«Creo que el editor siempre ocupa el lugar que tiene que ocupar. El editor debe ser una especie de moderado consejero y también debe aprender a renunciar. A mí no me tocó nunca un autor que se negara a colaborar conmigo si yo le decía algo razonable.»
Luis Chitarroni (1958-2023)
«El país que más me interesa es el pasado. Uno ve ahí los artificios de una industria. Hay muchos editores crédulos, a los que les habla la gente de marketing. Es lo mismo que se ve en muchas contraportadas: de creerles, cada tres o cuatro meses nace un nuevo Proust. A veces, en las ferias y en las contraportadas, los referentes se ahuecan.»
Luis Chitarroni (1958-2023)
Se ha subrayado a menudo, y sobran las razones para ello, el papel trascendental que tuvo en el nacimiento del llamado boom de la novela latinoamericana el editor de origen español Paco (o Francisco) Porrúa (1922-2014), y tal vez era previsible que con su salida de la Editorial Sudamericana (en la que era lector desde 1957 y desde 1962 director editorial) esta empresa se resentiría de su ausencia. Sin embargo, una de las cosas que caracterizó a Sudamericana a lo largo del siglo XX, pese a su más que considerable tamaño, es la conciencia y responsabilidad cultural de sus directores literarios, pues a Porrúa le sustituyó en 1972 Enrique Pezzoni (1926-1989), quien compaginaba su labor editorial con la docente y que contaba con la experiencia previa de haber sustituido a José Bianco (1908-1986) como secretario de redacción de la célebre revista Sur que dirigía Victoria Ocampo (1890-1979), a la que añadía su prestigio como traductor, para Sudamericana, de Melville, Malraux, Nabokov y Pasolini, entre otros autores de primera fila.
Fueron precisamente las responsabilidades docentes y universitarias las que progresivamente fueron alejando a Pezzoni de Sudamericana. Una de sus ausencias para impartir cursos en Estados Unidos (los hizo en Oxford y Harvard) la cubrió un joven Luis Chitarroni, que no contaba con una educación académica formal pero desde niño era lector voraz (de las colecciones Iridium y Robin Hood, según confesó) y se había dado a conocer como periodista musical (en Audio) y literario (en Sitio). Pezzoni lo había conocido bien en la revista vinculada a la editorial Vuelta Sudamericana (1986-1988) ‒donde confluyeron José Bianco, Bioy Casares, Ernesto Sabato, Juan Gelman, Rodolfo Fogwill, Alan Pauls…‒, y se había convertido uno de los colaboradores destacados y más fiables de la editorial gracias sobre todo a su talento como lector.
Al desaparecerVuelta Sudamericana, Chitarroni intensificó su colaboración en Babel, donde Martín Caparrós le encargó una serie de semblanzas de personajes reales y ficticios que acabarían por conformar el libro Siluetas (cuya primera edición publicaría Juan Genovese en 1992), que a menudo se ha puesto en relación con la serie de «Biografías sintéticas» que otro gran lector, Jorge Luis Borges (1899-1986) había publicado en los años treinta en la revista femenina Hogar.
Formó, pues, dueto Chitarroni con Pezzoni, lo que permitía a este último proseguir con su labor como profesor universitario, y con el paso del tiempo Chitarroni fue asumiendo más y mayores responsabilidades en Sudamericana. Así lo explicó él mismo:
En la primera época, en 1986, 1987, [me ocupaba] absolutamente de todo. No solo era otro siglo, también era otro mundo, donde se tardaba en hacer un libro, se tardaba en corregirlo y, a partir del momento en que entraba en producción, vos perdías el contacto con ese libro. Por lo tanto, las contratapas tenías que hacerlas a partir de las «invenciones del recuerdo», como el título del libro de Silvina Ocampo.
Chitarroni se benefició de un equipo de buenos lectores, entre los que se encontraban el ensayista y curador Rafael Cippolini y la periodista y escritora Gabriela Saidon, así como con algunos directores de colección muy importantes, como Ricardo Piglia (1941-2017), que se puso al frente de una colección dedicada a la novela policíaca llamada Sol Negro. Más adelante el equipo de ampliaría con profesionales como Florencia Cambariere, por ejemplo, o Paula Vitale, que había entrado como jefa de prensa en septiembre de 1989 y crearía colecciones como Sudamericana Mujer ‒que dirigió la fotógrafa y editora gráfica Marta Merkin (1974-2005)‒ o Nudos de la Historia Argentina ‒dirigida por el historiador Jorge Gelman (1956-2017)‒.
