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Finisterre, el editor que inventó el futbolín

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Alejandro Finisterre.

Alejandro Finisterre (Alejandro Campos Ramírez, 1919-2007) se convirtió en diversos países americanos (Ecuador, Guatemala y México) en un editor dispuesto a acoger en sus iniciativas editoriales a los jóvenes escritores.

Abandonado en Madrid por su padre, después de trabajar como peón y en una imprenta, en los meses anteriores a la guerra civil española inició con sólo quince años su primera aventura editorial, el periódico Paso a la juventud, que creó en compañía del también poeta Rafael Sánchez Ortega con el muy rotundo y explicativo subtítulo  “Periódico Iconoclasta Defensor de los Valores Anónimos”, como órgano de una “Asociación Internacional de Idealistas Prácticos”. En aquellos mismos años conoce a León Felipe (Felipe Camino Galicia de la Rosa, 1884-1968), a quien le uniría una duradera y fructífera  amistad.

Durante un bombardeo queda sepultado y es evacuado, primero a Valencia y posteriormente a Montserrat (Barcelona) y es allí donde crea el invento que más famoso le hará (el futbolín).

Alejandro Finisterre.

Acabada la guerra, no consigue salir de España hasta 1947, después de haber publicado en edición de autor (como La Gaita de Alejandro Finisterre) el poemario Cantos esclavos. Versos del buen y mal humor (1946). En París hará trabajos para la radiodifusión y colaborará como secretario de redacción en una de las revistas que aglutinaba a los escritores exiliados en Francia, L´Espagne Républicaine (1945-1949), dirigida por Ricardo Gasset Alzugaray y en la que colaboraron, entre otros muchos, Víctor Alba, Francisco Giner de los Ríos, Federica Montseny, Jacinto Luis Guereña… En sus páginas publicará Finisterre algunas de las entrevistas más sonadas de esta publicación (Rafael Alberti, Carmen Amaya, Pablo Picasso…). Y antes de marcharse aún tuvo tiempo de publicar una “Historia de la danza española” en Combat en 1948 y de ver estrenar en marzo de 1949 en Montecarlo un ballet basado en su cuento “Del amor y la muerte”. Nadie que le haya visto bailar olvidará esa faceta suya.

Alejandro Finisterre.

En 1952 llega a Ecuador, y en Quito pone ya en marcha su primera iniciativa unipersonal, Ecuador 0º 0´0”. Revista de Poesía Universal (con carácter de colección) destinada a dar a conocer “lo más olvidado por los editores comerciales”, en pequeños volúmenes monográficos y de los más diversos géneros. Seguía, pues, con su talante de “iconoclasta defensor de los valores anónimos”. El segundo número se publicó ya en Guatemala (donde Finisterre jugó partidas de futbolín con el Che Guevara en el Centro Republicano Español), y el tercero en México, donde Finisterre, en colaboración siempre con los talleres gráficos Menhir de la colonia Álamos, llevaría a cabo el grueso de su labor editorial y donde esta famosa revista-colección tendría su más larga vida, que Juan Escalona divide en dos etapas (1952-1968 y 1968-1977).

Ernestina de Champurcín y Juan José Domenchina.

Pese a la publicación de alguna obra ocasional de Pessoa, Rilke o Claudel, el grueso de los autores publicados en Ecuador 0º 0´0” pertenecen a las letras hispánicas, y en particular a las mexicanas y a las del exilio republicano de 1939. Junto a algunos autores guatemaltecos (Alejandro Galindo, por ejemplo) y escritores como Wilberto Cantón, Rafael Solana o Andrés Henestrosa, abundan sobre todo los republicanos españoles: León Felipe, Américo Castro, Ernestina de Champourcín, Max Aub, Emilio Prados, Antoniorrobles, María Teresa León, Pedro Garfías en selección y prologado por Juan Rejano, y autores hechos como tales sobre todo en México, como Maruxa Vilalta, Luisa Carnés, Federico Patán o Paco Ignacio Taibo; o en Argentina (caso de Eduardo Blanco-Amor, por ejemplo) o inlcuso en Rusia (caso de Celso Amieva).

De izquierda a derecha: León Felipe, Arturo Souto, Moreno Villa, Juan Rejano, Pedro Garfias, Jorge Guillén y Pascual del Roncal.

Con diferencia, fue la colección de Finisterre más prolífica (en el año 1968 publicó más de cien títulos), y quizá junto con la Coleccción León Felipe (de quien Finisterre era albacea) es también la más famosa.

Hay sin embargo, otra serie muy significativa de Alejandro Finisterre, dedicada al ensayo sobre asuntos culturales diversos con el único vínculo de referirse a España; se trata de Perspectivas Españolas, de las que apenas aparece un título anual entre 1966 y 1974, si bien con una cesura que se corresponde también a la que sirve a Escalona para diferencias las dos etapas de Ecuador 0º 0´0”.

Se trata de una colección de libros pequeñitos y muy manejables (17 x 11), encuadernados en rústica con solapas, que incorpora siempre una lámina con un retrato del autor y cuya extensión se mueve entre las 86 y las trescientas páginas, si bien, en un caso que valdrá la pena comentar, el libro de dedicado a Américo Castro, ocupa tres volúmenes. Todos los autores de Perspectivas Españolas son republicanos que habían abandonado España como consecuencia del resultado de la guerra, empezando por Juan Marichal y continuando con José Ramón Arana, Francisco Ayala, Manuel Andújar, Américo Castro o Manuel Duran, si bien en algunos casos estaban de vuelta en España cuando se publicaron sus obras, como en el de Andújar (que regresó en 1967) y Américo Castro (en 1970). Acerca del proceso de edición del libro de este último, Mª Paz Sanz Álvarez recuperó un aspecto anécdotico y divertido, pero muy ilustrativo, acerca de las dificultades para establecer una relación mínimamente normal entre los editores exiliados y los intelectuales del interior:

 En La gallina ciega [Max] Aub cuenta cómo Américo Castro estaba muy preocupado con el libro De la España que aún no conocía (recopilación de artículos periodísticos) que iba a publicar Alejandro Finisterre, consulté a este editor y me contó que las galeradas que enviaba por correo a Castro para su corrección, las mandaba a nombre de una hermana de Finisterre para que no entrara en juego la censura, pero ésta –muy beata– se lo contó a su confesor (un capuchino que frecuentaba el Palacio del Pardo) quien se las pidió para leerlas, llevándoselas después al propio Franco. Esto le costaría a Finisterre su detención cuando vino a Madrid. Anteriormente había publicado en la colección Ecuador 0º 0′ 0″ otro libro de Castro titulado Algunos juicios acerca de los españoles (1967).

Américo Castro (1885-1972).

Ya en sus regresos intermitentes a partir de 1966, y sobre todo cuando se estableció definitivamente en España, Alejandro Finisterre siguió demostrando esta vocación de “editor del exilio”, dando a conocer tanto la obra de quienes ya habían publicado antes de la guerra como la de la llamada segunda generación del exilio, como ponen de manifiesto su antología de la Poesía de Galicia contemporánea (de 1962, en la que incluye a Luisa Carnés, por ejemplo), el primer y único número de Compostela. Revista de Galicia (1967), la edición de  Pablo Picaso. Guernica  de Juan Larrea en coedición con Cuadernos para el Diálogo (1977), las antologías de León Felipe para Alianza Editorial en 1981 (Antología poética y Prosas) y Visor en 1983 (Puesto ya el pie en el estribo y otros poemas) o ya muy tardíamente su Del maltrato a León Felipe.

En los mismos diarios que Sanz Álvarez espiga, hay aún otra anotación (del 23 de febrero de 1971) vinculada a la colección Perspectivas Españolas, interesante porque nos da a conocer un intento maxaubiano que no llegó a publicarse.

Finisterre rehúsa publicar “Una cena en Madrd en 1969” [fragmento de La gallina ciega que finalmente se publicó en Cuadernos Americanos en el número de enero-febrero de 1971] en su colección Perspectivas Españolas aduciendo que no lo es. (Aunque él –dice– está de acuerdo conmigo…) ¿Desde cuándo la falta de perspectiva no es una perspectiva. Es de los que creen que todo tiene solución…

Apéndice

 Colección Perspectivas Españolas. Una colección completa fue donada en 2006 como parte del fondo de Finisterre al Gexel y puede consultarse en la Biblioteca d´Humanitats de la Universitat Autònoma de Barcelona.

1. Juan Marichal, El nuevo pensamiento político español, 1966. (148 pp.)

2. Pedro Albarca (seudónimo de José Ruiz Borau, más conocido por su seudónimo José Ramón Arana), Cartas a las nuevas generaciones españolas, 1968. (188 pp.)

3. Francisco Ayala, “España en la cultura germánica” y “España, a la fecha”, 1968. (138 pp.)

4. Manuel Andújar, Cartas son cartas, 1968. (146 pp.)

5. Mariano Granados, Los republicanos españoles y Gibraltar. La tragicomedia de Gibraltar, 1968. (282 pp.)

6. Américo Castro, De la España que aún no conocía, vol. 1, 1972. (278 pp.)

7. Amércio Castro. De La España que aún no conocía, vol 2, 1972. (276 pp.)

8. Américo Castro, De la España que aún no conocía, vol 3, 1972. (276 pp.)

9. Adolfo Pacual Leone, La República Española existe, España con honra, 1971. (86 pp.) Texto de la conferencia pronunciada el 6 de marzo de 1943 en el Centro Republicano Español. Apéndices: Facsímil de la dimisión de Azaña y transcripciones de última sesión de la Comisión Permanente del Congreso y de la  Reunión de las Cortes Españolas en México: palabras de Presidentes de México y de otras personalidades en defensa de la República española.

10. Manuel Duran, De Valle Inclán a León Felipe, 1974. (300 pp.)

11. Fernando Valera, Ni caudillo ni rey: república, 1974. (262 pp.) (3.000 ejemplares numerados)

Fuentes:

M.ª Paz Sanz Álvarez, “El pensamiento perdido: una empresa editorial de Max Aub”, en M.ª Teresa González de Garay Fernández y Juan Aguilera Sastre, eds., El exilio literario de 1939. Actas del Congreso Internacional celebrado en la Universidad de La Rioja del 2 al 5 de noviembre de 1999, pp. 93-110.

Francesc Bomní-Vilaseca, “Entrevista a Alejandro Finisterre”, Avui Edició Digital, 17 de junio de 2004.

Juan Escalona, “La imprenta peregrina: escritores y editores en México”, en Taifa, ním. 4 (otoño de 1997), pp. 239-252.

Juan Escalona, Editores del Exilio Republicano de 1939 (catálogo de la Exposición celebrada en la Universitat Autònoma de Barcelona en diciembre de 1999), Sant Cugat del Vallès, Associació d´Idees-Gexel, 1999.

Rosa María Pereda, “Entrevista a Alejandro Finisterre”, El País, 25 de mayo de 1976.

Xosé Manuel Pereiro, “La batalla final de Alejandro Finisterre”, El País, 29 de noviembre de 2006.

 


Tagged: Alejandro Finisterre, Américo Castro, León Felipe, Perspectivas Españolas

Ricard Giralt Miracle en Seix & Barral

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Aquí o allá, con mayor o menor énfasis, raro es el análisis de la obra de Ricard Giralt Miracle (1911-1994) que no otorga una gran importancia a sus primeros pasos como aprendiz en los talleres de Seix y Barral, andadura que inició con apenas quince años por mediación de su padre, el prestigioso dibujante litógrafo Francesc Giralt Ill (1873-1947). Nacida de la conjunción de la Tipolitografía Seix, regentada por Victorià Seix Miralta, y la Librería Barral de los hermanos Lluís i Carles Barral Nualart (cercana a la plaza de la Catedral de Barcelona), Industrias Gráficas Seix & Barral Hermanos había sido creada en 1911 con las impresiones litográficas como especialiad y muy pronto adquirió un notable prestigio en este campo. También algunas de sus ediciones tuvieron mucho éxito, como los pequeños teatrillos de cartón o las construcciones (Architektón, Scenions, Constructor, Mi Pueblo). En el campo del impreso fueron proveedores de mapas, ejercicios, figuras geométricas, etc. para los estudiantes de la época, destinatarios también de los libros que publicaban (libros de texto en las Ediciones Modelo, Compendio y Ediciones Económicas), aunque también se dedicaron a la publicidad y a la impresión de libros de otras empresas.

Catálogo de Seix & Barral de 1919.

El propio Ricard Giralt Miracle evocó las circunstancias en que desarrolló su aprendizaje en una interesantísima entrevista que le hizo Zeneide Sardà el mismo año en que murió. Así, tras consignar unos primeros tiempos copiando letra inglesa y romana, recuerda la decisiva intervención de Victorià Barral (director y propietario de la empresa) para que se iniciase en la sección de proyectos, con el poco lucido cometido de cambiar el agua de los pinceles a los profesionales y echar una mano aquí y allá. Pero no fue tiempo perdido, ni mucho menos:

Lo más enriquecedor de esta etapa fue el ambiente que se respiraba en aquella sección y las conversaciones que manteníamos los que en ella trabajábamos. En la sección de proyectos se encontraban los artistas de la casa: el alsaciano Franz Schuwer, que aportaba el profesionalismo de la famosa casa Draeger Frères […], Josep Narro, un ilustrador excepcional, y el pintor Joan Seix, siempre informado de los derroteros de la modernidad.

Arts et Metiers Graphiques (núm. del 15 de setiembre de 1932).

Además, en el taller no sólo tuvo acceso a dos revistas que le pusieron en contacto con las novedades del oficio y a las que sacaría mucho provecho (Arts et métiers graphiques y Gebrauchsgraphik), sino también a las improvisadas tertulias en que los profesionales comentaban y debatían informalmente cada uno de los ejemplares. Como complemento idóneo a todo ello, Giralt Miracle acudía a la Escola de Belles Arts de Barcelona (conocida como La Llotja) y al Cercle Artístic, donde entró en contacto con la luego célebre ilustradora Mercè Llimona (1914-1997), Josep Maria Mallol Suazo (1910-1986), que dejó abundante y notable obra como ilustrador de libros, Joan Palet (1911-1996), que luego trabajaría a menudo con el editor Josep Janés, Antoni Clavé (1913-2005), Pierrete Gargallo (n. 1922), y sobre todo con uno de los fundadores de la agrupación Les Arts i els Artistes, Francesc Labarta (1883-1963), a quien atribuye excepcionales dotes como pedagogo:

Enseñaba con el gracejo de un profesor renacentista. En sus clases impartía no sólo arte [composición decorativa], sino también humanidad, conocimiento, sensibilidad. Motivaba a los alumnos más allá de la asignatura. Fue un gran pintor y un gran profesor.

Francesc Labarta.

En 1929, con dieciocho años, Giralt Miracle recibe el impacto de la Exposición Universal de Barcelona, y sobre todo de los pabellones francés (Paul Colin) y alemán (Mies van der Rohe) y el interés por la arquitectura le llevaría al curso que en el Ateneu Enciclopèdic Popular dirigió Josep Lluis Sert (1902-1983) sobre arquitectura contemporánea. Sert le había puesto en contacto además con el grupo de la prestigiosísima revista D´Ací i d´Allà (dirigida por aquel entonces por Antoni López Llausàs i Carles Soldevila) y el Grup d´Artistes i Tècnics Catalans per al Progrés de l´Arquitectura Contemporània, y a través de ellos con la obra y la estética de Le Corbusier y el Bauhaus (“el inicio del concepto actual del arte”, según diría Giralt Miracle).

Cubierta del catálogo de “Omnibus y camiones” (1935) de la Hispano-Suiza.

Escribe Patricia Córdoba sobre aquellos años decisivos: “Giralt Miracle estaba en período formativo de asimilación y al mismo tiempo estaba labrándose, a conciencia, un camino propio”. De 1935 son algunos de sus primeros diseños publicitarios famosos (el colorido catálogo de la Hispano-Suiza o el de la Esmaltería Guipuzcoana, por ejemplo), pero ya desde 1932 venía ocupándose de los folletos de Año Nuevo de Seix & Barral –que “expresan, con total naturalidad la virtuosidad técnica del establecimiento, pero Giralt Miracle trató de ir un paso más allá y con gran ingenio le daría el mayor alcance gráfico posible”, en palabras de nuevo de Córdoba– en los que quizá pueda residir el origen remoto de la idea que, tras la guerra civil y su paso por campos de refugiados, le sirvió para darse a conocer cuando se independizó: las plaquetas no venales que editaba en Navidad con destino a amigos y clientes.

Ejemplo de plaqueta navideña de Giralt Miracle.

Se ha hecho célebre la comparación establecida por Giralt Miracle entre la composición floral de Oriente (el ikebana) y la tipografía, en una conferencia muy famosa (acaso más citada que leída) en la que expone muchas otras ideas de interés, en algunas de las cuales puede atisbarse incluso un cierto autorretrato:

Sin duda alguna, la tipografía de una época acusa, de forma vasta y profunda, su carácter y refleja las variaciones sensibles de ella. Como ocurre con cualquiera de las artes puras, aun dentro de un estilo o de un movimiento, el tipógrafo revela a unos ojos expertos su originalidad y carácter personales, del mismo modo que resulta posible descubrir rasgos individuales del escriba en textos manuscritos aparentemente semejantes.

Ricard Giralt Miracle.

En cualquier caso, si pueden detectarse influencias o modelos en la obra de Giralt Miracle, lo indudable es que tuvo una formación privilegiada, con un equilibrio muy fructífero entre práctica en un taller excepcional y teoría con los grandes maestros de su tiempo. En un hombre de su talento, eso era una bomba de relojería que tarde o temprano tenía que explotar, pero lo que truncó su evolución natural fue un estallido mucho más trágico, el de la guerra civil, que le llevaría al frente durante dos años.

Fuentes:

Patricia Córdoba, La modernidad tipográfica truncada, Valencia, Campgràfic, 2008.

Sergi Dòria, “El poeta de la tipografía“, Abc, 20 de diciembre de 2009.

Ricard Giralt Miracle, “La tipografía, un ikebana occidental”, en el Catálogo de la producción editorial barcelonesa, 1965-1966, Barcelona, Diputación de Barcelona, 1966, pp. 49-56. Manuel Llanas, L´edició a Catalunya: El segle XX (fins 1939), Barcelona, Gremi d´Editors de Catalunya, 2005.

Zeneide Sardà, Perfils (con prólogo de Jordi Sarsanedas), Barcelona, Publicacions de l´Abadia de Montserrat, 1999, pp. 87-96 (entrevista fechada en octubre 1994).

Andrés Trapiello, Imprenta Moderna. Tipografía y literatura en España, 1874-2005, Valencia, Campgràfic, 2006.


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El boom que no fue tal

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Pedro Shimose (Riberalta [Bolivia], 1940).

Entre mediada la década de 1960 y los primeros años de la siguiente, coincidiendo con lo que inicialmente fue visto como una relajación de la censura de libros (la Ley de Prensa de 1966, conocida como “Ley Fraga“) empezó a generarse en España la expectativa de que, una vez muerto el dictador Francisco Franco (1892-1975), podrían darse a la imprenta por fin en España una serie de obras valiosísimas y asombrosas que o bien llevaban años guardadas en un cajón, o bien se habían publicado fuera de la Península y apenas las conocían algunos afortunados con acceso a la trastienda de algunas librerías de izquierda, ciertos periodistas con buenos contactos en el extranjero o los editores y escritores más audaces que viajaban allende los Pirineos sabiendo lo que buscaban.

Cronológicamente, este período coincide con el boom de la literatura latinoamericana. Si bien suele señalarse 1962-1963 como el momento inicial (publicación en Seix Barral de La ciudad y los perros, acuerdo entre Carlos Barral y Joaquín Díez Canedo para importar los libros de Joaquín Mortiz, apertura de la filial del Fondo de Cultura Económica en Madrid, aparición de Rayuela, de Julio Cortázar, etc.), como ha escrito Jordi Gracia, “1966 es año ya de conciencia nítida de la magnitud de la narrativa hispanoamericana, y en esos años se publican novelas tan significativas y de tanto impacto como La casa verde, de Mario Vargas Llosa, y Cien años de soledad (que, publicada en Argentina por Sudamericana,  llega a España vía Edhasa).

Rafael Conte (1935-2009).

También en esos años se inicia un lento, lentísimo regreso de los republicanos españoles exiliados, a través de sus obras (inicialmente en revistas como Ínsula y Cuadernos para el Diálogo), hasta conformar lo que Rafael Conte llamó “la relativa moda de la novela del exilio”, que se pensaba que sería ”otro boom”. En 1963, José Ramón Marra-López, tras dos años de pugna con la censura, publica en la editorial Gredos el influyente estudio Narrativa española fuera de España (1939-1961); en 1964 Max Aub ve publicada y distribuida en España El zopilote y otros cuentos mexicanos, que aperece en la colección El Puente, junto a títulos de Corpus Barga, José Ferrater Mora, Gaziel y Esteban Salazar Chapela, entre otros, y los libros de los exiliados republicanos empiezan a asomar la cabeza en las librerías españolas con mayor asiduidad. Explica Rafael Conte:

 Cuando marché  París, en abril de 1970, la “operación retorno” de la literatura del exilio estaba funcionando bastante bien. Informaciones de las Artes y las Letras descubrió que era un filón intelectual para los jóvenes lectores, se hacía eco puntual de cada novedad recuperada, de cada publicación nueva sobre el tema –hubo muchas, entre otras las recuperaciones de Sender, Barea  y Andújar, aunque muchas bastante censuradas.

Esta “relativa moda” prosigue a trompicones a lo largo de la década de 1970, sustentada ya en 1969 en la concesión de los premios Águilas a Cecilia G. de Guilarte (por Cualquiera que os dé muerte, aparecida en Linosa ese mismo año) y el famosísimo Premio Planeta a Ramón J. Sender (por En la vida de Ignacio Morel), de quien en palabras de José Carlos Mainer se produce una “avalancha de títulos”, y a ello hay que añadir por ejemplo los viajes a España de Max Aub (1969), de José Bergamín (1970), de Rosa Chacel (1974), la publicación de los ensayos de Francisco Ayala y Américo Castro en diversas editoriales, etc.

En la década de 1980, el proyecto editorial más clara e inequívocamente vinculado a esa corriente es sin duda Memoria Rota. Exilios y Heterodoxias, dirigida por el filósofo Carlos Gurméndez para la Editorial Anthropos, que presenta sus objetivos del siguiente modo:

Recuperar la continuidad cultural de España y sus gentes, quebrada por la guerra civil y los distintos infortunios que la perpetuaron […] Uno de los aspectos más importante y extraordinario de este acontecimiento fue el exilio español que ha alumbrado e irradiado una nueva cultura sobre todo en América Latina […] Otro aspecto importante, y que también estudiará esta colección es sacar a la luz cuanto encierra el extraño fenómeno que se denomina “el exilio interior”, integrado por escritores, poetas, dramaturgos, a quienes por diferentes razones les fue negado y difundir sus obras. […] A través de las diversas obras se pretende recoger, indagar y sopesar el proyecto antropológico humano que durante tanto tiempo y sobre todo en este siglo, se fue fraguando en España, se quiso realizar en la República española y quedó enmudecido tras la guerra civil, como desaparecido en la conciencia y sociedad española.

 

Rafael Dieste (1889-1981)

Tras estrenarse con Tablas del naufragio. Las islas (1985), de Rafael Dieste (con prólogo de Gurméndez), la colección prosiguió su andadura con El pozo de la angustia (1985), de José Bergamín, Cistal herido (1985), de Manuel Andújar, No sé (1985), de Eusebio García Luengo, Notaría del tiempo (1985), de Ramón de Garciasol (Miguel Alonso Calvo), Cumbres de Extremadura (1986), de José Herrera Petere, Senderos, de María Zambrano, etc., en una sucesión que, como ya se advertía en la presentación, combinaba diversos géneros, así autores del exilio republicano de 1939 con algunos representantes de lo que a falta de mejor nombre se llamó “exilio interior”.

Otra iniciativa interesante en este mismo sentido es la colección creada en Plaza & Janés y dirigida por Pedro Shimose Biblioteca Letras del Exilio, que tiene una mirada incluso más abarcadora y que la sitúa con un pie en los rescoldos del boom de la literatura hispanoamericana y el otro en la “relativa moda” del exilio.

En este caso, el exilio de los autores es el nucleo vertebrador, ya sea como consecuencia del desenlace de la guerra civil española (Arturo Barea, Segundo Serra Poncela, Max Aub), ya sea tomado en un sentido amplio y lato que permitía incluir a autores de obras y trayectorias biográficas tan diversas e incluso dispares como Rómulo Gallegos, Augusto Roa Bastos, Guillermo Cabrera Infante, Reinaldo Arenas, Augusto Monterroso, Cristina Peri Rossi, Julio Cortázar…

No parece que el proyecto fuera un éxito absoluto, pues si bien empezó con muchísima fuerza, publicando casi un libro al mes, a la altura de 1986 llegaba a su fin. Son muy fácilmente reconocibles y recordables los libros de esta colección por sus portadas, que con el paso del tiempo hoy resultan como mínimo demodés.

Sin embargo, el hecho de que las obras de los escritores republicanos llegaran a las librerías españolas con tantísimo retraso tuvo unas consecuencias nefastas en el tipo de recepción lectora que tuvieron. En cuanto al estilo y las técnicas narrativas, se publicaban muchos textos que en su momento eran rompedores u originales pero que habían envejecido y resultaban un tanto anacrónicos; en cuanto al lenguaje, no fueron pocos los exiliados que, a partir de la lengua española tal como era en los años treinta (y que en España tuvo una evolución propia), incorporaron a su vocabulario muchos términos, expresiones o acepciones de los países de acogida, cosa que si por un lado podía facilitar la integración de su literatura, suponía un hándicap para su reintegración a la literatura española. Por no hablar siquiera de lo que eso supuso para la segunda generación de exiliados o para los escritores en lengua catalana, gallega o vasca.

Sin embargo, la paradoja es que la literatura escrita en el español de Cuba, Argentina o México sí logró una penetración profunda y entusiasta en la comunidad lectora peninsular, lo que pone de manifiesto que las enormes diferencias entre el “boom latinoamericano” y la “relativa moda del exilio” responden, evidentemente, a otros motivos.

 

La colección Biblioteca del Exilio (Plaza&Janés).

Rómulo Gallegos, Canaima, 1984.

Augusto Roa Bastos, Moriencia, 1984.

Ruben Bareiro Saguier, Ojo por diente, 1984.

Guillermo Cabrera Infante, Vista del amanecer en el trópico, 1984.

César Vallejo, El Tugsteno. Paco Yunque, 1984.

Carlos Alberto Montaner, Perromundo, 1985

Carlos Rojas, El asesino de César, 1985.

Renato Prada Oropeza, El último filo, 1985.

David Viñas, Los dueños de la tierra, 1985.

Juan Carlos Onetti, Juntacadáveres, 1985.

Daniel Moyano, El vuelo del tigre, 1985.

Cristina Peri Rossi, La tarde del dinosaurio, 1985.

Julio Cortázar, Textos políticos, 1985.

Plaza & Janés (Biblioteca Letras del Exilio), 1985.

Plaza & Janés (Biblioteca Letras del Exilio), 1985.

Antonio di Benedetto, El hacedor de silencio, 1985.

Max Aub, Jusep Torres Campalans, 1985 (cubierta de Carlos Killian).

Naelson Maura, El guardaespaldas, 1985.

Augusto Monterroso, Lo demás es silencio, 1986.

Segundo Serrano Poncela, La viña de Nabot, 1986. (presentación de Paco Tovar)

Reinaldo Arenas, Termina el desfile, 1986 (presentación de Jaume Pont).

Hilda Perera, Plantado, 1985. (presentación de Paco Tovar)

Mario Monteforte Toledo, Una manera de morir, 1986.

