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Artes narrativos. Miguel Castellote Editor, César Arconada y Marta Hernández

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César Arconada.

Poco tiempo antes de la muerte del —hasta la fecha—último dictador español, en 1974, se publicaron en Madrid dos títulos de un escritor y editor que hasta entonces apenas había tenido presencia en las librerías españolas desde el final de la guerra civil, César Arconada (1898-1964), quien incluso posteriormente ha tenido una presencia escasa.

Ese año aparecían Vida de Greta Garbo y Tres cómicos de cine (Charles Chaplin, Clara Bow y Harold Lloyd), en Castellote Editor, y más concretamente como volúmenes 273-277 y 278-283, respectivamente, de la Colección Básica 15 (en la sección Cine) y en ambos casos con textos adicionales que no se mencionan en el título. Unos pocos años antes —en ¿1968?, ¿1970?—, la editorial Progreso de Moscú había publicado dos volúmenes de obras escogidas de Arconada, Los pobres contra los ricos y Reparto de tierras (con prólogo de Inna Tinianova) y Río Tajo, que en España, si tuvieron alguna circulación, fue clandestina.

Desde 1939, Arconada no había sido publicado en España, y no deja de ser curioso que su reintroducción en el mercado español se produjera a través de un género de biografías noveladas al estilo de las que Stefan Sweig (1881-1942) había dignificado.

Se trataba, pues, de la sorprendente recuperación de dos títulos de Arconada de 1929 y 1930 (antes incluso de que entrara en el Partido Comunista), y en el texto de la contracubierta se ponía de manifiesto ese carácter de reivindicación de un autor injustamente relegado por la crítica literaria académica y la historiografía franquistas sólo por razones políticas (si bien arrimando el agua a su molino):

César M. Arconada (1900-1964), hombre oculto de la generación de la República, fue uno de los pocos intelectuales españoles que abordó el fenómeno cultural desde supuestos intencionalmente marxistas. Colaborador habitual de Octubre, Nueva Cultura, Línea y Nuestro Cinema, entre otras; crítico literario de Mundo Obrero (4.ª época), la obra de Arconada es prácticamente desconocida en España.

En estos paratextos, por lo inusual, sorprende también que se añada: «Edición: Marta Hernández», que no remite a ninguna persona sino a un colectivo creado apenas en 1973 a iniciativa de Javier Maqua y Julio Pérez Perucha al que enseguida de añadieron Francisco Llinás (1945-2011), Carlos Pérez Merinero (1950-2012) y su hermano David, cuyo objetivo sería darle un revolcón a la crítica cinematográfica que hasta entonces se publicaba en España.

Vida de Greta Garbo se abre precisamente con un prólogo de Maqua en el que narra cómo algunos miembros de su generación fueron descubriendo progresiva y silenciosamente a la intelectualidad española borrada de la historia por los vencedores de la guerra civil, y cómo estos descubrimientos les sirvieron para enfocar críticamente las expresiones culturales —y particularmente narrativas, literarias o cinematográficas— de su tiempo. Y quizás ahí esté la clave de que la efímera reintroducción de Arconada se produjera con estos títulos que juegan con las fronteras entre los géneros y con la ductilidad de la voz narrativa.

La editorial que acogió este proyecto, Castellote Editor, había arrancado su andadura a principios de la década, y de 1971 es por ejemplo el volumen de Poesía anónima africana preparado por el escritor cubano Rogelio Martínez Furé (1937-2022), al que siguieron luego títulos tan inequívocos como La crisis de la democracia (1971), de Eduardo Haro Tecglen; Al encuentro del hombre negro (1971), de James Baldwin y Le Roy Jones; Las luchas sociales en los gremios (1972), de Jean Jacques; Hechos y documentos del anarco-sindicalismo español (1973), de Juan Maestre Alfonso, o, con la misma firma, Sociedad y desarrollo en América Latina (1974), pero también otros como Introducción a la ciencia ficción (1971), de Oscar Hurtado, Adam Blake (1971), de José Luis Garci y con prólogo de Narciso Ibáñez Serrador (1935-2019), o El cine militante (1976), de Andrés Linares (que ese mismo año estrenaría el documental Amnistía y libertad que dirigió con Tino Calabuig y Adolfo Garijo).