Durante esta etapa Chitarroni publicó a algunos escritores de mucho peso (Fogwill o el mencionado Piglia, por ejemplo), dio a conocer a escritores argentinos de relieve nacidos en la segunda mitad de los cincuenta como María Martoccia y Daniel Guebel (con quien más adelante impartiría el curso «El caos: un programa desorbitado de lecturas») e incluso a algunos un poco más jóvenes, caso de Gustavo Ferreyra. Sin embargo, se encontraba con enormes dificultades para incorporar a Sudamericana a los escritores en otras lenguas que le interesaban, en particular porque después de la muerte del dictador español el sector editorial experimentó en ese país un repunte importante:
De la narrativa extranjera había muy poco que pudiéramos editar. Primero porque los derechos resultaban caros; segundo, porque era el momento de apogeo de Anagrama en España. Muchos libros, de Truman Capote o Tim O’Brien, los teníamos que hacer con participación. Cuando queríamos conseguir algún derecho, teníamos una cantidad enorme de rechazos, porque el libro ya estaba vendido.
En 1989 se inicia el lento proceso compra y absorción de Sudamericana por parte de Random House Mondadori (lo que acabaría por ser Penguin Random House), que le abrió a Chitarroni la posibilidad de publicar con mayor profusión y acceder además a los derechos de obras en otras lenguas, si bien a menudo quien se ocupaba de contratar las obras en lenguas no española era el editor radicado en Barcelona. Chitarroni ya no duró mucho como editor en Sudamericana.
Tampoco tardó en tramar un nuevo proyecto, y con la complicidad de Natalia Meta y de Diego D’Onofrio creó La Bestia Equilátera, que se estrenó en 2008 ‒el mismo año que La Comuna Ediciones le publica a Chitarroni su Ejercicio de incertidumbres‒ con la recuperación de las obras de Muriel Spark (1918-2006) Los encubridores (traducida por Meta y D’Onofrio) y Memento mori (traducido por Mónica González y con un prólogo de Matías Serra Bedford), así como con Tostadas de jabón, de Julian Maclaren-Ross (1912-1964) (en traducción de María Martoccia) y Mil tazas de té, del propio Chitarroni.
La intención era sobre todo rescatar autores extranjeros más o menos olvidados o poco presentes en Argentina e incluso en muchos casos en el ámbito de las letras hispánicas, sin olvidar tampoco a escritores en lengua española interesantes que debido a los procesos de concentración editorial estaban quedando en los márgenes, y todo ello tomando como referencia a editores de primer rango como el ya mencionado Paco Porrúa, Jaime Rest (1927-1979) y Luis Tedesco (n. 1941).
También fueron en estos años en los que, además de publicar textos de Daniel Defoe, Virginia Woolf, Arno Schmidt, David Markson, Rodolfo Wilcock, César Aira y Daniel Guebel, entre otros, y recuperar intensivamente la obra de Muriel Spark, Maclaren Ross y Kurt Vonnegut, Luis Chitarroni fue publicando sus propios libros: Peripecias del no. Diario de una novela inconclusa (InterZona, 2007) y la antología La muerte de los filósofos en manos de los escritores (Universidad Austral de Chile, 2009), a los que en las décadas siguientes seguirían los cuentos de La noche politeísta (InterZona, 2019), la Breve historia argentina de la literatura latinoamericana (a partir de Borges) (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, 2019) y el ensayo Pasado mañana. Diagramas, críticas, imposturas (Universidad Diego Portales, 2020), al margen de sus críticas y ensayos no recogidos en volumen o su participación como autor en algunas antologías. Además de truncar la formalización de su entrada en la Academia Argentina de Letras (no llegó a pronunciar su discurso de ingreso), la muerte le impidió ver publicados algunos de sus inéditos (y en particular los de su obra poética, Una inmodesta desproporción, que Mansalva publicó apenas dos meses después del fallecimiento de Chitarroni).
Fuentes:
Hugo Beccacece, «La rara delicia de las clases de Chitarroni», La Nación, 5 de agosto de 2019.
Hugo Beccacece, «Luis Chitarroni, linterna mágica de la literatura», Academia Argentina de las Letras.
Ignacio Echevarría, «Chitarroni», El Cultural, 7 de junio de 2023.
Omar Genovese, «Falleció Luis Chitarroni, último exponente de una especie ya desaparecida: el escritor-editor», Perfil, 20 de mayo de 2023.
Daniel Gigena, «La invención extrema», Perfil, 22 de diciembre de 2019.
Daniel Gigena, «A los 64 años murió el escritor, editor y académico Luis Chitarroni», La Nación, 17 de mayo de 2023.
Hinde Pomeraniec, «Luis Chitarroni en su última entrevista con Infobae: “Los críticos somos tan pobres que le decimos sí a todo», Infobae, 17 de mayo de 2023.
Patricio Pron, «Luis Chitarroni, una forma de generosidad», El País, 22 de mayo de 2023.
Cristian Rau, «Luis Chitarroni. Una serie de conversaciones inconclusas», Dossier (Universidad Diego Portales), núm. 52 (octubre de 2023), pp. 18-24.
Christian Vázquez, «Las peripecias de Luis Chitarroni», Letras Libres, 23 de mayo de 2023.