Juan Arcocha, La bala perdida, 1986.

Arturo Barea, Valor y miedo, 1986 (presentación de Jaume Pont).

 

Fuentes:

Rafael Conte, El pasado imperfecto, Madrid, Espasa (Hoy), 1998.

Joaquín Marco y Jordi Gracia, eds., La llegada de los bárbaros. La recepción de la literatura hispanoamericana en España, 1960-1981, Barcelona, Edhasa (El Puente), 2004.

Josep Mengual Català. “El puente que tendió Rafael Conte. Narraciones de la España desterrada”, Quimera núm. 252 enero de 2005), pp. 56-58.


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Nova, ejemplo de edición gallega en Buenos Aires

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La Editorial Nova nace en Buenos Aires en 1942 por iniciativa de Arturo Cuadrado Moure (1904-1998) y Luis Seoane (1910-1979), dos amigos gallegos con una larga experiencia en el mundo del libro. Surge asociada a la Imprenta López (de la calle Perú, 666), que por aquellos años se ocupaba también del grueso de las ediciones de la editorial Emecé, de donde procedían ambos.

Arturo Cuadrado había entrado en el mundo de la letra impresa asociado con Xohán Xesús González (1895-1936) mediante la fundación en 1927 de la barraca-librería Niké (en la compostelana rúa Calderería), especializada en literatura marxista y caracterizada por el hecho de que los clientes pagaban por cada libro lo que considerasen que éste valía. Punto de reunión de escritores y artistas que con el tiempo cobrarían importancia en la cultura gallega (Feliciano Rolán, Anxel Fole, Eugenio Granell, etc.), allí se inició Cuadrado en la edición de libros, así como, con Anxel Fole (1903-1986) y Luis Seoane (1910-1979), en la  revista de poesía Resol. Hojilla volandera del Pueblo (primera etapa: mayo de 1932-1936), que se distribuía gratuitamente por Santiago de Compostela. Durante la guerra amplió su experiencia en el mundo de la letra impresa con colaboraciones en diversas cabeceras (la barcelonesa Nova Galizia, El combatiente del Este) y con la publicación de su poemario Aviones (Valencia, Edicones Resol, 1937; muy raro).

Arturo Cuadrado

Por su parte, Seoane se había iniciado como ilustrador de revistas y libros en compañía de Cuadrado y se había dado a conocer en la galería Amigos del Arte de Santiago de Compostela, antes de exiliarse, vía Francia, a su natal Buenos Aires.

Desde el momento del reencuentro de Cuadrado y Seoane en Buenos Aires, se suceden las empresas conjuntas de estos dos activistas culturales. Cuando Mariano Medina del Río y Carlos Menéndez Braun fundan Emecé (1939), cuentan con Seoane y Cuadrado como directores de algunas colecciones (Dorna y Hórreo), además de diseñar Seoane muchísimas cubiertas e interiores de libros. En las páginas de la revista fundada por de Artruro Serrano Plaja y Lorenzo Varela De mar a mar (diciembre de 1942-junio de 1943) aparecen tanto ilustraciones de Seoane como textos de crítica literaria y artística de Arturo Cuadrado, aunque esta revista es recordada sobre todo por haber publicado en su numero inicial “De cómo vino al mundo Félix Muriel”, germen de la obra maestra que escribiría Rafael Dieste (1899-1981) a instancias precisamente de Luis Seoane. Con Lorenzo Varela (1916-1978) forman el trío fundador y director de Correo Literario (15 de noviembre de 1943- 1 de septiembre de 1945), donde coinciden las firmas de Picasso, Rafael Alberti, León Felipe, Arturo Souto y Rafael Dieste con las de Ernesto Sábato, Jorge Luis Borges o Pablo Neruda, entre otros muchos, y en cuyo número del 15 de agosto de 1944 publicará Julio Cortázar uno de sus primeros relatos (“Bruja”). Posteriormente aún crearían otros interesantes proyectos, como la prestigiosísima revista Cabalgata (1946-1948), para la que cuentan con el apoyo del editor catalán Joan Merli (1901-1995) y en la que publican por ejemplo a Gómez de la Serna, Alfonso Reyes, Corpus Barga y Américo Castro, o las exquisitas Ediciones Botella al Mar (creada en 1946 y donde en 1948 apareció la primera obra literaria de Seoane, Tres hojas de ruda y un ajo verde o las narraciones de un vagabundo, con prólogo de Varela; aún hoy sigue en activo con Alejandrina Devéscovi al mando) y Ediciones Hombre al Agua.

La editorial Nova nace cuando Seoane y Cuadrado abandonan al unísomo la editorial Emecé, y se inscribe en un proyecto amplio y compartido de divulgación de la cultura gallega que ya había tenido su primera expresión importante en las colecciones creadas en el seno de Emecé, y que progresivamente va abriéndose a un amplio espectro de la literatura hispánica, y particularmente argentina. Sin embargo, lo que caracteriza esta empresa, como casi todo lo que toca Seoane, y lo que al mismo tiempo le da un valor añadido que la distingue, es el cuidado puesto en el libro como objeto, la búsqueda de la belleza más allá del texto (sobrecubiertas ilustradas, maquetas esmeradas, viñetas decorativas, grabados, láminas…), y tratándose de un artista como Seoane suele encontrarla. De hecho, Nova constituye en cierto modo un cruce de caminos entre españoles e hispanoamericamos, pero también entre escritores y todo tipo de valiosos artistas gráficos (pintores, diseñadores, grabadores, etc.).

De izquierda a derecha, Isaac Díaz Pardo, Luis Seoane y Eduardo Blanco Amor en Buenos Aires.

Por otra parte, Nova sale a la luz con una estructura de colecciones muy meditada, que poco a poco va ampliándose para abarcar desde la poesía hasta el ensayo (Vida del Espíritu, con Keirkegaard, Heidegger y Husserl entre otros autores insignes; El Árbol de la Ciencia, La Marcha del Progreso, Imaginación, Biblioteca Histórica, Grandes Vidas, donde en 1947 apareció el volumen que el periodista y escritor español Clemente Cimorra dedicó a Galdós…).

La primera de las colecciones en aparecer es Pomba (que luego españolizó su nombre, Paloma), dirigida por Cuadrado, que tenía unas características formales que la hacían clara heredera de Dorna (dedicada a la poesía y a la narrativa y con una maqueta muy sobria y elegante). Como su predecesora, solía incluir ilustraciones de Seoane. Allí aparecen Aprendizaje de la soledad  (1943), del escritor y cineasta argentino Ulyses Petit de Murat (1907-1983), Versos de guerra y paz, (1945), del exiliado español Arturo Serrano Plaja (quien en 1943 había traducido a Balzac para Nova), Los peces turbados (1945), que Arturo Cuadrado firma como Venancio Viera, La cabellera oscura (1945), de la escritora uruguaya Clara Silva (1902-1976), precedido de un prólogo del crítico y editor Guillermo de Torre,  Maretazos (1945), del poeta santanderino Jesús Cancio, por entonces en cárceles franquistas, prologado por Cipriano de Rivas Cherif y reproducciones de cuadros originales de José Gutiérrez Solana, El viento en la bandera (1945), del escritor y crítico de arte argentino Cayetano Córova Iturburu, Anillo de sal (1946), del poeta argentino Vicente Barbieri (1903-1956), Playa sola 1946), el primer poemario del argentino Alberto Girri (1919-1991), precedido de un estudio introductorio de Lorenzo Varela…

 

En la colección Mar Dulce, dedicada muy principalmente a temas americanos, destaca la edición de Luis M. Beudizzone de El libro de los Mayas. Popol Vuh o el libro del consejo (1944), y se publican en ella, por ejemplo, Las Calaveras y Otros grabados (1943), del artista mexicano José Guadaluope Posada (1852-1913), creador de la muy célebre Catrina, Amazonia. Leyendas Nángatú (1943), Leyendas de Tucumán (1944), profusamente ilustradas por Seoane, Juan Moreira (1886) (1944), de Gutiérrez Podestá, Los caudillos del años veinte (1944), compendio de biografías seleccionadas por Emma Felce y León Benarós, El alejaidinho Antonio Francisco Lisboa (1944), del escritor brasileño Newton Freitas, Mates burilados. Arte vernacular peruano (1945), de José Sabogal, Pancho Fierro. Estampas del pintor peruano (1945), también de Sabogal, Garibaldi en América (1946), de Newton Freitas (1909-1996) o Fausto. Impresiones del gaucho Anastasio el Pollo en la representación de esta ópera (1946), de Estanislao del Campo (1834-1888) y prologado por Jorge Luis Borges… Pese a tratarse de libros de ilustradores o profusamente ilustrados, la colección (en un formato de 20 x 12) mantenía una identidad muy firme gracias a la encuadernación y al diseño de las sobrecubiertas obra de Seoane, que se cuentan entre sus mejores y más eficaces diseños para Nova y que dotaba a la colección de una imagen muy reconocible.

Otra colección muy destacable es Camino de Santiago, dirigida al alimón por Cuadrado y Seoane, que estaba destinada a los grandes temas y autores de la cultura gallega, y en ella aparecieron obras de Concepción Arenal (Cuadros de la guerra, 1943), Rodríguez del Padrón (una antología con ilustraciones de Manuel Colmeiro en 1943), Martín Sarmiento (Estudio sobre el origen y la formación de la lengua gallega, 1943), Jesús Rodríguez López (Supresticiones de Galicia y preocupaciones vulgares, 1943),  Manuel Murguía (Don Diego Gelmírez, 1943)…

Sin embargo, la primera edición de Historias e invenciones de Félix Muriel bastaría para reservar un lugar de honor a la colección Camino de Santiago y a Nova en la historia editorial. En el mítico café Tortoni se reunía en tertulia una amalgama de escritores y artistas gallegos y argentinos, entre ellos Seoane, Varela, Colmeiro, Julio Cortázar, Ernesto Sábato,  y también los médicos Xosé Núñez Búa, Gumersindo Sánchez Guisande, así como Rafael Dieste, que por aquel entonces era director editorial de la Editorial Atlántida. Luis Soane, que como se ha mencionado ya acababa de publicar a Dieste en De mar a mar en diciembre de 1942 “De cómo vino al mundo Félix Muriel”, y que en el seno de Emecé le había publicado la reedición del poemario Rojo farol amante (1940) para la colección Dorna, le solicitó algún libro de relatos que pudiera entregar en el plazo de tan sólo dos meses. Así lo contó la esposa de Dieste, Carmen Muñoz: “Necesitamos un libro tuyo para una colección de narraciones que vamos a iniciar. El plazo de entrega es de dos meses”. Pese a las risas que despertó entre los contertulios esta disparatada premura, de ello saldría, aquel mismo mes de junio, uno de los mejores libros de cuentos de la literatura española como quinto número de la colección, con once dibujos a toda página de Luis Seoane.

 

El proceso de creación fue bastante singular, además, pues al término de su jornada laboral en Atlántida Dieste dictaba a su esposa el relato que leería el sábado en el Tortoni, y progresivamente el libro fue completándose. Acaso por la cercanía de la publicación en la revista, esta primera edición no incorporó el relato germinal (“De cómo vino al mundo Félix Muriel”), como tampoco lo hizo la de Alianza de 1974, sino que lo incorporó al libro por primera vez Estelle Irizarry en su edición para Cátedra.

Siempre de izquierda a derecha: de pie, el científico y escritor Xosé Otero Espasandín (1900-1987), Rafael Dieste, el doctor Antonio Baltar y Luis Seoane; sentadas, Mireya Dieste, Carmen Muñoz y Maruxa Fernández. Buenos Aires, 1943. Fotografía procedente de la publicación galleguista A Nosa Terra.

El profesor Juan Rodríguez escribió acerca de la rocambolesca historia de esa primera edición del libro:

Ilustrado por el propio Seoane, fue

Rafael Dieste.

generosamente reseñado por los compañeros de exilio republicano y prácticamente ignorado por la crítica argentina; tan solo a partir de su publicación en España fue ampliamente reconocido como una de las obras maestras de la literatura en lengua española del siglo XX.

 

Fuentes:

Daniel Domínguez, “Un maravillado mirar”, Escuela de los domingos, 18 de septiembre de 2011.

Daniel Domínguez, “Cuando fuimos Félix Muriel”, Escuela de los domingos, 15 de octubre de 2011.

Noemí de Haro García, Grabadores contra el franquismo, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2010.

Estelle Irizarry

Estelle Irizarry, Introducción a Rafael Dieste, Historias e invenciones de Félix Muriel, Madrid, Cátedra (Letras Hispánicas 233), 1985.

Antonio Lago Carvallo y Nicanor Gómez Villegas, eds., Un viaje de ida y vuelta. La edición española e iberoamericana. (1936-1975), Madrid, Siruela (El Ojo del Tiempo 9), 2006.

César Antonio Molina, Medio siglo de prensa literaria española (1900-1950), Madrid, Ediciones Endymion (Textos Universitarios), 1990.

Juan Rodríguez, “Historias e invenciones de Félix Muriel, de Rafael Dieste”, Quimera, 252 (enero de 2005), pp. 35-37.

Salvador Rodríguez, “Los gallegos del boom. Artistas e intelectuales de Galicia tuvieron un papel decisivo en la eclosión literaria latinoamericana“, Grupo Li Po, 21 de marzo de 2013.

Graciana Vázquez Villanueva, “Política de Lectura y política editorial como programa político de los republicanos españoles en Buenos Aires (1936-1950). El caso de Luis Seoane”.


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El diseñador Mauricio Amster en España

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Amster en 1937.

Amster en 1937.

Polonia, años veinte. Continuadora en cierto modo de la revista Zdrój creada por un grupo de expresionistas, nace la revista futurista GGA, donde destacan los textos del artista ruso El Lisitski (Lazar Markovich Lisitski, 1890-1941). Pocos años después Henryk Berlewi (1894-1967), Aleksander Wat (Aleksander Chwat (1900-1967) y Stanislaw Brucz (1899-1978) fundan la innovadora agencia publicitaria Rklama Mechano, generadora de una importante renovación del grafismo en Polonia, paralela a la de la llamada Escuela Rusa (Rodchenko, Malevich).

En este ambiente burbujeante creció Mauricio Amster (1907-1980), antes de trasladarse a Viena para cursar estudios de Bellas Artes, que abandonó para ingresar en la Academia de Artes Aplicadas de Reinmann de Berlín. Alemania era por entonces el punto de confluencia de las mayores innovaciones estéticas y de las novedosas ediciones de Cranach Presse, Carls Kringspor, Insel Verlag o la Bremer Press, por poner los ejemplos más conocidos.

Der Tod des Tizian, de Hugo von Hofmannsthal, en edición de Instel Verlag (1930).

En 1928 o 1930, en respuesta a una propuesta del diseñador también polaco y formado en Alemania Mariano Rawicz (1908-1974), Amster se traslada a Madrid, donde su amigo se estaba haciendo un nombre tanto en el ámbito de la publicidad como en el de las ediciones de la llamada literatura de avanzada a la que había dado carta de naturaleza José Díaz Fernández al publicar El nuevo romanticismo (Zeus, 1930). Ediciones Hoy, Ulises, Dédalo fueron algunas de las empresas en las que había empezado a colaborar, a las que añadiría posteriormente Cénit, entre otras.

Uno de los primeros trabajos de Amster en España, El poema del cante jondo de Lorca, para Ulises (con la firma bajo el logo).

Amster, sin embargo, no se limitó a crear portadas para este tipo de libros. Escribe Andrés Trapiello:

en muy pocos meses Amster empezó a trabajar a destajo, y así, en los años de la República se empleó para las Ediciones Ulises, Dédalo, Zeus, Ediciones Hoy, Renacimiento, Ediciones Oriente.

Si algo caracterizó a Amster en la década de 1930 fue la versatilidad, lo que le permitió buscar siempre el diseño más adecuado para cada obra, sin traicionar sin embargo su espíritu innovador.

Cubierta con fotografía para Una mujer en su ventana, de Drieu la Rochelle, en Ulises (1931).

Así, si por un lado colaboraba con las editoriales inequívocamente izquierdistas que estaban popularizando una literatura muy próxima al realismo socialista, por otro podía hacerse cargo del diseño de una revista como Catolicismo, de la Academia Fines y destinada a los misioneros, pese a ser él de origen judío, y desarrollar en sus páginas una interesante exploración de las posibilidades y los límites del fotomontaje y la ilustración (como haría también en periódicos como el Diablo Mundo de Corpus Barga), entre 1933 y 1936. O también colaborar con las ediciones de la elegante y elitista Revista de Occidente, y en particular en una colección como Libros del Siglo XIX, donde mediante el empleo de tipografías inglesas clásicas, orlas y filetes ondulados imitaba las características formales de las ediciones decimonónicas españolas.

Aun así, sus trabajos más ampliamente celebrados van de la mano de la literatura de avanzada, que, tal como explican Sergi Freixes y Jordi Garriga:

no sólo supo hacer partícipe del pensamiento más adelantado y revolucionario a la masa popular, sino que además la habituó a las vanguardias europeas más rompedoras en el ámbito de lo que hoy definimos como diseño gráfico.

De nuevo son editoriales como Hoy, Ulises, Fénix (donde se ocupa de las colecciones Biografías Populares y Vida Nueva), Cénit (donde colabora entre otras en la colección de Cuentos Para Niños), las que más ocupan mayoritariamente su tiempo, pero también otras bien distintas, como Espasa Calpe.

Portada a cuatro manos Amster-Rawicz para Ediciones Hoy.

Patricia Córdoba ha sintetizado bien los elementos fundamentales de las portadas de estos libros en rústica, a menudo maquetados (diagramados) sin ninguna gracia, impresos muy deficientemente sobre un papel deleznable:

Amster, en sus cubiertas de libros, trabajó principalmente con la ilustración manual, fuese esta solo con letras, fuese combinando imágenes con letras. Las cubiertas de letras eran estilísticamente variadas, y una muestra palpable del alto grado de experimentación con el que desarrollaba su trabajo. Al tomar la letra como base para la composición, Amster se diferenciaba de otros artistas contemporáneos que trabajaban para las editoriales de avanzada.

Portadas caligrafiadas, fotomontajes, dibujos (incluso a lápiz), con tipografía… Amster tocaba muchos palos y lo hacía con ingenio e inventiva, por lo que es lógico que al estallar la guerra civil española desempeñara en su campo un papel muy importante entre los artistas del bando republicano.

Cubierta de Amster para la colección Vida Nueva (Fénix).

Del período bélico es por ejemplo la portada para El labrador de más aire, de Miguel Hernández, pero además se prodigó como cartelista, y si antes había hecho cubiertas a cuatro manos con su buen amigo Mariano Rawicz, durante la guerra trabaja con el gran artista valenciano Josep Renau (1907-1982) en el diseño de 7 de Octubre: una nueva vida en el campo (1937), pero el diseño que más fama le reporta en este período (al margen de su intervención en el traslado de las obras del Museo del Prado amenazadas por los bombardeos) es la Cartilla Escolar Antifascista.

Interior de la Cartilla Escolar Antifascista.

Desde 1937 Amster era director de Publicaciones del Ministerio de Instrucción Pública, cargo que no desempeñó como un burócrata, sino que continuó trabajando sin descanso, creando carteles, folletos, publicaciones periódicas, todo tipo de impresos y esa maravilla destinada a los jóvenes.

Cartel diseñado por Amster durante la guerra (1937), con fotografías de Walter Reuter (1906-2005).

Como tantos otros artistas e intelectuales españoles afines a la República que sobrevivieron a la guerra, Amster conoció a su término la dureza de los campos de refugiados en el sur de Francia, pero consiguió llegar a París y embarcar en el Winnipeg, el barco fletado por el gobierno chileno a instancias de Pablo Neruda con destino a Chile y en el que también embarcó, entre otros dos mil republicanos españoles, el dramaturgo José Ricardo Morales (n. 1915).

Perteneciente a una pléyade de renovadores atentos a las novedades que llegaban de Centroeuropa y la URSS y que integraban o fusionaban su estética con la de la literatura a cuyo servicio ponían su obra (Renau, Evarist Mora, Ramón Puyol o Helios Gómez serían sólo algunos ejemplos destacados), a la vista de todo ello no parecen exageradas las palabras que le dedica Andrés Trapiello a la importancia de Amster en los años treinta: “Debemos entender la labor de Amster como portadista en los años treinta, sin lugar a dudas la más relevante, regular y notable de ese tiempo”.

Fuentes:

Patricia Córdoba, La modernidad tipográfica truncada, Valencia, Campgràfic, 2008.

Amster.

Sergi Freixes Castrelo y Jordi Garriga Mas, Libros prohibidos. Vanguardia editorial desde principios del siglo XX hasta la guerra civil. Colección Sergi Freixes (con prólogo de Enric Satué), Barcelona, Viena Ediciones, 2006.

Galderich, “Cobertes republicanes (1931-1939). La revolució de la epidermis dels llibres“, Piscolabis & Librorum, 24 de octubre de 2011.

Raquel Sánchez García, “Diversas formas para nuevos públicos”,  en Jesús A. Martínez Martín, dir., Historia de la Edición en España (1836-1936), Madrid, Marcial Pons (Historia), pp. 241-268.

Andrés Trapiello, Imprenta moderna. Tipografía y literatura en España, 1874-2005, Valencia, Campgràfic, 2006.


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El diseñador Mauricio Amster en Chile

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A la librería Catalonia de Santiago de Chile.

Mauricio Amster (1907-1980) llega a Valparaíso (Chile) acompañado de su esposa Adina Amenedo (1916-2008) con el contingente de republicanos españoles embarcados en el Winnipeg, después de pasar una breve etapa en Francia. A su llegada, con una más que notable experiencia como diseñador de portadas en España, empieza casi de inmediato a trabajar en el nuevo país de acogida. Es más, durante el largo trayecto en barco los pasajeros pudieron leer algunos de los 2.000 ejemplares del folleto informativo Chile os acoge, cuyo diseño era obra de Amster.

Chile os acoge (1939)

Se trataba de un impreso de doce páginas, con seis fotografías,  en el que se ofrecía un apretado resumen que proporciona nociones generales acerca de diversos aspectos históricos, geográficos, económicos y referentes al régimen político (incluía incluso algunos artículos de la Constitución) del país al que viajaba el nutrido contingente de refugiados, entre los que se encontraban personalidades importantes como la ilustradora y grabadora Roser Bru (Barcelona, 1923), el historiador Leopoldo Castedo (1915-1999),  el dramaturgo José Ricardo Morales (Málaga, 1915), el pintor José Balmes (Montesquiu, 9127)… Se cerraba el mencionado folleto en la página 11 con un texto del propio Pablo Neruda, artífice de la organización del viaje, en el que les daba oficialmente la bienvenida a su nueva casa.

Imagen del Winnipeg tomada a su llegada a Valparaíso el 3 de septiembre de 1939.

A su llegada a la estación Mapocho de Santiago de Chile, debió de sorprender a Mauricio Amster ver, entre los numerosísimos carteles con que los chilenos saludaban a los republicanos españoles, uno en el que rezaba: “Mauricio Amster: Presentarse en la revista Qué Hubo [en la semana]”.

Luis Enrique Délano (1907-1985).

Al día siguiente empezaba a trabajar en este semanario, que encabezaban Luis Enrique Délano (1907-1985) como director, y el escritor Volodia Teitelboim (Valentín Teitelboim Volosky, 1916-2008), una publicación de información general que apenas superó el año de vida. Pero además no tarda en poder volver a su intenso ritmo de trabajo, que llegará a materializarse en hasta tres y cuatro portadas diarias, cuando el escritor y crítico literarios español José Maria Souviron lo recluta en 1940 como director artístico de la editorial Zig-Zag, que por aquellos años estaba experimentando una de sus épocas de esplendor y para la que, en opinión de Andrés Trapiello, “realizó seguramente lo mejor de su carrera”. Curiosamente, uno de los numerosísimos diseños que Amster hará en esos años para Zig-Zag (1940-1948) será el de Viejos relatos (1940), de Délano.

 

 

A esta tarea añade Amster, el mismo año 1940, la participación en la editorial Cruz del Sur creada por Arturo Soria (que nació y murió en los mismos años en que lo hizo Amster), en la que hizo algunas ediciones muy cuidadas en el aspecto formal y en algunos casos recurre como modelo –como por entonces hacía también Manuel Altolaguirre–, a tipografía tradicional española de los siglos XVI y XVII. Son años en los que Amster explora también el terreno de los libros artesanales para bibliófilos, que a menudo encuaderna su esposa Adina, quien había conocido a Amster en Barcelona cuando ambos trabajaban, en el Ministerio de Instrucción Pública, y quien explicó que “como Mauricio tenía un buen empleo no era necesario que yo trabajara, pero para hacer algo, decidí estudiar encuadernación en la Escuela de Artes Aplicadas. Así pude encuadernar algunas ediciones más adelante”. Por ejemplo, una edición de 110 ejemplares del Manifiesto comunista de Marx y Engels, en traducción del propio Amster, aparecida en 1948.

Portada de Amster par Dulce Patria, de Pablo Neruda (Editorial del Pacífico, 1949)

Patricia Córdoba ha señalado la continuidad del trabajo creativo de Amster al comentar las cubiertas “para libros de orientación izquierdista”, así como su trabajo como cartelista durante la guerra civil: “la fidelidad al tipo Futura de las letras dibujadas es tabn intensa que nadie pondría en duda su semejanza con los de plomo. Estas cubiertas anticipan la clase de trabajo que a Amster desarrollaría después en Chile” Y en un tono distinto, también Trapiello ha señalado esa continuidad o transición:

Las nuevas portadas estaban, desde luego, apoyadas siempre en la importancia de la tipografía, pero desaparecieron u ocuparon un segundo lugar las familias de palo seco, proletarias y duras, para dar paso a letras de corte romántico, inglesas, normandas y españolas chupadas, orlas, adornos, viñetas, corondeles. Tras la Deshumanización del Arte (y la letra Futura quería materializar tal deshumanización) la rehumanización de los sueños.

En 1944 se integraba ya Amster como director editorial y gerente de Babel. Revista de Arte y Crítica, que dirgía Enrique Espinoza (Samuel Glusberg,1898-1987), en una etapa en que formaron también parte del equipo editorial Luis Franco, Laín Díez, José Santos González Vera, Ernesto Montenegro y Manuel Rojas. Babel dio a conocer o divulgó en Chile la obra de ensayistas tan importantes como Albert Camus, Thomas Mann, Gabriela Mistral, Hannah Arendt o Ciro Alegría. Y bajo el amparo de Babel nacen las Colecciones del Olivar, donde Amster deja su impronta en portadas como las de los clásicos de la literatura española Coplas por la muerte de su padre, de Jorge Manrique, los Proverbios morales del rabí Sem Tob o El licenciado Vidriera de Cervantes.

Cabecera de Babel

A finales de los años cuarenta, Amster es ya sin ninguna duda un punto de referencia en el diseño chileno, así que no es de extrañar que la poderosa Editorial Universitaria le proponga hacerse cargo de su departamento artístico (labor que llevará a cabo a lo largo de los siguientes treinta años), lo que no le impedirá colaborar con otras muchas editoriales: Editorial Jurídica (donde diseñó su celebrada Historia del arte en el Reino de Chile), Andrés Bello, la Biblioteca Nacional (donde con Guillermo Feliu Cruz concibe los dos volúmenes de Impresos chilenos, 1776-1818) o la  Editorial del Pacífico.

Paralelamente, mediante su tarea como cofundador de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile (donde fue profesor titular de técnicas gráficas), y sobre todo como autor de libros de referencia tales como Técnica Gráfica. Evolución, procedimientos y aplicaciones (Editorial Universitaria, 1954) o Normas de Composición; Guía para Autores, Editores, Correctores y Tipógrafos (Editorial Universitaria, 1969), y en la Sociedad de Bibliófilos de Chile, Mauricio Amster creó las condiciones necesarias para que su aprendizaje y su labor innovadora no desaparecieran con él, sino que constituyeran un legado para las nuevas generaciones de diseñadores del país que le acogió generosamente al término de la guerra civil española.

