de Valéry, fue la primera obra de autor francés, ornamentado por Gino Severini con grabados en madera de Pierre Dubreuil y tipografía en azul y negro impreso por Pichon sobre papel Arches. Y el último libro de ese prolífico 1928 fue La Vie Brève. Almanach, de Eugenio d´Ors, en traducción del hispanista Jean Cassou (1897-1986), con litografías originales de Marià Andreu (1888-1970) y diseñado e impreso de nuevo por Coulouma.

En diciembre de 1930 aparecía del Duque de Rivas (1791-1865) una edición facsímil de un libro publicado en Cádiz en 1814, Las poesías de Don Ángel de Saavedra, Duque de Rivas, acompañada de un prólogo de Narciso José Liñán de Heredia (1881-1955), tercer conde de Doña Marina. Lo que singulariza este libro, sin embargo, son las cuatro láminas con fotomontajes a modo de collages que lo ilustran, obra de Adelia de Acevedo.

A partir de ese momento el ritmo de esas ediciones en que confluyen españoles, latinoamericanos y franceses se sosiegan. De 1931 es L´Art de plaire a la court, del político y hombre de letras Nicolás Feret (h. 1596-1646), en un texto establecido por Maurice Magendie y un prólogo del coleccionista, mecenas y traductor René Philipon (1870-1936), así como una traducción bastante singular, la de Ollantay. Drama Kechua, llevada a cabo por Miguel A. Mossi y versión francesa de Gavino Pacheco Zegarra, con un prólogo de Ventura García Calderon y grabados al boj a color de Pablo Curatella Manes, que imprimió Pichon.

OLLANTAY

Esta obra fundacional y al parecer anónima y de transmisión oral se publicó por primera vez en 1857 en la doble versión quechua y alemana gracias a la labor del lingüista y naturalista Johan Jakob von Tschudi (1818-1889), y la primera en lengua española no se publicó hasta 1868 en traducción del filólogo y también naturalista José Sebastián Barranca; desde entonces no se había vuelto a traducir.

El hecho de que pasen dos años hasta la publicación del siguiente libro de ALA ya es indicativo de las dificultades para mantener un ritmo sostenido. Hasta 1934 no aparece Primavera portátil, de Adriano del Valle (1895-1957), que se publica con cuatro litografías coloreadas a mano firmadas por Octavio de Romeu (es decir, Eugeni d´Ors), en lo que Trapiello decribe como «tal vez uno de los libros mejor editados en la historia de la poesía española del siglo XX».

El año siguiente llegan a su fin las ediciones de la ALA con Via Appia, quelques essais d´epigraphie lapidaire exposés au premier salón de l´art mural, para el que Ors escribe una amplia introducción y que, excepcionalmente, imprime el célebre poeta, tipógrafo, diseñador e impresor Guy Lévis-Mano (1904-1980).

Hay noticia aún, porque en el intenso esfuerzo de Ors para dar a conocer estas ediciones las publicitó profusamente en en sus artículos periodísticos, del proyecto de publicar una obra que no llegó a ver la luz, el conocido como «Journal d’Alicante», escrito en inglés por Valéry Larbaud, cuyo texto no se establecería hasta mediados de siglo cuando Gallimard lo publica formando parte del volumen Journal inédit, Oeuvres completes 9, con presentación y notas de Robert Mallet.

Edmond Desjobert.

A los ya mencionados, hay que añadir otros colaboradores franceses, como el grabador y luego importante fotógrafo Pierre Dubreuil (1872-1944), el estampador litográfico Edmond Desjobert (célebre por sus colaboraciones con Picasso) o el diseñador gráfico Alfred Latour (autor del logo de ALA). Estos volúmenes diseñados con exquisito gusto, impresos con esmero sobre papeles bien seleccionados, encuadernados en rústica pero cudiadosamente protegidos con forro de papel cristal, estuche en cartoné con papel charol y etiqueta constituyen una serie con unos criterios literarios bastante abiertos y definidos (obras poco habituales o inéditas del ámbito español, latinoamericano o francés) y unos parámetros formales que no son impensables para ediciones destinadas al público general, lo que, como apunta Trapiello, fue un modo espléndido de divulgación en España de lo mejor que en el campo de las artes gráficas se estaba haciendo por entonces en Francia.

