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Cien años de Juventud

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El 3 de octubre de 2023 el Ministerio de Cultura y Deporte español oficializaba, a través del Boletín Oficial del Estado, la concesión a la Editorial Juventud del Premio Nacional a la Mejor Editorial Cultural, probablemente una de las decisiones menos discutidas en el sector de los últimos tiempos, y no sólo porque su concesión coincidía con el centenario de la editorial, sino por el extraordinario impacto en la creación de nuevos y buenos lectores que ha tenido Juventud a lo largo de la historia.

El vínculo de Juventud con la literatura infantil y juvenil, como subrayaba Mònica Baró ya en 2005 al elegirlo como tema de su tesis doctoral, se remonta a los orígenes mismos de este longevo proyecto capitaneado inicialmente por Josep Zendrera i Fecha (1894-1969) y ha sido una de sus principales y más reconocidas marcas de identidad.

Baró señala como la colección «más antigua del catálogo de la editorial» una serie iniciada en el sello Edita en la que publicaron algunas escritoras muy interesantes del siglo XX ‒casos de María Luz Morales (1889-1980) o Magda Donato (1898-1986)‒ y cuyo nombre puede llevar a engaño: El Cuento Rosa (originalmente debía llamarse «El Cuento Azul»), que enseguida pasaría a integrarse en el catálogo de Juventud. El propósito declarado de esta colección era «modernizar la literatura dedicada a nuestros niños», si bien estéticamente arrastraba aún el lastre del modernismo.

El primer título de la colección fue La princesa pastora (1926), del polifacético y polígrafo Apeles Mestres (1854-1936), que previamente se había popularizado como décimo número de la decimonónica y minúscula colección de Cuentecitos Instructivos, editado en la Litografía F. Madriguera y que regalaban a sus clientes empresas como Tupinamba. Tostadero de Café y Fábrica de Chocolates o los Chocolates Alay, entre otras empresas. Para entonces Mestres ya era muy conocido por el lector catalán, pues se había hecho muy famoso como dibujante en publicaciones periódicas satíricas y humorísticas como La Campana de Gràcia (1870-1934) y L’Esquella de la Torratxa (1872-1939) y además era un poeta que aunaba prestigio y popularidad (durante la guerra civil española aún se revitalizó su célebre «No passareu!. La cançó dels invadits», incluido en el libro de 1915 Flors de sang).

Se trataba de libritos muy pequeños (14 x 14) y breves (24 páginas) en los que tenían mucha importancia las ilustraciones, que se encargaron a nombres de primera fila. En el caso de La princesa pastora las ilustraciones las firmaba el versátil José Segrelles (1885-1969), que tras su paso por la Editorial Molino había dejado su huella en ediciones de Granada, Araluce y en las Hojas Selectas de Salvat y no tardaría en convertirse en uno de los ilustradores españoles más solicitados por publicaciones periódicas internacionales.

Al libro de Mestres le seguiría en Cuentos Rosas La rata blanca, de Hégésippe Moreau (1810-1838), sin indicación del traductor e ilustrado por Enrique Ochoa (1891-1978), quien se convertiría en uno de los grafistas principales de la colección. Y el tercer número sería ya para una escritora joven y aún por popularizarse, María Luz Morales, que publicaría Marcialín el novelero con ilustraciones de Jean Rapsomanikis (quien ya había colaborado en uno de los antecedentes de Juventud, la revista El Hogar y la Moda). En aquellos años veinte Morales estaba llevando a cabo una intensísima labor como traductora para la Sociedad General de Publicaciones con la que Zendrera se había estrenado en 1914 como editor, pero además había sido adaptadora de clásicos para niños en Araluce y, tras el seudónimo Felipe Centeno, se ocupaba de la crítica cinematográfica en el prestigioso periódico La Vanguardia (lo que a su vez le abriría las puertas a trabajar para la Paramount), al tiempo que en el madrileño El Sol escribía la sección «La mujer, el niño y el hogar». Por si esto no bastara, se había convertido en directora de la revista El Hogar y la Moda (en la que había entrado a trabajar en 1923) y la Cámara del Libro le había premiado en 1926 el artículo «Elogio del libro». Sin embargo, aún no había estrenado la colección La Novela Femenina de la Editorial Mundial, con Maestrita de pueblo (1928), ni había publicado las obras que la situarían como narradora, que muy mayoritariamente aparecerían ya en la posguerra.

Juan Aguilar Catena (1888-1965) había publicado una buena cantidad de novelas sobre todo en prensa cuando en abril de 1926 aparecieron en la mencionada Sociedad General de Publicaciones La ternura infinita (con cubierta de Ochoa) y en la colección La Novela Rosa, Nuestro amigo Juan (Ejercicio de servidumbre), que tres años antes había publicado la madrileña editorial Marineda. También de 1926 es Hubo un payaso que lloró una vez, cuarta entrega de El cuento rosa, con la firma de Sabater como ilustrador.