Exlibris del matrimonio Amster

Fuentes:

Página anónima, exhaustiva y excelente,  dedicada a Mauricio Amtser en Memoria Chilena.

José Manuel Allars, “Mauricio Amster, tipógrafo”, AQR, 49 (diciembre de 2001).

Patricia Córdoba, La modernidad tipográfica truncada, Valencia, Campgràfic, 2008.

Denisse Espinoza, “Las vueltas políticas de Mauricio Amster, el diseñador que reinventó la gráfica local”,  La Tercera, 28 de enero de 2012.

Tejeda, Juan Guillermo Tejeda, “Mauricio Amster” en Diccionario crítico del diseño, Barcelona, Paidós, 2006.

Juan Guillermo Tejeda, “La visualización gráfica de Chile. Desde Alonso Ovalle hasta Mauricio Amster”, Chile Gráfico, n. 50 (julio de 2009).

Andrés Trapiello, Imprenta Moderna. Tipografía y literatura en España, 1874-2005, Valencia, Campràfic, 2006.

 

Amster calificado como “diseñador estrella de Chile” con motivo de su centenario en 207.


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Benito, Leonardo y Ulises Milla y la Editorial Alfa.

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Jorge Carrión recuerda en su deslumbrante Librerías (Anagrama, 2013) la insigne estirpe de libreros y editores Milla, y la inscribe en el ámbito de las migraciones que “construyeron una cultura cuyo mapa arterial [Roberto] Bolaño dibujó con trazos desgarrados”.

Benito Milla Navarro (1918-1987).

Resulta muy impresionante comprobar la cantidad de publicaciones periódicas (de títulos inequívocos) en que puede encontrarse la firma del iniciador de esa dinastía, el alicantino Benito Milla (1918-1987): Ruta, Acción Directa, Cenit, Hora de Poesía, Nueva Senda, Solidaridad Obrera, Tierra y Libertad, Umbral, Cuadernos Internacionales, Deslinde, Temas, Marcha, Acción

El primer chute de tinta se lo inoculó Benito Milla probablemente en 1938, cuando en plena guerra civil española se convirtió con veinte años en director de Ruta, el semanario de las Juventudes Libertarias, en las que militaba desde los años treinta (tras establecerse en Barcelona) y de las que fue secretario. Durante los primeros compases de la guerra había luchado en el frente de Aragón, encuadrado en la mítica columna Durruti, y como tal ya había colaborado en el efímero periódico El Frente, y a partir de ese momento su arma de combate fue sobre todo el papel impreso.

Al término de la guerra española se exilió en Francia (que no tardaría en verse inmersa en la segunda guerra mundial), donde a lo largo de la década de 1940, sin abandonar la dirección de Ruta en sus sucesivos traslados, se mantuvo firme en la actividad política (intervino en los intentos de reconstrucción de la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias y en su congreso fundacional, en abril de 1945, fue elegido secretario general, cargo que abandonó en el segundo congreso, en marzo de 1946, para hacerse cargo de la Secretaría de Relaciones).

 

Juntacadáveres (Alfa, 1964)

Al poco tiempo de establecerse en Montevideo (1951) empieza a vender libros en una modesta parada en la Plaza Libertad, pero este intelectual de formación autodidacta no tarda en convertirse en un activista editorial de primer orden como colaborador del semanario Marcha y del periódico Acción, como promotor de las publicaciones de la Unesco, como divulgador de libros españoles mediante la creación de la Distribuidora Dilae (1954) y, sobre todo, como fundador y director de las revistas Cuadernos Internacionales, Deslindes y Temas, en cuyas páginas aparecen firmas tan ilustres como las de Herbert Read, René Char, Albert Camus, Jean Bloch, Mario Benedetti, Ernesto Sabato, Emir Rodríguez Monegal, Octavio Paz, Juan Goytisolo, Carlos Barral, Ángel Valente, Nicolás Sánchez-Albornoz, Guillermo de Torre, Ramón J. Sender…

Contra los puentes levadizos (Montevideo, Alfa, 1966).

Aun así, la gran obra de Benito Milla fue sin duda la creación de la benemérita Editorial Alfa, que cuenta entre sus logros más brillantes el descubrimiento a lo grande de Mario Benedetti (1920-2009), a quien debió de conocer en la redacción de Marcha y a quien ya en 1959 publicó los cuentos de Montevideanos y en los años sucesivos la novela La tregua (1960), Poemas del hoyporhoy (1961), Literatura uruguaya. Siglo XX (1963), Gracias por el fuego (1965), Contra los puentes levadizos (1966), Sobre artes y oficios (1968), etc. A ellos deben añadirse la publicación de  La cara de la desgracia (1960) y Juntacadáveres (1965), de Juan Carlos Onetti, La casa inundada (1960), de Felisberto Hernández, y obras de Eduardo Galeano, Cristina Peri Rossi, Carlos Martínez Moreno y los exiliados españoles José Carmona Blanco, Eduardo Contreras, así como ensayos de quien fuera referente del anarquismo español José Peirats.

Benito Milla y José Peirats en Francia en 1965.

Si hasta ese momento en Montevideo abundaban las revistas más o menos literarias pero escaseaban en cambio las editoriales de libros, en esos años (entre mediada la década de 1950 y el fin de la siguiente), el panorama editorial uruguayo estaba experimentando una etapa de florecimiento, alentado en buena medida por la línea de créditos a empresas de este sector que por iniciativa de Carlos Maggi había puesto en marcha el Banco República en 1955 y que, además de propiciar la creación de sellos históricos de vida azarosa como Asir, Arca o Banda Oriental, apuntaló el proyecto más ambicioso que hasta entonces había puesto en pie Benito Milla.

Leonardo Milla (1941-2008).

Cuando Milla se trasladó a Caracas para, en colaboración con Simón Alberto Consalvi y a instancias del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes de Venezuela, crear la importantísima Monte Ávila Editores, la Editorial Alfa quedó en manos de su por entonces ya experimentado hijo Leonardo (nacido en Marsella en 1941 y fallecido en 2008), a quien, como a su padre, la coyuntura política llevó fugazmente en 1974 a Buenos Aires y posteriormente (en 1977) a establecerse en Caracas. Fue Leonardo Milla quien en los años ochenta convirtió la Editorial Alfa en el Grupo Alfa, con una extensa red de librerías con dos sedes de Ludens y tres de Alejandría 332 a.C.

Mientras tanto, su padre hacía crecer Monte Ávila para, ya en los años ochenta, regresar a España y participar en una de las empresas culturales más curiosas e interesantes de la Transición española, la barcelonesa Editorial Laia, que reunió a una pléyade extraordinaria de colaboradores y cuyo rocambolesca desaparición merece un estudio pormenorizado que no me consta que se haya llevado a cabo.

Homenaje Benito Milla (en el centro) en Montevideo en 1962. Puede reconocerse, no sin dificultad, a los escritores Ángel Rama, Carlos Martínez Moreno, Ricardo Latchman, Felisberto Hernández, Emir Rodríguez Monegal, Clara Silva y Saúl Ibargoyen.

Tras la prematura muerte de Leonardo Milla, fue su hijo Ulises (n. 1963)  quien, tras quince años desempeñándose como diseñador gráfico, decidió ponerse al frente del Grupo Alfa y, además de incorporar a su prima Carolina Saravia como directora editorial adjunta, impulsó, entre otras iniciativas, Puntocero, un sello de ensayo y narrativa que desde Venezuela se extendió rápidamente a Colombia, Argentina, Ecuador, Uruguay…

 

Ulises Milla Lacurcua (n. 1963).

Hay un dicho malicioso según el cual la primera generación de una familia crea la empresa, la segunda la hace crecer y la tercera despilfarra los beneficios y la arruina, pero la estirpe de los Milla, zarandeada por las convulsiones políticas de signo autoritario de todo el siglo XX , no parece en absoluto responder a ese tópico, y la explicación de ello en buena medida la dio Ulises Milla: “si tienes una familia donde prevalece el respeto, y trasladas esa filosofía de vida al ámbito de tu empresa, logras equipos de trabajo sólidos, comprometidos y con un sano sentido de la convivencia”.

Los anarquistas en la crisis política española (Buenos Aires, Alfa, 1964).

Si en el mencionado Librerías Jorge Carrión recoge la anécdota según la cual Ulises Milla no desayunaba hasta que se vendía el primer libro del día, su padre Leonardo a su vez dejó un testimonio igualmente significativo sobre el ejemplo que había recibido de Benito Milla:

Mientras yo vendía libros, él hacía una revista donde colaboraban firmas de la talla de Albert Camus y Octavio Paz […] Nunca tuve una bicicleta gracias a que él utilizaba todos los fondos para fines editoriales, donde el retorno del dinero es a largo plazo. Pero su visión de la cultura, de la sociedad y de la política me dejó marcado de por vida.

Días tranquilos en Clichy, de Henry Miller (Montevideo, Alfa, 1971).

Parece evidente que esa visión fue transmitiéndose por vía paterna y, afortunadamente, sigue vigente. Y si Benito Milla destacó sobre todo por su sostenido apoyo tanto a la poesía (en 1963 fue miembro del jurado que otorgó el Grand Prix International de Poésie a Octavio Paz) como a la literatura de ideas, Leonardo Milla subrayó la importancia social y cultural que ambos concedían al ensayo, un género con fama de venta difícil:

El país [se refiere a Venezuela] ha empezado a revisarse política, intelectual y artísticamente. En esa zona de la creación los libros tiene preeminencia, son el vehículo perfecto para la transmisión de las ideas; por supuesto, existen los periódicos y las revistas, pero el volumen del libro permite al autor, mediante el ensayo, establecer un análisis más depurado.

Valga como colofón una acertada observación de Benito Milla en una Ponencia presentada en el Coloquio del Libro celebrado en Caracas en julio 1972 y reproducida en el número 14 de la revista Zona Franca, correspondiente a agosto de ese mismo año y que, si bien alude sin duda al llamado “boom” de la literatura hispanoamericana, añade un matiz importante sobre esa “visión”:

 No se puede pagar la publicidad para un producto que no es de circulación masiva […] cuando un libro se conoce más allá del ámbito normal de los lectores es, casi siempre, por razones extraliterarias.

 

Viviendo, de Cristina Peri Rossi (Montevideo, Alfa, 1963).

Fuentes:

Web de Editorial Alfa.

AMHG, “Se cerró el último libro para el editor  Leonardo Milla”, El Universal, 23 de febrero de 2008.

Anónimo, “Benito Milla”, El País, 9 de marzo de 1977.

Jorge Carrión, Librerías, Barcelona, Anagrama, 2013.

José Gabriel Lagos, “El alfa y el omega”, La diaria, 17 de junio de 2010.

Ángel Rama, La crítica de la cultura en América Latina (selección y prólogos de Saúl Sosnowski y Tomás Eloy Martínez), Biblioteca Ayacucho 119, Caracas, 1972.

Alida Vergara Jurado, “Editorial Alfa. La familia que hace libros”, Gerente, 28 de octubre de 2013.


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Bennett Cerf y la época dorada de Random House

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Todos fuimos muy honrados, y cuando la gente es así la cosa funciona para todos.

Bennett Cerff, Llamémosla Random House.

Bennett Cerf (1898-1971)

En los libros de memorias de los grandes editores, en particular de los estadounidenses, es común encontrar, entre otras cosas, retratos de autores importantes realizados a partir de alguna anécdota significativa, una línea argumental acerca de la evolución del mundo editorial, consideraciones sobre el oficio de editar textos y notas más o menos cómicas tras las que se adivinan una serie de juergas, excesos o jolgorios más o menos notables.  Llama la atención, por ejemplo, que en Egos revueltos, de Juan Cruz, los jolgorios sean tan abrumadoramente numerosos en comparación con el relato (apenas existente) sobre cómo se editó tal o cuál libro, qué sugerencias de mejora se hicieron al autor antes de publicar un libro y si los aceptó o no, qué autores requerían un mayor y más profundo trabajo de mesa y cuáles no. Quizá se debe a que el libro de Juan Cruz no es en sentido estricto un libro de memorias, pero su libro acaso puede transmitir una imagen del oficio de editar como propia de diletantes y gente de mal vivir que casi nunca se corresponde con la realidad.

Libros memorialísticos tan distintos como Editar la vida (Debate, 205), de Michael Korda, La industria del libro (Anagrama 2001), de Jason Epstein, o Llamémosla Random House (Trama Editorial, 2013), de Bennett Cerf, por poner sólo  algunos ejemplos muy conocidos, logran un equilibrio notable al conjugar esos diversos aspectos antes señalados.

Bennett Cerf, portada de la revista Time.

Particularmente notable y asombroso es el caso de las memorias de Cerf, sobre todo por el insólito modo en que se generó ese libro. Tal como cuenta Christopher Cerf en la introducción, su padre llevaba bastante tiempo trabajando en ese texto:

Por desgracia, a papá, fallecido de un ataque al corazón en 1971, la muerte le negó la oportunidad de acabar de reunir y pulir unas memorias en las que venía trabajando desde finales de los años sesenta.

Sin embargo, y como no podía ser de otra manera, un personaje legendario como Cerf tuvo como editor (póstumo) a otro de los grandes, Albert Erskine (1912-1993), quien, en palabras de nuevo de Christopher Cerf:

Con brillantez montó este libro con las notas, las libretas, apuntes y diarios de mi padre, y de la historia oral que había grabado para la Universidad de Columbia; cada detalle del carácter profusamente rico de mi padre queda reflejado en este libro.

Albert Erskine.

El material original, tal como se cuenta en la nota de los editores, fueron más de mil páginas con las transcripciones de las entrevistas de Columbia mencionadas, y como se explica en la misma nota, “Cuando encontramos piezas que escribió hace tiempo, cuyo contenido es superior a su tratamiento de los mismos hechos de viva voz, los incluimos en el lugar adecuado”.

Desde luego, este monumental y minucioso trabajo de cotejo, montaje y pulido valió la pena, pues el resultado es uno de los libros de referencia acerca de la época dorada de la edición estadounidense, en la que Cerf desempeñó un papel protagonista.

Horace Liveright

Tras unos inicios en el periodismo y como agente de Bolsa, la vocación de Bennett Cerf  (1898-1971) le llevó a entrar en la empresa creada por Albert  Boni y Horace Liveright (cuando el primero de ellos ya la había abandonado), y como él mismo explica de allí tomó algunos modos de trabajo que luego aplicaría en la empresa que fundaría con Donald Klopfer (1902-1986), Random House:

Horace me enseñó algo en esas reuniones [informales, con los editores de la casa] . Si un editor se sentía lo suficientemente seguro sobre un libro, Horace le permitía contratarlo, y siempre hemos hecho lo mismo en Random  House. Si tenemos un editor confiamos en su criterio: si va detrás de un libro y el anticipo no es demasiado alto, no siempre lo leemos, al igual que [hacía] Horace.

Los compañeros de trabajo de Cerft, sin embargo,  no eran unos tipos cualesquiera y Liveright demostró tener muy buen ojo para crear un equipo de trabajo de lujo: Julian Messner (más adelante fundador de su propia compañía, Julian Messner Inc), Beatrice Kaufman, Manuel Komroff (autor de una edición ejemplar de Los viajes de Marco Polo),  la más tarde exitosísima guionista y escritora Lillian Hellman (cuyas memorias, Una mujer con atributos, publica en español Lumen) o Ted Weeks (que más adelante se convertiría en editor de la prestigiosa Atlantic Mothly. Una lección de la que Cerf debió de tomar muy buena nota.

Lillian Hellman con Dashiell Hammett

Aun así, en cuanto hubo acumulado la suficiente experiencia y cometido sus primeros y aleccionadores errores, a Cerf se le presentó la oportunidad de comprar con Kloper  la magnífica colección de clásicos The Modern Library, y no la desaprovechó. La Modern la había creado en 1917 Albert Boni (1893-1981) tomando como modelo la mítica Everyman, pero incluyendo además autores estadounidenses, y a mediados de los años veinte era una colección muy acreditada que superaba el centenar de títulos (La letra escarlata, Moby Dick, El retrato de Dorian Gray…).

El Moby Dick ilustrado por Raymond Bishop para Albert & Charles Boni Inc, fechado misteriosamente en 1933 (cuatro años después de disuelta la empresa).

Éstos fueron, pues, los modestos pero ilustres cimientos de Random House, una empresa en la que los fundadores se conformaban con no tener que poner dinero de su bolsillo, o en cualquier caso no demasiado: “En este sentido, eran ejemplares típicos de la brillante generación de editores a la que pertenecían”, escribió Jason Epstein. “Trabajaban por amor al arte, y les sorprendió amasar una fortuna inesperada”. Tal como describe Schiffrin la cuestión en esa época, “los editores de libros destinados a la librería admitían que perdían dinero o apenas cubrían gastos en la primera edición y que los beneficios de producían luego, en las ventas a los clubes y en ediciones de bolsillo”.

Volumen que reúne la correspondencia Cerf-Klopfer, ed. de Robert D. Loomis.

Uno de los más brillantes blasones de Random House fue también la pléyade de editores y colaboradores con que contó: Saxe Commins (1892-1958), sobrino y editor de Emma Goldman, que procedía de Liveright y que fue editor jefe de Random House hasta su facllecimiento, ocupándose de textos de Theodore Dreiser, Gertrude Stein, W. H. Auden, Stephen Spender, James Michener, William Carlos Williams, Isak Dinesen y en particular de Eugene O’Neill y William Faulkner; Louise Bonino, célebre editor de libro infantil y juvenil que se incorporó al fusionarse Random House con Smith & Haas, como el propio Robert K. Haas (1890-1964), quien durante años estuvo al frente del Book-of-the-Month Club; Harry Maule, prestigioso editor en Doubleday (conocido sobre todo por su trabajo con las obras de Sinclair Lewis) que estuvo en Random  entre 1946 y 1964; Robert Linscott, procedente de Houghton Mifflin;  el famoso editor de obras de referencia Jess Stein; Frank Taylor y Albert Erskine (ambos procedentes de Reynal & Hitchcock, donde descubrieron a Karl Shapiro y Ralph Ellison);  David McDowell; Hyram Haydn, que llegó en 1955 procedente de Crown y de Bobbs-Merrill (y allí dio la alternativa a William Styron) y se convertiría en director editorial de Random  hasta que en 1959 creo con Alfred A. Knopf Jr. (Pat) y Simon Michael Bessie la editorial Atheneum Publishers; Bertha Krantz; Robert Loomis (editor de ficción y no ficción que se ocupó de varios Premios Pulitzer, y de Philip Roth entre otros grandes autores)…

William Faulkner y Saxe Commins, del brazo de la esposa de este último, Dorothy.

Otra de las reflexiones frecuentes en las memorias de editores en empresas de éxito es, en muchísimos casos y quizá paradójicamente, el progresivo abandono del trabajo de edición de mesa, el trabajo codo con codo con los autores para revisar argumentos, subtramas, pasajes, personajes, frases, conseguir convencerlo de abreviar tal o cual capítulo, etc. A medida que crecen las empresas, en lugar de delegar el trabajo de “representación” de la marca o los compromisos sociales (o limitarse a dejarlo en manos de los agentes literarios o del personal de prensa o publicidad), ha sido siempre muy frecuente que los editores deleguen el trabajo de edición propiamente dicho, reservándose sólo aquellos autores particularmente importantes o con los que les unía una cierta afinidad personal (o en ocasiones, simplemente, aquellos que daban menos trabajo). Y en algunos casos, ni eso.

Maxwell Perkins (que reconstruyó El ángel que nos mira de Thomas Wolfe y fue el editor de Hermingway y Scott Fitzgerald), que siempre se mantuvo a la sombra de Charles Scribner, quizá sea en este sentido la excepción más célebre.

El legendario Maxwell Perkins (1884-1947).

Cuenta sobre esta tarea del editor de mesa Cerf (cuya alusión a las adaptaciones ha quedado en parte desfasada):

Los autores difieren en gran medida en cuanto a la cantidad de ayuda que necesitan aceptar de sus editores. Dado que algunos de ellos se niegan a consentir incluso aquellas  sugerencias más cándidas, ha habido más de un libro publicado que el autor no ha permitido editar, a pesar de lo mucho que lo necesitaba. Lo que a veces me enfurece es leer en una reseña algo como “¿por qué el editor no ha hecho su trabajo?” […] Cuando un libro se vende al cine o a la televisión se entiende que quienes lo compran podrán hacer lo que quieran con él, pero en el mundo editorial el autor tiene la última palabra.

Bennett Cerf.

A medida que Random House crecía, Bennet Cerf fue también “soltando lastre” en este campo, pero aun así da cuenta de algunos trabajos interesantes con autores como William Saroyan o William Faulkner, cuyos manuscritos apenas necesitaban correcciones, y del que Cerf cuenta una respuesta muy ilustrativa de lo que Faulkner esperaba de él:

Él me traía un manuscrito y yo le decía:

–Bill, ¿tienes alguna idea sobre la cubierta del libro y la publicidad?

–Bennett, ése es tu trabajo –replicaba–. Si yo no creyese que lo haces bien, me iría a otro lugar.

E incluso comenta los problemas de Saxe Commins con John O´Hara y James Michener, o sus espectaculares éxitos con Eugene O´Neill, Irwin Shaw y Budd Schulberg, entre otros, lo cual resulta muy aleccionador para cualquier persona interesada en conocer los entresijos del oficio.

Erskine, O´Hara y Cerf.

En realidad, quizá sea ésa una de las tareas principales del editor, en el sentido de que es la que aporta realmente un valor añadido a la obra que se publica, y probablemente el resultado no es el mismo cuando quien edita es alguien comprometido a fondo con el texto (porque arriesga su dinero, o incluso, la suerte de la empresa que le paga el sueldo) que cuando lo hace alguien, por profesional que sea este alguien, a quien el autor paga una cantidad fija y acordada de antemano.  Quizás el auge de la autoedición esté alimentando esa añoranza que algunos confesamos por los “viejos y buenos tiempos”, de los que Bennett Cerf fue protagonista principal. Pero incluso para quienes no la sientan su libro constituye una lección de primer orden (además de una lectura muy amena e incluso a ratos divertida).

Fuentes:

La transcripción completa y no editada de las conversaciones con Bennett Cerf en la Universidad de Columbia pueden leerse en línea.

Parte del riquísimo epistolario de la época dorada de Random House puede consultarse en la página de The Investigators of Books.

Miguel Aguilar “Catedrales de papel”, Letras Libres, septiembre de 2003.

Anna Caballé, “Llamémosla Random House, el editor Bennett Cerf hace memoria”, Abc, 15 de julio de 2007.

Bennett Cerf,  Llamémosla Random House. Memorias de Bennett Cerf (traducción de Íñigo García Uretra), Madrid, Trama Editorial, 2013.

Juan Cruz, Egos revueltos. Una memoria personal de la vida literaria, Barcelona, Tusquets (Tiempo de Memoria 78), 2010.

Jason Epstein, La industria del libro. Pasado, presente y futuro de la edición (traducción de Jesús Zuaika), Barcelona, Anagrama 2001.

Martín Gómez, “Llamémosla Random House, de Bennett Cerf: Un viaje a la prehistoria de una empresa y de una industria”, El ojo fisgón, 1 de octubre de 2013.

Michael Korda, Editar la vida. Mitos y realidades de la industria del libro (traducción de Fernando González Téllez y revisión de Jonio González), Barcelona, Debate, 2005.

Laura Revuelta, “La fascinante vida del fundador de Random House“, Entre Líneas, 10 de junio de 2013.

André Schiffrin, La edición sin editores (traducción de Eduard Gonzalo), Barcelona, Destino (Áncora y Delfín, 896), 2000.

Guzmán Urrero, “Reseña: Llamémosla Random House. Memorias de Bennett Cerf“, The Cult.


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Andreu Nin y la literatura rusa

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Alexander Pushkin (1799-1837).

En los estudios sobre la difusión editorial de la literatura rusa en lengua española suelen señalarse como primeras traducciones las de Pushkin que datan de la década de 1840 (aparecidas en publicaciones como Revista Hispanoamericana, El Fénix, Revista Europea, etc., y siempre a partir de versiones previas del francés). Del mismo modo, es común subrayar el auge que vive en España la literatura rusa sobre todo a partir de la década de 1870. En este sentido, desempeñó un papel destacado Emilia Pardo Bazán (1851-1921), quien, además de espléndidas novelas, nos legó algunos textos teóricos o divulgativos muy valiosos, entre los que, para el caso, ocupa un lugar principal La novela y la revolución en Rusia (1887), que a su vez es en buena medida una paráfrasis de Le roman russe (1886), de Eugène-Melchior de Vogüé.

También en la misma época Benito Pérez Galdós (1843-1920), cuyas lecturas de los autores rusos dejaron huella en sus novelas, o el gran crítico literario Leopoldo Alas (1852-1901) contribuyeron de modo importante a subrayar la importancia de la narrativa de los autores rusos que hoy consideramos clásicos (Dostoyevski, Gógol, Turgueniev, Tolstoi, Pushkin….).

Antón Chéjov (1860-1904) y Tolstoi (1828-1910).

En este contexto, resulta curioso que la primera muestra de literatura realista rusa en la Península, antes incluso del famoso ensayo de Pardo Bazán, sea una traducción de 1884 (también indirecta) al catalán, Memòries d´un nihilista, de Isaak Pavlovski, llevada a cabo por el magnífico novelista Narcís Oller (1846-1930), quien mantuvo además una sólida amistad con el autor. Ya en el siglo XX, la cultura rusa en general vivió en España un creciente interés que se manifestó de modo muy notable a lo largo de los años treinta sobre todo por medio de la publicación de un conjunto muy amplio de literatura soviética, pero también de los principales clásicos decimonónicos.

De izquierda a derecha: Narcís Oller, Benito Pérez Galdós y Emilia Pardo Bazán.

Sin embargo, si Pardo Bazán, Galdós o Clarín, así como el grueso de los lectores españoles de su tiempo, leían a los autores rusos a través de las traducciones al francés, parciales y “occidentalizadas” llevadas a cabo por escritores como Turgueniev (quien abreviaba y adaptaba todo aquello que consideraba que no sería del agrado del lector europeo), mediados los años veinte, sin duda a rebufo de la Revolución de 1917 y de la divulgación de la literatura soviética, se empezó poco a poco a formar en España una pequeña cantera de traductores del ruso (Tatiana Enco de Valero, José Carbó, Piedad de Salas Lifchuz, Vicente San Medina, Braulio Reyno…), que todavía convivieron durante bastantes años con la costumbre muy arraigada de traducir indirectamente (por evidentes dificultades para los editores de contar con buenos traductores, pues ni siquiera se disponía por entonces de diccionarios bilingües), sobre todo a partir del francés y en menor medida del alemán.

Memòries d´un nihilista (Barcelona, La Ilustració Catalana, 18886).

Daniel Kowalsky puso de manifestó el importante papel que tuvo en el intencionado fomento del interés por la cultura rusa la VOSK (Sociedad para las Relaciones Culturales con el Exterior) creada en 1923 y adscrita al Comisariado del Pueblo para Asuntos Exteriores (Narkomindel) de la URSS, que fue muy activa en España en particular desde 1931 y se esmeró aún más a partir del triunfo del Frente Popular, cuando se empieza a privilegiar a la editorial Cenit como introductora de la literatura soviética. Sin embargo, no eran precisamente los clásicos de la literatura rusa lo que pretendía divulgar la VOSK, al margen de lo que interesara a los editores.