Fuentes:

César González Ruano, «Conversación con Eugenio d´Ors», Arriba, 25 de julio de 1954, pp. 7-8.

Germán Masid Valiñas, La edición de bibliófilo en España (1940-1965), Madrid, Ollero & Ramos, 2008.

Ramon Miquel i Planas, «El arte en la ilustración del libro», conferencia presentada en el Salon du Livre d´Arte de París el 1 de septiembre de 1931 y publicada en español en Ensayos de bibliofilia, Barcelona, Miquel Rius, 1929.

Ramon Miquel i Planas (1874-1950).

Monte-Cristo [Eugeni d´Ors], «Los trabajos artísticos de Doña Delia de Acevedo», Blanco y Negro (Abc), 23 de mayo de 1926, pp. 79-80.

Monte-Cristo [Eugeni d´Ors], «El salón de la señorita Adelia de Acevedo», Blanco y Negro (Abc), 18 de noviembre de 1928, pp. 80-81.

Alfonso Reyes, «El Cementerio Marino en español», Monterrey (Río de Janeiro), núm. 6.

Andrés Trapiello, Imprenta moderna. Tipografía y literatura en España, 1874-2005, Valencia, Campgràfic, 2006.


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Los libros buenos de Camilo José Cela

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98448-foto_17508_casEstablecer cuándo se produce primera relación de Camilo José Cela (1916-2002) con lo que se conoce como “bellas ediciones” es realmente difícil, pues ya en sus colaboraciones en el periódico del Movimiento Arriba había escrito sobre la materia, pero la primera importante es muy probable que sea a raíz de su relación con el editor catalán Carlos F[rancisco] Maristany Mathieu (1913-1957), quien a mediados de la década de 1940 creó una editorial de azarosa vida destinada a obras muy cuidadas que se estrenó con una edición numerada de 450 ejemplares numerados (33 de ellos firmados) del poemario de Cela Pisando la dudosa luz del día (1945), encuadernado en rústica pero acompañado de una carpeta ilustrada, al que seguiría ese mismo año una del Cervantes de Sebastià Juan Arbó (1902-1984), con cuarenta fotografías de Gabriel Casas (1892-1973). A estas ediciones iniciales seguirían otras de Huizinga (Erasmo, 1946), la de La familia de Pascual Duarte (1946) y de varias obras del ilustrador y padre de los pop-ups Julian Wehr (La cenicienta, 1947; a la que seguirían otras versiones del mismo artista de cuentos infantiles con ilustraciones móviles), antes de tener que cerrar por insalvables problemas económicos, en cuya resolución Cela intentó echar un cable –sin éxito– poniendo a Maristany en contacto con quienes pensaba que pudieran ofrecerle apoyo financiero. La década de los cuarenta es una etapa de auge de las ediciones de bibliófilo en España, e incluso de las bellas ediciones destinadas al comercio regular, y Cela forma parte del numeroso grupo de escritores que, como José M. Pemán o Eugeni d´Ors, contribuyeron de modo importante a su divulgación de los conocimientos necesarios para evaluar, valorar y apreciar adecuadamente las ediciones.

La edición de Ediciones del Zodíaco del Pacual Duarte [sic] incluye en el frontis un retrato del autor.

Vale la pena citar lo que al respecto escribe Germán Masid Valiñas:

Hay un aspecto importante en el Cela editor, y es la renovación introducida en el lenguaje empleado en la descripción de sus ediciones. Liberó la terminología descriptiva de ciertos arcaísmos y estereotipos que venían utilizándose. Además, debió de estar muy bien asesorado por los técnicos, a juzgar por el rigor con que lleva a cabo sus descripciones en las justificaciones de la tirada, que son características de quien conocía los fundamentos de las técnicas de edición e impresión.

Antonio Rodríguez Moñino.