El quinto número vuelve a corresponder a una obra de María Luz Morales, La princesa que nunca había visto el sol, con ilustraciones de Enrique Ochoa, pero el siguiente (Buby liberta a una princesa) lo firma otra autora ya por entonces importante en la literatura infantil de la época, Magda Donato (nacida Carmen Eva Nelken Mansberger y hermana de la también escritora Margarita Nelken). Después de hacerse famosa con una serie de artículos en Estampa sobre las cárceles de mujeres (para la elaboración de los cuales se hizo pasar por presa de la Modelo de Madrid), sus mayores éxitos en el ámbito de la literatura infantil los había cosechado en asociación con Salvador Bartolozzi (1882-1950), quien en febrero de 1925 había lanzado en la Editorial Calleja el exitoso semanario Pinocho.

De nuevo es Enrique Ochoa quien ilustra el séptimo número de El Cuento Rosa, La estufa de porcelana, que firma Ouida, es decir la defensora de los animales y autora del célebre El perro de Flandes Marie Louise Ramé (1839-1908).

De las imágenes del octavo se ocupó el pintor Lao Romero, que en 1918 había sido uno de los cuatro dibujantes de la efímera revista dirigida por José Guirao Homedes Vida Artística. El título era El collar de lágrimas, y su autor Alfonso Nadal (1886-1943), a quien Vicente Clavel (1888-1967) le había publicado en su Editorial Cervantes Místico amor humano (1925) ilustrado por Arturo Ballester, mientras que el año anterior La Novel·la d’Ara que dirigía Miquel Poal Aregall (1894-1935) le había publicado en catalán Josep II, rei. Su obra posterior como autor (no así la de traductor) fue muy escasa, pero en 1937 Josep Janés (1913-1959) le publicó un libro en el que acompañaban a este último título «La dona de l’aigua» (que daba título al volumen), «Nit de difunts», «L’apotesosi del “Manco”» y «L’avi brau» como número 16 de La Rosa dels Vents (correspondiente al 163 de Quaderns Literaris). No estará de más consignar que ese mismo año 1937, en plena guerra civil, Janés se casaba con la hija del escritor, Esther Nadal, y que en los primeros años de la posguerra publicó a su suegro diversas traducciones para las colecciones que entonces puso en marcha.

De Alicia Rey, autora de la siguiente entrega (Los invasores de Vilabella) no abundan los datos biográficos fácilmente accesibles, pero figura como traductora del ensayo La filosofía del amor, publicado en 1927 en la colección de Edita dedicada a la prolífica y en su momento escandalosa autora de ficción romántica Elinor Glyn (1864-1943). En cualquier caso, el brillo de su carrera literaria quedó muy lejos del que tuvieron luego las de Luz Morales o Donato. Al libro de Rey le sigue uno Oscar Wilde (1854-1900) ilustrado por el ya mencionado Rapsomanikis (El gigante egoísta), y a este Una niña desobediente, de Gabriela Fernández, y El discípulo de Aladino, de Enrique de Leguina, dos autores que hoy apenas son recordados si bien el segundo es autor de Arco sobre el mar (1919), ilustrado por Alfredo Guido (1892-1967) e impreso en Buenos Aires por Manau.

Apéndice: El Cuento Rosa:

1 Apeles Mestres, La princesa pastora, ilustraciones de Segrelles.

2 Hegesippe Moreau, La rata blanca, ilustraciones de Enrique Ochoa.

3 María Luz Morales, Marcialín el novelero, ilustraciones de [Jean] Rapsomanikis.

4 Aguilar Catena, Hubo un payaso que lloró una vez, ilustraciones de Sabater.

5 María Luz Morales, La princesa que nunca había visto el sol, ilustraciones de Enrique Ochoa.

6 Magda Donato, Buby liberta a una princesa, ilustraciones de Farrell.

7 Ouida, La estufa de porcelana, ilustraciones de Enrique Ochoa.

8 Alfonso Nadal, El collar de lágrimas, ilustraciones de Lao Romero.

9 Alicia Rey, Los invasores de Villabella, ilustraciones de Joan Pau Bocquet Bertran.

10 Oscar Wilde, El gigante egoísta, ilustraciones de Jean Rapsomanikis.

11 Gabriela Fernández, Una niña desobediente, ilustraciones de Longoria.

12 Enrique de Leguina, El discípulo de Aladino, ilustraciones de Afa.

Fuentes:

Mònica Baró, Les edicions infantils i juvenils de l’Editorial Joventut (1923-1969), tesis doctoral presentada en el Departament de Biblioteconomia i Documentació la Universitat de Barcelona, 2005.

Mònica Baró Julià Guillamon, Les aventures de l’editoial Juventut, Barcelona, Biblioteques de Barcelona, Ajuntament de Barcelona y Editorial Juventut, 2023.

Manuel Llanas, L’edició a Catalunya el segle XX (fins 1939), Barcelona, Gremi d’Editors de Catalunya, 2005.


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