A comienzos de los años treinta –escribe Kowalsky– se había traducido al español muy poca literatura o propaganda soviética. La escasez de ciudadanos soviéticos con capacidad para hacer traducciones al español obligaba a la VOKS a pedir ayuda a sus correspondientes. Pero al mismo tiempo que necesitaba que los españoles filosoviéticos la ayudaran a traducir y difundir su propaganda, la agencia no estaba dispuesta a soltar el control que ejercía sobre sus servicios de información. A comienzos de 1931, la VOKS intentó supervisar las labores de traducción encargadas por el director de la Editorial Iberomaericana. […] La VOKS evitó eficazmente el envío de cualquier manifestación de la literatura no revolucionaria anterior a 1917 a sus correspondientes y traductores españoles. […] Al mismo tiempo que rechazaba la solicitud de ejemplares de las obras de Chéjov o Tolstoi que pudieran hacerle sus correspondientes, la agencia bombardeaba con la propaganda de la época a los niños españoles.

 

Del auge del interés por los grandes clásicos de la literatura rusa en general (no específicamente la soviética), ceñidos al ámbito de la edición en Cataluña valga como ejemplo el del editor Josep Janés, quien en sus ediciones Quaderns Literaris (1934-1938) se sirvió de las traducciones al catalán de Pushkin que R. J. Slaby había publicado en la Biblioteca Literaria de la Editorial Catalana (La filla del capità, La dama de pique, Dbrovski el bandoler), junto a las de varios otros destacados traductores cuya calidad como prosistas  estaba fuera de duda: Sebastià Juan Arbó (el Borís Gudónov, de Pushkin), Carles Riba (L´Inspector, de Gógol), Àngel Estivill (El primer amor, de Turgueniev), P. Montserrat Falsaveu (Les nits blanques de Dostoyevski), Josep Miracle (El somni de Makar, de Korolenko) e incluso el mismo Janés firmó la de El sagrament de l´amor (L¨amor de Mitia), de Iván Bunin. Y, destacando sobre todos ellos, Andreu Nin, de quien publicó la traducción de Prou compassió! de Zoichenko.

Sin duda entre todos los traductores del ruso al catalán, los casos más atractivos son los del longevo Francesc Payarols (1896-1998), que se inició en la editorial Proa y participó en 1935 en la creación de la efímera editorial Atena, y Andreu Nin (1892-1937), este último, y aunque la importancia de su labor es indiscutible, quizá por razones extraliterarias. Salvando las distancias, el caso de Andreu Nin tiene concomitancias con el de Federico García Lorca, a quien el modo y las circunstancias en que murió contribuyeron a mitificar. Si como traductor al español vertió algunos de los textos más divulgados de pensadores como Marx, Lenin, Trotski o Rosa Luxemburgo, además de algunos textos científicos, se trató sobre todo de trabajos alimenticios: El mayor reconocimiento lo tuvo en cambio como introductor de la gran literatura rusa en la cultura catalana, probablemente porque su prosa en catalán era más segura y dúctil. Según ha escrito Natàlia Kharitònova:

Los contemporáneos del traductor valoraron enormemente su labor. Las traducciones literarias de Nin se esperaban con impaciencia y, en cuanto se publicaban, tenían muy buena acogida por parte de los críticos del momento. No sólo se destacaba el hecho de que las traducciones de Nin eran directas e íntegras, sino que además solía considerarse que esos textos cumplían la misión de enriquecer la cultura catalana mediante la incorporación a ella de algunas de las obras más importantes de la literatura moderna.

La afición de Nin por la escritura tiene una primera manifestación muy temprana, pues en el número del 23 de mayo de 1905 (cuando tenía trece años) aparece en La Comarca del Vendrell su primer artículo periodístico, al que siguen otros en El Baix Penedès (entre ellos un alegato contra la tauromaquia) y poco después aparece ya como redactor de El Poble Català. La Justicia Social, La Patria, Los Miserables o Quaderns d´Estudi son algunas de las cabeceras que albergarán textos suyos antes de convertirse en 1917 en redactor de La Publicidad, sin por ello abandonar su incipiente carrera como maestro ni su creciente actividad política.

Nin con el también poumista Wilebaldo Solano (1916-2010).

Durante su estancia en la URSS (1921-1930), colabora en Correspondance Internationale y La Batalla, al tiempo que traduce, entre otras obras, Mis peripecias en España (Madrid, Editorial España, 1929), de Trotski, quien escribió un prólogo específico para esta edición, así como el grueso de traducciones que hizo para las Ediciones Europa-América que el epistolario entre Maurín y Nin permitió a Pelai Pagès identificar como obra del traductor catalán. A este mismo corresponsal (Maurín) le escribe Nin el 29 de marzo de 1929: “Las editoriales me bombardean con proposiciones hasta tal punto que me veo obligado a rechazar buena parte de ellas”, y asegura dedicar un mínimo de doce horas diarias. Para entonces, Nin había empezado también a publicar obra propia escrita en ruso (Faschims y Profsoynzi es de 1923), inglés (Struggle of the Trade Unions againts fascism se publica en Chicago ese mismo año 1923) y catalán (Les dictadures dels nostres dies, Llibreria Catalònia, 1930). Así como el proyecto nunca llevado a cabo de escribir un libro sobre Salvador Seguí, el Noi del Sucre (1887-1923).

Al igual que Payarols, de quien llegó a ser buen amigo, Nin forja su reputación como traductor literario en la editorial Proa, que dirigía Joan Puig i Ferrater (1882-1956) y que sobre todo mediante su colección A Tot Vent tuvo un papel muy destacado en la introducción de literatura rusa (en versiones íntegras y directas). En el seno de Proa, además, Nin se puso al frente de la colección El Camí, que respondía bien a sus intereses ideológicos, pues su objetivo era proporcionar documentación sólida acerca de temas económicos, políticos y sociales, mediante las obras fundamentales y las de actualidad. Pero ya antes de su regreso había aparecido en esa misma editorial su celebérrima y elogiadísima versión de Prestuplenie i nakaznie (Crim i càstig), que fue la primera versión íntegra de una obra de Dostoyevski que se publicaba en Occidente. Al profundo conocimiento de la lengua y la literatura rusa añadía Nin una preocupación por su prosa, trabajada a lo largo de los años que, dentro de las limitaciones de las traducciones de la época, le convertían en un traductor realmente excepcional.

En su faceta como crítico literario, siempre se ha señalado la influencia de la obra de Trotski Literatura y revolución,  que es evidente tanto en el ensayo “Grandesa i decadencia de la novel·la soviética” (Revista de Catalunya, núm. 78,  mayo de 1934), donde se muestra como el mayor conocedor de la literatura rusa de su tiempo, como en su estudio introductorio a L´Insurgent, de Jules Vallès, que el mismo tradujo para Proa (1935).

En cualquier caso, parece incontestable que en el siglo XX nadie como Andreu Nin hizo tanto por la introducción y el conocimiento de la literatura rusa, ni en la cultura catalana ni en la española.

Nota final: En el momento de escribir este texto, no me consta que haya culminado la investigación de Judit Figuerola i Peiró registrada como tesis doctoral con el título Andreu, Nin, intel·lectual traductor d´acció, dirigida por Montserrat Bacardí en la Universitat Autónoma de Barcelona, de la que se puede consultar en la Biblioteca d´Humanitats de esa universidad el trabajo previo “Andreu Nin, traductor“.

 

APÉNDICE: TRADUCCIONES DEL RUSO DE ANDREU NIN

Al español:

Rosa Luxemburgo, La Huelga en masa, el partido socialista y los sindicatos. La experiencia de la revolución rusa de 1905, Barcelona, Publicaciones de la Escuela Moderna, 1920.

Riazanov, ed., Karl Marx como hombre, pensador y revolucionario, Buenos Aires-París, Ediciones Europa-América, s.a.*

Pokrovski, Historia de la cultura rusa, Madrid, Editorial España, 1929.

Leon Trotski, Mis peripecias en España (con prólogo del autor, nota introductoria de Julio Álvarez del Vayo e ilustraciones de K. Rotova), Madrid, Editorial España, 1929.

Karl Marx, La revolución española (1808-1814, 1820-1823 y 1840-1843) (con notas de Jenaro Artiles), Madrid, Cénit, 1929.

Lenin, Páginas escogidas, París, Ediciones Europa-América, 1929.*

Lenin, El Estado y la revolución, París, Ediciones Europa-América, 1929.*

Plejánov, Anarquismo y socialismo, París, Ediciones Europa-América, 1929.*

Yaroslavski, Historia del Partido Bolchevique, París, Ediciones Europa-América, 1930.*

Krupskaia, Lenin (Recuerdos), París, Ediciones Europa-América, 1930.*

Lenin, El imperialismo como etapa superior del capitalismo, París, Ediciones Europa-América, 1930.*

Pokrovski, La revolución rusa (con nota introductoria de Andreu Nin), Madrid, Editorial España, 1931.

Trotski, La revolución permanente, Madrid, Cénit, 1931.

Trotski, Historia de la revolución rusa (La revolución de febrero), Madrid, Cénit, 1931.

Trotski, Historia de la revolución rusa (La revolución de octubre), Madrid, Cénit, 1932.

Lenin, Cartas íntimas, Madrid, Cénit, 1931.

Alexander Lozovski, Programa de acción de la Internacional Sindical Roja (prólogo de Andreu Nin), Barcelona, 1932.

Hellman, La vida sexual de la juventud contemporánea, Madrid, Aguilar, 1932.

Polonski, La literatura rusa de la época revolucionaria (con nota introductoria de Andreu Nin), Madrid, Editorial España, 1932.

Lazurski, Clasificación de las individualidades, Madrid, Aguilar, 1933.

Polonski, Bakunin, Barcelona, Atena, 1935.

Kornilov, Los problemas de la psicología moderna, Madrid, Aguilar, 1935.

* No aparece como traductor por cuestiones políticas, pero Pelai Pagès lo identifica como tal gracias a la correspondencia que en esos años Andreu Nin mantuvo con Joaquín Maurín.

Al catalán:

Fiodor Dostoyevski, Crim i càstig, Badalona, Proa (A Tot Vent 20 y 20ª), 1929.

Boris Pilniak, El Volga desemboca al mar Caspi, Badalona, Proa (A Tot Vent), 1931.

Fiodor Dostoyevski, Stepàntxikovo i els seus habitants, Badalona, Proa (A Tot Vent 55), 1933.

Tolstói, Anna Karènina, Badalona, Proa (A Tot Vent 64 a, 64 b, 64 c y 64 d), 1933.

Trotski, Què ha passat, Badalona, Proa, 1935.

Nikolai Bogdánov, La primera noia: historia romántica, Badalona, Proa (A Tot Vent 74), 1935.

Chejov, Una cacera dramática, Badalona, Proa (A Tot Vent 77), 1936.

Mijail Zoichenko, Prou compassió!, Barcelona, Quaderns Literaris, 1936.

Tolstói, Infància, adolescencia i juvenutt, Barcelona, Proa, 1974.

 

 Fuentes:

Sergi Doria, “Cuando Nin era traductor”, Abc, 28 de octubre de 2008.

Xènia Dyakonova, “La relació entre la literatura russa i la catalana”, Visat, núm 7 (2009).

Pilar Esterlich i Arce, “Francesc Payarols, traductor”, Quaderns. Revista de Traducció, 1 (1998), pp. 135-151.

Natàlia Kharitónova, “Andreu Nin, traductor del rus. Algunes qüestions”, Els Marges, núm 74 (otoño de 2004), pp. 5-70.

Daniel Kowalsky, “La política cultural soviética y la República española”, tercera parte de La Union Soviética y la Guerra Civil española. Una revisión crítica (traducción de Teófilo de Lozoya y Juan Rabasseda-Gascón), Barcelona, Crítica (Constrastes), 2004, pp. 133-190.

Yvan Lissorgues, “La novela rusa en España (1886-1910)“, en Enrique Rubio Cremades, Marisa Sotelo Vázquez, Virginia Trueba Mira y Blanca Ripoll Sintes, La literatura española del siglo XIX y las literaturas europeas, Quinto coloquio de la Sociedad de Literatura Española del Siglo XIX, 2011, pp. 287-310.

Irina Mychko-Megrin, Aproximación pragmática a la traducción de la ironia. Problemas traductológicos en la traslación al castellano de los relatos de M. Zóschenko y M. Bulgákov, tesis doctoral dirigida por Assumpta Camps Olivé e Iván García Sala, Universidad de Barcelona, 2011.

Pelai Pagès, Andreu Nin. Una vida al servei de la clase obrera, Barcelona, Laertes, 2008.

George O. Schanzer, “Las primeras traducciones de literatura rusa en España y en América”, en Actas del Tercer Congreso Internacional de Hispanistas, El Colegio de México, 1970, pp. 815-822.

 

 

 


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El librero grafómano de “Cien años de soledad”: Ramon Vinyes y su trasunto literario

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Aunque no es el único, el “sabio catalán” que aparece en Cien años de soledad (y que en buena medida determina su final) es probablemente el trasunto de un personaje histórico que más atención ha recibido por parte de la crítica y de los lectores. Y por muy buenos motivos. Uno de los principales es su estrecha vinculación con los libros, pero también por el fascinante hombre que se ocultaba tras ese apelativo.

Quizá vale la pena recordar el pasaje en que se le menciona por primera vez. Cuando Aureliano Babilonia se enfrasca en la biblioteca de Melquíades y se convierte en un lector compulsivo que “se aprendió de memoria las leyendas fantásticas del libro desencuadernado, la síntesis de los estudios de Hermann [vonn Richenau], el tullido;  los apuntes sobre la ciencia demonológica”, etc., en su intento de descifrar en qué lengua estaban escritos los famosos pergaminos. Melquíades le anuncia que:

…en el callejón que terminaba en el río, y donde en los tiempos de la compañía bananera se adivinaba el porvenir y se interpretaban los sueños, un sabio catalán tenía una tienda de libros donde había un Sanskrit Primer que sería devorado por las polillas seis años después si él no se apresuraba a comprarlo.

 

Ramon Vinyes (1882-1952), retratado por Biosca.

Un poco más adelante se hace una somera descripción de la librería y del ancho mundo que se abre ante Aureliano al entrar en ella:

 …el abigarrado y sombrío local donde apenas había espacio para moverse. Más que una librería, aquella parecía un basurero de libros usados, puestos en desorden en los estantes mellados por el comején, en los rincones amelazados de telaraña, y aun en los espacios que debieron destinarse a los pasadizos. En una larga mesa, también agobiada de mamotretos, el propietario escribía una prosa incansable, con una caligrafía morada, un poco delirante, y en hojas sueltas de cuaderno escolar. Tenía una hermosa cabellera plateada que se le adelantaba en la frente como el penacho de una cacatúa, y sus ojos azules, vivos y estrechos, revelaban la mansedumbre del hombre que ha leído todos los libros. Estaba en calzoncillos, empapado en sudor y no desentendió la escritura para ver quién había llegado. Aureliano no tuvo dificultad para rescatar de entre aquel desorden de fábula los cinco libros que buscaba, pues estaban en el lugar exacto que le indicó Melquíades [“entre la Jerusalén Libertada, de Tasso y los poemas de Milton, en el extremo derecho del segundo renglón de los anaqueles”, una ubicación muy poco azarosa: entre dos poemas épicos, como lo es el libro que tenemos entre manos]. Sin decir una palabra, se los entregó junto con el pescadito de oro al sabio catalán, y éste los examinó, y sus párpados se contrajeron como dos almejas.

-Debes estar loco -dijo en su lengua, alzándose de hombros, y le devolvió a Aureliano los cinco libros y el pescadito.

-Llévatelos -dijo en castellano-. El último hombre que leyó esos libros debió ser Isaac el Ciego, así que piensa bien lo que haces…

Son ya casi legendarias las “fitxes literàries” que escribía el famoso librero, escritor y periodista Ramon Vinyes i Cluet (1882-1952), y se da el caso de que las aludidas “hojas sueltas de cuaderno escolar” existen realmente, fueron conservadas por su hermano Josep Vinyes Sabaté. Se conservan por lo menos cinco cuadernos diarios (“dietaris”) de entre 1939 y 1940 y treinta y cinco de notas sueltas de entre 1919 y 1935.

Ha sido muy habitual llegar a la figura de Ramon Vinyes a través de la lectura de Cien años de soledad, y eso ha condicionado la mirada sobre este grafómano compulsivo y desbordante de obra dispersa que tanto complicó la vida a sus estudiosos (al emplear además muy numerosos seudónimos). A título de ejemplo entre los muchísimos posibles, se conserva en el Fons Ramon Vinyes  una “novela escénica en tres capítulos”, de 93 páginas, de la que sabe que antes de marcharse de Barcelona en 1939 Vinyes dejó una copia en manos del editor Josep Janés con el propósito de que la publicara, pero ese texto, titulado L´adolescent dels ulls d´or, no llegó a publicarse (por razones obvias).

Pescadors d´anguiles, México, Col·lecció Lletres, 1947.

Lo paradójico es qué aspectos de Vinyes han suscitado mayor interés. Su obra literaria ha sido objeto de estudios y análisis en profundidad, aunque probablemente siga siendo un dramaturgo, poeta y prosista más importante que conocido. E incluso su efectiva tarea como hombre de cultura desde su posición central en las tertulias del conocido como Grupo de Barranquilla (Alejandro Obregón, Álvaro Cepeda Samudio, los hermanos José Félix y Alfonso Fuenmayor, el propio García Márquez…) ha sido reconstruida y comentada, sobre todo por quienes fueron testigos de ellas desde primera fila. Ha sido ampliamente estudiada y divulgada  también su faceta como fundador y director de Voces (10 de agosto de 1917- 30 de abril de 1920), revista de 15 x 20  unánimemente considerada una de las más influyentes revistas vanguardistas de América (donde se publicó a Carles Riba, Eugeni d´Ors, Pau Vila, Josep M. López-Picó, André Gide, Apollinaire, Chesterton, etc.).

Siempre de izda. a derecha; de pie: Alfredo Delgado, Carlos de la Espriella, Germán Vargas, Fernando Cepeda y Roca, Orlando Rivera; sentados:. Roberto Prieto Sánchez, Eduardo Fuenmayor, Gabriel García Márquez, Alfonso Fuenmayor, Ramón Vinyes y Rafael Marriaga. Foto de Jorge Rondón, 1950.

Menos frecuentada ha sido la vertiente del sabio catalán como ocasional traductor (La pell de xagrí y otro Balzac encargado por Proa e inacabado, Rousseau, Edouard Bourdet, un intento de L´Espoir de Malraux que quedó inédito y probablemente inacabado…), así como también la de librero, pese a que recientemente Jorge Carrión abordó el segundo asunto en su Librerías, donde lo califica de “agitador cultural”, “maestro de toda una generación” (en alusión al Grupo de Barranquilla) y señala que su librería “todavía es recordada en Barranquilla como una de las librerías míticas del Caribe”.

Firma de Ramon Vinyes.

Firma de Ramon Vinyes.

A finales de 1914, Vinyes había conocido a Xavier Auqué i Masdeu, en el ámbito de las letras conocido sobre todo como padre del autor de Los muertos tienen sed (1970), Javier Auqué Lara (cercano al Grupo de Barranquilla y autor de obras menos conocidas, como Diario de un marihuano y otros cuentos, 1956 o Colombianos del c…, 1974). Juntos, Vinyes y Auqué i Masdeu crearon la sociedad R. Vinyes i Cía., situada en una enorme planta baja con siete puertas que daban a la plaza San Nicolás de Barranquilla, al lado del muy frecuentado Hotel Suizo, en la que Vinyes se ocupaba de la parte más “intelectual” (y es muy importante su criterio en la selección de títulos que importaban, aunque en ocasiones fueran muy pocos ejemplares), mientras que Auqué se hacía cargo de los aspectos comerciales y empresariales. Poco tiempo después, la sociedad se amplió episódicamente con la entrada del célebre pedagogo y geógrafo catalán Pau Vila (1881-1980), y la sociedad tomó entonces el nombre de Vinyes-Auqué, Limitada. Son diversos los testimonios que caracterizan a Vinyes como a un librero erudito que procuraba recomendar a sus clientes tras una pausada charla y tras haberse hecho una idea cabal de los gustos y grado de información del lector al que se enfrentaba, y sus amplísimos conocimientos le permitían tener un alto grado de aciertos.

Pau Vila.

No menos sabido es que durante un incendio, la noche del 23 al 24 de junio de 1923, la librería quedó reducida a cenizas, lo que sin duda fue un duro golpe para Vinyes, pero es fácil suponer que también para el ambiente literario de Barranquilla.

Vinyes era un hombre de letras hasta la médula, un auténtico apasionado de los libros y dejó constancia de ello, por ejemplo, en una carta a Miquel Fornaguera fechada en Barranquilla el 25 de noviembre de 1945:

Desde 1939, mes de enero, vivo de libros. Primero para embriagarme. Ahora para olvidar. Benditos libros que nunca me han faltado! Libros para las lecciones en el colegio [por entonces ejercía de maestro), libros para el estudio, libros para distraerme. […) voy repleto de lo que he leído. Que conste que he dedicado mucho más tiempo a leer que ha escribir…

En una nota fechada el 4 de junio de 1940, tras su paso por Francia como consecuencia del resultado de la guerra civil española aún reciente, Ramon Vinyes mantenía la idea de retomar su por entonces ya lejana actividad como librero, pero, como tantas otras cosas, eso quedó sólo en proyecto.

Ramon Vinyes.

Su último viaje de Colombia a Barcelona, en 1950, lo hizo en avión, lo que le puso en la necesidad de repartir y parcialmente vender su biblioteca particular, formada por más de 10.000 volúmenes (se llevó consigo en cambio dos baúles llenos de manuscritos).

En la Casa Poesía Silva de Bogotá se conserva un ejemplar de la primera edición del Libro de Canciones de Federico García Lorca y otro de la primera de Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Neruda que donó Germán Vargas a esa institución poco antes de fallecer, y que habían llegado a sus manos a través del sabio catalán cuando tuvo que deshacerse de su biblioteca.

Ramon Vinyes.

No hay duda de que Vinyes, como librero, dejó una huella profunda y fructífera, como también señala García Márquez al referirse en Cien años de soledad a su trasunto en lo que sin duda es un homenaje:

Todo el grupo trababa de hacer algo perdurable a instancias del sabio catalán. Era él, con su experiencia de antiguo profesor de letras clásicas y su depósito de libros raros, quien los había puesto en condiciones de pasar una noche entera buscando la trigesimoséptima situación dramática en un pueblo donde ya nadie tenía interés ni posibilidades de ir más allá de la escuela primaria.

 

Fuentes:

El Fons Ramon Vinyes i Cluet se encuentra actualmente en el Arxiu Comarcal del Berguedà. Menos cuantiosa es la documentación legada por Josep Vinyes al Institut del Teatre.

Jorge Carrión, Librerías, Barcelona, Anagrama, 20013.

Javier Beltrán, “La revista colombiana del periodista catalán Ramon Vinyes: cuestiones acerca de su gestión, proyecto editorial y diseño”, Periodística. Revista Acadèmica, núm.12 (2010), pp. 83-96.

Reedición de la revista Voces.

Albert Bonjoch, “El sabio catalán de Barranquilla”, web de la Comunitat Catalana de Colòmbia, 29 de junio de 2012.

Pere Elies i Busqueta, Ramon Vinyes i Cluet (1882-1952). Un literat de gran volada. Barcelona, Rafael Dalmau, Editor, 1972.

Gabriel García Márquez, Cien años de soledad (edición de Jacques Joset), Madrid, Cátedra (Letras Hispánicas 215), 1991 (4ª ed.).

Edición colombiana de Entre sambas y bananas (traducción de Montserrat Ordóñez), Bogotá, Norma (Cara y Cruz), 203.

Jacques Gilard, “Nous aspects de la contística de Ramon Vinyes” prólogo a a Ramon Vinyes, Entre sambes i bananes, Barcelona, Bruguera (Els Llibres del Mirador), 1985, pp. 5-24.

Heriberto Fiorillo, “Y en el principio fue don Ramón, el viejo que había leído todos los libros“, en La Cueva. Crónica del Grupo de Barranquilla, Promigás S.A., Henkel Colombiana S.A., Fundación Mario Santo Domingo, diciembre de 2006. Reproducido en Otraparte.

Jaume Hugh i Camprubí, prólogo a Ramon Vinyes, Tots els contes, Barcelona, Columna, 2000, pp. 9-26.

Jordi Lladó i Vilaseca, “Ramon Vinyes: bibliografía esencial”, Memorias. Revista Digital de Historia y Arqueología del Caribe, núm. 3 (2005).

Carolina Ethel Martínez, “De emigrante real a personaje literario. El ssabio catalán de García Márquez”, YoSoyCultura, noviembre de 2012.

Dasso Saldívar, García Márquez. El viaje a la semilla, Madrid, Alfaguara1997.


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La Regenta, la censura y los editores de El Pedroso (Sevilla)

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Leopoldo Alas (1852-1901).

A la memoria de Sergio Beser (1934-2010).

Hay quien todavía hoy se sorprende de que la censura franquista prohibiera la circulación de la que está ampliamente considerada la mejor novela española del siglo XIX, La Regenta (1885), de Leopoldo Alas (1852-1901), Clarín, pero lo cierto es que después de la guerra tuvieron que pasar más de quince años antes de que se autorizara su publicación, e incluso cuando se hizo, en 1946, sólo se autorizó como parte de una edición de lujo de las Obras selectas de Leopoldo Alas que llevó a cabo José Ruiz-Castillo. Es indudable que esta autorización respondía, por un lado, al catálogo que había ido creando Ruiz-Castillo, poco molesto para el régimen, y sobre todo por tratarse de una edición destinada a un público adinerado y, en consecuencia (a ojos del mojigato régimen franquista), poco susceptible de dejarse arrastrar por el anticlericalismo de la novela. En las elocuentes palabras del informe, que Carmen Servén ha reproducido en uno de sus enjundiosos trabajos sobre la materia:

En esta obra Clarín parece que tiene una cuestión personal con el clero. Las Dignidades eclesiásticas lo ponen fuera de sí. La obra, meritoria en diversos aspectos, es, en general, peligrosa para personas que no estén suficientemente formadas en el orden moral y religioso [...] en ocasiones roza la herejía.

Eso favorecía de un modo enorme a la editorial de Ruiz-Castillo (Biblioteca Nueva), no sólo por el hecho mismo de poder publicarla, sino que además en el momento de intentar seducir a otros autores importantes, en particular en el caso del Nobel Juan Ramón Jiménez, el hecho de poder ofrecer incorporarlo a una colección en la que figuraban ya las de Azorín y Clarín resultaba muy tentador.

Edición de las Obras Selectas de Clarín en Biblioteca Nueva. Adviértase que el título y autor sólo aparecen en el lomo.

Sin embargo, acaso alentada por esta primera autorización, la por entonces jovencísima Editora y Distribuidora Hispanoamericana (Edhasa) intentó importar doscientos ejemplares de la edición de la novela de Alas que la argentina Ediciones Emecé acababa de publicar (1946) en dos tomos. Censura denegó a Edhasa el permiso en 1947, que hizo luego una solicitud de importación de doscientos ejemplares de Doña Berta, también de Clarín.

El siguiente intento de publicar La Regenta durante la posguerra española es el que hace en 1956 Alfredo Herrero Romero (de AHR), hoy quizá más famoso por haber nacido en el mismo pueblo que José Manuel Lara (El Pedroso), por haber publicado la primera biografía de Francsico Franco (Centinela de Occidente) o por la mutilación a la que sometió la traducción que Vidal Jové hizo (a partir de la traducción francesa) del Ulysses de Joyce que otras cosas.

El Pedroso en 1888, pueblo del que a José Manuel Lara le gustaba decir que dio dos editores y ningún lector. Podría haber sido al revés.