A rebufo de las publicaciones de Castellote, Arconada reaparecerían en el mercado español con otras obras narrativas: Ediciones Turner publicaría La turbina en 1975 con un prólogo de Gonzalo Santoja —quien enseguida se convirtió en un tenaz valedor de Arconada—, en 1978 Akal publicaría Río Tajo con prólogo de Juan Antonio Hormigón (1943-2019), en la editorial Ayuso, aparecería en 1979 La guerra en Asturias (crónicas y romances), de nuevo precedido de un texto de Santonja, y luego volvería a producirse el silencio hasta que ya en el siglo XXI la editorial Renacimiento puso en marcha un nuevo plan bien estructurado y meditado para poner de nuevo la obra de Arconada al alcance de los lectores en lengua española.

El caso de Arconada tal vez sea ilustrativo de las diversas iniciativas y estrategias editoriales desarrolladas en la segunda mitad de la década de 1970 destinadas a recuperar y reintroducir en la tradición —algunas con más suerte que otras— a autores que habían desaparecido casi completamente del mercado librero, si bien en algunos casos pudieran tener ya una presencia en el ámbito académico a través de la colaboración en publicaciones periódicas culturales (como Papeles de Son Armadans, Ínsula, Cuadernos para el Diálogo o Primer Acto).

Sin embargo, era de tales dimensiones el trabajo editorial de recuperación que por entonces había que acometer, y la urgencia de llevarlo a cabo, que la calidad ecdótica de algunas ediciones acabó por resentirse de ello (a veces por falta de información o de una investigación filológica profunda previa que las respaldara).

En el texto de «Presentación de César M. Arconada» que Carlos y David Pérez Merinero escribieron como prólogo a Tres cómicos del cine, llegan a mencionar todavía en esas fechas «el boom del exilio» y a atribuir la ausencia en él de Arconada a unas causas inequívocas:

El boom del exilio no alcanzó a Arconada. Tres son las causas. De un lado, su temprana muerte. De otro, su residencia en la URSS y el consiguiente alejamiento de los cenáculos del exilio y de los centros de programación del boom. Y tercero, el enfoque que preside buena parte de su novelística y la presencia constante en ella de la problemática social española con la captación (en el instante) del proceso de lucha de clases que se desarrollaba. Esto tanto en sus obras en la República como en las escritas en el exilio.

Sin embargo, quizás en esos años lo que se produjo con ese boom fue también un aluvión de recuperaciones —interesantísimas, justificadísimas— inabarcable para el lector español, que además, tras tantos años de censura, tenía aún mucha teoría política, sociológica, literaria y artística por leer (por no hablar de la considerada «literatura pornográfica», de Henry Miller a Lolita, para entendernos, que hasta entonces apenas empezaba a publicarse, y expurgada).

Es en esa misma etapa culturalmente convulsa en la que, en 1976, el colectivo Marta Hernández publicará 30 años de cine al alcance de todos los españoles (en la editorial Zero) y El aparato cinematográfico español (en Akal) y, por su parte, Andrés Linares El cine militante en Castellote; el cine, su teoría y su historiografía también estaban repensándose y poniéndose al día. Obviamente, ni siquiera el lector interesado en la cultura humanística podía dar abasto. Y las ventas se resintieron de ello.

Fuentes:

Julia Sabina Gutiérrez-Sánchez, «El cine en las revistas literarias (primer tercio del siglo XX)», EPOS, núm. XXXVI (2020) pp. 75-90.

Rafael Utrera Macías, «Carlos Pérez Merinero. In memóriam», Criticalia.


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