Tan satisfecho quedó Cela con la edición de sus “poemas de una adolescencia cruel”, que cuando se le ocurrió hacer una edición de bibliófilo, en tirada limitada y numerada de La Colmena para obtener de ese modo autorización de la censura para poder publicar esa obra, se puso en contacto con Maristany, y pese al fracaso de ese intento, volvió a recurrir a él para una edición del Pascual Duarte prologada por Gregorio Marañón y se puede conjeturar que, de no ser por la desaparición de Ediciones del Zodíaco, quizás hubiera publicado también Maristany El coleccionista de apodos, que se imprimió en las madrileñas Gráficas Uguina, antes de incorporar ese breve texto (28 pp.) a El Gallego y su cuadrilla.

De pocos años después son las primeras colaboraciones de Cela en la revista que sobre bibliofilia dirigía el erudito Antonio Rodríguez-Moñino (1910-1970) para la editorial Castalia (Bibliofilia, 1949-1957). A modo de sugerencia: acaso no sería mala idea, en algún momento, recopilar, editar debidamente y publicar esos textos dispersos de Cela sobre libros y bibliofilia, ¿o existe ya tal obra y pasó inadvertida?

De 1952 es la edición mínima (55 ejemplares) de Del Miño al Bidasoa con ilustraciones de Teodoro Miciano, de la que se ocupó la Editorial Noguer, que dos años después haría una tirada aún más reducida (15 ejemplares en papel Guarro, firmados por el autor), de Historias de Venezuela. La Cátira (Novela).

De izquierda a derecha: Cela, Tristan Tzara y Jaume Pla.

Sin embargo, es a partir del momento en que en 1954 se traslada a Mallorca cuando Cela impulsará, a menudo con la inestimable colaboración del editor y artista Jaume Pla, algunas ediciones importantes. Allí, ya en 1956 publica por ejemplo 400 ejemplares numerados y firmados por el autor (más otros 50 de I a L) de la traducción al catalán de Miquel M. Serra Pastor de La familia de Pasqual Duarte, con prólogo de Llorenç Villalonga, gracias a la buena labor de la Imprenta Atlante. Pero será sobre todo a través de las Ediciones de Papeles de Son Armadans (creadas a rebufo de la repercusión y éxito de la revista homónima) y de algunas colecciones de Alfaguara, y sobre todo ya en la década siguiente, cuando Cela se prodigará en el ámbito de las bellas ediciones.

Tal vez una de sus ediciones más famosas sea la que, coincidiendo con una corriente en la editorial Destino, llevaron a cabo en gran formato (38 x 26,5) Cela y Pla del Viaje a la Alcarria en la colección Las Botas de Siete Leguas (de las Ediciones de Papeles de Son Armadans) en 1958, que además de un mapa de la Acarria en el frontis contiene 12 puntas de Pla integradas en el texto y un buen número de xilografías. Se tiraron 126 ejemplares, todos ellos firmados por el autor y por el ilustrador, presentados en caja editorial en arpillera. En la Biblioteca de Catalunya se conservan hasta 89 documentos relacionados con el proyecto de encuadernación de esta obra realizados por el ilustre encuadernador Santiago Brugalla i Aurignac (n. 1929). Germán Masid describe este libro como “una de las mejores ediciones en que intervino Jaume Pla; desde el punto de vista técnico es una prolongación del estilo adoptado en todas las ediciones de la Rosa Vera”.

Emili y Santiago Brugalla.

Emili y Santiago Brugalla.

Por esas mismas fechas Pla intentó convencer a Cela para que creara una serie de textos para un proyecto sobre Castilla que finalmente culminó el otro gran prosista de la lengua española del momento, Miguel Delibes, y que se publicó en Edicions de la Rosa Vera con prólogo de Pedro Laín Entralgo. Pero por entonces el escritor gallego estaba a punto de poner en marcha un ambicioso proyecto muy bien estructurado para publicar bellas ediciones en el ámbito de las Ediciones de Papeles de Son Armadans.

Más suerte tuvo en cambio Pla con la propuesta a Cela de que escribiera un conjunto de textos narrativos breves para una serie de dibujos a la cera que había puesto a su disposición Pablo Ruiz Picasso (1881-1972). El texto se compuso a mano, con letras de monotipias fundidas especialmente para la ocasión, y se compuso con el esmero necesario para evitar tanto la partición de palabras a final de línea como las líneas viudas (la última de un párrafo a principio de página) o huérfanas (la primera de un párrafo a final de página), y con una esmerada reproducción de los colores que cabe atribuir al propio Jaume Pla.