Es curioso que Alfredo Herrero Romero (1924-1974) recurriera a un recurso muy similar al de su paisano de El Pedroso a la hora de elegir nombre para su editorial. Servirse de las iniciales de sus nombres no es muy distinto al L.A.R.A. con que José Manuel Lara Hernández se estrenó en el mundo de la edición antes de fundar Planeta. Algunas de las colecciones de AHR más famosas fueron la Epopeya y su Héroes, y no hará falta decir a qué “epopeya” aludía al título tras mencionar algunos de los biografiados, además de Franco: Queipo de Llano, Calvo Sotelo, Mola, Primo de Rivera, el general Sanjurjo, Millán Astray… Sin embargo, no puede decirse que se tratara de una editorial monotemática, pues, en un asombroso alarde de heterogenia, también publicó desde 1954 la revista de misterio Elery Queen, la colección infantil y juvenil Fantasía, Medianoche, la destinada a novelas policíacas, y sin duda la mucho más interesante Grandes Novelistas. Pero entre otras rarezas, sus catálogos incluyen también, por ejemplo, las memorias del bohemio periodista y escritor de novelas psicalípticas Eduardo Zamacois (1873-1971) o una todavía aún más incomprensible colección de literatura traducida al catalán en la que, junto al ya mencionado Ulises (para el que intentó sin éxito que Cela escribiera un prólogo) se publicó un Decameró de Boccaccio.

José Manuel Lara Hernández (1914-203).

Según se describe en la solicitud a Censura, lo que se proponía AHR respecto a La Regenta era de nuevo publicar una edición de lujo, pero en este caso en un volumen suelto. El informe que redacta A. Sobejano en respuesta a la petición de AHR de publicar la novela no tiene desperdicio:

 En realidad, los verdaderos protagonistas de la obra son la simonía y la lujuria, que convierten un bellísimo idilio digno de Santa Teresa o San Juan de la Cruz en un torbellino de lascivias sacrílegas que llegan hasta el crimen y hacen olvidar en su nauseabunda fealdad las innumerables bellezas de una pluma magistral como la de Alas. Estimando que esta joya de la literatura es más demoledora por su misma condición de joya, opinamos que NO DEBE AUTORIZARSE.

La Regenta vista por Mauro Álvarez (Plaza de Alfonso II de Oviedo).

El siguiente censor que se enfrentó a la obra, y el primero que paradójicamente la autorizó en una edición suelta, fue Manuel de la Pinta Llorente, conocido sobre todo por dos trabajos como historiador, a cuál más irónico tratándose de un lector de Censura: La Inquisición Española (1948) y La Inquisición Española y los problemas de la cultura y de la intolerancia (1958). En esta ocasión, el 30 de agosto de 1962, quien había presentado La Regenta era la editorial del otro editor del Pedroso, José Manuel Lara, y en el informe de Pinta Lorente se defendía su autorización acudiendo, ya no a la necesidad de restringir el público, sino a que la novela misma de Alas no contaría con el favor de los lectores porque era una novela que él mismo describe como “una joya de la literatura”:

Ciertamente, la novela responde en muchas de sus páginas al inveterado y soez anticlericalismo español de entonces y de «ahora», pero ha de entenderse que se trata de una novela de un intelectual con público bastante restringido, y consideramos una grave equivocación, pese a censuras anteriores negativas, prohibir esta obra, novela capital en nuestras letras contemporáneas.

Un cúmulo de despropósitos, por supuesto. Sin embargo, la autorización para que José Manuel Lara pudiera poner a la venta La Regenta abrió la veda para que pudieran publicarse a continuación tanto la previamente denegada edición de lujo de AHR (el 17 de octubre de 1963), como sobre todo la edición en bolsillo en un solo volumen a Alianza Editorial (16 de noviembre de 1966). Esta última es especialmente importante porque vino a paliar definitivamente un problema del que en 1975 dejaba constancia Francisco Pérez Gutiérrez en El problema religioso en la Generación de 1868:

En los años cuarenta Clarín no se hallaba al alcance de los pobres estudiantes que habíamos contraído el vicio de leer. Su edición de La Regenta, publicada por Emecé, en Buenos Aires en 1946, era caso imposible encontrar; sus Obras Escogidas de Biblioteca Nueva resultaba inasequible por su precio.

Sin embargo, bien pudiera suceder al lector de nuestros días que el saber que La Regenta fue prohibida por la censura franquista actuase como estímulo para leer una de las grandes novelas europeas del siglo XIX.

Folio autógrafo de La Regenta.

 

Fuentes:

Leopoldo Alas, Clarín, La Regenta (edición de Gonzalo Sobejano), Madrid, Castalia (Clásicos Castalia 110 y 111), 1980 (5ª ed.).

Sergio Beser, ed., Clarín y “La Regenta”, Barcelona, Ariel (Letars e Ideas), 1982.

Clarín y La Regenta en su tiempo. Actas del coloquio internacional, Oviedo, Universidad de Oviedo-Ayuntamiento de Oviedo, Consejería de Educación, Cultura y Deportes, 1987.

La Regenta en Libro de Bolsillo (Alianza Editorial).

José Ruiz-Castillo Basala, El apasionante mundo del libro. Memorias de un editor, Madrid, Agrupación Nacional del Comercio del Libro, 1972.

Alberto Lázaro, “El misterio del primer Ulysses catalán: la odisea de Joan Francesc Vidal Jové”, en Santiago José Henríquez Jiménez y Carmen Martín Santana, eds., Estudios Joyceanos en Gran Canaria. Joyce in his Palms, Madrid Huerga & Fierro (Ensayo 51), 2007.

Carmen Servén Díez, “La Regenta frente a la censura franquista”, en María del Pilar García Pinacho e Isabel Pérez Cuenca, eds., Clarín, espejo de una época. Actas del Congreso Internacional celebrado en 2001 en la Universidad San Pablo-CEU.

Carmen Servén Díez, “Benito Pérez Galdós y Leopoldo Alas frente a la censura franquista”, Actas del Séptimo Congreso Internacional de Estudios Galdosianos, Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo Insular, 2001, pp. 7434-756.

María José Tintoré, “La Regenta” de Clarín y la crítica de su tiempo (prólogo de Antonio Vilanova), Barcelona, Lumen (Palabra Crítica 1), 1987.

 


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El libro, ¿dispositivo de lectura inmejorable?

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En el siglo XX no puede decirse que surgieran en España grandes innovaciones en el terreno del libro como objeto, ni siquiera en su producción, por lo que fue el dispotivo de lectura más ampliamente aceptado, tanto en ámbito del ocio como en el de la enseñanza. Y lo que pudiera haber llegado a ser la mayor aportación a los modos de lectura, el libro mecánico, quedó en nada por falta de financiación, quizá porque se adelantó al tiempo en que una iniciativa como ésa pudiera haber encontrado inversores (ya fuese en el propio país o fuera de él). Surgió en una España que atravesaba un momento político y económico en que era poco probable que llegara a triunfar.

Sin embargo, otro de los antecedentes que se han señalado a los dispositivos de lectura actuales, el Microfilm Book Reader, anunciado en fecha tan temprana como abril de 1935 en Everyday Science and Mechanics, no tuvo mejor suerte. Se trataba de un diseño directamente inspirado en los lectores de microfilms que hoy  pueden verse en bibliotecas y en particular en hemerotecas, que debía funcionar con corriente eléctrica y cuyo objetivo era la lectura de libros (con un botón incluso para pasar las páginas) que hace pensar en la lectura de un pdf en pantalla. La gran diferencia en líneas generales con la idea rectora del lector de microfils es la disposición en vertical, que parece intentar reproducir la lectura de libros. Sin embargo, acaso también debido a los tiempos que corrían (con la segunda guerra mundial a la vuelta de la esquina), esta original idea no pasó de ser un interesante diseño que apenas dejó rastro.

Ángela Ruiz Robles (1895-1975).

La artífice del libro mecánico, Àngela Ruiz Robles (1895-1975), abordó el asunto que se había planteado desde el ámbito que le era propio y en el que hasta entonces había desarrollado su vida profesional (era maestra en El Ferrol, donde también abrió una academia para adultos), y sus propósitos eran, por un lado, paliar el problema para la salud que suponía que niños y adolescentes en proceso de crecimiento acarrearan pesadas carteras o mochilas, con las consecuencias que en buena lógica eso se suponía que podía tener en el desarrollo de su columna vertebral, y por otro lado, iniciar un nuevo modo de impartir conocimientos más ameno y que los hiciera fácil y rápidamente asimilables.

Uno de los principales objetivos que se planteaba, pues, era compactar todos los libros de conocimiento en uno solo o en unos pocos (una macroenciclopedia escolar), y además conseguir que tuviera el menor peso posible. La bondad de tal propósito no parece discutible, y en realidad los dispositivos de lectura de textos electrónicos han empleado esos mismos argumentos en su intento de divulgación.

La faceta de Ángela Ruiz Robles como innovadora se despierta en la posguerra española, pero sus primeras tentativas se producen ya incluso antes y tal vez como consecuencia de su experiencia como docente de taquigrafía y mecanografía (1915-1916), materia sobre la que publicaría diversos libros en la coruñesa Imprenta Moret (que ocasionalmente actuaba, desde los años veinte, también como editora de libros técnicos destinados a la enseñanza). Ya su Primer Atlas gramatical (1944), resultaba ingenioso en su planteamiento, pues pretendía ofrecer un mapa explicativo de variantes lingüísticas con un cierto grado de interactividad con el lector.

Su segunda gran creación fue un método taquimecanográfico del que en 1949 surgió el diseño de un proyecto de máquina taquimecanográfica ad hoc. La principal novedad a simple vista era una nueva propuesta de ordenación de caracteres en el teclado, que tenía en cuenta además las grafías y signos propios de diversas lenguas y cuyo objetivo era facilitar tanto la escritura (mediante un perfeccionamiento del sistema de enlaces sistemáticos y un encadenamiento de signos simplificado) como la lectura.

En realidad su invento puede interpretarse como la fusión de la máquina de escribir y el libro, pues el contenido que ofrecía permitía adiestrarse en el conocimiento y empleo de las letras y números y ejercitarse en los rudimentos de la escritura, la lectura y el cálculo matemático simple. Pero con la enciclopedia mecánica lo que proponía era la posibilidad de acceder a materias más diversas estructuradas en carretes y bobinas, a los que se pudieran incorporar las imágenes que fuera necesario y sonido (lo que hace pensar sin duda en el sonobox que Plaza & Janés adoptó a principios de los años ochenta), así como las explicaciones en forma de texto de las materias escolares.

Otra idea interesante de la enciclopedia mecánica es el hecho de incorporar una lente de aumento (que permitía comprimir el tamaño de la información que deseaba incorporarse) y luz interna que posibilitaba la lectura en la oscuridad (y que de nuevo remite a las pantallas delos dispositivos de lectura electrónicos y a los teléfonos móviles o celulares).

Esquemas que acompañan la patente de la enciclopedia mecánica.

Construida en el Parque de Artillería de Ferrol y patentada el 7 de diciembre de 1949 (patente 190.698), la enciclopedia mecánica de Ángela Ruiz Robles nunca llegó a buen puerto, pese a que al parecer desdeñó una oferta de construcción en serie en Estados Unidos con la esperanza de que podría encontrar financiación para construirla en España. Sin embargo, es justo que actualmente de nombre a uno de los Premios Nacionales de Informativa, el destinado, entre otras cosas, a galardonar “las actividades institucionales, corporativas o individuales que potencien el emprendimiento en el área de las tecnologías de la información y que estimulen la innovación, la transferencia de conocimiento”, etc.

Le enciclopedia mecánica.

A finales de los años cuarenta, en la industria editorial española no hubo nadie con la visión suficiente para intentar la materialización y el desarrollo de esas ideas, y quizá no era el momento propicio para ello. Pero resulta paradójico que sí se intentara implantar otros inventos que no están muy lejos de esa misma línea, como el ya mencionado sonobox, del que hoy ya apenas nadie se acuerda.

Fuentes:

Entrevista y reportaje sobre “Ángela Ruiz Robles, la inventora gallega del libro electrrónico“,  en el programa de RTVE Con Ciencia.

La patente de la enciclopedia mecánica puede leerse aquí.

AA. VV., Ángela Ruiz Robles y la invención del libro mecánico, Ministerio de Economía y Competitividad y Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, 2010.

Detalle de la patente.

Alpoma, “Ángela Ruiz Robles, precursora de los libros electrónicos”, Tecnología Obsoleta, 3 de noviembre de 2013 (versión abreviada de un artículo publicado previamente en Historia de Iberia Vieja, núm. 101, noviembre de 2003).

Lorena Fernández, “Mujeres tecnólogas. Haberlas, Haylas“, en Doce miradas, 11 de febrero de 2014; glosado con el título  “Mucho antes que Jeff Bezos ya estuvo Ángela Ruiz Robles“, en Texturas.

Guillermo García, “Doña Angelita, la inventora gallega del libro electrónico“, Sinc, 25 de enero de 2013.

Daniel González de la Rivera Grandel y Juan José Moreno Navarro, “Los orígenes hispánicos del libro electrónico”, El País, 17 enero 2013.

Mary Lebert, El libro digital (1971-2010). Proyecto Gutenberg, 2010.

Rosa Millán García, “La enciclopedia mecánica de Ángela Ruiz Robles en la MUNCYT de Coruña”, Rosa Millán García en femenino, 3 de mayo de 2012.

Rocío Pita Parada, “El primer e-book nació en El Ferrol“, La Voz de Galicia, 16 de abril de 2010.

Elena Rojas Romero, “El libro mecánico, precursor del libro digital, nació en 1949 y su inventora fue una maestra de El Ferrol”, Marchamos. Revista de Comunicación Interna de la Oficina de Patentes y Marcas,  núm.39 (3er cuatrimestre de 2010), pp. 20-21.

 

 


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La edición ensimismada (Pasando página)

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En el más reciente cambio de siglo se publicó una pequeña avalancha de títulos dedicados, en sentido amplio, al mundo del libro, ya sea centrados en grandes editores, como es el caso de las reediciones de la biografía Gaston Gallimard, de Pierre Assouline (Península, 203) y las Memorias de Carlos Barral (Península, 201), las nuevas de Mario Muchnik (Lo peor no son los autores y Banco de Pruebas, Del Taller de Mario Muchnik, 1999 y 2000) o los imprescindibles estudios de Albert Forment (José Martínez, la epopeya de Ruedo Ibérico, Anagrama, 2000) y Carlo Feltrinelli (Senior Service, Tusquets, 2001), bien sea en forma de panorámicas más o menos ambiciosas, como en el caso de Jorge Villar (Las edades del libro, Debate, 2002) y Jesús A. Martínez Marín (coord.., Historia de la edición en España 1836-1936, Marcial Pons, 2001) o bien como ensayos o recopilaciones de conferencias y artículos: La edición sin editores, de André Schiffrin (Destino, 2000), La industria del libro, de Jason Epstein (Anagrama, 2001) u Opiniones mohicanas, de Jorge Herralde (El Acantilado, 2001). Y otras obras valiosas publicadas en otros ámbitos llegaban con menos fluidez de la deseable, como La edición catalana en México, de Teresa Férriz (El Colegio de Jalisco, 1998) o El mundo de la edición de libros, de Fernando Esteves Fros (coord.., Paidós, 2002).

En la misma dinámica se incluye el ambicioso proyecto de Joaquim Palau de lograr una historia completa de la edición en España en el siglo xx, desde allí donde la dejaba el equipo coordinado por Martínez Marín (es decir, en 1939), hasta el cambio de siglo, mediante dos libros bajo la responsabilidad de dos conocidos periodistas culturales barceloneses, Xavier Moret (Tiempo de editores, 2002) y Sergio Vila-Sanjuán (Pasando página); dos libros sin embargo muy distintos, tanto en sus planteamientos como en sus resultados. Pese a la buena acogida que tuvo el libro de Moret en la prensa periódica, y aunque ya se reflejó en ella el ninguneo de la edición fuera de Barcelona, es evidente que Tiempo de editores no es ni mucho menos un estudio definitivo, ni por supuesto completo, y que los demasiados errores que contiene obligan a tomar los datos que ofrece con suma cautela.

Los celosos, de Márai, en Janéz Editor (1949).

Segio Vila-Sanjuán, a quien su larga dedicación al tema desde la sección “Latidos de la industria cultural” (La Vanguardia) había dotado de un bagaje adecuado para afrontar su objetivo, tiene la perspicacia de declarar desde el principio tanto cuáles son las fuentes de las que proceden los datos que ofrece como, sobre todo, cuál ha sido la intención: “recopilar la máxima información, interpretarla, ordenarla y exponerla de forma que permita una lectura lo más fluida posible” (p.10). Lo primero es importante no sólo porque, como advierte Vila-Sanjuán, en España las cifras de venta de un determinado libro son casi imposibles de conocer a ciencia cierta, sino también porque es muy difícil establecer quién es el descubridor de un determinado autor o texto: ¿la agente que lo incorpora a su catálogo?, ¿el lector o asesor editorial que lo recomienda a un editor?, ¿el editor que estampa su firma en el contrato de edición? Como se puso de manifiesto en los casos de Marái y Salamandra o Kertész y El Acantilado, con frecuencia se ha divulgado y generalizado informaciones equivocadas respecto a supuestos “descubrimientos”. En cuanto al segundo aspecto, lo cierto es que estamos ante un libro de una fluidez subyugante que, valiéndose en la misma medida de episodios divertidos o pintorescos que de anécdotas significativas o ejemplares y de declaraciones intempestivas, logra que sea difícil dejar de leer.

Sin destino (Plaza & Janés, 1996).

La estructura misma del libro lo dota de una rara amenidad, muy periodística, y permite –casi invita a– diversos modelos de leerlo. La primera parte se atiene a la cronología para ofrecer un completo repaso de los acontecimientos más sobresalientes del mundo de la edición, mientras que la segunda se centra en algunos temas (los premios, los best-sellers, el pensamiento, la edición de poesía, de clásicos…),  con lo cual se completa la primera y se construye una obra que tanto puede vivirse como un viaje por la historia de la industria editorial española, no por ameno menos riguroso, como emplearse a modo de obra de consulta respecto a ámbitos o aspectos concretos.

Quizá pueda achacársele alguna ausencia notable (hubiera sido de agradecer, por ejemplo, una panorámica de la edición de teatro, dramática a todas luces) o señalar algunos defectos graves, si bien mucho menos numerosos que en Tiempo de editores, que ensombrecen el índice onomástico, pero no hay duda de que ésta sí es una obra muy útil y destinada a permanecer en el tiempo. Porque, como dijo en su momento el otro gran cronista de la vida editorial, Manuel Rodríguez Rivero (Blanco y Negro Cultural, 26/V/2003), “es un libro que nos recuerda cosas olvidadas y nos cuenta otras desconocidas o nunca hasta ahora documentadas”, pero además nunca deja de establecer las vinculaciones entre la edición y los cambios de la cultura y la sociedad en el período democrático postfranquista.

El editor y escritor Carlos Pujol (1936-2012).

Y si bien los apocalípticos podían ver en la publicación de otro ensayo sobre edición una tendencia del mundo del libro a encerrarse en sí mismo –y ahí están como argumento los destacados ejemplos de promiscuidad de editores/novelistas como Enrique de Hériz, Carlos Pujol o Enrique Murillo–, lo cierto es que cada sociedad tiene la industria editorial que se merece, y conocer ésta es también un modo de comprender mejor aquélla. Aunque eso quizá sea también aplicable a la programación televisiva…

 

Origen:

Publicado por primera vez en la revista Quimera, núm. 235 (octubre de 2003), pp. 68-69. En el momento de incorporarlo a Negritas y Cursivas,  Pasando página. Autores y editores en la España democrática (Barcelona, Destino, 2003 y Barcelona, Círculo de Lectores, 2004) está tristemente descatalogado.


Tagged: Pasando página; Sergio Vila-Sanjuán

La “edición histérica” de Tusquets Editores

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A la editorial Círculo de Tiza, con los mejores deseos.

La miríada de pequeñas editoriales independientes surgidas en los últimos diez años en el ámbito de la edición literaria en lengua española (Minúscula, Páginas de Espuma, Libros del Asteroide, Malpaso, Blackie Books, etc.) ha mantenido una relación ambivalente con el trío de editoriales de referencia capitaneadas por miembros de la generación anterior, como Esther Tusquets (Lumen), Beatriz de Moura (Tusquets Editores) y Jorge Herralde (Anagrama), a los que probablemente podrían añadirse otros ejemplos (Manuel Borràs, de Pre-Textos, o Jaume Vallcorba y sus Quaderns Crema y El Acantilado), quienes a su vez han reconocido el magisterio, entre los editores españoles, de Carlos Barral y Josep M. Castellet.

Beatriz de Moura (Tusquets Editores) y Jorge Herralde (Anagrama).

Por un lado, no hay duda de que en muchas ocasiones los editores de estas nuevas iniciativas han dejado constancia de su respeto e incluso de su admiración por sus precedentes, pero en cierto modo surge aquí y allá de vez en cuando una cierta tendencia “matar al padre” que se expresa en forma de un cierto desdén o de una acaso injusta comparación entre el contexto cultural de los años sesenta-setenta y los primeros de este siglo.

Cartas abisinias (1880-1891), seleccionadas, prologadas y anotadas por Francesc Parcerisas (núm. 47; 1974).

Pese a ello, es muy probable que haya un consenso en otorgar un carácter ejemplar y modélico a una de las colecciones con que se presentó en sociedad Tusquets Editores, los Cuadernos Ínfimos (1969-1993), en particular en sus primeros años.

Mientras trabajaba en Lumen con Esther Tusquets, en 1968 Beatriz de Moura había advertido que algunas obras de grandes autores que no carecían en absoluto de interés eran desdeñadas por los editores españoles debido a su exigua extensión. Sin embargo, en Lumen no vieron claro el proyecto que había imaginado Beatriz de Moira a partir de esta constatación (que se plasmaría en Cuadernos Ínfimos y Marginales), así es que la joven editora de origen brasileño se lió la manta a la cabeza y creó, con 165.000 pesetas (1.200 dólares) aportadas por su entonces marido Oscar Tusquets, la editorial necesaria para llevar a buen puerto su proyecto, y adoptó el nombre de Tusquets para evitar posibles coincidencias que pudieran desembocar en demandas. Inicialmente, el buen rollo o fair play hizo que pudiera además distribuirlos a través de Lumen.

La sede inicial de la empresa fue la sala de estar de Beatriz de Moura, quien había alquilado al padre de Esther Tusquets –Magí Tusquets, que se ganó un puesto en la historia editorial al comprar las burgalesas Ediciones Antisectarias Lumen y dejarla en manos de su hija–, una vivienda en el tercer piso en el número 52 de lo que por entonces era la avenida Hospital Militar, y allí permanecería desde el otoño de 1968 hasta finales de la década.

Los poetas surrealistas españoles (núm. 26; 1971), cuya portada es un guiño, nunca mejor dicho, a la peli de Buñuel Un chien andalou.

El estreno de la otra colección que nació simultáneamente, Marginales, fue realmente espectacular: los textos dispersos de Samuel Beckett (1906-1989) reunidos en Residua (“De una obra inacabada”, “Basta”, “Imaginación muerta imagina” y “Bing”), traducidos y prologados por Félix de Azúa. El Premio Nobel de Literatura que ese mismo año 1969 se otorgó al gran dramaturgo irlandés, “por su escritura que, renovando las formas de la novela y el drama, adquiere su grandeza a partir de la indigencia moral del hombre moderno” se encuentra entre los más inesperados que ha concedido la Academia sueca, y sin duda debió de ser un respaldo extraordinario para un libro de semejantes características.

Los Cuadernos Ínfimos, por su parte, se estrenaron con un libro sobre el cineasta Marco Bellochio. Polémica Pasolini-Belocchio. I pugni in Tasca, en selección, traducción y notas de Ricardo Muñoz Suay (1917-1997) y Michele Pousa. Y ese mismo año 1969 la colección empezó a dejar claro por donde iban los tiros:

  1. Buster Keaton, de Marcel Oms (en traducción de J.E. Lahosa).
  2. Tres aspectos de matemáticas y diseño. La estructura del medio ambiente, de Christopher Alexander (traducido por la propia Beatriz de Moura).
  3. Godard polémico, de Román Gubern.
  4. Arquitectura española de la segunda República, de Oriol Bohigas.
  5. La secuestrada de Poitiers, de André Gide (en traducción de Michèlle Pousa y con una introducción de Muñoz Suay).

 

Mujer en el espejo… (núm. 40; 1973).

Umberto Eco, Antonio Gramsci, Tom Wolfe, Serguei Eisenstein, James Joyce, Jonathan Swift, Witold Gombrowicz William Faulkner, Juan José Arreola, Mario Benedetti, Antonin Artaud, Tristan Tzara, Roland Barthes, Robert Musil, E. M. Cioran o Severo Sarduy fueron sólo algunos de los autores que se publicaron en esta colección antes de la muerte del dictador Francisco Franco, pero los primeros títulos sirven ya para toparse con algunos de los nombres importantes que contribuyeron activa y desinteresadamente en el éxito de esta colección, que no tardó en estructurarse en series que fueron temporalmente dirigidas por Xavier Sust (Arquitectura), Ricardo Muñoz Suay (serie Cotidiana), Joan Enric Lahosa y Pere Fages  (Cine, entendido como arte) y a los que se unirían luego Alicia Roig (Psicoanálisis) y Sergio Pitol (Los Heterodoxos).

La propia Beatriz de Moura ha recurrido al sintagma “colección histérica” para describir esta heterogeneidad dentro de la heterodoxia que pregonaba la editorial y esta colección en particular, pero explica también en detalle los objetivos que se planteaba inicialmente como editora:

reivindicar las vanguardias literarias de nuestro siglo [el xx) y la literatura que, no por marginada,  minoritaria e incluso “maldita”, deja de ser menos importante; aportar elementos para un debate vivo, activo, en el terreno de la cultura, de las ideas, mediante textos refractarios a las ortodoxias vigentes y que suscitaran polémica, y publicar la narrativa de autores españoles e hispanoamericanos.

Homenaje a King Kong (núm. 41; 1973). Al tirar de la lengüeta superior, King Kong mueve la lengua.

Sin duda, queda claro el espacio que venían a ocupar los Caudernos Ínfimos, cuyo diseño, el mismo año de su estreno, les valió a los arquitectos Lluis Clotet y Oscar Tusquets el premio FAD de la Agrupación de Diseño Industrial. Fieles a su nombre, y fácilmente reconocibles por el predominio del color plata en sus cubiertas, se trata de pequeños y breves volúmenes (11 x 18 cm de alrededor de cien páginas) encuadernados en rústica y fresados (sólo a partir de 1985 empiezan a publicarse cosidos), que poco a poco van presentando portadas con algunas novedades muy pop, muy irónicas y comercialmente atractivas (troquelados, cortes, juegos con el color…). Así lo ha contado Oscar Tusquets:

Una edición de textos ínfimos que decidimos caracterizar no por su diseño sino por su material: cartulina plateada. En ella, limitados por unos medios precarios y un escaso conocimiento gráfico, pero llevados por cierta osadía juvenil, arriesgamos varios experimentos […]. No creo que hoy pudiésemos hacer algo mejor.

Y también la propia Beatriz de Moura se ha referido a ello y a estos “experimentos”:

En los primeros años intentamos suplir la carencia económica con un gran derroche imaginativo: libros cuya tapa debe leerse reflejada en un espejo [alude a Mujer en el espejo contemplando el paisaje (1973), de Enrique Vila-Matas], libros en perspectiva, troquelados [Groucho y yo (1972); Manera de una psique sin cuerpo (1973), de Macedonio Fernández)], rasgados [Poetas surrealistas españoles (1971), de Vittorio Bodini y traducido por Carlos Manzano] e incluso con movimiento [Homenaje a King Kong (1974), libro colectivo preparado por Romà Gubern] Ahora bien, papel, impresión y encuadernación eran simplemente lamentables, reventaban todos los presupuestos; en realidad, hasta entrados los años ochenta no hemos podido alcanzar en la producción el nivel de calidad que hubiéramos deseado desde el principio.

