Quantcast
Channel: negritasycursivas
Viewing all articles
Browse latest Browse all 580

Del Café Miraflores a las Ediciones Lope de Vega de Santiago de Chile

$
0
0

A menudo se ha señalado como uno de los espacios clave del exilio cultural español en Chile el Café Miraflores, en el número 461 de la calle homónima, que se convirtió en lugar de tertulia más o menos habitual del arquitecto e interiorista Germán Rodríguez Arias (1902- 1987), el abogado y poeta Eleazar Huerta (1903-1974), el editor Arturo Soria y Espinosa (1907-1980), el pedagogo y periodista Vicente Mengod (1908-1993), el musicólogo Vicente Salas Viu (1911-1967), el filósofo José Ferrater Mora (1912-1991), el historiador Leopoldo Castedo (1915-1999), el dramaturgo José Ricardo Morales (1915-2016), e incluso acudió con cierta asiduidad la entonces pintora en ciernes Roser Bru (1923-1921)…

Vicente Salas Viu.

El café lo había fundado, con otras pretensiones, la dama de la alta sociedad Herminia Yáñez Portaluppi a su regreso de una larga estancia en Europa, y encargó el diseño del establecimiento al mencionado Rodríguez Arias, adalid del racionalismo en Barcelona durante los años treinta y más tarde encargado del diseño de varias casas de Pablo Neruda (19041-973). Regentado por el novelista Pablo de la Fuente (1906-1976) y su esposa Mina Yáñez y con el cocinero vasco Joaquín Berasaluce al mando, el café y luego restaurante se convirtió en un espacio cultural de primer orden para mantener trabada la nutrida red de intelectuales y artistas republicanos, así como para establecer y reforzar contactos con sus homólogos chilenos.


Aunque quizás exagerado, las memorias del editor peruano Luis Alberto Sánchez contienen un colorista relato de los cambios que la llegada de los republicanos españoles introdujo en ese ámbito de la capital chilena:


Chile, país alegre pero tradicional, experimentó un cambio inmediato. Las calles se llenaron de humo de tabaco grueso, de alegres piropos, de pintorescas chanzas, de pullas, de bulliciosas conversaciones de acera a acera, y de cafés, paradores y fondas. Las esquinas, antes ordenadas, se volvieron apostadores de galanes y comentadores. Se hicieron populares el cocido, la paella, la merluza, la fabada, los calamares, las anguilas, el gazpacho, el chocolate espeso, los churros, las tortillas con pimiento, los garbanzos, la «ropa-vieja», los turrrones de Alicante, la manzanilla, el jerez, las tapas y el café a toda hora.
La severa ciudad de don Andrés Bello se transformaba en la alegre de Arturo Soria y Santiago Ontañón.

Fue pues en el Miraflores donde se dio a conocer uno de los historiadores y críticos más importantes de la pintura chilena, el cartagenero desembarcado del Formosa Antonio Rodríguez Romera, que llegaba procedente de Lyon, donde había estado colaborando como caricaturista en L’Écran Lyonnais y en Le Républicain. Journal de Lyon. De hecho, las caricaturas de Rodríguez Romera, que en ocasiones se han emparentado con las de Luis Bagaría (1882-1940), fueron, junto con las del escenógrafo y dramaturgo Santiago Ontañón (1903-1989), parte muy especial y característica de la decoración del Miraflores.

Joan Merli


Un viaje en 1940 a Buenos Aires había puesto a Romera en contacto con el exquisito editor catalán Joan Merli (1901-1995), buen conocedor de la pintura y del negocio del arte de su tiempo, de modo que ya antes que su obra creativa había aparecido, en la editorial Poseidón, la monografía Pedro Pablo Rubens (1941), a la que en años sucesivos seguirían, aún en Poseidón, otras (Rembrand, 1946; Leonardo da Vinci, 1947).