De este cúmulo de experiencias surgirían una serie de colecciones, “las Juanes”, definidas sobre todo por géneros y estrechamente asociadas a la revista:

-Juan Ruiz (poesía), que arrancó con Paisaje con figuras (1956) por el que Gerardo Diego obtendría el Premio Nacional de Literatura,y publicó también Signos del Sur (1962), de Emilio Prados (coincidiendo con su muerte).

-Joan Roiç de Corella (poesía catalana), una colección frustrada por falta de suscriptores que debía estrenarse con Comèdia, de Blai Bonet, y en la que estaban proyectadas ediciones de Gàrgola, el vent, Tirèsies, de Salvador Espriu; Lletres d´un viatge y El cop a la terra, de Joan Perucho, y obras de Joan Vinyoli, J.V. Foix, Carles Riba, Jaume Fuster, Jordi Sarsanedas y Joan Teixidor.

-Juan Rodríguez (poesía gallega), al parecer, también nonata.

-Juan del Encina (teatro), que se estrena con Un hombre ejemplar (drama en dos actos, dividos en dos cuadros), de Fernando Lázaro Carreter.

-Joan Timoneda (relatos), que inicia su camino publicando a Manuel Blanco González Tu mundo propio (1962) y a continuación a María Josefa Canellada La verdadera historia de Montesín (1972)

-Juan Lanas (ilustraciones), donde aparecen los cien ejemplares de los grabados de Joan Todó con el título Los oficios del mesón (1961).

-Juan de Juanes (obra gráfica de pintores de primera fila como Picasso o Joan Miró).

-Príncipe don Juan Manuel (ediciones ilustradas de obras del propio Cela), como Los solitarios y los sueños de Quesada (1963), en formato apaisado (45 x 35) con textos de Cela y láminas del pintor Rafael Zabaleta (1907-1960), de la que se hizo una edición de 299 ejemplares en papel Guarro, o la Gavilla de fábulas sin amor (1962) ilustrada por Picasso y de la que se hizo una tirada más larga (2000 ejemplares).

Aun así, mayores ambiciones bibliográficas tendrían las colecciones celianas Museo Secreto y Puerto seguro, destinadas a divulgar el libro bellamente editado entre el los lectores no particularmente inclinados a él, y en especial las colecciones Amans Amens y El Gallo de la Torre, ya en la etapa madrileña y estrechamente vinculadas a Alfaguara.

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Camilo José Cela.

Fuentes:

Web de la revista Papeles de Son Armadans.

Fernando Huarte Morton, «Camilo José Cela, bibliófilo y editor», Actas de la VIII Escuela de Verano del CREPA, Madrid, Comunidad de Madrid, 2006, pp. 45-56.

Germán Masid Valiñas, La edición de bibliófilo en España (1940-1965), Madrid, Ollero & Ramos, 2008.

Adolfo Sotelo Vázquez, Camilo José Cela, perfiles de un escritor, Sevilla, Renacimiento, 2008.

Adolfo Sotelo Vázquez, «Primeras andanzas de los papeles mallorquines de Camilo José Cela», Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 688 (febrero de 2005), pp. 70-86.

 

 

 

 


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Ambidextrismo editorial: Clavel y Maristany, traductores metidos a editores (o viceversa).

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A principios de los años veinte nacen en Barcelona algunas interesantes colecciones dedicadas a la traducción a partir de la confluencia del activista republicano Vicent Clavel i Andrés (1888-1967), Antonio Navarro-Sala y Fernando Maristany i Guash (1883-1924), proyecto al que posteriormente se incorporará el editor Carlos F[ernando] Maristany i Mathieu (1913-1985), creador a su vez de las Ediciones del Zodíaco, y que a finales de los cuarenta y en los cincuenta se convertirá en una de las impulsoras del auge de los “libros animados” de Julian Wehr en España.

Vicent Clavel i Andrés.