Cubierta de Groucho y yo (núm 79; 1972), troquelada en la parte correspondiente a las gafas, en la que puede verse la imagen del personaje.

A Clotet y Tusquets habría que agregar los nombres de Loredano (autor de algunas ilustraciones de cubierta y de material promocional de la colección) y Enric Satué (que diseñó pósters promocionales), entre otros. Las tiradas rondaban inicialmente los 3.000 ejemplares, y si la joya que permitió la continuidad de Marginales fue el enorme éxito del Diario de un náufrago, de Gabriel García Márzquez (aún hoy empleado en institutos de enseñanza por los valores éticos y literarios que transmite), en el caso de la colección plateada los mayores impulsores, quienes permitieron dar continuidad a la colección, fueron sobre todo los disparatados libros de Groucho Marx y los textos humorísticos y guiones de Woody Allen, bastante antes de que se convirtiera en un cineasta de masas.

Portada de Gorucho y yo, en la que puede verse al autor.

Esos éxitos permitieron llevar a cabo otra de las líneas señaladas por Beatriz de Moura, publicar  autores españoles e hispanoamericanos nuevos o cuya obra tenía por entonces poca repercusión, como Enrique Vila-Matas, Héctor Bianciotti, Saúl Yurkievich, Manuel Serrat Crespo, Leopoldo María Panero o Cristina Fernández Cubas, quien ha contado las circunstancias que desembocaron en la publicación de su primer libro de cuentos:

Yo soñaba precisamente con Tusquets, con la colección Cuadernos ínfimos, aquellos libritos plateados que ocupaban un lugar importante en mis estanterías y que se me aparecían, sobre todo, como el lugar idóneo para publicar los cuatro cuentos reunidos en Mi hermana Elba. (…) Y aunque tuve que esperar un cierto tiempo, también en este punto tuve suerte. Woody Allen y Groucho Marx, involuntarios padrinos de mi obra, se encargaron de acortar el plazo. Sus libros habían resultado un éxito, y la editorial –una pequeña-gran editorial entonces– pudo permitirse el lujo, en malos tiempos, de apostar por una perfecta desconocida. Mi Hermana Elba, pues, apareció finalmente en octubre de 1980, en Cuadernos ínfimos, aquellos libritos plateados, con una sugerente cubierta de Claret Serrahima. En el momento en que la vi me pareció “mágica”. Hoy, tantísimos años después, sigo pensando lo mismo.

La asesina ilustrada, de Vila-Matas (núm. 80; 1977).

No es el caso en cambio de Juan Marsé, cuya publicación de Señoras y señores (núm. 136, 1987) cuando ya tenía una sólida reputación como novelista responde más a la estrategia de publicar obra olvidada de grandes autores que ya definía a la colección desde sus primeros tiempos. La publicación de los cuentos que componen Mi hermana Elba llegó además poco después de que la obra de Michel Dansel Nuestras hermanas las ratas (núm. 90, 1979) fuera galardonada por el Instituto de Investigaciones Leprológicas de Rosario (Argentina), lo que da fe de la incombustible heterogeneidad de la colección. Pero no todo fue un camino de rosas para llegar hasta allí. Ateniendo a las fechas de publicación de las obras se advierten ciertos vaivenes sin duda significativos: en 1969 se publican los seis títulos ya mencionados, y a partir de entonces la cadencia es la siguiente: 1970 (12), 1971 (8), 1972 (11), 1973 (9), 1974 (11), 1975 (11), 1976 (7), 1977 (4), 1978 (4), 1979 (4), 1980 (4), 1981 (8), 1982 (2), 1983 (9), 1984 (12), 1985 (3), 1986 (3), 1987 (4) y un solo título en 1988, 1992 y 1993: Lady sings the Blues, de Billie Holiday, y los guiones de Woody Allen Delitos y faltas y Maridos y mujeres, respectivamente.

Portada, a color, de El Caníbal (Ceremonia antropofágica), (núm. 45, volumen doble, 1973).

Por fortuna, una treintena larga de los libros de esta colección siguen aún hoy disponibles en el catálogo de Tusquets, y muchos otros de los textos se han pasado a otras colecciones (Metatemas y Fábula, sobre todo) y están también disponibles, en algunos casos en volúmenes que compendian varios de los cuadernos. Es evidente que en la concepción de una colección hoy mítica como Cuadernos Ínfimos está el germen –o como mínimo un ilustre antecedente– de muchos planteamientos que han contribuido al merecido éxito de algunas editoriales literarias independientes.

Sobre la estupidez, de Musil y prologado por Aloisio Rendi (núm. 49, medio volumen; 1974).

Fuentes:

Beatriz de Moura: Como antes, como siempre, web Tusquets (vídeo).

Big bang (núm. 57; 1974).

AA.VV., Conversaciones con editores en primera persona, Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 2006, pp. 173-206.

Luisa Bonilla, “La vida de los libros. Entrevista con Beatriz de Moura“, Letras Libres, enero de 2010.

José Ignacio Fernández, “Beatriz de Moura, la chica de los leotardos negros”, Círculo Cultural Faroni, 24 octubre 1212.

Ángel S. Hardinguey, “El placer de vivir entre libros (entrevista a Beatriz de Moura)“, El País, 1 de ocutubre de 2006.

Xavier Moret, “Tusquets Editores”, en Tiempo de editores. Historia de la edición en España, 1939-1975, Barcelona, Destino (Imago Mundi 19), 2002.

Tusquets Editores, Tusquets Editores 40 años. 1969-2009, Barcelona, Tusquets Editores (edición no venal), 2009.

Fernando Valls, “La fiesta de Tusquets”, La nave de los locos, 18 de junio de 2009.

Fenomenología del kitsch. Una aportación antropológica, de Ludwig Giesz (núm. 39, volumen doble; 1973).


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La colección que mimaba a los traductores (Isard, 1962-1971)

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A Roser Vilagrassa, traductora de Pessoa, Wells y Kipling,

entre otras perlas, y buena amiga.

Josep M. Boix i Selva (1914-1996).

Josep Maria Boix i Selva (1914-1996), de quien en 2014 se cumple el centenario, no es quizás uno de los poetas catalanes más conocidos pese a la importancia de sus valedores y de la entusiasta atención, aunque exigua, que le ha dedicado la crítica literaria.

Proporcionalmente, ha recibido más atención su elogiada labor como traductor, y muy en particular su versión en verso de El paradís perdut de John Milton, que publicó en dos volúmenes en edición de bibliófilo en Alpha (1950 y 1951) y posteriormente en Clàssics de Tots els Temps (1953). Dadas las difícilísimas circunstancias de la época para dar a conocer obra literaria en catalán, no son desdeñables tampoco las lecturas de fragmentos de la traducción de Milton que Boix i Selva llevó a cabo en la Secció del Foment de les Arts Decoratives (en mayo de 1944) y en las conocidas como Bombolles Poètiques de Joan Colomines y Anton Sala-Conradó (en la que añade Samsó agoniste), en 1959.

Menos frecuentada ha sido por los historiadores su labor como director literario de la colección Isard, de la editorial Vergara, pese a su vocación de dar a conocer algunas de las obras más importantes de la literatura del siglo xx (entre ellos una buena cantidad de premios Nobel) y contar con una auténtica pléyade de espléndidos escritores como responsables de las versiones catalanas. Entre los primeros, valgan los nombres de Joyce, Faulkner, Orwell, Graham Greene, Rimbaud, Daudet, Saint-Exupery, Camus, Mauriac, Solzhenitzyn…; entre los traductores, algunos de los mejores y más renombrados de su tiempo: Carles Soldevila, Pere Calders, Joan Oliver, Joan Sales, Joan Vinyes, Miquel Arimany, Ramon Folch i Camarasa, Núria Folch, etc. Quizás sólo Laura Vilardell se ha atrevido a hacer “Una aproximació a la col·lecció Isard”, de innegable valor, pero existen en la Biblioteca de Catalunya los materiales necesarios para que alguien se anime a acercarse un poco más y a profundizar en esta insólita colección y en su principal promotor (sugerencia para investigadores intrépidos).

Graham Greene (1904-1991).

Josep Maria Boix i Selva pertenece al grupo de jóvenes que aún en edad escolar  convirtieron en legible –y, en retrospectiva, en interesantísima publicación– la revista Juventus, órgano de la Federación Catalana de Congregaciones Marianas y que entre 1931 y 1932 acogió en sus páginas los primeros textos literarios de escritores de la categoría de Tomás Lamarca, Martí de Riquer, Joan Vinyoli, Ignasi Agustí o Josep M. Camps. Posteriormente colaboraría en la exquisita revista Quaderns de Poesia (marzo de 1935-junio de 1936) y en el periódico El Matí.

Ignacio Agustí (1913-1974).

Ignacio Agustí (1913-1974).

Boix i Selva publicó en Juventus varios poemas, como  “Hivernal” (número de enero de 1931, p. 47) o “Planys de l´exiliat (mayo de 1931, p. 272), una prosa poética, “Visió nocturna” (febrero de 1931, p. 99), algunos textos de crítica literaria, como por ejemplo el dedicado a su admirado “Josep M. López Picó” (octubre de 1931, pp. 624-625) e incluso alguna pieza de reflexión política inesperada en una revista de estas características como “Catòlic i socialista?” (abril de 1931, pp. 221-222), ninguno de los cuales aparece, por lo menos con estos títulos, en el minucioso inventario del Fons Josep Maria Boix i Selva que se conserva en la Biblioteca de Catalunya (otra sugerencia para investigadores interesados en la obra del escritor).

A medida que avanza la década, su círculo de amistades literarias lo constituye sobre todo el grupo formado por Salvador Espriu, Bartomeu Rosselló-Pòrcel, Tomás Lamarca, Oscar Samsó y Joan Teixidor. Ya antes de la guerra aparece su primer libro de poesía, Angle (Altés, 1935), que fue objeto de uno de los textos críticos más atinados y trabados de Josep Janés en la preciosa revista Rosa dels Vents (1936), y durante la guerra publicó un segundo volumen, Soledat abrupta (Altés, 1937), además de preparar para la colección de Janés Oreig de la Rosa dels Vents el volumen de Poesia dedicado a Josep M. López-Picó. Sin embargo, como tantos otros poetas en lengua catalana, el resultado de la guerra puso Boix i Selva las cosas muy difíciles a partir de 1939. Aun así, durante el franquismo su obra poética se enriquece con los poemarios en ediciones clandestinas Felicitat (Amics de la Poesia, 1944) y Copaltes i mirinyacs (Altés, 1946), a los que hay que añadir El suplicant, la deu i l´esma (Premio Carles Riba 1971 y publicado en Proa al año siguiente).

En un momento en que la edición en lengua catalana empieza a intentar normalizarse, Isard nace dentro del seno de la Edittorial Argos, de la que en 1958 se había hecho cargo Ignacio Agustí al dejar la dirección de Destino y que en esos años publicó Más brillante que mil soles, de Asimov junto a Ciudades de España, de Eugenio Nadal o reediciones de la exitosa Mariona Rebull del propio Agustí.

Aunque las disonancias en la colección Isard no fueron tan clamorosas, sí recibió críticas la inclusión en el catálogo de lo que se consideró una nota discordante, y en particular las traducciones que clásicos añejos como Longo o Platón.

Pere Calders (1912-1994).

La descripción de Isard como Biblioteca Universal en Llengua Catalana era lo suficientemente ambigua para permitirlo, y, divida en diversas series (Novela, Ensayo, Religión, Historia), manifestaba la intención de publicar “obras representativas de todos los géneros literarios y de diversas épocas y culturas”. Pere Calders, quien en carta a Joan Triadú (14 de enero de 1964) define Isard como “una colección modélica en cuanto a corrección”, explica en un ilustrativo artículo (recogido por Montserrat Bacardí en La traducció catalana sota el franquisme) que en la selección de títulos intervienen activamente los propios traductores con sugerencias y propuestas y da razón de esa aparente heterogeneidad:

 Títulos que, considerados aisladamente, pueden parecer –y ni siquiera a todo el mundo!– poco necesarios, en el conjunto de la colección tendrán un objetivo bien definido. Así se explica que compartan una misma lista Albert Camus, Cecil Roberts, Aldous Huxley y A.J. Cronin, Vintilia Horia y Kathryn Hulme. O bien que les hagan compañía las gestas del reverendo padre Dominique Pire y las de Tartarí. E inlcuso tiene un enorme interés que un mismo traductor, un helenista eminente de la categoría de Jaume Berenguer i Amenós, nos ofrezca a Platón y Longo.

El catálogo que fue conformando Isard puede interpretarse como un antecedente de lo que luego sería la añorada colección Clàssics Moderns que Francesc Parcerisas dirigió para Edhasa, es decir, procuró un canon de los clásicos del siglo XIX y XX que en la mayoría de casos nunca se habían traducido al catalán y que seguían manteniendo una enorme vigencia. Entre las excepciones curiosas se cuenta Teresa Desqueyroux, del premio Nobel francés François Mauriac, que poco después de iniciada la guerra había aparecido como número 127 de los Quaderns Literaris de Josep Janés, en traducción de Jeroni Moragues, y de la que en 1963 Isard ofrece una nueva versión firmada por el escritor y editor Joan Sales.

Cubierta y portada de 1984, de Georges Orwell.

El catálogo completo de Isard (39 títulos) puede verse en el magnífico artículo ya mencionado de Laura Vilardell, que lo acompaña además de un interesantísimo anexo con las obras programadas que no llegaron a publicarse en el que figuran Ilya Erenburg, Nikos Kazantzakis o Maquiavelo entre otras perlas, pero a modo de panorámica, baste mencionar las obras del también premio Nobel Albert Camus La pesta (traducción y prólogo de Joan Fuster, en 1962) y La caiguda (traducción de Vallespinosa, en 1964), 1984, de George Orwell (traducida por Joan Vinyes, en 1964) y La revolta dels animals (traducida por E Cardona y J. Ferrer Mallol) , las novelas de Graham Greene Un americà pacífic (traducción de Eulalia Presas i Plana, en 1965) y Rocs de Brighton (traducida por Maria Teresa Vernet, el mismo año) o Una temporada a l´infern. Il·luminacions, de Arthur Rimbaud (versión, estudio preliminar y notas de Josep Palau i Fabre, en 1966). Y, entre las obras en catalán, los dos volúmenes de L´aperitiu, de Josep Maria de Sagarra (1964) y Proses bàrbares. Els herois, de Prudenci Bertrana, acompañados de “Una vida”, de Aurora Bertrana, en 1965.

Vol de nit, de Saint-Exupéry.

Uno de los placeres –o motivo de envidia– que la colección Isard reserva a los traductores es la importancia que se les concedía, y que no se limitaba a propugnarla, sino que se ponía de manifiesto en los textos de contraportada, que sistemáticamente constaban de la biografía del autor de la obra, una breve y elogiosa reseña del texto que se publicaba y una resumen biográfico del autor de la traducción. Además, el traductor tenía la oportunidad de incluir un texto en el que justificar sus decisiones (cuestión particularmente importante en el caso de la literatura catalana, por no estar entonces bien asentado el lenguaje literario), y, según explica Calders, en la ya mencionada carta: “Paga [a los traductores) los precios más elevados de Bareclona, y me consta –porque lo he vivido en primera persona– que los propósitos de calidad y de servicio desinteresado son sinceros y que el grupo intenta salvar la colección.”

No me viene a la memoria ninguna editorial o colección que reconozca de semejante modo la importancia de los traductores. (Véanse, sin embargo, los comentarios a la entrada para información adicional).

Fuentes:

Josep M. Boix i Selva.

Montserrat Bacardí, La traducció catalana sota el franquisme, Lleida, Punctum (Quaderns 5), 2012.

Pere Calders-Joan Triadú, Estimat amic. Cartes. Textos (edición de Susanna Álvarez y Montserrat Bacardí), Publicacions de l Abadia de Montserrat, 2009.

Sergi Doria, Ignacio Agustí, el árbol y la cebniza, Barcelona, Destino (Imago Mundi 244), 2013.

Laura Vilardell, “Una aproximació a la col·lecció Isard”, en Sílvia Coll-Vinent, Cornèlia Eisner i enric Gallén, eds., La traducció i el món editorial de la postguerra, Barcelona, Punctum &Trilcat, 2011, p. 253-272.


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Alfonso López Camacho, un librero del exilio republicano español

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Entre las muchísimas biografías que Enric Gil Meseguer rescata del olvido en No en van tornar –por lo demás, libro ejemplar de reconstrucción histórica del exilio que combina como pocos la amenidad  periodística y el rigor académico– la de Alfonso López Camacho (1908-1986) descubre aspectos muy interesantes acerca de quien llegaría a ocupar una innegable trascendencia como animador cultural en Tijuana (México).

Cubierta de No en van tornar (2014), de Enric Gil Meseguer.

El asombroso conocimiento que Gil Meseguer tiene de la historia de L´Hospitalet de Llobregat le permite iniciar su recorrido incluso antes de su llegada a esta ciudad, pues López Camacho nació en Lucainena de las Torres (Almería) y tuvo un paso fugaz por el seminario antes de llegar a la ciudad catalana.

Atraído inicialmente por el anarquismo catalán por entonces en auge, López Camacho en los años treinta del siglo XX militó en el sindicato socialista UGT (Unión General de los Trabajadores), vinculado a, en cuya representación fue consejero en el Ayumtamiento de L´Hospitalet, y en el recién creado PSUC (Partit Socialista Unificat de Catalunya). Gil Meseguer sitúa en la primavera de 1938 su incorporación al ejército republicano y apunta su posible intervención en la batalla del Ebro (25 de julio-16 de noviembre de 1938) con el grado de capitán.

Al término de la guerra civil, paso inicialmente como preso por el castillo de Colliure y posteriormente (mayo de 1939) por el campo de Vernet. Allí se pierde su rastro hasta que reaparece en la República Dominicana, pero un exhaustivo y minucioso rastreo de movimientos de barcos permite al autor aventurar que viajó en el La Salle o bien en diciembre de 1939 o en febrero de 1940 y que trabajó inicialmente como agricultor en la colonia Pedro Sánchez hasta que en 1945 se traslada a México, país donde llevaría a cabo su trascendental labor de difusión cultural y promoción del libro.

En la capital de ese país se forma como contable y se traslada a Tijuana, donde trabaja en la administración de las bodegas de Luis Cetto hasta que, en compañía de su segunda esposa –la primera seguía en España, con los hijos de ambos– crea un restaurante. No en van tornar recoge el testimonio que ha dejado su hijo Vladimir  acerca del cambio de rumbo definitivo en la vida de López Camacho:

[En mayo de 1963] toma la trascendente decisión de cambiar la provisión de nutrir el cuerpo por el de alimentar el intelecto, más acorde con sus sueños redentores […] Abre una librería con el claro y firme deseo de influir en la trasformación política y cultural de su entorno social. Buena prueba de ello es la creación paralela de una librería móvil que con el romántico nombre de Cultura y Vida, se proponía llevar los libros a las colonias de la periferia de Tijuana en una misión a la que no dudo en calificar de apostolado.

Imagen histórica del primer emplazamiento de El Día.

Así es como nace una librería de referencia no sólo en Tijuana (donde fue la primera en vender única y exclusivamente libros) sino incluso en toda la zona de la Baja California, el Servicio Bibliográfico El Día. Vocero del Pueblo Mexicano, donde se podían encontrar los libros de las más importantes editoriales del país (Siglo XXI, Fondo de Cultura Económica, Joaquín Mortiz, UNAM) junto a libros importados de España, China (Guozi Zhudian) y la Unión Soviética (Mir, Editorial Progreso), caracterizados en esos años iniciales por el sesgo político abierto pero esperable en un exiliado republicano español.

Esto y la eficaz propagación entre los entendidos propicia que El Día, situada en la conocida como Zona Centro, se convierta en lugar de peregrinación entre los estudiantes de las universidades californianas y de los buscadores de rarezas bibliográficas y en una auténtica sorpresa para el viajero o turista original, como pone de manifiesto Juan Goytisolo en Reivindicación del conde don Julián:

Había recorrido durante horas las calles rectilíneas de una aglomeración interminable compuesta de cantinas, reñideros de gallos, frontones de Jai-alai, espectáculos de top y bottomless, bailes de taxi girls, agencias de divorcio y evasión fiscal en medio de buscavidas, prostitutas, mariachis y rubias teñidas de la sociedad de San Diego y Los Ángeles disfrazadas con peineta y mantilla para asistir a la corrida de El Cordobés, y di de pronto con una auténtica librería marxista-leninista abarrotada de obras de Mao, Castro y El Che. Entré en ella —la puerta estaba abierta, no había nadie— y mientras intentaba hacerme una difícil composición del lugar, irrumpió un personaje sanguíneo, como en Les parapluies de Cherbourg, cantando alegremente en catalán. Instantes después, sin darme tiempo de reponerme del choque, se asomaron dos chiquitas mestizas de largas trenzas y cantarín acento para preguntar al dueño de aquel disparate si tenían estampitas de Mesopotamia”,

Alfonso López Camacho.

También Manuel Vázquez Montalbán dejó un espléndido testimonio de su paso por la librería de López Camacho, cuando ésta la regentaba ya su hijo:

Terminaban los años sesenta y el todavía joven hijo de un coronel republicano español asilado en Tijuana, cambió de país y de vida y ahora estaba dándome la bienvenida y resumiendo los tics de conducta que había conservado del pasado: cada año hacía un viaje a Barcelona para tomarse un cocktail en Can Boadas y ver un partido de fútbol del Barca. Recorrí su espléndidamente abastecida librería y allí estaban casi todos los libros que me habían hecho como era.

A los cinco años de abierta la librería (1968) se había incorporado como empleado su hijo Vladimir, que acababa de dejar su casa en España, y juntos dan un impulso a la empresa, que consigue una espectacular proyección cuando, sin ninguna ayuda oficial, organiza a partir de 1980 la Feria del Libro de Tijuana, uno de los grandes hitos de la viuda cultural de la zona que contó con el apoyo de José Agustín, entre otros autores. Vale la pena consignar el carácter pionero de esta iniciativa, pues tanto la FIL de la Universidad de Guadalajara como la Feria del Libro de Monterrey son siete años posteriores. López Camacho fue el gran difusor, promotor y agitador literario de Tijuana y alrededores, y el impulso que dio a la vida cultural de Baja California es aún hoy visible.

 

En 1983, abrió una sucursal en el bulevar Sánchez Taboada (Zona Río), más espaciosa y destinada a presentaciones y actos literarios de diversa índole, y en 1987, muerto ya Alfonso López Camacho, nacerá la tercera, El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha y otra en el Campus de la Universidad Autónoma de Baja California. En 2008, coincidiendo con el cierre de la libreía primigenia, empieza a tomar el relevo al frente de El Día la tercera generación.

Librero de referencia en una amplia zona fronteriza y descrito además por Gabriel Trujillo Muñoz como “promotor incansable de la literatura regional”, López Camacho falleció antes de poder ver cómo el año 2004 la Asociación Nacional del Libro de México galardonó a El Día con el Premio Amoxhua Huehuetzin (Gran Sacerdote que custodia los códices), el más importante del país destinado a libreros y editores, pero sin duda su huella ha sido muy profunda y es de desear que duradera.

Entrada a la Feria del Libro de Tijuana 2014.

Fuentes:

 

Lupita Castro Ayón, “El Día. Cincuenta años de traer cultura a Tijuana”,  Agencia Fronteriza de Noticias, 27 de octubre de 2013.

El escritor bajacaliforniano Gabriel Trujillo, quien como José Gallicot, José Agustín, Federico Campbell o Carlos Monsiváis se encuentra entre los clientes célebres de El Día.

Enric Gil Meseguer, No en van tornar. Exili i emigració dels hospitalencs a Amèrica (1937-1965), L´Hospitalet delLlobregat, Centre d´Estudis de L´Hospitalet (Recerques 6), 2014.

Enric Gil Meseguer, “Cita con nuestra historia alrededor de una mesa con mantel”, Portal personal del autor, 18 de abril de 2014.

Juan Goytisolo, Reivindicación del conde don Julián, Madrid, Alianza Editorial (Libro de Bolsillo), 1999,

Alfonso López Camacho, “Ustedes disculpen”, Identidad, suplemento de El mexicano, 3 de julio de 2011.

Vladimir López Camacho, “Librería El Día. Cincuenta aniversario”, El Mexicano. El Gran Diario Mexicano, 19 de mayo de 2013, pp. 6-7.

Redacción El Mexicano, “Alfonso López Camacho. Fanfarrias para un hombre no muy común”, El Mexicano. Gran Diario Regional, 15 de mayo de 2011.

Daniel Salinas Basabe, “Una librería marxista leninista en el corazón de Tijuana”, Milenio, 15 de junio de 2014.

 

 

 


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Novelas que aún leemos censuradas (Entrevista a Fernando Larraz)

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Fernando Larraz (Zaragoza, 1975) es licenciado en Filosofía (1998) y Filología Hispánica (2003) por la Universidad de Salamanca y doctor en Filología por la Universidad Autónoma de Madrid (2008). Ha desarrollado su actividad docente e investigadora en las universidades de Tübingen (Alemania), Birmingham (Reino Unido) y Autónoma de Barcelona. En la actualidad es miembro del Gexel (Grupo de Estudio del Exilio Literario de 1939) y profesor de Literatura Española en la Universidad de Alcalá. Pertenece a una generación de investigadores que han encontrado una puerta ya entreabierta por quienes aún tuvieron experiencia directa del franquismo para profundizar en la investigación de la censura de libros y de la literatura creada por los escritores e intelectuales exiliados en 1939. Con unas cuantas obras publicadas ya sobre la materia (véase ficha bibliográfica al pie), ha concluido una exhaustiva investigación acerca de la censura de novelas en la segunda mitad del siglo xx que ha publicado Ediciones Trea (Premio a la Mejor Labor Editorial Cultural 2014) con el título Letricidio español.Censura y novela durante el franquismo.

Viendo que tus campos de estudio preferentes o sobre lo que más has publicado son la historia de la literatura del exilio por un lado y la industria editorial y la censura por otro, da la impresión de que lo que te interesa sobre todo sea dar a conocer aquello que el franquismo extirpó de la tradición literaria española.

Fernando Larraz.

En efecto, ambas líneas de investigación parten de la constatación de un hecho: ningún acontecimiento político ha tenido tan hondos efectos sobre la producción cultural en España como la guerra civil y la subsiguiente implantación de un régimen de vocación totalitaria. Casi todas las historias literarias, programas académicos, manuales, etcétera inician un nuevo tomo, capítulo, asignatura o tema a partir de 1939, año crucial en la historia política de España, pero absolutamente insignificante desde el punto de vista literario. Este periodo histórico se inicia por una intervención a fondo y directa de un nuevo poder político con vocación de implantar discursos unívocos en todas las esferas públicas. Y sin embargo, la implicación de esta imposición no siempre es suficientemente tenida en cuenta por los historiadores de la literatura española. Por eso me he dedicado a estudiar los que en mi opinión son los dos hechos más decisivos en la historia de la cultura y de la literatura española del franquismo (más que la publicación de Hijos de la ira, o de La familia de Pascual Duarte) y que tienen una raíz política: el exilio de los más y los mejores escritores españoles a la altura de 1939 y la vigilancia, censura, represión… sobre quienes intentaron reanudar la escritura literaria dentro de España.

¿Cómo llegas al tema de la censura de obras literarias y con qué expectativas, con qué hipótesis de trabajo?