Casi enseguida tras su llegada, Rodríguez Romera había empezado a colaborar intensamente en muy diversos medios periodísticos chilenos (El Mercurio, La Nación, Las Últimas Noticias, Hoy, Millantún, Revista Atenea), de modo que también en 1941 aparece en la editorial Orbe su primer libro (Cien caricaturas), al que seguiría en Nascimiento en 1949 Apuntes del Olimpo, precedido de un artículo del ya mencionado Eleazar Huerta («La caricatura de Romera»), a quien Luis Alberto Sánchez describe como «uno de los renovadores del buen gusto literario del país».

Autorretrato de Romera.


A finales de la década, a base de un prolijo trabajo, Romera parecía estar en un momento excelente en su carrera: en 1949 La Editorial del Pacífico le publica dos nuevas monografías sobre arte chileno (Camilo Mori y Mario Carreño), y por esas mismas fechas nace la librería y luego modesta pero selecta editorial Lope de Vega. Esta última empresa cabe atribuirla a la asociación entre los también exiliados Miguel González Fernández y Darío Carmona (1911-1976) para crear, con sede en la Moneda 924, una librería especializada en novedades argentinas, mexicanas y españolas (fue además el agente de El Correo de la Unesco), que se convirtió asimismo en lugar de importantes tertulias (Carlos Droguet, Manuel Rojas, Ricardo Latcham, Hernán del Solar), en promotora de programas radiofónicos y en editorial. Con el auge del existencialismo francés, la librería experimento un momento de auge gracias a las ediciones argentinas de traducciones al español de los libros de Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre y Albert Camus.

El Correo de la Unesco.


El primer libro que publicaron en la Lope de Vega a Romera, salvo error, fue una nueva monografía de arte, Kathe Kollwitz (1949), al que siguió enseguida —si no aparecieron simultáneamente— Vincent Van Gogh (1949), galardonado con el Premio Camilo Henríquez, y Henri Matisse (1949). Y a ese año aún hay que añadir Alfredo Valenzuela Puelma, en las Ediciones Barcelona.

Romera se convirtió en un faro de la crítica y la historia artística sobre todo gracias a influyente obra historiográfica —Razón y poesía de la pintura (1950) y Asedio a la pintura chilena (Desde el Mulato Gil a los bodegones literarios de Luis Durand) (1969), particularmente—. Por su parte, no parece que la editorial Lope de Vega de Santiago publicara otros libros y de los mencionados debieron de hacer tiradas cortas porque apenas dejaron rastro.

Fuentes:
Miguel Cabañas Bravo, «El exilio artístico en Chile. Una aproximación», en Miguel Cabañas Bravo, Idoia Murga Castro, Miguel Ángel Puig-Samper y Antolín Sánchez Cuervo, eds., Arte, ciencia y pensamiento del exilio republicano español de 1939, Madrid, Ministerio de la Presidencia, 2020, pp. 101-137.


Josep Mengual, «El papel de los exiliados republicanos españoles en la industria editorial chilena», Laberintos. Revista de Estudios sobre los exilios culturales españoles, núm 22 (2020), pp. 289-302.

Romera atildado.


Oreste Plath, El Santiago que se fue. Apuntes de la memoria, introducción de Pedro Pablo Zegers Blacher, biografía de la autora de Tomás Harris, Santiago de Chile, Grijalbo, 1997.

Luis Alberto Sánchez, Visto y vivido en Chile, prólogo de Miguel Laborde, Santiago, Tajamar Editores (colección Alameda), 2004.


Pedro Emilio Zamorano Flores, «Un español en América. Antonio Romera, su archivo y el canon historiográfico de la pintura chilena», en Lola Caparros Masegosa e Ignacio Henares Cuellar, eds., Las artes entre la dictadura de Primo de Rivera y el franquismo. Modelos de fomento y apreciación (1923- 1959), Granada, Editorial Comares, 2018, pp. 122-138.


Pedro Emilio Zamorano Flores y Alberto Madrid Letelier, «Antonio Romera entre academicismos y rupturas: asedios a su clave de Razón Plástica», Cuadernos de Arte de la Universidad de Granada, núm. 53 (2022), pp. 135-150.


Viewing all articles
Browse latest Browse all 580

Trending Articles