Clavel i Andrés, cuyo lugar en la historia de la edición española va asociado siempre a su papel determinante como impulsor de las asociaciones profesionales de editores, se inició de muy joven como colaborador en periódicos y revistas, y ya en 1906 publicaba en Pueblo y en 1914 en la colección valenciana El Cuento del Dumenche, que ese mismo año pasó a ser dirigida por Vicent Miguel Carceller (1890-1940), quien se haría célebre por sus problemas con la censura cuando estaba al frente de revistas sicalípticas y satíricas, particularmente La Traca, y por su triste final, torturado y fusilado, a manos de los franquistas.

Logo de la editorial valenciana Prometeo.

Sin embargo, el personaje fundamental en la formación de Clavel fue el exitoso novelista y editor Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928), en cuya Editorial Prometeo aprendió lo esencial antes de poner en marcha su propia editorial, Cervantes, en 1916. Entre las primeras publicaciones de la Cervantes valenciana se cuentan varias traducciones del propio Clavel, en particular de libros de asunto político en inglés, como es el caso de La victoria en marcha (1916), de David Lloyd George, con un epílogo de Gabriel Hanotaux, o El deber de América ante la nueva etapa, de Theodore Roosevelt, al tiempo que traducía también para otros editores valencianos, como es el caso de la imprenta y editorial Hijos de F. Vives Mora (Europa en escombros, de Wilhelm Muehlon, por ejemplo, en 1919). Sin embargo, en el cambio de década abre la Cervantes barcelonesa (si bien durante algunos años imprime también en Valencia), en la que incorporará a algunos colaboradores muy importantes, como el historiador y crítico literario Manuel de Montoliu (1877-1961), el escritor y traductor Alfons Maseras (1884-1939) o el mencionado Maristany (padre), que darán un giro o ampliarán el punto de mira hacia libros más literarios. Luis Miguel Lázaro atribuye tanto el traslado de Valencia a Barcelona como la orientación literaria, entre otras cosas, a la conveniencia de no intentar competir comercialmente con la Prometeo de Blasco Ibáñez y Francesc Sempere (1859-1922). Sin embargo, las puertas que se le abrieron en Barcelona para establecer fructíferos contactos con las redes comerciales americanas y con la literatura uruguaya, chilena, argentina y sudamericana en general también se revelaron luego como muy importantes.

Fernando Maristany i Guash.

Fernando Maristany, por su parte, tras darse a conocer en 1913 como poeta con En el azul (edición que luego retiró para reeditarla corregida en Cervantes), obtuvo un enorme éxito con su selección y traducción de Poesías excelsas (breves) de los grandes poetas. Traducidas directamente en verso, del italiano, alemán, inglés y francés, publicadas en 1914 por Antoni López Benturas (1861-1931), a la que seguiría una serie de Las cien mejores poesías (líricas) de diversas lenguas en verso, que también obtuvo unas ventas más que notables (la francesa, publicada por la Cervantes en Valencia, llegó a los 16.000 ejemplares en tres ediciones, y la inglesa, prologada por el prestigioso crítico y poeta Enrique Díez Canedo [1879-1944] y con una edición paralela en Argentina, también se reimprimió).

Con estos mimbres nace un proyecto acerca del que escribe Luis Miguel Lázaro, quizá quien mejor lo ha analizado:

Sin duda, una singularidad definitoria del proyecto editorial de Clavel reside en la apuesta clara y decidida por la edición de poesía bajo la dirección inicial del poeta postmodernista catalán y traductor Fernando Maristany, obstinado según [Miguel] Gallego [Roca] en «verter al español un canon de la poesía “lírica” universal», cosa que creaba una cierta imagen de marca en el conjunto de la oferta editorial de esos años. Una parcela de especialización que, a nuestro entender, identificará la editorial de manera muy clara y que lo que busca es encontrar un sitio en el mercado con la edición de poesía.

Tanto Clavel como Maristany, además de prólogos, notas introductorias e incluso textos destinados a ser publicados en forma de volumen, llevaron a cabo una ingente cantidad de traducciones, o se ocuparon de poner en contacto a buenos conocedores de la lengua de partida con buenos escritores en la lengua de llegada para poder culminar a cuatro manos traducciones que luego resistieron muy bien el paso del tiempo. La importancia de la labor de Maristany como introductor de literatura inglesa, por ejemplo, ha sido a menudo destacada como pionera, pero quizá tan importante como ello sea la capacidad que tuvo este tándem que formaron Clavel y Maristany, y su excelente equipo de colaboradores, para conseguir encontrar al traductor idóneo en esos tiempos para poner a disposición de los lectores españoles algunas de las obras fundamentales, sobre todo de literaturas periféricas (la portuguesa o la sueca, por poner dos ejemplos), de la cultura universal.