Mi primer contacto con la censura tuvo lugar cuando estudiaba, para mi tesis doctoral, la recepción de la obra narrativa del exilio republicano de 1939. Mis pesquisas me llevaron al Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares (AGA) y a los archivos de la censura editorial. Descubrí entonces un material riquísimo, que consiste no sólo en los informes de los censores sino también en correspondencia entre censores y jerarcas franquistas con algunos escritores y en la existencia de mecanoscritos originales con correcciones del autor e indicaciones del censor. Constaté que era absolutamente necesario contar la historia de la literatura durante el franquismo desde métodos y presupuestos distintos, teniendo en cuenta que sus condiciones de producción estaban marcadas por una excepcionalidad que no ha tenido, probablemente, ningún otro periodo. Porque es cierto que la comunicación literaria se ha producido siempre con mediaciones más o menos influyentes, incluidas censuras y proscripciones, pero en contextos muy diferentes. Ver la narrativa española a partir de 1939 como una literatura posible, vigilada y limitada en temas, léxico, personajes, enfoques… creo que ofrece interpretaciones muy diferentes de sus movimientos, periodos e hitos.

Informe de Paralelo 40, de José Luis Castillo Puche.

Informe de Paralelo 40, de José Luis Castillo Puche.

¿Cómo fue el proceso de investigación, y en particular el trabajo de campo en los archivos?

La recopilación de fuentes fue más o menos sistemática. Dado que entonces no residía en Alcalá ni en Madrid, mi trabajo consistió en transcribir los contenidos expedientes. Para ello hice unas fichas que contenían los datos fundamentales de los expedientes (fechas de presentación, de resolución y de depósito, informe, resolución, tachaduras, nombre del censor o censores, documentación adicional, etcétera) y que se han publicado en la revista digital Represura. Seleccioné aproximadamente un millar de obras cuyos expedientes examiné con cierto cuidado. El AGA tiene dos inconvenientes principalmente para mi trabajo: los largos plazos para obtener reproducciones y la restricción de horarios.

Página de La Colmena, de Cela, presentada a Censura por la editorial Zodíaco, con pasajes censurados.

Tu libro es en buena medida un trabajo de historia literaria, pero también un ensayo de tesis. ¿Evolucionó, sufrió correcciones importantes o se corrigió esa tesis a lo largo de la investigación?

El trabajo partía de una hipótesis: que el condicionante más decisivo sobre la narrativa española entre 1939 y 1975 era el hecho de que estuviera censurada. A partir de esta hipótesis inicial ―que creo que queda confirmada― vienen los matices, excepciones, explicaciones, cuantificaciones… Es decir, tratar de ver en qué medida afectó sobre la escritura de  los autores, cómo evolucionó según los intereses políticos de cada etapa y las reacciones de los actores culturales, con qué criterios se aplicó la censura, qué margen de discrecionalidad existía su ejecución, y si había criterios más o menos estables, etcétera. Esta parte fue, sin duda la más interesante y la que me permitió llegar a conclusiones inesperadas, como por ejemplo, que la autocensura puede llegar a ser más poderosa incluso que la censura –y que, además, es posible en algunos casos constatarla objetivamente– o que las reacciones contra la censura mediante la escritura a menudo fueron inanes. Junto a ello, me han fascinado los proyectos literarios convertidos en ruinas al margen de la historia: aquellos libros que no se publicaron, o que tuvieron que recurrir a pequeñas editoriales americanas o francesas, sin ninguna repercusión en el campo literario español…

Das bastantes ejemplos de obras que siguen reimprimiéndose con las mutilaciones o correcciones impuestas por la censura franquista, lo que me parece bastante escandaloso y podría interpretarse como un fracaso, en este aspecto, de la transición, que por otro lado tampoco conllevó ni la recuperación de las obras publicadas fuera de España por los exiliados ni la aparición de un aluvión de obras valiosas que no se publicaron antes debido a la censura.

Elena Soriano (1917-1996).

En efecto, creo percibir un contagio del “pacto de olvido” en el campo de la literatura, que con los años ha ido evolucionando a una especie de “pacto de pereza”. A veces no es achacable a los editores, sino que los mismos autores han renunciado a restaurar sus obras mutiladas o cambiadas, como si haberse sometido en su día a las decisiones del censor supusiera una marca de desprestigio que no quieren reconocer. Otras veces ―no siempre, evidentemente― han sido los responsables de  ediciones críticas quienes no se han tomado siquiera la molestia ―no sé si por ignorancia o por pereza― de acudir al expediente de censura, donde habrían podido encontrarse las versiones presentadas por el escritor ante el editor y así, con la posibilidad de “restaurar” textos ajados por la represión. Por eso creo que, aunque en teoría cualquier persona con un nivel cultural medio sabe que existió la censura sobre cualquier producto de comunicación pública, muchas veces ni siquiera los especialistas sacan las consecuencias de este hecho. Y la primera consecuencia es que dado que cualquier libro publicado durante el franquismo pasó la supervisión del censor, es probable que la edición publicada no responda a la que presentó el escritor ante el editor. Hay casos especialmente sangrantes, que he intentado recoger en el libro: el de los exiliados, que habían publicado primeras ediciones libres en México o Argentina y que, al ser reeditados en España en los años noventa, por ejemplo, se escoge la edición mutilada de Madrid o Barcelona y no la íntegra de México D. F. o Buenos Aires. O el de autores clásicos como Benet, Aldecoa o Marsé que han sido y son reeditados con supresiones (las tachaduras). Distinto caso es el de los autores descubiertos años después por no haber sido autorizadas sus obras en su momento, como por ejemplo una autora tan notable en mi opinión como Elena Soriano. En cierto modo su caso me recuerda al de los escritores exiliados, quienes por mucho que se estudie su obra, están destinados a los márgenes y los apéndices de las historias literarias por la inflexibilidad metodológica y la esclerotización de generaciones, movimientos y otros lugares comunes en los que caen los historiadores.

Sello de la Inspección de Libros de la Subsecretaría de Educación Popular.

¿Los editores tienen a su disposición un repertorio completo de novelas en español censuradas, de modo que ya no hay excusa para reimprimirlas mutiladas sin más?

En principio, creo que toda acción de la censura es negativa a pesar de que sorprendentemente haya habido algunas declaraciones de autores y críticos en sentido contrario, con el consabido argumento de que las limitaciones agudizan el ingenio del escritor. Por ello, toda alusión a un muslo, vocabulario soez, o burla eclesial deberían reaparecer, pues su elisión no hace sino restar, por ejemplo, verosimilitud al lenguaje, que es uno de los atributos del credo realista social. ¿Por qué los jóvenes de El Jarama pueden decir “puta” y el gitano de Con el viento solano no puede decir “mierda” o “coño”? ¿Los filólogos que han examinado una y otra novela han tenido en cuenta este dato a la hora de valorar el realismo lingüístico de uno y otro autor? Son ejemplos quizá nimios, pero representativos de que la arbitrariedad de los censores nos ha llevado a una visión distorsionada de la literatura. Y los editores contemporáneos tienen la obligación de reparar en la medida de lo posible todas estas disfuncionalidades. No obstante, los límites entre censura y autocensura no siempre son claros y aquí veo una única posible excusa para seguir reimprimiendo esas novelas censuradas. Existen casos de autores que reescribieron varias veces las novelas según las indicaciones de censores y responsables de censura. En estos casos la censura no fue un mero ejercicio de poda, sino que se convirtió en intercambio de pareceres con el escritor, quien reescribió pasajes, cambió argumentos (y finales)… hasta el punto de que  uno nunca sabe dónde acaba la voluntad del censor y empieza la del escritor. Estos casos (no abundantes pero sí significativos) resultan problemáticos porque además afectan a la imagen del escritor como responsable último de su obra.

¿En qué medida el canon literario de la novela española, el repertorio de lo que en general consideramos las grandes obras novelísticas del siglo xx, está mediatizado por la censura?

Francisco Ayala (1906-2009).

La muestra más palmaria de esto creo que es la obra del exilio republicano de 1939. Aunque existe una considerable obra crítica sobre algunos de sus más significativos autores (Aub, Sender, Ayala) su inserción en el relato histórico de la literatura española del siglo XX sigue siendo problemático por la irresistible tendencia a codificarla en generaciones, grupos y movimientos homogéneos en los que no encuentran acomodo. El canon no es solo una cuestión de calidad sino también de oportunidad y de recepción y la censura es un elemento básico en la recepción de las obras literarias. Pero no sólo se ven afectadas determinadas obras de notable calidad por la censura, sino también por un horizonte de expectativas anómalo tanto del público como de la crítica, impregnada ―a veces consciente y a veces inconscientemente― de una serie de valores y métodos asentados en el pensamiento falangista (el concepto de “generación”, por ejemplo, el omnipresente nacionalismo…). Hay que tener en cuenta que la censura ha influido mucho en la configuración del canon literario pero a veces de forma aleatoria. Hay autores que tuvieron inicialmente problemas con la censura, pero a quienes la intervención estatal ―así como su sagacidad para pelear en el campo literario― o la aleatoriedad (la suerte) de derivada de la arbitrariedad censorial les colocó en el vértice del sistema cultural.

Página de la edición mexicana de La cale de Valverde, de Max Aub, censurada.

Página de la edición mexicana de La cale de Valverde, de Max Aub, censurada.

¿Qué postura suelen adoptar los autores ante la posibilidad de revisar y restituir pasajes en su día censurados de novelas veces escritas hace varias décadas?

Muchas veces, estas actitudes resultan sorprendentes: en mi trabajo no acierto a responderme por qué autores que sobrevivieron al franquismo y por tanto tuvieron la oportunidad de restaurar los daños ocasionados a sus textos por la censura no lo hicieron. Se me ocurren dos posibles explicaciones: cierta vergüenza por haberse sometido al imperio del censor, o bien el historicismo inherente a los años de la transición, que obligaba a no mirar atrás para no dejarse atrapar por las ruinas del franquismo. Lo cierto es que la actitud de la mayoría de escritores ante la censura es decepcionante, pues prima la sumisión ante el poder, a veces vergonzosa. Claro que los tiempos eran difíciles, pero los más grandes tenían abiertas las editoriales americanas.

Informe de denegación a Júcar para importar ejemplares de El libertino y la revolución, de Jorge Gaitán Durán.

¿Qué te parece que debieran hacer ante esta cuestión los derechohabientes, ya sean herederos, agentes literarios o editoriales, si crees que tienen alguna responsabilidad?

Cada caso presenta singularidades, pero en general, se me ocurren dos cosas: una, defender el legado del que han sido depositarios y, por tanto, tratar de que se transmita en sus mejores condiciones: íntegro y libre de los daños que le pudiera haber ocasionado la censura; y dos, contrarrestar la banalidad con la que a menudo se ha tratado a la censura como una injerencia menor. En este sentido, no hay más que leer, por ejemplo, las excusas autoexculpatorias con las que despacha el tema uno de los máximos responsables políticos de la represión cultural franquista en los años sesenta, Carlos Robles Piquer –hoy liberal, demócrata y, por supuesto, monárquico– en sus recientes memorias.

Carlos Robles Piquer.

¿Hasta qué punto sigue siendo la censura un campo digno de estudio? ¿Qué proporción de lo que hay crees que ha salido a flote?

Sigue siendo un territorio imprescindible para representarnos la cultura española del siglo XX y, sobre todo, para que los historiadores y críticos dispongan de información suficiente para plantearse algunas cuestiones que todavía no han sido tenidas en cuenta. El esfuerzo debería ir por dos caminos: aportar un mayor caudal de información sobre métodos, procesos, funcionamiento… de la censura e inventar nuevas maneras de narrar la historia literaria española del siglo XX, teniendo en cuenta las aportaciones reales de sus productos en relación con la maquinaria burocrática de un estado diseñada para unificar los discursos literarios. Creo que el resultado sería un canon, una periodización y una conceptualización muy diferentes de las que hoy aprendemos en manuales e historias literarias.

Es fama que Paco Candel fue una de las mayores víctimas de la censura.

Es fama que Paco Candel fue una de las mayores víctimas de la censura.

En este momento, ¿en qué proyectos o líneas de investigación estás trabajando, qué temas te interesan actualmente y de cara a un futuro próximo?

Me interesa trascender  los temas concretos de la censura y el exilio para estudiar las actitudes y conclusiones que historiadores de la cultura han podido sacar del hecho histórico del franquismo. Y, en concreto, me interesa examinar lo que llamaré el “complejo de Cándido”, cierta actitud intelectual refractaria de la crítica a nuestro pasado y abandonada al optimismo histórico perceptible en la historiografía cultural y en una buena parte de nuestra novelística reciente. Esto ha dado lugar a mistificaciones abundantes y a forzar los discursos para formar explicaciones ad hoc. Pero me interesa también el trabajo de archivo y de bibliotecas y por ello sigo trabajando en una futura monografía acerca de las editoriales de los exiliados republicanos.

Nihil obstat en una Gramática de Luis Vives, de 1947.

Fernando Larraz. Selección de obra publicada hasta octubre de 2014.

«La Segunda República y los editores», Cuadernos Republicanos, Madrid, 58 (primavera-verano 2005), pp. 57-78.

«El mestizaje editorial: Las editoriales de los exiliados republicanos en América», en Ricardo de la Fuente Ballesteros y Jesús Pérez-Magallón, eds., La cultura hispánica en sus cruces trans-atlánticos, Valladolid, Universitas Castellae (Colección Cultura Iberoamericana), 2006, pp. 149-170.

El monopolio de la palabra. El exilio intelectual en la España franquista, Madrid, Biblioteca Nueva, 2009, 336 pp.

«La recepción de los narradores del exilio en las revistas culturales del tardofranquismo», Laberintos: Revista de Estudios sobre los Exilios Culturales Españoles, Valencia, 10-11 (2008-2009), pp. 18-42.

«Política y cultura. Biblioteca Contemporánea y Colección Austral, dos modelos de difusión cultural», Orbis Tertius: Revista de Teoría y Crítica Literaria, 15 (2009).

«La recepción de la literatura del exilio republicano en la revista Cuadernos Hispanoamericanos (1948-1975)»,Bulletin Hispanique, Burdeos, 112, 2 (2010), pp. 717-741.

«”Rama apartada, sucursal efímera”: la dialéctica interior/exilio en la historiografía literaria española del siglo xx», en Miguel Cabañas Bravo, Dolores Fernández Martínez, Noemí de Haro García, Idoia Murga Castro, coords., Analogías en el arte, la literatura y el pensamiento del exilio español de 1939, Madrid, CSIC, 2010, pp. 189-200.

«Memoria poética en el campo de Argelès. La función testimonial de Crónica del Alba», en Bernard Sicot, coord., La littèrature espagnole et les camps français d’internement (de 1939 à nos jours), Paris, Université Paris Ouest Nanterre, 2010, pp. 305-314.

Una historia transatlántica del libro. Relaciones editoriales entre España y América Latina (1936-1950). Gijón, Trea, 2010, 200 pp.

«Los exiliados y las colecciones editoriales en Argentina (1938-1954)», en Andrea Pagni, coord., El exilio republicano español en México y Argentina: historia cultural, instituciones literarias, medios, Madrid, Iberoamericana, 2011, pp. 129-144.


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Editar es divertido (la colección Aquelarre)

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Escribe Roberto Calasso en uno de los textos incluidos en La marca del editor (Anagrama, 2014) que, “si la actividad del editor no es sacudida con frecuencia por una carcajada quiere decir que hay algo que no funciona”, y la explicación que dio Francisco Rivero Gil (1899-1972) de cómo se llegó a crear la editorial hispanomexicana Aquelarre, a partir de la tertulia homónima, le da toda la razón: “El Aquelarre lo estamos tomando como lo que es, una cosa seria; de vez en cuando, para divertirnos publicamos un libro”.

Otaola.

Simón Otaola Oyarzábal (1907-1980), “Ota” para los amigos, narró con mucho gracejo en La librería de Arana la historia de la tertulia del Aquelarre, cuyo nacimiento puede fecharse con exactitud el 17 de diciembre de 1949 alrededor de una olla de callos (en las cocinas del Ateneo Español de México) y formada fundamentalmente por exiliados españoles: el propio Otaola,  publicista cinematográfico, el librero y promotor cultural José Ramón Arana (Ramón Ruiz Borau) (1905-1973), el periodista, traductor y crítico literario y cinematográfico Francsico Pina (1900-1972) y el profesor de literatura Isidoro Enríquez Calleja (1900-1971), a los que, en cuanto fijaron el restaurante El Hórreo como lugar de encuentro los viernes por la noche, no tardaron en añadirse otros más o menos habituales (León Felipe, Álvaro de Albornoz Salas, Manuel Bonilla, Anselmo Carretero, Manuel Andújar, Pedro Garfias, Arturo Perucho, un joven José de la Colina) e incluso algunos eventuales (Efraín Huerta, Manuel Altolaguirre, Luis Rius, etc.).

La tertulia del Aquelarre.

Aquelarre fue una colección destinada a la publicación de textos relativamente diversos obra de los contertulios, financiada como dios daba a entender y con la colaboración de todos los compañeros. Tal como lo cuenta José de la Colina en la introducción a la obra de Otaola ya citada:

Como la literatura era, aparte de España, una pasión central del grupo, surgió pronto el espejismo de los escritores: la editorial para publicarse ellos. En la colección Aquelarre, en la que se cobijaban ediciones de autor y cuyo emblema, dibujado por Rivero Gil, era un escudo en el que una bruja cabalgaba su escoba en un cielo nocturno.

Apenas tarda en llegar este “espejismo”, pues en 1950 ya aparecen por lo menos dos de los libros iniciales de la Colección Aquelarre, firmados por los promotores principales de la tertulia: el libro de Otaola titulado Unos hombres, precedido de prólogo del grafista Juan Renau (1913-1990), en el que lo describe como una “galería de hombres cualesquiera”, y de sendos textos introductorios de los contertulios Efraín Huerta y Francisco Pina, que aparece bajo el ala de las Ediciones Corzo, y la que a menudo la crítica literaria ha considerado entre lo mejor sobre la guerra civil española, el relato de José Ramón Arana, El cura de Almuniaced, una novela corta que se publica acompañada de cuatro cuentos y de la que se tiraron 500 ejemplares.

José Ramón Arana.

La colección se caracteriza por una encuadernación en rústica con solapas, portadas impresas a dos tintas y un tamaño de 13 x 19,5 cm., y en cuanto al contenido hay un cierto predominio de los textos de carácter memorialístico y autobiográfico, pero muy relativo, pues cada libro era un caso particular que se encarga a la imprenta que en ese momento más conviene. El caso concreto de uno de los libros más importantes publicados en la Colección Aquelarre, Charles Chaplin, genio de la desventura y la ironía, de Francisco Pina, y sus vicisitudes con los Talleres de Impresora Juan Pablos, con contados con cierto pormenor en La librería de Arana, del mismo modo que algunos detalles acerca del libro memorialístico de Juan Renau  (Colección Pasos y sombras. Autopsia, que prologa precisamente Pina. Esta promiscuidad en la escritura de prólogos, proemios, textos introductorios e ilustraciones entre los miembros del grupo o tertulia es otra de las características que definen la colección como un proyecto desenfadado y con escasa vocación comercial.

Juan Renau (1911-1990).

Así, por ejemplo, el prolífico Otaola escribe textos para Los niños, las niñas y mi perra (1951), de Álvaro de Albornoz, para . La espiga y el racimo (1951), de Paulita Brook, para Venturian. Drama en un acto (1951), de Arana y para Nuevo retablo, del abogado y político Mariano Granados (1897-1972); un ocasional de la tertulia, Pere Bosch Gimpera, prologa la edición ampliada y anotada por Anselmo Carretero y Jiménez de Las nacionalidades españolas, de Luis Carretero y Nieva, que se publica en 1952, y el joven Luis Rius prologa la edición de Las tres celdas de Sor Juana (1953), de  Isidoro Enriquez Calleja, ilustrada por la pintora soriana Elvira Gascón (1911-2000), artista dilecta de Alfonso Reyes que ilustró mucha obra del Fondo de Cultura Económica, además de colaborar con publicaciones como El Nacional y Novedades. Por no mencionar siquiera las colaboraciones de Juan Renau, José de la Colina, López Cortés, Ras (Eduardo Robles), Esplandíu como ilustradores de la edición en Aquelarre de La librería de Arana de Otaola.

J.A. Balbotín (1893-1977).

Las tiradas de estos títulos eran variables pero nunca muy grandes, como es fácil suponer. Con los datos que he podido recabar, y que nunca son demasiado fiables en estas cuestiones, se puede aventurar que oscilaban entre los 500 de El cura de Almuniaced y La espiga y el racimo, y los 1.000 del libro del exiliado en Gran Bretaña José Antonio Balbotín, La España de mi experiencia (reminiscencias y esperanzas de un español en el exilio), cuyo colofón lo fecha el 31 de diciembre de 1952 (la tirada de la Librería de Arana, por ejemplo, se situaría en los 700 y, aunque sin datos precisos, de Los niños y las niñas se hizo una edición en 1951 y una segunda al año siguiente).

A partir de 1954 parece que decae el impulso editorial de la colección, pero el único libro que publica ese año es muy significativo y muy importante en la historia de la literatura española, Mosén Millán, de Ramón J. Sender, que, como puede comprobarse por el epistolario que mantiene por esos años con Joaquín Maurín, estaba pasando dificultades para conseguir publicar sus libros. Mosén Millán, cuyo título cambiaría en las siguientes ediciones por el de Réquiem por un campesino español, escrito en apenas una semana, cabe deducir, pues, que se publicó a expensas del propio autor, que por entonces había obtenido estabilidad económica gracias a sus clases en la universidad, a los artículos que le colocaba Maurín a través de la agencia ALA y a los derechos de traducción de sus obras.

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Manuel Andújar.

En la decisión de Sender de publicar en Aquelarre debió de pesar su amistosa relación personal con José Ramón Arana. En 1943, Arana había creado una revista destinada a los aragoneses en México que tuvo una vida bastante breve (cinco números entre octubre de 1943 y 1945), y en ella, además de al editor de la revista, Juan Vicens de la Llave (ex colaborador del eminente librero Sánchez Cuesta en su Librairie Espagnole), pueden encontrarse algunos textos de Sender, junto a otros de José Ignacio Mantecón, Manuel Sánchez Sarto o Benjamín Jarnés. Además, desde mayo de 1947 Sender había ido colaborando en otra de las iniciativas mayores puestas en pie por Arana, la prestigiosa revista Las Españas, creada en colaboración con Manuel Andújar (1913-1994).

Ramón J. Sender.

Ramón J. Sender.

De que Sender confiaba en Arana hay prueba también en la carta a Maurín del 7 de marzo de 1953: “Arana tiene talento y pelea recio para vivir y para publicar además cosas interesantes con las que casi siempre pierde dinero: Las Españas y una colección literaria con el título general Aquelarre”, que por las fechas puede quizá vincularse directamente con la publicación de Mosén Millán en esa colección.

Más asombroso incluso es que en 1955, cuando la colección parece ya definitivamente abandonada, aún aparezcan en ella, como únicos títulos, dos obras más de Sender, Ariadna  (relato incluido en 1957 en  Los cinco libros de Ariadna, que se publicó en la Editorial Ibérica que dirigía Victoria Kent en Nueva York) e Hipogrifo violento, una de las partes que acabarían por conformar Crónica del Alba.

Mariano Granados.

Serían los últimos títulos de una colección que, quizás un poco por casualidad, indujo a la publicación de algunos títulos muy oportunos escritos por autores que sin duda tenían cosas que decir (Renau, Arana, Granados…). Como dejó escrito el propio Otaola:

Una de las cosas que habrá que agradecer a la colección Aquelarre será esa de haber despertado, en ciertos amigos, una curiosa pasión creadora, un fervoroso deseo de escribir y publicar libros.

 

Anexo. Títulos localizados de la Colección Aquelarre

Simón Otaola, Unos hombres, prólogo de Juan Renau, Corzo (Aquelarre), 1950.

José Ramón Arana (Ramón Ruiz Borau), El cura de Almuniaced, 1950.

Ramón de Belausteguigoitia, La sombra del Mezquite, Editorial Latina (Aquelarre), 1951.

Paulita Brook (Lucila Harmony), La espiga y el racimo, prólogo de Otaola, 1951.

José Ramón Arana, Venturian. Drama en un acto, presentación de Simón Otaola, 1951.

Álvaro de Albornoz, Los niños, las niñas y mi perra, prólogo de Simón Otaola, 1951 (2º 1952).

Simón Otaola, La librería de Arana. Historia y fantasía, ilustraciones de Juan Renau, José de la Colina, López Cortés, Ras (Eduardo Robles), Esplandíu y del autor, 1952.

Luis Carretero y Nieva, Las nacionalidades españolas (edición ampliada y anotada por Anselmo Carretero y Jiménez; prólogo de Pedro Bosch Gimpera), Colección Aquelarre, 1952.

Mariano Granados, Nuevo retablo, prólogo de Simón Otaola, de Talleres Gráficos de la Editorial Intercontinental (Aquelarre), 1952.

Francisco Pina, Charles Chaplin, genio de la desventura y la ironía, Talleres de Impresora Juan Pablos (Colección Aquelarre), 1952.

José Antonio Balbotín, La España de mi experiencia (reminiscencias y esperanzas de un español en el exilio), 1952.

Juan Renau, Pasos y sombras. Autopsia, prólogo de Francisco Pina, 1953.

Simón Otaola, Los tordos en el pirul, 1953.

Isidoro Enriquez Calleja, Las tres celdas de Sor Juana, con ilustraciones de Elvira Gascón y prólogo de Luis Rius, 1953.

Ramón J. Sender, Mosén Millán, Aquelarre, 1953.

Ramón J. Sender, Hipogrifo violento, Aquelarre, 1954.

Ramón J. Sender, Ariadna, 1955.

Fuentes:

Javier Barreiro, “José Ramón Arana“, en su blog personal, 14 de abril de 2012.

Fulgencio Castañar, “Un enfoque diferente sobre los exiliados republicanos: Otaola, la épica de los cotidiano desdramatizada”, en en Manuel Aznar Soler, ed., Escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento (biblioteca del Exilio. Anejos IX), 2006, pp. 729-737.

Francisco Caudet, ed., Correspondencia Ramón J. Sender-Joaquín Maurín, Madrid, Ediciones de La Torre (Nuestro Mundo), 1995.

Francisco Caudet, “Sender en Albuquerque: la soledad de un corredor de fondo”, en Juan Carlos Ara Torralba y Fermín Gil Encabo, eds., El lugar de Sender, Instituto de Estudios Altoaragoneses, 1995, pp. 141-159.

Ricardo Crespo, “Cambio ideológico y trascendencia: Sender en la American Literary Agency”, en José Domingo Dueñas Lorente, ed., Sender y su tiempo. Crónica de un siglo, Instituto de Estudios Altoaragoneses, 2001, pp. 527-534.

Luis Antonio Esteve Juárez, “Los “primeros” libros de José Ramón Arana”, en Manuel Aznar Soler, ed., Escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento (biblioteca del Exilio. Anejos IX), 2006, pp. 873-882.

Otaola, La librería de Arana. Historia y fantasía (incluye las ilustraciones y textos de la edición de Aquelarre, a lo que añade un texto inicial de José de la Colina y un muy útil índice onomástico), Madrid, Ediciones del Imán, 1999.

Javier Quiñones, “Elvira Godás y José Ramón Arana”, De ahora en adelante, 1 de abril de 2009.

Jesús Vived Mairal, Ramón J. Sender. Biografía (Páginas de Espuma (Voces 14),2002.

 


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Autopublicación. El caso de Ramón J. Sender

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Todavía no había concluido la guerra civil española cuando, tras su fugaz paso por Francia y Estados Unidos, Ramón J. Sender (1901-1982) llegaba a México, y, como no podía ser de otra manera, uno de sus primeros objetivos era publicar el libro que había estado escribiendo en el barco que le trasladó a América (Proverbio de la muerte) y el que escribió inmediatamente al llegar (El lugar del hombre).

En un país donde no disponía de los contactos necesarios y en un ambiente cultural que aún no dominaba, no es raro que pronto optara por crear una editorial en la que dar salida a las obras que por aquellos años estaba escribiendo, en la que era además una de sus mejores rachas creativas.

Sin embargo, no contaba con los fondos necesarios para llevar a cabo una empresa semejante, pues mientras residía en la calle Niza, 40 de la capital mexicana solicitó el 9 de septiembre de 1939 al Servicio de Evacuación de los Republicanos Españoles un préstamo de 40.000 pesos (que se le denegó con fecha de 30 de abril de 1940), pero en el ínterin el escritor aragonés ya había puesto en pie las Ediciones Quetzal, que publicaría sus primeras obras en México.

Sir Peter Chalmers-Mitchell (1864-1945), traductor al inglés de Contraataque, Mr. Witt en el Cantón y Siete domingos rojos.

Hay constancia de que la prestigiosa editorial londinense Faber & Faber (bajo la égida de T. S. Eliot) le envió el importe de liquidaciones atrasadas, y es posible que otras editoriales hicieran lo mismo, pues a esas alturas sus novelas eran ampliamente publicadas –y con muy buena crítica– en diversos países: en 1934 Imán había aparecido en traducción de James Cleugh simultáneamente en Inglaterra (en Wishart & Company) y Estados Unidos (en Houghton Miffin Co.), que Paul Allen elogió en el New York Herald Tribune; al año siguiente Horace Liveright había publicado en Nueva York Siete domingos rojos, en versión de sir Peter Chalmers Mitchell, obra que en 1938 se incorporaría al catálogo de Penguin; en 1937 Houghton Miffin Co. había dado a la imprenta en Boston la traducción al inglés de Contraaataque y en Les Éditions Sociales de París había aparecido la versión francesa de Georges Bénichou, mientras que ese mismo año Faber and Faber ponía a la venta la traducción de sir Peter Chalmers-Mitchell de Mr. Witt en el Cantón (que al año siguiente publicaría Houghton Mifflin en Estados Unidos) y a ello hay que añadir las publicaciones en las mejores revistas de sus cuentos y relatos (la Partisan Review, donde por entonces publicaban Auden, Saul Below o Edmund Wilson, o la Kenion Review, donde son habituales las firmas de Penn Warren, Cleanth Books y otros grandes de la Fraternidad de Escritores del Sur).

Robert Penn Warren (1905-1985), de pie, con Saul Bellow (1915-205) en 1972.

Entrevistado por Baltasar Porcel para Personajes excitantes (Plaza & Janés, 1978), el propio Sender aludiría a que esos ingresos procedentes sobre todo de editoriales estadounidenses (aún no afectadas de pleno por la guerra mundial) y en menor medida inglesas, le ayudaron a subsistir en la capital mexicana:

México nos ayudó mucho, aunque yo no gané un solo peso mexicano en todo el tiempo que estuve allí. Vivía de ocasionales derechos de autor que llegaban de Inglaterra o Estados Unidos. Por eso, sintiéndolo mucho –porque yo amo a México de veras– tuve que salir para Estados Unidos, donde enseguida las universidades me buscaron.

 

Miguel Ángel Asturias en 1932.

Pese a esas dificultades económicas, en 1939 conseguía sacar a la luz tres libros de sus recién creadas Ediciones Quetzal: sus novelas Proverbio de la muerte y El lugar del hombre e iniciaba una colección titulada Un hombre y una Época con la traducción de Francisco Pina Brotóns del Cervantes escrito por el hispanista francés Jean Cassou (1897-1986), quien en 1937 había publicado en Gallimard una traducción de Las novelas ejemplares cervantinas. Algún testimonio de los apoyos recibidos por Sender en esta empresa sí existe, y se refiere nada menos que a quien llegaría a ser Premio Lenin de la Paz y Nobel de Literatura Miguel Ángel Asturias (1899-1984), acerca de cuya obra ya en 1930 había publicado Sender “Un poeta de Guatemala” (El Imparcial, 26 de julio):

Gracias a la intervención de Miguel Ángel Asturias cerca del monopolio del papel se consiguió buen papel y en mayor cantidad del que esperábamos. Le dije que no tenía dinero para el pago. “No te preocupes”, me dijo, “me firmarán unas letras que iremos renovando”. Y así lo hicimos, hasta que unos meses después dejaron de reclamarlas.

Sólo puede conjeturarse acerca de si en la estancia, en cualquier caso breve, de Sender en Guatemala tuvo alguna intervención Miguel Ángel Asturias. En cualquier caso, apenas llevaba tres meses en México cuando Sender ya estaba gestionando su traslado a Estados Unidos, que veía difícil a raíz del hecho de que un funcionario le retuviera el pasaporte para tramitarle la naturalización, y, aparentemente, lo extraviara (lo que dificultaba la posibilidad de acceder a un visado de entrada en Estados Unidos). Jesús Vived Mairal recrea ese episodio en la excelente biografía que dedicó a Sender y detalla la intervención decisiva para resolverlo del poeta y alto funcionario de la Secretaría de Relaciones Exteriores Jaime Torres Bodet, a quien Sender conocía de su etapa como secretario de la embajada mexicana en España en los años veinte. Finalmente, mediado 1941 pudo Sender viajar al país vecino, donde residiría hasta el final de sus días.

Los siguientes títulos que aparecieron en Ediciones Quetzal fueron, ya en 1940 y en la colección Un hombre y una Época , Hernán Cortés, “retablo en dos partes y once cuadros”, que Sender había escrito en respuesta a la petición que en sus primeras semanas en México le había hecho el actor vasco  Benito Cibrián (1890-1974), quien deseaba estrenar en el Teatro Bellas Artes una obra que tratara la historia común de España y México con la compañía que tenía con su esposa Pepita Melià (1893-1990); y en la misma colección se publicaba ese mismo año Darwin, de Marcel Prenant (traducido por el crítico cinematográfico exiliado Francisco Pina Brotóns) y Fulgor de Martí, de Mauricio Magdaleno, de cuyo volumen de Teatro revolucionario (Madrid, Cénit, 1933), Sender había escrito una elogiosa reseña para el periódico madrileño Libertad en 1933 que propició el encuentro personal en la capital madrileña; y en diciembre de 1940 aparecía en Quetzal el libro de cuentos de Sender Mexicayót,(con viñetas del pintor y escritor malagueño Darío Carmona), donde se expresa con enorme fuerza la asimilación que el escritor aragonés estaba llevando a cabo de la historia, la cultura y las costumbres del país que le acogía. Unos años más tarde (en 1945), uno de los cuentos incluidos en este libro, “El zopilote”, lo traduciría para The Modern Magazine nada más y nada menos que Paul Bowles (1910-1999).

Se hace difícil fechar con precisión cuándo desistió Sender de sus intentos editoriales, que tuvieron sin embargo continuidad en manos de una sociedad anónima capitaneada por Bartomeu Costa-Amic, Julián Gorkín y Michel Berveiller, con el apoyo económico de un grupo de inversores franceses establecidos en México como consecuencia de la guerra mundial. Por ello, es difícil establecer qué títulos publicados entre 1941 y 1944 (fecha en que la sociedad se disolvió) corresponden a decisiones y desvelos del escritor aragonés. Aun así, parece deberse a Sender la publicación en 1941 de Torbellino (un hombre de treinta años), del político y escritor mexicano Alejandro Gómez Maganda (1910-1984), de Hombres contra Hitler, de Fritz Max Cahen (1891-1966), en traducción de Concha de Albornoz (1900-1972) y de Páginas del destierro, de Álvaro de Albornoz Salas (a quien conocía desde por lo menos los años veinte en su época de periodista en Madrid), mientras que es más difícil aún dilucidar si pertenece ya a la segunda etapa de Ediciones Quetzal la publicación de Victor Serge, Hitler contra Stalin. La fase decisiva de la guerra mundial, en traducción del maestro poumista Enric Adroher i Pascual (“Gironella”) (1908-1987)  a partir de un original por entonces inédito en francés (L´empire nazi contre le peuple russe) ese mismo año 1941. Lo cierto es que Sender conocía bien no sólo a Serge, sino también a Adorher, pero quizá este texto llegara ya a través de Costa-Amic o de Berveiller.

En cualquier caso, más adelante aún apareció en Quetzal la primera edición de la novela de Sender Epitalamio del prieto Trinidad (1942), con cubierta de Carmona, que Francisco Carrasquer consideró “la más completa orquestración de las partituras senderianas de ultramar. Sobre todo, atendiendo a las modulaciones de contrapunto”, y Manuel Andújar “una de las contribuciones más importantes del exilio republicano [que] ocupa aún hoy sitio preferente en cualquier recuento de América Latina, a pesar de que el reconocimiento popular y el oficial dique académico incurran en semejantes distracciones”. Ese mismo año la poderosa editorial Doubleday (cuando aún estaba a su frente Nelson Doubleday), publicaba la traducción que de esta novela hizo Eleanor Clark, que a su vez provocó una reseña entusiasta del gran Lionel Trilling (1905-1975) en Nation. Se anunció también en Quetzal un Valle Inclán, presumiblemente en la colección Un hombre y una Época, que no llegó a buen puerto.

Es significativo que esta producción literaria de los años iniciales del exilio publicada en sus propias Ediciones Quetzal se viera Sender en la necesidad de reelaborarla de cabo a rabo en años sucesivos. Así, reescribió Proverbio de la muerte hasta convertirla en La esfera (Buenos Aires, Ediciones Siglo XX, 1947),  El lugar del hombre fue sometida a una revisión que cambió incluso el título: El lugar de un hombre (México, Ediciones CNT, 1958); la obra teatral Hernán Cortés se reconvirtió y diluyó su forma teatral en Jubileo en el Zócalo (Nueva York, Appleton Century Crofts, 1964), y sólo algunos de los  cuentos de Mexciayótl se aprovecharon, reelaborados y en algún caso con títulos nuevos, al incorporarlos a Novelas ejemplares de Cíbola (Nueva York, Las Americas Publishing, 1961).

Podría concluirse, pues, que si económicamente la empresa de Sender fue poco menos que un desastre absoluto, como escritor acumuló un material muy valioso que, sin embargo, al parecer no fue inicialmente objeto del proceso de edición que merecía, y en consecuencia pasado el tiempo tuvo que someterlo a revisiones, en algunos casos notablemente severas o de bastante calado.

Fuentes:

Fabienne Bradu, “Bartomeu Costa-Amic”, Vuelta, núm. 253 (1997), pp. 41-45.

Francisco Carrasquer, La Integral de ambos mundos. Sender, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 1994.

Teresa Férriz Roure, La edición catalana en México, Jalisco, El Colegio de Jalisco, 1998.

aedf6-ramon-senderJosé Carlos Mainer, “Resituación de Sender”, en AA.VV., Ramón J. Sender. In memoriam, Zaragoza, Diputación de Aragón, 1983, pp. 5-23.

Jesús Vived Mayral, Ramón J. Sender. Biografía (Páginas de Espuma (Voces 14),2002.

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Libros en francés en México. La segunda etapa de Quetzal.

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Exlibris de Costa-Amic.

En su exilio en México, el que llegaría a ser el gran editor Bartomeu Costa-Amic (1911-2002) hizo sin apenas pausa dos tentativas de iniciar negocios editoriales antes de hacerse cargo de Quetzal, la empresa unipersonal creada por el escritor aragonés Ramón J. Sender (1982).

El primero de ellos, Ediciones Libres, fue un proyecto colectivo en que que participaron también Julián Gorkín (Julián Gómez García, 1901-1987), Ermilo Abreu Gómez, José Muñoz Costa y Daniel Castañeda, y contó con la colaboración de Marceau Pivert y Víctor Serge (1890-1947), además de los valiosos conocimientos que podía aportar el legendario impresor y encuadernador Jacob (o Jack) Abrams (1894-1980), quien, residente en México desde 1926, mantenía lazos de amistad con el grupo Tierra y Libertad. Ediciones Libres publicó sólo tres libros, de los que he sido capaz de identificar Retrato de Stalin (1940), de Víctor Serge en traducción y con prefacio de Julián Gorkín, y al año siguiente Balance de Agustín Lara, un libro luego muy apreciado por los musicólogos, del profesor de composición del Conservatorio Nacional Daniel Castañeda.

El segundo intento de Costa-Amic, desbaratado el primero por previsibles dificultades económicas, pudo llevarlo a cabo gracias a la contribución de dos hermanos judíos de origen polaco, los Kluger. Según cuenta Víctor Alba en el segundo volumen de sus memorias (Sísif y el seu temps), la principal ocupación de Sidney Kluger, además de director ejecutivo de la Congregación Shearith Israel de México, era organizar campañas para recaudar fondos para las más diversas iniciativas (entre las que se contaban, por ejemplo, la lucha de grupos terroristas que en Palestina estaban combatiendo a los ingleses), pero más adelante, en 1966, Kluger se haría célebre como fundador del la Book Bank USA, organización destinada a proveer de libros técnicos y escolares a los necesitados.

Sidney Kluger (1912-2006).

Esta segunda empresa de Costa-Amic y Gorkín tomó el nombre Publicaciones Panamericanas, cuyo primer título probablemente fuera De Versalles a Compiegne. ¿A dónde va Francia?, de Marceau Pivert, acompañado de un prefacio de Julián Gorkín y en traducción del pedagogo y dirigente poumista Enric Adroher i Pascual (1908-1987), conocido también como Gironella, De la relación que esta empresa tuvo con Sender es prueba que uno de sus primeros títulos fuera la reedición de  la novela del escritor aragonés Orden Púiblico (1941), aparecida originalmente en la madrileña Cénit en 1931, que en la contraportada se planteaba como el inicio de un proyecto que debía incluir también las reediciones de La noche de las cien cabezas y Viaje a la aldea del crimen, publicadas ambas por Editorial Pueyo en 1934. Publicó también Costa-Amic, con prólogo de Sender, la traducción que Ceferino Palencia (1889-1963) hizo de El indio y su destino, obra del especialista en historia de los indígenas americanos y Premio Pulitzer Oliver La Farge (que por aquel entonces presidía la American Association on Indian Affairs), quien en 1940 acababa de publicar en Inglaterra, nada menos que en la prestigiosa editorial Jonathan Cape, su traducción de la novela de Sender El lugar de un hombre (traducción publicada originalmente en Nueva York por Duell, Sloan & Pierce).

La producción de las Publicaciones Panamericanas, antes de disolverse, se completaron ese mismo año 1941 con Héroes de la civilización, de Joseph Cottler y Haya Jaffee, ¿Qué hará Norteamérica? de Henry A. Wallace, y Retoño, de Jean Giono, en traducción de Julián Gorkín, autor también del prefacio que la acompaña.

En cuanto a Sender, después de haber publicado Proverbio de la muerteEl lugar del hombre, Hernán Cortés y Mexciayótl, acompañados de algunos libros de Marcel Prenant y Mauricio Magdaleno, mediado 1941 tenía la firme intención de establecerse en Estados Unidos, por lo que traspasó por 100 o 150 dólares sus Ediciones Quetzal a la sociedad creada a tal efecto por Costa-Amic, Gorkín y Michel Berveiller, Quetzal, S.A., que contaban con el respaldo financiero de personalidades con las que Berveiller mantenía contactos profesionales y de amistad . Una de las primeras cosas que hizo ese mismo año la editorial fue abrir una librería, que no tardó en convertirse en centro de reunión de los franceses establecidos en la capital mexicana (como consecuencia de la guerra mundial), así como la revista Análisis. Revista de Hechos e Ideas (primer número de enero de 1942, pero de publicación irregular), en la que reaparecen los nombres de Gorkín, Pivert, Regles, Serge..

Se hace difícil precisar qué libros son los primeros de esta nueva etapa de las Ediciones Quetzal, porque es posible que aparecieran obras programadas por Sender cuando éste ya no se encontraba en México; muy probablemente es el caso de Torbellino (un hombre de treinta años), de Alejandro Gómez Maganda (1910-1984), de Hombres contra Hitler, de Fritz Max Cahen (1891-1966), en traducción de Concha de Albornoz (1900-1972), y de Páginas del destierro, de Álvaro de Albornoz Liminiana (1879-1954).

Julián Gorkín.

El libro fronterizo o gozne entre una etapa y la otra es quizás el por entonces inédito en francés Hitler contra Stalin. La fase decisiva de la guerra mundial, de Victor Serge, aparecido también en 1941. Acerca de su publicación, el propio Gorkín dejó un testimonio valioso:

Coincidiendo con el asesinato de Trotski, publiqué su Retrato de Stalin en una pequeña editorial fundada con mucha voluntad y escasos medios [Ediciones Libres]. Fracasó la empresa, pero ahí quedaba el libro. Media docena de miembros de la rica colonia francesa, que querían encenderle una vela en público a la Francia Libre mientras le encendían otra en privado a la Francia de Vichy, me proporcionaron unos miles de pesos para la fundación de otra editorial [Ediciones Quetzal]. Acababa de llegar Serge a Santo Domingo cuando invadió Hitler a la URSS por sorpresa. Le cablegrafié: «Prepárame el texto de un libro a toda prisa». Agobiado por el calor tropical y por el sentimiento de que «durante estos mismos días, se fusila en las prisiones de Rusia a mis últimos camaradas», escribió en un mes un libro fuerte y ágil: Hitler contra Stalin.

Por su parte, en carta al artista y escritor español exiliado en la República Dominicana Eugenio Granell (1912-2001) fechada el 10 de junio de 1941, escribía Costa-Amic: «Personalmente creo que sería mejor poner una tienda de abarrotes (comestibles y bebestibles), pero mientras haya gente que quiera exponer dinero, pues nosotros adelante».

André Bretón y Eugenio Granell.

Según contó él mismo, Sender había conocido a Victor Serge en casa del director del Banco Nacional de México, Eduardo Villaseñor, cuya esposa convocaba tertulias “afrancesadas” en las que tuvo ocasión de conocer también a a Romain Rolland, a Gustav Regler y coincidió con exiliados republicanos como Enrique Díez-Canedo y León Felipe. Estos círculos eran los que frecuentaba también Berveiller, director del Liceo Francés, en cuya casa conoció Sender a Jules Romains y André Maurois, y a esos mismos círculos de patrocinadores parece aludir Gorkín.

Hitler contra Stalin pertenece, pues, a esa segunda etapa de Ediciones Quetzal, en la que los cambios más evidentes son la desaparición de la serie Un Hombre y una época y  el desplazamiento de la narrativa a una posición residual, si bien el mayor éxito de Quetzal  fue precisamente Clochemerle, de Gabriel Chevalier (con la que se estrenaba la colección Novelas y Cuentos, que venía a sustituir a Las Mejores Novelas de Publicaciones Panamericanas). Costa-Amic describía así la novela satírica de Chevalier:

un libro francés muy cachondo, muy divertido… Este libro fue un éxito porque pronto se agotó una edición [la segunda es de 1942 y tercera de 1947)… Nunca habíamos visto esto en México, los libros se vendían máximo 100 y los demás se tiraban en bodega.

Gabriel Chevalier (1895-1969).

También pueden situarse en esta segunda etapa los títulos de la colección Nuestro Tiempo, que había nacido en el seno de las fugaces Publicaciones Panamericanas, como es el caso de ¿Qué hará Norteamérica?, del por aquel entonces secretario de Agricultura de Estados Unidos Henry A. Wallace, ¿Adónde va Francia?, de Marceau Pivert, y uno de los mayores éxitos de esta empresa: Cómo conseguir y conservar un marido, de Dorothy Dix, traducido por Ernestina de Champurcín y del que se llegaron a vender 40.000 ejemplares.

Teresa Férriz, quien más y mejor ha estudiado la obra de Costa-Amic, atribuye a Michel Berveiller la dirección de Quetzal, S.A. en unos primeros meses, tras los cuales en 1942 y hasta 1944 la asume Gorkín. Sin embargo, da la impresión de que el primero se ocupara de las publicaciones de origen francófono, en calidad quizá de director editorial, mientras que el segundo de las obras del ámbito hispánico (quizá fuera el principal impulsor o valedor de la colección Nuestro Tiempo) y Costa-Amic se hiciera cargo fundamentalmente de la producción editorial y de las tareas administrativas y de gestión.

Bartomeu Costa-Amic.

Si uno de los puntales era la colección dedicada a los temas de actualidad (Nuestro Tiempo), lo singular de Quetzal en esos años es su dedicación a dobles ediciones (en lengua original y en traducción al español) de libros importantes de la literatura francesa con los que se pretendía, por un lado, divulgar en México la mejor literatura francesa, y por el otro  suplir el parón de la edición en Francia como consecuencia de la Ocupación alemana. Además, un cliente prioritario era la legendaria librería neoyorkina Brentano´s, fundada en 1853 y especializada en literatura francesa, así como los lectores francófonos de Canadà. Así explica Férriz el éxito relativo de esta línea editorial:

funcionó durante unos cuantos años, sobre todo gracias a sus exportaciones a la región francófona del Canadá, donde la casa Valiquette no satisfacía ya toda la demanda de libros en francés, incrementada considerablemente a consecuencia de la segunda guerra mundial y la consiguiente anulación de las exportaciones francesas. Ediciones Quetzal publicó, tanto para este mercado canadiense como para el nacional, una colección de más de quince clásicos franceses, cuyos primeros títulos fueron la edición original y la traducción, en volúmenes distintos, de Le misanthrope de Molière (en traducción de Florisel), Candide ou l’optimisme traducido por F. G. Ascot (1942), Le petit bois de Jules Supervielle (1942) y La faiseur de prestiges de Michel Berveiller (1943).

La Librería Brentano´s en la Quinta Avenida (Nueva York).

No es de extrañar tampoco, que junto a este amplio y diversificado catálogo (ver anexo), fuera en Quetzal donde en 1942 apareciera otra de las novelas fundamentales de Sender, Epitalamio del prieto Trinidad.

Interior de Epitalamio del Prieto Trinidad en Quetzal.

Fuentes:

Fabienne Bradu, “Bartomeu Costa-Amic”, Vuelta, núm. 253 (1997), pp. 41-45.

Francisco Carrasquer, La Integral de ambos mundos. Sender, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 1994.

Teresa Férriz Roure, “Bartomeu Costa-Amic, un editor catalá a Mèxic”, Revista de Catalunya, octubre de 1997, pp. 113-137.

Teresa Férriz Roure, La edición catalana en México, Jalisco, El Colegio de Jalisco, 1998.

Teresa Férriz Roure, “Bartomeu Costa-Amic, in memoriam (1911-2002)”, Migraciones y Exilios núm. 3 (2002), pp. 235-264.

Julián Gorkín, “La muerte en México de Victor Serge” (París, marzo de 1957), en los Archivos de la Fundación Andreu Nin.

José Carlos Mainer, “Resituación de Sender”, en AA.VV., Ramón J. Sender. In memoriam, Zaragoza, Diputación de Aragón, 1983, pp. 5-23.

Antonio Villanueva, “Un prólogo olvidado de Ramón J. Sender”, Trébede, núm. 45 (diciembre de 200), pp. 66-70.

Jesús Vived Mayral, Ramón J. Sender. Biografía (Páginas de Espuma (Voces 14),2002.

Víctor Alba, Sísif i el seu temps II Costa amunt, Barcelona, Laertes, 1990.

ANEXO. OBRAS LOCALIZADAS DE QUETZAL

Ramón J. Sender, Proverbio de la muerte, impreso en Cooperación Gráfica, 1939.

Ramón J. Sender, El lugar del hombre, 1939.

Jean Cassou, Cervantes, Un hombre y una época, 1939.

Ramón J. Sender, Hernán Cortés. Retablo en dos partes y once cuadros, 1940.

Ramón J. Sender, Mexicayotl, con viñetas de Darío Carmona, 1940.

Marcel Prenant, Darwin. Un hombre y una época, traducción de Francisco Pina, 1940.

Mauricio Magdaleno, Fulgor de Martí, colección Un hombre y una época, 1940.

Alejandro Gómez Maganda, Torbellino (un hombre de treinta años), prólogo del autor, 1941.

F.M. Cahen, Hombres contra Hitler, traducción de Aurora de Albornoz, 1941.

Álvaro de Albornoz, Páginas del destierro, 1941.

Dorothy Dix, Cómo conseguir y conservar un marido, traducción de Ernestina de Champurcín (colección Nuestro Tiempo), 1941.

Julián Gorkín, Caníbales políticos. Hitler y Stalin en España, ¿1941?

Victor Serge, Hitler contra Stalin. La fase decisiva de la guerra mundial, traducción de Enric Adroher a partir de un original por entonces inédito en francés (L´empire nazi contre le peuple russe), 1941.

Según declaraciones de Costa-Amic, la imagen es de Remedios Varo. No sé yo.

Gabriel Chevalier, Clochemerle, colección Oeuvres Eternelles, 1942. Portada de Remedios Varo. Más de 2.000 ejemplares vendidos.

Clara Leiser, Refugiados a través de Europa en fuego, relato personal de dos arios a quienes la brutalidad nazi no logró aplastar (colección Nuestro Tiempo), traducción de Elli R. y Julio Luelmo, marzo de 1942.

Denis Diderot, Sobrino de Rameau, con introducción y notas de R. Sánchez de Ocaña, 1942.

Alfred de Musset, Caprices de Marianne & Fantasio, Les Oeuvres eternelles, 1942.

Molière, Misanthrope, comédie en cinq actes en vers, avec un avantpropos et notes historique et critiques (El Misántropo, traducción de Ricardo Valcárcel), colección Las Obras Eternas 1 (Sección Clásicos Franceses), 1942.Colección Las Obras Eternas, 1942.

Jules Romains, Misión o dimisión de Francia, texto de una conferencia dada en el Teatro Palacio Bellas Artes de México el 7 de mayo de 1942, traducción de Pablo Macedo, colección Nuestro Tiempo, 1942.

Jules Romains, Mission ou démission de la France, Collection Renaissance 1, 1942.

Jules Supervielle, Ce petit bois et autres contes, ilustraciones de Ramón Gaya, Collection Renaissance 2, edición limitada y numerada de 1.200 ejemplares, 1942.

Paul Reaynaud, Advertencia a Francia (Le problème militaire français), 1942.

Ramón J. Sender, Epitalamio del Prieto Trinidad, 1942.

Capital von Rinteler, El oscuro invasor, colección Nuestro Tiempo, 1942.

Margarita Urueta, San Lunes (incluye las obras teatrales: San Lunes, Una hora de vida y Mansión para turistas), 1943.

Rafael Bernal, Improperio a Nueva York y otros poemas, 1943.

Manha Garreau-Dombasle, Masque, collection Renaissance 3, 1943.

Roger Caillois, La communion des forts. Études de sociologie contemporaine, colección Renaissance 4, 1943.

Michel Berveiller, Le faisseur de prestiges, pièce en trois actes et neuf tableaux, Renaissance, 1943.

Giuseppe Garretto, Serpa Pinto, pueblos en la tormenta (versión española de Félix Samper y Cabello), 1943.

Jacques Maritain, El crepúsculo de la civilización, traducción de Agustí Bartra, colección Nuestro Tiempo, 1944.

Claudio de Souza, Les derniers jours de Stefan Zweig, prefacio de André Maurois, colección Lettres Facsímile, 1944.

Mallarmé, Poesies,  realizada a partir de una edición de Émilie Noulet, 1944.

Pierre Mabille, Le Merveilleux, Impreso en Biblioteca Catalana, 1945.

Charles Baudelaire, Mon Coeur mis à un. Fusées, Choix de maximes consolantes sur l´amour, prefacio de M. Mespoulet, 1945.

 


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