De 1925 es el lanzamiento de otra colección literaria muy importante, la Colección Cervantes, en la que se publicarán por primera vez algunas traducciones de muy larga vida editorial, como es el caso de algunas novelas de la escritora sueca la premiada con el Nobel en 1929 Selma Lagerlöf (1858-1940), traducidas directamente del sueco por el lingüista y filólogo checo Rudolf Jan Slabý (1885-1957), al lado de Místico amor humano (1925), de Alfonso Nadal, con prólogo de Vicente Clavel e ilustración de portada de Arturo Ballester.

En la misma línea puede situarse la posterior colección Los Príncipes de la Literatura, que con cubiertas también del diseñador e ilustrador valenciano Arturo Ballester (1892-1981) y a menudo prologadas por Clavel, mediada la década de los veinte puso en circulación un impresionante catálogo en el que figuran traducciones y ediciones rigurosas de varias obras de Gogol, Tagore (en traducción directa del bengalí de Noto Soeroto y Guillermo Gossé), Eça de Queiroz, Jens Peter Jacobsen, Flaubert o Sherwoood Anderson. Muchas de estas traducciones serían recuperadas en la posguerra (en muchos casos a iniciativa de Josep Janés, yerno de Alfonso Nadal), y algunas de ellas se han estado reeditando hasta muy recientemente, y lo mismo puede decirse, por ejemplo, de las traducciones que el propio Clavel hizo de diversas novelas de Pierre Loti, que en la primera década del siglo XXI aún fueron reeditadas por la barcelonesa editorial Abraxas.

El escritor argentino Leopoldo Lugones (1874-1938).

Y a ello hay que añadir el muy notable impulso que dio la editorial Cervantes en la península a la obra de escritores americanos importantes tales como José Enrique Rodó (1871-1917), Alicia Lardé (1895-1983). Horacio Quiroga (1878-1937), Gabriela Mistral (1889-1957), Juana de Ibarborou (1892-1979), Benito Lynch (1885-1951), Alfonsina Storni (1892-1938) y tantísimos otros, la difusión los grandes nombres de la literatura portuguesa o la creación de algunas iniciativas no por efímeras menos interesantes, como es el caso de Prisma. Revista Internacional de Poesía (1922), dirigida desde París por el poeta y traductor mexicano Rafael Lozano (1899-¿?) y en cuyas páginas convivieron textos narrativos, poéticos y críticos de Shelley, Verlaine, Lugones, Hugo von Hofmannsthal, Joan Maragall, Ramón López Velarde, Alfonso Reyes, Juan Ramón Jiménez y Fernando Maristany entre otros muchos, así como las colecciones de libros ilustrados de grandes viajes  (Lamartine, Amundsen, Martínez Ferrando) o iniciativas singulares como la edición en lengua española de la ambiciosa y extensísima serie de La evolución de la humanidad, dirigida por Henri Berr.

A la muerte de Fernando Maristany, su hijo Carlos F. Maristany se convirtió en más que digno sucesor, y al margen de sus traducciones para la Cervantes, es digno de mención su papel como creador de otra colección muy singular, las Ediciones del Zodíaco, que es sobre todo recordada por haber publicado a Camilo José Cela, pero de la que también fueron muy populares sus innovadoras colecciones infantiles y tuvo un peso notable en una colección tan interesante como El Club de los Lectores, que se alimentó de obras preexistentes en los catálogos de Germán Plaza (1903-197), José Janés (1913-1959) y Ediciones del Zodíaco.

CatCERVANTES

Cubierta de un catálogo general de la Editorial Cervantes.

Fuentes:

Una muestra del catálogo de la Cervantes puede verse aquí, pero es más completo y útil el texto de Luis Miguel Lázaro que se menciona a continuación:

Luis Miguel Lázaro, «L’edició popular a Espanya. El cas de l’Editorial Cervantes», Educació i Història: Revista d’Història de l’Educació, núm 22 (julio-diciembre de 2013), pp. 33-63.

Manuel Llanas (con la colaboración de Montse Ayats), L´edició a Catalunya: el segle XX (fins a 1939), Barcelona, Gremi d´Editors de Catalunya, 2005.

Anthony Pym, «Translational and Non-Translational Regimes Informing Poetry Anthologies. Lessons on Authorship from Fernando Maristany and Enrique Díez-Canedo», en Harald Kittel, ed., International Anthologies of Literature in Translation, Berlín, Erich Schmidt, 1995, pp. 251-270.

Anthony Pym, «Humanizing Translation History», Hermes, 42 (2009), pp. 23-48.


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Camilo José Cela y la bibliofilia en Alfaguara: Amans Amens

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El epistolario entre Camilo José Cela (1916-2002) y Rafael Alberti (1902-1999), residente por entonces en Roma, permite recabar bastante información sobre el libro que estrenó una de las colecciones más ambiciosas y cuidadas surgidas de la muy fructífera colaboración entre el grabador y bibliófilo Jaume Pla (1914-1995) y el escritor de Iria Flavia: Amans Amens. Se trataba de una colección que debía reunir en ediciones de lujo una antología de poemas amorosos, sobriamente decorada con puntas secas, de los más importantes poetas en lengua española del siglo XX.

ALBERTIVenusPríapoEl proyecto de este libro en concreto se remonta, por lo menos, al primer trimestre de 1965, y en él tuvo un papel importante Pla, quien incluso visitó al poeta malagueño para comentar el proceso de grabación en seco de las ilustraciones que debían acompañar el volumen. Ese mismo epistolario permite descubrir, por ejemplo, las dudas que le planteaba a Alberti la censura, dudas que le llevaron a descartar una de las composiciones inicialmente seleccionadas, “Poema de Venus y Príapo” (“Diálogo de Venus y Príapo”, publicado por primera vez en las Obras Completas de Losada de 1960, formando parte de entre El clavel y la espada) y dos años más tarde se hizo una selecta edición (14 pp., 23 cm) con pie de Ediciones La Arboleda Perdida con un diseño de portada distinto, obra de Alberti, para cada uno de los veintinueve ejemplares. En ciertos aspectos eso lleva a pensar en el volumen que en el por entonces ya lejano 1947 había  publicado La Botella en el Mar de El ceñidor de Venus desceñido (que reunía la poesía erótica de Alberti anterior a su llegada a Argentina), del que se hizo una tirada de cien ejemplares firmados por el autor e ilustrados por Luis Seoane (1910-1979).

ALBERTIVenusPriamo

Adviértase la diferencia del dibujo de portada de un ejemplar a otro de Ediciones La Arboleda Perdida.

Cuando menos en parte, el hecho de que el proceso de edición que tuvo el primer libro de Amans Amens se demorara tanto cabe atribuirlo al hecho de que, aun residiendo en Roma, Alberti fue mandando fragmentariamente los textos, a lo que se añadió el se empeñó del poeta en revisar pruebas, aun en contra de las recomendaciones que le hacía al respecto Cela, asegurándole que lo harían expertos que pondrían en ello los cinco sentidos, lo cual permitiría acelerar un poco el proceso. Temeroso de las erratas, Alberti insiste en corregir pruebas personalmente, y comprometiéndose incluso a devolverlas en veinticuatro horas para minimizar la demora.

En carta fechada el 7 de junio de 1967 en Roma, escribe Alberti:

¡Al fin! Hermoso y perfecto Poemas de amor! Muy contentos María Teresa [León] y yo. […] Estoy de enhorabuena. Muestro el libro a mis amigos italianos. Grandes elogios. Un éxito. […] Felicite a todos los que cuidaron de la edición. Es una maravilla. Muchas gracias.

La impresión, de mil ejemplares, había corrido a cargo de Casal i Vall, y se había previsto una edición corriente en la colección El Gallo en la Torre que, en el caso del libro de Alberti, no llegó a realizarse. Sobre los detalles de la tirada, las que se conocen respecto al segundo título de la colección pueden ser orientativos.

El número 2 de la colección fue el dedicado a los Poemas de amor del poeta de Orihuela Miguel Hernández (1910-1942), seleccionados, prologados y anotados por el crítico y también poeta Leopoldo de Luis (1918-2005) y aparecidos en mayo de 1969. En este caso las dos puntas secas sobre papel hilo con filigraba que incorpora fueron obra del pintor y grabador canario Millares (Manuel Millares, 1926-1972), y al igual que el anterior se imprimieron en Casal i Vall, una empresa fundada en 1956 en San Julián de Loria y trasladada en 1961 a la capital de Andorra que actuó también como editorial y que tenía entre sus principales clientes a Caralt, Vergara y Nauta, además de Alfaguara.

Miguel Hernández (1910-1942).

De este volumen de 161 páginas, encuadernado en arpillera con lomo de pergamino, sabemos que, además de los mil ejemplares numerados para la colección Amans Amens, sobre papel alisado, se tiraron sesenta y cuatro para la colección El Gallo de la Torre los siguientes sobre papel fabricado exprofeso por Guarro:

-Un ejemplar único con los dibujos originales de las dos puntas secas, el cobre de la ilustración y una prueba de cada uno de los grabados en sanguina y otra tirada con las planchas inutilizadas (lo que impide su posterior reimpresión y, por tanto, que más adelante puedan ponerse en circulación más ejemplares que los originalmente impresos). Todas las pruebas de los grabados, en estos ejemplares y en los que se mencionan a continuación, iban acompañados de la firma del grabador.

-Diez ejemplares (numerados 1-10) con una prueba de los grabados en sanguina y otra con las planchas inutilizadas.

-Cuarenta y tres ejemplares (numerados 11 al 53).

-Diez ejemplares para cada uno de los colaboradores (marcados de la A a la I).

En una entrevista concedida a Jorge Burgos y publicada en Abc el 26 de febrero de 1970, el novelista y editor de Alfaguara Jorge Cela Trulock declaraba:

En la colección Amans Amens están ya en la calle Alberti y Hernández. Ahora [Manuel]Viola [José Viola Gamón, 1916-1987] está haciéndonos las puntas secas que ilustrarán el libro de Aleixandre. Como usted sabrá, estos libros pasan luego a la colección La Palma de la Mano, más asequible, que es donde ha salido lo de Otero.

Blas de Otero (1916-1979).

El libro de Blas de Otero al que se refiere Cela Trulock  es Expresión y reunión (1941-1969). A modo de antología (1969), que era el segundo volumen de la colección La Palma de la Mano, tras la publicación de la reedición corregida y aumentada de la Poesía social. Antología (1939-1968), preparada por Leopoldo de Luis y publicada en Alfaguara en 1965 y pronto convertida en obra de referencia en la materia. Sin embargo, bastante más interesante parece la mención del libro en proceso de Vicente Aleixandre (1898-1984), que no parece haber dejado otro rastro (o no he sabido encontrarlo). Parece claro que no llegó a culminarse la edición de este libro de poesía amorosa de Aleixandre ni en Amans Amens ni en ninguna otra colección de Alfaguara. No es fácil identificar esta obra, de la que podemos suponer que el título sería Poemas de amor o algo muy similar. Aun así, quizá pueda identificarse con el libro al que alude un rumor, ni muy fiable ni muy extendido, según el cual existe una edición de un único ejemplar de cierto libro de Aleixandre que se llevó a cabo para la Unesco. No me consta que exista tal ejemplar único ni he hallado más noticia sobre él.

Fuentes:

Antonio Burgos, “El Mundo de los Libros. Declaraciones del novelista-editor Jorge Cela Trulock”, Abc, 26 de febrero de 1970, p. 18.

Camilo José Cela, Correspondencia con el exilio, Barcelona, Destino, 2009.

Fernando Huarte Morton, «Camilo José Cela, bibliófilo y editor», Actas de la VIII Escuela de Verano del CREPA, Madrid, Comunidad de Madrid, 2006, pp. 45-56.

Germán Masid Valiñas, La edición Germán Masid Valiñas, La edición de bibliófilo en España (1940-1965), Madrid, Ollero & Ramos, 2008.


Tagged: Alfaguara, Amans Amens, Camilo José Cela, Ediciones La Arboleda Perdida, Jaume Pla, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre
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